Un verano caliente - 11

Mi compañero de cuarto acaba enamorado y seguimos disfrutando del sexo los últimos días de aquel viaje tan raro.

ITALIA – 4

El domingo y ultimo día nos dejaron libre en Roma para patearla a nuestro aire. Raúl me acompañó esta jornada y todos regresamos pronto al hotel esa noche, porque habría otra fiesta de despedida, está vez en el hotel mismo.

Ya teníamos algo de confianza y me había visto desnuda un par de veces, así que me duché y vestí sin pensar si estaba el delante o no.

Salió del baño con la toalla puesta y me encontró desnuda, agachada sobre mi maleta y buscando lo que me quedaba de ropa interior en buen estado.

Igual que siempre, sin decir ni media palabra se me quedó mirando, y en vez de vestirse, se sentó en la cama a verme. Yo pensé que él se estaría vistiendo, no le hacía caso y me dediqué a lo mío sin prestarle mucha atención.

Me encontraba además con un problema: no sabía que ropa ponerme, porque suponía que la fiesta sería del estilo de las anteriores y no quería destrozar o perder algunas de las prendas que mas me gustaban o que eran más caras.

Encontré un conjunto muy bonito, de los que a mí me gustan, las dos piezas a juego, y me los fui poniendo sin reparar en que él estaba sentado en la cama desde que salió, observando toda la operación.

El conjunto era blanco, todo caladito, unas bragas con dos triángulos mínimos y unas tiras estrechitas en la cintura y el sujetador de balcón, dejando fuera buena parte de mi pecho. Estaba decidida a pasármelo bien, sin que ello supusiera que iba a acostarme con ninguno de aquellos chicos, y quería estar deslumbrante cuando llegase el momento de quitarnos la ropa.

Me las acababa de poner, cuando me vuelvo para buscar el vestido que había dejado en la silla y le veo embobado mirándome; me quedé un poco desconcertada, no había reparado en él y seguía mi rutina diaria, así que no se me ocurrió más que preguntarle para romper el hielo:

  • ¿Qué te parece? ¿Estoy bien?- y me doy la vuelta lentamente.

  • estas fantástica, y lo siento.

  • ¿y eso?

  • pues que seguro que la fiesta esta noche va a degenerar, como siempre, y me molesta ver que te meten mano y te soban todos los chicos; pero lo peor es que lo hagas con alguno, sería capaz de cualquier cosa si te viera así…

Me dejo mas desconcertada aun, y entonces caí en que había algo más en su mirada que el placer de ver a una mujer desnuda, una especie de veneración tal vez, esa mirada tierna de nuevo.

  • no es mi intención hacerlo con nadie, no te preocupes por eso.

  • me imagino que no; normalmente te veo juiciosa aunque estés alegre, lo que pasa es que se bebe mucho y la gente es capaz de cualquier cosa cuando ven a una chica en ese estado. La mayoría ni se enteran de lo que hacen o las hacen.

  • sí, tienes mucha razón.

Acordamos entonces estar atentos el uno del otro y si nos veíamos en alguna situación indeseada, echarnos una mano y no abandonar la fiesta sin el otro. Teníamos que regresar juntos a la habitación y no dejar que nada se estropeara por unas copas.

Nos acabamos de vestir y, cogidos de la mano, bajamos a la fiesta. Ya había empezado a beber la gente y a ponerse alegres. Nos separamos para ir cada uno con nuestro grupo, haciéndonos una seña cómplice de nuestro acuerdo.

La bebida seguía, y el baile, y poco después empezaron los concursos, y los chicos, o mas bien las chicas, iban perdiendo ropa, y armando todo tipo de jaleo, concursos y demás excusas para ir dejándonos en pelotas. A Raúl ya lo había perdido de vista hacia un buen rato y la verdad es que me olvidé por completo, metida en la juerga.

Conseguí estar vestida bastante tiempo, pero cuando uno tiró del vestido hacia arriba apenas me opuse, porque la verdad es que entre el alcohol y la aglomeración de tanta gente estaba empezando a hacer bastante calor, pero no dejé que me quitaran la ropa interior, que para eso había estado escogiendo aquella tan bonita.

En una de esas, caí en los brazos de uno de los más grandes, de los mayores del curso, que se me abrazó con toda su fuerza, poniendo su manaza en mi culo e intentando con la otra soltarme el sujetador. Tenía puestos los calzoncillos, pero su pene estaba casi fuera, pegado contra mi vientre en toda su dureza.

Poco a poco me fue recostando sobre el sofá, con las piernas fuera, empezaba a dar signos de agitación y yo me sentía descontrolada, esperando que avanzase más y deseando que esa cosa que sentía apretarse contra mí, hiciera algo más provechoso, aunque mi mente me pedía que saliera de allí y terminara aquello.

No esperó mucho para hacerlo, él u otro; alguien se puso entre mis piernas y cogiéndome el culo con las manos lo levantó un poco hasta ponerlo a su altura y noté como su pene iba entrando por fin en mi sexo, que ya lo esperaba húmedo y abierto.

Lo metió del todo, sin brusquedad, hasta llegar al fondo de mí; sentí como me golpeaba y cuando notó que no entraba mas empezó a bombear. Las manos que me sujetaban dejaron de hacerlo, subiendo por mi cuerpo hasta mi pecho.

Era como una liberación, pero sentía que me estaban forzando. Dos o tres chicos más estaban a mi lado, tocando mi cuerpo y con el pene fuera, esperando su turno. Alguno lo acercaba a mi cara, jadeante y con la boca abierta.

En eso, siento que se retira de pronto y una discusión bronca entre dos o tres chicos. Raúl me había perdido de vista al estar tapada por el grupo y cuando vio el jaleo alrededor se acercó a ver, cuando se dio cuenta de que era yo, tiró de mi violador y lo arrojó al suelo, gritando a los chicos por abusar de mi estado y enfrentándose al compañero, al que había estropeado la diversión.

Me tapó un poco mientras buscaba mi ropa, que no estaba muy lejos esta vez. No encontró las bragas pero no me importó, me vestí allí mismo y le pedí que me acompañase a la habitación, no quería tener ningún otro encuentro esa noche. El me cogió del brazo y salimos.

Ya en la habitación me quité todo, lo junté con el resto de la ropa sucia y lo metí en una bolsa. Las bragas las di por perdidas y fui preparando la maleta mientras Raúl se duchaba, apartando lo que me pondría al día siguiente. Me miré desnuda, tenia algunos arañazos por los muslos, poca cosa, pero cuando puse la mano sobre mi vientre lo noté ardiendo. Todavía sentía el efecto de aquella polla dentro, y casi lamenté que no hubiera terminado de follarme bien, necesitaba un poco de sexo después de tanta tentación y toqueteo.

En fin, entré al baño según regresaba él, una buena ducha calentita y casi nueva. Cuando salí, él estaba haciendo su maleta, con una toalla puesta en la cintura; me senté en la cama a mirarle mientras hablábamos. Le aclaré que nunca había asistido a ninguna de esas fiestas y si me metí en estas fue por curiosidad y por participar en alguna diversión como todo el mundo; alguno de los concursos tenía su gracia, aunque todos ellos fueran eróticos y con intención.

Era una forma de justificarme un poco ante él. Entonces me dijo que quería saber si hubiera sido capaz de follar con su compañero, a lo que le hice ver lo frágil que puede llegar a ser una mujer, cuando por cualquier motivo llega a ese estado de excitación en el que deja de resistir y acaba por colaborar con su violador eventual, sobre todo si la situación no es muy forzada.

Yo seguía desnuda, sentada o recostada en la cama y su mirada se dirigía cada vez con más frecuencia a mi cuerpo. Yo le pregunté cual era su opinión sobre aquellos juegos y demás, y me confesó que sería incapaz de hacerlo con cualquiera, tenía que gustarle la chica.

Al decir esto retiró su vista de mí y enrojeció ligeramente. Cerró la maleta. Yo me tumbé en la cama y extendiendo mi mano le dije:

  • ven a mi lado.

Sin quitarse la toalla se echó junto a mí, dejando solo la luz de la mesita, y apoyando su cara en mi pecho.

  • ¿yo te gusto?

  • sí, me gustas mucho.

Sabía que tenía que ser yo la que diera el primer paso. No era porque me agradase él hasta tal punto, o que tal vez mi cuerpo todavía quisiera aliviar el deseo que me habían provocado un rato antes, aunque supongo que  esto también influyó. También pudiera ser una forma de agradecimiento por el detalle de estar pendiente de mí durante la fiesta y por su forma de ser, tímido pero valiente en el momento de defenderme.

Daba igual, no buscaría más excusas. Ansiaba a alguien junto a mí, me hubiera dejado forzar por un desconocido un momento antes y ahora tenía junto a mí a un hombre que me deseaba y me podía dar satisfacción.

Le desaté la toalla, me acerqué a él subiendo mi pierna a su cuerpo y, apoyándome en su pecho, tomé su boca con la mía, pidiéndole que me abrazase. Me acarició con ternura y respondió a mi beso, girando para colocarse él encima y tomar la posición.

Sabía hacerlo y además deseaba hacerlo conmigo. Consiguió llevarme bien pronto a un estado de frenesí tan fuerte, que tuve que reconocer que no le estaba pagando nada, sino que deseaba sentirle dentro de mí, y necesitaba que lo hiciese ya.

Busqué su pene con mi mano, ansiosa, pero él estaba besando mis tetas y chupando los pezones que se encogían y endurecían en su boca. Al sentir mi mano, subió un poco hacía arriba y pude coger lo yo quería. Lo agarré y apuntando nerviosamente conseguí colocarlo a la entrada.

A partir de ahí lo hizo él todo, me pasó una mano por detrás del cuello juntando nuestras caras y la otra por debajo de mi culo, empujando contra él hasta que me la metió bien dentro.

Bien sujeta de esta manera se dedicó a entrar y salir poco a poco, hasta que notó como me mojaba cada vez más y cuando estuvo bien lubricado inició un frenético movimiento dentro de mí.

Acabé primera entre convulsiones infinitas, y él seguía y seguía, y me volví a correr, y sentía toda mi piel en carne viva, y aquello no acababa. Notó como mis paredes apretaban su pene, casi me dolía, e instantes después y, agitándose y gimiendo, llegó al placer hasta caer rendido sobre mí.

Durmió pegado a mí toda la noche. Yo tardé en conciliar el sueño, recapacitando un poco en lo sucedido esa semana, lo más parecido a eso que llaman turismo sexual; por lo menos para mí había sido bastante fuerte todo lo sucedido.

No solo es que hubiera engañado a mi marido, es que lo había sido por lo menos con cuatro chicos, hice casi de todo con ellos y asistido a dos orgías y, ahora, a mi lado, tenia dormido a mi último amante, sintiendo su sexo en mis muslos y su mano en mis pechos.

Muy satisfecha no estaba, pero tampoco tenía un gran sentimiento de culpa, no había sido tan horrible. En fin, mañana se acababa todo, era mejor dormir un rato.

Sonó el despertador a la hora de siempre aunque hoy no teníamos que madrugar; Raúl seguía bien pegado a mí y su pene estaba, entre mis piernas, adquiriendo un gran tamaño, de modo que decidí no hacer mas tonterías y me levanté con mucho cuidado para no despertarle.

Como me sobraba tiempo y me notaba pringosa y sudada, preparé la bañera y me sumergí para relajarme en el agua casi ardiendo. Se estaba bien a gusto. Me enjaboné con esmero por todo el cuerpo, como si con eso pudiese también limpiar mi mente y mi conciencia.

Bueno. En realidad no estaba tan preocupada. Incluso pensé que tenía un montón de aventuras para contar a mi marido. Hasta fotografías podría enseñarle, aunque como siempre, tendría que ocultarle algunos detalles o variar parte de la historia que pudiera molestarle.

Estaba a punto de salir, tenía los dedos arrugados, y entonces entró Raúl. Yo había puesto las cortinas previendo esto y procuré no hacer ruido. Le oí en el apartado del wáter y soltar el agua de la cisterna, pasó delante de mí y abrió las cortinas de golpe, metiendo una pierna dentro.

Entonces me vio, poniendo ambos cara de sorpresa, ninguno nos lo esperábamos. Yo me había encogido a un lado, porque casi me pisa y no sé si interpretó este gesto como una invitación, porque pasó dentro y se colocó frente a mí.

Tomó mi esponja, echó jabón y se dedicó a frotarme todo el cuerpo, luego me hizo poner de pie, para lavarme las piernas, subió un poco hasta mi culo y mi sexo y parecía que quería sacarle brillo.

Entonces me hizo abrir un poco las piernas, pasando la esponja a través de mis rajitas delantera y trasera, la metió por los dos agujerillos por si no estaban bien limpios. Se le cayó la esponja al agua un par de veces y la segunda no la recogió, siguió con las manos.

Agarré la esponja que flotaba y me puse yo también a jugar. Le enjaboné el pecho y fui bajando por su vientre hasta su pene y su culo. Le hice lo mismo que él a mí, le pasé la esponja por su culito redondo, que se puso en tensión. No se lo esperaba. Cuando  solté la esponja también y le di jabón con las manos por su pene no lo pudo remediar y creció y creció en mi mano, oscilando y estremeciéndose.

Mi mano es muy pequeña y necesité las dos para rodearle y bajar su piel, hasta que apareció el capullo, reluciente por el agua y su superficie suave y tersa.

Como se puede suponer yo estaba ya otra vez a tope y cuando le vi a él, me di cuenta de que ya no tenía solución, así que me dejé caer en el agua y abrí las piernas, esperándole. Y así, flotando en el agua, con mis piernas y brazos en el borde de la bañera, sin ningún esfuerzo, la fue metiendo despacio y empezó a moverse y a tirar agua por todos los lados.

Cuando vio el estropicio que estaba organizando, ralentizó un poco sus movimientos, y yo, que esperaba que fuera rápido, empecé a calentarme como siempre que me lo hacen así. Sientes como el calor va subiendo por tu cuerpo, te agarras a él para que dure y de pronto te agitas en mil convulsiones.

Lo sentía venir, el ardor llegó hasta mi cabeza, y ya no me pude dominar, abriendo la boca para coger aire, entre gemidos incontrolables, estallé de nuevo en un tremendo orgasmo, que se prolongó hasta que le sentí viniéndose dentro de mí. Me tuvo que sujetar para que no me ahogara.

Nos volvimos a sumergir en el agua, que ya estaba enfriándose y le dije lo mucho que me había gustado estar con él, rogándole que desde ese momento lo diésemos por terminado y su discreción, por respeto a mí, que no quería ser objeto de chismes en lo que quedaba de curso.

Reaccionó muy bien, asegurándome que habían sido unos días muy bonitos en mi compañía y nunca los olvidaría, pero que entendía mi posición y respetaría lo que yo decidiese. Me pidió a su vez que aunque nos olvidásemos de los momentos de pasión que habíamos disfrutado juntos, no perdiéramos la bonita amistad que se había creado entre nosotros.

Cuando nos relajamos un poco, abrimos la ducha y me volvió a lavar con la mano. Yo preferí no hacérselo a él, porque sino perdíamos el avión, de forma que me lavé el pelo mientras él acababa de ducharse, y esperé a que se fuese a la habitación a vestirse para salir a secarme.

Desnudos en la habitación nos dimos un beso, abrazados y, como había hecho los días anteriores, se quedó mirando mientras me vestía.

A bordo del avión todo el mundo estaba en silencio. Las bromas se habían acabado y los excesos de días anteriores quedaban en Italia. Todos parecían excelentes compañeros y no había pasado nada.

Pensé que había tenido suerte no viendo las caras de ninguno de los chicos que se habían acostado conmigo. Solo recordaba a Raúl y a David, y éste parecía, si no arrepentido de sus actos, por lo menos apartados por algún tiempo de su cabeza.

Seguimos siendo buenos amigos en lo que restó del curso y en ningún momento hizo la mas mínima mención a lo que había pasado en aquella habitación. Si nos veíamos nos saludábamos cariñosamente y hablábamos, pero nada mas. Sentí alguna mirada o sonrisas de algunos otros, equívocas o incluso maliciosas, pero nadie sacaba en público el tema de sus fiestas. A lo mejor lo hablaban entre ellos, aunque siempre callaban si se acercaba alguna chica.

Y por supuesto: no acepté ninguna invitación mas para ninguna de sus fiestas.