Un tratado imperfecto sobre el amor, 2

La realidad a base de bolsas de basura y whatsapp

III

Alberto.-

-“Un placer, Francis”

Y me di la vuelta. Sabía que le daba la espalda a toda mi vida y a toda esa situación.  Lo he dicho antes, no tenía un plan.

Intenté mantener la mayor dignidad posible, alcé la cabeza (con cuidado para que mi cornamenta no rallara el techo de la cafetería, tampoco era cuestión de gastarse un dineral arreglando falsos techos de escayola) respiré profundamente y me dirigí hacia el parking.

Todo muy digno, sin una lágrima, sin ningún reproche, recuerdo que pensé. “Mierda, encima no me he comprado el CD”.

Resulta desconcertante cómo puede cambiar tu vida en pocos minutos. Se suponía que iba a recoger el informe de un psicólogo, hacerme un escáner y a tomar un café con el Director del centro de enseñanza donde trabajaba mi esposa. Juan, ese era su nombre, quería que le aclarara algunas cuestiones que afectaban al Instituto y en las que le eché una mano en forma de asesoramiento jurídico sobre ciertos expedientes especialmente complejos. Para evitar que me tuviera que trasladar hasta su despacho me sugirió que la reunión fuera en la cafetería del Centro Comercial donde solía acudir habitualmente.

Como siempre, llegué antes, solo para descubrir que Juan había enviado un mensaje vía whatsapp para anular la cita.  “Al mal tiempo, buena cara” me dije, “ tomo un café y me voy al Fnac a comprarme algún CD de música rockera”.

El resto, como sabéis,  es historia.

Tras mi huida de la cafetería, me metí en mi coche, encendí la radio y puse el modo CD. “Motorbreath” de Metallica sonó a pleno pulmón y al compás de su sonido un plan comenzó a forjarse en mi mente.

Lo primero, llamar a Jose, mi amigo, y lo digo en singular, yo solo tengo dos amigos, el resto son conocidos.

-“Necesito casa, Jose”

-“Joder, Albert qué sorpresa. Ya sabes que tienes casa, sin problemas. Dame dos horas, tronko”

-“Guay. Nos vemos en dos horas. Pero dos horas, tío, que voy con ropa”

-“Sí, sí, dos horas.”

-“Venga, va, nos vemos”

Lo segundo, llamar a Ignacio, colega del barrio, experto informático, no sé si anonymous, estoy seguro que hacker y colaborador de la policía, (joder, qué cosas), nombre código: “El Napias”.

-“Ignacio, tío … ¿puedes hackear móviles?”

-“Coño, Albert, cuánto tiempo, ¿cómo va todo?

-“Como la puta mierda, Ignacio. Repito: ¿puedes hackear un móvil?”

-“Sep”

-”Necesito que me piratees dos, pero solo tengo un número. Imagino que tendrás que tirar de whatsapps. Busca el de un tal Felipe y me sacas todos los archivos que tenga, tío… ya sabes, fotos, vídeos, cosas así. Es posible que el nombre sea Sindicato, o enlace, o, incluso, música”

-“Oye, oye, no te dispares abogado. Eso tiene precio y caro. Si voy a tener problemas con la madera, joder, que sea cobrando. ¿De quién es el número?”

  • “De Francis”

-“¿De tu mujer?”

-“Sí”

-“Hostia, perdona Alberto. No te preocupes. ¿Has dicho Felipe?”

-“Sí. Es profesor de música y enlace sindical del sindicato en el centro donde curra Francis”

-“Aha. Dame tres días. Quizás dos”

-“Vale. No hay prisa. ¿Cuánto va a  ser?”

-“Nada, tío, nada. Te debo mucho”

-“Algo tendrás que cobrar”

-“Que no, que esto lo hago por la patilla. No insistas, Albert”

-“Gracias colega, te debo una”

El plan iniciaba su camino…

Fui a casa y constaté que había calculado mal el tiempo. ¿Cómo embalaba toda una vida en dos horas? Era imposible. Opté por la rapidez y la eficacia.

Retiré toda mi ropa y mi calzado del armario, vacié mi mesilla de noche. Siete bolsas de basura bastaron. No se me escapó la ironía de la escena y no quise evitar sentir el sarcasmo. Toda mi vida en la basura. Joder.

Añadí al lote un par de torres de CD, ya recogería otro día mis vinilos, mis películas, mis libros, mis comics y el resto de mi música. Ahora imperaba la celeridad.

Recordé que tenía el móvil en modo silencio y lo conecté, quizás esperaba que hubiera mensajes o llamadas perdidas de Francis. No fue así.

Ni una llamada perdida, Ni un mensaje.

Bajé las últimas bolsas de basura al coche, cerré la puerta del maletero y encendí el motor, todo muy rápido, muy torpe, me daba la impresión de estar huyendo, de esconderme. Esta vez sonaba el “Hot rockin” de Judas Priest y me sumergí en el punteo de las guitarras de Glen Tipton y K.K. Downing.

Sería la penúltima vez que saldría de ese portal. Conseguí reprimir mi dolor y atravesé la ciudad con destino a la casa de mi amigo.

IV

Francis.-

-“Vaya  papelón” dijo Felipe

-“Sí, no ha sido agradable” respondí

-“ ¿Crees que debo temer algo de tu marido’. No sé, es abogado. “

-“¿De Albert?. No, hombre, no es su estilo. Sabe encajar, aunque me sorprende que no me haya dicho nada sarcástico. Eso sí, Felipe, si alguna vez te lo encuentras, no le saludes… y no le sonrías. Es rencoroso, y no se lo tomará a bien”

-“Qué sorpresas da el día, camarada”

-“Pues sí que los da, sí…. ¿follamos?, ja, ja, ja”

-“Mmmmmm, sí, pero vamos a mi casa”

-”Te voy a dejar seco, profe”

-“O sea, como siempre, jefa de estudios”

-“Suplente, amor mío, jefa de estudios suplente. Soy jefa de estudios porque Pedro está de baja, muy a pesar de Juan, ja, ja, ja”

Me sentía liberada. Una nueva vida se abría ante mí, Un nuevo amor, un nuevo propósito, nuevas sensaciones, nuevas experiencias, nuevas reglas y nuevas vidas. Albert podía reconstruir su vida, era un buen abogado y siempre se quejaba de no poder dedicarse más tiempo al trabajo. Los niños ya eran mayores y teniendo que estar un año en Dublín nuestro divorcio apenas les afectaría..

Tenía pensado solicitar una comisión de servicios para trabajar en Estados Unidos durante dos o tres años. Nuestros hijos, Alejandro y Pilar, podrían venir conmigo y perfeccionar tanto su inglés como su formación. Había trabajado muy duro todos estos años para reunir los suficientes méritos para poder conseguirlo sin tener que pedir favores a nadie y menos a Juan, el director de mi centro.

Sorprendentemente, todo estaba saliendo mejor de lo que pensaba y me disponía a celebrarlo por todo lo alto con Felipe.

Enfilé mi coche a la casa de mi compañero. Mientras conducía le miraba de reojo, estaba ahí, tan cerca, en el asiento del copiloto que no pude evitar sentirme traviesa y, alargando mi mano derecha ponerla sobre su paquete, presionando por encima del pantalón y, frotando, conseguí invocar una erección.

-“Eres mala, Fran”, me dijo Felipe mientras me miraba

-“Síiiii, lo soy. Te quiero a punto”

-“Espera, que ya estamos llegando. Gira a la derecha y aparca donde veas libre”

Llegamos a su casa, un piso alquilado de 54 metros cuadrados en pleno centro de Madrid que, al parecer, compartía con Ana, la profesora de Educación Física que también era compañera nuestra.

Nada más entrar, sentí la imperiosa necesidad de hacer el amor y, sin más preámbulos, arrojé mi chaqueta al suelo, me quité la camisa, la falda, el sujetador y las braguitas, para mostrarle a mi hombre mi coñito depilado. Era la sorpresa que le quería mostrar en la cafetería, la razón por la que le di mis braguitas, quería que me tocara entre mis muslos y lo descubriera allí mismo. Todo se había torcido, es verdad, pero ahora no había nada que lamentar y, sin ningún miedo, me eché en sus brazos y comencé a desnudarle rápidamente, violentamente.

“Fuera esa chupa” ordené mientras le quitaba la cazadora de cuero y le bajaba el pantalón para recrearme en esa polla que me era tan familiar.

Le empujé hacia el sofá y, sentándome a su lado, inicié una mamada. Lamí su pene, despacio, con delicadeza, chupando sus testículos, metiéndomelos en la boca e iniciando una masturbación mientras introducía su falo en mi cavidad bucal. Empezó a respirar agitadamente, a gemir y tragué.

Tragué toda esa carne hasta que me llegó a la laringe. Mamé como nunca había mamado a Albert, jugué con ese miembro como una niña pequeña con su juguete favorito, como una mujer liberada, no como esa mujer pacata, timorata y asexuada que había vivido 25 años con un hombre.

Y me sentí muy golfa, muy puta, muy deseable, quería mostrarle a mi cómplice que soy una mujer que quiere sexo y que sabe cómo conseguirlo

-“Me corro”, aulló Felipe, “Toma leche, zorrón, toma, toma, ufffff, diossssss, tomaaaaa”

-“Mmmffffsííííí” acerté a decir, “Dame toffdatussslecheeegfffs, córreteeeeeemmfgfs”

Directo a la garganta, así llegaron dos latigazos de esperma que inundaron mi boca.

-“Jooooder, qué bien la chupas cabrona, siempre me sorprende que seas tan guarra”

-“Es que me pones muy cachonda, amor, habrá más, ahora que estoy libre”

-“Sí, Fran. ¿qué te parece si comemos algo? ¿Por qué no me preparas algo mientras me ducho?”

Ese comentario sobraba por lo molesto y así se lo indiqué

-“Oye, yo follo contigo, pero no cocino para nadie”

-“Ja, ja, ja, no te enfades, mujer. Supongo que cocinaba el cornudo ¿no?”

Eso también sobraba

-“El “cornudo” como tú dices, tiene nombre. Y ya no es un cornudo es mi “ex”, por lo que te rogaría más educación cariño y, sí, cocinaba él”

-“Ja, ja ,ja, no le arriendo las ganancias al picaplietos”

Le miré, y su sonrisa se congeló. No sé por qué pero me dolió en el alma que se burlara de “mi Albert”. Quizás porque nunca le permití a mi marido que me amara como lo hacía Felipe, porque nunca le dejé que me comiera el sexo a pesar de lo insistente que era, porque nunca le permití que me hiciera el amor sin protección.

Solo follamos a pelo para tener a Alex y a Pili, y eso cuando follábamos. La verdad es que nunca me apetecía hacer el amor, probablemente por la educación que recibí o por mi círculo de amigas, todas cornudas, todas divorciadas. No sé la razón pero me molestaba el sexo y encontré en Albert el hombre ideal. Barriobajero pero culto, educado, limpio e inteligente, sobre todo era inteligente.

A veces daba la sensación de estar en otro lugar, en un nivel superior. Cuando hablaba con él me daba la sensación de que se esforzaba por no reírse de mi ignorancia.

Siendo Jefa de estudios suplente en no pocas ocasiones me asesoró en diversos problemas que tuvo el centro. Problemas delicados que él resolvía en minutos con un asesoramiento mezcla de jurídico y de calle que a nuestro director le vino de perlas. Siempre he sospechado que parte de mi ascenso profesional vino como consecuencia de Albert.

-“Vamos a llevarnos bien, Felipe. Si quieres que esto funciones respeta a Albert, ¿estamos?”

-“Claro que sí, cielo. Perdona. Por cierto ¿Qué vas a votar en el proyecto de Juan?

-“No”, claro”. “No puede haber otro voto. Es un proyecto vacío, torpe, sin ninguna previsión y adolece de cualquier evolución tecnológica, solo apoya a la asignatura de religión. Es más un proyecto político que educativo. Mi voto es “No” y así se lo dije a Juan”

-“Sabes que necesita tu voto, Fran”

-”Y el tuyo Felipe” repuse “Ambos somos delegados sindicales”

-“Sí, pero tú eres la jefa de estudios, tienes voto de calidad”

-“Suplente, Felipe, es mera coincidencia. Pedro le habría votado que sí, pero yo no soy Pedro. Yo lucho por lo que creo, cueste lo que cueste. Eso es lo que me has dicho siempre”

-“¿Quién yo, yo te he dicho eso?. Ni me acuerdo”

Es verdad, pensé, esa frase era de Albert. Me di cuenta de la gran influencia que ejercía Albert en mí. Y en esas estaba cuando sonaron dos mensajes de whatsapp …