Un trío inesperado II (¿y fin?)

La noche, que comenzó bien, continúa.

Esta es la segunda parte de la historia. Te recomiendo leer la primera si no lo has hecho para no perder el hilo: http://www.todorelatos.com/relato/101635/

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Click. Se oyó el pestillo de la puerta, que nos habíamos olvidado de cerrar. Ainhoa y yo volvimos las caras hacia la puerta, con el corazón en un puño… apoyada en la puerta, que acababa de cerrar, estaba Carmen.

Ni disimulo ni hostias, con el follón que habíamos montado, Carmen nos había oído. Como nos diría más tarde, nos oyó prácticamente desde el principio, puesto que pese a estar cansada, le cuesta conciliar el sueño normalmente. Le costó unos tres minutos vencer sus reticencias desde que nos empezó a oír, aproximarse a la puerta de la habitación y quedarse pasmada mirando la escena que le estábamos ofreciendo. Se quedó boquiabierta al principio, luego se fue calentando por lo que estaba viendo a través de la puerta (sí, la tendríamos que haber cerrado, pero cuando entramos en la habitación ya estábamos demasiado calientes como para pensar en detalles) y a los pocos minutos una de sus manos se había perdido entre los pantalones cortos del improvisado pijama que le había prestado Ainhoa. En el tiempo que había estado observándonos se había corrido una vez e iba camino de la segunda cuando nosotros alcanzamos ese orgasmo brutal y simultáneo que nos había dejado derrumbados sobre la cama. Todo esto nosotros lo sabríamos después, por boca de la misma Carmen, porque en ese momento nosotros no sabíamos ni que nos había oído. Y fue entonces, cuando todavía estaba caliente, cuando entró lentamente, cerró con cuidado y puso el pestillo, dándonos un susto de infarto.

-Con que no era Juan al que te estabas tirando, ¿no?

Le recriminó Carmen a Ainhoa. Ainhoa fue a decir algo, pero se quedó callada, pues hacía un par de semanas que Carmen le había preguntado si tenía algún rollo con alguien y Ainhoa le dijo que sí, pero sin dar nombres.

Tendríais que haber visto a Carmen en ese momento: tenía las mejillas arreboladas por el orgasmo que había estado a punto de tener, los pezones se le marcaban a través de la tela del pijama, tenía uno de sus pulgares apoyado en la cintura del pantalón del pijama, dejando entrever sin darse cuenta el nacimiento de su ingle y casi se podía adivinar la humedad que empapaba su entrepierna. Dios, era la pura imagen del sexo… con esa imagen, no había cansancio que sirviese de excusa, mi pene se empezó a poner morcillón. Sólo esperé que Carmen no se lo tomara a mal. Ainhoa lo vio, o más bien lo notó, pues mi pequeño amigo estaba rozando su pierna. Le salió una sonrisa socarrona y le dijo a Carmen:

- Siento no haberte dicho nada, pero es que no lo sabe nadie. No somos novios, ni estamos juntos ni nada de eso.

–Por eso no hemos dicho nada a nadie, Carmen – en este momento interrumpí a Ainhoa- porque ninguno de estos (refiriéndome a nuestros amigos) lo iba a entender, y pasábamos de meter malos rollos en el grupo.

- Pues podríais haberme dicho algo

- Ya, pero nos pareció injusto decírselo sólo a una persona, por eso… - Carmen no me dejó terminar.

No es por lo que piensas… ¿acaso no le has dicho nada de lo… nuestro? ¿Lo que pasó hace algún tiempo?

Carmen interpeló a Ainhoa y se fue acercando a la cama donde estábamos. Yo me eché un poco hacia atrás, revelando el estado medio erecto de mi pene excitado por la situación, pero Ainhoa se quedó en el sitio, inmóvil. Estaba pensativa y seguía con la sonrisa en la cara. Me pareció que me estaba perdiendo algo, que se me escapaba algún detalle.

Cuando por fin Ainhoa se dignó a hablar, Carmen se había sentado junto a ella, en la cama.

–Verás, hace algún tiempo… Carmen y yo tuvimos una conversación… curiosa. Empezamos hablando de lo que nos gustaba en el sexo, nos fuimos calentando poco a poco y… bueno, acabamos comiéndonos el cuello mutuamente. Cuando nos dimos cuenta de por donde podían ir las cosas… -Ainhoa pegó un respingo: Carmen se había colocado detrás suyo, y sus manos acariciaban su espalda. Pero no hizo ningún ademán de retirarse.- …paramos. Fue en la época en la que Carmen todavía estaba con Felipe (un novio con el que lo habían dejado hace algún tiempo), y lo cortamos antes de que fuera a más. Ahí descubrimos que teníamos cierta conexión sexual entre ambas y bueno… que teníamos alguna fantasía común, como hacer un trío con un hombre y otra mujer… -suspiró.

Carmen le había comenzado a comer el cuello desde atrás, echando su pelo a un lado. Yo estaba pasmado, incapaz de responder. Era verdad que en alguna conversación había salido el tema tríos y Ainhoa me había dicho que prefería hacerlo con otra mujer y un hombre, porque dos hombres le parecían demasiado agobiantes, pero nunca me habría olido lo de Carmen. Yo seguía paralizado, como un ciervo que se queda mirando impasible en la carretera las luces del coche que se acerca. Y mientras tanto, ellas dos ahí estaban: delante de mí comiéndose la boca mutuamente, la una totalmente desnuda y la otra todavía con el pijama puesto. En un descanso, Carmen me miró:

- La decisión es tuya… pero después de la sesión que he visto que le has dado a Ainhoa… ten en cuenta que si no es hoy, algún día te secuestraré y te querré en mi cama.

Hay que joderse con la niña… parecía inocente y mira por dónde nos había salido. Acepté la invitación con un asentir de cabeza, indicándole con un ademán mudo que continuasen.

De repente, dio la impresión de que la tensión que había en el ambiente se disolviese al instante. Ambas se entregaron a un beso largo, sentido, como si lo hubieran estado deseando y aplazándolo desde hacía mucho. No me atreví a interrumpir un momento tan íntimo. Cuando pararon entre jadeos, provocados por las ansias y la falta de aire, me acerqué, besando a Ainhoa y luego me acerqué a Carmen.

Nos quedamos con las caras muy cerca una de otra, casi rozándonos. Nos mirábamos a los ojos fijamente, haciendo amagos de besos en los que los labios se rozaban para volver a retirarse y quedarnos a pocos milímetros el uno del otro. Al final, Carmen cogió mi cara entre sus manos y me dio uno de los mejores besos que recuerdo: su lengua recorríó mis labios, humedeciéndolos, para después entregarnos de forma voraz el uno al otro y terminar tumbándola sobre la cama, separando nuestras bocas, conmigo a un lado y Ainhoa al otro. Como si fuera la invitación que estaba esperando, Ainhoa se tumbó a su lado, la besó, e introduje mi lengua entre sus bocas. Empezamos a besarnos a tres bandas y la mano de Ainhoa empezó a descender por el vientre de Carmen, que seguía con los pantaloncitos cortos y la camiseta que le hacían las veces de pijama.

Mientras Ainhoa la besaba, empecé a lamer su cuello, en espirales descendentes que volvían a subir al llegar a la clavícula. La mano de Ainhoa acariciaba su pubis por encima de la tela del pijama, y la respiración de Carmen empezó a agitarse. Ainhoa bajó un poco su cabeza, dando libertad a los labios de Carmen, que empezaron a suspirar a gusto, y me dio un beso que compartimos en el cuello de Carmen.

Ainhoa seguía masturbando a Carmen con la mano por encima de la tela del pantalón, y mi mano bajó a hacerle compañía. Tomando su relevo, presioné sobre la tela con mis cuatro dedos juntos, justo sobre la entrada a su vagina, mientras la mano de Ainhoa ascendía hasta quedarse sobre el borde de la tela, para después introducirse por dentro, alcanzando su clítoris. Carmen suspiró cuando Ainhoa empezó a masajear su clítoris y noté como progresivamente la tela bajo mi mano se iba humedeciendo más y más.

Carmen empezó a arquear su espalda, presa del placer que inundaba su cuerpo, dejando sus pechos desafiantes ante nuestras caras, con sus oscuros pezones atravesando la tela. Subí su camiseta con la mano, acariciando su vientre hasta dejar sus tetas al descubierto. Acariciando uno de sus pezones, di un lametón al otro. Carmen se incorporó ligeramente, quitándose la camiseta, y mi mano aprovechó para volver entre sus piernas, notando la mano de Ainhoa bajo el pantalón, donde dos de sus dedos se perdían ya dentro de la vagina de Carmen.

Nos fue imposible resistirnos: con los pechos de Carmen al aire, liberados de su prisión de tela, Ainhoa y yo nos lanzamos a lamer, mordisquear y tratar de arrancar un orgasmo del cuerpo de Carmen. Con su pezón enhiesto entre mis labios, esta vez fue mi mano la que se perdió bajo su pantalón, en busca de su clítoris. Primero bajé mi mano hasta la entrada de su vagina, donde noté los dedos de Ainhoa entrando y saliendo, empapados. Con cuidado y tiento, acoplando mi mano a los movimientos de su mano, introduje uno de mis dedos, el anular, y viendo que daba juego, poco a poco introduje otro más, el corazón. Entre suspiros, Carmen soltó un revelador ¡Dios!, ¿qué me estáis haciendo? ... Subiendo la cabeza a su altura, Ainhoa la besó apasionadamente, mordiendo y tironeando de su labio inferior al final, para decirle:

- Relájate y disfruta, déjate llevar por nuestros dedos… Hay que reconocer que Ainhoa sabe cómo calentar sólo con siete palabras.

Cuando mis dedos estuvieron bien mojados de los flujos de Carmen, los saqué de su vagina, lo que extrajo otro suspiro de su boca, y fui acariciando entre sus labios mayores y menores, lentamente, dándole placer a la vez que buscaba con calma su botoncito. Ainhoa había ido aumentando el ritmo de su masturbación y Carmen estaba que no podía más. Su espalda arqueada totalmente, sus piernas se habían cerrado, atrapando nuestras manos, teníamos sus pezones atrapados por nuestras bocas… Castigué su clítoris con un ritmo mayor de mis dedos y Carmen se dejó llevar al clímax.

Aparté mis dedos, pues seguro que tenía el clítoris muy sensible después de la corrida bestial que acababa de experimentar bajo nuestros dedos. Seguía teniendo las piernas cerradas, por lo que mis dedos se dedicaron a juguetear con los de Ainhoa y los flujos de Carmen. Era impresionante, Ainhoa y yo estábamos jadeando, como si hubiéramos sido nosotros los que acabásemos de tener un orgasmo brutal, pues habíamos retenido brevemente el aliento cuando Carmen había estallado.

Cuando Carmen se relajó un poco, saqué mi mano de su entrepierna y me llevé los dedos a la boca, para saborearlos. Ainhoa prácticamente se lanzó a por mi boca, compartiendo los flujos de Carmen con nuestras lenguas. Cuando terminamos, Carmen nos miraba ansiosa, así que ni corta ni perezosa, agarró la muñeca de Ainhoa, cuya mano seguía apoyada en su vulva, y se llevó sus dedos a la boca.

Pillándola por sorpresa y  sujetándola de la muñeca, Carmen la tumbó bocarriba y se sentó a horcajadas sobre ella. La piel un poco más morena de Carmen contrastaba con la piel más blanca de Ainhoa. Carmen tenía la cintura de Ainhoa inmovilizada entre sus muslos y sujetándole ambas muñecas con la mano por encima de la cabeza, la besó de forma salvaje, refrotando su vulva contra su vientre y rozando sus pechos con los de Ainhoa.

- Ahora –le susurró al oído Carmen, pero lo suficientemente alto como para que yo lo oyera- te vas a portar bien y te vas a quedar quietecita. Juan, quiero jugar un poco… busca una de sus medias en el cajón.

Intrigado, me levanté y rebusqué en un cajón de su armario, sacando una media negra. Carmen la cogió, la dobló a lo ancho una vez, de forma que dejó de ser transparente y se la dejó a Ainhoa sobre los ojos…

- Si te parece, te voy a vendar los ojos y luego… ya veremos que te hacemos entre nosotros dos. O quién sabe, igual nos ponemos a follar justo a tu lado, dejándote sólo oírlo. – le dijo Carmen con una sonrisa. Ainhoa la agarró de la nuca y le plantó un beso pasional. Luego Carmen le colocó la media sobre los ojos y Ainhoa se ajustó el nudo para que no la molestara.

Cuando nos aseguramos de que Ainhoa no veía nada, nos levantamos y nos quedamos a los pies de la cama, observándola. De pie, me coloqué detrás de Carmen agarrando su cintura, mientras ambos mirábamos a Ainhoa, pensando qué podíamos hacer. Empecé a mordisquearle el lóbulo, dejando que sintiera mi pene reposar sobre sus nalgas, mientras una de mis manos acariciaba su entrepierna.

- ¿Qué te parece si jugamos un poco con ella…? –susurré en su oído, mientras Ainhoa estiraba ligeramente el cuello en un vano intento por oírnos. - ¿ y la acariciamos un poco para luego parar?

-Hmmmmm. Mejor, porque como sigas así...

Nos colocamos uno a cada lado de Ainhoa. Carmen dirigió su boca a uno de los pechos de Ainhoa, y sacando la lengua empezó a describir lentas y húmedas espirales que culminaban en su pezón. Yo mientras tanto continué lo que había empezado con Carmen, pero esta vez en el cuello de Ainhoa: fui besando lentamente, arañando con mis colmillos su piel, para luego parar completamente, dejándola ansiosa. Carmen hacía lo mismo, de forma que Ainhoa iba experimentando oleadas de caricias que luego cesaban por completo: besos en su cuello, que luego pasaban a ligeros mordisqueos y que cuando la tenían a punto, paraban, tímidas lenguas que acariciaban sus pezones, que luego serían sorbidos por ansiosos labios que luego cesaban su actividad… la estábamos llevando al límite. Ainhoa frotaba sus piernas una contra otra, no sé muy bien si en un intento de masturbarse con su propio roce, pues teníamos sus manos agarradas, o si bien intentaba que hiciéramos un poco de caso a su entrepierna, a la que las luces arrancaban un matiz brillante de lo húmeda que estaba.

En una de esas pausas que hicimos, me acerqué a Carmen, la besé, para después decirle bajito en su oído: ¿te apetece venirte de viaje desde aquí… -acaricié con el dedo el cuello de Ainhoa, arrancándole un escalofrío- … hasta aquí? –pasé el dedo por la rajita de Ainhoa, que quedó húmedo. Carmen asintió, me cogió la mano y lamió mi dedo, cogiéndome del cuello después y me plantó un sabroso beso, en el que nuestras lenguas recorrieron nuestras bocas, paladeando el sabor de Ainhoa en la lengua de Carmen.

Nos dirigimos al cuello de Ainhoa y empezamos a lamerlo a la vez, besando, mordiendo… estábamos desatados, se había abierto la veda y ahora ya no nos cortamos. Fuimos bajando poco a poco: del lóbulo al cuello, pasando por la clavícula para llegar a sus pechos… La mano de Carmen y la mía se encontraron en la entrepierna de Ainhoa y Carmen puso la suya sobre la mía, dirigiendo el ritmo de la masturbación.

Mientras tanto seguíamos lamiendo sus pezones, succionando, cogiéndolos entre nuestros dientes y tironeando ligeramente. Bajando por su vientre, Carmen y yo nos quedamos mejilla con mejilla, frente a la rajita rasurada de Ainhoa. Empezamos lamiendo sus muslos de forma lenta y acompasada, hasta llegar a la entrada de su vagina, donde nuestras lenguas se tocaban, en una pugna por penetrar con la lengua. Sin poder aguantarme más, cuando Carmen tenía su lengua sobre la entrada de Ainhoa, la atrapé con mi boca, sorbiendo, para después dirigirme al clítoris. Ainhoa levantó ligeramente la cadera, y Carmen pudo acomodar su cabeza bajo la mía, alcanzando a lamer el perineo. Las manos de Ainhoa agarraban crispadas las sábanas, con sus sensaciones amplificadas al tener los ojos vendados. Con un gemido, soltó las manos de la sábana, agarrándome con una mano del pelo, mientras yo seguía martirizando su clítoris con la succión de mis labios y la atrevida lengua de Carmen se deslizaba desde el perineo hasta la entrada de su ano. Las piernas de Ainhoa empezaron a temblar y pude sentir la repentina humedad del orgasmo bajo mi barbilla, mientras noté como la lengua de Carmen empezó a recorrer ávidamente toda la zona.

Las manos de Ainhoa buscaron a tientas mi barbilla, para besarme, mientras Carmen seguía lamiendo allá abajo, para unirse en un beso a tres bandas al poco tiempo. Ainhoa estaba exhausta, así que Carmen se sentó a horcajadas sobre ella, y le quitó la venda de los ojos lentamente, mientras la besaba.

- ¿Qué te ha parecido? Porque yo quiero más… -dijo Carmen.

- Joder… qué morbo el jueguecito de a venda. – el suspiro de Ainhoa fue revelador.

Carmen había empezado a frotar su pubis con el de Ainhoa, sobre la cual estaba y a cuya espalda se agarraba para ayudarse a realizar este frotamiento. Me levanté, y me coloqué detrás de Carmen. En un momento en que paró el movimiento de caderas, aproveché y separé sus nalgas con ambas manos, lamiendo de abajo a arriba. Tenía delante de mi sus dos coñitos juntos, era una visión magnífica. Empecé a lamer el de Carmen, y en esta posición mi barbilla rozaba en algunos momentos la raja de Ainhoa, todavía sensible después del orgasmo que había alcanzado con nuestras lenguas.

- Métemela ya, cabrón… -jadeó Carmen.

No esperé más: dirigí mi polla palpitante a la entrada de Carmen, que la esperaba ansiosa y presioné ligeramente… pero mi mano desvió mi pene en el último momento, que se deslizó por fuera, rozándose por toda la entrada hasta llegar al clítoris. En ese momento, Carmen suspiró y tuvo una idea genial. Arrimó su pubis al de Ainhoa, juntando sus caderas, dejando mi pene atrapado entre los dos coños. Empecé a moverme en un lento metesaca, donde notaba como mi glande estaba rodeado por sus labios… era la hostia, y si yo lo estaba disfrutando, era poco en comparación con los jadeos ahogados que soltaban ambas.

Llegó un momento en que Carmen no pudo más: besó a Ainhoa e interpuso uno de sus brazos entre los cuerpos de las dos, para alcanzar mi polla y dirigirla hacia su vagina. Esta vez no me anduve con juegos: con un movimiento lento, la penetré, hasta que mis huevos chocaron contra entrada. Carmen se sujetó en Ainhoa, amorrando sus labios a su cuello, mientras yo me agarraba a las caderas de Carmen, aumentando el ritmo. Sólo se oían los jadeos de Carmen ahogados en la boca de Ainhoa, y el choque de mi cuerpo contra las nalgas de Carmen. Empecé a notar las contracciones de la vagina de Carmen a lo largo de mi pene, así que haciendo un último esfuerzo, le di más rápido, hasta que nos corrimos a la vez, soltando de golpe el aire que habíamos retenido en los pulmones.

Nos derrumbamos en la cama, exhaustos. Carmen seguía sobre Ainhoa, descansando, y yo me tumbé al lado de ambas, admirando sus cuerpos entrelazados. Era hipnótico ver sus bocas enredadas en un interminable beso, mientras la mano de Carmen acariciaba el cuerpo de Ainhoa.

Cuando hubimos recobrado el aliento, Carmen se levantó y arrodillándose, colocó las rodillas una a cada lado de la cabeza de Ainhoa. Luego, bajando el torso, ambas empezaron a hacer un 69. Yo me quedé aparte, descansando y disfrutando de las vistas que me ofrecían. Las manos de Ainhoa separaban las nalgas de Carmen, mientras esta hundía su rostro entre sus muslos, lamiéndose mutuamente en un ritmo que empezó siendo muy lento para acabar siendo frenético. Podía ver perfectamente como la lengua de Ainhoa recorría toda la vulva de Carmen mientras tres de sus dedos se perdían en el interior de la vagina. Continuaron así hasta que Ainhoa se corrió de nuevo, momento en el que dejó de lamer la concha de Carmen, incapaz de coordinar sus movimientos.  Con semejante espectáculo, mi miembro había recuperado su rigidez y me lo había empezado a acariciar distraídamente, pues después del trote que llevaba, la zona estaba sensible.

Cuando se separaron, ambas me miraron, empujaron suavemente con sus manos sobre mi pecho, recostándome a lo largo de la cama y poniéndose a mi lado empezaron a lamerme , mordisqueando mis pezones. La mano de Ainhoa había empezado a masturbarme lentamente, mientras la de Carmen acariciaba mis huevos. Los tres estábamos exhaustos, saciados de sexo, y sin embargo, la excitación nos seguía espoleando, incitándonos a seguir.

Yo había cerrado los ojos, entregándome al placer que me estaban dando, cuando sentí unos labios envolver mi capullo, mientras la lengua lamía mi frenillo. Incorporé ligeramente la cabeza, lo justo para ver mi polla entre los gordezuelos labios de Carmen, que la saboreaba mientras la lengua de Ainhoa recorría todo el tronco de arriba abajo. En ese momento Ainhoa paró, cogió la almohada, me la dio y me dijo:

- Ponte cómodo… porque creo que esto lo querrás grabar en tu memoria.

Dicho  y hecho, me incorporé un poco y ellas se acomodaron entre mis piernas. Empezaron lamiéndome las ingles, jugando con sus lenguas por mis huevos. Era increíble sentirlas serpenteando por ahí, llegando a lamer todo mi perineo, mientras miraban fijamente mi cara. Me estaban poniendo a mil otra vez y apenas habían empezado.

Atraparon mi pene entre sus labios, una a cada lado y comenzaron a subir y bajar acompasadamente, como masturbándome con sus labios, mientras las lenguas dejaban el trazo de saliva  todo a lo largo. Estuvieron así largo rato (o poco, realmente no lo sé, porque para mi el tiempo se había detenido, y su paso sólo estaba marcado por el ritmo que ambas imponían a la mamada que me estaban regalando), hasta que noté uno de los dedos juguetones de Ainhoa, que se había ido acercando a la zona de mis huevos y había ido descendiendo, presionando, hasta quedarse quieto entre mis nalgas. En ese momento, Carmen acarició con su lengua todo mi glande, prácticamente envolviéndolo, y se lo volvió a llevar a su boca. Ainhoa aprovechó el espacio para empezar a lamer mis huevos y mover ligeramente su dedo empapado rozando la entrada de mi ano.

Fue… increíble, imposible expresarlo con palabras. Carmen siguió metiéndose mi miembro en su boca, cada vez un poco más hondo, acariciando alrededor de mi capullo con su lengua. Ainhoa acompañó con su lengua el juego que llevaba su dedo, hasta que llegó un momento en que noté el roce de la lengua de Carmen en la base de mi pene. No era posible. Se había metido toda mi polla en su boca y podía notar como su lengua lamiendo el borde de mis huevos, en la unión con mi tronco. Con cuidado, se la sacó de su boca, poco a poco, manteniendo una succión constante y dejándola empapada en saliva. Cuando la sacó entera, estaba reluciente y húmeda de saliva.

Sin poder aguantarse, Ainhoa se levantó, se sentó sobre mi cintura y mientras Carmen sujetaba mi polla, reculó poco a poco y se la metió hasta el fondo de su vagina. La sacó de golpe, y noté como Carmen lamía el tronco de forma golosa, donde se mezclaban su saliva y los flujos de Ainhoa, para después volverme a dirigir a la entrada de Ainhoa. Empezando una lenta penetración, Carmen separó las nalgas de Ainhoa con las manos, para poder ver mejor como la penetraba, y su lengua acompañó el movimiento, lamiendo desde la base de mi tronco, pasando por el perineo de Ainhoa hasta llegar a la entrada de su ano.

Cuando Ainhoa empezó a cabalgarme más rápido, Carmen se levantó, y se sentó con cuidado sobre mi cara, dejando su vulva al alcance de mi lengua. Ahora que Ainhoa llevaba el ritmo de la cabalgada, me dediqué a jugar con mi lengua por toda la zona de Carmen, lamiendo desde su clítoris, el cual alcanzaba incorporando ligeramente la cabeza, hasta su ano, que punteé ligeramente con la lengua un par de veces, travieso. A todo esto, estas dos no habían dejado de besarse. En el momento que Ainhoa empezó un ritmo desbocado, supe que ambos estábamos al límite del clímax. Y a juzgar por la humedad de Carmen, que estaba restregando su pubis por mi cara, ella estaba también a puntito de caramelo. En esa situación, dado que yo había pasado a ser un mero consolador para Carmen, ya que esta restregaba su vulva sobre mi buscando solamente el mayor roce posible, saqué mi lengua, frotándola por todo… y nos corrimos los tres casi simultáneamente, en una cadena de orgasmos que nos desencadenamos entre los tres.

Yo estaba exhausto, no podía más. Así se lo hice saber a las chicas, y Carmen se recostó a mi lado, mientras Ainhoa seguía encima de mí, abrazada, con mi pene semierecto todavía en su interior. Cuando este volvió a estar flácido y se deslizó de su interior, Ainhoa me desmontó y se acurrucó a mi lado.

Me sentía como dios: abrazado por dos mujeres preciosas, nuestros cuerpos sudorosos, impregnados del olor a sexo, las respiraciones jadeantes todavía que se fueron calmando poco a poco… Mis manos acariciaban lentamente sus espaldas a lo largo, hasta que se quedaron dormidas así, abrazadas a mi, y yo, a pesar de estar reventado, me obligué a permanecer un rato más despierto, grabando a fuego en mi mente esa imagen, cada sensación, la caricia del roce de sus cuerpos sobre el mío, el ritmo de sus calmadas respiraciones y el suave latir de sus corazones a mi lado. Pude ver como el sudor que cubría nuestros cuerpos se evaporaba a lo largo de lo poco que quedaba de noche y como la luz del amanecer se empezó a colar por las rendijas de la persiana, hasta iluminar nuestras piernas entrelazadas.

FIN