Un tratado imperfecto sobre el amor, 6
Muestra de valor y muestra de cobardía
XI
MIÉRCOLES 6 de septiembre de 2019
Alberto.- No hay nada mejor para soportar unos cuernos como un buen amigo, unas cervezas, tu local favorito y tu música si lo aderezamos con una sorpresa nos encontramos con la medicina perfecta, el bálsamo definitivo para el dolor.
No describiré esa noche, no hace al caso. Baste decir que me elevé, que caí y me levanté, reí y lloré. Y me sentí mejor.
Me dieron las cinco de la mañana y sí, tiré el jodido paragüero del Jose. Me permití el lujo de dormir hasta las 10:00, después de todo la vida continuaba.
Nada más llegar al despacho, noté la mirada furiosa de Patricia,
-“Llegas tarde”
-“Lo sé, perdonad compañeras”
-“Nunca llegas tarde”
-“Bueno Patricia, siempre hay una primera vez”
-“Te pasa algo, no lo niegues”
-“Lo que me pase o me deje de pasar es asunto mío, Patricia”
-“No cuando afecta al despacho, Albert” dijo Esther
“ Vaya” , pensé, “el gallinero está revuelto”
-“Vamos a ver, Esther, por llegar media hora tarde no se hunde el negocio”
-“Solo digo que espero que estés centrado” replicó
-“Eso” añadió Patricia
-“Basta ya. Las dos. Estoy cansado de este interrogatorio, ¿estamos?. He llegado tarde, vale. Mea culpa. Punto. No me calentéis. ¿De acuerdo?”
Estaba claro que no iba a aguantar más abusos de nadie, era la gota que colmaba el vaso y no estaba dispuesto a soportar ningún mínimo reproche. Ni aun de mis compañeras de despacho.
Ambas me miraron con ojos asombrados, nunca me habían visto así, era la primera vez y, por tanto, callaron, aunque, a decir verdad, Patricia, siempre más atrevida, estuvo a punto de decir algo, pero no lo hizo. Supongo que tuvo que hacer un esfuerzo.
A las 10:30 recibí una llamada. Era “El Joya”,
-Está hecho
-¿Todo?
-Todo. Ja, ja, ja, se ha quedado sin moto y sin media casa, aunque lo de la casa aún no lo sabe
-Vale, no me des detalles
-Tranqui, “Puertas”. Primero le quemamos la moto, ja, ja, ja y cuando fue a poner la denuncia le robamos, ja, ja, ja, tele, pc, la cámara y los cascos, ya sabes, para despistar
-Gracias “Joya
-“A mandar “Puertas”, y colgó
A las 12:00 recibí un correo electrónico del Procurador de los Tribunales, habíamos perdido el juicio contra la constructora y la dirección facultativa, con expresa condena en costas.
Solo un abogado puede saber lo que se siente cuando pierdes un juicio. Ya no es solo el golpe al ego, es la sensación de fracaso, de derrota, de haber fallado a tu cliente. Perder, ganar, todo forma parte del oficio pero nunca te acostumbras. En mi caso puedo hundirme meses.
Había anticipado la posibilidad de la derrota y tenía preparado el recurso de apelación, al menos la estructura básica. También había efectuado una consulta al Colegio de Abogados en cuanto al cálculo de costas cuando los demandados eran varios y ganaban.
Me dispuse a leer los 18 folios de sentencia. Por supuesto iba a apelar. El fundamento de la sentencia me irritó. Respetaba la sentencia, por supuesto, pero no la compartía, cuando me quise dar cuenta eran las 15:00.
-Nos vamos a comer” señaló Patricia desde la puerta de salida “¿Te vienes?
-“No, gracias, tengo tajo” respondí
-Perfecto, entonces nos vemos a las cinco
Me centré nuevamente en la sentencia. Releí el prototipo de recurso que tenía planteado. Solicitaría la práctica de la pericial judicial que se me negó. El haber hecho constar mi protesta ante su denegación me permitía interponer el recurso pertinente.
Impugnaría el fundamento de la prescripción al estar más indicadas las fechas y me dio la sensación de quien había redactado el cuerpo del escrito no había leído el expediente. Pensé en el lado bueno de la resolución. Una sentencia desfavorable propiciaba que solo tuviera que interponer un recurso de apelación. Si hubiera sido favorable habría tenido que redactar tres impugnaciones de recurso, una por cada demandado.
“ Dios escribe recto con renglones torcidos” pensé “Al final resulta que me ha hecho un favor el juez”
A las 18:00 recibí un mensaje de whatsapp de Francis, Tenemos que hablar, Albert
No respondí.
No tienes por qué irte. Hablemos, deja que te explique y luego te vas, pero no tienes por qué irte de casa
No respondí.
Por favor
Decidí dar alguna señal de vida
- “Tengo mucho trabajo y no hay mucho de lo que hablar” le envié
- Por favor, Albert. Solo una hora
Cedí. A pesar de haberme jurado que se acabó, a pesar de tener mi alma desgarrada, cedí. Como un gilipollas, como un imbécil, como un enamorado. Como un imbécil enamorado.
- Está bien. A las 22:00 en casa
-Ok. Gracias
Tampoco respondí a ese “Gracias” que me sonaba falso.
A las 18:30 dos golpes sonaron en mi puerta. Era Patricia.
-Puedo pasar, ¿Albert?
-Adelante, compañera
Estaba preciosa, llevaba una camisa blanca que permitía ver su sujetador negro, vestía un pantalón negro, muy serio, muy formal. Había recogido su pelo moreno en una coleta y le caía un mechón de su cabello por su cara.
Sus ojos negros me taladraban. Tan directamente me miró que, por un momento, me aparté de su mirada. Después de todo no quería que pensara que su compañero pureta era un viejo verde.
-“¿Y bien?” inquirí
-Qué te pasa, Albert?
-¿ A mí?
-Sí, a ti… ¿qué te pasa?
Estaba cansado, derrotado y me sentía humillado. Apenas había dormido 4 horas, definitivamente iba a acabar con esa situación, me sinceraría con ellas. Podría unir al despacho o hundirlo pero no mentiría más a mis compañeras.
-“Esther”, grité
-“Dime”, se oyó desde el fondo
-“¡Ven aquí!, haz el favor”
A los pocos segundos apareció mi segunda socia.
-Pasa y siéntate, tú también Patricia
Tras sentarse, empecé mi confesión, era la tercera vez que contaba la misma historia y, francamente, era molesto.
-Esther, Patricia, hace unos días descubrí a mi mujer masturbando a un compañero de trabajo en una cafetería de un centro comercial
-“¿Cómo?”, exclamó sorprendida Patricia
-Déjame terminar y no me interrumpas. Es de mala educación. He hecho mis averiguaciones y la cosa viene de antes, no voy a dar más detalles, ¿Queda claro?. De momento vivo en casa de un amigo. Pienso divorciarme y quiero que el divorcio lo lleves tú, Patricia
-Será un honor, Albert, puedes contar conmigo. Se va a enterar esa zorra
-No, Patricia, así no. Va a haber acuerdo, será civilizado, una mera formalidad y, en todo caso, es la madre de mis hijos y una mujer con la que he estado 25 años. Se merece un respeto, Patricia. Si no vas a poder mostrar ese respeto, dímelo y llamo a otro abogado
-Está bien, Albert, podré soportarlo
-De acuerdo, entonces. También he perdido el juicio de la C/ águilas, ya estoy con el recurso de apelación. Está prácticamente terminado pero tengo que ultimar detalles, llamar al Administrador de fincas, convocar Junta y que nos autoricen para apelar. Esto significa que no quiero más preguntas, espero haberlo dejado claro. No quiero golpecitos en la espalda, ni condescendencia,. Soy un cornudo y lo tengo asumido. No quiero hablar más del tema. Entenderé que queráis ir si así lo deseáis
-“Perdona, Albert” replicó Esther “Pero los cuernos te han vuelto idiota. Me parece un golpe bajo que digas esa tontería. Yo estoy aquí por muchas cosas, que seas ó no cornudo no es una de ellas. Francamente, me importa un comino tu cornamenta o la crisis existencial que pueda derivar de ella, siempre y cuando sigas siendo ese abogado que eres, mi maestro, mi mentor. Puedes contar conmigo “
-“Y conmigo” añadió Patricia
-Gracias, Esther. Venga hay que seguir currando. Patricia, quédate, quiero que repasemos este recurso. Me interesa la opinión de alguien objetivo
-“Por supuesto, Albert” susurró “Muchas gracias”
-No me las des aún. Antes de que acabemos con este recurso me odiarás, Patri
-“Eso nunca, Albert. Eso no va a pasar nunca” musitó mi compañera.
-Una última cosa. He estado acudiendo a un psiquiatra. Al parecer tengo accesos de ira y para controlarlos me ha indicado que indique a las personas que me rodean que, en el momento que empiece a alterarme, digan una palabra neutra. He elegido la palabra “corazón”. Por tanto, Patricia, Esther, cuando notéis que empiezo a alzar la voz o que empiezo a ponerme nervioso, os ruego que me digáis esa palabra, será bueno para mí porque, con el tiempo, podré controlar esos momentos de ira
-“Cuenta con ello”, manifestó Esther
-“Sí, desde luego” añadió Patricia
XII
Francis.-
Tengo la certeza de que nos hemos vuelto adictos al móvil y a las redes sociales hasta el punto que no sabemos vivir sin ellos.
Las relaciones personales se pierden en favor de unas relaciones digitales. Los sentimientos mueren ante unos impulsos electrónicos.
Me disponía a llevar adelante mi intención de no encender el móvil, pero debería haber sabido que no sería posible. A pesar de ello, conseguí resistir la tentación de encenderlo durante toda la mañana.
Me personé ante la Dirección de Área Territorial para retirar la denuncia que había interpuesto. La funcionaria de turno puso cara de pocos amigos cuando le dije que quería solicitar el archivo del expediente.
-“Hay que pensar más cosas” me dijo, ”antes de hacer trabajar a los demás en balde” . Sentí ganas de decirle cuatro cosas pero contuve ese impulso, después de todo, tenía razón.
-“Ha habido suerte, aún no habíamos iniciado el expediente”. Tras una serie de pulsaciones rápidas en el teclado la oficial eliminó la entrada de la denuncia y, previa firma, de la solicitud de archivo, me entregó el correspondiente justificante.
-“He ganado un día”, pensé.
Parece que las cosas empezaban a mejorar. Sentía que mi vida iba a tomar un nuevo rumbo. Guardé el recibo en mi carpeta y encaminé mis pasos a una cafetería cercana, dispuesta a desayunar.
Apenas había comido algo en los dos últimos días,
-“Un completo” pedí al camarero
-“Ahora mismo” me respondió
Al momento me sirvió un café con leche y sacarina, dos minutos después me sirvió el zumo de naranja y una tostada con tomate, aceite y jamón.
Tras darle un primer trago al zumo de naranja me relajé y encendí el móvil. Ningún mensaje. Tan solo el que me había enviado mi hermano la noche anterior preocupándose por mi bienestar con un escueto “¿Estás bien?”
“No joder, no estoy bien. Estoy muy lejos de estar bien” me dije.
Apagué el móvil. Terminé el desayuno y pagué. Dejé propina y salí de la cafetería.
Regresé a casa, estacioné cerca. “Todo está saliendo perfecto hoy” , simples mensaje que me enviaba para animarme. Tenía tiempo por delante, podía ir a una peluquería o ir a la Biblioteca Municipal y coger algunos libros, con un poco de suerte tendrían “El poder del perro” de Don Winslow.
Sí, eso haría. Decidí dar un paseo hasta la biblioteca. Estaba teniendo suerte. La diosa fortuna me sonreía, acababan de devolver el libro y pude retirarlo. Si era tan bueno como Albert me dijo ya tendría lectura para unos cuantos días.
Albert, siempre Albert. Parecía estar presente en todo momento, cualquier pequeño detalle me llevaba a él.
De regreso a casa me detuve en una pizzería, me apetecía pizza para comer. Repasé mentalmente el contenido de mi nevera, había de todo. No tendría que molestarme en comprar, hasta tenía un buen Ribera del Duero. Me tomaría una copa ó dos y empezaría el libro. Un plan magnífico, en mi opinión, un plan que hacía casi tres años que no repetía
Entregada a la lucha sindical, olvidé los pequeños placeres de la vida, esos mínimos detalles que adornan la existencia, un buen libro, un buen vino, una buena película, una buena conversación.
Entré en mi casa y puse la pizza a calentar. Comí de pie en la cocina, abrí una lata de coca-cola zero, me parecía un ejercicio de inutilidad preparar la mesa en el salón.
Encendí la radio y me senté en el suelo. Otra costumbre más, otra acto de cotidianeidad que hacía tres años que no practicaba. Cuando teníamos prisa, Albert y yo hacíamos eso: un bocadillo o una pizza, una coca-cola zero para mí y un bote de cerveza para él, nos sentábamos juntos en el suelo de la cocina. Ahora era diferente, ahora él no estaba.
Tras comer y limpiar un poco la cocina me dirigí al dormitorio y me tumbé en la cama para empezar a leer el libro. El inicio anunciaba que me iba a gustar, quizás un poco violento, casi brutal, para mi gusto pero desde luego era interesante.
A las 18:00 de la tarde la casa se me vino encima y fue cuando reuní el valor suficiente para escribir un mensaje a mi marido, porque sí, seguía sintiendo que Albert era mi esposo y le necesitaba. Necesitaba oír su voz, sentir su presencia, su calor, aspirar su aroma, saber que iba a entrar por esa puerta de un momento a otro y no podía soportar esa ausencia, no podía soportarlo.
Tenemos que hablar, Albert
Esperé. Doble check azul, nada. Sin respuesta.
Insistí
No tienes por qué irte. Hablemos. Deja que te explique y luego te vas. Pero no tienes porqué irte de casa .
Otra vez doble check azul, otra vez sin respuesta.
Soy persistente.
Por favor
Esta vez sí recibí respuesta .Tengo mucho trabajo y no hay mucho de lo que hablar
Respondí
Por favor, Albert. Solo una hora
- Está bien. A las 22:00 en casa
Sonreí, me sentí radiante. Definitivamente era un gran día.
Ok. Gracias
Sabía que no iba a ser fácil, pero tenía una oportunidad. Vendría y hablaríamos, si conseguía razonar con él, si podía convencerle y abrirme podríamos reiniciar nuestra relación.
No sería cuestión de un día, no me hacía excesivas ilusiones, demasiado bien conocía a Albert, su magnífica memoria impediría que pudiera olvidar, pero también sabía que su capacidad para perdonar era enorme, era cuestión de llegar al botón que encendía su bondad innata.
Me animé pensando que, después de todo, no era tan grave. Sí, de acuerdo, a nadie le gusta ver que su pareja meta las bragas en la cazadora de su amante, ni mucho menos masturbarle pero, de alguna manera me engañé minimizando mi conducta y me consolé pensando que, al menos, podría negar que me hubiera acostado con Felipe y, dentro de lo malo, tampoco sabía nada del viaje a Irlanda.
“Un desliz”, eso le diría, que todo fue un desliz y que nunca volvería a pasar y sería verdad porque desde ese día no miraría a nadie que no fuera mi hombre, porque si algo había aprendido es que, sin lugar a dudas, Albert era mi hombre.
Sí, todo saldría bien. Solo tenía que esperar a las 22:00 y, mientras tanto, tenía un magnífico libro entre mis manos para disfrutar hasta que llegara esa hora. Sí señor, estaba siendo un día magnífico.