Un tratado imperfecto sobre el amor, 4

Después de todo no era tan tonto

VII

MARTES 5 de septiembre de 2019

Alberto.-

No habían pasado 24 horas desde que me instalé en casa de Jose cuando recibí un mensaje de Ignacio:

“Hecho abogado. Pero tengo que hablar contigo en privado”

“Estoy en el despacho. ¿Te viene bien en una hora?”

Doble check azul. Escribiendo…

“Perfecto”

Salí del despacho y llamé a mis dos compañeras,

-Patricia, Esther  ¿Tendríais la amabilidad de venir?

-“Sí, claro” contestó Patricia

-“Voy”, respondió Esther

Patricia, Esther… mis dos compañeras, dos mujeres de 26 de años, preparadas y con ganas de comerse el mundo, mi particular aportación a este sistema,   y guapas, muy guapas.

Patricia medía 1,65 cm, a lo sumo, pelo largo, moreno y de ojos azules, labios finos y pecho normal, ni grande, ni pequeño. Tenía una bonita sonrisa y lo mejor, sin duda, era su inteligencia. Dotada con una memoria exquisita y una capacidad de planificación y deducción digna del mejor de los estrategas.

Esther, en cambio, medía 1,80 cm., y era una auténtica mujerona, todo hembra, caderas anchas, ojos negros, castaña y mucho pecho, seria y perseverante, era incansable.

Las seleccioné a ambas, hacía un año, al revisar su currículum vitae, forzado por la repentina muerte de mi compañera Isabel, por un extraño cáncer de pecho (y, por favor, no me digáis que ya nadie muere por eso, porque no es cierto). Su muerte sumió a mi compañero Álvaro en una depresión que le llevó a abandonar el despacho.

-“Lo dejo, Alberto” me confesó “No aguanto ni un día más. Estoy agotado”

-Yo también estoy mal, Alvarito . Echo de menos a Isabel, pero hay que seguir, colega

-Te digo que no. Se acabó, Desconecto. Lo dejo. No puedo seguir, no quiero seguir. Quédate con el despacho. No lo quiero

-¿Y qué vas a hacer, tío?. Llevas toda la vida siendo abogado. Nosotros no abandonamos, nosotros morimos siendo abogados. Escúchame. Tómate un  tiempo, el que quieras. Descansa, relájate, vive. Yo te guardo el puesto. Solo te pido que me ayudes a preparar a dos abogados. Dos personas que puedan cubrir vuestro hueco. Yo solo no puedo, Álvaro

-Esto nos va a matar, Albert. Nos erosiona poco a poco, día a día, caso a caso. Mírate y dime que esto es lo que queríamos

-Ya no me acuerdo de lo que queríamos, Alvarito. Perdí eso en el camino. Pero sí sé que esto es lo que hay. Te digo lo que Burt Lancaster a Jack Palance, Nos quedamos porque tenemos fe, nos marchamos porque nos desengañamos, regresamos porque nos sentimos perdidos, morimos porque es inevitable. Este despacho fue el sueño de Isabel, nuestro sueño, Álvaro y ella murió soñando, joder, que el diablo se lleve mi alma si permito que esto se hunda. Por favor, solo te ruego que enseñes a quien elija, tres meses, no te pido más

-Está bien Alberto. Tres meses y me voy

-Trato hecho Álvaro… y gracias

-No hay de qué

-Una última cosa… ha sido la cita de “Los profesionales” lo que te ha convencido ¿verdad?

-“Claro que sí, cabrón manipulador” respondió sonriendo

-Sabía que memorizarla me sería útil algún día

Lo cierto es que, al final, fueron seis meses, pero una vez transcurridos, Patricia y Esther estaban preparadas. Patricia llevaría conmigo civil y penal, Esther, laboral y fiscal y yo llevaría, además, el tema administrativo.

No habría sueldos. A partes iguales en ingresos y gastos. Isabel estaría orgullosa y Álvaro también, cuando volviera, porque siempre he tenido la certeza de que volvería.

Así pues, señalé las gestiones a realizar:

-Patricia, por favor, lleva este expediente a Notaría, partición y adjudicación de herencia.

-¿A qué Notaría, Alberto?

-La de D. Luis. Esther, por favor, necesito que presentes este recurso de reposición en hacienda.

-¿En  registro?”, preguntó Esther. “¿No sería mejor presentarlo telemáticamente? Tengo certificado digital”

-Esther, lo quiero en registro y lo quiero ya

-Vale, vale, Alberto pero me siento como si fuera una puta esclava

-“No haberte echado novio”, bromeé

-“¿Con quién te vas a entrevistar, Albert?” preguntó Patricia, “¿Quieres que me quede?”

Patricia, a Notaría, por favor. Es un tema personal

-No me convence mucho lo que me dices, pero te haré caso… al menos, de momento

“Qué chica” pensé “No se le escapa ni una”

Me senté en el sillón del despacho y me dispuse a esperar a Ignacio.

No tardó apenas unos minutos. Se cruzó con Esther y Patricia. Entró y cerró la puerta.

-“Echa el cierre, Ignacio, y pasa” le indiqué

-Vaya par de jacas, Albert. Qué buenas están, sabes elegir bien, hijoputa

-Pasa y déjate de hostias. ¿Qué has descubierto?

-Problemas, Albert. Y de los gordos

VIII

Alberto.-

Nunca pensé que cuando pedí a Ignacio que pirateara el móvil de Francis iba a encontrarme con un embolado como aquél. Yo solo quería curiosear, saber cuándo comenzó su relación, pero aquello  sobrepasaba cualquier ataque de cuernos.

Ignacio me miró y me dijo “Problemas, Albert. Y de los gordos”

-¿A qué te refieres? Pregunté intrigado

-Vamos a ver, tronko. Me he metido en el móvil de Francis y, en efecto, tenía varios mensajes del tal Felipe. Por cierto, lo tenía como “Felipe”, madre mía. Como para ser espía, Francis ¿eh?. Algunos de los vídeos son muy fuertes, el resto, lo normal en una relación. Ya sabes. Tqm, Tqf, te follaba ahora mismo. Lo normal, vamos

-“Ya veo”, dije “¿Desde cuándo?”

-¿Desde cuándo, qué?”

-Joder, Ignacio, pareces nuevo. ¿Desde cuándo son los mensajes?

-Ahh, eso. No sé, pero diría que desde octubre, noviembre del año pasado. Pero eso no importa, Albert. Ayer, Francis recibió tres vídeos. Dos de un tal Juan y uno de Felipe

-¿Y?

-Pues que son muy fuertes, Albert. Y creo que están chantajeando a Francis

-“¿Tienes toda la conversación?”, pregunté intrigado

“Sí

-Dámela

Extendiendo la mano me entregó un  USB. Lo conecté al ordenador y se desplegó todo el contenido del whatsapp de Francis.

-“He seleccionado solo lo que afecta a Felipe y a Juan” me informó Ignacio. Me habría gustado aleccionar a mi “asociado” sobre la incongruencia de una selección cuando te estás pasando la Ley de Protección de Datos por el forro de los cojones pero, en fin, trabajaba para la policía o sea que tampoco es que se pudiera esperar mucho de “El Napias”.

-Has hecho bien, Ignacio. Eres un crack”

-Estooo, Albert

-Dime

-Los vídeos son muy fuertes, socio. Quizás no deberías

-¿Verlos?. Ignacio, ayer pillé a mi mujer metiendo sus bragas en el bolsillo de la chaqueta de su amante. En pleno Starbucks. Y, tras pedirse un café, le hizo una paja. ¿De verdad piensas que ya me va a doler algo que haga Francis?

No. No me iba a doler… me iba a destrozar, pero eso aún no lo sabía, o lo sabía pero no quería admitirlo, o simplemente soy un puto gilipollas sadomasoquista sin una pizca de dignidad, en todo caso iba a descubrirlo muy pronto.

Revisé toda la información y me quedé desolado. Estaba claro que todo era una encerrona. La disposición de los sucesos, la vuelta de Felipe al Centro, el proyecto de Juan, los votos precisos para lograr la aprobación del proyecto. Todo planeado o, al menos, así me lo pareció a mí.

Y vi los tres vídeos. El primero grabado hacía  tres años. El segundo, el año pasado y el tercero ayer mismo.

Según observaba las imágenes sentí mi alma desvanecerse, se difuminaba, se moría mientras me invadía una tristeza que ya sabía que no me abandonaría. Un vacío desolador, frío, que me inundaba por completo. Un súbito rechazo a cualquier atisbo de alegría se instaló en mí. Y no se me puso dura, no. No sentí endurecer mi miembro e hincharse las venas de mi polla. No calculé diferentes alternativas para montar, tríos, cuartetos, quintetos, orgías y demás porquería burguesa. Solo dolor, profundo, hiriente, maldito dolor, luché contra mi alma y conseguí evitar la aparición de las lágrimas. Toda esa humillación, contenida. Recuerdo que pensé “Trabajos de amor perdidos”.

Cuando terminé de ver el último vídeo miré a Ignacio y le dije: “Tenemos que averiguar si hay más, Ignacio”

-Me he adelantado. No hay más, Alberto

-¿Seguro?

-He pirateado los móviles de Francis, de Felipe y del tal Juan. Te digo que no hay más. ¿Qué hago con esto?

-Elimina los vídeos, Ignacio. Tanto del móvil de Felipe como del de Juan. Mantén los de Francis. Que sea ella quien decida si se los queda

-Pero Albert, los vídeos estarán grabados con cámaras

-¿Cómo accedemos a esos archivos?

-Ignacio, las cámaras de seguridad se borran a los dos meses para no vulnerar la normativa de protección de datos. Eso es un protocolo

-¿Y el del sindicalista?

-Ahí tendré que tirar de amistades, Ignacio. Eso ya no es de tu competencia. Es muy posible que tengan los archivos de sus ordenadores. ¿Si te paso sus correos electrónicos podrías …?

-Sí, Albert, puedo enviarles un virus que se cargue sus ordenadores. ¿Tienes sus correos?

-El de Juan sí. Tanto el privado como el del centro. Estuve asesorándoles durante mucho tiempo, y en cuanto al de Felipe, no lo tengo pero seguro que Francis y Juan, sí

-¿Sabes cuál es el de Francis?

-Joder, tío, claro que sí

-Pues a por ellos, Albert

-Cárgate sus ordenadores, Ignacio. Los tres, que se joda Juan, que se joda Felipe y que se joda el centro. A ver cómo sale de ésta ese hijoputa

-Dalo por hecho, abogado

-Tenme informado, Ignacio. Hazme ese favor

-Descuida. Esos ordenadores pueden darse por finiquitados. Voy a hacer un trabajo de orfebrería con ellos.

-Gracias, amigo. Te debo una … y muy gorda

-No me debes nada, abogado. Esto es lo que hacen los amigos

“Gracias, de verdad. Venga, vete ya. Yo me quedo aquí, tengo que hacer un par de llamadas

Ignacio se levantó, me abrazó y se dirigió a la salida

  • Ignacio… ¿qué te parece todo esto?

-Joder, abogado, una putada.

-¿Y el cabrón del sindicalista?

-Albert, tío. Las cosas pasan. Es así. No hay culpables, ni inocentes. Este tío, simplemente ha visto su oportunidad y se ha aprovechado. No hay más. No busques más. La gente cambia, la vida nos cambia

-Hostia, Ignacio, no te creía tan profundo

-Ya ves, abogado. Tuve buen maestro… Albert…

-¿Sí?

-Hay más

-¿Más?, define “más”

-No te lo iba a decir. No lo he puesto en el Usb. Te lo mandaré esta noche por email

-Joder, no me tengas en ascuas, Ignacio. Dime lo que hay

-Verás, Albert. En el móvil del sindicalista había más fotos y en el de Francis, también. Muchas de esas fotos tienen como elemento común una moto, fíjate en la matrícula y compara.  Te mandaré las fotos, Albert y sabrás lo que tienes que hacer.

-¿Cuándo las recibiré?

-En media hora

-Está bien. Venga, va, vete ya. Yo me quedo aquí, tengo que hacer un par de llamadas

Ignacio se levantó, me dio un abrazo y se marchó

-Ánimo, Albert. Saldrás de esta

-Lo sé, tío. Lo sé

Salió a la calle y cerró la puerta.

Me senté y repasé toda la situación. No pude evitar sentir lástima de mí mismo. Todo era una tontería, la terapia, mi relación, todo. Absolutamente todo era falso. Acudí a terapia pensando en salvar mi matrimonio y resultaba que mi matrimonio ya estaba roto, en absoluta caída libre desde hacía  tres años. Mientras mi esposa se tiraba a su amante en Dublín yo estaba con un triste psicólogo pasando horas y horas de absurdo dolor. Dios, qué gilipollas me sentía. Y, encima, tenía que sacarle yo las castañas del fuego. “En el pecado lleva la penitencia”, pensé. Ya,  … como si eso fuera a consolarme.

Recibí el email prometido por Ignacio y repasé las fotos. Fotos del día a día de un profesor de música con su “súper moto”. En diversos centros de enseñanza secundaria, en el campo, en un circuito y en todas ellas apoyado en la moto, orgulloso, con su casco en la mano.

Más fotos. Esta vez del móvil de Fran, perdón, de Francis (apunté mentalmente “no más Fran”) algunas de ellas las reconocí. Eran de hace un año, año y medio, frente a nuestra casa, ahí posaban Fran (joder, que no es Fran), Alex y Pilar y, justo detrás de ellos, una moto. Cotejé las matrículas, después de todo Ignacio no daba puntada sin hilo. Y, de repente, caí en la cuenta y un frío me recorrió la columna vertebral.

Levanté el teléfono y marqué un número.

Una voz áspera, ronca, grave atendió la llamada,

-¿Sí? ¿Quién es?

-Joya. Necesito un favor

-Coño, “Puertas”, ¿qué necesitas?

-Nada, algo sencillo. ¿El móvil está controlado?

-No. Este es seguro

-Bien, necesito que entres en una casa con tu gente, que localices una cámara y que quemes una moto. ¿Podrás?

-Claro que sí. ¿Acaso lo dudas?

-Te he llamado, ¿no?

-¿Para cuándo lo quieres?

-Mañana mismo, “Joya”

-¿Con los dueños dentro?

-No, tío. Solo quiero la cámara y la moto quemada. ¿Cuánto va a ser?

-Me cago en la puta “Puertas”, no me ofendas. Llevaste los papeles de la muerte de mis padres sin recibir nada a cambio, nunca me has pedido nada, esto lo paga la casa.

-Gracias, figura

-A mandar, “Puertas”… ¿Todo bien?

-Sí, claro, como la puta seda. Abrazo, hermano

-Abrazo “Puertas”, ¡Ah!, mándame la matrícula

-Desde luego, espera …

Pensé “Al menos, alguna hostia mía se van a llevar, por lo menos el “Motorista Fantasma” y sonreí ante mi ocurrencia.