Un verano caliente - 6

Un viaje inesperado a las islas y otra aventura excitante con un chico que me gustó.

CANARIAS

Acabábamos de regresar de las vacaciones cuando mi marido me anuncia que el lunes se va de viaje toda la semana, pero que ha pensado que podíamos dejar al niño con mis padres, el viernes por la noche cogíamos el avión a Las Palmas, él seguía su viaje el lunes y regresaba a otro viernes.

Me pareció perfecto, así que preparé dos maletas enseguida y el viernes noche dormíamos en un confortable hotel pegado a la playa de Las Canteras. Nos encanta esta ciudad, así que pasamos dos días estupendos. El lunes, cuando me desperté ya no estaba. Se había levantado sin hacer ruido para no molestarme y ya debía estar en el avión.

Ya sola, la ciudad no me pareció igual, así que planeé mis días allí para hacer tiempo hasta el viernes: piscina o playa todo el día, comer algo allí mismo, y por la noche pasear un poco por el centro y cenar en una cafetería o bar que estaba cerca y a dormir.

Así lo hice el primer día, lucía un sol esplendido y la temperatura era perfecta, como siempre en las islas; me puse mi bikini y estuve toda la mañana en la piscina del hotel. Había poca gente, mayores casi todos, y mucha tranquilidad. Después de comer volví a la piscina. Las mismas caras de por la mañana, solo faltaba empezar a saludarnos así que decidí cruzar el paseo y ver que tal estaba la playa, habría mas vida seguro.

Mucha gente joven, juegos, y el aire del mar. Era perfecto y aguanté toda la tarde hasta que me empezó a entrar hambre. Cuando regresé después de tomar algo por ahí, la entrada al hotel estaba animadísima, gente entrando y saliendo por un lateral que yo no había visto y que resultó ser una discoteca.

Una barra espaciosa, mesas bajitas y una pista para bailar en el centro. Como no tenía sueño, me senté a la barra y pedí un combinado.

No tardó mucho en acercarse un chico con ganas de ligar, pero no le hice caso y se fue. Al rato se acercó otro y me pregunta

  • ¿estás de vacaciones?

  • si

  • pues estas muy morena

  • si

  • ¿Cuándo te vas?

  • el viernes

  • ¿bajas a la playa?

  • no, prefiero la piscina del hotel

  • lastima, yo no puedo entrar

  • bueno…

  • mañana me acercaré por esta zona a ver si te veo

  • está bien

Lógicamente, con esta conversación no tardó mucho en largarse. Acabé mi consumición, pagué y me fui a dormir.

Por la mañana, después de desayunar, me puse el bikini, una camiseta encima y bajé a la piscina. Me dio pereza ver las mismas caras del día anterior, y al ver desde la terraza que la playa no estaba demasiado concurrida, me lo pensé mejor, crucé la calle, me descalcé y busqué donde instalarme.

Había sitio de sobra, pero no me gusta ponerme cerca de esos grupos ruidosos, que se ponen a jugar a lo que sea sin importarles si molestan y te ponen perdida de arena, o te dan un balonazo. Encontré una zona donde solo había unas parejas y varios matrimonios mayores, extendí la toalla y me tumbé.

Una de las ventajas de la playa es que te puedes quitar la parte de arriba del bikini sin que te miren los mismos con los que desayunas y comes todos los días, así que fue lo primero que hice nada mas llegar. Cuando me empecé a quemar, me di la vuelta y ahí estaba él, tumbado a mi lado y observando mis tetas a un palmo de distancia.

  • hola – me dice – veo que al fin te has animado.

  • sí, la piscina estaba muy llena

  • la playa es más divertida, se ve gente de todas clases, incluso a veces cosas muy buenas.

Al ver su mirada en mis pechos adiviné a que se refería. Hoy me parecía más agradable que ayer, menos ligón de disco. Me contó que estudiaba en la universidad y que estaba aprovechando los últimos días antes de empezar las clases. Yo le dije que también estudiaba y a partir de ahí se fue animando la conversación.

Me agradó como miraba mis pechos, entre tímido y curioso. Era también evidente que yo era bastante mayor que él, pero me trataba con la naturalidad de dos compañeros de clase. En una palabra, era agradable y su conversación me hacia compañía.

Cuando me levanté a mediodía, no le di tiempo a nada, solo le dije adiós y se quedó mirando como me alejaba. Bajé de nuevo después de comer y al descalzarme le vi de nuevo, haciéndome señas, así que no me quedó más remedio que ir donde él estaba.

Como no pensé que me lo fuera a encontrar otra vez, me había puesto un bikini muy pequeño, que por detrás era una banda estrecha, no era tanga pero casi, porque dejaba al aire los dos globitos de mi culo, que gracias a dios estaba bien morenito de todo el verano tomando el sol en bolas.

Me tumbé sobre la toalla, me saqué la camisa, y tumbándome a su lado seguimos hablando de mil cosas, aunque me pareció que miraba con más frecuencia de lo normal mi culito sobresaliente, eso sí, disimulando como si no se fijara en lo que miraba. Contábamos anécdotas de la universidad y de la diferencia de estudiar en la península y de hacerlo en las islas. Al acabar el día éramos bastante amigos y yo me encontraba a gusto en su compañía.

Cuando recogíamos para ir a cenar y enterarse de que cenaría sola, me dice que eso no podía ser y que me invitaba esa noche, no podía abandonarme ahora, después de que ya éramos amigos. Le conté mi costumbre de cenar en cualquier sitio y se alegró, porque pensó que así no le saldría demasiado cara su cortesía y además no tendría que ponerse excesivamente elegante.

Le pregunté a qué hora le parecía, para darle tiempo a ir a su casa a cambiarse o ducharse, pero dijo que se lavaba en las duchas de la misma playa y que en la bolsa tenia ropa informal para ponerse. Solo me quedó advertirle que yo soy bastante lenta para arreglarme y que no tuviera ningún compromiso si decidía ir mejor con sus amigos.

Me esperó un buen rato el hombre, sentado en un banco del paseo, mientras me arreglaba lo más rápido que pude. La verdad es que no me apetecía cenar sola y me dio una gran alegría verle allí, aguardando mi vuelta.

Llegué a su lado, se levantó y me dijo que estaba guapísima. Tomamos algo en un bar cercano y después me acompañó hasta el hotel. Me dejé coger de la mano mientras regresamos, él me hablaba y yo estaba feliz de haber aceptado. Nos sentamos un rato en un banco, delante del hotel, a disfrutar de la noche, hasta que se hizo tarde. Cuando me levanté para irme a descansar, se despidió, cogiéndome las manos, y se quedó allí hasta que crucé la entrada.

Me volví a alegrar cuando bajé a la mañana siguiente. Allí estaba, en la parte de playa de siempre, esperando; se levantó para ayudarme a extender la toalla y yo me acerqué a él para darle un beso, como de antiguos colegas. Era muy natural en su trato conmigo y en realidad solo le vi un poco turbado y mirando con atención cuando me di la crema bronceadora antes de tumbarme.

Me había extendido la crema por las piernas y todo fue normal, pero cuando me di en el pecho y realicé el gesto habitual de pasarme la mano y repartir por mis senos, bien morenitos por cierto, haciendo círculos y levantando las dos tetitas para que entrase por abajo, se puso un poco colorado cuando vio que mi vista se cruzó con la suya y retiró un poco la mirada, fija hasta entonces en toda la operación.

Me gusta mi cuerpo y no me importa que la gente me mire, pero notar ese gesto de éxtasis en los ojos de un joven, era enormemente gratificante. No creo ser la única mujer que se siente halagada al advertir las miradas de los hombres admirando su belleza.

Al caer la tarde y levantarnos me dijo que me esperaba para cenar juntos otra vez y se sentó en el banco.

Me dio pena dejarle allí tanto tiempo, porque yo tardo mucho en arreglarme, así que le ofrecí que subiera conmigo y así por lo menos se sentaba en un sillón cómodo y vería la tele mientras yo acababa.

Aceptó, por supuesto; él se metió en el baño primero, mientras yo llamaba para ver si tenía algún mensaje y buscaba en el armario la ropa para ponerme. Entré a continuación, cerré la puerta, me duché y frente al espejo, mientras me ponía un pelín de maquillaje, me percaté de que no había entrado la ropa que debía vestir, la había colocado meticulosamente sobre la cama, y tenía que entrar a la habitación así como estaba.

Bueno, me enrolle cuidadosamente en la toalla para salir y dándole la espalda la deje sobre la cama sin atreverme a mirarle, aunque estaba segura que no iba a perder detalle. No abrió la boca pero su cara expresaba mucho mejor que cualquier palabra sus pensamientos.

Me vestí nerviosamente las bragas, deslizándolas entre mis muslos, se enrollaron con los nervios y me las coloqué como pude. Suelo ir normalmente sin sujetador pero además no quería darme la vuelta a buscar uno en el armario, así que me puse una camisita de tirantes, de seda muy fina, y por ultimo una faldita corta y con un poco de vuelo.

Me calcé las sandalias, revisé mi figura un poco delante del espejo y me dirigí a la puerta. Se levantó corriendo a abrirme y nada mas salir al pasillo me agarró de la mano y no la soltó hasta que nos sentamos en el restaurante.

Al terminar de cenar regresamos al hotel, cogidos de la mano también, se despidió en la puerta como el día anterior, cogiéndome las dos manos y me dio las gracias. Yo, sin soltar sus manos, me acerqué a su cara y le di un beso en la mejilla, añadiendo que era yo quien le agradecía haber pasado un día tan a gusto en su compañía. Volvió a quedarse quieto, mirándome, hasta que crucé el umbral de recepción.

No hizo falta citarnos para el día siguiente, estaba segura que no faltaría y efectivamente, allí estaba, sentado en el banco hasta que me vio. Le di un beso en la cara y bajamos a la playa, cogidos de la mano como colegas.

Le conté mis planes de ese día, que eran ir a hacer algunas compras después de comer y si acababa pronto, volver a la playa otro rato, hasta la noche. Me dijo que me acompañaría, conocía algunas tiendas baratas y si compraba mucho me ayudaría con los bultos. No quería fastidiarle la tarde pero replicó que él solo en la playa se aburriría y prefería venir conmigo. Me pareció bien.

Como no pensaba subir al hotel para comer, ya venía preparada para cambiarme en la playa. Solo tenía que ponerme la ropa encima del bikini y estaba lista. El problema fue, que al ducharme, por mas que me sequé lo mejor que pude, la braga del bañador seguía húmeda y no podía ir con toda esa incomodidad y pasar toda la tarde así.

Me senté entonces en la toalla y me quite el bikini procurando enseñar lo menos posible, me puse una braguita que siempre llevo en el bolso por si acaso y ya me pude levantar para acabar de vestirme, mientras el solo tenía que ponerse la camiseta y estaba listo.

Siempre compro alguna cosilla que, aunque no sean de calidad, son baratas y bonitas y diferentes de lo que se ve en la península. Siempre encuentras algo que te gusta, y además cuando sales de viaje hay que llevar algún recuerdo para alguien.

Fui un poco mala y me probaba delante de él la ropa, por eso de darle una alegría. Lo típico en los probadores de esas tiendas minúsculas, en los que correr la cortina es casi imposible, pero que yo dejaba abierta a propósito.

De todas maneras él se portó bastante bien, mas caballeroso de lo que yo esperaba, y solo miraba cuando no le quedaba mas remedio o cuando yo le pedía su opinión.

Bueno, después de pasarme todo el día casi desnuda en la playa, tampoco era nada del otro mundo, aunque por su mirada, me pareció que no lo consideraba igual precisamente.

Tomamos algo antes de regresar al hotel, dando por terminadas las compras, cogió todas las bolsas y me las llevó hasta la habitación. Me quité el short y las zapatillas y saqué las compras para verlo con mas detalle que en la tienda, diciéndole que yo prefería descansar un poco y luego ir a cenar, ofreciéndole la opción de quedarse o irse, y volver luego a buscarme.

En contra de lo que yo deseaba, decidió quedarse y se sentó en el sillón, mirando el televisor y a mí, recogiendo todo. Hubiera preferido que se hubiera ido, (pero ya no se lo iba a decir), porque mi idea era dormir un par de horas y descansar del ajetreo del día. No obstante le pregunté si no le importaba que me echase un ratito, así que me tumbé como estaba y me relajé intentando no dormirme del todo.

Soñé mil cosas, en mi marido, en los días pasados y fascinantes con otros hombres, en el sexo, y cuando abrí los ojos y le descubrí allí sentado a los pies de la cama, mirándome casi embelesado, sentí un impulso repentino, me senté en la cama, me deshice de la camiseta y solo con las bragas, me eché a un lado extendí la mano, haciendo un gesto para que se acercara a mí. Se descalzó y se sentó a mi lado, dejándose luego caer, como cuando estábamos tumbados en la playa y continuó mirándome, ahora sin trabas.

Tomé entonces su mano, la coloqué en mi cadera y le dejé que fuera intuyendo lo que debía hacer. Comenzó a explorar mi cuerpo y pronto su instinto y su deseo le enseñaron lo mas importante y por donde debía tocar para disfrutar ambos. Le permití hacer a su aire, estirándome en la cama sin moverme. Me encontraba a gusto y necesitaba que me tocase. No sentía ganas de sexo, solo estaba un poco excitada por el sueño, pero dos días sola en esa ciudad, sin mi marido, me habían producido una necesidad de compañía y cariño que ese chico me estaban proporcionando.

Me cogía el pecho, abarcándolo con toda la mano y apretaba el pezón, que enseguida respondía al estimulo; jugaba con el pelo del sexo, apartando la braga y lo abría con sus dedos para ver mejor mi interior. Se me ocurrió que estaba descubriendo por primera vez el cuerpo de una mujer, y yo estaba siendo la afortunada de enseñárselo.

En realidad era una sensación curiosa, sentirse tocada, explorada, no había pasión, por lo menos en mí. Me intrigaba verle, sin saber que pensaba de mi cuerpo, o donde iba a extender su mano a continuación. Cuando hacías el amor sabías que pasaría, donde tu amante te acariciaría para darte mas placer. Esto era diferente, nuevo y de pronto descubrí que también estaba empezando a ser muy erótico en su sencillez.

Cuando percibí  su sexo erecto contra mi pierna, paré; le dije que se tranquilizara, yo tenía que pensar, deseaba estar segura, no dejarme llevar solo por mi placer. Lo entendió y permanecimos un rato juntos, hasta que nos relajamos.

Le propuse bajar a la piscina del hotel, ya era un poco tarde para ir a la playa y no deseaba llenarme de arena otra vez. Estuvimos un rato en las hamacas y aproveché para ordenar un poco las ideas. Al caer la tarde nos tomamos unas raciones en el bar, y allí, sentados, se me quedó mirando. Entonces le tomé de la mano y solamente le dije -vamos-.

Ya en la habitación, mientras yo me lavaba un poco, él llamó a su casa. No me quité las bragas; aunque sabía lo que iba a suceder, me parecía demasiado directo.

El tampoco se quitó los calzoncillos, se situó a mi lado en la cama y continuó, como si no lo hubiera dejado, su labor de reconocimiento de mi cuerpo, provocándome una lenta pero imparable excitación; me sentía bien húmeda, dispuesta ya.

Nos acabamos de desnudar entonces y se quedó quieto, tumbado, esperando mi siguiente reacción. Me incorporé y poniéndome de rodillas a los lados de su cuerpo, tomé su pene y lo fui dirigiendo hacia mi cuevita que ya estaba esperándole.

Le vi expectante, nervioso. La punta de su pene me acariciaba los bordes internos de los labios, y me coloqué para que coincidiera en mi clítoris que sentía hinchado y sobresaliente. Lo moví un poco con mis manos, frotándolo contra mí, para estimular mis sentidos y acrecentar mi deseo.

Me fui sentando encima de él, apoyándome en su pecho con mis manos hasta que entró por completo. El seguía sin moverse y entonces yo me incorporé ligeramente, sacándolo un poco, pegó un respingo y yo volví a bajar, volví a subir y esperé, quieta.

No me atrevía a seguir, lo notaba cada vez más. Mi cara se contrajo de pronto y empecé a temblar con sacudidas ligeras que se transmitían desde mi vagina a su miembro, que cada vez crecía más y me llegaba más hondo.

Me agarró por las caderas y pronto su instinto le guió sobre lo que debería hacer. Enseguida nos movíamos los dos al unísono, ya cogido el ritmo y yo me pude agachar un poco y apoyar las manos al lado de su cara, para estar más cerca.

Puso las suyas sobre mis pechos, agarrándolos con fuerza y sujetando los pezones con sus dedos. Noté que estaba a punto, doblé los codos y me apoyé en su cuerpo, apretándome contra él mas.

Me agarró del culo más fuerte con sus manos y llegamos al orgasmo, que yo empecé a sentir justo cuando comenzó a derramarse en mi interior. El no me soltó, su pene seguía grande  y se agitaba en espasmos, se movía todavía arriba y abajo, despacio como si estuviese desacelerando, y entonces sentí otro orgasmo, y otro.

Hasta que no se quedó quieto y dejó caer sus manos, estuve sintiendo en todo mi cuerpo los mismos chispazos que en el interior de mi vagina. Caí desmadejada sobre él, con la cabeza libre de ideas y mi cuerpo flotando. Me pareció que me hablaba, pero podía ser solo su respiración.

Coloqué mi mano sobre su boca y sin fuerzas para ningún gesto mas quedé dormida en el acto, con su pene todavía dentro y mi cabeza reposando en su pecho.

El sol ya iluminaba bastante cuando me desperté y le sentí pegado a mi espalda, una mano sobre mis tetas y la otra en la cadera.

Su pene estaba en acción de nuevo, intentando meterlo entre mis piernas por detrás. Separé un poco los muslos para ayudarle, pero no acertaba. Instintivamente bajé mi mano para guiarle de nuevo, y lo coloqué a la entrada. Me agarró entonces con las dos manos por las caderas y encogida en cuatro tal y como me encontraba, comenzó de nuevo a darme placer con un rápido movimiento dentro de mí.

No paraba, sujetándome fuertemente de la cadera para que no me escapase, aceleró su movimiento. Debía de llevar mucho tiempo excitado, esperando a que me despertase, porque se corrió enseguida, apenas lo sentí. Todavía estaba medio dormida y fue muy rápido.

Cuando me soltó y se echó a mi lado se dio cuenta y me pidió que le dejase intentarlo otra vez. No le dejé, le pedí que se acostara a mi lado un rato más y me diese tiempo a despertar. Era preferible descansar algo y yo quería despejarme un poco primero, después ya veríamos.

Estuvimos tumbados hasta que me empezó a entrar hambre y durante ese tiempo no se movió de mi lado ni intentó más caricias ni acercamientos. Estaba claro que él quería hacerlo otra vez, pero yo no estaba muy segura.

Siempre me pasa cuando he hecho algo indebido, que mi reacción inmediata era de culpabilidad y rechazo. Deseaba olvidar lo ocurrido y apartarle de mí cuanto antes, para no recordar en su cara lo que había sucedido en esa cama momentos antes.

Me senté en la cabecera y me quedé mirándole. Parecía un niño si no mirabas por debajo de su vientre. Su pene todavía no se había relajado, pero su cara ya no reflejaba deseo, era una ansiedad diferente; parecía mas bien ese gesto de enamorado que tanto me enternecía.

Y entonces es cuando me vino a mí el deseo…