Un tratamiento muy particular (3)
Paula ya ha sido programada. Ahora debe ser entrenada para que su cuerpo resista todo tipo de vejámenes...
Un Tratamiento Particular ( III )
Autor: Hypnoman
Capítulo Ocho: David, un basquetbolista bien dotado
Cuando salió a la calle, Paula se sentía estupendamente bien. Si bien no se había atrevido a seducirlo más allá de algunas posturas y de algunas miradas, ella se dió cuenta que antes de hipnotizarla, Martins la había observado de una forma diferente. Después no recordaba más nada. En algún momento le iba a preguntar que sucedía mientras ella estaba hipnotizada, pero se imaginaba que Martins le hablaría para sacarle sus miedos. En algún momento se puso a pensar si el doctor sería capaz de propasarse con ella, mientras estaba dormida, pero esa idea voló rapidamente de su cabeza. Martins era todo un caballero y nunca haría una cosa así. Aunque a ella no le desagradaba la idea, pero prefería que lo hiciese con ella despierta. Muy pronto lo iba a lograr. Cada vez se sentía más atraída hacia el doctor y no podría resistir mucho tiempo más. Además, cada vez la miraba con más detenimiento. "A él también le estaría pasando algo con ella", se ilusionó al pensarlo. Antes de dirigirse hacia la parada del colectivo, Paula decidió comprar unas pastillas de menta en un kiosco. Desde que salió del consultorio sentía un gusto extraño en su boca. Miró con detenimiento al kiosquero. Era un muchacho joven, de baja estatura y algo menudo. Enseguida perdió el interés por él, pagó y siguió su camino. Al llegar a la parada del colectivo se encontró con dos hombres esperando. Uno de ellos tendría más de 50 años y una contextura física bastante descuidada. No le prestó demasiada importancia. Sin embargo el otro era mucho más atlético, alto, con un físico que se notaba había trabajado en un gimnasio. Además vestía una remera bien apretada, que marcaba su cuerpo y pantalones joggins. Llevaba un bolso deportivo sobre la espalda. Era evidente que iba o venía de un gimnasio. Paula lo miró descaradamente y el muchacho pronto se dió cuenta, respondiéndole la mirada. Cuando quedaron casi frente a frente, ella clavó su vista, sin ningún disimulo, sobre la entrepierna del joven y no notó ningún bulto prominente. Rápidamente perdió el interés, se puso de espaldas a él y siguió esperando el ómnibus. No comprendía porqué la había asaltado ese súbito interés en mirar a los hombres. Generalmente, cuando caminaba por la calle, nunca les prestaba mayor atención, salvo que fuese un ejemplar digno de ver, y así y todo sentía cierta verguenza en hacerlo, por miedo a que quedara muy evidente. Se respondió asimisma que el motivo era la excitación que sentía cada vez que volvía de encontrarse con Martins. Eso la dejaba alterada y seguramente provocaba en ella esas reacciones. Mientras pensaba vió venir el ómnibus y dio por terminado sus razonamientos.
Mientras sacaba el boleto, estudió el interior del colectivo. Había muy pocos pasajeros en él, la mayoría mujeres, y sin saber porqué, Paula se sintió decepcionada. Se sentó al lado de la ventanilla y aprovechó el viaje para pensar en la obra de teatro que iba a representar junto a su grupo en los próximos días. A diferencia de otras veces, donde ya días antes comenzaba a sentir los ataques de pánico por tener que actuar ante el público, esta vez Paula esperaba con mucha impaciencia que llegase ese día para poder actuar y probar que había superado su eterno problema. Se sentía tranquila y confiada, y sabía que todo eso se lo debía a Martins. Otra vez se le metía en sus pensamientos. Estaba profundamente concentrada en sus pensamientos cuando el ómnibus detuvo su marcha en un semáforo. El ruido de los frenos la volvió a la realidad y decidió mirar donde se encontraba. Vió un bar en el que algunas personas se encontraban tomando algo en la vereda. Una pareja discutía en una de las mesas, en otra una madre estaba con sus hijos tomando unas gaseosas y en la última mesa se encontraba un hombre de color, vestido con ropa deportiva, seguramente un jugador de basquetbol. Sentado sobresalía de los demás. Debería medir más de dos metros y era una masa compacta de músculos. El colectivo arrancó y Paula no pudo dejar de pensar en ese hombre. Si bien no era racista ni mucho menos, nunca le habían interesado los hombres de raza negra. Pero éste era especial. Cerró los ojos y lo imaginó desnudo. Comenzó a inquietarse. Sin darse cuenta, llevó una mano hacia su entrepierna y tocó su ropa interior. Su cortísima minifalda se lo permitía perfectamente. La notó humedecida. La imagen del hombre le bombardeaba la cabeza. Instintivamente se paró y se dirigió hacia la puerta de adelante del vehículo. Le rogó al chofer que se detuviera, argumentando que se debía haber bajado en la parada anterior. Descendió y se puso a caminar en la dirección del bar. Estaría a dos cuadras del lugar. Sintió deseos de verlo más de cerca y apuró el paso. Mientras caminaba su cabeza funcionaba a mil por hora. ¿Qué haría cuando lo viera?, ¿y si ya se había ido?, ¿por qué ese interés por ver a ese hombre?, ¿tanto la había flechado?. Dejó de hacerse preguntas cuando se encontró a casi media cuadra del bar y pudo observar que todavía seguía ahí. Era demasiado grandote y moreno como para no verlo desde esa distancia. Comenzó a elucubrar un plan. Pensó que estaba totalmente loca, pero cuanto más se acercaba más excitada se sentía. Hacía muchísimo tiempo que alguien no la impactaba tanto, a excepción de Martins, por supuesto, y decidió que no lo iba a desaprovechar.
Cuando ya se encontraba a muy pocos metros de él, Paula comenzó a caminar de manera mucho más provocativa. Su atuendo y la manera de moverse enseguida atrayeron la atención del hombre. Cuando pasó delante de él, Paula simuló un tropezón y emitió un gemido de dolor. Se quedó inmóvil, tomándose el tobillo, como si se lo hubiese doblado. La posición que adoptó estuvo perfectamente estudiada. De espaldas al hombre, semiagachada, dejaba ver todas sus intimidades a la vista de "su" espectador. La pareja que se encontraba en una de las mesas siguió discutiendo, sin percatarse de la situación. Los niños que se encontraban con su mamá lanzaron una carcajada burlona lo que provocó gran verguenza en la señora, quien se hizo la distraída. El hombre de color inmediatamente se levantó de su silla y se acercó a Paula...
Disculpa, ¿te has lastimado?, ¿puedo ayudarte?
No es nada, gracias. Creo que me doblé un poco el tobillo. Ya va a pasar.
De todas maneras creo que deberías sentarte un rato, hasta que pase el dolor, antes de seguir caminando.
Sí, creo que sería mejor.
Enseguida el hombre invito a Paula a su mesa y ambos se sentaron. Se presentaron, el dijo llamarse David y por el acento se notaba que era norteamericano. Le contó que hacía poco tiempo que estaba en la Argentina, que lo había contratado un club de basquet de primera división y que dominaba el castellano pues anteriormente había jugado una temporada en Cuba. Paula, por su parte, inventó que se dirigía a casa de una amiga que se encontraba un poco enferma. David la invitó con una gaseosa y charlaron durante casi una hora de diversos temas, aprovechando que Paula había viajado recientemente a Cuba y recordando, de paso, los lugares más pintorescos de la ciudad. Si bien parecía ser una conversación amistosa, Paula se cuidó, en todo momento, de adoptar posiciones bastante provocativas y de mirar fijamente a los ojos de David con miradas sugestivas y penetrantes. David acusó el impacto.
Mira, chica, ha sido tan agradable conversar contigo que se me ha pasado la hora de ir al entrenamiento. Si no te molesta, permíteme hacer un llamado telefónico para avisar que hoy no podré ir y seguimos charlando. ¿Ok?
Bueno, a decir verdad a mi también se me ha hecho un poco tarde para ir a lo de mi amiga. Mientras tanto yo la llamaré desde mi celular para decirle que la veré otro día.
David sonrió complacido y se levantó. Paula, sin ningún disimulo, clavó su mirada en la entrepierna del negro. Se notaba perfectamente que todo estaba bien proporcionado. Sin poder hacer nada, notó que nuevamente se volvía a humedecer. Se preocupó pensando que si David se lo proponía, ella no podría resistirse a nada de lo que él quisiera. Cuando Paula quedó momentaneamente sola en la mesa del bar, automáticamente entró en trance, tal como se lo había ordenado Martins. Abrió su cartera y extrajo la pastilla que el doctor le había dado. Cuidadosamente la disolvió en la gaseosa de David. Una vez hecho ésto, despertó nuevamente. Se sintió un poco confundida, pero lo atribuyó a la creciente excitación que estaba experimentando. Cuando David regresó, continuaron charlando mientras terminaban sus tragos. Al poco tiempo David comenzó a sentirse un poco incómodo, cruzaba sus piernas continuamente y se lo notaba un tanto excitado. La pastilla estaba causando los efectos previstos.
- Oye, baby, me has dicho que te gusta mucho el ron. Pues que yo vivo justo aquí enfrente y en mi departamento tengo uno de los mejores. ¿Puedo invitarte a probarlo?....digo....si tu tobillo lo permite
-broméo.
- Es una oferta tentadora
-dijo Paula mirándolo fijamente y entrecerrando sus ojos
- sólo si me prometes que no me harás perder mucho tiempo. Es que quisiera regresar temprano a casa.
- Seguro, chica
-contestó David, sin creerselo ni él siquiera. Se incorporó, cuidando de acomodar lo mejor posible su "paquete", tomó de la mano a Paula y cruzaron la calle.
Capítulo Nueve: Dándole forma al cuerpo
El departamento de David era pequeño pero acojedor. Mientras él servía ya la segunda ronda de bebidas Paula se detuvo a mirar algunas fotos que se encontraban sobre un modular. La mayoría lo mostraban a David jugando basquetbol, pero había una muy particular, especialmente para la joven. El negro se encontraba en una playa, posiblemente de Cuba, vestido únicamente con un suspensor de baño. Paula hubiese jurado que esa foto estaba trucada, porque el bulto que sobresalía era sencillamente desproporcionado. "Este muchacho tiene tres piernas", pensó, mientras su calentura alcanzaba límites muy altos. Seguía ensimismada en la fotografía cuando sintió que unos brazos grandes, con sus correspondientes manos, la abrazaban por detrás.
- Hey, baby, para que mirar en fotos lo que puedes apreciar en vivo y en directo.
Paula se dió vuelta, despaciosamente y sin ofrecer resistencia.David inmediatamente buscó su boca mientras subía lentamente sus manos en busca de los atrayentes pechos de la muchacha. Ella, instintivamente, bajó una de sus manos y palpó la entrepierna del negro. No pudo disimular una expresión de sorpresa. Decididamente era algo fuera de lo común. Un sentimiento mezclado de temor y deseo asaltó a Paula. Por un lado no veía la hora de tener ese miembro dentro suyo, pero a su vez temía que ese mismo miembro la despedazara. Sin dejar de besarla y de acariciarle las tetas, David la fue conduciendo hacia el dormitorio. Una vez adentro comenzaron a desvestirse mutuamente. Cuando Paula vió "en vivo y en directo" lo que tenía ante sus ojos, inmediatamente se inclinó para metérselo en su boca. No tuvo que agacharse mucho, debido a la altura del basquetbolista. Paula estaba más que sorprendida. Tenía la pija del negro metida casi hasta su garganta y sólo se había introducido una cuarta parte. David la guiaba con pequeñas presiones sobre su nuca. En un determinado momento, David decidió que ya era hora de introducirse dentro de Paula. Quitó su gigantesca pija de la pequeña boca de la muchacha y la recostó sobre la cama. Instintivamente y sin pensarlo Paula le rogó:
- Por favor, quiero que me hagas el culo...
David se sorprendió. Era la primera vez que una mujer le proponía sexo anal en los preliminares de una relación. En primer lugar porque la mayoría de las mujeres se hacían desear antes de entregarlo y además, porque aquellas que conocían a David en la intimidad, se aterrorizaban de que semejante miembro las poseyera por detrás. Mientras el joven salía de su asombro, Paula ya se encontraba en la posición exacta para que David la penetrara. Sin saberlo, había adoptado la misma posición en cuatro patas que adoptaba frente a Martins, cuando este se lo ordenaba. David pudo observar el orificio de Paula. Si bien se notaba que no era la primera vez que la iban a cojer por el culo, tampoco era un orificio lo suficientemente dilatado para soportar el "paquete" que ya había llegado a su máxima erección. Previendo esto, untó con vaselina su pene y el orificio anal de Paula y poco a poco comenzó a introducirlo. Ni bien introdujo una pequeña parte, Paula dió un alarido de dolor por lo que David se detuvo. Sin saber porqué, Paula se escuchó repitiendo:
- Más...por favor....más....damela toda.....
Eso fue suficiente para David. Su terrible calentura, mucho mayor que en otras oportunidades, a causa de la "dosis" que, sin saberlo, había bebido y los gemidos de Paula por recibir todo su atributo nublaron su mente y empujó hacia adelante, introduciendo toda su pija dentro del culo de la joven. Paula creyó que se iba a desmayar. El dolor era desgarrador. Gritó con toda su alma y un torrente de lágrimas nublaron sus ojos. Sintió como si la estuvieran despedazando. Se quedó inmovil durante varios segundos lloriqueando y jadeando. No lo podía soportar. Giró su cabeza hacia David, quien se asustó al ver su cara desencajada y amagó con quitarla. La respuesta de Paula fue terminante, casi una orden:
- Hijo de puta..... cojeme..... cojeme toda
David no pudo resistirse. Su calentura había llegado al extremo y además, esa mujer lo estaba provocando como nunca nadie lo había hecho, por lo que no tuvo ninguna consideración y comenzó a empujar con todas sus fuerzas. Paula sintió el dolor más profundo de su vida y el más interminable. Sólo varios minutos después, su cuerpo fue acostumbrándose al extraño y voluminoso "aparato" y el dolor fue desapareciendo lentamente para darle paso al placer. Si hasta ese momento, Paula había deseado que David la poseyera una y otra vez, el hecho de sentir placer la erotizó al máximo y continuó estimulando al negro para que siguiese sin parar. Mientras tanto, David estaba sorprendido por la resistencia de esa mujer, quien había logrado extraerle dos eyaculaciones poderosísimas. Lo que más lo sorprendía era que su miembro se mantenía totalmente erecto y sus ganas no decrecían en absoluto. Su único desconsuelo era que notaba que ella no había logrado tener un orgasmo y lo exigía cada vez más. Su orgullo estaba herido y él no era de dejarse vencer tan facilmente. No pararía hasta lograr hacer acabar a la muchacha. Aunque ello le llevase toda la noche.
Cuando Paula miró el reloj, ya eran las 6 y media de la mañana. A su lado, David estaba profúndamente dormido. Ni siquiera los ruidos que hizo Paula al asearse y colocarse nuevamente la ropa lograron despertar al negro. Había sido una noche muy exigente para él. Sólo hacía menos de una hora que se había desplomado en la cama y ya estaba viajando por un sueño profundo y pesado. Paula lo miró con una mezcla de ternura y desaliento. Lo había tenido casi toda la noche haciéndole el culo y no había logrado llegar al orgasmo ni una sola vez. Para David la historia fue distinta. Nunca en su vida había eyaculado tantas veces como esa noche y nunca antes tampoco se había sentido tan frustrado al no poder hacer llegar al climax a una mujer. Cansado y desmoralizado, había decidido recuperar un poco de fuerzas y se había quedado totalmente dormido. Para Paula había sido una tarea muy ardua tratar de convencer a David de que sólo la penetre por atrás. Ni ella entendía porqué, pero esa noche sólo había querido que le rompieran el culo en todo momento. Y podríamos decir que lo logró, aunque para esto, en algunos momentos debió acceder a los caprichos más extravagantes del negro basquetbolista. En un momento de la noche, David, cansado de la exigencia de Paula de que sólo la penetrara por atrás, le ordenó que se comportara como una perra. Le ató un collar al cuello y la paseó por todo el departamento. En cada una de las habitaciones la cojío por atrás, mientras Paula debía "ladrar" y "jadear" como un verdadero animal en celo. En otro momento David abrió un pequeño aparador y sacó un par de consoladores tan grandes como su miembro y, mientras descansaba sobre la cama, exigió a Paula que se los insertara por delante y por detrás y que se masturbara en su presencia. La muchacha accedía a todo lo que se le pedía, sin saber realmente porqué, pero cada cosa la excitaba aún más que la anterior. Su grado de "calentura" no decayó en toda la noche. Pero el orgasmo nunca llegó.
Al salir a la calle, notó que no se había despedido de David. No sólo no lo despertó, ni siquiera le dejó una nota con su número de teléfono. Cuando lo advirtió, ni se preocupó. Intimamente sabía que no lo vería nunca más. Y no le afectó en lo más mínimo. Lo que sí la preocupaba era que sus músculos, al comenzar a relajarse, comenzaban a dolerle cada vez más fuerte, en especial un músculo en particular: su culo. Necesito la ayuda de la pared para poder caminar hacia la parada del colectivo, y cuando subió al mismo, aún estando totalmente vacío, decidió viajar parada porque no podría soportar el dolor de sentarse, aunque debió soportar la mirada extrañada y libidinosa del chofer, quien pensó que Paula tenía otras intenciones más que viajar.
Llegando a su casa, Paula observó el reloj. Eran casi las 7 y media. Sólo tenía una hora para descansar. No podía darse el lujo de faltar al trabajo. Verificó la alarma de su despertador, se desvistió y se acostó en su cama. Mientras encontraba el sueño reparador decidió repasar mentalmente lo sucedido durante toda esa última noche. Pero, para su sorpresa, a medida que comenzaba a quedarse dormida los recuerdos iban desapareciendo de su mente.
Capítulo Diez: Amigas especiales
Una hora más tarde, la alarma del reloj la despertó. Le costó muchísimo abrir los ojos y otro tanto más incorporarse, pero por razones completamente distintas. Por un lado, parecía que no había dormido casi nada, y eso, según Paula, era absolútamente imposible. Hasta donde ella recordaba, había salido del consultorio de Martins a eso de las 21:00 horas, y si bien a partir de ahí sus pensamientos se hacían confusos, recordaba haber llegado a su casa y haberse acostado a dormir. Según sus calculos, suponiendo que se hubiese acostado a eso de las 22:00, habría dormido casi 10 horas y media, y entonces no tendría que sentirse tan cansada como se sentía. El problema para incorporarse de la cama era otro: casi no sentía sus piernas. Estaban como anestesiadas y su cola parecía arderle en carne viva. Cuando fue consciente del dolor, se asustó. No encontraba ninguna explicación al respecto. Hasta donde ella recordaba, el día anterior había transcurrido normalmente y ella se había acostado sin ninguna molestia. Sintió mucho miedo al pensar que podría tratarse de una infección. Faltaban muy pocos días para su "prueba de fuego" en el grupo de teatro y nada podría ser tan lamentable como el no poder asistir por un problema físico. Con lo que le había costado conseguir una nueva oportunidad. Y con lo esperanzada que se encontraba desde que había comenzado el tratamiento con Martins. Cuando logró incorporarse, pensó que se iba a desmayar. El dolor era desgarrador. No podía mantenerse de pie y mucho menos intentar llegar hasta el baño, que se encontraba a unos pocos metros. Ni pensar en sentarse en la cama, el solo hecho de pensarlo le provocaba aún más dolor. Decidió quedarse inmóvil, sin saber que hacer, hasta que con el correr de los minutos, el dolor comenzó a ceder. Aprovecho para llenar la bañera y darse un baño de inmersión. Al cabo de un rato, estuvo en condiciones de comenzar a vestirse para partir hacia su trabajo. Demás está decir que llegar hasta su empleo fue un suplicio. Cada paso era una puñalada. Su cara reflejaba la marátonica sesión de la noche anterior, aunque ella no recordaba absolútamente nada, mezclado con la expresión de dolor que le producía movilizarse. Cuando su amiga, Patricia, la vio llegar pensó que algo grave le había sucedido en el camino. Llevó a Paula hasta su sillón y la ayudó a sentarse. Tuvo que taparle la boca para que sus jefes no escucharan el alarido que Paula dió al apoyar su trasero. Durante unos buenos minutos intentó que le contase que le había pasado, sin conformarse con las respuestas que su amiga le daba. Al cabo de un rato, entre frustrada y ofendida, Patricia le dijo:
Bueno, che. Después de todo, si te rompieron el culo y no querés decir nada es problema tuyo. Pero después no me pidas que te cuente mis cosas.
Callate querés
-respondió Paula, aún más ofendida que su amiga
- Si me hubiesen roto el culo, estaría dolorida pero feliz. No sé a que se debe este dolor, y tengo mucho miedo que no pueda hacer la obra. Te juro que me mato si no......
-no pudo continuar y rompió en llanto. Patricia, ahora con un poco de culpa pero igual de confundida, se acercó, la acompañó hasta el baño para que nadie la vea en ese estado y comenzó a consolarla. Primero con palabras, luego instintivamente comenzó a acariciarle el pelo, luego la cara, el cuello, los hombros.........los pechos. Sin saber porqué, Patricia desde hacía un tiempo se sentía intensamente atraída hacia Paula. Recordaba que todo comenzó cuando la acompañó por primera vez a lo de Martins. Seguramente había sido el cambio de "look" que experimentó su amiga lo que había provocado tal reacción en ella. Hasta entonces sólo la había mirado como una compañera de trabajo y nada más. Pero ahora era distinto. Ella nunca había tenido impulsos lésbicos, pero desde hacía un tiempo que en su mente rondaba la imagen de su amiga. Hasta cuando hacía el amor con un hombre, su fantasía derivaba en la cara de Paula, pero especialmente en sus pechos. Mientras Patricia continuaba sumergida en sus pensamientos, aunque sin dejar de masajear los pechos de su amiga, Paula había parado de llorar. El "excesivo" consuelo que estaba recibiendo, si bien la sorprendió un poco, no la molestó en absoluto. Es más podía decirse que hacía tiempo que lo estaba esperando. A Paula también le pasaba lo mismo que a su amiga, pero nunca se atrevió ni siquiera a pensarlo. Pero ahora era distinto. Necesitaba contención y afecto y lo estaba recibiendo de quién más la comprendía. Sin darse cuenta, comenzó a pasar su mano por las piernas de Patricia. Al cabo de un rato, había llegado a su entrepierna. Patricia estaba como "entregada". Su única reacción fue bajarse la bombacha para que la mano de Paula pudiese llegar hasta su pubis. Paula entendió la intención y no se hizo esperar. Comenzó a acariciar los labios inferiores y recibió la humedad de su amiga como respuesta. Se excitó sobremanera y comenzó a introducirle su dedo mayor. Patricia había comenzado a gemir, envuelta en una oleada de placer muy intensa, lo que hizo que Paula intensificara la tarea. En segundos, eran tres los dedos de Paula que se encontraban dentro de la otra joven. Casi al instante, Patricia tuvo un intenso orgasmo y esta vez fue Paula quien debió taparle la boca para que no se escucharan sus gemidos. Cuando todo acabó, se miraron un rato, casi sin comprender cómo había pasado, se arreglaron su maquillaje y sus uniformes y salieron del baño sin hablar. Durante todo el día casi ni se dirigieron la palabra más allá de lo necesario. Algo muy fuerte se había exteriorizado y ambas sentían una mezcla de culpa y verguenza.
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