Un travesti de closet sumiso

Como me convertí en esclava y puta de Madame.

UN TRAVESTI DE CLOSET SUMISO

o como me convertí en la esclava de Madame

Iba caminando por esa calle sin un destino fijo, cuando la ví, barriendo la vereda de un pequeño salon de belleza, a un costado de una casa con un hermoso antejardín con prado y flores. Era mi sueño hecho realidad. El pelo rubio platino, cortito hasta parecer un muchachito vestido de mujer, bien maquillada, con un pullover angora gris complementado con una falda de castilla peinada con un largo hasta dos dedos antes de la rodilla, color blanco. Las piernas enfundadas en una medias brillantes color vison, terminaban en unos zapatos negros de taco aguja. Mis manos se estremecieron de solo pensar en acariciar todo ese conjunto hermoso y con un ligero tartamudeo, le pregunté si podía cortarme el cabello. Con una voz ligeramente grave, me invitó a pasar al local, decorado con buen gusto y en el cual se hallaba otra muchacha, mas joven, tambien con el pelo cortito y rubio platino, con una blusa entreabierta que permitía ver sus pechos y una minifalda de lana color gris acero, la que me hizo sentar en el sillón, el cual para deleite mío, estaba forrado en piel imitación mouton ,y me colocó la capa abrochándola a mi cuello.

La dueña se acercó a mi, tomando mi cabeza con una de sus hermosas manos y con un peine en la otra, comenzó a peinarme, preguntándome como lo quería. Al sentirla a mi lado, tocándome y oliendo su perfume exquisito, solo atiné a decirle que lo quería cortito.

Por el espejo observé que mientras me separaba el cabello, se había dado cuenta que tenía los lóbulos de las orejas perforados y tomando uno de éllos, me preguntó si usaba aritos. Le dije que si, pero en privado, pues a mi esposa no le resultaba grato. Entonces me dio un pequeño apretón con sus uñas, preguntándome ahora si yo era un travesti de closet, a lo cual ya en un grado de intimidad y deseo, le reconocí que asi era pero que tenía pocas oportunidades de hacerlo, por el motivo que le había mencionado y que me resultaba muy placentero verla vestida con prendas que me resultaban tremendamente eróticas. Ante estas palabras, acercó mi cabeza a su pecho, acariciando mi rostro con su pullover angora y embriagándome con su perfume. Mi exitación era ya notoria, pues estaba teniendo una fuerte erección.

Mirándome a la cara, me preguntó si me gustaría acariciar su falda, a lo cual le respondí que sí, y tomándome una mano, la colocó sobre su trasero. Ante tanta delicia, comencé a acariciar la suavidad de la tela, deseando poder ponérmela. ¿Te gusta, verdad ?- y por lo que veo estas muy exitado, dijo, mirando mi entrepierna. Yo te comprendo, y si lo deseas, te voy a dar un gran placer – Tomó nuevamente mi mano y me pidió que se la metiera bajo la falda, acariciara sus medias y tocara su intimidad. Lo hice, mientras ella seguía mirándome, y al llegar a su entrepierna, siento que bajo el calzón de raso con encajes, una protuberancia fácil de reconocer se cruza en mi camino al placer. Al levantar mi cara sorprendido, con una leve sonrisa me dice que ella tambien es un travesti pero que a diferencia de mi, por su trabajo y su libertad, puede ser plenamente mujer y gozar de las mismas prendas suaves y hermosas que por lo que ha podido apreciar, a mi también me producen mucho placer. ¿ Quieres ser mujer por un rato? – preguntó, y ante mi respuesta afirmativa, me dijo que me desnudara, mientras le ordenaba a su ayudante que cerrara el local y corriera las cortinas.

Ya desnudo ante ella, pudo apreciar que yo era lampiño, que tenía totalmente depilado el vello púbico y las piernas, y al tomar mi pene erecto y acariciarlo, me dijo que estaba delicioso y que me iba a dejar hecha una preciosidad. Me hizo sentar nuevamente en la suave piel del sillón y procedió a hacerme un corte netamente femenino, dejando que cayera el pelo sobre mi cuerpo, limpiandolo de vez en cuando con un cepillo grande de suaves cerdas que aumento mi erección al pasarlo por mi pene. Su ayudante se había acercado y colocándose a mi lado, lo tomó con una mano y comenzó a masturbarme, mientras con la otra me apretaba los testiculos. La dueña, cuyo nombre era Tania, según me lo dijo después, me tomó una mano e hizo que acariciara la suave falda de su chica, que también era un travesti, según me di cuenta al pasarle por el frente y sentir una leve protuberancia. Estaba realmente en la gloria, y no pude aguantar mas, acabando con un chorro de semen que empapó la mano de élla. Se la puso en la boca y la chupó, para después mientras Tania me sujetaba la cabeza, metérmela para que probara mi propio jugo.

Lo hice con un deleite que no creí capaz en mi, ante lo cual se agachó un poco y me limpió el pene con su lengua, para después darme un beso y echarme el resto de semen. Ya no era dueño de mi, y lo único que atinaba a hacer era seguir acariciando su falda suave, deseando tener algo asi sobre mi cuerpo. Tania, sonriendo ante esto, me adelgazó las cejas, me colocó unas pestañas postizas, y me maquilló dejándome irreconocible, era la cara de una mujer atractiva y sensual. Después me hizo levantar y colocándome frente a su ayudante, me dijo – Ahora cariño, vas a ser una mujer para mi y mi chica, te vamos a preparar muy bien – dicho lo cual me hizo arrodillar y que le acariciara la falda con mi rostro. Mientras, su ayudante se sacaba el pene, y tomándome la cabeza con una mano, me lo colocó en la boca para que se lo chupara. Cuando Tania vió que lo tenía bien mojado, me hizo levantar y me colocó con la cabeza apoyada en la piel del sillón, mientras su ayudante me untaba el ano con una crema, metiéndome primero un dedo para prepararme y luego dos para agrandarme mas mi culo virgen. No estaba en condiciones de negarme y tampoco lo deseaba, ya que estaba cada vez más caliente y solo quería sentir en mi interior ese pene tierno.

Luego sentí que comenzaba a penetrarme, suavemente al principio, pero una vez que entró la cabeza, me lo clavó de un solo golpe, haciendo que diera un grito de dolor, ante lo cual Tania me agarró mi pene, totalmente erecto, diciéndome al oido que ya habia pasado lo peor y que ahora iba a gozar como toda una hembra, y comenzó a frotármelo contra su falda suave. Su ayudante me tomó de las caderas y comenzó un movimiento de mete y saca que me provocó un placer tan grande, que junto al frote de mi pene en la falda, logró que al cabo de un rato tuviera un orgasmo como nunca antes, chorreando mi semen sobre esa prenda tan hermosa. En ese momento, la chica también acabó, llenándome el ano de su jugo ardiente, que terminó haciéndome chorrear más aún. Entonces, mientras mi cabeza aún daba vueltas por tanto placer, Tania me tomó del pelo, me hizo arrodillar y tuve que lamerle la falda, para limpiarla de todo mi semen, mientras me decía – Ahora vas a ser mi esclava, putita mía, pues veo que te ha gustado que te abrieran el culo. Te vas a realizar con los trajes que te pondré y asi me darás más placer cuando te haga mía - . Solo atiné a decir – si, mi señora, soy su esclava y solo deseo servirla – Ante lo cual, me hizo levantar y tomándome el rostro entre sus manos, me dio un beso metiendo su lengua hasta el fondo de mi boca, mientras me aplastaba el pene con una rodilla envuelta en una suave y brillante media color visón, haciéndome gemir de dolor. Aprenderás a gozar y a sufrir – me dijo, mientras me acariciaba los adoloridos testiculos – como la puta que en realidad eres. Ahora Lidia, mi ayudante, terminará de prepararte para mí – diciendo esto, se retiró.

Lidia me hizo sentar en el sillón y procedió a pintarme las uñas de las manos y los pies, para después ir a la casa de Madame, como me dijo que tendría que llamar a Tania en adelante, y me trajo un conjunto que me hizo gemir de placer. Pero antes de vestirme, me colocó una crema anestésica en los pezones y en el tabique de la nariz, después de lo cual me apretó uno y lo atravesó con una argolla de oro y antes de que pudiera negarme, había tomado el otro y repetido la operación. Ahora eres una esclava – me dijo - y hay que marcarte. Luego me tomó la nariz y me atravesó el tabique con un aro exagonal, igual a los que me colocaría en mis orejas. Había aceptado la situación y ya no podía echar pie atrás, pues la humillación a que me estaba sometiendo Lidia por orden de Madame, me estaba ha-ciendo gotear de placer, ante lo cual me tomó el pene y le colocó un condon para que no ensuciara las prendas que me iba a poner. Entonces me ordenó que me vistiera, mientras se sentaba a mirarme.

Me coloqué unas medias negras, brillantes y suaves, con portaligas con encaje del mismo color, combinado con unos zapatos negros de taco aguja. Luego un sujetador para

el pene, que lo tiraba hacia atrás, apretando el escroto, pero que dejaba el ano al descubier-to, el cual Lidia me había afeitado antes y que me había lubricado con mas crema anal. Después, un levanta busto de media copa, que me dejaba los pezones con las argollas libres pero que me apretaba los pechos, formándo el busto de manera que se viera bien femenino. Enseguida una blusa de encaje, preciosa, en color gris suave, cerrada hasta la mitad, para que se destacaran los pechos, y una falda angosta de suave castilla peinada blanca, con un tableado atrás, que permitía levantarla sin problemas para una penetración anal, según pude saborear después. La guinda de este pastel exquisito era un chaquetón de mouton blanco, realmente un sueño. Su suavidad y el sentirlo sobre mi cuerpo, acariciado por mis manos, me tenía ciertamente en la gloria. Todo aquello aminoraba el dolor que estaba sintiendo al pasar el efecto de la crema anestesica en los pezones y la nariz. Al terminar de vestirme, Lidia me roció con un perfume embriagador, y enganchando las argollas de los pezones al aro en mi nariz con una cadenilla tambien de oro, me llevo tirando de élla a la casa de Madame, como la esclava que ahora era.

Mientras me guiaba tirando de la cadenilla, por un corredor que nos conducía a los aposentos de Madame, sentía el roce del ruedo de la falda sobre mis medias, lo cual me producía aún más placer y mi pene trataba de liberarse de su prisión. Al parecer, élla se dio cuenta, pues se detuvo y levantándome la falda me dio un fuerte palmazo en los genitales que me hizo gritar de dolor. Voy a tener que hacer algo para que no goces sin el permiso de Madame – me dijo, y agarrando la cadenilla sujeta al aro en mi nariz y las argollas en los pezones, tiró de élla haciéndome gritar nuevamente. Me condujo a una habitación sin ventanas, con un closet en una de sus paredes. De él saco un par de esposas de cuero y colocando mis brazos a la espalda, me las puso, dejándome así sin posibilidad alguna de reaccionar ante el sufrimiento que me estaba provocando y el que vendría más adelante.

Tomando el sujetador para el pene que tenía puesto, me lo sacó y en su lugar me colocó un anillo con pequeñas púas que encajó en mi miembro un poco más abajo del glande. Estaba sujeto por un cordón de seda que pasó hacia atrás, encajándolo en mi ano y lo amarró al portaligas. De este modo, si mi pene trataba de ponerse erecto por el deseo, las púas se iban a enterrar en la piel y la carne y el dolor me quitaría toda ansia de goce. Ahora sí estaba comenzando a tomarle el peso a la situación en que me había colocado mi debilidad por la ropa femenina y si bien el anhelo oculto de sentirme esclavizada me hacía realizarme con lo que me estaba anconteciendo, no podía negar una cierta dosis de temor ante el hecho de que ahora era un mero objeto de placer en manos de unos travestis que sabían lo que querían.

Una vez que terminó, me arregló la falda y ya me iba a tirar nuevamente, cuando apareció otra "chica", que tuve que reconocer era preciosa, bien maquillada, vestía una túnica de raso estampada y se podía apreciar que no llevaba ropa interior debajo, pues los pezones de sus pechos se notaban bajo la tela. Las piernas enfundadas en una medias brillantes color visón y unos zapatos de taco aguja preciosos, color beige. Su nombre era Sofía, ya que Lidia se encargó de que lo supiera yo al preguntarle que deseaba. Ella se acercó a mi, y acariciando el chaquetón que tenía puesto, me dijo - asi que tu eres la putita de Madame. Bueno ella desea que te preparen un poquito más y que Lidia te deje suavecita totalmente – dicho esto, me llevaron nuevamente al salón de belleza, donde hicieron que me arrodillara y estirara mi cabeza hacia delante para que, según me di cuenta después, no ensuciar las prendas que tenía puestas con mi cabello, pues tomando una rasuradora, Lidia me dejó totalmente rapado, seguido de lo cual, esta vez con una develladora, me sacó las cejas.

Después, Sofía me hechó espuma de afeitar en la cabeza y la frente y me afeitó completamente, dejándome peladita y sin cejas. Me limpiaron, me rociaron con el mismo perfume y se dispusieron a llevarme ante Madame, no sin antes colocarme un gorro precioso de mouton blanco, que hacía juego con el chaquetón. No podía negar que todo esto me había excitado, pero al sentir las agujas del anillo clavándose en mi piel, tuve que hacer un esfuerzo y calmarme. Realmente me veía como una esclava elegante, pues pude mirarme en uno de los espejos. Lidia, al darse cuenta, me dijo – ¿Te gusta, putita ?, bueno ahora estas lista para que Madame se dé un gusto contigo, aunque veo que falta algo,- diciendo lo cual me hizo apoyar la cabeza en el sillón y levantándome la falda, me metió un consolador que tendría unos 22 cms. por lo menos, hasta el fondo, haciéndome dar un grito de dolor.

Después, con un toque de sadismo, comenzó a meterlo y sacarlo, para producirme un orgasmo, que yo trataba a toda costa de evitar por el dolor que me provocaba el anillo en mi pene. Las lágrimas por el sufrimiento me corrieron el maquillaje, en vista de lo cual me lo dejó encajado, y bajándome la falda, me hizo levantarme, procediendo a maquillarme de nuevo. Una vez terminado, me tomaron de los brazos y me encaminaron nuevamente a los aposentos de mi señora, para entregarle a su nueva esclava, que ya no volvería a ser un hombre. El sentir el consolador encajado en mi ano me producía sensaciones encontradas, pues por un lado sentía el dolor por la dilatación, y por otro, me hacía sentirme una puta preparada para su entrega.

Al llegar a lo que en realidad era una suite de lujo, alfombrada de muro a muro en color blanco, pude apreciar en primer lugar una gran cama, cubierta por una colcha de piel de zorro blanco y unos cojines de la misma piel, haciendo juego. Reclinada en élla, estaba Madame, mi señora, esperando a su esclava. Si cuando la ví en la vereda, al principio de todo, la encontré preciosa, ahora quedé maravillada ( ya había aceptado mi nueva condición de puta para su placer ) ante lo que vieron mis ojos. Estaba desnuda, cubierta solo por un chaquetón de zorro plateado, que hacía resaltar la suavidad y blancura de su piel. Sus piernas enfundadas en un par de medias color humo y los pies dentro de una chalas preciosas de charol negro con un taco aguja que invitaban a sufrir con ellas. Sus pechos erectos, tenían un tamaño que para mi gusto, eran hermosos. Su pubis estaba totalmente depilado, resaltando en el centro un pene que tendría unos 20 cms. por lo menos, levemente rosado, sin circuncidar y que al verme élla, comenzó rápidamente a erguirse y engrosar, demostrándo con eso que su esclava era excitante a su vista.

Lidia y Sofía me hicieron arrodillarme ante élla, quien les hizo una seña para que se retiraran. Después se levantó de la cama y parándose ante mi, me dijo – ¿Te gustó como te dejaron, putita mía ?, ahora vas a conocer al que será tu amo y señor – dicho lo cual me colocó su pene en la boca, que yo abrí para que lo metiera hasta mi garganta, lamiéndolo con mis labios y lengua. Mientras, me sacó el gorro y comenzó a acariciarme la cabeza afeitada, diciéndome – Así te quiero, sin ningún pelo en el cuerpo y dispuesta para mi placer. Luego de un instante, eyaculó y me tragué su semen, dejando limpio su miembro

suavemente rosado y tierno. Me ordenó pararme y colocar mi cabeza sobre la piel de la cama, me levantó la falda y tomando el consolador me lo sacó de un tirón, haciendo que diera un grito de dolor. Te quedó un buen agujero – me dijo – asi que tendrás uno de estos metido en tu culito todo el tiempo, para que quede bien domesticado. ¿Entendiste, esclava?. Si mi señora – dije – cumpliré todos sus deseos, pues estoy para su placer. En mi interior, trataba de rebelarme, pero la realidad era que el estar vestida con prendas tan hermosas y suaves, sentirme tratada como una esclava por una hermosa travesti, para lo cual me habían depilado toda, me tenía goteando dentro del condón y si no fuera por el anillo con púas, habría eyaculado hacía rato.

Se colocó detrás de mí y tomándome de las caderas, me clavó su pene hasta que sentí sus testículos golpeando mi culo, y al ver que no gritaba, ya que entró mientras estaba dilatado, comenzó un mete y saca feroz, que me hizo mover mi trasero por el placer que me estaba provocando, a pesar del dolor por las púas del anillo que se estaban incrustando en mi pene. Cuando sentí que estaba a punto de acabar, lo sacó de un golpe y tomándome la cabeza, me lo metió en la boca para terminar de eyacular. El sabor de su semen, unido al de

mi ano, que impregnaba su delicioso pene, terminaron por hacerme acabar aún con el dolor

que me provocaba el dichoso anillo. Las agujas se clavaron en mi miembro, haciéndome sangrar, provocando manchas en mis medias. Al darse cuenta Madame, me dio un fuerte palmazo en los testículos, lo que provocó la inmediata relajación de mi pene, debido al dolor. Entonces soltó el cordón y me sacó el anillo, limpiándome después con un algodón impregnado con un desinfectante y cicatrizante, según me dijo. Aliviada, pensé que mis torturas habían terminado, pero estaba muy equivocado. De su velador, tomó una aguja para piercing y tomando la piel del glande de mi pene, la estiró y la atravesó. Di un grito de dolor, mitigado por la piel de la cama sobre la cual estaba apoyada mi cara. Luego de perforarla, me colocó un arito de oro, igual al que tenía puesto en la nariz, para que no pudiera masturbarme sin su permiso, me dijo, pues impedía la manipulación. Me colocó otro condón y me hizo levantar, arreglándome ella la falda, que volvió a acariciar mis piernas.

Después, me saco las esposas que sujetaban mis brazos, y colocándose de espaldas a mí, me ordenó que le sacara el chaquetón que tenía puesto. Mis manos tomaron esa prenda hermosa y se la saqué lentamente, saboreando su exquisita suavidad y su perfume, mientras iba descubriendo su cuerpo maravilloso. Después me hizo dejarlo sobre la cama y ahí pudo apreciar la erección que yo estaba teniendo y que se destacaba debajo de la falda. ¿Te gusta mucho, verdad esclava?- me dijo – ahora puedes acariciar tus ropas y gozar con éllas, mientras te digo cuales serán tus obligaciones a partir de ahora.- Mi señora es realmente hermosa, y es muy generosa con su esclava, al permitirme usar esta ropa tan bella – dije, mientras acariciaba el chaquetón y la falda que llevaba puesta, hasta que sentí que empezaba a eyacular, llenando de semen el condon. Se dio cuenta de éllo al ver mi cara, y enojada, me hizo tirarme sobre la alfombra y que levantara mi falda para dejar mi culo al aire. Se sentó en la cama y colocando el taco aguja de una de su chalas en mi ano, comenzó a metermelo todo, mientras yo sentía que iba desgarrándome.

Una vez lo tuvo adentro, me dio un empujón con la suela, lo cual provocó mi caída y que el taco saliera de golpe, haciéndome dar un grito de dolor. – Lámelo, puta, así aprenderás a que sólo podrás acabar si te lo permito – me dijo, mientras colocaba el taco de la chala ensangrentado y con restos de tejido anal en mi boca. Mientras lo hacía, sólo atinaba a pensar en que diría mi esposa al enterarse de las humillaciones a las que había llegado, por haberme dejado llevar por mi deseo hacia la ropa suave y hermosa de mujer. Todo esto, además del dolor de mi culo roto, hicieron salir lágrimas en mis ojos, que hicieron que se corriera el maquillaje y fuera objeto de más castigo por ello.

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