Un verano caliente - 7

Continuación de la historia con el chico que me acompañó esos días y en la playa y en la cama.

CANARIAS - 2

Me levanté y antes de dirigirme al baño llamé para encargar que subieran el desayuno, luego me duché y regresé al dormitorio. Al salir, él seguía en la misma postura y miraba mi cuerpo desnudo, todavía brillante por gotitas de agua sin secar. Le dejé que siguiera mirando, mientras me arreglaba el pelo de espaldas a él.

De pronto llamaron a la puerta, avisando del desayuno. Me había olvidado, absorta en mis pensamientos. Nos levantamos rápidamente, él se metió corriendo en el baño, escondiéndose y yo buscaba algo que ponerme para poder abrir. Con la toalla sujeta con una mano por delante, que solo me tapaba del pecho hacia abajo, y dejaba una teta al aire, acudí casi corriendo a abrir, después de que golpease la puerta por segunda vez.

El camarero debía estar acostumbrado a estas situaciones, aunque con todo descaro me dio un buen repaso con la vista. Entró con el carrito y colocó la vajilla y cubertería con parsimonia en la mesita. Puso las jarras y la bollería en su lugar, aunque yo creo que estaba alargando aposta toda la maniobra. No creo que fuera habitualmente tan meticuloso.

Le firmé el papel y le acompañé a la puerta, para poner el cartel de no molestar, y ahí, fuera, se quedó mirando hasta que cerré.

Desayunamos en la mesita. Él se había duchado y también afeitado, con una hojilla de las que ponen los hoteles en la cesta de los baños y se había echado de mi colonia. Estaba otra vez fresco y tan hambriento como yo, así que el desayuno no duró mucho. Apenas hablamos en ese rato, el no se atrevía a pedirme lo que quería y yo seguía sin estar muy segura de si lo quería.

Sentados a la mesa me cogió la mano y me la acariciaba suavemente. Esos detalles me pierden. Me levanté, soltándome de él y me dirigí a la cama.

Nos tumbamos en el lecho revuelto y aun caliente y jugamos de nuevo a tocarnos el uno al otro, hasta que nos juntamos con ansia en un abrazo, buscando un contacto mas intenso y escuchando nuestra respiración agitada al juntar nuestras caras. Se puso encima y me fue montando cuidadosamente, sin brusquedades como antes, ni buscando nuevas posturas.

Había aprendido muy rápido cual era mi ritmo y enseguida me llevó al orgasmo. Me hubiera provocado alguno mas, porque él seguía con el pene en forma, pero no estaba acostumbrada a hacerlo tres veces en menos de medio día y tenía las paredes de mi vagina tan sensibles que el roce de su sexo se transmitía por mis terminaciones nerviosas a través de todo mi cuerpo, con una sensación demasiado fuerte.

Sujeté sus caderas y apreté las paredes vaginales alrededor de su pene, empujando con cortos movimientos hasta que él consiguió también su orgasmo.

No pudo moverse hasta que se salió sola, porque cada vez que lo sentía rozarme pegaba un bote. El se reía preocupado, pero satisfecho de su habilidad recién adquirida.

Nos duchamos de nuevo, y él me comentó que había pedido el coche a un amigo y me iba a llevar a las playas del sur, para que conociera aquello.

  • ¿pero allí no son playas nudistas?

  • hay nudistas y no nudistas. Yo pensaba llevarte a una para que vieras si te gustaba hacerlo, pero allí la gente se pone como quiere, nadie obliga.

  • pues entonces de acuerdo, te acompaño.

Metí en una bolsa una muda para después al volver, el bikini ya puesto y un vestidito ligero, y nos fuimos para allá.

La playa era inmensa y nos desnudamos nada mas llegar, extendimos la toalla, y a tomar el sol. Creo que él pensaba que no me iba a atrever, pero yo ya tenía experiencia y no demasiada vergüenza, y desde luego, ningún apuro en enseñar mis encantos en público.

Era una gozada tumbarse en la orilla y sentir como el agua te iba envolviendo en cada ola. Disfrutamos toda la mañana desnudos, atentos solo a nuestros cuerpos, a admirarnos el uno al otro, hasta que se llegó la hora de comer.

Comimos en un chiringuito de la playa, y le pedí que volviésemos al norte, a última hora llegaba mi marido y quería estar más arreglada para él. Vi la pena en sus ojos, pero ya le advertí que este día era el último, y resignado subió al coche y me llevó hasta el hotel.

  • Tú crees…

  • ¿qué?

  • ¿que nos daría tiempo para una despedida un poco mas… bueno eso?

  • no, por hoy ya se ha acabado. Puedes subir si quieres, todavía tengo tiempo suficiente, pero no haremos nada.

  • un poquito solo… anda…

  • no, haz el favor. Además si no me prometes portarte bien no te dejaré subir.

Bueno, pues lo prometió y subimos a la habitación, le dije que tomase lo que quisiera del mini bar y que se pusiese cómodo, que empezaba el espectáculo.

Hice todo como si no estuviese él mirando, me desnudé colocando la ropa encima de la cama, me metí al baño y abrí el agua de la ducha. Me di cuenta que le había dejado sin espectáculo y abrí la puerta, para que no se quejase.

Bueno, yo soy muy meticulosa para arreglarme cuando quiero estar bien, y este era el caso, de modo que pudo ver perfectamente como secaba bien con la toalla, luego el pelo todavía desnuda, peinarme bien y pintarme un poco.

Regresé al dormitorio, y empecé a buscar en el armario qué ponerme, ante su atenta mirada. Me estaba colocando las bragas cuando me pidió que le dejase tocarme una vez mas, solo un poquito antes de que me vistiese.

Bueno, no me pareció excesivo y le ordené que cuando yo dijese basta, se retiraría sin decir nada, y así ocurrió: sus manos recorrieron una vez mas mi cuerpo, mi pecho, se agachó para oler mi pubis todavía húmedo, y así, de rodillas, le dije que ya valía y que no siguiera. No quería calentarme con sus caricias, y empezar con el sexo otra vez.

Ahora sí me coloqué las bragas, un top cortito, sin sujetador, y le di la espalda para agarrar toda la ropa que había dejado tirada por ahí para meterla en el armario, le ofrecí las bragas que había llevado en la mañana, para que tuviese un recuerdo de nuestra aventura, y luego le pedí que se fuera, prometiéndole que si regresaba algún día, le buscaría en el mismo sitio de la playa.

Me daba la impresión  de que a él le significaba algo más que la simple aventura que había sido, pero no quería hacerle daño y era preferible cortar y olvidar, así que le dejé ir, y seguí arreglándome para esperar a mi marido abajo.

Cuando me senté en un banco frente a la puerta del hotel, hasta que llegó mi marido en un taxi, había recuperado mi papel de mujer casada y feliz, sin más idea que mi marido y mi hijo, pero sin renunciar al placer que sentí con esa aventura.

Estaba deseando hacerme el amor, pero esperó hasta después de cenar, y tras un paseo rápido subimos a la habitación. Me encantaba sentir sus manos de nuevo, su deseo y nos recuperamos, sobre todo él, de la separación de estos días.

Me levanté y pedí el desayuno a la habitación, paseando luego desnuda delante de él mientras me dirigía al  baño para que apreciara mi bronceado de playa. Cuando me vi de cuerpo entero en el espejo del baño me pareció que me quedaba muy bien, que tenía todavía una figura esplendida y que estaba francamente buena vestida, o desvestida, con ese bikini tan atrevido.

Me senté a su lado y me agarró por la cintura acercándome a él para darme un beso en el pubis, metiendo su cara entre mi pelito recortado. Mi piel olía a jabón y a limpia después de la ducha.

En ese momento llamaron a la puerta, otra vez me había olvidado del camarero, así que recurrí de nuevo a la toalla mojada y medio arrugada con la que me había secado momentos antes. Me la sujeté con las dos manos por delante dejando la espalda al aire, y, ante la mirada asombrada de mi marido desde la cama, abrí al mismo camarero del día anterior, para lo que tuve que soltar una mano y ahí quedó medio cuerpo fuera.

Me tapé de nuevo mientras depositaba parsimoniosamente las bandejas con la misma mirada impasible y descarada, que no separó de mi cuerpo en ningún momento.

Cuando me presentó para firmar la nota, hube de soltar de nuevo un pico de la toalla, con la exhibición inmediata de la teta derecha y de ahí hacia abajo todo quedó ante su vista. Según la retiraba aun le dio tiempo para rozarme el pecho descubierto con la mano mientras le devolvía el bolígrafo, y con un – que aproveche – se fue.

Mi marido observó toda la escena divertido y asombrado por mi atrevimiento.

  • te has vuelto una descarada

  • siempre lo he sido y hoy vas a alquilar un coche y me vas a llevar a una playa nudista del sur, me quiero quedar en bolas para aprovechar estos dos últimos días.

  • pues ahora mismo lo hacemos, espera que preparo la máquina de fotos.

Tiré de él para que se levantara a desayunar, y después cumplimos el plan previsto. En realidad lo que quería era alejarle de la zona de playa que había frecuentado los días anteriores y la mejor manera para que no me discutiera ni preguntara era presentarle un aliciente lo suficientemente atractivo.

Para más comodidad nos mudamos a un hotel del sur y estuvimos allí el día y medio que quedaba, todo el tiempo en la playa, hasta el día siguiente a media tarde que nos fuimos al aeropuerto.

En el avión de regreso pensé que este verano había cargado las pilas para lo que quedaba de año; había salido todo casi como si lo hubiera programado.