Un trío consentido, mi mujer, yo y un desconocido
Somos un matrimonio sin hijos que después de 23 años de casados, nos propusimos salir de la monotonía del sexo en pareja. Nos planteamos hacer algo nuevo. Habíamos usado todo tipo de juguetes sexuales, consoladores, vibradores, etc.
Somos un matrimonio sin hijos que después de 23 años de casados, nos propusimos salir de la monotonía del sexo en pareja. Nos planteamos hacer algo nuevo. Habíamos usado todo tipo de juguetes sexuales, consoladores, vibradores, etc.
A mí y a ella nos daba mucho morbo fantasear con hacer un trío mientras usábamos un consolador que ella se introducía poniéndole nombre de persona. Lo llamábamos anónimo.
Decidimos probar un trío de verdad con otra persona de nuestro agrado. Ella se mostró un poco extrañada, pensó que no seríamos capaz, ni ella ni yo.
Pero aprovechando un viaje de tres días a Barcelona decidimos dar el paso. Conocimos a un chico por internet, tenía 28 años, pero parecía mayor. Estuvimos un tiempo chateando y hablando de nuestros gustos. Cada vez que teníamos contacto con él nos poníamos muy cachondos mi mujer y yo. Terminábamos siempre haciendo el amor como locos pensando en la nueva experiencia. Estaba claro que a los dos nos gustaba la idea.
Quedamos con él la última noche después de terminar las visitas programadas. Nos acicalamos en el hotel y fuimos a cenar con él. Mi mujer estaba preciosa. Ella tiene 45 años, un poco rellenita, pero muy bien proporcionada. Sé que por la calle la piropean. Llevaba una camisa blanca con el botón de arriba desabrochado dejando ver su escote y casi una minifalda que dejaba ver gran parte de sus piernas con unas medias negras con filigranas y zapatos de tacón de aguja. El chico era más alto que yo, delgado y yo sabía que a mi mujer le gustaba por las fotos que habíamos visto previamente de él. Era educado, simpático y muy seguro de sí mismo. Durante la cena hablamos de todo. Trabajo, ocio, etc. En el restaurante estábamos en una mesa un poco apartada. Había poca gente. Existía en el ambiente muchas miradas cómplices entre mi mujer y yo. Por la forma de hablar transmitía tranquilidad. El se levantó al servicio y aproveché para decirle a ella lo cachondo que me estaba poniendo la situación. Ella me dijo que le gustaba más en persona que en las fotos, estaba encantada y no le dio corte decírmelo. Después de cenar tranquilamente, pagamos la cuenta y nos llevó a su casa, en un coche amplio y de marca. Me pidió permiso e invitó a mi mujer a sentarse adelante junto a él. Mientras conducía con disimulo miraba las piernas de ella, que tenía cruzadas, dejando ver toda la pantorrilla.
Llegamos a un chalet a las afueras, muy grande y lujoso, con jardín y piscina. Era soltero, empresario y tenía negocios en Japón, su nivel económico era bueno. En el jardín nos sentamos en unos butacones muy cómodos con grandes cojines y tomamos varias copas de champan. Yo no podía esperar más y tome la iniciativa, me levanté y mientras él nos miraba, me coloqué detrás de ella y desabroché un botón de su camisa, metí mi mano por dentro y saqué sus pechos dejándolos al descubierto. Son muy bonitos, no muy grandes, pero con pezones muy apetitosos. Con la otra mano, levanté su falda y por dentro de las bragas acaricié y masajeé su sexo. Ella se dejó hacer pasivamente. Con la yema de los dedos acariciaba sus pezones erectos. Le mordisqueé el cuello y mientras el muchacho viendo nuestra tórrida escena, se sacó su verga, agitándosela. Acerqué a mi mujer frente a él, que la miraba con ojos de águila deseosa de tener su presa entre las garras. Tenía la verga erecta, era grande, gruesa y venosa. Mi mujer me miró pudorosa, yo la animé a perder la vergüenza. La acerqué hasta donde estaba el sentado y sin dejar de acariciarla le llevé su mano al miembro de el. Lo agarró e inclinándose de rodillas, metió su cabeza entre las piernas de él, para chuparle aquella magnífica polla. Mientras ella se afanaba en lamer, chupar y agitársela, yo saqué la mía y me masturbaba viendo la escena. Se levantaron los dos y el por delante y yo por detrás, lentamente desnudamos a mi mujer. Mientras uno le quitaba la camisa y desabrochaba el sujetador, el otro quitaba su falda. Ella se quedó con sus medias negras, los ligueros y sus zapatos de tacón. Estaba preciosa con su pelo recogido. El chico la besaba en la boca y con delicadeza y maestría le acariciaba su sexo, casi depilado. Yo desde atrás masajeaba sus pechos y ella gemía cada vez más. Nos tumbamos en el césped sobre una manta y los dos como dos lobos hambrientos la besábamos y tocábamos por todos sitios. Ella, tumbada chupaba una polla mientras el otro le lamía el coño con fuerza obteniendo gritos cada vez más fuertes y entrecortados. Yo creo que se corrió. No parecía la mujer que yo conocía, estaba disfrutando y abandonada a su suerte y a mí me encantaba verla así. El se puso boca arriba con la estaca erecta como un mástil. Su verga era muy grande, como un vaso de tubo, incluso a mi me sorprendió su tamaño y grosor. Pensé que no cabría en su coño. Nunca había tenido dentro otra polla que no fuera la mía. Lo cual daba más morbo al hecho. Ella se colocó encima de el, mirando su cara deseosa de poseerla. Yo la observaba, callado y excitado como nunca. Ella no se fijaba en mí. Era como si estuviera sola con él. Se puso de cluquillas con mucho cuidado sobre aquella polla vigorosa. La empuñó como pudo, pues su grosor no le permitía cerrar totalmente la mano y se la colocó en su raja humedecida de deseo. Parecía mentira que con lo lubricada que estaba, costara introducirla dentro. Poco a poco la colocó sobre su húmeda cueva para metérsela dentro, parecía que se iban a desgarrar sus labios vaginales, pero se fue abriendo camino, no sin cierta dificultad. Dio algún grito de dolor que se fue transformando en gemidos suaves, duraderos, gracias a la delicadeza empleada por él. El dolor se transformó en un gusto inexplicable que se veía reflejado en la cara de los dos. Una vez superado los primeros envites, su sexo dilatado por la excitación, dejaba libremente entrar y salir aquel magnifico miembro, ella lo cabalgaba con movimientos cada vez mas enérgicos. En ese momento viendo lo que ocurría antes mis ojos, comencé a masturbarme, no pude aguantar más y tuve una corrida larga y duradera descargando toda mi adrenalina. Me recorrió un calambre por toda la medula espinar. Después de correrme, mi polla seguía erecta y la coloqué en su boca para que me la chupara. Me miró extrañada, como dándose cuenta de que estaba allí delante. Sin decir nada, comenzó a darme unos chupetones, zugando mi glande con esmero. Ella no paraba de darnos placer a los dos y nosotros a ella. Yo con mis dedos le frotaba el clítoris y ella con más deseo aceleraba sus empujones de arriba a abajo, como una bomba de bicicleta sobre la polla de él. El muchacho no pudo aguantar más y se corrió dentro de ella. Ella ya tenía totalmente su pelo suelto, esto le daba un aspecto más lujurioso.
Cambiamos de postura y ahora desde atrás, follándola sentía su sexo muy húmedo y caliente, era para mí una sensación nueva, mi polla bailaba dentro de su sexo humedecido y veía como ella chupaba y chupaba su verga, mientras con su mano acariciaba y estrujaba los testículos de él, dándole un placer infinito. Ella no se daba cuenta de que yo observaba sus ganas desenfrenadas por sentir en su boca aquella polla más grande que la mía. Allí nadie hablaba, no hacía falta, nos entendíamos muy bien, solo gemíamos y gritábamos de gusto.
Lo hicimos de muchas maneras y perdí la cuenta de cuantas veces nos corrimos los tres. Hicimos sexo incluso dentro de la piscina. Mi mujer no había sido nunca penetrada analmente y esa noche sintió dos vergas a la vez, que la llenaron completamente por dentro.
No sé cuánto tiempo estuvimos follando los tres, ni cuantas veces nos corrimos, pero fue como un sueño hecho realidad. Disfruté viendo a mi mujercita cumpliendo la fantasía de muchas mujeres.
Nos duchamos, nos pusimos cómodos en bañador nosotros y ella apareció con un pareo alrededor de su cuerpo. Era Julio y hacía calor. Nos quedamos sentados plácidamente en aquel jardín tan acogedor tomando unas copas y hablando de lo ocurrido sin pudor. La conversación fue subiendo de tono y ella ya relajada, nos contó que había sentido y sin vergüenza nos decía lo mucho que le había gustado verse deseada y follada por dos hombres a la vez.
La cortesía y amabilidad de aquel chico hizo que nos sintiéramos muy cómodos mi mujer y yo, y consiguió que diéramos rienda suelta a nuestros instintos sin ningún tipo de pudor. A mí me parecía mentira no sentir celos, sino todo lo contrario, agradecimiento a este chico, tan educado, atractivo y buen conversador. Sé que a mi mujer la volvía loca. La conozco.
Ella comenzó a narrar lo que había sentido en cada momento.
Al principio sentía vergüenza y pudor al verme desnuda y toqueteada por los dos, incluso me sentía arrepentida de lo que iba a hacer. Pero luego me fui abandonando a mis instintos y comencé a disfrutar sintiendo vuestras manos y vuestros miembros erectos y deseosos de tenerme.
Cuando me puse encima de ti, le dijo al muchacho, para introducirme tú miembro, creí que me abriría por la mitad y aunque intentaba arquear todo lo que podía mis piernas, parecía imposible que me pudiera entrar toda. Cuando la tuve dentro, sentí un intenso dolor al principio. Como si me acabaran de desvirgar, pero luego al desplazarme sobre ella con tu ayuda de arriba a abajo, sentía el roce de aquel miembro hasta en el último centímetro de mi vagina, produciéndome un intenso placer. Y además, como tú, cariño, me frotabas el clítoris, tuve un orgasmo duradero, delicioso e irrepetible. Sentí un calor muy agradable y una gran humedad, síntoma de que te habías corrido abundantemente, dentro de mí. Le dijo a él. También al meter tu miembro por el culo, me dijo a mí, sentí un dolor intenso, que se fue convirtiendo en agradable al verme con las dos pollas dentro. Mientras ella nos narraba todo lo sentido, nosotros escuchábamos sin hablar atentamente. Nos excitaba escuchar sus palabras y se notaba como nuestros miembros se hinchaban a través del bañador.
Ella estaba sentada frente a los dos y al darse cuenta de nuestro estado, dejó caer ligeramente su pareo y abrió las piernas dejando su sexo al descubierto. No llevaba nada debajo. Comenzó a tocarse los pechos y pellizcarse los pezones erectos, haciendo subir su excitación y la nuestra.
Se acariciaba su sexo con dulzura, mientras los dos la mirábamos sacando nuestros miembros nuevamente duros. Ella se introducía dos dedos en la vagina con una mano y con la otra se frotaba el clítoris. Ahora nos animaba diciendo, mirad, mirad que caliente me estoy poniendo, pensando en vosotros dos excitados. Parecía mentira que nuevamente tuviéramos ganas de follarla. Ella estaba como nunca, la excitación la sacaba de su forma normal de ser. Se acercó y se arrodilló delante de nosotros, a uno le chupaba la polla y al otro le hacía una paja, agitando su miembro de arriba abajo sin titubear y así se iba alternando entre los dos. Pasado un rato y antes de que pudiera extraer el preciado liquido del placer de nuestras vergas erguidas. La tumbamos en un sillón, mientras yo masajeaba su tetas, el abrió sus piernas, dejando su coño al descubierto, y con mucha familiaridad, colocó su verga sobre la entrada de su coño y la metió sin oposición alguna. La polla entraba y salía sin resistencia, parecía mentira como se había dilatado aquel sexo caliente. Desde una posición más elevada yo veía el espectáculo sin perder detalle alguno, lo cual me ponía verraco ver a mi mujer gritar otra vez como una loca. Veía entrar y salir toda de un golpe bombeando su coño totalmente abierto.
Antes de que él pudiera correrse lo aparté e introduje mi pene en aquella caverna deliciosa. Mi polla bailaba dentro de su sexo excesivamente dilatado para mí. Ella con una de sus manos, le tomo la polla y se la agitó fuertemente, haciendo que se corriera de gusto y yo dejé dentro de ella hasta la última gota de semen, si es que me quedaba alguno.
La besamos los dos en señal de agradecimiento y comprendimos que solo una mujer nos había hecho felices a los dos, dándonos tanto placer.
Nos duchamos, arreglamos y aunque él nos ofreció muy amablemente su casa, declinamos su invitación y nos fuimos al hotel. De la misma manera, nosotros ofrecimos nuestra casa a él. Prometió hacernos una visita cuando pudiera, pues viajaba mucho por Europa, nos dijo. Eran las 3 de la madrugada.
A la mañana siguiente nos vinimos en coche hasta nuestra ciudad. El camino fue silencioso, no hacía falta hablar. Noté que mi mujer no me miraba a los ojos, ni yo a ella. Sentíamos vergüenza por lo ocurrido el día antes.
Han pasado 6 meses y cada vez que hablamos del tema nos ponemos muy cachondos y hacemos el amor con desenfreno.
Hace unos días hemos recibido una llamada de este chico, nos cuenta que se casa con una francesa. Nos ha enviado una foto es una chica muy guapa, nos cuenta que ella es muy liberal y que le gusta el sexo en grupo.
Nos tememos que esto puede ir más allá. Nos ha invitado a su boda en un castillo muy bonito a las afueras de la ciudad.
Ya os contaremos.