Un tren llamado deseo
Gabriel y Toñi tienen una maravillosa relación de noviazgo hasta que ella conoce a un misterioso individuo en una situación surrealista que hará que sus más firmes convicciones se tambaleen.
Cuando abrió la puerta, Toñi se dio de bruces con los treinta y ocho grados de temperatura del exterior, habida cuenta de que en el interior del banco nunca sobrepasaba de los veinte. Era una temperatura baja para ella, pero los grados eran una decisión consensuada entre la directora del banco, su otro compañero y ella, de modo que la elección de Toñi pasaba por ponerse una fina chaqueta para paliar el fresco.
Gabriel la esperaba en la puerta como siempre, si bien, ese día aguardaba bajo un sol inclemente buscando la mínima sombra que le protegiera del extremo calor.
Cuando salió se dieron un beso, un achuchón y un te quiero, después caminaron los cien metros que separaban el banco de la parada del metro, y como todos los días tras la jornada de trabajo, se iban juntos a casa de Toñi.
Gabriel trabajaba de jefe de planta en una industria de alimentos, sea como fuere, ambos tenían suerte de tener horarios compatibles, y aunque no vivían juntos, no por eso dejaban de disfrutar de tiempo para ellos, pese a que Toñi tenía un hijo de veintitrés años con el que vivía.
Era hora punta y los pasajeros se agolpaban en la estación a la espera del próximo metro que ya estaba haciendo su entrada en el andén. Toñi y Gabriel intentaron hacerse un hueco, —al igual que el resto—hasta que consiguió entrar hasta el último de los viajeros, y dentro, como si de una lata de sardinas se tratase, iban ensamblándose todos como en un puzle. La situación era más que agobiante y el calor no ayudaba. Entre empellones y codazos, cada cual intentaba encontrar ese hueco inexistente, queriendo, en la medida de lo posible, mantener el espacio vital que toda persona necesita para sentirse cómoda, pero que, dadas las circunstancias, apenas existía, de manera que los roces se hacían inevitables.
Después de numerosos golpes, Toñi y Gabriel encontraron su espacio, quedando muy pegados, uno enfrente del otro
Al poco de iniciar la marcha el metro, Toñi notó una respiración muy cerca detrás de ella y eso le causó una incomodidad añadida. Sabía que no era debido al poco espacio existente. Esa cercanía de alguien respirando en su nuca era intencionada, pero decidió no decirle nada a Gabriel por no montar un numerito allí dentro. En la próxima estación volverían a moverse, acomodándose de nuevo para ir dejando huecos, de manera que aguantó el tipo. Notó después un ligero roce en su espalda, como una leve caricia, pero no sabía si era producto del vaivén o si realmente el individuo que se hallaba a su espalda estaba tomándose unas libertades que nadie le había otorgado. Segundos después salió de dudas al percibir una ligera, pero manifiesta presión de la hombría del desconocido en sus nalgas. Iba con un vestido fino de algodón y por ello notaba perfectamente la progresiva hinchazón del hombre tanteando el canal, primero poco a poco, como rozando, después, al comprobar que no había ninguna resistencia por su parte, presionó más impunemente, oprimiendo sus nalgas con su virilidad, y con ello percibió como su rigidez iba in crescendo hasta advertir un abultamiento inusual. Toñi miraba a Gabriel, intentando por todos los medios que no se diese cuenta del descaro del cual hacía gala el atacante de su retaguardia. Estaba contrariada porque la situación la incomodaba e incluso la violentaba. Aun así, estaba paralizada y se sentía impotente ante el asedio de aquel sinvergüenza, no sabía muy bien por qué. Era un cruce de sentimientos opuestos.
Fueron sucediéndose las estaciones y la gente iba entrando y saliendo. Su desvergonzado agresor no se inmutaba y permanecía adherido a su trasero como una lapa, restregándole su entrepierna y efectuando un discreto movimiento de vaivén. Toñi tampoco hacía nada por intentar buscar otro hueco en el vagón, pues iban formándose algunos en cuanto entraba y salía la gente. Pasaron cinco estaciones y el desconocido no abandonaba su privilegiada ubicación. Toñi empezó a transpirar, no por el calor, aunque quizás también, principalmente era porque nunca antes le había pasado una cosa semejante y se sentía abochornada, ante todo por su pasividad que ni ella misma entendía. Sólo cuando un apremiante cosquilleo espoleó su sexo entendió aquellos calores que se sumaban a la ya de por sí elevada temperatura.
La vida sexual de Toñi era sobradamente satisfactoria con Gabriel. Con cincuenta y tres años ella y cincuenta y cinco él, sus relaciones sexuales eran bastante frecuentes, entre tres y cuatro veces por semana, y cualquiera diría que no estaba nada mal, ya que a esa edad mucha gente empezaba su decadencia sexual. La siesta era sagrada y se valían de ella, aprovechando el hecho de que su hijo estaba en la facultad, para echar un buen polvo.
En los nueve meses de relación nunca había tenido la necesidad de buscar sexo fuera de su relación, no le había hecho falta. Alguna que otra oportunidad se le había presentado, pero siempre la había rechazado. Aunque ella consideraba que contaba con excesivos kilos de más, aún contaba con atributos que a muchos hombres le haría perder la cabeza. De todos modos, ella amaba a Gabriel, sus relaciones eran satisfactorias y la infidelidad no entraba dentro de su esquema de valores.
Ahora, después de meses de relación, sin encontrar una explicación racional a su actitud y, sin pretenderlo, se encontraba cogida a la barra de metal del pasillo del metro para no caerse, y a merced de aquel enigmático individuo que estaba estimulando sus bajos en una situación totalmente surrealista. Sus pezones quisieron perforar su vestido y sus pliegues íntimos se abrieron como los pétalos de una flor en primavera. Estaba a punto de perder la compostura sin entender muy bien por qué. Incluso hizo un movimiento de su trasero, quizás involuntario, como si pretendiese acoplarse o sentir mejor la firmeza de su agresor. Instintivo o no, aquella acción alentó a su acosador a seguir ejerciendo aquel meneo repetitivo.
Una mujer de firmes convicciones sucumbiendo ante la ordinariez de un fulano que intentaba propasarse, acosándola sexualmente. Sin embargo, contrariamente a lo que pudiera pensarse, su respiración se aceleró, sus pulsaciones aumentaron considerablemente alentando la fantasía de que aquel fulano le levantase el vestido y la poseyera allí mismo. No quería verle la cara. Se conformaba únicamente con las sensaciones, ya de por sí, notablemente estimulantes. Ni ella misma creía lo que estaba haciendo o, mejor dicho, lo que estaba dejando que le hiciera aquel sinvergüenza. Toñi cerró los ojos involuntariamente a causa de las sensaciones y Gabriel le preguntó si se encontraba bien. Pensó que estaba mareada por el calor, de ahí que se interesara por su estado. Intentó mantener la compostura ante las continuas puntadas de aquel osado individuo. Nadie parecía percatarse de lo que sucedía, y si alguien lo hizo, ella no se dio cuenta. El hombre no sentía ningún pudor por su actitud, todo lo contrario, pues el riesgo de que Gabriel reparara en él era manifiesto.
Mientras tanto, Toñi advertía la impunidad del hombre presionando su virilidad contra su trasero en un reiterado vaivén cada vez más rápido, como si quisiese acabar allí mismo, entonces, por los altavoces anunciaron su parada, (muy a su pesar) haciendo que bajara de aquella nube en la que flotaba. Por un instante, con la puerta del metro abierta, dudó sin saber qué hacer, aunque tampoco podía hacer gran cosa, como mucho voltearse para ver quien era el enigmático individuo, pero su timidez pudo más y se apeó del vagón junto a Gabriel.
En cierto modo se sintió aliviada, pero en el fondo, reconoció que aquel sujeto la había excitado enormemente sin ni siquiera haberlo visto. Caminaron por el andén para salir de la estación y su curiosidad hizo que volteara la cabeza para ver si había bajado en la misma parada, sabiendo que no había modo de reconocerlo, a no ser que manifestase alguna señal por su parte que lo identificara. Y lo cierto es que no identificó a nadie que se revelase como su posible acosador, con lo cual siguieron su camino por el andén hacia la salida, pero antes de subir las escaleras se volteó una vez más para, entonces sí, observar a alguien de una edad indefinida, (entre una franja de treinta y cinco a cuarenta) que le sonreía. Automáticamente se dio la vuelta y la ensoñación de minutos antes se vino abajo diciéndose a sí misma que aquel hombre no le gustaba en absoluto. Era un poco más alto que ella, desaliñado, con una barriga cervecera que no disimulaba, y con la camisa saliéndose de los pantalones. Vestía unos tejanos, en los cuales se evidenciaba su reciente excitación y eso le confirmó que, efectivamente era él. Llevaba unas zapatillas que en sus mejores momentos habrían sido blancas, pero tenían ahora un color neutro indefinido. Sus entradas eran bastante prominentes, anunciando una calva que no se haría de esperar. En definitiva, no le vio el atractivo por ningún sitio y, por un lado, se sintió aliviada, por lo que siguió su camino junto a su amado e intentó olvidar aquel incidente.
En ese momento Gabriel recibió una llamada del trabajo alertándole de que había problemas en la planta, y como responsable, sabía que tenía que acudir de inmediato. Maldijo por lo bajo, sin embargo, sabía que eran gajes del oficio, por lo tanto, se despidió de Toñi en el andén y retomó el camino andado para regresar, considerando que ya dejarían para mañana su siesta.
Durante ese breve periodo de tiempo, el extraño había permanecido a pocos metros de distancia atento, sin que Toñi reparara en él. Y, pensando que aquel episodio había terminado, —cuando Gabriel se alejó—el hombre volvió a invadir su espacio vital y le habló al oído expresándose de una forma muy poco novelera.
—Creo que te he puesto cachonda, cariño, —le dijo sin tapujos y sin contemplar la evidencia de que estaba tratando con una dama con clase.
Aquello fue demasiado para sus refinados modales. Se puso roja como el cartel de la máquina expendedora de bebidas que anunciaba “fuera de servicio”. No sabía qué hacer. Aquel personaje desaliñado y maleducado la estaba tratando con una grosería desacostumbrada para ella. Por un lado, quería mandarlo a tomar viento, pero ¿qué se había creído? —pensó—¿que por haber permanecido pasiva en el tren iba a abrirse de piernas así, sin más? Sin embargo, aquel descarado deslenguado tenía claras sus intenciones, y ante la inacción de su víctima se vino arriba.
—Voy a entrar en el lavabo de señoras. Dentro de un minuto entras tú. Sólo una cosa, —le dijo acercándose de nuevo a su oído—. Después tendrás que caminar como un pato durante dos días. Creo que ya sabes de qué hablo...
El sinvergüenza se dirigió hacia la puerta portando una sonrisa de oreja a oreja y se metió sin ningún pudor en los aseos de mujeres sin tampoco importarle que hubiese alguna otra mujer en los lavabos en ese momento. Toñi esperó dos largos minutos a tres metros de la puerta sin saber qué hacer. Todo aquello era como un sueño irreal, pero un sueño en el que si despertaba volvería a la realidad, y Toñi no quería volver, ¿para qué negarlo? Pensó en Gabriel, no sabía si para irse rápidamente de allí o por los remordimientos, debido a la gran locura que estaba a punto de cometer. Intentó retener el pensamiento con su amado para que eso le ayudara a reaccionar y a huir de aquel lugar, pero no podía moverse de allí. Reparó en el riesgo que comportaba tener una aventura en aquellas circunstancias, con la amenaza de poner en peligro su reputación y su familia, si alguien la pillaba. Dentro de su mente había un gran dilema moral y, a pesar de que ese tío no le gustaba nada, logró excitarla en una situación de lo más ordinaria, haciendo que sus más firmes convicciones se tambalearan. Sin saber por qué, aquel trato oprobioso, le había alterado las hormonas, algo impensable hacía unas horas, sobre todo, teniendo en cuenta que a las mujeres les gusta que las traten como a reinas, y no era precisamente de esa manera como la estaba atendiendo, pero decidió echar el resto y hacer una locura a sabiendas de que se arrepentiría. Su sentido común le decía que echara a correr y su entrepierna le pedía a gritos que cruzase el umbral de aquella puerta, así que se armó de valor y la abrió. Quizás lo que dijo sobre que luego tendría que caminar dos días como un pato también tuvo algo que ver con su decisión e hizo que la imagen de su amado se desvaneciera por un momento. Sólo esperaba que no entrase nadie, o al menos, que no los pillasen.
Había cuatro pilas de lavabos y cuatro puertas con sus respectivas tazas de wáter. Él se asomó y le hizo un gesto para que entrase con él. Era la última de la estancia. Estaba nerviosa, pero entró decidida antes de que otra mujer irrumpiese en los lavabos y la viese. Nada más accedió a la diminuta estancia, el desconocido cerró la puerta detrás de ella y la contempló de arriba abajo complaciéndose de la madura que tenía a su merced. La cogió de la nuca y le dio un beso en la boca que a Toñi le provocó cierta repugnancia. Aquel morreo le sabía a tabaco negro mezclado con brandy, y los pelos de su barba de dos días le pinchaban e irritaban su delicado cutis. El hombre siguió con el beso y descendió las manos aplicándole un magreo en sus nalgas por encima del vestido.
—Tienes un culazo divino, —dijo el troglodita mientras estrujaba sus carnosas nalgas, al tiempo que ella retrocedía e intentaba evitar su aliento en la cara mientras le hablaba.
Pese a los complejos de peso de Toñi, estaba realmente apetecible con aquel vestido suelto y el individuo se percató desde el primer momento de los atributos de su víctima. Sus anchas caderas no la afeaban en absoluto, todo lo contrario. Sus piernas no eran delgadas, más bien regordetas. Mantenía una ligera barriga, propia de la edad, sin embargo, al no ser muy pronunciada, le incorporaba a su cuerpo cierto morbo añadido. Unas ligeras patas de gallo se le dibujaban al sonreír. Sus ojos marrones se enmarcaban en un rostro risueño junto a una nariz casi perfecta y una boca sensual. Lucía una melena color castaño que le llegaba a la base del cuello, más arriba de los hombros. Atributos que Toñi no veía para sí, pero que cualquier hombre valoraba.
Estaba muy nerviosa. Era la primera vez en su vida que se lanzaba al abismo en una aventura con un desconocido, sin saber nada de él, como si fuese a hacer puenting, sabiendo que la cuerda podía romperse en cualquier momento, o quizás no habían calculado bien la longitud de dicha cuerda.
Ni hizo algo así en su juventud, ni tampoco después. Aunque en el entorno femenino se hablaba asiduamente de echar una cana al aire, la verdad era que a ella nunca le cautivó esa idea. Amaba a Gabriel y tenía cubiertas sus necesidades sexuales, por tanto, nunca se había planteado un affaire sexual. Sin embargo, allí estaba ahora, en un hediondo lavabo ante un desconocido que, más bien parecía un hombre de las cavernas y preguntándose qué coño estaba haciendo allí y si aquello merecía la pena.
—¿Ese era tu marido?, —le preguntó.
—Mi novio, —respondió.
—Ya veo que no has podido resistirte a ponerle los cuernos. Te va la marcha, ¿no?
—¡No me hables así! —le reprendió.
El fulano la cogió de la barbilla haciendo caso omiso a su petición, mientras continuaba hablándole con un lenguaje de lo más vulgar.
—No me vengas con remilgos, guapa, que se te nota a la legua que te mueres de ganas por un buen rabo, lo que me lleva a pensar que tu novio no te atiende debidamente, de lo contrario no estarías aquí, ¿verdad cariño? ¿o me equivoco?
Toñi se arrepintió de haber tomado aquella decisión. Le molestaba que le hablara de aquel modo, de hecho, jamás le consintió a nadie que le faltara al respeto de ninguna de las maneras. Aquel lenguaje tan soez y ofensivo le molestaba, pero de nuevo, sin tener una explicación racional, no quería irse de allí. Estaba excitada y el paso ya estaba dado. Parecía el doctor Jekyll y míster Hyde, totalmente sumida en un torbellino de emociones contradictorias. Al mismo tiempo, las palabras de aquel singular individuo aludiendo a su infidelidad le hicieron pensar en Gabriel, y los remordimientos golpearon su cabeza con contundencia. Ahora estaba segura de que aquella decisión no había sido la más acertada, en cualquier caso, la había tomado ella y deseaba mantener al margen a su novio y, por supuesto, no quería que el hombre de cromañón le reiterase constantemente que le estaba poniendo los cuernos.
—¿Te ha gustado notar mi polla en tu culo?, —preguntó y Toñi no contestó, pero era evidente que sí.
—¡Siéntate!, —le ordenó.
Toñi permanecía en pie y, al no reaccionar, el hombre presionó sobre sus hombros y la sentó en la pringosa taza del W.C. Dejó su bolso a un lado, intentando que no se manchara, mientras él desabrochaba sus pantalones y plantaba delante de su cara una mole casi en completa erección que escapaba a cualquier mención descrita o imaginada anteriormente. Hacía un instante pretendía dejar al margen a su novio de aquella insensatez en la que se había aventurado, sin embargo, intentó comparar a ambos y estaba casi segura de que la herramienta de aquel sujeto doblaba en tamaño a la de su amado, si bien, hasta el momento no había tenido queja alguna y la había satisfecho plenamente. El desconocido se la cogió zarandeándola delante de su cara.
—¿Te gusta, guapa? ¿crees que cubre tus expectativas? —le dijo, advirtiendo que le había causado asombro su virilidad y empezó a darle contundentes golpes en la boca y en la cara.
—¡Vamos, cómetela! ¡No seas tímida! ¿No era lo que querías? ¡Venga!... que te mueres de ganas.
El olor le resultó desagradable y dudó si seguir con aquello o no, sin embargo, el desconocido no le dio opción, la cogió de la cabeza por detrás y se la encajó en la boca, provocándole cierta repulsión, por lo que hizo mención de retirarse. Por contra, su amante se lo impidió aferrando su nuca y presionándosela para que fuera engullendo el falo que pretendía abrirse paso hacia su gaznate. Entre muecas de reproche y sonidos guturales de rechazo, logró superar la línea que separaba la repulsión de la complacencia y poco después, su boca y su lengua se acostumbraron al sabor y, como no, al tamaño, consiguiendo cogerle el tranquillo con relativa rapidez. Por su parte, el cavernícola gozaba y gemía soltando toda clase de improperios que ella ignoraba.
—¡Déjalo ya o me vas a arrancar la polla, cabrona! ¡Ahora quiero follarte!
La levantó, la apoyó bruscamente contra la pared, le levantó el vestido, le bajó las bragas, contempló su culazo y le regaló varios azotes en las nalgas bamboleantes.
—¡Menudo culazo tienes, cabrona! —le dijo totalmente poseído por el deseo, dándole cachetes en las nalgas como si comprobase su firmeza.
Toñi sabía lo que venía a continuación, le pidió que se pusiera un preservativo para penetrarla y el hombre lanzó una carcajada.
—No tengo condones cariño. Además, no quiero que haya barreras entre nosotros.
No le dio muchas opciones. Le palpó la raja por detrás para ver su estado, comprobando su humedad.
—¡Joder!, estás en celo, cariño. Pero qué novia más golfa.
Aproximó el miembro a la entrada e inició la penetración.
Toñi sintió como entraba aquel vástago invasor y la abría en canal. La primera sensación fue que la desgarraba. A pesar de su humedad, le costaba entrar, pero tras empujar repetidas veces, penetró por completo, iniciando un martilleo de menos a más.
El desconocido aumentó el ritmo, jadeando en cada acometida y ella disfrutaba de un sexo completamente nuevo. La cogió de las caderas y arremetió con fuerza contra ella. Sus manazas recorrían su cuerpo y, después de arrancarle el sujetador, sobó sus pechos mientras se balanceaban al ritmo de los embates. Asió su cabello como si fuesen las riendas de una yegua, acercándola con fuertes tirones en cada embestida. Cada vez arremetía con más fiereza y, con la violencia creciente de los embates, lograba levantarla del suelo. La ferocidad con la que el hombre embestía junto a sus indecorosos actos, provocaba que se sintiera muy miserable y sucia, pero, al mismo tiempo, la sensación era repelida por la que le provocaba aquel mazacote entrado y saliendo de su coño. El hombre abandonó el receptáculo y ella notó un gran vacío, aunque no por mucho tiempo. Le dio la vuelta, le levantó la pierna y Toñi volvió a sentir como el intruso invadía de nuevo sus dominios. La boca de su amante buscó la suya y ella experimentó las mismas nauseas anteriores por el sabor a tabaco y alcohol que aquel hombre desprendía, sin embargo, el placer que percibía a cambio en su interior, mitigaba los demás sentidos. Sus bocas se fusionaron mientras el individuo seguía en su tarea percutora, y Toñi, cogida a su cuello, se dejaba hacer, gozando de cada uno de los embates del cavernícola. La lengua de éste buscó el cuello y la oreja recorriendo toda el área e impregnando su desagradable olor sobre la zona.
Cuando se cansó de la posición, se sentó en la taza mostrando su erección.
—¡Siéntate y cabálgame!, —le ordenó.
La que hasta ese momento había sido una compañera, novia y madre ejemplar, empuñó el manubrio, lo acercó y tanteó en su sexo, después fue bajando poco a poco hasta que se sintió completamente llena. A continuación, empezó a saltar sobre la estaca del extraño al ritmo que ella deseaba, y la sensación del miembro incursionando en su canal fue indescriptible. Mientras disfrutaba de la cabalgada, una punzada de culpa le recordó que estaba siendo una adultera y una depravada, pero el placer, que iba in crescendo, terminaba siempre por ensombrecer su mala conciencia. Sea como fuere, ya no había marcha atrás. Hacía un rato que la sensatez había abandonado el lugar, marchándose junto a los pasajeros del metro, pero ella decidió quedarse con la imprudencia y la temeridad de abandonarse a los caprichos lujuriosos de aquel depravado. Ahora era incapaz de razonar y de evaluar las consecuencias de sus actos. El sentimiento de culpa dejó de golpearla gracias al placer que le producía saltar sobre aquel mandril, y se encontraba a las puertas del orgasmo, cuando oyó que se abría la puerta de los lavabos. Aquel hecho hizo que abandonara su burbuja y se detuvo en seco intentando que nadie se percatara de lo que ocurría en aquella última estancia, sin embargo, a su amante pareció no importarle que hubiese entrado alguien.
—¡Sigue moviéndote, cariño! —se quejó.
Toñi se había quedado petrificada y ahora era él quien imponía el ritmo, dada su pasividad. Estaba segura de que la mujer que estaba orinando era sabedora de lo que estaba ocurriendo detrás de la última puerta. Oyó el chorro de pis, a continuación, como cerraba la taza y tiraba la cadena, después se lavó las manos y abandonó el lugar, con lo cual, respiró aliviada y retomó la cabalgada, ahora completamente desinhibida. Notó que el orgasmo que había huido regresaba con renovadas fuerzas y gritó como nunca al correrse. Él, sabiendo que le estaba proporcionando un gran placer siguió moviéndose, escuchando sus jadeos que parecían no finalizar. Fueron treinta segundos disfrutando del clímax más salvaje que recordaba en años. No era cierto, no creía recordar ningún orgasmo semejante en su vida. Las piernas ya no respondían a sus órdenes y se quedó sin energía y sin fuerzas para seguir moviéndose en aquella posición, de modo que él la levantó y la sentó en la taza. Se puso de pie frente a ella con los pantalones bajados reclamando su atención.
—¡Muy bien, empléate a fondo!, —le ordenó.
No era una práctica que ella empleara con Gabriel. A ella le gustaba masturbarle, pero mamársela siempre le había resultado una práctica desagradable. En cambio, ahora, se apoderó del palpitante cipote. No sabía si por el morbo, por el tamaño o por qué, pero lo palpó, lo sopesó y lo acarició, disfrutando de su envergadura. Lo aferró desde la base y lo abrazó con la boca. Lo hacía despacio, acompañando con la mano mientras lo engullía. Volvió a entrar otra mujer en el lavabo y Toñi detuvo la mamada para hacer el menor ruido posible, pero su amante no estuvo de acuerdo.
—¡Vamos, no pares! —le apremió.
Y siguió en su tarea intentando ser discreta, mientras miraba hacia arriba su cara de placer.
La mujer salió del baño, también conocedora del trasiego que había tras aquella última puerta. Él pareció querer imponer el ritmo y la cogió por detrás de la nuca, moviendo rítmicamente el miembro dentro de su boca.
—¡Así, guapa, sigue, no pares, cabrona!
Toñi abrió todo lo que daba de sí su boca intentando albergar el pollón que, en vano, quería abrirse paso hacia su garganta. La presión y el forcejeo le provocaron arcadas, y a punto estuvo de vomitar cuando la punta rozó la campanilla. De repente, su amante extrajo el miembro de su boca y comenzó a moverlo rápidamente sobre su cara. Su cuerpo se contorsionó hacia atrás, sus piernas se doblaron ligeramente y su cara se desencajó anunciando el inminente orgasmo que la pilló desprevenida, dando un grito del sobresalto cuando el líquido se estrelló en su rostro. Nunca había visto nada semejante. Tras esa primera descarga que le bañó completamente la cara y casi le saca un ojo, vino otra, y otra, y otra, y así sucesivamente hasta hacerle pensar a Toñi que aquello no acababa nunca, pero gradualmente, las andanadas perdieron intensidad hasta que remitió la desproporcionada corrida, dejando su cuerpo embadurnado de pies a cabeza.
—Mira como me has puesto. ¿Ahora qué hago yo? —le preguntó haciendo aspavientos con las manos, intentando sacudirse todo aquel pringue y sin saber como iba a limpiarse.
—¡Empieza por dejármela reluciente, guarra! —le ordenó poniéndosela en la boca de nuevo.
Toñi se sintió contrariada por todo lo que acababa de pasar. Después de la marea regresó la calma y ahora le mortificaba el paso que había dado hacia el vicio y la indecencia. Ya no veía de igual modo aquel trato tan grosero, pero al neandertal parecía importarle poco como podía sentirse ella después de haber sido una adultera. Lo inquietante no era sólo haber dado el perverso paso, sino haberlo disfrutado tanto.
El hombre recogió con su miembro el líquido de su cándido rostro y lo depositó en su boca, obligándola a tragárselo ante la reticencia de Toñi.
Hasta ese momento había sido impensable tragarse la sustancia viscosa y amarga. Nunca lo había hecho anteriormente. Ahora, el cavernícola la estaba obligando a tragarse su simiente y, después de manifestar su repulsa se limpió la cara, los labios y la lengua con papel higiénico. Él la miró mientras se subía los pantalones y guardaba su miembro, sonriendo de satisfacción.
Toñi permaneció sentada en la taza y su desaliñado amante ya estaba presto a marcharse, pero antes sacó una arrugada tarjeta de su cartera donde aparecía su número de teléfono, entre otras cosas.
—¡Toma cariño! Cuando necesites que te den caña, llámame. Si tu novio no te atiende debidamente, ya sabes... Te prometo que la próxima vez te romperé el culo… Por cierto, me llamo Pablo, —se presentó dándole la mano y esperando que ella le dijera su nombre.
—Toñi, —dijo sentada en la taza, totalmente desaliñada, sin bragas, con los pechos fuera, y completamente impregnada del espeso líquido.
—Hasta pronto Toñi. Ha sido un placer... Espero que me llames. —Se despidió guiñándole un ojo como si aquello fuese lo más normal del mundo y desapareció dejándola allí sentada, rebosante de esperma, sin saber qué hacer y con una arrugada tarjeta en la mano que metió en su bolso. Se preguntó si tendría por costumbre abordar a mujeres en el metro o aquella era la primera vez.
Utilizó todo el papel higiénico que había, junto con los otros tres rollos que se hallaban en las otras estancias. Después se lavó con agua el pelo y los restos de su cuerpo. Intentó quitar con ella la suciedad del vestido. Finalmente, de un modo u otro, seguía empapada, y con el papel higiénico fue absolutamente imposible secarse.
Cuando estuvo un poco decente —si es que eso era posible—, abrió la puerta confiando en que nadie se percatase de su aspecto, cosa harto imposible y salió de la estación lo más rápido que sus tacones le permitieron.
Llegó a casa y se desnudó, echó el vestido y la ropa interior al cesto de ropa sucia, a continuación se dio una ducha intentando desprenderse del hedor a sexo que desprendía, así como el semen seco de su cabello.
Pasaron los días y lo ocurrido aquella tarde no se le iba de la testa. Los remordimientos amartillaban su espíritu, sin embargo, no eran impedimento para aliviar la efervescencia que su cuerpo reclamaba a diario rememorando aquella gesta. Reclamaba las atenciones de su novio todas las tardes, pero, intentaba no mostrar una alteración inusual de su rutina y, con ello, un comportamiento que fuese anómalo. La cochambrosa tarjeta entraba y salía de su bolso constantemente ante la tentación de hacer la llamada que le abría la puerta para que aquel salvaje volviera a poseerla, pese a todos los sentimientos de culpa que la consumían y pese a haber sido sometida y humillada por aquel exaltado energúmeno. Sea como fuere, suspiraba por volver a sentirlo y repetir el portentoso orgasmo que aquel desaliñado individuo le proporcionó. El morbo que las imágenes grabadas a fuego despertaban, le provocaban un desasosiego constante, al que se le añadió aquello último que dijo: “la próxima vez te romperé el culo”. Era una práctica, no obstante, que le daba pánico, visto lo visto, si bien, el morbo que suscitaba superaba el miedo y los recelos. Finalmente, no tuvo el valor de hacer esa llamada, principalmente porque no era una persona que le transmitiera buenas vibraciones y podría causarle problemas o hacerle chantaje, y definitivamente desistió del intento, a pesar de todo.
El transcurso de las semanas no apaciguaba su inquietud, sino, todo lo contrario. Continuaba tan agitada como los primeros días. Era como si desde aquel episodio reciente de su vida se hubieran disparado miles de sensores en su cuerpo, y por ello, necesitaba aplacar ese ardor persistente valiéndose de sus medios para mitigar el alboroto de sus hormonas, independientemente de si hacía el amor con Gabriel.
Desde que salía con él no se había masturbado, pero ahora en sus pensamientos no existía otra cosa que sus recientes y libidinosos recuerdos, y recurría a sus dedos, normalmente por las noches, a falta de Gabriel.
Aunque él siempre pasaba a por ella a las tres, Toñi empezó a poner excusas para que no lo hiciera, con tal de intentar cruzarse de nuevo con su misterioso amante en el metro, pero aquella iniciativa no dio sus frutos. Hubiese sido más fácil coger la tarjeta que guardaba a buen recaudo y llamarle, pues era lo que realmente deseaba, sin embargo, no se atrevía, pues en esa llamada iba implícita también el apelativo de buscona y eso no entraba dentro de los cánones morales de su refinada educación.
Transcurridos dos meses, el desasosiego no la abandonaba, ni siquiera en sus horas de descanso, visto que aquella andanza estaba presente hasta en sus sueños y pensó que había llegado el momento que había estado evitando, pese a desearlo fervientemente.
Esperó a su hora del almuerzo para hacer la llamada. Cogió su teléfono y la tarjeta. Miró los dos todavía con dudas porque continuaba queriendo a Gabriel y sabía que no era compatible una cosa con la otra, de modo que su confusión era manifiesta y su dilema consistía entre lo que era éticamente correcto y sus nuevos deseos sexuales. La sensatez combatía contra sus deseos, pero en esa lucha, el sentido común hacía tiempo que había perdido la batalla. Se encontraba ante la misma tesitura que cuando estaba ante la puerta de los servicios de la estación, dilucidando si debía entrar o no. finalmente se armó de valor queriendo aventurarse de nuevo, y marcó el número. Sabía que corría el riesgo de echar su vida por la borda por unos momentos de placer, pero ya era tarde para arrepentirse. Escuchó un “diga” al otro lado.
—Hola, —atinó a decir.
Y le respondió con otro “hola”. Se sintió ridícula.
—¿Eres Pablo? —le preguntó sabiendo que la respuesta era evidente.
—Sí, soy yo, ¿quién eres?
—Soy Toñi.
—¿Toñi? ¿Qué Toñi?, —preguntó.
Al no reconocerla empezó a pensar que aquello fue un error y que, al parecer, ella no dejó la misma impronta en él, que él en ella, porque ni siquiera recordaba su nombre, y tampoco sabía cómo decirle quien era. ¿Qué debía decir? Sí, Toñi, la que te follaste salvajemente en los lavabos de la estación. Igual no se acordaba de ella porque podría ser una más de un indeterminado número de incautas a las que le hizo lo mismo, de modo que iba a colgar cuando escuchó de nuevo su voz.
—¡Ah! Ya recuerdo, —dijo, mientras de fondo se escuchaba una voz femenina que probablemente era su mujer.
—¿Estás casado? —preguntó ella sorprendida, pensando que las cosas podían complicarse.
—Sí, preciosa. Los dos tenemos pareja. Pero eso no es un inconveniente, ¿verdad?
—No sé, —dudó como si ella fuera Santa Lucía.
—La otra vez en los lavabos no vi que ese dato fuese un impedimento para que gritaras de gusto como una loca. No veía que te importara mucho tu novio entonces. Mira guapa, no he dejado de pensar en ti desde aquel día y me alegro de que al final te decidieras a llamar. ¿Qué me dices?
—¿Cuándo sería un buen momento para ti?, —se atrevió a preguntar.
—Hoy sería perfecto, —contestó ansioso.
—Yo salgo a las tres de trabajar.
—Me parece perfecto. ¿Podemos ir a tu casa?
En un principio no le sedujo la idea de llevar a ese individuo a su casa. La otra opción era ir a un hotel, así que prefirió la primera. A continuación tenía que inventar una excusa convincente para que Gabriel no pasara a recogerla ese día. Le dijo que esa tarde trabajaba para rematar unos asuntos en el banco y saldría a las siete, de modo que ya se verían al día siguiente. Su hijo regresaba al anochecer, y eso era tiempo más que suficiente para echar un polvo, o los que fuera.
Después de numerosas evasivas, Gabriel tenía la mosca tras la oreja. En todo el tiempo que llevaban juntos, ese momento había sido especial para ambos, y en él se entregaban el uno al otro en cuerpo y alma, pero la conducta de Toñi había cambiado las últimas semanas y Gabriel no terminaba de entender que no quisiera que pasara a por ella, por eso empezó a albergar dudas, pero también pensó que eran infundadas, en consecuencia, quiso darle una sorpresa y fue al banco a las tres igualmente. Aunque se quedase ese día en el trabajo tenía que comer, en ese sentido, si estaban aunque fuese media hora juntos, eso que tenían.
Gabriel estaba en la esquina de enfrente para que el sol no derritiese hasta sus huesos. A las tres en punto salió Toñi literalmente corriendo del banco, y a Gabriel no le dio tiempo de procesar el porqué. Fue tras ella para avisarla de que estaba allí con la intención de que comieran juntos. Inmediatamente se metió en la parada del metro y no entendió por qué, de modo que la siguió, más como curioseo que como espionaje. Se colocó al final del vagón en el que había subido ella con el fin de pasar desapercibido, y como siempre, después de seis paradas bajó en la de su casa, de modo que las sospechas empezaron a revolotear en su cabeza. Al llegar a la puerta de su casa sus recelos se confirmaron, alguien la esperaba en la portería.
Se saludaron con la mano, en principio, no tenía por qué ser indicio de nada extraño. Quizás su hijo la llamó porque había una fuga de agua en casa y el fontanero había ido a arreglarla a esa hora porque era su hora libre, sin embargo, no llevaba herramientas, sino las manos en los bolsillos como si fuera de visita. Toñi abrió la puerta con su llave, cruzaron el umbral y desaparecieron.
Al lado de su vivienda había un edificio que estaba previsto que lo demolieran en breve, desde el cual, con un poco de pericia se podía acceder al ático de Toñi. Gabriel le advirtió en más de una ocasión de que un ladronzuelo podía perfectamente colarse en su casa, pero como nunca había pasado nada no había por qué preocuparse. Agradeció en ese momento su pasividad, en ese sentido.
Gabriel colocó un cajón que le permitió dar el salto para trepar por la cornisa. Se cogió a ella y se impulsó con esfuerzo hasta que accedió al ático, y como siempre la puerta corrediza estaba entreabierta para que corriese el aire, lo que le permitió el acceso, como era de esperar. Avanzó sigilosamente por el salón, cruzó el pasillo, y al hacerlo escuchó murmullos provenientes de la habitación..
Gabriel se asomó en silencio y corroboró sus sospechas de que el sujeto no había ido a hacer ninguna reparación, sino a repasarle los bajos a su amada en la habitación donde tantas veces habían hecho el amor. El corazón le dio un vuelco cuando vio al individuo magreando el cuerpo de su amada, buscando sus zonas erógenas. Sus labios se unieron en un beso apasionado y ella volvió a saborear los residuos de su mal aliento a los que no acababa de acostumbrarse. Sus manazas le levantaron la falda aferrándose a las pronunciadas nalgas, consiguiendo que sus partes íntimas se estimularan, paliando así el repugnante sabor.
—¡Que buena estás, cabrona!, —le piropeó, y a Gabriel se le llevaban los demonios viendo la descorazonadora escena en la que un extraño manoseaba a Toñi, que no contenta, se quitaba el vestido para facilitarle la labor, quedándose únicamente con sus bragas, el sujetador y los tacones. A continuación le desabrochó el sujetador y calculó mentalmente que aquella madura gastaba una talla noventa. Sus pechos caían ligeramente, aun así, eran unas tetas apetecibles, con unas aureolas pequeñas y sonrosadas, de modo que el hombre dio cuenta de ellas, cogiendo ambas, mientras alternaba lamiendo sus pezones. Finalmente se deshizo de las bragas que Toñi había elegido para la ocasión y quedó expuesta a la lujuriosa mirada de aquel bastardo.
Por su parte, Toñi sintió un poco de vergüenza al notar como su amante la escrutaba de forma lasciva. La contempló completamente desnuda y se extasió de sus carnes. Su sexo lucía una mata de vello frondosa, recortada a tijera y ensanchándose sutilmente hacia arriba.
Al otro lado de la puerta, Gabriel maldecía contemplando a su amada desnuda dejándose hacer por un extraño. Aquella habitación que tantos recuerdos había vivido era ahora lugar para aborrecer el resto de sus días.
Gabriel se sentía humillado por tanto agravio. No sabía qué hacer, si marcharse de allí a toda prisa, o entrar e increparles por tan bellaca acción. Pero ni una cosa ni la otra, Permaneció de mirón, observando como la mirada del hombre se perdía en la anatomía de su amada. Tampoco le pasó inadvertida la pronunciada erección que se adivinaba en los pantalones del fulano. Supo que se llamaba Pablo, pues era el nombre que susurraba su amada al sentir sus caricias.
Pablo restregaba su paquete por sus carnes y Gabriel se percató de como ella deslizaba su mano para palpar el relieve de su amante. Lo aferró con fuerza y deseó tenerlo dentro.
Tras aquellos preámbulos, Pablo le dio un empujón y la tumbó en la cama y Toñi quedó expuesta y de piernas abiertas esperando que la penetrara, por el contrario, él, con cierta parsimonia se quitó la camiseta luciendo una abultada barriga cervecera, como si aquello fuese algo digno de mostrar, después se desabrochó los pantalones y se los quitó para, a continuación, deshacerse de sus gayumbos, y Toñi pudo por fin contemplar de nuevo aquel garrote que le hizo pasar tantas noches de duermevela y que ahora iba a volver a proporcionarle uno o más orgasmos como el experimentado en aquellos mugrientos lavabos hacía dos meses. Él permanecía de pie mientras ella contemplaba como se cogía el miembro. Se relamió los labios esperando que se echara encima de ella y la penetrara de una vez, pero el hombre deseaba primero saborear el manjar dispuesto en bandeja de plata. Se inclinó y abrevó en su entrepierna, haciéndole un cunnilingus que la llevó a su orgasmo de inmediato, sin que ella pudiese remediarlo. Seguidamente él se puso de pie, se cogió el miembro mostrándoselo y Toñi se incorporó para saborear de nuevo aquel pollón.
Gabriel miraba atónito la escena. A él nunca quiso mamársela y con éste individuo parecía disfrutarlo enormemente. No sabía si era por el tamaño, por el morbo o por qué. Lo que sí que era una certeza era que deleitaba con la mamada. Parecía una experta, basculaba la cabeza en un movimiento repetitivo, a la vez que con el dedo índice y pulgar formaba una especie de anillo que abrazaba el tronco, deslizándose una y otra vez por él.
Gabriel envidió al amante de su novia y sin pretenderlo, se encontraba frotándose su entrepierna viendo como Toñi se afanaba mamando aquel puntal. Fue entonces cuando se percató de que también portaba una erección de caballo.
—Eres una verdadera zorra mamando pollas, y si son grandes te gustan más, ¿no es así?, —aseveró el extraño.
Toñi miró hacia arriba, pero era difícil contestar con semejante rabo en la boca, en cambio, movió la cabeza afirmativamente, a la vez que se escuchó un sonido gutural. Aquel lenguaje tan vulgar, lejos de molestarle, le excitaba cada vez más, de modo que siguió en su tarea hasta que su amante abandonó su boca y la volvió a tumbar en la cama para colocarse encima de ella.
—¿La quieres dentro de ti?
Toñi asintió respirando aceleradamente.
—¡Pídemelo! —le ordenó su amante queriendo ver como aquella madura estaba totalmente entregada.
—¡Fóllame!, —le rogó.
—Pero qué golfa que eres. ¿Vas a contarle esto a tu novio?
Toñi pretendía alejar a Gabriel de su cabeza para no sentir el peso de la culpa, y su amante no hacía más que restregarle por la cara lo cornudo que era. Le gustaba pensar que caía rendida a sus pies y no andaba muy lejos de la verdad. Se sentía el macho alfa al ver que lo elegía a él para que le diese placer, en lugar de a su novio. Hasta que Pablo hizo su aparición en su vida, Gabriel le daba todo el goce que Toñi necesitaba, pero ahora era como si aquel hombre hubiese despertado a una bestia que había permanecido dormida hasta entonces.
—¿Acaso no te gusta la verga de tu novio que buscas la mía? —le preguntó sabiendo la respuesta.
—No hay color, —respondió, menospreciando lo que hasta ahora la había satisfecho plenamente, y una punzada de dolor desconsoló a Gabriel.
—¡Me encanta que seas tan zorra!
Tras vanagloriarse de su hombría, la dirigió al nido, tanteó varias veces en la raja y la deslizó en su interior, haciéndola gemir de placer. Se abrió completamente para él y sus piernas se ensamblaron en su espalda, a la vez que él la penetraba, diciéndole las groserías más obscenas mientras lo hacía. El ardor de Toñi impidió dominarse y se abandonó por segunda vez en un prolongado e intenso orgasmo, en el que sus convulsiones lo llevaron a él al suyo. Al mismo tiempo, y a pesar de su congoja, Gabriel terminaba su gayola, soltando lastre en el suelo en una eyaculación como no recordaba haberlo hecho nunca. Tuvo que morderse los labios para no delatar su presencia.
Cuando su amante abandonó el orificio, el líquido brotó como si fuera un géiser, manchando la sábana. Toñi la cogió y la echó al suelo, abrió el armario y sacó otra lavada. Mientras la cambiaban entre los dos, ella contemplaba la barriga que rompía la estética de aquel cuerpo que sin ella podría haber sido medianamente aceptable, pero no era su morfología, ni la estética de su físico lo que le atraía, sino únicamente el badajo que ahora colgaba entre sus piernas lo que la hipnotizaba y hacía que se relamiera los labios mientras lo contemplaba.
Cuando cambiaron las sábanas, Pablo se aproximó a ella para besarla y volvió a percibir el desagradable sabor, marca de la casa, que ella detestaba, pero notó su mano apoderándose de su vulva y ella le imitó, consiguiendo que reaccionara a sus caricias. A continuación, se colocó sobre la cama levantando su trasero y su amante hundió la lengua entre sus pliegues, lamiendo sus jugos junto a los restos de su reciente corrida. Toñi notó que la lengua era sustituida por los dedos y ésta hacía incursiones en el otro orificio, lo que le provocó una nueva sensación de placer. Por un lado, los dedos en su sexo, por otro, la lengua introduciéndose en su ano. Era la primera lengua que se adentraba en el pequeño e inexplorado agujero, añadiendo una nueva y grata sensación a su cuerpo.
—Tienes un culazo divino, —le dijo aspirando su aroma.
La vista era como para extasiarse del paisaje: unas enormes nalgas cobijaban en su parte inferior una raja en forma de hucha, pidiendo a gritos que ingresara allí su polla. Pablo asió la cadera con una mano y con la otra se agarró el miembro erecto, metiéndoselo en el dilatado canal. Ahora, con las dos manos aferró con fuerza sus nalgas y aumentó el ritmo de la cópula chapoteando entre los flujos, tanto masculinos como femeninos. Toñi gozaba del pistón entrando y saliendo de su cavidad. Se la ensartaba toda y la volvía a sacar, y la mezcla de secreciones se esparcía por toda la zona vaginal, así como por las nalgas en cada una de las acometidas.
Por su parte, Gabriel volvía a masturbarse contemplando la follada que aquel salvaje le estaba propinando a su amada. Sabía que lo estaba disfrutando y movía el pandero adelante y atrás, hacia la derecha y hacia la izquierda retorciéndole la verga y sintiendo hasta el último centímetro de aquel pedazo de carne. Pablo se acercó a su oreja para morderla, besarla y decirle que había llegado el momento.
Toñi no entendió muy bien el significado de aquellas palabras, pero a continuación supo a qué se refería y el pánico se apoderó de ella, a pesar de haber fantaseado con la idea. Ahora no estaba tan segura. Su amante abandonó su raja y ella se dio la vuelta para ver la mole que iba a romperle el culo.
—Lo prometido es deuda, —dijo mostrando un sonrisa de oreja a oreja.
Toñi miró boquiabierta el cipote que la iba a partir en dos. Él cogió de sus pantalones un tubo de lubricante, mientras ella contemplaba enajenada como se restregaba la verga con ambas manos. Detrás de la puerta, Gabriel se la meneaba sin descanso viendo como aquel animal se impregnaba el arma asesina.
—¡Túmbate, que voy a romperte el culo!
Toñi decidió que ya no quería que la enculara.
—No quiero hacerlo, —le anunció.
—Siempre cumplo mis promesas, cariño. Además, cuando termine lamentarás no haberlo hecho antes.
La puso boca abajo y le embadurnó el orificio con el gel. Toñi notó el dedo adentrándose en el estrecho agujero y sintió una extraña y desagradable sensación, pero conforme iba dilatándole el ojete empezó a sentir otras sensaciones más placenteras. Su amante consideró que con cinco minutos incursionando sus dedos en el ano eran suficientes para iniciar la penetración, de manera que volvió a embadurnarse la polla y le abrió las piernas apoyándole la cabeza en la almohada. Seguidamente aproximó el glande a la entrada y presionó un poco. A ella se le escapó un lamento, pero Pablo no cedió en el intento y siguió empujando despacio. Los quejidos y sollozos no se hicieron de esperar y conforme iba adentrándose el vástago invasor, Toñi empezó a proferir gritos suplicándole que se la sacara.
—Si te la saco tendremos que empezar desde el principio y todo lo que hemos avanzado no habrá servido de nada. Aguántate un poco y verás como gozas, —le pidió.
Gabriel vio como a ella sufría y le costaba albergar la mole que intentaba adentrarse en sus entrañas, sin embargo el morbo que le producía la escena le provocaba hasta dolor de polla. Su mano no descansaba moviendo su herramienta aceleradamente y estaba a punto de correrse de nuevo, pero quería esperar y disfrutar de la escena.
El dolor agudo continuaba y las quejas eran constantes. Él intentó tranquilizarla hablándole al oído. Aminoró los empujones para que fuese adaptándose al calibre y paulatinamente el dolor abría la puerta a un ligero placer todavía ensombrecido por el suplicio, pero conforme transcurrían los minutos el placer iba ganándole terreno al dolor-
Pablo se puso de lado sin sacar su miembro y le levantó una pierna a Toñi, de tal manera que Gabriel tenía ahora un primer plano del mazacote ensartando a su amada. El hecho de ver como entraba y salía aquel enorme rabo de su culo le estaba llevando a los límites de su aguante.
Se percató de que Toñi empezaba a gozar del calibre que en un principio parecía imposible albergar. Los gritos y gemidos eran ahora de placer. Un placer nuevo para ella.
Mientras la enculaba, la mano de Pablo se adentró en el coño de Toñi, de forma que se lo iba trabajando al mismo tiempo.
—Veo que te está gustando, —le dijo a la vez que sus movimientos de pelvis se intensificaban.
—Sí, —gimió ella repleta de sensaciones. Por un lado, la verga percutiendo en su ano y por otro, un dedo trabajándole el clítoris.
—Quiero que te corras y que disfrutes, zorra.
Toñi no podía contestar. No tenía palabras, y tampoco deseaba encontrarlas. Lo que quería era disfrutar de las sensaciones y correrse.
—Voy a sacártela para que me pidas que te folle, —le advirtió mientras se escuchaba un “plof” al extraer el miembro de un agujero totalmente ensanchado.
Pablo la colocó a cuatro patas sobre la cama y Gabriel pudo ver por primera vez el dilatado canal de su esfínter. Lo tenía completamente abierto, incluso de cerca podía verse su interior. Quería abalanzarse sobre ella y ser él quien la poseyera por el culo, pero hacerlo significaba delatarse y quedar como un cornudo consentido. De momento sus opciones eran disfrutar de las vistas en silencio y de incógnito.
—¡Vamos! ¡Pídeme que te la clave!
—¡Métemela toda!, —le exigió.
—¿Dónde quieres que te la meta?
—En el culo.
—Así me gusta. Que no seas tímida.
Pablo se cogió el miembro, lo puso a la entrada del dilatado orificio y fue ensartándosela despacio hasta que sus pelotas golpearon las nalgas, a continuación inició un movimiento percutor de menos a más cogiéndose a las anchas caderas de la mujer madura, quien empezó a culear con movimientos sugerentes y lascivos.
—¡Dame polla!, le rogó poseída por el deseo.
—Es toda tuya, cariño, —contestó al borde del clímax. —¡Mueve tu culazo, zorra, que voy a correrme!
Toñi deslizó sus dedos hasta su coño para darse más placer, al mismo tiempo que movía sus ancas buscando cada centímetro de la polla que la estaba encumbrando a la cima de un placer soberbio y completamente nuevo.
Su amante embestía como un toro en celo y pronto gritó a los cuatro vientos que se corría. Toñi notó como la leche golpeaba en las paredes de su esfínter y esa sensación, unida a la verga que embestía en su culo y su dedo retorciendo su clítoris, la condujeron al orgasmo, acompañando a su amante en el placer, sin saber que su amado también gozaba unos metros mas allá, soltando de nuevo su pesada carga en el suelo.
Pablo extrajo el miembro de su cavidad y los fluidos escaparon sin contención del ensanchado orificio. Toñi se taponó con un pañuelo de papel para que hiciese de contención, a continuación pidió disculpas y se dirigió al baño para lavarse. Gabriel se escabulló en dirección contraria y confió en que no viese sus dos corridas desparramadas en el suelo. Al regresar encontró a Pablo observando una foto. En ella estaba ella cogida de Gabriel en actitud enamoradiza.
—¿Es tu novio?, —le preguntó.
—Sí, respondió con una culpa que ahora le atenazaba.
—Pobre imbécil, —añadió.
Toñi había disfrutado sin reservas, pero al disiparse la euforia, la pesadumbre la invadió. Se sintió muy puta por lo que había hecho, y más, conforme se habían desarrollado los acontecimientos. Ahora lo que deseaba era que su amante se fuese y la dejase sola con sus reflexiones.
—Debes irte, —le pidió educadamente mientras terminaba de vestirse, en cambio, su amante no hizo mención alguna de hacerlo, sino todo lo contrario. Se puso en pie, se cogió la verga y la zarandeó reiteradas veces delante de ella para que la sangre fluyera hacia allí.
—¡Chúpame la polla! —le ordenó ofreciéndole un miembro a media molla que empezaba a ganar firmeza de nuevo.
—Tienes que irte, puede venir alguien —se excusó, pero sin dejar de observar cómo el péndulo oscilaba de lado a lado.
—¡Vamos! Sólo un poco, que sé que te gusta, —insistió.
No podía negar que le apetecía hacerlo, pero consideró que aquel hombre estaba empezando a dificultarle la vida. Toñi era aprendiz de adultera y no estaba muy puesta en los asuntos de las infidelidades. Le resultaba difícil mentir, sin embargo, no había otro modo de ocultar su aventura, con lo cual, tenía que pensar que la mentira pasaría a ser su mejor aliada.
Conforme avanzaba la tarde implicaba que su hijo podía hacer su aparición en cualquier momento. Aún era pronto, pero nunca se podía estar segura, por lo que empezó a ponerse nerviosa. Quería darse una ducha y estar sola para recapitular.
—¡Vete, por favor!, —le repitió viendo que no hacía mención de vestirse. —Ya quedaremos otro día, —le dijo para que se fuera, aun sin saber si quería volver a repetir. Tenía demasiados sentimientos contradictorios para volver a hacerlo y por ello necesitaba meditar, en cambio su amante no estaba por la labor de marcharse y la cogió por los hombros presionando sobre ellos para que bajara la boca a la altura de su miembro. Toñi ofreció resistencia, sin embargo, se vino toda abajo cuando volvió a encontrarse con aquel badajo balanceándose sobre su cara, y tras unos segundos de duda, lo cogió con la mano e inició la felación, de ahí que en unos minutos la erección ya estuviera en su punto álgido. En ese estado, sacó el miembro de su boca y empezó a golpearle con él en la cara.
Por su parte, Gabriel había regresado a la zona de guerra y su polla volvió a ponérsele dura al contemplar a su amada recibiendo los azotes que su amante le estaba propinando en su angelical rostro.
—No me digas que no te gusta. ¡Mírala!, —le dijo enorgulleciéndose de su hombría.
—Sabes que me encanta, —dijo sin parar de meneársela.
—Sí, —añadió con una sonrisa que se desdibujaba por el placer que la mujer madura le dispensaba.
Pablo se la puso a lo largo de la vertical de la cara y Toñi bizqueó un instante, después ensalivó el cipote y lo llenó de besos. Seguidamente su boca abrazó el anhelado pollón que le hacía perder el norte. Parecía que su amante conocía mejor que ella los entresijos de su cuerpo, o tenía tanta seguridad en sí mismo que sabía que ella siempre cedería ante sus pretensiones.
—¡Vamos, sigue mamando hasta que me corra! Quiero regarte esa cara de mamona para que tu novio sepa lo putilla que eres y sobre todo, por qué no puede pasar por las puertas.
Gabriel tuvo ganas de partirle una silla en la cabeza y Toñi no sabía si lo que decía era en serio, o era porque le ponía decir tantas barbaridades. Unas veces, no es que fuera muy atento, pero la trataba amablemente, y cuando menos lo esperaba, le salía el ramalazo irrespetuoso y grosero. No sabía si sentirse ofendida o halagada, pero la mayoría de las veces aquella jerga irreverente le excitaba.
Toñi se afanó esperando que terminara rápido para que se marchase lo antes posible. No debería haber accedido a aquella última petición. El tiempo corría y por ello incrementaba el ritmo, intentando acelerar el orgasmo, pero no debía imponer la cadencia que él necesitaba y su amante le cogió la cabeza por detrás para incrementar los meneos. Empezó a sentir arcadas al no poder abarcar lo que él pretendía introducirle. Cuando ya estuvo a punto, la sacó y se la meneó delante de su cara. Toñi sabía que la explosión era inminente y comprendía lo que eso significaba.
—Abre la boca, mamona, abre la boca… —gritó.
Las tres primeras descargas le llenaron por completo la boca y con las siguientes le regó la cara, emblanqueciéndosela con la desmesurada corrida.
—¡Trágatela! Quiero que cuando beses a tu novio sepa lo glotona que eres.
El sarcasmo de aquel individuo no tenía parangón y no podía negar que le hizo gracia, aunque no pudo reír con la boca repleta del viscoso líquido. Le dio cierto reparo tragarlo, pero hizo un esfuerzo e ingirió todo el contenido, provocándose una arcada. Después se relamió los labios y Pablo sonrió satisfecho.
De nuevo fue al cuarto de baño a limpiarse la cara y Gabriel volvió a ocultarse.
Mientras se limpiaba la corrida de la cara, se preguntó cómo era posible que alguien, después de haber eyaculado dos veces, podía seguir expulsando tal cantidad de esperma, y no encontró respuesta racional para aquel fenómeno. Estaba claro que aquel hombre, sexualmente se salía de la media.
Cuando regresó a la habitación, Pablo ya se había vestido y estaba a punto de marcharse. Toñi lo acompañó a la salida, abrió la puerta para que se marchara y su amante le dio un último morreo que le quitó la respiración. Al mismo tiempo le apretó una nalga a través del vestido. Después la soltó.
—¡Llámame!, —le dijo mientras se alejaba y ella asintió sin saber si volvería a hacerlo.
Simultáneamente, Gabriel se escabulló un poco frustrado ya que no había podido consumar su última gayola. Saltó la pared y regresó por donde había venido. Salió a la calle sin tener un destino fijo. No sabía si irse a casa o visitar a la adultera de su novia, y optó por lo último.
Al llamar al timbre, Toñi se puso nerviosa y no sabía si abrir o no. A ojos de Gabriel, todavía estaba en el trabajo y el hecho de abrirle ponía de manifiesto que le había mentido, ¿con qué propósito entonces? Su inexperiencia en estas lindes la puso como un flan, pero finalmente decidió abrir la puerta, sin embargo, resbaló y cayó de espaldas y su mullido trasero amortiguó el golpe. Al apoyar su mano reparó en que el motivo de la caída no era otro que la sustancia pringosa sobre la cual estaba. Su mano estaba pegajosa y su vestido se había manchado. Se la miró preguntándose qué demonios era ese caldo y, aunque tenía una vaga idea, no quería dar crédito. Olió su mano para cerciorarse de que no se equivocaba.
¿Quién se había corrido en allí? Su amante desde luego no. Reconstruyó cada momento por si se le había olvidado algún detalle, pero sabía a ciencia cierta que no. Podía recordarlo todo y estaba segura de que alguien había eyaculado allí.
Pensó en su hijo. ¿Y si regresó mientras su madre estaba fornicando como una loca? Esa era la opción más factible y no tenía más remedio que aceptarla como válida, con lo cual, el mundo se le vino encima al imaginarse que su hijo había visto a su madre follando con un extraño. Con ese argumento dio por hecho que al ver como enculaban a su madre se había excitado, y quizás no fuese tan grave como creía, o es lo que quería pensar. Si ya de por sí su conciencia estaba maltrecha, ahora se mortificaba por partida doble.
Cuando abrió la puerta no había nadie. Gabriel se había ido. Finalmente pensó que no sabía como afrontar la nueva situación que se le planteaba con Toñi. Seguía amándola, de eso no cabía duda. Por un lado reconocía haberse deleitado viéndola disfrutar como una puta con aquel hombre. Por contra, le reconcomía pensar que él no daba la talla en la cama y por eso Toñi sintió la necesidad de buscarse un amante. ¿Qué debía hacer? ¿Afrontar esa verdad e intentar encontrar una mujer más íntegra y honesta, o por el contrario debería disfrutar de esa nueva realidad? No podía negar que muchas veces había fantaseado con la idea de compartir a su chica, pero una cosa eran las fantasías y otra muy distinta la realidad, una realidad con la que ahora se había topado.
Llegó a casa completamente abatido. Aquella enorme polla incrustándose en las entrañas de su amada mientras gritaba de placer, no se le iba de la cabeza, y su erección regresó pensando en ello, con lo cual, culminó la inconclusa paja repasando las imágenes que se le habían grabado a fuego en el cerebro.
Después de otra corrida excepcional sonó el teléfono. Vio que era Toñi y no sabía si contestar o no, pero decidió hacerlo.
—Hola, —contestó de forma escueta.
—Hola cariño, —le saludó ella. —Ya he salido del trabajo, ¿quieres que nos veamos?
A Gabriel le chirrió tanto cinismo. No sabía exactamente lo que quería, mas, cuando las aguas volvían a su cauce, o lo que era lo mismo, cuando la sangre tornaba a su lugar, las cosas se veían de otro modo.
Respondió con monosílabos a sus preguntas. Fue Toñi quien acudió a casa de Gabriel. Necesitaba resarcirse de la felonía que le había hecho a su amado. Deseaba contárselo todo. Decirle que había disfrutado con su amante, pero sobre todo, deseaba pedirle perdón por su deslealtad. Quería decirle que eso le sirvió para abrir su mente a otros placeres que quería poder experimentar con él, pero, con toda certeza, él no entendería su argumento, para él sería una traición, de modo que ¿para qué hacerlo?
Por su parte, eran otros los pensamientos que se agolpaban en la cabeza de Gabriel. Ni siquiera sabía la reacción que debía mostrar ante ella. Quizás quería saber de primera mano como llegó a eso y por qué, aunque, ¿qué le iba a contar que no supiera ya? Quizás quería saber el porqué de aquel abyecto comportamiento. ¿Había sido su relación una mentira? ¿Acaso no le quería? ¿O no la satisfacía? ¿Por qué le había destrozado el corazón? Eran muchas las preguntas que quería hacerle y no sabía cómo afrontar la situación. El mundo se le vino abajo al enterarse de que la mujer a la que amaba no era lo que aparentaba ser. ¿O sí? Necesitaba respuestas, pese a saber que ninguna de ellas iba a ser lo suficientemente convincente para demostrar su inocencia en el delito de adulterio. Empezó a atar cabos sueltos sobre su comportamiento que su amor por ella le había impedido ver hasta el momento.
Abrió la puerta y cruzó el umbral. Gabriel salió a recibirle y ella se aproximó para darle un beso, sin embargo, Gabriel giró la cara y ella no entendió su reacción. Fue una reacción involuntaria, pero que le salió del alma.
—Supongo que te habrás lavado la boca antes de intentar besarme, —le advirtió sin pensar lo que decía.
Toñi se quedó estupefacta. No entendía qué significaba aquello, o de ninguna manera quería descifrarlo.
La siguiente reacción fue mirarla a los ojos y preguntarle por qué.
Toñi no supo a qué atenerse. No entendía exactamente el significado de sus palabras, pero podía hacerse una idea aproximada. ¿Cómo lo sabía? ¿Hasta dónde sabía? ¿Qué era lo que sabía? Fueron unos tensos segundos de silencio en los que la mirada de ira de Gabriel se cruzó con la de rubor de Toñi, pero no hubo respuesta por su parte. Gabriel sabía que había estado llorando, tenía los ojos enrojecidos, pero no pudo escrutar su mirada porque, al parecer, ya no conocía a la mujer que era su novia. Intentó adentrarse en ella y llegar a sus pensamientos, pero no podía, ella no le dejaba. Podía vislumbrar vergüenza, sin embargo, no percibió en su mirada arrepentimiento, o quizás estaba equivocado, y por eso volvió a preguntarle por qué, aunque el resultado volvió a ser el silencio por respuesta. En cambio, varias lágrimas resbalaron de sus ojos y descendieron por sus mejillas. Los ojos de Gabriel también enrojecieron porque se vio como un extraño ante ella. Hubiese querido que le contase lo ocurrido, que confiase en él y le dijera qué la motivó a tener aquella conducta, pero ella no se abrió. ¿Acaso, aun sabiéndolo todo, podía decirle la verdad? ¿Podía decirle que su amante había despertado en ella placeres desconocidos? ¿Podía decirle que se había sentido muy puta mientras se la follaba? ¿Podía nombrarle acaso que no era la primera vez que se la follaba? ¿O tal vez que la primera vez fue en unos sucios lavabos en la estación de metro? ¿Debería también mencionarle que la enorme polla de su amante la encumbraba a cimas insospechadas de placer? ¿O que el hecho de denigrarla mientras se la follaba la ponía cachonda? No tenía las respuestas que él hubiese querido escuchar, las que tenía eran aberrantes para el hombre que la amaba y no podía, por tanto, responder a su pregunta sin ofenderle más de lo que ya lo estaba. No podía defender su causa porque no existían medias verdades, ni modo alguno de suavizar sus actos, ni tampoco lo que había ocurrido, de modo que Gabriel no obtuvo más respuesta que una mirada de culpabilidad.
—Está bien, ya veo que no quieres abrirte a mí, aunque sí que has sabido abrirte de piernas ante el patán ese.
Toñi empezó a encontrar respuestas a preguntas que le estaban mortificando y que ahora se estaban resolviendo solas.
—¿Cómo lo has sabido?, —preguntó, aun intuyendo la verdad.
—Lo sé y punto, —le dijo sin desvelar el porqué. —¿No crees que tu comportamiento ha sido muy extraño las últimas semanas?
Toñi tragó saliva. Era inútil intentar ocultar lo que ya era más que evidente. Seguir mintiendo sólo serviría para empeorar las cosas.
—No voy a negar nada de lo que hice. Lo hecho, hecho está. No hay vuelta atrás. Ocurrió, sin más. No intentes buscar respuestas coherentes porque no las hay.
—¿Y ya está? ¿Eso es todo? ¿Me tengo que conformar con eso? Tanto tiempo juntos, ¿y de repente todo se va a la mierda? Quiero pensar que lo nuestro no fue todo una mentira, pero ya me lo creo todo. Tendrás tus motivos para hacer lo que hiciste y quiero saberlos. Quiero entenderte.
—Esos meses no fueron una mentira, de eso puedes estar seguro, y es con lo que debes quedarte. Eso no nos lo quitará nadie, al menos a mí. Te quiero con todo mi corazón, pero ocurrieron cosas que no supe gestionar y sé que lo que pase a partir de ahora me lo habré merecido. Todo ocurrió muy rápido, y por mucho que intente explicarte qué pasó, no vas a encontrar consuelo de ninguna de las maneras. No podrás comprender nada, aunque intente esclarecerte los hechos con pelos y señales, porque ni yo misma consigo hacerlo. Lo que te diga te va a soliviantar todavía más, si cabe, y no lo vas a digerir, sólo me vas a juzgar de forma más categórica.
—Inténtalo, —insistió.
Toñi agachó la cabeza y se la rascó con un dedo.
—Está bien, como quieras.
Respiró hondo y buscó la manera más sutil de explicar su versión, pero no la encontró y simplemente intentó prescindir de los detalles morbosos.
—Fue hace dos meses. ¿Recuerdas aquel día cuando estábamos en el andén del metro, te reclamaron del trabajo y tuviste que marcharte?
—Sí.
—Ahí empezó todo. Fue una situación surrealista y no la supe resolver. No me enorgullezco de ello. Cuando te fuiste conocí a alguien y luego acabamos follando. Sé que es duro de aceptar. No sé qué más puedo decir, —dijo completamente abatida.
—Simplemente la verdad. Hablas mucho y no dices nada. Si no me explicas qué te impulsó a hacer eso, ¿cómo puedo entender que follaras con alguien, sin más? Nadie hace eso. Algo tendría que pasar para que eso ocurriera.
—¿De verdad quieres saber los pormenores?
—¿Cómo voy a entenderte si no? Es el único modo.
—Eso no te va a consolar.
—¡Inténtalo!
—Si es lo que quieres…
Toñi había pretendido ser lo más sutil posible para no ofenderle más de lo que estaba, pero, al parecer era imposible serlo para entender su actitud, de modo que tomó aire de nuevo y se dejó llevar por los recuerdos.
—Fue en el metro, camino de casa. Iba lleno y apenas había espacio para todas las personas que viajábamos. Era una situación muy incómoda porque nos molestábamos unos a otros, ¿recuerdas? Él se colocó detrás, muy pegado a mí, incluso podía notar su aliento en la nuca. Intenté restarle importancia, pero al poco advertí que se restregaba por detrás, ya me entiendes. En un primer momento pensé que era de los movimientos del vaivén del metro, pero pronto me di cuenta de que era intencionado y noté que su erección iba a más. Era evidente que él estaba excitado, y el caso fue que aquella situación acabó estimulándome a mí. Cuando nos apeamos, intenté restarle importancia a lo ocurrido, pero tú te fuiste y él aprovechó la ocasión para abordarme. Fue ese momento de inflexión el que lo cambió todo, y el hecho de tomar la decisión equivocada me llevó a esta situación, y la desacertada decisión fue la de acabar en los lavabos con él.
—¿Follando?
—Creo que es evidente.
—Nunca lo hubiese imaginado.
—Yo tampoco, —dijo rotundamente. —Después de eso tuve un gran conflicto moral entre lo que era éticamente correcto y lo que deseaba, y al final los deseos prevalecieron sobre la razón, y volvimos a vernos. Aquel hombre logró aflorar un comportamiento salvaje velado hasta entonces. Ni yo misma sabía que podía reaccionar así y experimentar semejantes sensaciones.
—Está claro que te dejó una huella imborrable.
—Te mentiría si te dijera que no. Sé que no merezco que me perdones, pero si decides hacerlo, es a ti a quien elijo. Te quiero.
—Abrirte de piernas ante el primer tío que encuentras es una curiosa forma de demostrar que me quieres.
—Es más complicado que eso…
—No, no lo es, —le cortó. —Es muy sencillo. Te puso cachonda y te abriste de piernas a la mínima oportunidad.
—A cualquiera le puede pasar. Nunca digas de esta agua no beberé.
—¿Pero, cómo puedes ser tan cínica?
—Para mí es agua pasada. Entiendo que para ti no. Ahora bien, la decisión de si quieres que sigamos o no, es tuya.
A pesar de las disculpas de Toñi, Gabriel pensó que estaba ante una extraña que nada tenía que ver con la que había sido su novia. Pensó que aquella mujer que estaba frente suyo la había suplantado. Lo que no sabía era que, en cierto modo, su descabellada idea era cierta, pues la Toñi que él conoció no era la misma que la que tenía delante. Había cambiado en muchas cosas, pero, sobre todo, en su modo de entender el sexo. Pese a todo, aún quería estar con él. ¿No era eso motivo suficiente para darle una oportunidad?
Pensó que no. Su papel en esta historia era el de ir de víctima y si quedaba algo de afecto hacia ella, desapareció por completo al oír todas las aberrantes palabras que salieron de su boca describiendo las perversiones a las que se sometió voluntariamente.
—Bueno Toñi, creo que ya se me han disipado muchas dudas, —dijo invitándola a marcharse ya.
—Sí, supongo que sí, ¿y cuál es tu veredicto? Porque no has hecho más que juzgarme.
Toñi había cruzado ya el umbral de la puerta y se disponía a marcharse, pero no quiso hacerlo hasta escuchar su respuesta.
—Así es Toñi. Mi veredicto es que te has convertido en una auténtica puta, y lo malo no es sólo eso, sino que pareces complacida de ello.
Gabriel le lanzó una mirada de resentimiento mientras ella se dirigía hacia el ascensor, pulsó el botón de llamada, y cuando llegó el ascensor abrió la puerta y entró, sin embargo se asomó de nuevo para decirle una última cosa. Lo miró con aplomo y le dijo:
—Por cierto Gabriel. Podrías haber limpiado tus corridas antes de irte. Yo seré una puta, pero tú eres un cornudo consentido, —afirmó, después cerró la puerta y desapareció .