Un trío de sueño

-¡Ay qué rico! ¡¡Ay qué rico!! ¡¡¡Ay que riiiiico!! Sus piernas comenzaron a temblar y se corrió...

Había venido sola para las fiestas. Aún faltaba una semana para el día de Santa Rita.

No hacía mucho que estuviera con ella y me extrañó que se viniese a meter en la boca del lobo, ya que todo ese tiempo iba a estar en mi casa. Mas todo lo que pasaría iba a pasar esa noche de sábado. A Diana, mi esposa le diera la habitación que estaba enfrente de la nuestra. Oyó cómo mi esposa me decía:

-Estate quieto que nos puede oír mi sobrina.

-Si nos oye que se haga un dedo -dije levantando la voz-. Seguro que le gusta.

-Calla que te va a oír.

-Lo único que puede pasar es que se ponga cachonda. Baja las bragas que ya me hizo efecto la viagra.

-¡¿Por qué la tomaste sin consultarme?!

-Por que si te lo consulto me dices que no la tome.

-Dime, Quique. ¿Te gusta Diana?

-Sí, se lo comía todo si me dejara.

Oímos a Diana carraspear en la otra habitación.

-Tampoco hacía falta tanta sinceridad.

-¿Y a ti te gusta?

-Claro que sí, es mi sobrina.

-Sabes que no te lo decía por el tema familiar.

-¡Ala carralo! Entiendo que tú de viejo quieras ser gaitero. ¡¿Pero me ves a mí cara de gaitera?!

-Cosas más raras se vieron.

El carraspeó de Diana subió de tono.

-Nos está oyendo.

-Que se caliente. Baja las bragas.

-Ni que quisieras que viniera a jugar con nosotros.

-Claro que quisiera, y creo que a ti no te disgustaría.

-No digas tonterías. A mi las mujeres... Solo de pensar en un coño lleno de babas... ¡Qué asco!

-No es la primera vez que pruebas tus jugos y a mi leche no le haces ascuas.

-Es distinto.

-Me da a mi que te encantaría que se corriese en tu boca y tú correrte en la suya.

Se puso boca arriba, se quitó las bragas y me dijo, casi susurrando:

-Cómeme el coño -levanto la voz-. ¡Cerdo, eres un cerdo!

Metí mi cabeza entre sus piernas. Pasé mi lengua por los labios de su coño para ver si estaba mojada y no, no estaba mojada, estaba super mojada, estaba empapada.

Le seguí el juego.

-Baja las bragas de una puta vez.

-Deja de hacer el indio y échate a dormir.

Le trabajé el coño, pero no cómo siempre lo hacía, en vez de meterlo entero en la boca, se lo lamí cómo lo hacen las mujeres. Mis horas de porno lésbico me hicieran experto en ese jardín.

A mi esposa le bastaba tres o cuatro minutos para correrse dándole sexo oral, pero esta vez no llegó ni a dos. Me agarró la cabeza. Dejé medía lengua dentro de su vagina y con la otra mitad presioné su clítoris. Sin gemir una sola vez y moviendo la pelvis de abajo a arriba y de arriba a abajo, se corrió en mi boca. Sentí cómo su coño al correrse se cerraba apretando mi lengua y luego cómo se abría soltando jugos con sabor a ostra.

Minutos más tarde, se la puse en la entrada del coño. Me cogió las nalgas y llevándolas hacia ella la fue metiendo... Al rato se tapaba la boca con una mano para que Diana no sintiese sus gemidos, pero Diana sintió los ruidos que hacían los muelles de la cama. Silenciosa como una serpiente abrió la puerta de la habitación y en total oscuridad llegó a la cama y le cogió las muñecas a mi esposa. Mi esposa, con el susto, se puso de rodillas sobre la cama. Encendí la luz y vi a Diana, desnuda. Estaba cómo siempre, Divina. Mi mujer también la vio, y me dijo:

-Métele un guantazo a esta desvergonzada.

-La calentamos y vino. Tú también colaboraste. Haber bajado la voz.

Diana, traía ganas de guerra.

-Vuélvésela a meter, José. Follala por última vez que te vienes conmigo.

Mi mujer, sorprendida al oír las palabras de su sobrina, me miró, y me peguntó:

-¡¿Tienes una aventura con mi sobrina?¡

Follándola, le respondí:

-Tengo. Culpa tuya. Nunca tienes ganas de follar.

Diana estaba en plan jefa.

-Menos palabras y más acción. Agárrale las tetas y dale, sin prisa, pero sin pausa.

Diana tenía la cabeza de mi esposa entre sus grandes tetas y cada vez que quería hablar, se la enterraba entre ellas. Pasó un tiempo y le puso un pezón entre los labios, apartó la boca, pero tampoco puso cara de asco. Poco después, su coño estaba mojado cómo hacía años que no lo tenía. Mi esposa comenzó a temblar cómo una adolescente, le lamió un pezón a Diana, a eso siguió una lamida, una chupada de teta, de esa teta pasó a la otra, a un beso, a llevar Diana las muñecas de mi esposa a su nuca, a abrazarla, a besarse, y de eso pasé a sentir cómo el coño de mi esposa apretaba mi polla y se corría de nuevo, diciendo:

-¡¡¡Me viene!!!

Mi mujer se corrió cómo hacía años que no se corría, con una intensidad brutal. Diana, dejó que acabase de correrse y de que se echara boca arriba, y sin darle tregua, se sentó encima de ella y le dio dos bofetadas, una en cada lado de la cara.

-¡Plasssss, plassss!

-¿Por qué no le das coño a tu marido, zorra? ¡¿Tienes a otro que te folle?!

Creo que ni yo, ni Diana, ni mi esposa misma, esperaba su reacción. Le dio la vuelta y le devolvió las bofetadas.

-¡Plasssss, plasssss!

La agarró por los pelos, y con la leche de mi corrida saliendo de su coño, se lo puso en la boca.

-¡¿No te gustaba la leche de mi marido?! ¡¡Traga, guarra!!

Diana, le lamió el coño, pero no por mucho tiempo. Era más fuerte que mi esposa. Le volvió a dar la vuelta, y le dio otras dos bofetadas:

-Plassss, plasssss!

Era más fuerte, pero ni esposa era muy gata, se tiraron de los pelos, y anduvieron a vueltas una encima de la otra sobre la cama. Yo miraba y me excitaba. En aquel momento se la metería a cualquiera de la dos.

Estando Diana arriba y mi esposa abajo, se quedaron mirando una a la otra cogidas de los pelos. Diana fue subiendo su coño mojado por el vientre de mi esposa, mi esposa le soltó los pelos. Luego, Diana, cubrió el pezón izquierdo y la arela de la pequeña teta de mi esposa con su coño empapado y jugó con él... De esa teta fue a la otra. Yo, goloso cómo soy, no podía dejar pasar la oportunidad. Le mamé las tetas cubiertas de jugos. El coño depilado de Diana siguió su camino hasta posarse sobre los temblorosos labios de su tía. Mi esposa le echó las manos a la cintura, y comenzó a comer su primer coño. Diana, le acariciaba el cabello y movía la pelvis. Yo quise magrear sus preciosas tetas, me dijo:

-Déjala a ella.

Mi esposa le magreó las tetas. Poco después, Diana, estaba a punto.

-¡Ay que, rico! ¡¡Ay, que rico!! ¡¡¡ Ay qué riiiiico!!!

Las piernas le comenzaron a temblar y se vino en la boca de mi esposa, diciendo:

-¡¡¡Me coooooro!!!

Joder, el único que no se corría era yo. ¡Qué rabia me dio!

Con la polla dura cómo una piedra, empujé, empujé y empuje, hasta que me dijo mi esposa:

-Espera que bajo las bragas.

Abrí los ojos. Había estado soñando, pero bueno, por lo menos después de más de tres meses iba a mojar con mi esposa.

Quique.