Un trio inolvidable

Cómo me encontré con mi pareja perfecta.

Es casi media noche.

¿Tan temprano en casa?, preguntarán muchos. Pero en realidad mi día fue largo, largo... tan largo que todavía no termina.

Hola, mi nombre es Sofía. Para continuar la costumbre establecida hace decenios, debo describirme. Soy alta y morena. ¿Suficiente? Me temo que no. Ok, además de alta y morena debo decir que soy delgada, con unas piernas sin fin, culito paradito y tetas divinas. Ni muy grandes ni muy chicas. Lo justo para ser admiradas sin causarme muchos problemas. Sé que no está de más decirlo, pero estoy buenísima. No lo he inventado yo. Me lo dicen mis muchos amantes cada vez que están conmigo.

He tenido muchas aventuras, nunca he sido cortada. Me gustan mucho los hombres y también las mujeres. He hecho tríos, solitarios, duetos... me encanta el sexo y no me avergüenzo de eso, a pesar de lo que muchos escandalizados quieran decir.

Acabo de llegar de casa de mi amigo David. Lo conocí hace años... en un centro comercial. Al cabo de tres horas, ya él me tenía en su casa, desnuda, mamándole la pinga.

Hace un par de semanas él me llamó, pues su querida noviecita quería experimentar con una mujer. Al principio no me llamó la atención, pero luego de pensarlo, me decidí a aceptar su oferta. Es difícil encontrar a un hombre que ofrezca a su mujer para otra... siempre quedan dudas.

Quedamos que iría a su casa a las siete y media de la noche. Ya la tendría lista y caliente para mí. La quería atada de manos, con una venda en los ojos. Así ella estaría a mi merced y al de él.

Cuando llegué a su apartamento ya el ambiente estaba creado. Velas en toda la habitación, algo de incienso y una chica rubia y esposada esperaba al borde de la cama.

Usaba un conjunto de bragas y sujetador blanco y de encaje. Sus grandes tetas luchaban por salirse del pequeño sujetador. Su conchita rezumaba de jugos.

David estaba nervioso, pues no sabía cómo su noviecita respondería a mis avances.

Lo primero que hice fue darle un profundo beso en los labios. Ella correspondió sedienta, pues se notaba su interés, a pesar de no saber lo que le esperaba.

Se veía tan linda allí, indefensa. Su rubio cabello le daba un aire inocente. Inmediatamente entré en acción. LE bajé un poco la braga y empecé a darle lengua a su húmedo chochito. Ella sólo podía suspirar.

-Mmm, que rico- dijo ella.

-Cállate- le repliqué.

David sólo podía mirar embelesado.

Ella se quejaba. Nunca nadie le había mamado la concha como yo se lo hacía en ese momento. Le metía le lengua en lo profundo de su cuevita. Saboreaba sus jugos, dulces, le mordía su clítoris, le hacía suspirar.

David, reaccionó y empezó a desvestirme. Primero la blusa, luego los jeans, y luego mi sujetador. Así quedé con mi tanga y mis tacones, como a él le gusta.

Yo no dejaba de mamarle el chocho a su amiga. Era tan dulce su aroma, que no podía despegarme de ella. Y así fue como ella logró su primer orgasmo.

Mientras ella se retorcía, le ordené a David que la penetrara. Ella gritaba.

-¡Dame más papito!

-¡Dale más!- le decía yo.

Y él le daba más duro. Bombeaba y bombeaba como si la vida se le fuera el ello. Esa era su misión. Meterle la pinga hasta la garganta.

Cuando ella gritaba: "Me vengo! Me vengo!", yo la separaba de él y le mamaba la concha, pues quería sentir el sabor de sus jugos.

Deliciosa.

(continuará)