Un tratado imperfecto sobre el amor, 9

¿Eso que se ve ahí, al final del túnel, es una luz?

XX

Patricia.-

¿Quién era Jose? ¿Por qué Albert tenía su teléfono para avisarle en caso de accidente?. Estas preguntas rondaban por mi cabeza cuando dejé de hablar con él.

Parecía realmente preocupado y también noté que tomaba el control con mucha celeridad. Su trato fue correcto y amable aunque me pareció percibir cierta firmeza. No sabría definirlo con exactitud pero, por el tono de su voz, deduje que no era un hombre que se arredrara en caso de que hubiera problemas. De alguna manera lejana me recordaba a Albert.

Estaba en la sala de espera, sentada al lado de Esther. No decía ni una palabra, simplemente se limitaba a mirar el reloj. Creí adivinar un brillo en sus ojos y tenía un gesto claro de preocupación.

-“¿Tú crees que saldrá adelante?” pregunté por preguntar, para romper el silencio

-Tiene que hacerlo, Patri. Es fuerte. Tiene que vivir por ti, por mí, por el despacho, por sus hijos. Pero tengo mucho miedo, Patri. En estas recuperaciones depende mucho la voluntad de vivir y no sé si Albert tiene ganas de seguir, y eso me asusta, Patri, me asusta mucho.

-“Saldrá adelante” oí decir a un hombre situado delante nuestra. “Es Albert. No hay nadie más duro que él. Se levantará, lo sé, y luego atacará”

Aquel hombre debía ser Jose. 1,75 de altura, ancho de hombros como Albert, fuerte, pelo corto, castaño, con perilla y ojos verdes. Vestía un jersey negro, pantalón vaquero y deportivas, llevaba un pendiente en la oreja izquierda y un tres cuartos de cuero marrón. A su manera, era elegante. Seguramente tendría la misma edad que mi malogrado socio pero, al igual que él, semejaba tener bastante menos edad de la que seguramente tenía.

Se puso en cuclillas  y nos preguntó ,

-¿Qué podéis contarme?

-“Poca cosa” le contesté. “Lo que te he dicho antes. Tres hombres le pegaron una paliza, se ensañaron con él. Estoy segura de que le estaban esperando. Pero la pelea la inició Albert. Zancadilleó a uno y le dio un cabezazo a otro”.

-Sí. Le conozco. Puede recibir, pero siempre da algún regalito. Lo raro es que iniciara la pelea, tuvo que verte a ti o quizás amenazaron a Francis. Nunca ha iniciado una pelea. Es abogado, sabe que puede perderlo todo. Lo normal es que hubiera llamado a la policía. Lo que le dijeron tuvo que asustarle mucho y Albert nunca se ha preocupado precisamente por su salud.

-Tengo la matrícula del coche en que huyeron esos cobardes

-¿Se la has pasado a la policía?

-No.

-Pues dame la matrícula y pásame el móvil de Albert. A partir de ahora yo manejo ese móvil.

-¿Y por qué te lo vamos a dar?” saltó Esther “No te conocemos. No sabemos quién eres

-Soy el que tiene el móvil de “avisar a”, ¿quién eres tú, abogada?” preguntó fríamente sin quitar los ojos de mi compañera.

-“Perdona. Tienes razón” respondió más calmada Esther, “Toma el móvil”

Vimos acercarse a una mujer, era la doctora que operó a Albert.

-Lamento deciros que ha habido complicaciones. Ha entrado en coma. No hay un riesgo inmediato de muerte pero está en coma

-”¿Cuánto tiempo?”, preguntó Jose

-No lo podemos saber. Una semana, un mes, un año. Lamento no poder especificar más. Hemos hecho lo que hemos podido.

Oír esas palabras y hundirme se hizo uno. Esther comenzó a llorar mientras hundía su cabeza en mi hombro.  Jose, en cambio, no dijo nada. No reflejó ningún sentimiento salvo por sus ojos. Aquellos ojos verdes, cálidos, se estrecharon y se volvieron fríos.

Se pasó la mano derecha por la nuca y dijo,

-Está bien doctora. Han hecho un gran trabajo. Muchísimas gracias.

Se volvió hacia nosotras:

-Idos. Os vais a casa. Dormid. Descansad y abrid el despacho. Atended a los clientes. Tiene que haber normalidad, que no se detenga la actividad de la oficina. Yo me encargaré de hacer las averiguaciones oportunas.

-“Pero…”, protesté

-Pero nada. Insisto. Hay que mantener la apariencia, pon la denuncia, Patricia. Haz vida normal. Y tú también, Esther. Si he aprendido algo de Albert es que nunca hay que mostrar debilidad. Estaré en contacto con vosotras. Tengo que ir al curro

Se marchó. Le vi agarrar el móvil de Albert, llevárselo a la oreja y salir apresuradamente por la puerta del hospital hasta perderse en la oscuridad de la noche.

“Parece un ángel de venganza”, pensé

XXI

FLOJOS DE PANTALÓN

VIERNES 8 de septiembre de 2019

Francis.-

Después de una ducha reparadora, me vestí y me preparé para acudir a la reunión de estudio y aprobación del proyecto del director del IES GUILLERMO MARCONI donde impartía enseñanza.

Me sorprendió no encontrar la moto de Felipe en el parking del centro. Deduje que habría venido con Ana.

Acudí a la Sala de Profesores, faltaba aún media hora para el inicio de la reunión y allí estaba Juan, preparando la reunión, colocando minuciosamente las botellas de agua para los asistentes, las carpetas que contenían las copias del proyecto y revisando los pequeños detalles.

-“Aquí tienes, Juan, el justificante de retirada de la denuncia” le dije, entregándole la copia. “Pero está sometida a una condiciones”

-¿Has retirado la denuncia?

-Sí, y estoy dispuesta a votar a favor de tu proyecto siempre y cuando me consigas una comisión de servicios a Estados Unidos y, por supuesto, la destrucción de todos los vídeos y la retirada de las cámaras de esta sala. Esto último no es negociable.

Me miró sorprendido, no, descolocado más bien. Había algo que no le cuadraba. Sin duda yo había jugado muy bien mis cartas.

-“Hecho” me contestó, acercando su mano para estrechar la mía “Pero tienes que dimitir de tu puesto de Jefa de Estudios Suplente”.

-De acuerdo, de todas formas pensaba dejar este puesto tras la votación. Tengo redactada y firmada mi carta de dimisión. En cuanto termine la votación te la envío.

-Estupendo, Francis. El lunes tendrás confirmada tu comisión de servicios si me entregas la dimisión. No te preocupes por los vídeos, al parecer un virus ha eliminado todos los archivos del ordenador del centro y los del mío personal. Ha debido ser algún virus informático que ha entrado por Madrid. org. Nos ha jodido bien. Todo el trabajo hecho ha sido destruido. Hay que empezar de cero.

-Pues conmigo no cuentes, Juan. Yo ya no soy Jefa de Estudios Suplente.

-Quiero que sepas, Francis, que lamento mucho cómo ha salido todo. En ningún momento pensé que este asunto iba a acabar tan mal.

-¿Sabes Juan?, a estas alturas me importa muy poco lo que pienses. No te puedo culpar de nada porque quien ha metido la pata he sido yo misma. Tú solo has aprovechado mi falta de profesionalidad. Pero sí quiero que sepas que tu proyecto es una mierda. Ni va a ayudar al centro, ni va a ayudar a los alumnos. Solo lo has hecho para obtener un ascenso más en tu partido político de mierda y puede que acabes de Ministro o de secretario, ya me creo todo, pero tú sabes lo que eres en el fondo. Un chantajista, nada más. No eres un monstruo de la estrategia, sino solo un chantajista de tres al cuarto que ha coaccionado a dos de sus profesores.

-“En realidad, Francis, sólo a uno” puntualizó con sorna

Le  miré, no acababa de entender lo que me quería decir

-¿Quién va a ser mi sustituto, Juan?

-Felipe, ¿quién si no?. No me hizo falta chantajearle, me bastó con ofrecerle tu puesto.

-“¿Cuándo hiciste la oferta?” pregunté aun sabiendo la respuesta

-Antes de septiembre, Francis. De hecho moví hilos para que Felipe acabara aquí. Verás querida, tu adorado Felipe, ese luchador infatigable contra la opresión obrera, tu querido sindicalista no es más que otro profesor “progre” que encandila a las chicas de  18 años, y se metió en un lío muy gordo en el centro en el que estaba.

Por lo visto es de los que mete la polla donde tiene la olla. Se folló a una alumna que tenía 18 añitos y poco más. Ana me pidió que le echara una mano a su novio. Y se la eché. Me convenía tener un delegado sindical en el bolsillo y a él le convenía que se archivara el expediente sancionador que se le había incoado.

Ya ves Francis, el “Quid pro quo” de toda la vida.

-“No me sorprende nada” mentí. Había sido totalmente manipulada. Desde el principio. Una auténtica estúpida, eso es lo que había sido. Me merecía todo lo que me estaba pasando. “Te mandaré por whatsapp mi dimisión”

-Perfecto, pero necesitarás mi nuevo número

-¿Has cambiado de número?

-Sí. He decidido cambiarlo tras descubrir que tanto mi móvil como el de Felipe se han fundido. Totalmente inutilizados. ¿Qué curioso verdad?, el mismo día se joden nuestros móviles, mi ordenador y el del centro y al día siguiente le queman a Felipe la moto y le roban la casa.

-“¿Qué?” exclamé totalmente sorprendida

-¿No lo sabías? Sí, mujer, Felipe perdió su móvil y todo lo que tenía en el piso. Yo seré un chantajista, pero tú, tú eres lo más parecido a un matón que he visto en mi vida. Seguro que tu marido te echó una mano.

-¿Albert? Albert no sabía nada de eso. Jamás le hablé de los vídeos ¿Para qué iba a decirle eso? ¿Qué ganaba yo?

-No te hagas la nueva, Francis. ¿Sabes lo que te pasa?, Nadas en el mismo mar de mierda que yo pero crees que no hueles y la verdad es que, al final, todo se equilibra.

-“No sé de qué me estás hablando” volví a mentir

Por supuesto que eso había sido cosa de Albert. Me sentí orgullosa porque mi esposo me había protegido pero también tuve la certeza de que sabía todo. Había visto los vídeos y ello implicaba que cualquier esperanza de reconciliación se esfumaba. Me consolé pensando: ”A pesar de todo, me ayudó”

Me senté en mi sitio y esperé a que comenzara la reunión.

Entraron los miembros de la comisión y, entre ellos, Felipe. No me miró, no me saludó. Pero yo sí le busqué la mirada, quería sonreírle, hacerle saber que me alegraba de todo lo que le ocurrió, pero no hubo encuentro alguno.

Tras la pertinente exposición de proyecto y respuesta las inexistentes dudas, se procedió a la votación: unanimidad

Todo un éxito para un director de IES, aprobación unánime de un proyecto caduco y conservador con los votos favorables de los delegados sindicales. Todo un collar dorado con eslabones podridos para colgar de un cuello corrupto.

Salí de la reunión sintiéndome menos. Menos mujer, menos profesora, menos idealista y menos esposa.

-“Enhorabuena, Juan” felicité sin ganas

-“Gracias, Francis. Dale recuerdos a tu esposo cuando le veas” me contestó sonriendo con una nota extraña de sarcasmo.

Como si supiese algo que yo ignoraba …

FIN LIBRO 1