Un trío con mis mejores amigos

Tres chavales se juntan y acaban con los rabos en la boca

Estaba con Alfredo y Calisto en casa de este último. En plena adolescencia, lo que más nos gustaba era ver vídeos porno y cascárnosla juntos, pero realmente lo que hacíamos la mayoría de veces era jugar a la Play y fantasear con las tías de clase. Era en algunas de esas ocasiones cuando nos poníamos burros y una cosa llevaba a la otra. Claro que nunca había ido a más. No hasta aquel día. Pero, antes de nada, os contaré algo acerca de nosotros tres.

Yo me llamo Santi. Soy de estatura mediana, tengo el pelo corto y liso y normalmente lo llevo de punta. Soy rubio y mis ojos son de color avellana. No practico deporte, por lo que no tengo mucho músculo, pero al estar delgado los abdominales se me marcan enseguida cuando me tumbo. Con respecto a mi rabo, el tamaño es algo básico. Unos 13-14cm, aunque bastante grueso y con una ligera inclinación hacia la izquierda. No tengo muchos pelos y mis huevos no son gigantes, pero me cuelgan bastante.

Alfredo, por su parte, tiene la misma edad que yo y es el chulito del grupo. Tupé, moreno y ojos muy claros, es quien se lleva la atención de las chicas. Además, está fuerte porque practica fútbol desde los siete años y entrena a diario. Tiene seis pecas en su moflete derecho que forman una especie de pentágono con la última de las pecas en el medio. Su rabo es más grande que el mío, unos 15cm, aunque es algo más estrecho y completamente recto. Tiene más pelos que yo, aunque tampoco abundantes, y sus huevos son gordos y siempre están a reventar de lefa.

Por su parte, Calisto es el pequeño. Tiene un año menos que Alfredo y que yo, pero no tiene nada que envidiar, al menos con respecto al rostro. Es pelirrojo y tiene los ojos negros como la noche, lo que le da un contraste bastante peculiar. Sus labios son muy carnosos y, además, está fuertecito, aunque menos que Alfredo. En cuanto a su cipote, aún está comenzando a desarrollarse. No tiene apenas pelos y le mide unos 12cm. Eso sí, es gordito y está arqueado hacia arriba. Su glande sobresale ligeramente y sus huevos son suaves y redondos, perfectos.

Pues bien, como iba diciendo, el otro día fuimos a casa de Calisto. Sus padres lo habían dejado solo para ir a una cena de amigos y nos invitó a cenar y dormir en su casa, de modo que eso hicimos. Nos cenamos unas hamburguesas que habían pedido sus padres y, como postre, Calisto nos ofreció unos Calippos, que son unos polos alargados con forma cilíndrica. Fue aquí cuando empezó la cosa.

-¡Parece que te gusta chuparlo, Calisto! -exclamó Alfredo mientras el pequeño lamía el polo.

-Eres tonto, jajaja. Tú también lo estás devorando, ¿eh?

-Sí, sí, pero es que le estás poniendo muchas ganas… -replicó, sobándose el paquete.

Yo observaba la escena y, tranquilo, intervine.

-Está claro que a los dos os mola. Si queréis, cuando terminéis el Calippo podéis continuar lamiendo otra cosa… -y me sujeté los huevos con un movimiento chulesco-. Jajaja.

-Eso es lo que a ti te gustaría, campeón -contestó Alfredo, apartando la mirada.

A todo esto, en la entrepierna de Calisto comenzaba a formarse un bulto que no era capaz de ocultar. Alfredo se dio cuenta de esto y, sin piedad, se lanzó al ataque.

-¡Míralo, se le está empalmando! Jajajaja, vaya mariquita.

-Hombre, es que mi rabo es muy apetecible… -añadí yo, picando aún más al pequeño.

Este, sin alterarse lo más mínimo, contestó.

-Me juego 5 euros a que vosotros también la tenéis empalmada. Solo que es tan pequeña que no se nota…

-No vayas por ahí, que sabes que tienes las de perder -respondió Alfredo, tajante.

-Ya, lo que tú digas, pero no veo que aceptes la apuesta. ¿Tienes miedo de perder?

-5 euros son una tontería -se escudó Alfredo.

Yo sí estaba empalmado y algo dentro de mí quería que aquello fuera a más.

-Si 5 euros te parecen poco, ¿qué tal si el que pierde la apuesta le hace una paja al otro? -sugerí, tentando a Alfredo.

-¡Paja gratis! -se entusiasmó Calisto-. Veo la apuesta y la subo a una mamada.

-No te flipes -cortó Alfredo. Dudó unos segundos-. Está bien, si la tengo empalmada, le hago una paja al imbécil este. Total, para el tamaño que tiene…

Accedimos entonces a la apuesta. Alfredo me pidió ser el primero, quizá con la intención de que se le bajara el empalme que tenía. Yo, que no tenía ningún inconveniente en tocarle el rabo a un amigo, lo hice. Me bajé los pantalones rápidamente y, aún con el calzoncillo puesto, se podía intuir la silueta de mi cipote duro.

-¡Vamos! -celebró Calisto-. Ya tengo la primera ganada. A ver tú, listillo.

Alfredo se incorporó y, lentamente, se desabrochó el pantalón que llevaba puesto. Lo dejó caer con calma. Bajo la tela de sus calzoncillos se veía la forma de su rabo empalmado, aunque no estaba del todo duro.

-Enséñalo, que no se ve bien si estás empalmado del todo o no -pedí.

Alfredo obedeció y, con calma, se bajó los calzoncillos. La tenía morcillona, pero se acercaba más al empalme que a la flacidez. Por tanto, ganaba Calisto.

-Jajaja, ¡lo sabía! Si es que no puedes decir cosas que no debes… Pues venga, ¿quién quiere empezar?

Miré a Alfredo, que aún dudaba.

-Lo haré yo. Total, ya ves tú.

-Así me gusta, Santi. Tú sí que eres un amigo de verdad.

Calisto se había sentado en el sofá del salón con la polla apuntando hacia el techo. Me puse a su lado y, sin vacilar, tomé su rabo. Noté cómo mi amigo se retorcía. Probablemente era la primera vez que una mano ajena le tocaba el cipote, y el cabrón lo iba a disfrutar al máximo. Comencé con lentitud, dando pausa a mis movimientos. Subía y bajaba su prepucio y detenía mi mano en su glande, esparciendo su precum por este. Aquello le estaba encantado a Calisto, que había cerrado los ojos.

No sé el tiempo que estuve así; no fue mucho, ya que tampoco quería hacerlo tan fácil. A los pocos minutos, le indiqué a Alfredo que era su turno. Se sentó al lado de Calisto y, cuando iba a agarrarle el rabo, el pelirrojo habló.

-Espera, tío. Estaba pensando que, ya que realmente he ganado dos apuestas en uno, el precio a pagar debería ser mayor -ante la mirada atónita de Alfredo, concluyó-. Chúpamela. Un poco, aunque sea.

-Y una mierda -contestó el mayor, apartándose-. Hemos dicho una paja, nada más.

-Yo lo veo justo -intervine. Sin duda, quería ver al chulito comiéndole el rabo al pelirrojo-. Al fin y al cabo, tiene razón. La apuesta ha sido doble -como lo veía dubitativo, le di un pequeño empujón-. Venga, si haces lo que te dice, luego te hago una paja yo a ti.

Aquello le cambió la cara. No parecía convencido, pero la idea de sentir mi mano en su polla debió ganar la discusión de su mente, porque accedió a regañadientes.

-Está bien. Pero solo un poco.

Calisto asintió, muy contento. El chaval, que aún no tenía ni pelos en la polla, iba a recibir la primera mamada de su vida, e iba a ser por parte de uno de sus mejores amigos.

Alfredo se aproximó de nuevo a Calisto, que rodeó el cuerpo del mayor con su brazo derecho. Este sujetó su rabo y, cerrando los ojos, comenzó a chuparle la polla. Aquello era lo último que me esperaba ver: el chulito sometido por Calisto. Y, en cambio, ahí estaba, comiéndole el rabo sin parar ni un segundo.

Calisto había sujetado la cabeza de Alfredo y lo presionaba con calma, haciendo que este recorriera todo su tronco. Obviamente, debido al tamaño del pene del pelirrojo, le entraba entero sin problemas, lo que agradaba con creces al pelirrojo.

No obstante, y aunque pretendía aparentar que aquello no le estaba gustando, Alfredo se había llevado su mano derecha a la entrepierna y acariciaba su pene duro. Además, no estaba oponiendo resistencia, y cada vez sus movimientos eran más pasionales. De hecho, en una de las ocasiones en las que se tragó la polla de Calisto por completo, también abarcó sus huevos, llenando así su boca con la carne de Calisto.

-Aaaahhh… -comenzó a gemir el pelirrojo-. Esto es genial…

Aquello hizo que Alfredo parara. No quería que siguiera pareciendo que realmente le estaba gustando, por lo que dejó de hacerlo. Entonces, me miró.

-Ahora, te toca a ti -expuso, nervioso.

Sentí cómo mi cuerpo entero temblaba. Por una parte, no quería ser gay, pero por otra, sentía curiosidad por saber cómo era. Por lo tanto, me acerqué a él, que permanecía sentado en el sofá, al lado de Calisto. Me coloqué entre las piernas de Alfredo y contemplé su rabo, asombrado por su tamaño, que desde esa posición parecía incluso mayor. Alcé mi mano derecha para tomar aquel pedazo de carne y, cuando lo hice, un escalofrío recorrió mi torso.

Comencé a pajearlo lentamente, tal y como lo había hecho con Calisto, y pareció gustarle. De hecho, le estaba encantando, porque no apartaba su mirada de mí y ya había empezado a gemir, aunque de manera casi imperceptible. Calisto, por su parte, se estaba pajeando observando la escena.

Permanecí así un minuto, más o menos, hasta que algo en mi interior me empujó a ir más allá. Así, sin que nadie me lo pidiera, abrí la boca y, acercándola al rabo de mi amigo, comencé a chupársela. Aquello le pilló desprevenido, pues gimió más alto que antes.

-¡Hhhmm!

-¡Otro al que le molan los rabos! -se sorprendió Calisto.

Me saqué la polla de Alfredo de la boca.

-Si quieres, luego sigo contigo -le propuse. Su cara era de felicidad plena-. Pero, si quieres que lo haga, tienes que ofrecer cosas tú también.

Descolocado, por fin accedió.

-Vale, ponte en medio. Te haré una paja mientras se la chupas a este.

-No, no me estás entendiendo. Esto tiene que ser un “win-win”, donde todos obtengamos lo mismo. Si quieres mamada, tendrás que comérmela tú a mí también.

-Sí hombre, tú flipas.

-Pues entonces tendrás que limitarte a observar. Porque estoy seguro de que Alfredo hará lo que sea para continuar con esto, ¿verdad?

El chulito asintió al instante y, con esa cara de malicia y placer, empujó de nuevo mi cabeza hacia su rabo.

-Tú sabrás -le dije al pelirrojo justo antes de introducirme de nuevo aquella polla en la boca.

Me centré en el rabo de Alfredo. Tenía un sabor agridulce, pero me gustaba. Mi lengua se deslizaba por su glande y mis labios atrapaban su tronco, que se estremecía en mi interior. Con esfuerzo, logré metérmela por completo en la boca, llegando a tocar mis labios su pelvis.

-Ooohh… -gimió mi amigo de nuevo-. Sigue…

Su petición iba a ser cumplida, por supuesto. Yo estaba disfrutando aquello como un niño con un chupachups, y no iba a terminar tan pronto. Me saqué el rabo de la boca y fui directo a los huevos, compactos y muy gordos. Los succioné con torpeza, pero a Alfredo no le importó. Me había agarrado del pelo y tiraba de él para controlarme como si fuera su puta. Acto seguido, se sujetó el cipote y, con fuerza y una sonrisa pícara en la cara, comenzó a darme pollazos mientras le comía los huevos.

Fue entonces, en el medio de aquel maravilloso espectáculo, cuando sentí una mano posarse en mi pierna. Me desabrochó el pantalón y, tirando hacia abajo, liberó mis 14cm, que impactaron de lleno contra mi abdomen. Al momento, aquella mano me rodeó con torpeza el tronco y empezó a masturbarme con vergüenza. Era Calisto, que al fin se había decidido y se había apuntado a la fiesta.

Continué lamiendo el rabo de Alfredo y, entonces, una sensación de placer indescriptible recorrió todo mi cuerpo. Cuando miré, vi la boca de Calisto atrapando mi polla y moviéndose arriba y abajo. Tuve que dejar de comerle la polla a Alfredo unos segundos, ya que aquello me dejó casi sin respiración.

El rostro de Calisto poseía una inocencia tan pura que, sumado al hecho de que era uno de mis mejores amigos, provocó en mí un sentimiento de agrado que no conocía hasta entonces. Se me encogió el corazón y, casi por instinto, sujeté con firmeza la cabeza del pelirrojo y empujé mi polla hasta el fondo de su garganta, haciendo que mi glande chocara con esta y provocando grandes arcadas en mi amigo, que comenzó a toser.

-¡Joder, tío, no te pases!

-Perdón, me he venido arriba, jajaja.

-Madre mía, casi lo matas, jajaja -intervino Alfredo-. Oye, esto es genial. ¿Os apetece que sigamos? -Ninguno de los dos dudó en asentir-. En ese caso, ¿qué os parece que cambiemos?

Accedimos y fuimos en sentido contrario. Ahora, era Alfredo quien me la chuparía y yo haría lo propio con Calisto. Observé su rabo y, de inmediato, supe que aquella pollita no me iba a dar tanto trabajo. Sin embargo, me pareció esplendorosa; sin pelos, arqueada, con un glande portentoso y unos huevos redondos y completamente suaves.

No tardé en agacharme para poder empezar a chupársela, y Calisto gimió tan pronto lo hice. Repasaba todo su tronco y, así como había hecho Marcos, decidí introducirme el pack al completo, dejando así sus huevos en el interior de mi boca junto a su cipote. Jugué con ello con la ayuda de mi lengua, y aquello pareció impresionar al pelirrojo, que comenzó a gemir más todavía.

-Hhmmm… Aaahh…

Por otra parte, Alfredo había comenzado su trabajo con mi rabo. Lo trataba con torpeza, pero a mí no me importaba. Al fin y al cabo, era una mamada, y no me iba a quejar. Succionaba con fuerza y se detenía en el glande, el cual lamía con la lengua sin parar. Decidí devolverle la jugada de antes y, agarrando mi cipote, le di varios pollazos. Noté cómo se dejaba azotar, pues en ningún momento apartó su rostro.

Enseguida volvió a controlar él la situación, por lo que me dediqué en cuerpo y alma a Calisto. Sin embargo, quería ir todavía más allá. Me alejé de su rabo y, dándole besos por todas partes, le hice elevar las piernas para dejar su culo al descubierto.

-¿Qué… ha-? -trató de decir.

En ese momento, mi lengua hizo contacto con su entrada, haciendo que Calisto callara y relajara su cuerpo.

-Oooohhh… Diooooos…

Sentí su agujero encogiéndose y abriéndose. Me pedía más, y se lo iba a dar. Con mis manos abrí sus nalgas lo máximo que pude y empecé a comerme aquel culo como si me fuera la vida en ello. Mi lengua lamía cada recoveco e incluso se adentraba en las oscuridades cuando aquel ano le daba la oportunidad.

-Hhhhhmmm… -seguía gimiendo el pelirrojo-. Esto es la ostiaaaaa…

No aguanté más y decidí pasar a la verdadera acción. Con un movimiento, hice que Alfredo soltara mi polla.

-Voy a dar por culo a este enano -le dije al chulito-. Tú ponte en su boca para que te la chupe.

-¿Q-Qué? -balbuceó Calisto-. Esto no es lo que…

-Tss, tú calla, que vas a disfrutar de lo lindo -intervino Alfredo, colocando su rabo sobre la cara del pelirrojo-. Y ahora, traga.

Calisto permanecía sobre el sofá, boca arriba y con las piernas dobladas en alto. Enseguida me puse sobre él. Mis manos descansaban a ambos lados de su pecho. Miré a mi amigo con malicia y perversión.

-Si quieres parar, avisa. Pero no sé si seré capaz de obedecerte.

Calisto me observaba con temor, pero en sus ojos se percibía lujuria. Seguramente le daba miedo que se la metieran, pero algo dentro de él tenía curiosidad. De modo que musitó un tímido “vale” que sirvió como boleto ganador. Coloqué mi rabo en su entrada y eché saliva. No pensé siquiera en dilatar aquel agujero ni en usar nada como lubricante. De todos modos, el ano de Calisto tenía un hambre atroz, y se abría para comer mi pedazo de carne.

No me hice de rogar. Cuando mi glande chocó con su entrada, Calisto cerró los ojos. Yo miraba mi rabo perforando a mi amigo y no podía sentir más que emoción y placer. Estaba en la gloria. Alfredo estaba dándole pollazos en la cara cuando mi glande entró por completo. Dejé unos segundos de descanso para Calisto.

-Ahh… Uff… Duele, tío…

-¿Paro? -le pregunté-. Estás a tiempo.

Se lo pensó unos segundos.

-No. Sigue.

-Lo sabía… -susurré-. Menuda guarra.

Aproximé mi rostro a su pecho. Mis labios besaban su torso y mi lengua lamía sus pezones. Repté por su cuello hasta llegar a su boca, que estaba ocupada por el cipote de Alfredo. Le di un pequeño lametón a aquel mástil, el cual saqué de la boca de Calisto y, ya libre, le planté un beso sin pensar. Aproveché el momento para, de una estocada, clavarle la polla hasta el fondo.

Su quejido quedó ahogado por mis labios pegados a los suyos. Noté su lengua pelear con la mía y, cuando mis huevos chocaron con sus glúteos, separamos nuestros labios.

-Ya está toda dentro -traté de calmarle.

-Capullo. Podrías haber avisado, imbécil.

-Te estaba gustando demasiado el espectáculo y no quería arruinarlo.

Alfredo le volvió a meter la polla en la boca a Calisto. El pelirrojo apoyó las piernas sobre mis hombros mientras se pajeaba con una mano y tocaba mi cuerpo con la otra. Me quedé embobado por un momento, hasta que la voz de Calisto me sacó del trance.

-Venga, empieza.

No lo pidió por favor, pero su voz sonaba suplicante. De manera que le di lo que quería: una follada intensa. Me dejé de tonterías y, con la torpeza de un primerizo, comencé a embestir. Estaba profanando a mi amigo, haciéndolo mío mientras se comía otra polla. Pellizqué sus pezones con mis dedos. Después, con la mano izquierda apoyada en el sofá, utilicé la derecha para sujetar el rabo de Calisto. Sentía que le debía, al menos, un buen pajote.

Así que, aun follándomelo, decidí masturbarle. No tardó en empezar a gemir, cada vez más fuerte.

-Aaahh… ¡Hhhhmmm…!

-Oh, ah, oh, hm…. -gemía también Alfredo.

Yo ya iba a reventar, y avisé a mis compañeros.

-Me voy a correr, tío. ¿La-la saco?

-¡No! -exclamó Calisto, esta vez suplicando-. Déjala dentro.

No pude evitar esbozar una sonrisa pícara.

-Vale… Hhmmm… ¡Ooh! Me c-corro… ¡¡¡Hhhhhmmm!!!

Cuando mis cinco trallazos fueron disparados en el interior del ano de Calisto, empezó a salir a borbotones la lefa. El líquido caliente caía por aquel agujero. Alfredo fue el siguiente.

-¡¡Aaaahhh!! Hhhmm…

Calisto también quiso tragarse la lefa de Alfredo, que no dudó en restregar los restos de su abundante corrida por el rostro del pelirrojo.

-Me voy a… correr… -avisó Calisto.

No pude evitarlo. Me sentía en deuda con mi amigo y, casi por acto reflejo, agaché mi cabeza y comencé a chupar aquella pequeña polla. De ella salieron dos chorros de líquido blanco que, sin llegar a llenar mi boca, me llenaron el corazón de placer. Tragué el semen de mi amigo y, a continuación, le limpié con mi lengua los restos de su corrida.

Tras esto, me eché sobre el sofá. Alfredo me imitó y se sentó junto a Calisto. No teníamos palabras y, tras el éxtasis, nuestras mentes empezaban a arrepentirse.

-¿Repetimos otro día? -dijo entonces Alfredo.

Calisto y yo nos miramos. Sin decir nada, los tres sabíamos que lo volveríamos a hacer.