Un verano caliente - 3

Estaba lanzada, me gustaba estar desnuda en la playa, excitar, y a veces se me va de las manos cuando menos me lo espero.

EN LA PLAYA

Llegamos a la playa de la costa de Alicante a mediodía; la casa de mis suegros era grande, tenía cuatro dormitorios y dos baños. Se encontraba en la típica playa de la costa alicantina, todavía no muy concurrida, y solo los fines de semana se ponía a tope, porque tenía muy fácil acceso y sitio para aparcar.

Pasábamos casi todo el día en la playa y por las tardes que no acudía mucha gente, nos podíamos quitar la parte de arriba del bikini. Todavía era un poco raro ver a alguien enseñando el pecho, por lo menos en aquel pueblo, y a veces algún mirón se acercaba a ver con un poco mas de detalle. No nos importaba gran cosa y no hacíamos mucho caso, pues en general se estaba bastante tranquilo.

Mi marido observó la primera tarde que no se notaban las marcas blancas del bikini en el pecho, así que tuvimos que confesar que no nos lo habíamos puesto.

  • ¿pero no dijisteis que ibais a la piscina de unos amigos?

  • si…

  • ¿y les habéis enseñado las tetas?

  • sí, ¿por qué no?

  • no pensé que fueseis tan atrevidas

  • bueno…todas la chicas iban así.

Por la noche, desnudos en la cama, volvió a la carga.

  • lo del pecho lo entiendo, pero tampoco tienes marcas en el culo.

Le enseñé uno de los bikinis pequeñitos, de los de tiras, pero no parecía muy convencido porque por delante tampoco se notaba, así que añadí:

  • es que cuando estábamos solas nos lo quitábamos todo para ponernos más morenas.

  • o sea que nunca os vieron nada.

  • bueno, alguna vez nos pillaron cuando llegaban de improviso, pero nos dábamos la vuelta y nos poníamos la braguita.

Sonreía, no creyéndome del todo, pero ligeramente excitado.

  • ya me lo contaras algún día.

Advertí a Ely, no fuera a contar otra versión, pero no volvió a sacar el tema. Según pasaban los días se notaban más las marcas del bikini y supongo que se acostumbró y lo fue dejando.

El sábado por la mañana, al levantarnos y ver aquello llenándose de coches, nos propuso ir a otra playa; había que seguir un rato por un camino de tierra y luego bajar por una piedras, pero era más tranquila, aunque con menos arena y pedregosa. Decía que normalmente estaba vacía y que podíamos estar sin el sujetador desde que llegáramos.

Cogimos los bártulos y nos fuimos para allá. Estaría a unos tres o cuatro kilómetros y luego eran poco mas de cien metros por una cuesta abajo, no muy buena. El se encargó de bajar al niño y la sombrilla y nosotras, con las toallas y una bolsa con bocadillos y agua, bajamos ayudándonos la una a la otra.

Tal y como nos dijo estaba prácticamente vacía, solo había dos chicas, que además estaban desnudas del todo, y que al vernos se dieron la vuelta contrariadas. Colocamos la sombrilla y la toalla y mi marido no pudo contenerse y exclamó:

  • venga, aquí os podéis quitar todo, como en la piscina de vuestros amigos.

Como puestas de acuerdo, sin dudarlo y para tranquilidad de nuestras vecinas, nos quitamos el bikini, que ya traíamos puesto de casa y nos tumbamos. Era una delicia tomar el sol así y meterte en el agua y sentir el fresquillo casi por dentro y además la arena, aunque era un poco más gruesa, no resultaba demasiado incómoda.

A lo largo del día llegó muy poca gente mas, casi todos parejas, y la mayoría se separaban un poco y se quedaban también en pelotas. Debía ser poco conocida, pero los que iban, sabían, casi seguro, lo que iban a encontrar, porque no vimos ningún gesto raro.

Mi marido me puso la crema solar, como de costumbre, pero me sorprendió cuando le preguntó a Ely si quería que le pusiese también y como no vio ninguna señal en contra, no se lo pensó dos veces y empezó a manosearla de lo lindo. Que eso le excitaba no cabía la menor duda, y menos mal que no se quitó el bañador, porque hubiera dado un escándalo.

Lo que por el contrario no me sorprendió demasiado, fueron los gestos y movimientos de mi prima, que denotaban que las caricias hacían su efecto. Bueno, sabía por propia experiencia que era muy hábil con eso, saber tocar con sus manos suaves, y cuando te quieres dar cuenta te encuentras flotando.

Esa noche, en la cama, se notaron los efectos de la excitación del día y tuvimos una sesión de sexo bastante buena. Estaba especialmente animado, supongo que sería por haber echado el bronceador a las dos, al natural, y más que por mí, por la novedad de ver y tocar el cuerpo de Ely.

El domingo volvimos al mismo sitio, y fue casi una repetición del anterior. Cuando se fue con el niño a jugar a la orilla después de habernos echado la crema, Ely me dijo que casi la pone cachonda con el toqueteo. Intenté disculparle:

  • la verdad es que le gusta, ya ves que a mí me lo hace siempre.

  • no, si no me importa que me toque, tiene unas manos muy suaves y es delicado, pero se esmera tanto en algunos sitios que te entra el gustirrinin. ¿le has contado algo más de lo del mes pasado?

  • no, solo lo que te dije aquel día, pero se le olvida enseguida.

A partir de ese día andábamos todo el día en casa en bragas, incluso salíamos así a la terraza a desayunar o comer, no había mucha gente que pudiera vernos, era más cómodo y después de vernos a las dos desnudas, tampoco era tan escandaloso, después de todo.

El resto de la semana volvimos a nuestra playa, era menos trabajo ir y volver andando, y perdíamos menos tiempo en preparar todo, pero al llegar el viernes decidimos regresar a la nuestra particular. También había poca gente, pero por la tarde nos dejaron totalmente solos, toda la playa para nosotros.

Me fijé cuando echó el bronceador a Ely, después de darme a mí, y efectivamente, me pareció que se esmeraba más con ella. La sorprendí levantando un poco el culito cuando la metía la mano por la cara interior de los muslos, pero es que creo que se recreó aposta. Sí, le estaba haciendo un masaje excesivo. Ella se removió un poco inquieta y creo que su respiración era algo más agitada.

Cuando se fue a jugar con el niño, Ely me miró y me hizo un gesto de ufff, bien expresivo. Le pregunté si quería que le dijese algo, pero replicó que ni hablar, que de vez en cuando le gustaban esas cosas.

Cuando regresamos después de mojarnos un poco, Ely y yo, como puestas de acuerdo nos acercamos con cuidado y cogiendo el bronceador nos arrojamos sobre él que no se lo esperaba.

La verdad es que el que se aprovechó realmente fue él, dos chicas desnudas restregándose contra su cuerpo no le ocurría todos los días. Tocó por todos lados, y cuando vimos el bulto de su pantalón, decidimos dejarlo, riéndonos bien de su apuro.

Esa noche, en la cama, charlando un rato antes de dormir, le pregunté si le gustaría hacerlo con ella.

  • No, - me contestó - o si…

Pero no, no lo haría, se sentiría cohibido, no sería capaz aunque supiese que a mí no me importaba. Le gustaba tocarla, tocarnos a las dos, acariciar su cuerpo, pero lo otro no estaba en su cabeza.

Bueno, así es él, le parece normal que yo haga algo si se presenta la ocasión, pero hacerlo él con otra…

Para el siguiente viernes ya habían venido mis suegros y, aprovechando que teníamos con quien dejar al niño, nos fuimos al pueblo, donde había una especie de verbena.

Me puse un vestido de punto rosa, muy fino y cortito, demasiado calado tal vez y con el que había que ponerse combinación o viso debajo, porque si te fijabas un poco se apreciaba la piel más oscura de los pezones del resto del pecho, lo que ocurría ese día de calor, ya que debajo solo me puse unas braguitas blancas, caladas de encaje.

Ely llevaba una falda corta, con vuelo, y una camisa de seda haciendo conjunto. Estaba muy guapa y las dos nos veíamos muy bien, aunque apenas nos habíamos maquillado.

Había mucha gente y un ruido ensordecedor, apenas se podía andar y sentíamos manos por todos lados, así que decidimos escapar a una disco de las afueras, que habíamos visto al pasar y quedaba cerca de casa.

Íbamos nosotras dos delante, cogidas del brazo para poder avanzar mejor, porque venía mucha gente de frente y Pepe nos seguía dos pasos atrás. Cuando llegamos al coche me dice:

  • tengo que decirte que se te trasparenta bastante el vestido y se notan perfectamente las bragas.

  • sí, debería haberme puesto otras rosas o carne

  • pues en la disco va a ser peor porque con la luz esa violeta, van a brillar como un foco. Deberías quitártelas.

  • ¿cómo voy a ir sin bragas?

  • pues si no tienes frío, casi me parece más discreto.

Me miré, retorciéndome un poco, pero así, sin espejo, no se notaba el efecto, de modo que pregunté a Ely que le parecía. Ella se puso de su parte, diciendo que se veía perfectamente todo el dibujo, y que no hacía mal, pero que se iba la vista.

  • vamos a algún sitio y me las quito o volvemos a casa y me pongo otras.

  • quítatelas aquí mismo, no viene nadie. Te las guardas en el bolso y si te sientes incomoda te las pones en la disco.

Así que antes de subir al coche me subí la falda, allí mismo en la calle, y me las quité.

La discoteca estaba al borde de la carretera, en un pinar y no estaba muy concurrida. Se veía decorada con gusto y se oía buena música y además no era muy cara. Después de pedir las bebidas nos sentamos junto a una mesita, había mucho sitio, y de vez en cuando salíamos a bailar a una pista no muy grande, que daba la vuelta alrededor de una barra central y el puesto del disk-jockey.

Había zonas menos iluminadas en una parte que en otra, supongo que para las parejas. En la parte que estábamos nosotros ya había algunos chicos, bastante jóvenes, moviéndose de cualquier manera.

Me metí un poco la falda entre las piernas, para no dejar hueco, porque al estar sin bragas me daba la impresión de que cuando me miraban se me debía ver todo. Mi marido me dijo que lo único que se podía ver era la puntita de mis tetas, que con el aire acondicionado estaban sobresalientes y el vestido no ayudaba a disimularlo.

Cuando pasaron a música lenta, mi marido, siempre galante, sacó a bailar a Ely y me pareció que lo hacían bien pegaditos. Yo les miraba, con el vaso en la mano y un poco recostada, y se les veía hablando bajito y sonriendo, con su boca pegada a su oreja.

Tan absorta estaba mirando que me llevé un sobresalto cuando uno de los chicos que deambulaban por allí me invitó a bailar. Del susto que me dio, me incorporé, buscando quien me hablaba y él, pensando que me levantaba, me ofreció su mano, así que la tomé, casi sin saber lo que estaba haciendo y salí con él al ruedo. Pienso que no debían pedir el carné a la entrada porque parecía un crío; no creo que tuviera más de  quince años, pero era más alto que yo.

Viendo como lo hacían los demás, me agarró por la cintura y me acercó a él y poniendo mis manos en sus hombros me dejé llevar. Bailaba muy mal, pero ni se daba cuenta, solo se movía despacito y el ritmo no le importaba mucho. Acercó su cara a mi pelo y empezó a moverla para sentirlo mejor. Olía bien, se había acicalado para la fiesta a ver si había suerte y de momento ya había conseguido tener una tía en sus manos y esas manos no cesaban de recorrer mi espalda, bajando cada vez más, parando al llegar al borde superior de mi cintura.

Movía los dedos como cogiéndome pellizquitos. Buscaba el elástico de mis bragas. Las bajó un poco, buscando, hasta que ya, con la mano abarcándolo todo, llegó a la conclusión de que no las iba a encontrar. Entonces me agarró el culo con toda la mano extendida y fue como amasándolo, sin creerse realmente la suerte que había tenido.

Menos mal que la pieza acabó pronto y volví a mi sitio. Salí con mi marido a la siguiente y así fue alternando un par de piezas con las dos. Cuando estaba sola, en una de ellas me pidió un baile otro chico y accedí.

A partir de ahí no paré. Supongo que se lo habían comentado entre ellos y quisieron ir comprobando si era verdad y aprovechar algo, porque según salíamos a la pista apenas esperaban para ir bajando las manos y tantear sin mucho disimulo todo mi culo. Enseguida se empezaron a animar más y alguno me subió un poco la falda para tocar sin obstáculos.

Mi marido y Ely, bailando en la pista, debían de estar observando algo, me miraban de vez en cuando y sonreían y los chicos no esperaban a terminar una canción para ir turnándose, con lo que no sé las veces que cambie de pareja, ni me importaba mucho, la verdad, porque todos iban a lo mismo.

Debían haber dado instrucciones al disk-jockey, pues seguía la música lenta y apenas sin pausas, para no dejarme ir. Me vi un poco retirada hacia una zona que parecía un poco más oscura y ahí aguanté las manos por cualquier sitio, incluso subiendo la falda un poco, para tocar directamente.

A veces los retiraba, pero era muy cansado. No veía a mi marido y tampoco quería salir corriendo. Me abandoné un poco, a ver si una vez satisfecha su curiosidad me dejaban. Por allí no había gente sentada que pudiera ver el espectáculo que estaba dando y eso me tranquilizaba, porque ellos cuidaban que mi trasero quedará hacia la parte no visible desde el resto de la pista.

Cuando un tirante del vestido resbaló un poco, asomando la parte superior de mi pecho redondito, el de turno casi se vuelve loco.

Bueno, cuando su osadía llegó hasta meter la mano por delante, buscando mi coñito, casi empapado después del tratamiento continuo a que me habían sometido y dejándome todo el culo al aire, dejó de ser casi divertido y decidí parar, yendo en busca de mi marido que parecía como un cómplice de todo aquello.

En el baño, me arreglé de paso un poco los efectos de la velada y cuando me vi en el espejo, me pareció que tampoco destacaba demasiado, aunque allí había mucha luz. Eso sí, la punta de mis pezones a través, y casi fuera, del fino tejido del vestido eran como dos faros. Estaban extremadamente sensibles, con tanto manoseo, pero cuando volví a la mesa, parecía todo más tranquilo.

La parejita seguía en la pista, y yo, tal vez algo celosa, determiné continuar el juego, así que durante la siguiente media hora no pude parar, no me faltaron clientes en ningún momento. Eran unos críos y en su vida se habían visto en otra igual y, desde luego, se aprovecharon bien. Si hubieran sido un poco mas expertos se habrían dado cuenta de los estragos que estaban haciendo en mi libido, que ya respondía a la excitación que me proporcionaban sus manos en todo mi cuerpo.

Me tenían casi sin fuerzas, medio desmayada, y apretándome a ellos para no caerme, intentado aguantar para no estallar en el orgasmo que quería venir en cualquier momento. Hubiera dicho que sí a cualquier cosa que me hubieran propuesto. Me sentía acalorada y no era capaz de rechazarlos. Al contrario, parecía ansiosa porque siguieran y ellos debían intuir que me tenían dominada y a su disposición.

Mi marido se dio cuenta de que la situación me había sobrepasado, tenía la cara encendida y gotitas de sudor sobre los labios y acudió al rescate. Les recriminé que me hubieran dejado llegar a esa situación, pero replicaron que no pensaron que unos chicos tan jóvenes supieran tanto, creían que yo estaba jugando con ellos y divirtiéndome, y no quisieron cortarme el rollo, hasta que se dieron cuenta de lo que pasaba y entonces actuaron inmediatamente.

Todavía me duraba la sensación de flojedad al llegar a casa y me tuvieron que desnudar entre los dos para meterme en la cama.

Desperté poco a poco, cuando les oí desayunar en la terraza y hablando bajito, hasta que mi hijo vino a nuestro cuarto, armando jaleo para que le lleváramos a la playa. Ya era muy tarde, así que menos mal que sus abuelos se lo llevaron y me dejaron dormitar un buen rato más.

Después de un tiempo de playa a la tarde, como en días anteriores, decidimos llegarnos al pueblo y dar una vuelta por allí. Nos vestimos cortitas y veraniegas y nos fuimos a buscar al resto de la familia que habían ido andando

Cuando se hizo un poco tarde para el niño, mi marido les acercó con el coche hasta casa y nosotras dos pedimos otro par de cervezas y le esperamos en el mismo sitio.

Allí no es raro encontrar chicas solas sentadas en una terraza, pero aun así los chicos que pasaban cerca nos miraban y nosotras sentíamos esas miradas. Entonces se pusieron enfrente de nosotras tres chavales que no perdían detalle de nuestras piernas.

Ely me dio un codazo para que me fijara y yo, que tenía una pierna montada sobre la otra, me tuve que volver, levantando un poco la rodilla para no pegarme con la mesa. No me percaté que tenía un poco recogida la falda y mis braguitas rosas quedaron a su vista, brillando entre la oscuridad de la sombra de mis muslos.

Ellos ya se sentaron sin disimulos, alineados frente a nosotras, y repantigados, viendo el espectáculo. Fue Ely la que se dio cuenta de lo que pasaba y me lo advirtió, pero yo le dije que me daba igual, que ya no me movía. Entonces ella colaboró, levantando también la pierna y apoyándola sobre la otra, bien levantada.

Nos sentíamos alegres, por la cerveza y por la admiración que despertaban un buen par de piernas en un hombre y ninguna quiso ser la primera en sentarse correctamente.

Cuando llegó mi marido y nos vio en esa posición y a los tres chicos empezando a decirnos cosas, se acercó meneando la cabeza, y se sentó frente a nosotras, terminando de golpe con la alegría de los pobres y felices mirones.

  • no tenéis remedio. Mañana venís en pantalones.

  • si yo tengo unos cortitos, que se meten por la rajita cuando te sientas, mañana me los pongo

  • y yo esos anchos que se abren al menor movimiento

  • ¿pero no veis que estáis calentando al personal? ¿No os da vergüenza?

  • ¿y la alegría que les hemos dado está tarde? Eso no tiene precio.

Continuó moviendo la cabeza, como diciendo: estáis locas. Si, locas, pero bien buenas.

Unos días después la dejábamos en la parada del autobús, volvía bien morena y feliz y las vacaciones en la playa perdieron algo de la alegría que la normalidad y la rutina llevan consigo.

El verano se iba terminando aquel año, ya quedaba poco para la vuelta a lo de siempre, pero dudo que nunca me olvide de aquellos días tan entretenidos y de todo lo que había ocurrido, el principio del descubrimiento de una faceta desconocida para mí.