Un tratado imperfecto sobre el amor, 8
Demasiada información para una, demasiada ignorancia para otra
XVI
Patricia.-
Tras veinte minutos dando vueltas por la zona conseguí estacionar el coche cerca del portal donde Albert entró. Sonaba la radio y reconozco que me desconcierta que recuerde que sonaba la canción “Loser” de Beck. Mi intención inicial era esperar fuera del coche, quizás ir a un bar cercano que había visto y tomarme algo mientras mi compañero venía, pero entonces caí en la presencia de tres hombres.
No me gustaba el aspecto que tenían esos tres, vestidos con ropa oscura y botas militares, estaba claro que no tramaban nada bueno.
Decidí esperar en la seguridad del interior del auto y dejar el móvil preparado para llamar al 112. Siempre hay que estar preparada, “ir dos pasos por delante, Patri”, como solía decirme Albert.
Al poco tiempo esa especie de “trío de la muerte” se acercó al portal. Ahora que lo pienso con más tranquilidad me doy cuenta que tuve todos los datos ante mis ojos y, sin embargo, no lo vi venir. Pude haber evitado la carnicería y no lo vi, joder, no lo vi.
En cuanto salió Albert del edificio fueron a por él. Se encontraron justo a la salida del portal y comenzó una discusión. No pude oír nada de lo que decían pero, de repente, Albert hizo una zancadilla a uno de ellos y propinó un cabezazo a otro. Pero eran tres.
Y la canción sonaba,
“SOY UN PERDEDOR,
I´M A LOSER, BABY
WHY DON´T YOU KILL ME?”
El tercero sacó una barra de hierro de su cazadora y golpeó con ellas las costillas de Albert. Decidí llamar al 112 y el móvil resbaló de mis manos al suelo del coche. Buscaba en la oscuridad, mis manos no lo encontraban, el miedo y los nervios me invadían, no conseguía pensar con claridad y el puto aparato no aparecía. Me asomé a la ventana de la puerta y observé como uno de ellos se colocaba algo en la mano y golpeaba la cara de mi compañero mientras los otros dos le sujetaban.
“SOY UN PERDEDOR,
I´M A LOSER, BABY
WHY DON´T YOU KILL ME?”
Empecé a soltar lágrimas y seguí buscando, “no, no, vamos, vamos” decía, al fin localicé el móvil debajo del asiento del copiloto y volví a asomarme.
Albert en el suelo y esos tres canallas pateando literalmente el cuerpo de mi socio. El que se armó la mano le dio dos patadas en la cabeza, su cuello giró y los otros dos golpearon sus costillas.
“SOY UN PERDEDOR,
I´M A LOSER, BABY
WHY DON´T YOU KILL ME?”
Acerté a marcar el 112, “lo matan, lo matan, por favor envíen una ambulancia, dios mío, lo matan”
“SOY UN PERDEDOR,
I´M A LOSER, BABY
WHY DON´T YOU KILL ME?”
El cuerpo de Albert no hacía ningún movimiento de resistencia o de defensa pero ellos seguían, habían perdido cualquier atisbo de cordura. Otra patada en el pecho, dos más en la cara y cuando el que le golpeó primero la cabeza fue a darle una última patada en el pecho los otros dos le detuvieron.
La paliza, piadosamente, paró. Los tres le escupieron, todo quedó grabado en mi móvil, era poco pero grabé un par de golpes, los escupitajos y el coche que usaron para irse, el coche … y su matrícula.
Y la canción terminó para dar continuación a “Highway To Hell”de AC/DC ¿Qué apropiado, verdad?
Ni siquiera reaccioné para ayudar a Albert hasta pasado un minuto. Supongo que el miedo te paraliza, lloraba con profusión, ¿esa era la reacción de una mujer supuestamente enamorada?
Corrí hacia ese guiñapo, un cuerpo humano que tenía una forma casi cómica, la cara apenas se veía tras esa especie de máscara sanguinolenta. Me acerqué a su rostro, curiosamente parecía sonreír, noté que su móvil estaba en el suelo, lo recogí y me lo guardé. Por fin sonaron las sirenas de la ambulancia. Apenas tardaron cinco minutos, los sanitarios le examinaron. “No tiene buena pinta. Esto es grave. Llama al hospital” decía el que parecía ser el jefe.
Llegó el coche de la policía. Dos agentes salieron y me preguntaron
-¿Qué ha pasado aquí?
-Tres hombre le han dado una paliza
-¿Ha sido usted quien ha llamado?
-Sí
-¿Lo ha visto todo?
-Casi todo
-¿Ha visto sus caras, podría identificarlos?
-“No, lo vi desde el coche. Me asusté, no pude reaccionar, se me cayó el puto móvil” Volví a llorar, no me podía detener.
-Tranquilícese, señorita. Esa llamada que usted ha hecho le ha salvado la vida
Uno de los sanitarios gritó,
-Ha entrado en parada cardiorrespiratoria. Lo perdemos, lo perdemos. Avisa al Hospital
-“No, no”, pensé “Déjeme ir con él” dije nerviosamente
-”¿Le conoce usted?” preguntó uno de los agentes
-“Sí, es mi compañero de despacho, mi mentor” y pensé para mí “iba a ser mi novio… mi marido”
-¿Entonces, es usted abogada, gestora, administradora..?
La ambulancia se alejó, el sonido de las sirenas se hacía más tenue y, repentinamente, recobré la compostura.
-Sí. Soy abogada. Ese hombre se llama Alberto Jurado Vázquez, es abogado del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid. Yo soy Patricia Gómez Peláez. Les pido, por favor, que permitan que pueda irme. Quiero ir a casa, asearme y dormir, mañana acudiré a comisaría a interponer la correspondiente denuncia o al Juzgado de Guardia ¿Puedo irme?
-“Desde luego que sí, abogada” dijo uno de ellos.
Me dirigí a mi coche y me pareció oír al otro agente,
-Joder, ese era “Puertas”, ¿Quién puede hacerle eso a un buen tipo como “Puertas”?
-“No sé” respondió el compañero, “Pero hay que ser muy hijoputa para hacerle eso a alguien como él”
XVII
Patricia.-
Lo primero que hice en cuanto llegué a casa fue ducharme. El agua caliente supuso una pequeña ayuda para relajarme, para pensar con claridad, terminé mi baño y me vestí.
Encendí mi ordenador y redacté la denuncia, en cuanto la finalicé procedí a enviarla Esther. Tenía pensado acudir al Hospital pero antes debía hablar con mi compañera, ponerla al corriente. Marqué su número de móvil y, tras tres señales, Esther atendió la llamada.
-Soy Patricia, escucha Esther, es urgente. Han pegado una paliza a Albert, creo que le han matado.
-¿Pero qué coño estás diciendo, Patri? ¿Qué ha pasado?
-Esther, que lo han matado, creo. No estoy segura. Escucha. Te he remitido la denuncia, preséntala por Lexnet, está firmada. Tengo … tengo el móvil de Albert
-¿Estás loca Patri?... ¿Tienes el móvil de Albert?
-Sí. Lo guardé por casualidad, estaba ahí, tirado, la cara hecha un mapa, Esther. Albert, sangrando, los labios destrozados, la mejilla hinchada, los ojos eran bultos, Esther, sanguinolentos, y sonreía, ¿sabes?, sonreía el muy desgraciado. Me asusté, Esther, se me cayó el móvil, Esther”, empecé a llorar “Mierda, Esther, creo que ha muerto, joder me lo han matado, Esther, lo han matado”
-Tranquilízate, Patri. Lo primero es llamar a su familia. Entonces, ¿Tienes su móvil?
-Sí, sí
-Desbloquéalo
-No sé cuál es el patrón de bloqueo de la pantalla
-“Juraría que es la Z, inténtalo”, gritó Esther
Era un tiro al aire, lo sé, pero valía la pena intentarlo
-Sí, vale, funciona, funciona, es la Z
-Vete a contactos y buscala A/a, seguro que la tiene.
-Sí, pone A/a Jose. ¿Le llamo?
-Sí, hostias. Llama. Voy al hospital. Nos vemos allí
-Esther, no. Ya voy yo. No hace falta. Hay que abrir el despacho mañana, tienes novio. No son horas, yo me encargo, Esther, de verdad. Te aviso si hay novedad.
-Patri, cielo, que le den por el culo al despacho, que le den por el culo a mi novio. Nos vemos en el Hospital. Punto.
-¿Esther?
-¿Dime?
-Tengo su matrícula
-Bien. Fenomenal. Guarda ese dato, es posible que lo necesitemos
XVIII
JUEVES 7 de septiembre de 2019
NADA
Francis.-
“ Joder, joder, mierda, mierda. Ha visto los vídeos”
Me desperté sobresaltada. Las dos de la madrugada y las piezas, de repente, encajaban, de alguna manera Albert había descubierto la existencia de los vídeos. Por eso me dijo aquello de “Vaya a ser que me corra dentro de ti”. Por eso me echó en cara no follar a pelo. Joder, por eso se fue.
Seguro que fue Felipe. Seguro que le envió el vídeo de casa para mantenerme a su lado. Para alejar a Albert de mí. Qué hijoputa, qué cabrón, resultó ser Felipe. Todo mi estudiado plan a tomar por el culo, a la mierda. Toda mi imagen de mujer perfecta que había tropezado casualmente no servía de nada. ¿Y ahora qué? ¿Qué le decía? ¿Qué le podía ofrecer? Porque le habría dado todo. Todo. Y ya no podría darle nada .Era mi baza. Darle lo que nunca le había consentido. Mi coño, mi culo, mi boca, mi estómago, mi cuerpo, mi alma-. Todo. Y ya no tenía nada.
Albert se había equivocado, no era él quien no tenía nada que ofrecer. Era yo. Mi estúpido egoísmo, mi vanidad. Lo había entregado a quien no se lo merecía. ¿Qué podía darle a él que no le había dado a otro? Nada, nada, nada.
Pero ya resolvería esa cuestión el viernes.
Tenía que arreglar lo nuestro. No podía tener la certeza de que Albert lo supiera. Llamaría por la mañana a Felipe. Averiguar si había hecho algo.
Mandaría un mensaje a Albert, para tantear. Un “te echo de menos”. Esperé. Doble Check azul y, como siempre, sin respuesta. Me la estaba haciendo pagar. Lo tenía claro. Me iba a llenar de rencor, de odio, de desamparo, de un sin amor, y yo, yo no soy de las que se rinden, yo no soy de las que se humillan. Porque puedo equivocarme, y todo lo ocurrido así lo aseveraba, pero no soy escoria. Me lo merezco, me merezco un respeto, volví a mis recuerdos, a todos esos desplantes, a esa condescendencia de macho imperante, a toda esa mierda machista, a todo ese fascismo de súper ego. No era nada, nada. Se merecía los cuernos, por imbécil, por machista. Era débil, y yo me tenía que enfrentar a monstruos. Nunca, nunca estuvo ahí. Mientras yo ganaba dinero y sostenía la casa, él se dedicaba a proteger sus causas perdidas. Era un mierda, un mierda. Simplemente no servía para nada y aun así, me humillaba ante él.
Le envié los emojis (mierda de mundo en el que tenemos que distinguir entre emojis y emoticonos). Doble Check azul. Sin respuesta.
“Te quiero”, Doble Check gris.
Estaba claro, había visto el vídeo. Perdí toda esperanza.
“Si le intereso se pondrá en contacto conmigo”, pensé, “No pienso molestarle más”. Apagué el móvil y lloré. Una hora después conseguí dormirme.
Nada, nada…
XIX
José.-
No suelo dejar el móvil encendido por las noches. Me gusta desconectar de la dependencia a la tecnología. Todo este lío de las redes sociales, youtubers, influencers y demás términos modernos de parecen una gilipollez sublime. La de risas que me habré pasado con Albert reflexionando sobre esta sociedad que se está creando y que, irrevocablemente, nos expulsa a los que creemos en el trato humano para acabar llegando siempre a la misma conclusión: Este mundo ya no es nuestro.
Pera esa noche decidí dejarlo conectado porque Albert no había llamado y eso no era propio de él. Si pensaba que se iba a demorar, avisaba. Podía enrollarse, pero siempre dejaba mensaje. Consideraba una falta de educación hacerle perder el tiempo a alguien y yo me estaba poniendo de los nervios por momentos. Por una parte porque empezaba a parecer su madre, “Joder, que ya tiene pelos en los huevos como para tener que estar esperando su llamada” pensaba y por otra parte porque tenía una extraña sensación, una especie de vacío en las tripas, como si algo malo hubiera ocurrido.
Era la 1:30 de la madrugada cuando me despertó el móvil. Era Albert.
-Me voy a cagar en tu padre, mamonazo. No son horas, joder
-“Perdón, perdón” sonó una voz femenina al otro lado, “No soy Albert”
-¿Eh? ¿Quién eres? ¿Y qué haces con el teléfono de Albert
-Soy Patricia, compañera de despacho de Albert. Te llamo porque apareces como número preferente ¿vale?
-¿Número preferente? ¿Qué ha pasado, Patricia?
-Albert está en el hospital, le han dado una paliza de muerte. Ha estado diez minutos clínicamente muerto, pero han podido recuperarle entre el desfibrilador y que han conseguido hacerle llegar sangre oxigenada al cerebro. Pero está en la mesa de operaciones, al parecer tenía un aneurisma cerebral, le ha estallado, no puedo darte más datos. Te llamo para que lo sepas, para que puedas avisar a quien consideres. Nosotras estamos aquí.
-Espera, espera. Demasiada información Patricia. A ver, imagino que estás en el Hospital General ¿no?
-Sí, claro
-¿Dónde fue la pelea? ¿En un bar?
-No, en la puerta de su casa
¿Cómo? ¿De su casa?
-Sí, sí. Tres hombres
-¿Has avisado a Francis?
-No. Ni pienso hacerlo. Por eso te llamo
-Vale, has hecho bien. Gracias por avisar Patricia. Yo soy Jose
-Lo sé, venía en el número de teléfono. Me gustaría decirte que es un placer, pero en estas circunstancias no soy capaz
-Lo entiendo. Voy para allá
Colgué. Sentí cómo un torrente de ira y dolor surgía dentro de mí y se derramaba por todo mi ser. Como un volcán expulsando lava. Tengo la seguridad de que mis ojos enrojecieron, apenas podía contenerme.
Inspiré hondo por la nariz, retuve el aire y lo exhalé poco a poco. Repetí la maniobra durante dos minutos y noté el nacimiento de dos lágrimas que, finalmente, no brotaron.
“Ésto ha tenido que ver con los vídeos” pensé “O con el sindicalista. Pongo la mano en el fuego y no me quemo”.
Me dispuse a vestirme, había que darse prisa y tenía que hacer unas cuantas llamadas. Al trabajo, a contactos y ¿a Francis? ¿Debía llamar a la mujer que había puesto los cuernos a quien era mi mejor amigo, mi hermano?. No, joder. Ni de coña iba a avisarla. Que la den por el culo. Además, no creo que le importe
Y con esos pensamientos me dirigí al Hospital