Un verano caliente - 8

Un viaje de estudios en el que descubro la faceta más sexual de mis compañeros y me desprendo de todos mis tabúes.

ITALIA – 1

Antes de que acabase el año surgió otra ocasión con la que yo no contaba. Siendo todavía soltera había empezado mis estudios universitarios y después de casarme y nacer mi hijo, regresé a las clases.

Era relativamente sencillo porque mi marido se quedaba con el niño por las tardes y solo faltaba cuando mi marido se iba de viaje, que no era tan frecuente, y entonces dos o tres amigas, que estudiábamos juntas, me guardaban los apuntes. Ese año era el último y se había organizado, para mediados de octubre, un viaje de fin de curso a Florencia y Roma, de unos diez días; íbamos en autobús y volvíamos en avión.

Me parecía demasiado tiempo para dejar solos a mis dos hombres, pero mi marido casi me obligó a apuntarme, con una buena solución. Dejábamos al niño con los abuelos, que estarían encantados y él no tendría ningún problema en apañarse solo esos días.

Sí, podía hacerse, de modo que me apunté y me dediqué a prepararlo todo.

Salíamos ya con las habitaciones asignadas, porque eran dobles y de esa manera se emparejaban por separado las chicas de los chicos y no querían dejar eso en manos de los hoteles, que luego vete tú a reclamar. Nos acompañaría una guía de la agencia, que además se encargaría de resolver si hubiera algún problema y de los horarios de cada día.

Yo me junté con Pilar, una de las que me guardaban los apuntes y con la que me llevaba muy bien. A los demás los conocía de clase, por supuesto, pero nunca había ido con ellos a sus salidas y juergas y tenía menos confianza.

En el autobús se sentó junto a mí y me pide un favor. Su novio es también de la clase; todos los que son novios en el curso, cuatro o cinco parejas, han ido pidiendo a los demás lo que ella me estaba proponiendo: cambiar de habitación para estar con su novio, pero al no haber podido hablar conmigo antes, y aunque imaginaba que iba a aceptar, no había rematado el cambio.

En principio me contrarió un poco, pero acepté y cuando la pregunté que con quien me había emparejado, me señaló a Mónica, una chica rubia, de tetas muy grandes y muy divertida, famosa en toda la facultad porque siempre iba con algún botón de la blusa desabrochado: tiraban tanto de la tela que apenas se sujetaban dentro. Si a esto añadimos que no acostumbraba a usar sujetador, no hacía falta imaginar nada, todo estaba a la vista en más ocasiones de los que la pobre desearía.

Todo arreglado; llegamos a nuestra primera etapa y directamente al hotel. Aunque el reparto de habitaciones no se parecía en nada al de la agencia: los chicos lo habían arreglado muy bien para no tener que cambiar los nombres de la lista y nadie se enteraría del apaño.

Fueron quedando a una hora para ir por ahí, en grupos, a cenar y pasar la noche y Mónica, cuando supo que no pertenecía a ninguno, me propuso integrarme en su grupillo. Era un conjunto un poco loco, pero parecían buena gente. Me cambié en un tiempo record, no había que arreglarse mucho, ni tan siquiera pintarse los labios.

Cuando nos juntamos todos, pensé que tendría que comprar algo de ropa durante el viaje: mis vaqueros estaban impecables, sin ningún roto por supuesto y las camisas eran algo elegantes para esa compañía.

Ellas dejaban ver, a poco que se agacharan, la ropa interior, unas escasas tiras en algunos casos y apunté también comprar algunas bragas más pequeñas.

Mas que cenar, bebimos, pero no nos recogimos muy tarde. Al llegar a la habitación, Mónica se quitó toda la ropa, su puso unas bragas, dijo que cómodas, de dormir, encendió la tele y se tumbó en la cama, preguntándome si no me molestaba que la tuviera encendida quince o veinte minutos.

No me molestaba, por supuesto, así que la imité, me desnudé también igual que ella, y así tal cual me acosté, me gusta dormir sin nada, y ni nos tapamos con la manta porque hacía calor todavía en esa época del año, y la verdad es que se dormía mejor y más fresquita.

Entre la tele y la bebida me quede adormecida muy pronto, pero pude oír como llamaban a la puerta. Era una de las chicas, así que Mónica se levantó a abrir la puerta. Se oyó un pequeño alboroto y risas.

Venia acompañada de dos chicos con unas bolsas con botellas, que no rompieron de puro milagro cuando la vieron así, y la dijeron que estaba muy bien, añadiendo – y tu compañera también – entre silbidos y exclamaciones. Abrí un poco los ojos, me di cuenta de donde y, sobre todo, como estaba y traté de taparme un poco con la sábana por encima, pero cuanto más me movía, más quedaba a la vista, y solo esperé a ver si se iban pronto.

Habían comprado mucho licor, porque decían que en Francia e Italia era mucho más caro, y estaban repartiendo entre todos los del grupo, para que el equipaje estuviera equilibrado. Estaban en todo. Mónica, mientras tanto, se puso una camiseta, en la que apenas le cabían los pechos, sin sujetador. Nos miraron un pelín más y se fueron. Ya tenían algo para dormir más felices esa noche: un par de tetas como hay pocas y otra desnuda en la cama.

Yo solo había traído un camisón, cortito y ligero, por si acaso; no me gusta ponerme nada para dormir. Me tuve que apuntar otra cosa: ponerme por lo menos las bragas, para dormir.

El viaje del día siguiente parecía muy corto, para lo temprano que salíamos, pero es que antes de ir a un hotel de temporada de verano, a unos diez o doce kilómetros de Marsella, cerca de la costa, pasaríamos por Nimes y, si podíamos, por Aviñón, para visitar esas ciudades tan bellas. En esta ciudad comíamos, y luego bajábamos hacia la costa, ya directos al hotel donde pasaríamos esa noche.

El primer día fuimos todos muy puntuales, así que pudimos cumplir todo el programa. Los horarios y los puntos de encuentro los marcaba la chica de la agencia, simpática y eficaz, que parecía algo mayor que yo, que era la más vieja del grupo.

Hacía calor y en el interior se notaba más que en la costa, donde siempre afectaba algo la brisa del mar. Me arrepentí de haberme puesto el pantalón, que pensé sería más cómodo para subir y bajar del autobús, o para sentarnos, como hacían los chicos, en cualquier sitio. Mañana me pondría una de las faldas cortitas, que además me sientan bien, y lo único que tenía que hacer sería cuidar un poco mi postura al sentarme.

En el tiempo libre después de comer, me acerqué a un mercadillo que me pareció ver al pasar y compré algo de ropa más informal y unas braguitas pequeñitas, algo atrevidas pero muy bonitas. El dueño del puesto se empeñó en que me las probara, porque decía que luego no admitía cambios.

Yo no quería porque me sé mi talla de memoria, pero me convenció de que no son las mismas medidas en Francia y en España. Bueno, tenía tiempo de sobra, así que pasé detrás de una cortinilla en un rincón y me quité el pantalón.

Me probé las tres que me llevaba y, cuando ya me estaba poniendo la tercera, advertí que el tío estaba junto a uno de los pliegues de la cortina viendo todo, mientras yo me movía hacía el espejo para ver que tal me quedaban. Me volví de espaldas, molesta, pero hice como si no me hubiera dado cuenta. Lo malo al ponerme de espaldas era que si por delante apenas conseguían cubrir casi todo el pelillo, por detrás era una tira bastante fina, que era lo más parecido a ir sin nada.

Ya puestos, le di gusto y me di la vuelta de nuevo, para que apreciara bien todo mi conejillo, me atusé un poco el pelito, y me coloqué mis bragas de siempre con parsimonia y tapándome lentamente.

Salí con las tres tangas en la mano, para pagarle y me hizo una pequeña rebaja, por guapa, según me dijo, con su cara coloradota y un poco dura, por cierto.

Todavía había luz cuando llegamos al hotel. Estaba en la línea de playa; supongo que durante el verano estaría a tope, pero ahora, aunque hacia un tiempo esplendido, daba una impresión desangelada.

No había donde ir, estaba todo cerrado, así que tomamos unos bocadillos en el bar del hotel y cogiendo unas botellas nos fuimos a la playa. Al salir, el encargado de recepción nos advirtió que cerraría la puerta de la calle a las once. Ante nuestras protestas, nos ofreció, a partir de esa hora, una especie de almacén o vestuario que estaba vacío y una casete portátil. Debía de haberlo pactado así con la de la agencia, de esa manera no nos dejaba sin diversión, pero al día siguiente no tenía que estar recogiéndonos por toda la región.

Nos colocamos sentados en corrillos en la arena y empezamos a beber y a contar anécdotas de la universidad y de los profesores. Cuando hablaban de las juergas  de los viernes y las salidas de los fines de semana, me asombró lo desinhibidos que eran, sobre todo ellas, y como el sexo circulaba de manera frecuente en esas ocasiones.

Alguno mencionó la juerga aquella en el chalet de no sé quién, que por la noche se tiraron todos desnudos a la piscina, y enseguida empezaron a decir de repetirlo.

Antes de acabar de hablar ya estaban la mitad en bolas, tirándose al agua.

Algunas chicas dudaron un poco, otras hasta se quitaron las bragas, y al final me di cuenta de que estaba casi sola, de modo que coloqué toda mi ropa en un montoncito y me uní a ellos. Yo ya me había bañado desnuda en el mar aquel verano, y allí, en aquel momento parecía muy natural.

El agua estaba helada, pero supongo que con la bebida que llevábamos dentro no se notaba. Estuvimos salpicándonos y empujándonos, saltando para entrar en calor, pero hubimos de salir pronto.

Nos volvimos a sentar en corro, sin vestirnos; se intentó animar un poco aquello contando chistes o haciendo bromas, pero el agua nos había dejado helados y con el aire de la noche empezamos a tiritar, así que nos tuvimos que levantar, vestirnos y volver al hotel.

El recepcionista quedó encantado al vernos llegar a todos, así podía cerrar y acostarse antes; nos condujo al local, al vernos encogidos encendió la calefacción y se fue.

Nos sentamos en el suelo, como en la playa y pronto empezó a circular la bebida. Uno de los chicos, mirando a la que tenía enfrente le dijo que llevaba unas bragas muy bonitas y la respuesta de esta fue ponerse en pie, subirse la falda un poco y, en mitad del corro enseñárselas a todo el mundo, hizo un par de reverencias y se volvió a su sitio.

Antes de que pudiera sentarse, empezaron todos los chicos, gritando, a pedir un concurso de bragas. Las chicas se levantaron y se colocaron al lado de la pared.

Yo no sabía de qué iba eso, de modo que imité a las otras chicas. Nos levantamos y nos pusimos en fila en la pared de enfrente, de espaldas a ellos.

Las que llevaban pantalón se lo bajaron o quitaron y las que llevábamos falda, la subimos hasta la cintura. Después de un rato largo para que ellos  observaran bien, nos dimos la vuelta y esperamos su decisión.

Ellos parecía que se lo tomaban muy en serio, deliberaban, se acercaban un poco a mirar o hacían como que tocaban el tejido y luego se retiraron un poco, ponían rayas donde los nombres. Para mi sorpresa resulté ganadora.

No me extrañó porque la verdad es que llevaba unas preciosas, de fantasía y muy breves por delante y por detrás; no eran de las que se ven todos los días: de seda, blanquitas y con puntillas en los bordes. Vaya, que eran de marca, no como las que compré en el mercadillo esa mañana.

Organizaron mucho follón y aplausos, mirándome y diciendo – venga, a ver quién tiene la suerte, el premio y cosas parecidas. Y me miraban, esperando que actuase.

Me quedé quieta esperando y entonces se me acercó Mónica y me aclaró que el premio consistía en quitármelas y dárselas al chico que quisiera, que sería con el primero que bailaría esa noche.

No se me ocurrió otra cosa que darme la vuelta, bajarlas, enseñando todo el trasero y tirarlas hacia atrás, mirando luego a ver donde caían por si podía recuperarlas.

Pusieron música y empezamos a movernos de cualquier manera, si era caliente nos agarrábamos de las caderas o el culo, que yo llevaba casi al aire. Pronto empezaron a quitarse ropa y a sobar lo que podían y a las que se dejaban. Procuré no permitirles demasiado, pero no fueron pocos los que tocaron mi culo y alguno llegó hasta mis tetas.

Bueno, la verdad es que era una fiesta un poco atrevida, porque algunas estaban en bragas, y los chicos descamisados, pero tal vez la que mas enseñaba era yo, que en cuanto alguien me subía un pelín le falda, dejaba todo mi culito a la vista de todos.

Cuando sonó el despertador al día siguiente estaba destrozada, me levanté como pude, me duché y empecé a arreglarme y recoger las cosas en la maleta, yo siempre ponía el despertador una hora antes, para que me diera tiempo, y cuando faltaba media hora desperté a Mónica, que se levantó como una zombi, pero en el momento de bajar a desayunar estaba fresca y despierta: la edad.

La guía tuvo que llamar a unas cuantas habitaciones antes de estar todos, pero al fin, sin excesivo retraso, salimos del hotel para la siguiente etapa: Florencia.

Lo primero que vi al subir al autobús, igual que todos los demás, fueron mis braguitas, artísticamente colocadas sobre la cortinilla del conductor, en el parabrisas delantero. Creo que me puse colorada y, desde luego, ahí se quedaron durante todo el viaje. Cuando el conductor aparcó a la puerta del hotel de Florencia, conseguí salir la última y, otra vez colorada, ante las sonrisitas del conductor y la guía, recuperarlas y guardarlas en el bolso.

El hotel era bastante bueno, de una de esas cadenas  internacionales, así que le dije a Mónica que me dolía la cabeza y que se fuera sin mí. No quería dejarme sola, pero le insistí que mañana estaría nueva y que se fuera con los demás.

Bajé al restaurante y vi, sola en una mesa, a la guía, que al verme entrar me saludó con la mano, así que me senté a cenar con ella. Me contó un poco de su vida, que le gustaba viajar, se llevaba bien con los chicos, aunque al principio le costó; aprendió a manejarlos sin apretar demasiado y ahí estaba. Yo también le conté algo de mí, muy por encima, porque enseguida quiso conocer el episodio de mis bragas.

Le hizo mucha gracia, agregando que los chicos eran capaces de idear cualquier cosa para ver el culo a una chica. Y algo más, pensé yo, pero no quise contarle que ya nos habíamos desnudado casi todas un rato antes en la playa.

Ya en la habitación vi, en la información del hotel, que tenia sauna; perfecto, me dije. Me puse una camiseta por encima, pregunté en recepción y me fui para allá. Estaba vacía, mejor, porque no había traído nada debajo y no quería ponerme la toalla.

Colgué la camisa, entré y me tendí en un banco a relajarme. Debía llevar quince o veinte minutos cuando se abre la puerta, giro un poco la cabeza para ver quién era, por si tenía que cubrirme, y veo a la guía, también desnuda y con una toalla en la cintura. Al ver que solo estaba yo, se la quitó, la puso en el banco y se sentó a mi lado.

Estuvimos así un buen rato las dos, sin hablar, solo relajándonos, hasta que di por terminada la sesión y salí a ducharme allí mismo, y de esta manera no tener que hacerlo en la habitación antes de acostarme y dejar el baño libre para Mónica. Ella salió también, para hacer lo mismo, aunque me pareció que era un poco para exhibirse delante de mí, o para mostrarse desnuda, y la verdad es que estaba muy bien, era guapa y tenía un cuerpo perfecto.

Aunque no me gusta dormir con nada puesto, por si acaso se repetían las visitas me puse unas braguitas, preparé mi ropa para el día siguiente y me eché a dormir. No sé la hora que sería, no oí abrir la puerta, pero entreví la luz que encendió Mónica al entrar.

Se acercó a mí y me puso la mano en la frente, preguntándome si me encontraba mejor. Abrí los ojos y vi a su lado a un chico, que se acercó también. Menos mal que me puse las bragas, porque las sabanas estaban ya a los pies de la cama. Me puse un brazo sobre los pechos y noté que estaba sudando. Mónica me acariciaba la cara y el chico colocó la mano en mi pierna y empezó a acariciarme los muslos.

  • estas sudando…

  • no, estoy bien; se me olvido bajar la calefacción. Has vuelto muy pronto

  • sí, nos fuimos separando, no hay mucha juerga así que decidí venir y acostarme y David me acompañó para que no viniera sola.

Me contó qué habían estado haciendo casi hasta la noche: principalmente buscar una sala para hacer una fiesta el día siguiente. Alguna gente no pensaba ir, los novios y algún otro que no le gustaba la idea.

El tal David seguía dale que dale a mis muslos. Cuando me preguntó si tenía intención de asistir, le dije que si ella iba, yo también, pero quise saber cómo es que había gente que no asistiría, si siempre iban juntos a todo.

  • es que al final se suele poner algo atrevidilla.

  • ¿Cuánto de atrevidilla?

  • pues mas o menos como la otra noche, pero al ser un lugar reservado, con música bien y tal, pues a veces se desmadra un poco. Los que se apuntan y no les gusta cuando están allí, pues se van y ya está, como ya han pagado no importa.

  • hombre, el otro día se pasaron algo, pero no me pareció que ninguno se excediera demasiado.

  • pues lo normal es que se pasen bastante más.

Perdí el hilo de lo que me estaba contando; dejé de prestarle atención cuando sentí que las manos del dichoso David, después de bajarme un poco las braguitas y llevar un buen rato tocando el pelillo de mi sexo, había conseguido acertar con mi punto débil y con sus dedos me estaba frotando el clítoris y mi mente se iba quedando poco a poco en blanco, atenta solo a al placer que estaba recibiendo.

Con la mirada extraviada, mi cuerpo entregado, recibiendo placer de sus dedos, pegué un respingo, me agité con un suspiro entrecortado y volví los ojos hacia el techo.

Mónica miró hacia abajo, le dio un manotazo en el brazo y me tapó con la sabana. Apagó la luz y se sentaron los dos en su cama, les oía moverse de vez en cuando, y al rato salió él de la habitación. Me había dejado casi al punto del orgasmo, pero no me atreví a acabar yo sola con ellos allí delante

El autobús nos dejó por la mañana en la zona de turismo y recorrimos andando la ciudad. La guía nos explicaba las cosas bastante bien y el grupo prestaba atención y no se desparramó demasiado. La verdad es que no nos portamos mal. Nos dejó un par de horas libres para ir a comer a nuestro aire y por la tarde continuamos un rato más hasta la hora de regresar al hotel.

Mientras descansábamos un rato tumbadas en la cama, Mónica me informa que la fiesta sería al día siguiente, no habían encontrado sitio para hoy, dijo que iba a dormir un par de horas antes de salir y yo me vestí con la camiseta y volví a bajar a la sauna un rato.

Al igual que ayer, no había nadie, así que me quedé desnuda en el banco y cerré los ojos. Salí a remojarme un par de veces para volver algo más fresquita y aguantar más y cuando vuelvo de nuevo alguien había entrado.

Dos hombres estaban en los bancos y suponiendo que la toalla era de otro hombre o que ya me iba, estaban también desnudos. No tenia solución, ya estaba dentro cuando los vi, de modo que cerré la puerta y me senté, doblando una de las piernas para disimular un poco.

Era inútil, con los bancos en ángulo recto, o me tapaba o no había manera de colocarme de forma un poco discreta, así que no le di más vueltas y continué como si no hubiera nadie.

Empezaron a sudar enseguida y aunque yo me di un par de vueltas ellos no se movieron para no perder de vista las panorámicas que les estaba ofreciendo.

Se fueron a la media hora más o menos. Primero se fue uno a duchar y el otro, antes de salir, se sentó a mi lado y me invitó a una copa a la noche, o algo parecido entendí yo, porque en italiano no estaba muy segura. Afirmé con la cabeza y cuando estuve segura que ya se habían marchado salí y regresé a la habitación.

Mónica ya se había ido y yo me duché, me vestí con una falda cortita, como vaquera y una camisita de verano, de tirantes y muy escotada, y bajé a ver si encontraba a alguien para unirme a ellos.

Recorrí el hall y el restaurante, pero ya no había nadie. Entré en el bar por si acaso, aunque estaba segura que no estarían allí, como así era, y cuando me di la vuelta para salir casi me doy de narices con la guía, que entraba en ese momento. Lo peor es que no venia sola, llevaba del brazo a los dos hombres de la sauna.

Me los presentó como dos guías italianos, amigos suyos, que estaban acompañando a otro grupo extranjero y se alojaban en el hotel. No me quedó más remedio que aceptar su invitación y sentarme con ellos un rato.

Hablaban bastante conmigo y a la guía le debió parecer extraña alguna observación que ellos hicieron y nos preguntó si nos habíamos visto antes.

Ellos exclamaron – certo, molto bene – y mientras yo me ponía colorada, ellos con gestos y señalando con las manos cada parte de mi cuerpo, iban describiéndolo con todo detalle, de una forma que en italiano no sonaba tan obscena como si lo hubieran expresado en español, pero que la confundió por sus detalles y a mí me sonrojó de los pies a la cabeza.

Que si el pecho redondito con una aureola breve y oscura y dentro un pezón mínimo, casi invisible; que si el pelo recortadito, de color claro y que dejaba ver mi vulva hinchada, y la rajita cerrada, pero reluciente; el cuerpo moreno y pequeñito, manejable y con curvas suaves y sensuales.

No sabía dónde meterme. Estaba claro que en la sauna no solo  no habían perdido detalle sino que casi lo habían fotografiado en su cabeza.

Para más confusión mía, como esa noche pensaba salir con los chicos me encontraba vestida muy informal, demasiado, tenía la mini tapando lo justo en el borde del asiento y mis piernas totalmente a la vista, casi enseñando las bragas.

Le describieron mi sexo, mis pechos, con tanto pormenor que entendí que habían aprovechado bien la media hora que pasaron frente a mí.

Para despejar el asombro de la guía, le contaron que habíamos coincidido en la sauna y a mí me pidieron disculpas, afirmando que no serían italianos si no fueran capaces de apreciar la belleza y retenerla en su mente, como las maravillas de la hermosa ciudad que cada día enseñaban a los turistas.

El caso es que al final no me pude ofender, me desarmaron con su verborrea y no sé si era desfachatez o simpatía. El idioma italiano me desconcierta.

Fuimos a continuación a un saloncito donde se bailaba y estuvimos un rato moviéndonos, los cuatro juntos, hasta que me pareció que ellos tenían un plan ya los tres y estaban dándole vueltas para incluirme a mí en él. Yo estaba segura que los tres se lo montaban de alguna manera cada vez que coincidían en sus rutas y ese día vieron la oportunidad de introducir a otra en su fiesta, así que sin darles la oportunidad de que me lo propusieran, me despedí rápidamente y salí de allí.

Volví a dar otra vuelta por recepción, pero no esperaba ya encontrar a ninguno de la pandilla, de modo que me subí a la habitación a acostar.

Mañana sería otro día.