Un tratado imperfecto sobre el amor, 7
Conversaciones y sacrificios
XIII
PACTA SUNT SERVANDA
Patricia.-
La primera vez que hablé con Albert fue en mi entrevista de trabajo. No puede decirse que hubiera pasado un proceso de selección, ni nada similar.
Mi madre había dejado mi currículo en el despacho hacía unos meses. “Es el despacho del barrio y son buena gente”, me contestó cuando la reprendí por inmiscuirse en mi vida. Como no podía ser de otra manera, tuvo razón. Cinco meses después recibí una llamada de Albert.
Estaba seleccionando dos abogados, y al haber repasado diferentes currículos halló en el mío algo que le llamó la atención. Preguntó si tendría mayor inconveniente en que fuera aquella misma tarde.
Acudí a la entrevista decidida a quedarme con el puesto y eso conllevaba, según la estrategia que ideé, vestir una falda ajustada, negra y que estuviera un poco por encima de las rodillas, camisa blanca y chaqueta oscura. Me desabroché dos botones de la camisa, lo suficiente para dejar asomar mi canalillo e insinuar mi sujetador.
Llamé a la puerta del local, se trataba de un despacho a pie de calle, un bufete de abogados humilde de un barrio obrero, pero dentro del pequeño reino que es un barrio de Madrid eran, indudablemente, los más queridos. Dos hombres y una mujer, no era un sitio donde terminar, estaba claro, pero sí un lugar ideal para empezar a ejercer.
Sabía que la chica había fallecido a causa de un cáncer y di por supuesto que estarían buscando una mujer también. Me informé y pude comprobar que la especialidad de la difunta Isabel era derecho de familia.
Mi currículo contemplaba esa materia así como diversos cursos de especialización en derecho penal y civil, violencia de género, régimen de visitas, gestión tributaria de la liquidación de gananciales en separaciones contenciosas, etc.
Tenía armas suficientes para obtener el puesto y la voluntad de conseguir mi objetivo.
-“Pase y siéntese” sonó una voz que surgía de dentro. Me senté en un sillón, situado al lado de la puerta del local. No transcurrieron ni dos minutos cuando vi la cara de mi entrevistador asomar por la puerta del despacho y decirme:
-Pase, por favor
Me dirigí al despacho y vi a Albert sentado detrás de una mesa. Vestía pantalón negro, camisa blanca, chaleco negro y corbata azul marino. Llevaba puestas unas gafas redondas, atrevidas y el pelo excesivamente corto, supuse que rapado al dos.
-Siéntese usted. Patricia, ¿verdad?
-Sí
-“Bien, yo soy Albert. Un placer” y adelantó la mano para estrechar la mía. “He leído su currículo. Brillante” indicó mirándome a los ojos.
Tenía esos ojos azules claros, pequeños, de esos ojos que se empequeñecen cuando te ríes.
-¿Tiene usted calor, Patricia?
-“No”, respondí
-Pues entonces tenga usted la amabilidad de abrocharse un par de botones
No pude ver mi cara, pero sé que enrojecí cuando oí la invectiva. Bajé la vista y me abotoné la camisa avergonzada.
-Tengo una pregunta para usted. ¿Qué opina de Sandman de Neil Gaiman?
-“¿Eh?” acerté a decir, totalmente descolocada
-Sí. Usted ha puesto que sus aficiones son, y leo, la lectura, las películas y los comics ¿no?
-Sí, sí
-Pues eso, ¿qué opina de Sandman?
-En mi opinión es la mejor obra de comic que he leído. Una obra maestra
Y esa fue la única pregunta que tuve que responder en la entrevista. Hablamos durante una hora de comics, de Alan Moore, Neil Gaiman, Garth Ennis, Frank Miller, y él, mi entrevistador reía y hacía chistes, “¡puto Joker!” decía de vez en cuando. Un humor absurdo, loco, hilarante y, mientras reía, sus ojos azules se achicaban hasta convertirse en dos rayas horizontales, y cuando recuperaban su posición inicial, esos ojos azules manifestaban una tristeza oculta. Ese día conseguí un puesto de abogada aunque tuve que pagar un precio, porque ese día creo que me enamoré de él.
Albert me enseñó, me adiestró a estudiar un expediente, me llevó con él a registros, archivos, notarías y comisarías. Le acompañaba a los juzgados y me mostró el funcionamiento de un juzgado. Desde la presentación de una demanda hasta el archivo y solicitud de desglose y devolución de documentos.
Penal, civil, administrativo, fiscal, casi ninguna materia le era desconocida. Cada día aprendía más y más. El valor de la estrategia, el estudio de la jurisprudencia. Pero nunca colaboré con él en un pleito. Por eso me llenó de orgullo el hecho de que me pidiera trabajar juntos sobre el recurso de apelación.
Creo que puedo decir que se nos pasó el tiempo volando cuando a las 21:30 me dijo:
-Basta por hoy, Patricia. Mañana más
-“Puedo quedarme más, Albert”. Y lo habría hecho hasta el amanecer si hiciera falta con tal de compartir con él ese caso.
-No, compañera” He quedado a las 22:00 y donde tengo que ir se aparca muy mal.
-“Pues te llevo y luego te traigo”, sugerí
-“De ninguna manera” se escandalizó
-No es molestia, de veras. ¿Cuánto puedes tardar? ¿Una hora?. Yo te espero
-Que no, coño. Vete a casa, que te quiero fresca mañana, aún hay que ultimar
-Ya te he dicho que no es molestia. Mira, Albert, te llevo, me tomo algo mientras vas a la reunión y luego te traigo aquí. Incluso, si quieres, puedes venir a dormir a mi casa.
-Ja, ja, ja, ja, ja. No, mujer, no quiero que te vean con un pureta. Ja, ja, ja,, venga, vale, llévame, pero con una condición.
-¿Cuál?
-Te vienes conmigo a tomar algo. Invito yo
-“Trato hecho” dije sonriendo
-“Vale, vale. Pacta sunt servanda, Patricia. Ja, ja, ja” siguió riendo “Que vaya a su casa, dice. Anda que ya te vale”
Salimos juntos del despacho y, tras cerrarlo, nos dirigimos a mi coche. A las 21:55 le dejé en la puerta del portal donde vivía. Se apeó del coche y me dijo:
-Oye, que si quieres, vete a casa. No hace falta que me esperes.
-“Pacta sunt servanda, Albert” fue mi respuesta.
Me miró fijamente, sonrió, dio una palmada al capó del coche y caminó en dirección al portal.
Mi preocupación ahora sería encontrar sitio en ese lugar para estacionar el coche.
XIV
Francis.-
A las 22:00 sonó el timbre de nuestra casa. Albert siempre era puntual y aquella noche no sería diferente-
-“Pasa, estás en casa, je, je” dije intentando relajar un poco el ambiente. Noté el cansancio en su mirada, tenía ojeras y estaba claro que no se había afeitado, cosa que me sorprendió porque él era muy pulcro para todo lo relacionado con su trabajo.
Finalmente entró y le sugerí pasar al salón, -“¿Te apetece una copa de vino, cariño?”
-Tengo prisa, Francis. Y me están esperando, ¿qué quieres?
-“Hablar, Albert, solo quiero hablar, pedirte perdón, disculparme, hacerte saber que sé que me he portado mal y que soy perfectamente consciente que, a tus ojos, ahora no soy más que una puta infiel, una zorra que te ha humillado y que ha destrozado tu corazón. Te pido perdón por todo lo que te he hecho y te doy las gracias por todo lo que me has dado”, extendí mi mano y la puse en su cara, “Vamos a sentarnos en el sofá”, continué, “Sé que no me vas a creer, pero te juro que nunca significó nada. Dios, parezco un cliché, debo sonar tan predecible, Albert, tú, tú siempre has sido mi hombre. No sabes lo que me arrepiento de todo este asunto”
-Tienes razón, Francis, me has destrozado el corazón y me gustaría decirte que no me duele, que estas cosas pasan porque ¿sabes? estas cosas pasan, todos los días, en todos los sitios, pequeñas tragedias que se repiten, es solo que uno no le ve venir, siempre piensas que le va a pasar a otro, nunca vas a ser tú porque ¿cómo vas a ser tú si te esfuerzas tanto? ¿cómo vas a ser tú si todos los días luchas para que sea mágico, para pintar una jodida manta de estrellas para cubrir al amor de tu vida? Es imposible, es imposible. Uno nunca puede ser el fracasado. Pero te equivocas en una cosa, Francis, no me destrozaste el corazón anteayer, no. Me lo rompiste cuando me llamaste “maltratador”, todo lo que vino después, todas esas sesiones de psicología, dejarme tirado aquí mientras te ibas a Irlanda, como un perro. Francis, como un puto perro, todas esas noches durmiendo en el sofá porque no podía dormir en la cama sin que tú estuvieras, todo eso lo único que ha hecho es certificar mi muerte.
Ya no soy Albert o, al menos, ya no soy el que era, soy otra persona, por eso no me afecta tu affaire con “ese”, ¿sabes? he reflexionado mucho todas estas semanas de tratamiento. Parte de mi ira venía porque no hacíamos el amor, pero conseguí darme cuenta de que si consideraba que no tenía derecho a nada, si eliminaba cualquier derecho a que se me debía algo, también eliminaba la frustración por no conseguirlo y, consiguientemente, la ira. Ya ves, Francis, me he convertido en un profesional de la convivencia”
No podía creer lo que estaba oyendo, no imaginé que el daño fuera tan grande, tan devastador.
-Podemos arreglarlo, cielo, podemos empezar de cero, yo tampoco soy la misma, cariño. Soy diferente, me he dado cuenta de lo mucho que te amo, de tu ausencia, de la manera en que te extraño.
-Es que ya no tengo nada, Francis, no tengo nada que dar, nada que ofrecer y tampoco quiero nada, ni de ti, ni de nadie, solo quiero que me dejen en paz,… perderme…, esa sería la definición de lo que quiero, no sentir
.
-Vuelve, cielo. Esta es tu casa. Dices que eres un profesional de la convivencia. Demuéstralo entonces, vive conmigo. Rescindamos el contrato de alquiler del otro piso y, mientras tanto, quédate aquí. Prometo no incordiarte, no hace falta ni que nos hablemos, pero vuelve Albert. Me mata no saber dónde estás y, si esto tiene arreglo, pondré toda mi voluntad en reparar lo que he roto, te quiero cariño. Démonos un tiempo, cielo ¿quién sabe?, igual abrimos esa caja de preservativos que tienes en la mesilla, por eso la has dejado ¿verdad?, sabes que en tu subconsciente aún nos amamos.
-La caja de condones precintada, es verdad. Con condón ¿a que sí, Francis? Vaya a ser que me corra dentro de ti, ¿para qué follar a pelo, verdad? Eso no es para mi, conmigo es siempre con condón. “El subconsciente”, dices. Joder y yo pensaba que estaba perdido, ¿sabes por qué dejé la caja de condones? ¿lo sabes?, es sencillo, Francis, los dejé porque no se iban a usar… al menos yo. Me voy, Francis, me voy, joder.
Se levantó y se dirigió a la puerta. Me quedé paralizada, no entendía esa reacción.
-·¿Pero, dónde vas?
-¿Sabes, Francis?, ni siquiera me has preguntado por el juicio o por mis resultados médicos.
-Es verdad, el juicio, lo siento mucho … ¿cómo te ha ido?
-Perdí. ¿Ves? Al final siempre pierdo, … pero ya me estoy acostumbrando.
Y cerró la puerta tras de sí.
Me quedé en el sofá, sentada, con la mirada puesta en la pantalla del televisor apagado, cinco, diez minutos, observando mi imagen, y en la calle se oían las sirenas de una ambulancia y de la policía. Sirenas de alarma, como anunciando la inminente destrucción de mi matrimonio.
Abrí la ventana y me asomé con desgana. Dos sanitarios introducían una camilla en la ambulancia, “Ha entrado en parada cardiorrespiratoria” decía uno, “lo perdemos, lo perdemos, avisa al hospital” decía su compañero
Cerca de ellos una muchacha “probablemente, la novia”, pensé. La chica hablaba con dos agentes del cuerpo nacional de policía, gritaba “Déjenme ir con él, luego iré a comisaría, pero déjenme ir con él”.
El teatro de la vida estaba representando un drama que no iba conmigo. Bastante tenía con el mío propio. Cerré la doble ventana y me fui a dormir.
XV
Una canción para “El Puertas”
Alberto.-
“Pacta sunt servanda”, los acuerdos están para cumplirse. Es una de las máximas que he aplicado siempre a mi vida. El respeto a la palabra dada, en un mundo en el que se habla tanto, el valor de la palabra se pierde a fuerza de usarse tanto.
“Te juro que te pago mañana”, “Te prometo que es verdad”, “Te lo juro por mis muertos”, “Por éstas” (con beso de pulgar e índice haciendo pinza incluído), “Yo solo tengo una palabra, letrado”, “Yo no fui, te lo juro”, “Lo juro por mi honor”, “Lo juro por Snoopy”, “Te amaré eternamente…”
Invariablemente todas habían ido cayendo en un pozo de mentira y deshonor, salvo el “Te amaré eternamente”.
Esa promesa había permanecido fuerte, leal, incorruptible durante muchos años. Creía en esa frase con la convicción de un kamikaze antes de despegar en un zero. Uno de los inconvenientes que tiene ser abogado es que, poco a poco, vas perdiendo la fe. La falta a la palabra dada te erosiona.
Pones lo mejor de ti en cada caso, en cada trato, en cada conversación y no sirve de nada. Es más, hasta acabas comprendiendo que la gente rompe la palabra porque no le queda otra. Las personas son así, mientras pueden cumplen, pero cuando tienen que elegir te relegan a un último término, sobre todo si ya has arreglado el problema.
Surge, así, una nueva máxima: “Las promesas se hacen para romperlas”
Con el paso de los años aprendes a convivir con la deslealtad y la asumes. Tomas tus medidas, claro está, después de todo no soy gilipollas (o puede que sí, en todo caso ¿qué más da?), cobras una provisión de fondos más alta, no finalizas el tema hasta que cobras, o juras la cuenta (bendito recurso legal que garantiza que cobres tu minuta a tanto chuloputas con pasta, porque esa es otra, mal está que no te paguen pero que encima el que no te pague tenga dinero, uffff). Por lo general, lo que hago en esos casos es esperar, sabiendo que ha de llegar el día en el que tendrán que recurrir a mí otra vez, y yo tengo muy buena memoria y soy rencoroso.
Es agradable saber que llegas a tu casa y tienes esa promesa impoluta, brillante, la particular tabla de salvación a la que me aferro cada día, hasta que vas a comprar un Cd y ves a tu esposa pajeando a su compañero de trabajo, claro. Y entonces todo se hunde, tu mundo empieza a difuminarse y recuerdas otra máxima por la que me rijo: “No se puede amar a la humanidad, solo a las personas”.
La caja de condones, en la mesilla, precintada, con fecha de caducidad en tres años fue la proverbial bala de diamante que entró en mi cerebro para despejar mi mente de una manera definitiva. Y es que tuve la certeza de que nada iba a cambiar para mí. Y por eso me fui. El hecho de que Francis bromeara con los preservativos mostraba, sin ningún género de dudas, que nunca podría amarme, si es que alguna vez lo hizo.
“Te amaré eternamente”, qué tontería. Una promesa más de 0,60 €.- ofrecida a precio de saldo, junto con el resto de promesas rotas que adornan mi vida.
Bajaba por las escaleras, sin un pensamiento definido, repasando la conversación para intentar descubrir si, en algún momento había malinterpretado algún gesto, alguna palabra de mi ex pareja pero no encontré falla alguna al razonamiento que me había llevado a irme de aquella casa que fue mía y que ahora me resultaba tan ajena.
Lo tenía claro, jamás me dejaría gozar de su cuerpo, jamás me haría una felación, jamás haríamos un 69. Para ella, el reinicio suponía volver a lo que éramos mientras que yo tendría que vivir sabiendo que se había tragado el semen de otro hombre, que había follado a pelo con “él”.
No. De ninguna manera estaba dispuesto a volver a esa pantalla. Yo estaba en otro nivel de realidad.
Me fui. Sin rencores. Sin aspavientos. Sin portazo. ¿Para qué? ¿Qué sentido tenía?. La destrucción de una relación debe ser silenciosa para que refleje la desolación que deja tras de sí. El ruido, la bomba, viene antes.
“Te amaré eternamente”. Menuda broma.
Seguí descendiendo piso tras piso y, mientras, cambié el A/a Fran de mi móvil por el A/a Jose. No quería saber más y me esperaban unas copas con Patricia quizás en “El Juli”. Así podría ver a Lara y que mi compañera de despacho empezara a ver la realidad en la que se iba a mover en adelante su “mentor”. Otro chiste más, el abogado cornudo enseñando a la joven aprendiz de tiburón.
Salí del portal y me encontré frente a tres tipos con pintas muy extrañas. Los tres llevaban la cara tapada con un pañuelo negro, llevaban ropas oscuras, los tres tenían pelo negro, ojos marrones y unas chaquetas de cuero negras. Me fijé en su calzado, los tres llevaban botas Dc Martens, punta plateada, con cordones negros.
“Skin o Sharp” pensé, sin prestar más atención
-“Eh, rojo” dijo uno de ellos
-“¿Es a mí?, contesté, intuyendo la marea que subía
-Sí, a ti. Dile a la golfa de tu mujer que retire la denuncia
-Perdona, tronko, pero la única puta que hay en esta conversación es tu madre
-¿Qué has dicho, hijo de puta?
-“¿Qué pasa, tonto y, además sordo?”
Anticipé su asalto y le tiré al suelo, giré y le di un cabezazo en la nariz al que estaba al lado.
Me detuve para hablar. Ese fue mi error.
-“Mi mujer quitará la denuncia si le sale del coño, nazi de mierda”, grité
Fue mi pequeña victoria, mi línea en la arena. Mi manera de gritarle a la vida que ya estaba harto. Que se acabó. Sabía que no podía ganar esa pelea y me resigné a lo que iba a venir después, se ve que era mi día de anticiparme a todo, je.
Noté un golpe en las costillas, el tercero en discordia, claro. Otro golpe fue a parar a mi estómago y después una patada en mis testículos (recuerdo que pensé “total, para lo que los uso”, je) consiguió que cayera al suelo.
Me levantaron entre dos y vi cómo el primero de ellos se colocaba un puño americano mientras decía: ”Te vas a cagar rojo de mierda”. En mi delirio, absurdamente pensé que, después de todo, no podría ir al Juli y tomarme unas copas. Al parecer, yo también rompo las promesas. “Pacta sunt servanda” le había dicho a Patri. Lo siento, cielo, no va a poder ser, je.
Mi cerebro alcanzó para avisarme de que tenía que ganar tiempo. Patricia estaría llamando a la policía. Y pensé en Fran, “Si estos animales me hacen esto a mí, qué no le harán a ella”.
Recibí dos puñetazos en mi cara, el primero en mi mejilla izquierda, cerca del ojo, el segundo en mi nariz. Sí, me rompió la nariz y empecé a sangrar abundantemente, pude levantarme a pesar de todo y balbucearles .”¿Veis como no sois más que unos hijos de puta?”
Y caí.
Sentí una patada en mis costillas, otra en la cabeza y me dije “Esto va a doler”
Dejé de sentir, la oscuridad se cernió sobre mí y recuerdo que en mi cabeza sonó Leño.
“No pienses que estoy muy triste
Si no me ves sonreír
Es simplemente despiste
Maneras de vivir”
Y me sumergí en la oscuridad con una sonrisa en los labios que esperaba poder mantener. Mi última broma, supongo, je …