Un trío inesperado I
Esta es la historia de como una noche que empezó bien, acabó mucho mejor de lo que todos imaginábamos
Es curioso, nunca imaginé que la noche acabaría así. Tampoco me arrepiento de ello, la verdad. Pero empecemos por el principio: soy un tío del montón, nada que ver con los que pueblan los relatos que he leído por ahí. Moreno, altura normal, ojos marrones… estudiando una carrera desde hace tres años. Es curioso, antes de empezar la universidad, la imagen que te venden de ella en todos lados es… cuanto menos atrayente. Si haces caso a American Pie, es una juerga continua, con barriles de cerveza correteando de un lado a otro, en fiestas interminables de residencias universitarias.
La realidad es muy distinta: te pegas el cuatrimestre estudiando, para matarte aún más en una sesión de estudio intensiva los dos últimos meses y hacer los exámenes, exhausto después de todo ese trance… Por lo que de fiesta y cerveza, más bien poco. En esa situación, os podéis imaginar las ganas que tenemos al terminar los exámenes de salir por ahí de noche a tomar algo y hacer el gilipollas con nuestros amigos. Y es en una de esas noches donde empieza esta historia.
En mi grupo de amigos no somos muy fiesteros. Y en cuanto al sexo… la verdad es que no son muy abiertos. Esa es la razón por la que Ainhoa y yo llevamos nuestra relación de follamigos en secreto. Si el resto se enterasen no lo entenderían y… probablemente nos empezarían a mirar raro. No todos son así, por supuesto. Del grupo de 10-12 amigos que somos, tres o cuatro personas lo entenderían. Una de ellas, como veréis al final, lo acabó compartiendo.
La noche empezó sin sobresaltos, tomando unas cervezas en un bareto donde las tenían a buen precio. Cerveza, buena música y amigos, ¿qué más se puede pedir? La pena fue que poco a poco la gente se fue descolgando, para estar con sus respectivos novios y novias. Al final nos quedamos 4 personas en total: Ainhoa, Carmen, Miguel y un servidor. Estuvimos de cerveceo hasta que cerraron el bar a media noche. Sí, habéis oído bien: a las doce. Es lo que tiene salir entre semana, que los bares te los cierran pronto.
Así que, todavía con ganas de seguir bebiendo, Ainhoa propuso ir a su casa y seguir cerveceando tranquilamente. Barrunto que lo dijo con la sana intención de tener un poco de acción después, propuesta a la que yo me apunté en seguida. Carmen se mostró de acuerdo y Miguel dijo que nos acompañaba hasta casa, pero que luego de ahí se iba, porque había quedado. En aquellos días, Miguel estaba empezando a salir con una chica, Alicia, pero al no tener todavía muy clara su relación, no había dicho nada a nadie. A nadie, salvo a nosotros tres y a Carlos, otro de los amigos del grupo, que somos los más abiertos en lo que a sexo se refiere. También sabía que como nosotros nunca decíamos nada de con quién nos acostábamos o dejábamos de hacerlo, podía confiarnos lo que quisiera, que éramos como fieles perros guardianes de su secreto.
Abandonamos el bar (aunque prácticamente nos estaban echando) y nos dirigimos a casa de Ainhoa. Íbamos charlando animadamente, con cierta desinhibición debida al alcohol, aunque no habíamos cogido ni siquiera el puntillo. Simplemente, un par de cervezas nos habían soltado un poco la lengua y la confianza entre nosotros cuatro nos permite hablar de cualquier cosa.
Ya en el portal de Ainhoa nos despedimos de Miguel con las coñas obvias: que cuidase con Alicia, a ver qué hacían los dos a solas. Que si el que tenía que tener cuidado era yo, a ver qué hacía esta noche, dejándome a solas con dos morenazas como ellas. Ainhoa se empezó a descojonar llegados a este punto, porque Miguel no se olía lo que teníamos Ainhoa y yo ni de lejos. En fin, las bromas típicas entre amigos. Qué lejos estábamos de sospechar que hay veces que lo que empieza en broma…
Y el cabrón no andaba desencaminado. Me había dejado con dos mujeres interesantes. Interesantes es decir poco. Ainhoa es un poco más bajita que yo, ojos marrón claro, con matices verdosos según cómo les de la luz, pelo largo y moreno. Olvidaros de las modelos raquíticas de las revistas. Ainhoa tiene curvas… y sabe usarlas, doy fe. Carmen por su parte es un poco más alta que Ainhoa, de mi altura aproximadamente. Unos labios carnosos que insinúan placeres prohibidos… lástima que fuera un poco más cortada, aunque eso tan sólo es la primera impresión que te da. Una vez que deja las vergüenzas a un lado… la imagen de santita se le va al traste.
Entre risas, subimos al piso y nos encontramos a Ana, la compañera de piso de Ainhoa, en el salón viendo una peli. Se unió a las cervezas y estuvimos charlando tranquilamente y acabando de ver la película. Cuando se terminó, Carmen dijo que estaba un poco cansada y que se iba a casa. Estaba poniéndose su chaqueta cuando le dijo a Ainhoa: “¿Te importa que me quede a dormir aquí? No me apetece coger el coche ahora y además si me paran… no voy pedo, pero seguro que da positivo en el control.” No era nada raro, era algo que todo el mundo habíamos hecho uno u otro día: Carmen vivía en la otra punta de la ciudad y al ser entre semana, no había servicio de bus nocturno. Ainhoa vivía con dos personas más: Ana y José. Los tres eran de fuera de la ciudad y José se había ido a su casa esa semana al terminar su último examen, por lo que había una cama libre. “Claro que no me importa, no seas tonta, puedes usar la habitación de José, sabes que no tiene ningún problema con estas cosas.” dijo Ainhoa.
Carmen se fue a la habitación de José, que estaba contigua a la de Ainhoa. Un pequeño pero importante detalle, por lo que veréis más adelante. En cuanto Ana oyó a Carmen meterse en la habitación, le salió una sonrisilla de cabrona en la cara: “creo que os hago un favor si os dejo solos. Además estoy cansadísima, me voy a mi habitación a dormir. Pasadlo bien” . Y nos guiño un ojo. Ana sabía que Ainhoa y yo estábamos liados, y aprovechaba la mínima ocasión que tenía para soltar pequeñas pullas al respecto. A la chiquilla le gusta jugar, qué le vamos a hacer.
Dicho y hecho, a los dos minutos estábamos los dos entrelazados sobre la cama de su habitación. Si hay algo que me encanta es el roce de su cuerpo. Calentarla lentamente comiendo su cuello, dejando pequeños trazos de saliva sobre los que soplar y después besar… hasta llegar al lóbulo de la oreja y mordisquearlo ligeramente. Ainhoa no se había quedado quieta mientras tanto: sus piernas apresaban mi cintura, acercando mi cuerpo al suyo, en busca de un roce en el que la ropa nos empezaba a estorbar.
Sus manos pasaron de mi espalda a mi cinturón, que tras un ligero forcejeo (me encanta comerle la oreja en esta situación, se pone más ansiosa de lo que está y siempre acaba maldiciéndome), cedió a sus esfuerzos por liberarme de la opresión de los pantalones. A estas alturas los dos estábamos demasiado calientes para andarnos con jugueteos, así que mientras yo me quitaba la camisa, ella se desprendió de su camiseta y sus pantalones, quedándose sólo con sus braguitas puestas y un brillo de deseo en sus ojos.
Con una sonrisa danzándome en los labios me volví a colocar sobre ella, sintiendo el húmedo roce de su entrepierna en mi muslo. Cogiéndole la cara con ambas manos, la besé larga y lentamente, mordiendo y tironeando de su labio inferior al terminar. Y besando su cuello, susurré en su oído:
- ¿No te parece? –deslicé mi mano a lo largo su cuello, descendiendo hasta posar toda la palma sobre sus braguitas con los dedos jugueteando al final- ¿que va siendo hora de desprenderse de esto?
-Estaba esperando que me las quitases tú.
Fui a deslizar mi mano dentro, pero sus dedos apresaron rápidamente mi muñeca, frenando el movimiento. Con su otra mano, me dio unos suaves golpecitos en los labios, mientras sonriendo me decía: Con la mano no. Mejor con esto .
La volví a besar en el cuello, arañándolo con los dientes, para empezar a descender lentamente. Al llegar a sus pechos, me detuve durante un tiempo ahí. Me vuelve loco lamer sus pezones y notar como se endurecen bajo mis caricias y mi lengua. Mientras tanto mi mano no se había separado de su entrepierna, masajeando la zona desde fuera y presionando ligeramente sobre su entrada a través de la ya húmeda tela de sus bragas. Un ligero escalofrío recorrió su cuerpo, y decidí seguir mi camino recorriendo su cuerpo. Dándole un beso el ombligo, continué descendiendo hasta llegar al borde de las braguitas. Deteniéndome un instante con los dientes agarrando la costura superior, para disfrutar de la maravillosa tensión del momento, cambié de idea y decidí juguetear un poco más. Manteniendo sus piernas abiertas y sujetas por mis antebrazos, empecé a lamer su muslo desde detrás de la rodilla hasta el límite de sus bragas, donde jugueteaba intentando meter la lengua bajo la costura. Iba alternando de muslo cada vez, y me pegué un buen rato. Con tanta tontería, Ainhoa había agarrado mi pelo con sus manos, en un vano intento de dirigir mi lengua hacia su ansiado tesoro y de esta manera dejar de volverla loca con este tonteo.
Cuando me pareció que ya tenía suficiente y no podía aguantar más mis ganas de despojarla de sus bragas, hundir mis labios en su vulva y poder así recoger su ansiado néctar en mi boca, agarré la costura con los dientes y tironeé ligeramente hacia abajo, lo justo para dejar acceso a mi lengua a la parte superior, donde se juntan los labios. Luego terminé de arrastrar sus bragas con mis dientes, hasta sus pies.
Volví a ascender por sus piernas, colocándolas sobre mis hombros, de forma que me tenía bien sujeto y sin posibilidad de escape. Como si tuviera ganas de escapar. Empecé a lamer por el exterior, repasando el pliegue entre sus labios y endureciendo la lengua cada vez que pasaba por la entrada de su vagina, intentado penetrar cada vez un poco más. Buscando su botón del placer, rocé su clítoris con los labios, succionando ligeramente, lo que provocó que Ainhoa elevara su pelvis para quedar apoyada en la cama sólo con sus talones y su espalda. Agarrándome con fuerza de la cabeza, estuve en esa situación un par de minutos, hasta que relajó sus músculos, presa del primer orgasmo de los muchos que nos sobrevendrían esa noche. Aproveché entonces para lamer los flujos rebosantes que humedecían sus labios, pero enseguida noté sus manos tirando de mis hombros. Colocándome a su altura de nuevo, compartimos su sabor en un largo y apasionado beso.
Por lo visto Ainhoa decidió que tenía suficiente de mi boca, porque sin quitarse de debajo de mí, empezó a deslizarse hacia abajo. Con la lengua sacada, a medida que iba bajando con su cuerpo iba rozando todas las partes de mi anatomía, en una húmeda caricia que hacía que se me pusiera la carne de gallina y mi polla palpitara tanto de placer que parecía que tenía vida propia. Al llegar a los pezones jugueteó con ellos, mordiéndolos ligeramente. Y así, entre mordiscos repartidos por mi torso, continuó escurriéndose bajo mi cuerpo, hasta tener mi pene erecto y anhelante a la altura de su mentón. Empezó a lamerlo con calma, de arriba abajo, lentamente. Recubriéndolo de saliva. En un momento dado, cuando adivinó que mis brazos no aguantarían más mi propio peso debido al tremendo placer que me estaba dando, cogió mi cintura con ambas manos y nos obligó a girar sobre nosotros mismos, quedando yo tumbado sobre la cama. Si hay algo que me encanta de esa cama es lo grande que es. Es perfecta para esta clase de juegos y forcejeos.
Ahora mismo me tenía desnudo y ansioso sobre su cama, completamente bajo su control. Seguía con un brillo especial en los ojos. Esa clase de sed que sólo se sacia con sexo. Se volvió a llevar mi pene a la boca, ahora ya recubierto por su saliva. Lamiéndolo arriba y abajo, llegó un momento en el que, protegiendo sus dientes con los labios, metió el glande en su boca. Era increíble sentirlo ahí, con su lengua recorriendo el frenillo y una de sus manos en mis pelotas, jugueteando con ellas. Viendo mi cara de placer, adivinó que si seguía así mucho tiempo, me iba a correr, así que con una sonrisa pícara en su cara al ver al estado de excitación al que me había llevado en apenas unos instantes, volvió a lamer mi barra de carne, bajando esta vez hasta mis huevos, a los que prodigó un trato especial. Continuó lamiendo hasta llegar a mi perineo, dios que placer me estaba dando… Siguió humedeciendo la zona, hasta que subió ligeramente la cabeza y mirándome a los ojos, se llevó dos de sus dedos a la boca, chupándolos y dejándolos bien húmedos de su saliva. Sin darme tiempo a adivinar lo que iba a hacer (a vosotros ahora os puede parecer muy obvio, pero mis pensamientos en esos momentos estaban a kilómetros de allá, con mi cerebro en una especie de éxtasis-nirvana sexual), acogió mi glande de nuevo entre sus jugosos labios y su lengua, y apoyó sus dedos en mi perineo, acercándolos lentamente a la entrada de mi ano, sin ninguna prisa. Era algo que siempre habíamos hablado entre nosotros, y que ella, por una u otra razón, había evitado hacer. Simplemente dejó sus dedos encima, presionando ligeramente, pero sin el menor atisbo de entrar, y moviéndolos en círculos. El efecto sobre mi polla fue inmediato: una palpitación que la puso más dura de lo que ya estaba, si es que eso era posible. Todo esto lo hizo manteniendo un contacto visual constante, para no perderse ni una de las caras de placer extremo que yo debía de estar poniendo. Tuvo que ser todo un espectáculo.
Cuando decidió que estaba a punto de llegar al límite, subió y nos entregamos a un morreo increíble. Cogí su cara con las manos, reteniéndola, para al final rodar sobre la cama y quedar encima de ella. Estábamos piel con piel, cubiertos de una fina película de sudor debida a la excitación que nos apresaba. Mi hinchado glande, ansioso de mucho más después del trato que le había dado Ainhoa, reposando justo encima de su entrada, presionando ligeramente, obligándonos a sentir el roce. En un susurro apenas audible, Ainhoa prácticamente me suplicó que se la metiera ya, incitándome a entrar… sé que le encanta un ritmo rápido, pero esa noche estaba juguetón y quería putearla un poco. Empecé un ritmo lento, tan lento que parecía que el tiempo se hubiera detenido y lo único que quedase en el mundo fuera el roce de su vagina en mi glande y el suave y constante palpitar de su cuello bajo mis labios interrumpido únicamente por algún entrecortado suspiro.
Noté como elevó sus talones, atrapando mi cuerpo y reteniéndolo junto al suyo, en un vano intento de imprimir a mis lentas penetraciones un ritmo voraz al que me costó todas mis fuerzas resistirme. En una de estas lentas y profundas penetraciones, al retirarme, mi pene se salió. Lo volví a colocar de nuevo sobre la entrada de su vagina, como pidiendo un permiso que Ainhoa hacía tiempo que me había dado. En ese momento su cara reflejaba las sensaciones que la llenaban: placer, excitación, una ligera irritación porque yo no le diese el ritmo descontrolado que tanto le gusta… Tras unos instantes de quietud, la empalé: fue una penetración lenta, profunda. Pude ver cómo le cambió la cara: abrió la boca buscando un aire que de repente le faltaba. Al recuperarse fijó sus ojos en los míos y pude leer en ellos sus anhelos, largo tiempo aplazados. Empezamos un ritmo lento que poco a poco fue aumentando, de forma imparable. Nuestras caderas iban acopladas y llegó un momento en que ella elevó un poco más la cintura y las piernas. Sus talones reposaban ahora sobre mis glúteos, obligándome a mantener ese ritmo brutal. Sus jadeos, que habían empezado como gemidos apenas audibles, empezaron a subir de volumen. Empezó a morder mi cuello para ahogar el sonido, con lo que me espoleó todavía más en mi excitación. Cuando el inevitable orgasmo le sobrevino, ascendió poderoso por su cuerpo, yendo a morir en un grito ahogado sobre mi cuello.
Me quedé recostado a su lado, con mi pene todavía enhiesto y palpitante, una invitación en toda regla para seguir jugando con él. Ainhoa lo acarició durante un rato, calmándolo para bajar un poco mi excitación y que así pudiera seguir dándonos placer durante un rato más. Lentamente, se fue tumbando boca abajo en la cama. A Ainhoa le encantaba hacerlo en esa posición. Me senté a horcajadas sobre ella y tumbé mi cuerpo sobre el suyo. Mi polla reposaba entre sus nalgas y empecé a comer su oreja, descendiendo por su espalda hasta llegar a sus cachetes. Dándoles besos y algún mordisco, separé sus nalgas con mis manos y lamí con toda la anchura de mi lengua desde el clítoris hasta el perineo. Lentamente, presionando ligeramente en su vagina. La tenía a mi merced. Volvía a tener el coño empapado de flujos, y apenas habíamos vuelto a empezar. Separé un poco más sus piernas, cosa que ella aprovechó. Movió su pie y empezó a jugar distraídamente con él sobre mi pene. Jamás imaginé que un simple roce pudiera dar tanto placer. Le di una última lamida a su perineo e incluso me atreví a lamer ligeramente la entrada de su ano, aunque sabía que no le gustaba la idea del sexo anal, y no me entretetuve mucho por esa razón. Simplemente, no me pude resistir.
Ascendí, y ella acogió mi pene entre sus piernas. En esta posición, con ella tumbada bocabajo, la penetración es más difícil, pero me encanta sentir mi pene entre sus labios, calientes y húmedos, que los envuelven. Creedme que si a mi me encanta, a Ainhoa la vuelve loca: sentir todo mi cuerpo sobre su espalda, aumentando el contacto al máximo. Empecé a moverme, simulando una penetración, rozando mi glande por toda su vulva hasta llegar al clítoris. Estuvimos así un buen rato, hasta que le levanté la cintura con ambas manos, dejando su trasero expuesto, y su cabeza apoyada en el colchón. Ella llevó una mano atrás, aprovechando para guiarme en la penetración y de paso dejó su mano sobre su clítoris, acompasando su ritmo al de mis penetraciones. El ritmo ya era desenfrenado. Reconozco que hasta entonces habíamos intentado hacer poco ruido, para que no nos oyera Carmen… No creo que lo hubiéramos conseguido, pero ahora ya era increíble: el sonido del colchón era inconfundible y por si fuera poco al no tener mi cuello disponible para poder ahogarlos, los gemidos de Ainhoa empezaron a ser audibles. Pude notar perfectamente las contracciones de su vagina alrededor de mi pene, anunciando un nuevo orgasmo. Sin poder retenerme ni querer hacerlo, me corrí en su interior (Afortunadamente Ainhoa toma pastillas), lo que le provocó a Ainhoa el orgasmo. Caímos los dos desmadejados sobre la cama, intentando recuperar el aliento que nos faltaba.
Click. Se oyó el pestillo de la puerta, que nos habíamos olvidado de cerrar. Ainhoa y yo volvimos las caras hacia la puerta, con el corazón en un puño… apoyada en la puerta, que acababa de cerrar, estaba Carmen.
CONTINUARÁ
Este es el primer relato que escribo. Agradezco cualquier comentario que dejéis, tanto si os ha gustado, como si no... pues sólo de las críticas se aprende.