Un tratado imperfecto sobre el amor, 18
Un final, ¿un nuevo comienzo?
CAPÍTULO XIX
AZKEN GUDA DANTZA
La última danza de guerra
Martes, 3 de octubre
00:10
UN DIARIO PARA “PUERTAS”
Alberto.-
Entrada 7.-
Es muy probable que esta sea la última vez que escriba algo en este diario. Por fin he disipado todas las tinieblas que había a mi alrededor. No hay necesidad de más terapia, me siento libre y despejado. Mi mente ve con claridad y mi mano tiene pulso firme.
Me ha costado acostumbrarme a ver mi cara en los espejos pero, afortunadamente, lo he conseguido. Estoy tachando en mi corazón todas esas tareas que tenía pendientes. No me había equivocado en absoluto, Felipe y Juan. Menudos dos personajes. Me faltaba todavía un misterio que resolver pero cada vez me resultaba más irrelevante.
¿Por qué me odiaba Felipe?
No lo sé y cada vez me importan menos las razones que tenga para hacerlo, ha sobrepasado cualquier límite y tengo la certeza de que pagará por lo que ha hecho tarde o temprano. Ha mordido más de lo que podía tragar y todavía no lo sabe. Pero lo va a saber, a su debido tiempo lo va a saber.
En cuanto a Juan, bueno, ¿qué puedo decir?. Viene a mi despacho con un aparatito que sirve para localizar escuchas digitales, bluetooth y demás mierdas informáticas. Debe creerse James Bond y no sabe que las escuchas las grabo con mi radio-casette y mi cinta de la Deutsche-Grammophon, “Adagio” es el título y podías escuchar el Adagio de Albinoni, Jesus bleibet meine freude de Bach o el Adagio Assai de Ravel.
Lo inesperado de la llegada de Juan me ha obligado a trucar una de mis cintas favoritas colocando un poco de celo sobre los huecos de la cinta. Me ha dolido en el alma pero ahora tengo cogido de los huevos al Sr. Director, y el muy lerdo todavía no lo sabe.
El resto de la tarde la he pasado escribiendo dos cartas que mañana enviaré por correo. Escrita de mi puño y letra, a la vieja usanza, órdenes y sugerencias cortas y precisas. Y ahora que busquen en la nube.
En un mundo digital o virtual (desconozco el término exacto) la única manera de pasar desapercibido es usar el sistema analógico o manual de toda la vida. Cómo me gustaría estar presente cuando estos dos idiotas sean conscientes de lo que les viene encima.
El precio a pagar es caro, demasiado diría yo, pero merece la pena de todas, todas. Durante todo un mes he estado a merced de diferentes personas. Todas ellas empujando, agrediendo, dañando y dejándome en esta posición, con mi alma hecha girones, mi cara destrozada y teniendo que salvar el futuro de mi hija y de mi futura ex esposa. Otra vez esa ironía de tener que arriesgarme para lograr que las personas que más quiero tengan que alejarse de mí.
Lo asumo, no me importa pero como diría Cesare Pavese en “El Oficio de vivir” hay que hacer algo definitivo, dejar un mensaje, algo para que Jose y Francis aprendan algo:
“No palabras. Un gesto. No escribiré más”
Juan ha conseguido enturbiar mi vida, ha apagado la poca luz que me quedaba. Pero no ha contado con un pequeño detalle, y es que yo nací en la oscuridad, me he criado en ella y moriré en ella, me desenvuelvo bien en la negrura.
Soy Alberto, soy “el abogado”, soy “el puertas” y tengo la certeza de que lo que vaya a pasar, de las incontables alternativas que puedan darse, se va a hacer de una manera… la mía. Y la luz… la luz será para mis hijos.
PREPARATIVOS DE GUERRA
10:30
Jose.-
Recibí un whatsapp de Albert, “A las 11:00 me pasaré por tu casa a retirar mis cosas.”
Mi respuesta fue un “Ok” escueto. Sabía perfectamente cuál era mi situación y lo que había hecho. No fue la manera en la que hubiera deseado que ocurrieran las cosas pero tampoco me arrepentía.
Ya habría tiempo para hacer las paces. El nuevo orden de las cosas haría ver a Albert que todo lo que había hecho le beneficiaba. Mi amistad permanecía inalterada y, aun mas, reforzada, porque sentía que estaba a su misma altura. Mi vida estaba equilibrada y la lealtad que le profeso demostraría que ahora todo iría mejor.
Poco después sonó una llamada de Fran. No tenía muchas ganas de atenderla. Tras la noche que pasé con ella, lo último que me apetecía era tener que sufrir sus muestras de amor o que se iniciara una relación con contínuos mensajitos cargados de emojis estúpidos y corazoncitos palpitantes.
Nada más lejos de la realidad. Sonaban tambores de guerra cuando descolgué el móvil.
-“Buenos días” dije sin ganas, cuando escuché una voz fría
-Eres un hijo de puta.
-Sí, eso dicen muchas últimamente.
-Te has burlado de mí, me hiciste creer que Albert era un infame y resulta que todo era un relato pornográfico. Me has engañado…
-Un momento, un momento, Fran, ¿Que yo te he engañado? Vamos a ser serios y, sobre todo, seamos honestos. Yo no te he engañado, yo no te he forzado, yo no te he manipulado, cúlpame si eso sirve para aliviar tu conciencia pero tú sabes la verdad.
-¿Verdad, qué verdad? si tú solo me has contado mentiras, ni siquiera me hablaste del intento de suicidio de Albert, ni de su confinamiento. Me has tenido a oscuras si eso no es manipularme, cuéntame qué es.
-¿Manipularte? pero Fran, ¿aún sigues con eso? ¿De verdad te crees todo lo que me estás diciendo? ¿Sabes lo que te pasa, Fran?. Que eres una hipócrita.
-¿Yo, una hipócrita?, Ja
-Shhhh, calla, coño y déjame hablar. Sabías perfectamente cuál era el número de la habitación de Albert. Habitación 207, ¿recuerdas?, pero no fuiste a verle al día siguiente, ni llamaste al hospital para preguntar por él. No, te resultó más sencillo delegar en mí y cuando pasaron los días y seguías sin tener noticias de él, te dedicaste a mandar mensajitos por el whatsapp en lugar de ir en persona. Eres una cobarde, Fran. Como todos los traidores, como yo, otro traidor. Pero yo sé lo que soy y lo acepto mientras que tú buscas excusas, diluyes tu responsabilidad en los demás. Yo no te engañé, Fran. La puta verdad de todo este feo asunto de cuernos es que decidiste no creer a Albert.
No tuviste ni un mínimo de fe en él. Dices que te tuve a oscuras. Joder, Fran, Albert dio su vida por ti. Estuvo clínicamente muerto por defenderte. Tú eso lo sabías pero, a pesar de todo, no te costó nada creerte la historia que te conté.
¿Qué era para ti Albert? Piénsalo detenidamente, observa la sucesión de hechos, es fácil, déjame resumirlo: le pusiste los cuernos con tu compañero de trabajo, posteriormente Albert recibe una paliza de tres tíos que iban a por ti, le dejan en coma y le destrozan la cara. Sin embargo diste más credibilidad a la milonga que yo te conté que a tu esposo. Tu esposo, Fran, tu marido, ese que estuvo ahí siempre a tu lado. El hombre que nunca te falló.
Dime, Fran ¿Qué hay que hacer para ganar tu favor? ¿protegerte? No, eso ya lo hizo Albert y no le sirvió de nada. ¿Serte fiel? Tampoco, por lo que he visto de tu matrimonio, entonces, dime, ¿qué hace falta?
Humillar a Albert y follarte, Fran, eso es lo que hace que tú te entregues a alguien. Por eso, cuando entró en la habitación y nos vio juntos tú empezaste a gemir. Querías que lo oyera, deseabas hacerle daño, hacer sufrir a la persona que lo dio todo por ti, literalmente.
-Eso no es verdad, yo le amaba, respondió
-Puedes seguir mintiéndote, pero yo prefiero ver mis fallos de frente.
-Y tú ¿crees que eres mejor que yo? Eras su amigo, su hermano, te cuidó siempre, se preocupó porque mejoraras, te buscó empleo y te introdujo en el sindicato y tú te acostaste con su mujer. No eres mejor que yo, en absoluto.
-Ni lo pretendo, Fran. Yo soy consecuente conmigo mismo. Me acepto tal y como soy y me costará años recuperar mi amistad con él pero me esforzaré y le cuidaré. Ya no tengo cuentas pendientes con él, ya no tengo odio, y en mi corazón solo hay amor para mi amigo.
-Tienes razón, Jose, soy un monstruo pero tú eres igual que yo. ¿Por qué le hemos hecho eso?
-Porque somos seres que tenemos una oscuridad dentro y Albert es luz. Al principio nos encanta vivir bajo su inteligencia, su sonrisa, su brillo pero, a la larga, esa luz nos quema, nos hace daño y lo único que queremos es apagarla. Con el tiempo olvidamos lo que era vivir en la oscuridad y nos creemos invencibles y cuando conseguimos destruirle nos damos cuenta que no podemos vivir sin él. Hay un dicho vikingo que dice: “Añoras la luz del sol cuando ya la noche ha caído, la mujer cuando ha muerto, la espada cuando la has blandido, la cerveza cuando la has bebido”
La noche ha caído, Fran y ahora volvemos a vivir en nuestra oscuridad primigenia.
Sabes que es verdad, sabes que es así, ven esta tarde a mi casa, hagamos el amor, compartamos nuestra oscuridad, prepararé algo de cenar y dormiremos juntos.
-Jose, escúchame bien, iré a tu casa, sí, pero no haré el amor contigo, no cenaré contigo, no dormiré contigo. Me llevaré la carpeta y me iré de tu vida. No soy digna de Albert, eso lo sé ahora y no creo que pueda volver a amar a ningún hombre. Me mata saber que nunca podré recuperarle y me aterra la posibilidad de vivir el resto de mi vida sola, sin él. Eso es lo que me espera, la soledad porque si no está a mi lado aunque haya mil hombres junto a mí, estaré sola.
Yo también asumo mi condición de infiel pero nunca volverás a tenerme. Yo cargaré con mi castigo, carga tú con el tuyo. Nos vemos a las 14:00.
Y así terminó la conversación. Miré el móvil durante un fugaz instante y me lo guardé en el bolsillo. Aún tenía que cumplir con mi horario laboral y tenía claro que le entregaría la dichosa carpeta. Puede que no le cayera bien pero jamás podría decir de mí que no cumplo con la palabra dada.
13:00
Alberto.-
Apenas me llevó una hora retirar las siete bolsas de basura que contenían mis cosas. Localicé rápidamente la carpeta amarilla de marras. “Joder”, pensé, ”ni siquiera se ha molestado en guardar la carpeta. Es un puñetero desastre”.
Observé la botella rota de Dom Perignon arrojada contra la pared. “330,00 €.- a tomar por culo” fue lo que rumié cuando vi los cristales y la mancha en la pared. El olor a alcohol era fuerte. Decidí recoger los cristales, fregar el suelo y ventilar el piso, tampoco era cuestión de ser un guarro.
Además, estaba buscando otra cosa y me iba a llevar algo de tiempo. Media hora después y tras una rápida búsqueda encontré lo que buscaba, una Beretta 92 9 milímetros parabellum que le regalé en su día a mi amigo para que la llevara cuando ejecutara alguna acción si la cosa se ponía difícil.
La tenía escondida, junto a su funda, oculta detrás de una caja de uno de los armarios empotrados que tenía. Recogí la pistola y me coloqué la funda de pistola de pecho con correa para el hombro, encima de ella mi chaqueta y mi abrigo. Comprobé que no se pudiera ver y tras pasar el correspondiente examen ante el espejo de la habitación de Jose me marché de allí.
Estuve tentado de orinar en su cama pero eso demostraría dos cosas: que soy un asco de persona y que me importaba. No, mis deudas con Jose no se saldarían así.
Tras guardar las bolsas y esconder la carpeta y la pistola en el maletero de mi coche me fui a la notaría y, posteriormente, acudí al médico que me aconsejó Carlos para retirar los resultados del escáner de mi cabeza. Un sobre cerrado contenía el informe de lo que me aquejaba. Abrí la carta y, tras leer el informe, lo guardé en la carpeta y puse rumbo a mi despacho.
No tardé demasiado en llegar, mis compañeras aún estaban dentro. Estacioné mi vehículo frente al despacho, me bajé y me acerqué a ese coche que ya tenía tan localizado.
-¿Le apetece un café, Tania?, inquirí
-Vete a la mierda, me respondió
Decididamente, la Subinspectora Velasco era dura.
13:05
Patricia.-
A lo largo de mi vida, muchas personas me han definido como “demasiado directa”, “carente de paciencia” y términos similares que demuestran que son inconvenientes más que ventajas. En cambio, yo siempre he pensado que son virtudes que tengo.
Durante los últimos cuatro días apenas había cruzado palabra con Albert, le veía ensimismado. Más que nunca. No sabía en qué ocupaba su mente pero no era nada bueno.
Se notaba en todos sus gestos. Entraba, sin saludar, directamente al despacho, cerraba la puerta, cogía el teléfono y hacía sus gestiones o, al menos, eso creo yo. Sea como fuere, no iba a permitir que nuestra relación se deteriorara más. Había acudido a una clínica de inseminación artificial que me aconsejó Carlos, el galeno al que Albert apodó como “Doctor Muerte”.
A los dos días de que Lara me sorprendiera con la noticia de que iba a tener un hijo de Albert acudí a la clínica para que me introdujeran semen que había obtenido durante las noches en vela en las que le masturbaba para que despertara. Tenía muy claro que no iba a dejar que nadie me ganara por la mano. No sé si sería el tratamiento o el polvo tan salvaje que tuve con él pero sentía que estaba embarazada y no iba a consentir que se posara una nube negra sobre nuestras vidas.
Podía asumir perfectamente que Alberto no me quisiera, me era indiferente que amara a otra porque me bastaba con el amor que siento por él. Un amor intenso, febril, de absoluta entrega. Una pasión que me invadía y que negaba la existencia de cualquier impedimento hacia nuestra relación.
Iba a tener un hijo suyo. Ni en mis mejores sueños podría haber pensado que me quedaría embarazada de ese hombre, ni en mis más locas fantasías podría pensar que sería tan feliz. Quería contárselo a Lara, decirle que podríamos quedar juntas y cuidar a los niños, como si fuéramos hermanas, unidas por el amor que sentíamos por Albert.
De repente, podía asumir cualquier cosa, entendía que no quisiera tener una relación conmigo porque era muy joven, comprendía sus reticencias y sus miedos a no poder estar a la altura, y me reía para mis adentros pensando en lo tonto que era, en lo maravillosamente inocente, y en qué poco conoce a las mujeres. Qué estúpido es el hombre que piensa que una mujer solo valora el sexo, la mayor o menor longitud de su pene, los trucos eróticos que conozca o la capacidad que tenga para conseguir que una mujer se corra.
No, las mujeres damos importancia al sexo, claro está, pero lo que más valoramos es que nuestro hombre sea atento, educado, bueno, trabajador, que nos sea fiel, que podamos construir un futuro. Yo con Alberto tenía ese futuro, un trabajo juntos, una pasión común por los cómics, por la música y no iba a echarla por la borda. Si prefería quedarse con Lara lo admitiría, qué remedio, pero siempre estaría con él, a su lado, con nuestro hijo y su hermanito y sería tremendamente feliz.
Entré dispuesta a hablar con él y no se me ocurrió llamar a la puerta, exceso de confianza supongo. Lo que vi me asustó. Allí estaba Albert, sentado en la silla y con una sobaquera de la que asomaba una pistola, estaba atendiendo el teléfono y tomando notas en su agenda.
-Sí, … mañana … a las doce, sí, sí,… allí. Todo controlado. Yo he cumplido, procura cumplir tú.
Y, junto a la agenda, un cuchillo de montaña de los veteranos de la COE dentro de una funda.
-¿Qué es eso, Albert?
-¿El qué, Patri?
-Esa pistola, ese cuchillo, ¿por qué los llevas?
-Ah, eso, es que he ido a casa de Jose a llevarme mis cosas y esto era mío, así que me lo llevé.
-Joer, Albert, no me puedes dar esos sustos.
-Perdóname Patricia, no era mi intención. Anda siéntate y me cuentas qué es lo que quieres de mí, porque tú siempre quieres algo, ja, ja. Por cierto, estás preciosa, radiante, eso es, estás radiante.
-Jo, Albert, yo… lo siento, lo siento mucho. Siento que te avergüences de mí.
-Pero qué dices, chiquilla. ¿Avergonzarme yo de ti? ¿Por qué, cielo?
-Soy una pesada, lo sé, y demasiado lanzada, pero yo te quiero, te quiero más que a mi vida y siento que te pierdo.
-Oh, Patri, yo también te quiero y mucho, pero te lo dije el otro día, soy demasiado mayor y tú tienes tanto que ofrecer que no podría estar a tu altura. ¿Sabes el mito de Titono y Eos?
-No, no sé mucho de mitología.
-Titono era hijo de Laomedonte, el rey de Troya y hermano de Príamo. Era, por tanto, mortal y tenía una belleza deslumbrante, tanta era su gracia y su hermosura que la Diosa Eos, la Aurora, se enamoró de él. Eos voló hacia el Olimpo y, arrojándose a los pies de Zeus pidió para Titono la inmortalidad, pero en su prisa olvidó pedir la eterna juventud de modo que Titono fue haciéndose cada vez más viejo, encogido y arrugado, hasta que se convirtió en un grillo. Yo no quisiera que me vieras nunca así, cielo.
-Pensarás de mí que soy una fresca.
- No, qué va tonta, eres mi niña. Me has dado estos días nuevas razones para vivir, para intentar ser feliz. Desde que te conozco no recuerdo ningún día en el que no me haya bañado con tu sonrisa, con tu luz.
Esther y tú sois magníficas, maravillosas y cualquier hombre que acabe con vosotras podrá considerarse afortunado.
-Os estoy oyendo, par de pervertidos, gritó Esther desde su sitio.
-Pues ven aquí, bruta, y dame un beso y un abrazo” exclamó Albert mientras me dio un piquito en los labios.
Entró sigilosamente Esther, se acercó a Albert y le dio un beso. Albert le correspondió con otro y dijo:
-Cualquier hombre.
14:00
Jose.-
Llegué a mi casa a las 13:45, salí un poco antes del trabajo. Había quedado con Francis a las 14:00 y no quería defraudarla. Iba a entregarle la carpeta de los cojones y a olvidarme del asunto. En la puerta me esperaba ella. Su cara no era precisamente de felicidad cuando me vio.
-Buenas tardes, me saludó
-Buenas tardes” contesté pensando “algo es algo, al menos no me ha matado.
Abrí la puerta y entré con ella.
-Venga, dame la carpeta y me marcho que tengo hora en la peluquería y no quiero llegar tarde.
-Ahora mismo, dame un minuto, manifesté, estaba por aquí.
Habría jurado que la carpeta estaba sobre la mesa, busqué en las estanterías, en los armarios, pero no aparecía y Francis empezaba a dar muestras de nerviosismo.
-¿Qué pasa? ¿dónde está? dijiste que me la darías. No me jodas, Jose.
-“No está, la carpeta no está”, y entonces vi que la botella rota de champagne no estaba, alguien había recogido los cristales y fregado el suelo y, entonces, caí “ha sido Albert, ha tenido que ser él. Me dijo que iba a venir a por sus cosas, ha debido ver la carpeta y se la ha llevado para vengarse.”
-¿Me dices que Albert ha estado aquí y que se ha llevado esa carpeta.?
-Sí, eso, ha tenido que ser él. Nos ha jodido a los dos, Francis, lo siento.
-Oh, no lo sientas, Jose. No me preocuparía por eso.
-¿Cómo? ¿Qué quieres decir?
-No puedo imaginar que la carpeta esté en manos más seguras que las suyas.
-¿Estás loca? ¿Tú sabes lo que puede hacer con esa carpeta?
-Sí, desde luego que lo sé … protegernos, eso es lo que ha hecho siempre… protegernos. A pesar de todo lo que le hagamos él siempre nos protegerá ¿o es que todavía no te has dado cuenta?
-“¿Estás segura?, espera, espera, no te vayas ¿dónde vas?”, intenté seguir la conversación mientras ella se dirigía a la puerta. Resultó imposible y solo obtuve una frase de ella antes de salir a la calle.
-Primero a la peluquería y luego a buscar a mi marido
Finalmente, me quedé solo en mi casa, pensando en todo lo que había ocurrido, y en que quizás, solo quizás, me había equivocado y que no sabía cómo podría devolver lo mucho que había arrebatado a mi amigo.
19:30
Esther.-
Albert se había marchado un poco antes para dejar las cosas que había recogido y llevarlas a la casa de Patricia. Nos costó mucho convencerle, pero finalmente tuvo que ceder ante nuestra insistencia. No podía llevar todas esas bolsas negras a una pensión.
Nos pusimos serias porque no nos quedaba otra. Nuestro compañero era muy tozudo y muy orgulloso, tenía ese deje machista de que no permitía que una mujer le ayudara. Siempre lo intentaba disimular y siempre tenía muy poco éxito.
Eso sí, me daba igual que fuera cabezota, porque yo lo era más.
El caso es que aceptó acercarse a casa de Patricia por lo que se marchó antes de cerrar.
-¿Y cómo te devuelvo las llaves, Patri, señaló
-Quédatelas, hice un juego para ti” indicó mi compañera, y añadió en voz baja y mirándole a los ojos “por si te venías a vivir conmigo.
Me di cuenta enseguida de lo perdidamente embelesada que estaba Patricia de Alberto. Esa frase lo decía todo, el gesto de haberle hecho un juego de llaves expresaba el amor que había instalado en su corazón y me dejaba bien claro, que toda esa pasión iba encaminada a un solo sujeto. Percibí con una claridad meridiana que ella nunca renunciaría a él, que siempre estaría a su lado, que le defendería con uñas y dientes y que si tuviera que dar su vida, la daría gustosa.
Interioricé esos sentimientos y los comparé con los míos. Yo estaba pillada por Albert, lo confieso. Pero no hasta ese punto. No me habría importado que se hubiera venido a dormir esa noche a mi casa o que me dejara sus cosas y reconozco que me habría acostado con él gustosamente de haberse dado la ocasión.
Decididamente me gustaba mucho para jugar pero no para algo serio, no me veía viviendo con él a largo plazo. Un par de meses quizás pero no mucho más. Preferiría, claramente, tener mis polvos esporádicos con él, o jugar a los tríos pero de tarde en tarde, hasta que se enfriara la situación y luego retornara la rutina profesional a nuestro despacho.
Mi inclinación hacia él provenía de la exquisitez de su trabajo y del morbo que me daban las cicatrices que surcaban su rostro pero ¿amor? No, eso no era amor. Y desde luego no era el amor que se veía tan claramente reflejado en Patricia.
Decidí que no me interpondría en ese sentimiento tan puro y no pude evitar sonreír porque, sin saberlo ella, me había vencido. Esa demostración de afecto, esa devoción hizo que me retirara de esa extraña “competición” que nos habíamos impuesto ella y yo y que no nos iba a llevar a ningún lugar y, aunque creo que jamás nos lo tomamos en serio, lo apropiado era que ella no tuviera en mí a una contrincante sino a una amiga.
Poco después de irse Albert, entró la Subinspectora Velasco con un breve,
-Buenas noches, ¿Puedo pasar?
-Adelante, adelante, pase usted, ¿desea algo?, me levanté mientras veía de reojo cómo Patricia se ponía en estado de alerta.
-No, muchísimas gracias, solo venía a deciros que iba a dejar la investigación sobre vuestro compañero. Estaba ya cansada de que me diera esquinazo y me han puesto un compañero nuevo esta mañana al que tengo que enseñar durante unos días, por lo que no podré seguirle. Pero quería deciros que tuvierais mucho cuidado con Albert.
He estado siguiéndole, le he investigado y, si bien, no he podido descubrir nada malo en él, sí puedo deciros que hay algo que no consigo desentrañar en su comportamiento.
Ese hombre, tiene un dolor dentro. Se le nota en la forma de andar, en la forma de beber, de bailar, hay algo en él que no me cuadra. Algo que me asusta. No es que le tenga miedo, no es eso, es que creo que algo no funciona bien dentro de él, está roto y no sé si quiere recomponerse.
Por favor, Patricia, Esther, si veis algo raro, si notáis algo extraño, si desaparece y no lo podéis localizar, llamadme, tenéis mi tarjeta, sabéis dónde localizarme. No seáis tontas, lo que tiene Alberto Jurado Vázquez no lo vais a poder solucionar vosotras.
-Lo tendremos en cuenta, Subinspectora Velasco, dijo Patricia.
-Tania, Patricia, llámame Tania.
-“Lo tendré en cuenta, Tania” rectificó.
-Bueno, tengo que irme. Entro de noche y me gustaría dormir cuatro horas por lo menos. Ha sido un placer, y lo digo en serio, concedió la agente de policía.
-Sinceramente, el placer ha sido mutuo, señaló Patricia
-Has estado muy bien, Tania. Espero que la próxima vez que nos veamos sea para salir de copas, dije yo.
-Tampoco te pases, objetó Patricia.
-“Ja, ja, ja” rió afablemente Tania “eso, poco a poco, todo llegará a su debido tiempo. Bueno, lo dicho, adiós”
-Adiós, dijimos a la vez las dos
-Al final todo se soluciona ¿eh Patricia?
-Sí, Esther, un problema menos.
-¿Te parece si nos vamos a “El Juli” a tomar unas cervezas?, sugerí
-No, gracias, quiero irme a casa, con un poco de suerte lo mismo pillo a Albert, me respondió Patri, guiñándome un ojo y sacándome la lengua.
-Pero qué cabrona eres, Patri, dije riéndome.
Y me sentí muy feliz cuando la vi coger sus cosas y dirigirse a su coche.
“Ahí va una chica enamorada detrás de su novio” pensé, “buena suerte, Patri, te la mereces”
22:30
EPIFANÍA EN 16´ 17´´
Francis.-
Era la primera vez que trasnochaba en muchos años y me sorprendió que no estuviera cansada dada la hora que era, pero me podía la ansiedad. Necesitaba verle una última vez, soñaba con la posibilidad de volver a hablar con él, de pedirle perdón y darle las gracias. Ya no me preocupaba la carpeta, la tenía él y sabía que no me pasaría nada malo porque él siempre estaba ahí.
Mi ángel de la guarda particular, que me protegía desde la oscuridad de esta vida, que brillaba en la negrura. Tenía razón Jose, su luz nos quemaba. Nosotros éramos seres anodinos, imperfectos y no podíamos entender a quien se entregaba sin ningún motivo y, como no podíamos ser como él, empezamos a ningunearle para luego pasar a odiarle y finalizar haciéndole daño. Recordé aquella frase de Jackson Browne “la envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento” y me di cuenta que describía perfectamente lo que había sentido por él los últimos tres años.
Algo me impulsó a ver cómo le había afectado todo lo sucedido, observar la pasta de la que estaba hecho mi marido. Y no sabía muy bien para qué. Tenía claro que él no volvería a mí, que le había clavado un puñal en el centro de su alma y que esa herida era difícil de curar, mejor dicho, era imposible que sanara. Puede que me guiara el morbo de verle agonizar, o llorar, no sé, no lo tengo tan claro pero era un impulso a todas luces insano, diría que cruel. Me preguntaba si él era tan fuerte como para sobrevivir a eso, porque si lo hacía, si se levantaba de ese golpe y me perdonaba, si por algún absurdo giro del destino volvía a mí, yo sería de él. Qué tontería ¿verdad?
Aquella tarde acudí a la peluquería y me corté el pelo, me lo teñí de negro, deseaba pasar inadvertida para cualquier persona que me conociera. Cuando llegué a casa y me vi en el espejo supe ver que nadie podría reconocerme. Me puse una camiseta de manga larga gótica, unos tejanos góticos y unas botas de tacón alto y una chaqueta de invierno, todo ello de la marca Rock Rebel, comprado después de finalizar en la peluquería mi cambio de look. Cuando terminé de maquillarme, salí a la calle en dirección a “El Juli” con el convencimiento de que sería irreconocible.
Me acodé al final de la barra y pedí una coca-cola que me sirvió un camarera que no conocía mientras busqué con la mirada a Lara. Estaba pinchando música y, aunque reconozco que el rock no era mi música predilecta, sí reconocía varias canciones que me gustaban.
“No se está mal aquí”, pensé, “la música está muy alta y la luz es escasa por decir algo, y no parece que haya muchos moscones”.
Dicho lo cual, apareció el primero:
-Ey, tú eres nueva aquí, ¿no, preciosa?, Me entró aquél hombre de treinta y pocos, estatura media, melena rizada y barba de quince días mínimo.
-Sí, es la primera vez que vengo, respondí sin prestarle la menor atención. No quería parecer borde el primer día y todavía no tenía muy claro si vendría más veces.
-Yo soy Sebastián, pero me puedes llamar “Sebas” si quieres.
-Muy bien, Sebastián, perfecto, empezaba a molestarme el tipo.
-¿Cómo te llamas, intentó seguir con la conversación.
-¿Para qué quieres saberlo?, demandé al pesado de las greñas.
-Joder, tronka, pues para conocernos, hostia. Charlamos, nos apretamos unos porritos y luego, si quieres, te hago algo de magia.
-¿Magia… tú?, le miré sorprendida.
-Sí, tía, ya sabes, te echo un polvo y desaparezco, ja, ja, ja. ¿Qué me dices?
-¿Sabes Sebas?, es la primera vez que un payaso me hace reír. Cómprate un desierto y piérdete en él, corté por lo sano con esa situación absurda.
-Que te den, pureta, me dijo de muy mala hostia el “Sebas”, mientras cogía su tercio y se dirigía a la pista de baile.
Fue allí donde localicé a Albert, en el centro de la pista, con más gente, sí, pero solo.
Empezaron a sonar unos acordes muy suaves que iban subiendo de tono hasta empezar a sonar más y más fuerte. Curiosamente, la canción me gustaba a pesar del tono oscuro que tenía.
-¿Qué canción es esta?, pregunté a la camarera
“Thumb”, de Kyuss. ¿Te gusta?
-Está bastante bien, pero esto no es heavy metal.
-No, heavy metal no, esto es “stoner”, ya sabes muy parecido a lo que hacía Black Sabbath.
Me había perdido totalmente en la conversación cuando le vi bailar.
Justo en el centro de la pista, su cuerpo en forma de L invertida, los pies rectos y el resto de su cuerpo inclinado hasta formar casi un ángulo recto casi durante treinta segundos, en los que no se movía del sitio y solo flexionaba de vez en cuando las piernas de manera alternativa, primero la izquierda, luego la derecha para pasar a levantarse y a mover la cabeza fingiendo que tocaba una guitarra imaginaria.
Así que ahí estás, pensé, solo, sin nadie a tu lado, disfrutando de una paz incierta.
Sonó una nueva canción que, esta vez sí, conocía. “Paranoid” de Black Sabbath. Una canción que me encantaba y cuya letra me hizo aprender Albert. Una canción que trataba de la tristeza existencial que sentía una persona. Una solicitud de alejamiento del resto.
Albert seguía con su loco baile mientras la pista se iba despejando. La siguiente canción era aún más reconocible, AC/DC con Bon Scott, “Gone shootin´”. La había oído infinidad de veces en casa. La conocía y me sorprendía el hecho de acordarme de esa canción. “Hay dos AC/DC, Fran” me decía siempre, “uno con Bon Scott y otro sin él, y son totalmente diferentes.
Seguía en el centro de la pista y ya solo quedaban cinco personas, tres de ellas eran chicas, las tres se acercaban a él. No tuve celos, lo juro, simplemente me llamó la atención. Quise investigar ese efecto que tenía sobre las chicas y comenté a la camarera.
-¿Baila bien ese chico?
-No hay un patrón para bailar rock. El rock no se baila, el rock se siente y te dejas llevar. Cada persona lo siente de una manera pero ese de ahí es “Puertas” y es el que mejor se expresa de todos. Apenas se mueve, pero mira cómo se retuerce, como sujeta el tercio con su mano derecha con tres dedos. Siempre hay alguna chica que se acerca a él.
-¿Es muy ligón?, interrogué temiendo la respuesta
-Si él quisiera, sí. Pero nunca ha querido. Siempre ha dicho que estaba casado. Le conozco de hace años y nunca le he visto con una mujer. Es muy amigo de la jefa y todos sabemos que Lara está loca por “Puertas” pero nunca le he visto con ella haciendo algo que no sea reírse o darle un abrazo.
-¿Y su mujer?, seguí con el juego
-¿Quién sabe? Nunca la he visto”, debe ser la típica remilgada “Qué desperdicio, Señor. Con el favor que le haría yo a ese.
-Ponme un Gin-Tonic, si haces el favor.
-Ahora mismo, reina, me dijo educadamente la camarera
Decidí tomarme un “pelotazo” como decía siempre Albert. No me sentaba bien la cerveza, me llenaba demasiado. Sonó otra canción que conocía “She sells sanctuary” de The Cult. El sonido me transportó al día que le regalé ese vinilo y las veces que le había visto bailar esa canción, antes, cuando salíamos a algún bar de copas de Vicálvaro, hace ya tanto tiempo, y recordé aquellos días, rememoré ese baile y me di cuenta que siempre bailó así, que, de hecho, ese baile absurdo me conquistó en su momento. Me entraron ganas de llorar de pura melancolía e inicié el camino a la pista de baile con la intención de acercarme a él. Solo por experimentar. Sin un propósito concreto.
Estaba a dos pasos de él cuando una luz le dio en la cara. Erguido, con la cabeza echada hacia atrás y pude verlo claramente. Estaba llorando. Tuve mi epifanía mientras finalizaba la canción. Había venido para ver los efectos que tenían sobre Albert los hechos acaecidos. Quería observar en primera fila si aquel hombre estaba afectado, y lo conseguí.
Alberto estaba roto. Totalmente roto. Sin posibilidad de arreglo. Y yo había sido la culpable. No podía acercarme a él, solo le haría más daño, Quizás dentro de un tiempo, unos años, una vida pero no hoy, hoy mi esposo lloraba y me asustó verle llorar porque me vino a la mente la imagen de un lobo aullando a la luna. Quieto, erguido, y con la cabeza hacia atrás.
Terminé rápidamente mi bebida, dejé el vaso en la barra y aboné mis dos consumiciones. Apenas había estado media hora en ese local y salía con mi alma destrozada por la culpabilidad. Me juré que nunca más volvería a sufrir ese lobo por mi culpa. No habría más hombres para mí porque él era mi hombre, siempre lo fue y siempre lo sería.
Sonó una canción más de ¿”Los Ronaldos?”, ¿en este local?. Sí, eran los Ronaldos, “Me gustan las cerezas”.
Él seguía bailando y moviendo la boca al sonido de la letra y le oí gritar:
POR EL SOL QUE ME UNE A TI, PASO POR LA NOCHE MEJOR
POR LAS COSAS QUE ME DICES, VEO LAS COSAS MUCHO MEJOR
TENGO MIEDO DE QUE TE VAYAS Y ME DEJES SIN TI
LOS PERROS NOS MOLESTAN NOS IREMOS DE AQUÍ
HASTA LA NOCHE ME DA LA RAZÓN
ME GUSTAN LAS CEREZAS, ME GUSTAS TÚ
Me disponía a salir del local e irme a nuestra casa (qué absurdo utilizar ahora ese posesivo en lugar de “mi”), abrí la puerta y eché una última mirada a la pista de baile, pero él ya no estaba allí.
COMPLETO INCOMPLETO
23:55
Lara.-
Albert había desaparecido de la pista de baile sobre las 22:50. Pero yo sabía perfectamente dónde estaba. Esperé a que la noche se fuera relajando más, ya no podía quedar mucho, después de todo era martes y eso significaba que al día siguiente la gente tenía que ir a currar. Normalmente, Alberto se quedaba en la barra a tomar algo conmigo y luego me ayudaba a recoger todo, pero desde que la policía esa le había puesto en el punto de mira usaba siempre esa puerta oculta para escaparse.
En cuanto recogiera el local iría en su busca.
Dicho y hecho. Terminé de recoger el serrín del suelo del local, agarré un pack de seis botes de cerveza de Mahou clásica que siempre tenía para mi chico, eché el cierre metálico del local y salí por la puerta trasera. Al lado estaba la escalera de incendios por la que subía hasta el tejado del local y allí estaba Alberto. Sentado, mientras apoyaba su espalda en la cornisa, escuchando su radio casette de bolsillo y con los cascos puestos.
-“¿Una cerveza soldado?” le ofrecí mientras me acercaba a él.
-Sabes cómo localizarme.
-Son muchos años, cariño y antes veníamos mucho tú y yo después del curro.
-Es verdad, Larita, son muchos años. ¿Sabes? estás preciosa hoy. Entiéndeme, siempre has sido muy guapa pero hoy estás radiante. Joder estas igual que Patricia. ¿Qué os han dado hoy a las dos? Desprendéis una belleza que solo he visto una vez, hace muchos años en Fran.
-¿De veras? Muchas gracias, Alberto.
-Es verdad, al día siguiente nos enteramos que estaba embarazada de Pilar.
Qué observador era este hombre, no me extrañaba nada que Patricia estuviera embarazada aunque desconocía cómo podía haberlo conseguido.
-¿Qué estás escuchando?, pregunté mientras me sentaba a su lado
-Oh, es una cinta que grabé hace muchos años para ti, pero nunca encontré el momento de dártela. Ya sabes canciones antiguas, “Don´t Stop Believing” de Journey, “Hysteria” de Deff Leppard, “Casual conversations” de Supertramp,”Closer to the Heart” de Rush, “Total eclipse of the heart” de Bonnie Tyler, “Africa” de Toto, “Have you ever seen the rain” de la “Creedence”, mis pequeñas mierdas, Larita.
-¿Y por qué no me la diste nunca, memo?
-Supongo que me daba vergüenza que pensaras mal de mí.
-¿Mal de ti? Yo nunca podría pensar mal de ti. Joder, Alberto, siempre he estado enamorada de ti. He tenido mis aventuras, y me he acostado con muchos hombres y he hecho muchas locuras en muchos sitios pero siempre has sido mi hombre y siempre me he sentido tu mujer. No me pidas que te lo explique porque ni yo misma lo entiendo pero te juro que es así.
-Bueno, Larita, sabes que siempre te he querido. Has sido mi amiga, mi hermana y hace poco, bueno, ya sabes, aquella noche, fuimos, no sé cómo decirlo me sentí completo contigo, no sé si me entiendes.
-Aquella noche, Alberto mío, fue la mejor noche que he tenido nunca con nadie, fue como alcanzar las estrellas y quedarme a vivir allí, contigo, junto a ti. Y luego pasó eso y todo se jodió.
-Te refieres a la paliza ¿verdad?
Había llegado la hora de sincerarse, de decirlo todo.
-No, amor mío, eso fue lo que lo desencadenó. Verte en el hospital todos los días, sin que despertaras, ver cómo te ibas y yo me desesperaba, Alberto, me volvía loca de dolor y soledad y entonces ocurrió.
-¿Qué fue lo que ocurrió, Larita?
-Follé con el Joya y con Jose, y desde ese día no vivo, cielo.
-Ah, eso. Ya lo sabía.
-¿Lo sabías?, me quedé de piedra, lo juro.
-Sí, lo sabía. Patricia borró un vídeo en el que os grabó a los tres, pero olvidó que el vídeo se guarda en el gmail y el otro día lo vi. No te preocupes, lo he eliminado.
Le dio un largo trago al bote de cerveza, apurándolo y abrió otro.
-¿Y no te importa? Son tus amigos.
-Bueno, un poco sí, no te voy a mentir, pero te quiero demasiado y tal y como va mi vida, no puedo reprocharte nada, o sea que no te rayes con eso. ¿Disfrutaste, al menos?
-No, qué va. El Joya usó “coca” y eso rompe un poco el encanto y Jose fue un hijo de puta.
-¿No me digas? ¡Qué raro!. No sé qué le pasa últimamente, pero está de un gilipollas que no se aguanta ni él mismo. Tengo que hablar con él. ¿Qué te hizo?
-El muy cabrón se rió de mí.
-¿Y eso?
-Sabes que no me gusta que me llamen Larita, bueno tú sí, claro” le expliqué mientras me echaba el pelo que caía sobre mi frente para atrás “pues estaba a punto de correrse sobre mi cara y me llamó Larita y, claro, abrí la boca para cagarme en sus muertos y se corrió dentro.
-Qué cabrón.
-Sí, un hijoputa, pero lo peor es que se rieron los dos de mí, Alberto. Los muy cabrones. No sabes cómo lo siento, sé que te he perdido con eso, pero te pido perdón.
-No hay nada que perdonar, cielo. No le des importancia a lo que no lo tiene. Si te sirve de consuelo te diré que la verdad es que no sé si lo nuestro hubiera podido funcionar porque con todo lo que me ha pasado con Francis la verdad es que me siento incompleto, me falta ella, ¿te lo puedes creer?
-Sí, sí que te creo. Te conozco y sé cómo eres. Claro que te creo.
-Esta noche ha estado en el local, ¿te has dado cuenta?
-Sí que me he dado cuenta ¿Qué se ha hecho en el pelo? ¿Y esas pintas góticas?
-Ja, ja, ja, qué susto me he llevado cuando la he visto, aunque estaba bien buena, que conste.
-Sí, es verdad que no le sentaba mal, hasta se ha acercado el “Sebas”, claro que le ha durado poco.
-Es cierto, es cierto, para eso Fran se las compone como nadie. Que me lo digan a mí que me ha tenido tres años sin follar, ja, ja ,ja.
Y empezó a reírse, con esa explosión de felicidad incontenible, con lágrimas en los ojos, revolcándose sobre el tejado mientras yo me reía viéndole tan feliz y sintiéndome dichosa de compartir ese momento con él. Terminó de reírse y se tumbó sobre el suelo diciendo:
-Esta vida es un dolor, Larita.
Me contuve. Usé toda mi fuerza de voluntad para no decirle que iba a tener un hijo suyo pero no lo hice porque descubrí que Alberto todavía sentía algo por Fran.
-¿Aún la quieres verdad?, le pregunté
-Ay, Dios, Larita. No lo sé, no sé si podré olvidarla nunca, no sé si quiero olvidarla pero si hoy se hubiera acercado a mí en la pista de baile y me hubiera cogido de la mano me habría ido con ella sin pensarlo dos veces. Fíjate que, incluso, grité la canción de los Ronaldos para que oyera que tenía miedo de perderla y cuando he visto que se iba me he tenido que salir del local y subirme aquí como un gilipollas. Ya ves, al parecer me va el rollo de cornudo consentidor.
-Yo no creo eso, Alberto, yo creo que te han hecho mucho daño y que estás desorientado. Siempre te portas bien con la gente y mira cómo te lo hemos pagado.
-Tú no me has hecho nada, cariño. Es que la vida es así, joder. Estas cosas pasan y por mucho que intentes evitarlo no vas a poder pararlo, viene así y así lo tienes que tomar, no hay que dramatizar tanto, nadie tiene el monopolio del dolor.
Anda, se me acaban las pilas del radio casette ahora sé por qué nadie los usa ya.
¿Sabes qué? Te lo regalo y la cinta también. Para ti, Larita, siempre he querido dártelo. Y ahora a ver si podemos poner algo del youtube con el móvil, toma, cógelo y busca alguna canción que te guste mientras abro otro bote de cerveza.
Me pasó el móvil y, sin querer, pulsé la galería de fotos y en una de ellas me pareció ver a alguien conocido.
-¿Alberto, esta foto de Fran es reciente?
-Bueno, sí. De este verano, se la hizo en Irlanda con su amante.
-¿Y cómo las tienes?
-Me las pasó el Ignacio ”El Napias.
-¿Alberto, ese es el amante de Francis, con ese es con quién te la ha pegado?
-Sí, con ese mismo, ¿por?
-¿No le reconoces?
-¿Acaso debería?
-Pues sí, Alberto, deberías, porque ese de ahí es Felipe. El que fue mi novio, el cabrón que me pegaba hasta que llegaste tú y le acobardaste.
-Joder, ahora lo entiendo, ahora me cuadra todo. Cabrón, cabrón.
-Cálmate, Alberto, tranquilízate.
-¿Qué me calme?, le voy a partir el alma al hijo de la gran puta ese. Voy a acabar lo que empecé hace tantos años. Se ha tirado a mi mujer, a mi hija pero ese cabrón se va a acordar de mí, para toda su puta vida.
Y dándole un último trago al bote de cerveza, lo tiró.
-Venga, vamos Larita, te ayudo a bajar que tengo muchas cosas que hacer.
Cuando llegué al suelo me dio un beso, me ofrecí a llevarle a casa, pero él se negó y, dirigiéndose al polígono industrial, se perdió en la noche
CAPITULO XX
Miércoles, 4 de octubre
10:30
ET TU, JOSE?
Jose.-
Sabía que, tarde o temprano, recibiría esa llamada pero, aun así, me puse nervioso cuando vi en la pantalla de mi móvil el nombre de Albert. No podía justificar mi comportamiento de ninguna manera, dudaba que me comprendiera y mucho menos me perdonara, toda la seguridad que hasta hace unos días tenía, desapareció de pronto como si hubiese sido víctima de un hechizo.
A pesar de todo ello encontré no sé dónde el valor y descolgué el teléfono.
-“¿Por qué Jose?” Oí la voz de mi amigo.
-Había que hacerlo, solo puedo decirte eso.
-¿Había que hacer, qué? ¿Humillarme? ¿Era necesario?
-“Tal y como yo lo veo, sí” respondí.
-No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo. Todo esto ha sido tan…gratuito
-Mi intención no era humillarte, aunque no lo creas. Lo que yo pretendía era alejarte de ella o, más bien, que ella se alejara de ti. Para que pudieras adquirir todo tu potencial, para que no pudieras perdonarla nunca porque yo sé que tú, a la larga, ella te enredaría y eso no podía consentirlo. No te niego que también quise acostarme con ella porque una vez pudimos haber iniciado algo de no haberte metido en nuestra relación pero …
-¿Qué yo me metí en vuestra relación? ¿qué relación, Jose? No teníais ninguna relación, no había nada. Ella simplemente te apoyó cuando estuviste enganchado, nada más. Si yo hubiera detectado algo entre Fran y tú jamás me habría inmiscuido.
-Eso lo dices para evadir tu responsabilidad, pero tú y yo sabemos que eso no fue así.
-¿Y lo de Lara? ¿A qué vino reírse de ella?
-“Bah, Albert, ambos sabemos que ella no es más que una putilla refinada. Se entregó al Joya y a mí, a la vez, ¿y no me deja llamarla “Larita”?, anda ya. No la forcé, no la violé, no abusé de ella, simplemente me burlé, una puta broma, eso es lo que fue.
-¿Sabes? No te conozco, no sé quién eres, en algún momento te has perdido y ahora no hay Dios que te encuentre. Vas repartiendo dolor allá por donde pasas, joder. Pareces una infección.
-Di lo que quieras. No importa. Ahora ya no dependo de ti, he roto mis cadenas y he pasado a ser el que protege a los demás. Tengo tus contactos, Albert. Está feo que te lo diga pero no eres nadie, toda esa influencia que tenías y que te hacía invencible ahora es mía.
-¿Contactos?, ¿te refieres a toda esa gente que no ha dejado de llamarme para ver quién es el gilipollas que los ha estado contactando? Jose, no te enteras, no tienes nada, ni contactos, ni ámbito de influencia, solo tienes un listado de números de personas que no te van a llamar. ¿De verdad creías que con solo tener los números de teléfono bastaría? Chico, yo sabía que eras tonto pero no hasta ese punto. No me has quitado nada. Me seguirán llamando cuando haya un problema.
-Eso no es cierto, lo dices para ponerme nervioso, para no reconocer que te he vencido, que no te necesito.
-Nunca me necesitaste, Jose. Pero eso ahora no importa. Quiero que sepas todo lo que has hecho. No solo te has acostado con mi mujer sino que me traicionaste mintiendo sobre mí, autorizaste una acción en favor del tío que se ha acostado con mi esposa y mi hija. Sí, Jose, ese hijo de la gran puta también se ha tirado a mi Pilar, esa niña que tanto te ha querido.
¿Y ahora qué, Jose? ¿Cómo te sientes? ¿Estás orgulloso, maestro titiritero de los cojones? ¿Qué vas a hacer ahora?
-¡Yo no sabía nada de eso!
-Llevo unos días que no oigo más que excusas de todo el mundo. Como si eso importara, y nadie parece darse cuenta que lo que importa es lo que hagas a partir de ahora. Seguramente sabes que tengo la carpeta de Juan, esa que conseguiste por medio de Felipe, tu nuevo amigo, cómplice, “hermano” o el título que le hayas dado pero lo que no sabes es que voy a devolverla a su propietario. Ahora viene la gran pregunta ¿Qué vas a hacer al respecto?
Me puedo encargar de dos tíos pero no de tres. Sé que a la reunión irá Felipe e imagino que irá también el tío al que le rompí la nariz pero si acuden los tres y Juan, no tendré ninguna posibilidad y Pilar será la que estará a merced de estos cabrones.
¿Puedes encargarte del tercero?
-¿Cómo sabes que conozco al tercero?
-No, Jose, no te estás enterando, te lo preguntaré otra vez. ¿Puedes encargarte del tercero?
-Sí, puedo hacerlo. De hecho, se fue cuando vio la gravedad de lo que había pasado. Él nunca quiso que la cosa fuera tan lejos. Solo es un chaval que fue engañado por Felipe. Te golpeó solo para evitar que le pegaras y lo único que hizo fue sujetarte, nada más.
-“Y nada menos, Jose. Pero si tú dices que no va a ir, me lo creo.
-¿Voy contigo? Dime dónde es y voy contigo.
-¿Tú?, ¿conmigo?, ¿bromeas?, No dejaría que fueras conmigo ni a la puerta de la calle. No, Jose, tú ya hiciste tu elección, igual que yo hago ahora la mía. No podría fiarme de ti ni en un millón de años.
-Yo te puedo ayudar. Nadie se lo esperaría.
-Ya me has ayudado bastante, ¿no te parece? No, Jose, estás fuera. Ya tengo la ayuda que necesito, una pistola y mi cuchillo, no requiero más.
-¿Pistola, qué pistola?
-Adiós, Jose, ya no nos veremos más. Me gustaría decir que ha sido un placer haber tratado contigo pero has supuesto toda una decepción.
-¿Qué pistola, Albert,?, y colgó.
Tras esa conversación, nació una nueva determinación en mí. Puede que todo hubiera sido un mal sueño, que no tuviera ningún contacto y que mi plan fuera una mierda desde el principio pero me redimiría ante mi amigo y evitar que ese tercer hombre acudiera a la cita sería mi primer paso.
Joya.-
Lo tuve claro desde el principio, no podía ser otro. El que orquestó todo fue el tal Felipe. No podía ser otro. Puede que yo no sea el mejor detective del mundo y que no sea tan listo como Albert, pero estaba claro que n echó la culpa del destrozo de su piso y de que le quemaran la moto a mi amigo.
Está bien, puedo entenderlo, justifiqué, pero por mucho que tuviera motivos para hacerlo, jamás debió pegarle esa paliza.
Llamé al “abogado” para comentárselo pero estaba comunicando continuamente. Por fin, al tercer intento, pude contactar con él.
-Dime.
-Es el tal Felipe, el dueño de la moto, al que le jodimos la casa.
-Sí, Joya, lo sé, y ya tengo pensado lo que vamos a hacer pero antes te pido una cosa: no toques a Jose. ¿De acuerdo? No-Toques-a-Jose. ¿has entendido?
-Sí, claro, aunque no sé a qué viene eso.
-A nada, Joyita. Prométemelo.
-Sí, joder. Te lo juro.
-Ahora escucha, esto es lo que vamos a hacer…
Y tras darme todas las instrucciones que creyó oportunas se despidió diciendo:
-Ah, Joya … otra cosa… ¡Deja las putas drogas, coño! ¡No te hacen bien, no te hacen mejor, solo son una muestra de debilidad, payaso!
Y me dejó con la palabra en la boca
23:55
Patricia.-
A las 19:50 de la tarde recibí la llamada del Procurador de los Tribunales anunciándome que el juzgado había estimado el Escrito de Nulidad de actuaciones que presenté en el pleito de los defectos constructivos sin que Albert lo supiera.
Estaba deseando decírselo pero no había manera de que descolgara el móvil, así que decidí quedarme a repasar, una vez más, todo el expediente. El problema de la nulidad de las actuaciones es que lo que provoca no es la finalización del procedimiento sino la retroacción al momento procesal en el que se produjo el acto nulo.
Era una idea peregrina que Albert rechazó en su momento por considerarlo inviable pero yo persistí en plantearlo cuando estuvo en coma.
“Lo peor que puede pasar es que lo rechacen pero si nos dan la razón podemos plantear otra vez las pruebas rechazadas” es lo que me animó a hacerlo. Y salió bien, pero ahora quería estudiar más concienzudamente el procedimiento para impresionar al día siguiente a mi maestro.
“No está mal, Patricia, nada mal” me felicité a mí misma
Lo malo de ser abogada es que, cuando te quieres dar cuenta, resulta que se te ha ido el tiempo volando al ser una profesión muy absorbente. Repasar toda la documentación, la prueba practicada, los informes emitidos, los alegatos vertidos lleva tiempo y si encima te pones a ello a las 21:00 de la noche, lo cierto es que sabes que vas a llegar tarde a tu casa.
No tenía nada mejor que hacer y me sentía pletórica por el buen resultado de mi iniciativa. A las 23:30 decidí tomarme un pequeño descanso y dejar de leer tanto papel. Me encontraba en el despacho que solía ocupar Alberto y encontrándome un poco entumecida decidí relajarme y escuchar la cinta de música clásica que contenía el radio casette.
Reconozco que, no siendo mi música preferida, aquella cinta de adagios me producía una sensación de paz que pocas veces lograba. Me recordaba a mi socio, al hombre que amaba. Rebobiné la cinta para ponerla desde el principio y lo que oí me dejó helada.
La conversación era lo suficientemente esclarecedora e incriminaba al hombre que vino el lunes. Aquello era evidente que me superaba y Albert no había aparecido en todo el día. Eran palabras mayores y sentí miedo. Junto a mi mano izquierda se encontraba su agenda, me vino a la memoria la conversación que tuvo el día anterior, ¿qué dijo? “a las doce”.
Abrí su agenda y allí encontré el apunte que necesitaba “00:00.- P.I.J”.
-”¡Pues claro!”, exclamé Polígono Industrial Juan, simplemente me confundí con la hora, no sería a las doce del mediodía sino a las doce de la noche. Sabía el día, la hora y el lugar. En cinco minutos Alberto tendría una reunión con Juan e intercambiarían expedientes. No había que ser muy lista para sumar dos más dos, no iba a ser una transacción pacífica, ¡mierda!, por eso llevaba la pistola y el cuchillo.
¿Qué podía hacer? Estaba claro que yo no podría hacer nada salvo molestar, la experiencia que tuve con la anterior pelea de Albert me demostró que yo no pintaba nada en esa situación.
Busqué en mi tarjetero y saqué la tarjeta que necesitaba, Subinspectora Tania Velasco.
-Tania, perdona por las horas, pero tengo un mal presentimiento.
-Dime, ¿qué pasa?
-Es Albert, algo malo va a pasar y me dijiste que te llamara.
Está en el polígono industrial, va a quedar a las doce de la noche con una persona y lleva una pistola y un cuchillo. Tania, no me huele bien. Es un tema raro y está involucrada su mujer y su hija. Alberto no va a poder controlarse, lo sé.
-Traquilízate, dime en qué Polígono Industrial.
Tras indicarle la zona me objetó:
-Esa zona es enorme ¿no puedes ser más específica?
Y, de repente, supe en qué concreto sitio iba a realizarse el trato. En aquella nave abandonada donde Alberto perdió los nervios. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral y sentí que el círculo se cerraba.
-Sí, Tania, sé dónde va a ser.
Le di los datos e intentó tranquilizarme
-No te preocupes Patricia, ahora mismo vamos para allá.
-Ten cuidado, Tania, por favor. Alberto puede ser muy peligroso si se deja llevar por la ira.
-Siempre lo tengo, descuida.
-Otra cosa, Tania, si se enfurece dile: ¡Corazón!, eso le calmará.
-Está bien, lo tendré en cuenta. Venga que nos vamos.
Tania se dirigía allí, la cosa podría enderezarse pero no estaba tranquila, aún no. Decidí llamar a Jose por si la cosa se ponía fea.
-“¿Sí?” atendió mi llamada entre dormido y sorprendido.
-Jose, … Jose, es Alberto, está en el Polígono Industrial con un tal Juan. Va a entregar una documentación pero lleva una pistola y su cuchillo. Hay algo que no me cuadra.
-¿Una pistola?, ¡Joder! La pistola, pero si esa pistola … voy, voy, ¿sabes la nave?
-Sí, Jose, es la nave donde “Puertas” tuvo la pelea.
-Sí, ya sé cuál es, voy para allá. Gracias por llamar.
Colgué el teléfono, había intentado hacer todo lo humanamente posible, pero empecé a temblar para, finalmente, llorar de pura desesperación. “Por favor, por favor, que no le pase nada, a él no, a él no”.
Jueves, 5 de octubre
00:15
…LE
Tania.-
Por fin llegamos al Polígono Industrial, las indicaciones que me había facilitado Patricia eran correctas. Apagamos el motor y las luces del coche patrulla para que no pudiéramos ser localizados. Bajamos mi compañero y yo con las armas en la mano, yo a un lado de la entrada a la nave, él al otro.
Apenas llevábamos dos días patrullando juntos, me lo habían asignado hacía poco tiempo y no me caía excesivamente bien, un tipo rudo, con fama de violento y de gatillo fácil pero era todo un profesional, eso sí, y un buen compañero.
Me asomé a la nave y pude ver a Albert golpeando a Juan con la culata de la pistola.
-Eres un hijo de puta, Juan, le oí decir ,y ahora vas a pagar el precio, cabrón.
-¿Qué creías que me ibais a emboscar tú y Felipe, pedazo de mierda?, otro culatazo en la cara, “ahí está, durmiendo y ahora llega el fin de la partida, esta carpeta acabará en manos de la policía, ya no tienes carrera, cabrón, se te acabó joder a la gente, baboso. Se te acabó el chollo de robar dinero.”
-¡Alto! ¡Policía Nacional!, grité, ¡Detente Alberto!
-¿Qué me detenga? Este hijo de puta tiene que pagar Velasco y por dios que va a pagar.
-No me hagas disparar, Alberto. No dudaré en hacerlo.
-“Te faltan ovarios, subinspectora”, dijo mientras encañonaba a la cabeza del malhadado Juan, “solo un tiro y todo se acabó”.
-Tira el arma, Alberto, por favor.
-Que no coño, que a este me lo llevo por delante.
-Corazón, Alberto, corazón.
-“¿Qué corazón?, yo no tengo corazón” y en ese momento Alberto Jurado Vázquez, “el Puertas” me encañonó y disparó, sonó un trueno.
Respondí con un disparo que le dio en la rodilla izquierda y cayó al suelo. Me acerqué a él despacio, cuando sonaron tres disparos más desde mi espalda. Tres balas que impactaron en el cuerpo de Alberto. Dos en la tripa y uno en el pecho.
Oí llegar un coche que frenó violentamente y de él salió un hombre.
-“¡No, no disparéis, esa pistola es de fogueo!”
-“¡Mierda!”, dije, “hay que llamar una ambulancia. Tú, haz algo útil, y llama, luego hablaremos largo y tendido de por qué has disparado a un hombre que estaba en el suelo”
-Te había disparado, dijo mi compañero
Me acerqué al caído
-“Alberto, ¿cómo estás?” sangraba abundantemente mientras intentaba detener la sangre con sus manos.
Estaba cantando en voz baja, esforzándose mientras la vida se le iba
LAS CALLES SIN SOMBRAS, PUÑALES DEL SOL
NO QUIEREN LA SANGRE SI MATAN TU OLOR
MIS CANTOS, TUS CANTOS, SON ECOS DE OTRA CANCIÓN
ADIÓS REINA MÍA, YA NO PINTO NADA AQUÍ
MI VIDA, RULETA QUE DA VUELTAS
PERDIENDO EL CONTROL
-¿No te gusta Eskorbuto?
-¿Qué ha pasado aquí, Alberto?
-Los malos pierden y el bueno muere, Velasco. Ese cabrón, quería extorsionar a Fran y a mi hija y yo no podía consentirlo. Ahí tienes una carpeta amarilla, viene toda la documentación que acredita la estafa que estaba realizando a su Instituto. En mi despacho hay una cinta de música clásica, te la regalo, escúchala atentamente.
¿Velasco?
-Deja de hablar, relájate, pronto llegará una ambulancia.
-Es tarde para eso, por favor, perdóname. No me tengas en cuenta lo que te haya dicho, no lo pensaba.
-No pasa nada, Alberto, no hay nada que perdonar.
-Vaya fracaso ¿eh?
-No digas eso, no has fracasado.
-Sí que lo he hecho, pero ya no importa” sus ojos empezaron a ponerse vidriosos mientras su aliento se escapaba, alzó su mano y me acarició la cara, claramente deliraba, “No te preocupes, Fran, yo te protejo, cariño…
Y con su último aliento dijo
-“Dios, duele, due…”
Viernes, 6 de octubre
12:30
YA NO ESTÁ
Francis.-
Me lo mataron. No tuvo ninguna oportunidad. Iba con una pistola de juguete, ¿por qué? Es como si quisiera que le mataran.
Jose me dijo entre lágrimas que intentó evitarlo pero que llegó tarde. La Subinspectora Velasco, se quedó con la carpeta que podría acabar con Juan. Por lo que me dijo, la agente, entre el contenido de la grabación y esos documentos, Juan podría despedirse de ver la calle durante mucho tiempo.
Al agente que disparó tres veces a Albert se le ha incoado un expediente de investigación, de momento se le ha retirado la placa y la pistola y Jose tiene alguna sospecha sobre ese policía.
Lo que se me hace difícil es que no he podido ver el cadáver de mi esposo. Al parecer envió una carta al Notario para que se procediera a la inmediata incineración de su cadáver una vez pasadas 24 horas desde su muerte. Como siempre, no me enteré de nada hasta que fue demasiado tarde.
Y ahora estoy aquí, en el crematorio, sosteniendo una urna cineraria que contiene sus cenizas, mientras veo a Lara intentando calmar a Patricia que llora sin consuelo, mientras camina tambaleándose. Esther, en cambio está más entera aunque imagino que la procesión la lleva por dentro.
Jose y ese otro amigo de Albert, el tal Joya, han venido de negro riguroso. Jose de traje, Joya de vaqueros, jersey y cazadora, todo negro, claro.
También ha venido Tania Velasco y me ha dicho que esto no va a quedar así, que va a poner toda su pericia en encerrar a Juan.
Yo pienso que “para lo que va a servir”. Ya no tiene ningún sentido. Me dijo Tania que llevaba una pistola de fogueo, que en su cazadora llevaba un sobre con los resultados médicos sobre los dolores de cabeza que le aquejaban: migrañas tensionales producidas por el estrés. Él pensaba que había un tumor en su cabeza y solo eran dolores de cabeza producidos por el exceso de trabajo.
No consigo entender los motivos que llevaron a Albert a exponerse así. Supongo que no quería seguir vivo, porque yo lo de la ira no me lo creo. Incluso si se me apura me atrevo a pensar que todo esto es una jugada de él.
Si no fuera porque hay un certificado del forense, un tal Carlos, que describe la causa de la muerte, diría que todo esto responde a un plan de mi marido. Él y sus tácticas de juego, sus estrategias. No lo tengo claro. Una carta a un notario para que le incineren, no sé, todo es muy extraño.
De vez en cuando sonrío, porque me da que pensar que, quizás, tenga que buscarle. Investigar un poquito a ver qué puedo rascar.
Álex y Pili llegarán mañana de Irlanda, no han podido venir antes. Va ser muy doloroso para ellos, sobre todo para Pili, no puedo imaginar lo que le va a suponer saber que Felipe tramó toda una venganza contra su padre. Una venganza que ejecutó en su mujer y en su hija, que le mató no una, sino dos veces.
Pero ahora debo ser fuerte. En breve me comunicarán el traslado a Estados Unidos y me llevaré a mis hijos. El plan es quedarme tres años, imagino que podré desconectar aunque no lo tengo nada claro, pero es lo que hay ¿verdad?
EL MODO COMO FUE
El día que Alberto Jurado Vázquez falleció, apenas durmió un poco. Había estado toda la noche haciendo los preparativos para poder escapar de la encerrona que sabía que Juan le estaría preparando.
Cuando llegó a su casa, se duchó, se afeitó, y vio su cara en el espejo una última vez. Vistió con ropas oscuras, un pantalón vaquero elástico negro, botas militares, un jersey negro, su braga negra y una cazadora de motorista. Pintó su cara con tinta negra para camuflarla, con líneas transversales e irregulares.
Ahora sabía que no podrían verle. Por la noche sería prácticamente irreconocible y podría ser el más peligroso de los cuatro que iban a acudir a esa reunión.
Estaba sorprendentemente tranquilo, no tenía nada que reprochar, no había dejado nada atrás. Sintió una extraña calma porque sabía que lo que iba a hacer era para el bien de su familia. O de lo que quedaba de ella. Sonrió, se puso unos cascos y escuchó “Adiós, Reina mía” de Eskorbuto.
Le pareció apropiado. Siempre una canción para cada momento y él sabía que no iba a salir de allí vivo. No quería salir de allí vivo, solo quería que encerraran a Juan y que Felipe tuviera su merecido. Costara lo que costase, esa era su baza, su capacidad para sacrificarse.
Se vanaglorió íntimamente de haberse despedido de Lara y de Patricia adecuadamente. Por fin le regaló aquella casette que grabó hacía tantos años y calmó, o al menos eso pensaba él, el alma de su compañera de despacho. Pensó en unos versos de Béquer
Una mujer me ha envenenado el alma
Otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
Ninguna de las dos vino a buscarme,
yo, de ninguna de las dos me quejo.
Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
Si mañana rodando, este veneno
envenena a su vez, ¿porqué acusarme?
¿puedo dar más de lo que a mí me dieron?
Decidió que a él no se le podía aplicar y que su venganza sería el olvido. Se aferró firmemente a esa idea. El olvido como finalidad, sin rencores. Recordó a Machado,
Y cuando llegue el día del último viaje,
Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
Me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
Casi desnudo, como los hijos de la mar.
Sin duda, ese era su poema. Volvió a mirarse al espejo, fijamente, sonrió y se envió un guiño, dirigido quizás al niño que llevaba dentro, por fin iba a ganar.
Acudió al Polígono Industrial seis horas antes de la cita y subió al tejado de una nave desde la cual podía controlar toda la zona de alrededor. A las 23:00 observó cómo Felipe llegaba en una moto. “Mírale, el chulo putas, se ha comprado otra” pensó “para lo que le va a servir”.
Esperó quince minutos más por si aparecía el tercero en discordia, el tipo de la nariz rota, pero no, no llegaba. “En fín, al tajo” se dijo. Bajó por la escalera del lateral de la nave y, acercándose poco a poco a Felipe, le atrapó en una llave y, mientras, intentaba debatirse para liberarse oyó decir a Albert:
“Tranquilo, hombre, ya lo has conseguido, ¿no era eso lo que querías? ¿liberar los demonios? Pues ya está, pero ahora Felipe eres mío. No tengas miedo, mamón, no seré yo el que te haga pagar. Vas a pagar tu libra de carne pero no soy yo quien te la va a cobrar.” Felipe se desvaneció a los 10 segundos.
Alberto recibió cuatro disparos y supo que la vida se le iba, pero le urgía pedir perdón a Tania, no quería dejar deudas con nadie y cuando obtuvo el perdón, en su agonía, retrocedió al día en que Fran asustada por el embarazo de su primogénita lloraba al verse incapaz de afrontar el trabajo que suponía educar a un niño y recordó el momento en que, acercándose a ella, embriagado de amor por su esposa y sonriendo, le acarició la cara y le dijo: “No te preocupes, Fran, yo te protejo, cariño…”
EPÍLOGO
Felipe.-
Reconozco que no me esperaba que ”Puertas” me sorprendiera, ¿cómo supo dónde estaba? Eme escondía agazapado, a la espera de poder intervenir. Hasta tenía una pistola que me había facilitado el policía que me acompañó el día que asaltamos a Alberto.
Juan había planeado todo, nos dijo que tenía que recuperar una carpeta que había desaparecido de su despacho y que sospechaba que se la había sustraído el marido de Fran. Evidentemente, yo no le quité esa idea de la cabeza. Me sentí afortunado de que aquella sustracción le fuera atribuida al abogado en lugar de a mí.
El Director me señaló que, por muy listo que se creyera Alberto, él tenía una mano oculta, una baza secreta que anulaba la protección que había conseguido por parte de la Subinspectora Velasco y que no se explicaba cómo lo había hecho.
Juan tiró de sus hilos y consiguió que destinaran al agente de policía que vino con nosotros aquella noche con Tania Velasco. Ese agente se la tenía jurada desde que Alberto le rompiera la nariz. Qué llamativo me resultó pensar en la cantidad de personas que se la tenían jurada a “Jurado Vázquez”, esa capacidad que tenía aquel hombre para sacar lo peor de la gente.
Fran, Jose, Juan y yo mismo. Todos odiándole de alguna u otra manera, lo extraño es que hubiera durado tanto.
“Hoy va a caer Alberto Jurado Vázquez” proclamó Juan. “Le he dicho que puede disparar a matar si quiere, pero después de que me dé la carpeta”. No puse ninguna objeción a esa idea, la verdad es que me beneficiaba más que a nadie y, por otra parte, yo odiaba a “Puertas”. Con todo mi ser, con toda mi alma, con todo mi empeño, no podía evitar odiarle. Aquello que pasó hacía quince años lo llevaba grabado en mi mente. Un odio que nada podía satisfacer, me había acostado con su esposa, con su hija (qué bien follaban las dos, por cierto), le había desfigurado la cara con el puño americano (un asqueroso monigote, eso era ahora), le había matado y ahora iba a ser testigo de la muerte de ese payaso, y encima por culpa de su amigo y por una acción mía.
Me sentía pletórico ser el causante indirecto de su muerte. Quizás, quizás me encargue de Lara, esa zorra, cuando muera “Puertas”.
Y, repentinamente, sentí un brazo sobre mi cuello y una mano sobre mi nuca. “¡NO!” me asusté, y oí algo sobre despertar a los demonios y pagar una libra de carne y me desmayé”
Cuando desperté, Albert yacía muerto y Juan intentaba llevarse la carpeta amarilla que sujetaba con fuerza Tania. “Es mía” oyó decir al director del Centro de Enseñanza.
“No” decía la subinspectora Velasco, “esto ahora forma parte de una investigación por el homicidio de un hombre”. “Está acabado” me dije “Juan va a ir a la cárcel, es mejor que me vaya de aquí” y sigilosamente me escondí por los aledaños. Cuando llegó la ambulancia, aproveché todo el jaleo para montarme en mi moto y salir de allí disparado.
A medida que me alejaba de allí y que me acercaba a mi casa no pude evitar reírme. Me sentía muy bien, contento, con la satisfacción del deber cumplido. Había vengado que me quemaran la moto y que destrozaran mi casa. Era feliz. Lo siguiente sería entrar en mi casa, ducharme, quizás echar un polvo con Ana.
Mañana sería un día difícil, tenía que justificar que estaba en casa y hacerme de nuevas de todo lo que pasara. Nadie podía relacionarme con la muerte de aquel portero de bar de copas cutre y los que podían hacerlo estaban demasiado metidos en el asunto como para no salir salpicados.
Si Juan acababa en la cárcel, que era lo más probable, yo podría ser nombrado Director del Instituto al ser Jefe de Estudios. Los golpes de la fortuna son imprevisibles. “Una noche perfecta, Felipe” me dije a mí mismo, “ahora sí que es tu momento”. Sí, definitivamente, iba a proponerle a Ana echar el polvo del siglo.
Todo había salido a pedir de boca, claro, … hasta que abrí la puerta de nuestro piso y una voz me dijo:
-“Ni se te ocurra encender la luz”
Había una luz tenue al lado del sillón desde donde habló aquel hombre. Hablaba desde la oscuridad y pude ver, al lado del sillón, a Ana atada y amordazada mientras sobre su cabeza reposaba la mano de aquel personaje siniestro.
-“No te preocupes, solo le he pegado un par de hostias, había que calmarla, demasiado genio tiene tu novia, y qué mal hablada que es, y eso que es profesora.
No, no Felipe, no enciendas la luz, salvo que quieras que le corte el cuello a la puta de tu amiguita” y diciendo eso, sacó un machete y tirando del pelo de Ana, la levantó para colocar el filo en la garganta.
-“Verás, Felipe,” continuó, “tengo un mensaje para ti de “Puertas” ¿ha muerto, verdad?”
-“ No, no lo sé” mentí, comprendedme, quería ganar tiempo
-“Sí, ha muerto. Lo noto, esas cosas las percibo. No pasa nada, él sabía que iba a morir, ahora la cuestión es lo que va a pasar, Felipe. Me llaman Joya, soy el que te quemó la moto, soy el que te jodió la casa, soy el que le ha pegado unas bofetadas a esta idiota, no te preocupes, no la he violado, no soy de esos. En fin, Felipe te adelanto que no vas a morir. Si por mí fuera os mataba a los dos, pero “Puertas” me obligó a jurar que no lo haría.
Ya ves, Felipe, estás de suerte, cosa que no tuvo mi amigo contigo. Y me jode, no sabes cuánto, porque disfrutaría haciéndolo y, lo mejor de todo, sin remordimientos, solo por cumplir. Total, que aquí me ves, frustrado y triste y tengo que resarcirme porque si no me voy a volver loco.
Te van a pasar cosas jodidas esta noche Felipe, cosas que no olvidarás y cuando me vaya de aquí te volveré a quemar la moto, y cada año que pase desde la muerte de mi amigo te van a pasar cosas malas. Me aseguraré de ello. No vas a volver a conducir una moto, Felipe. No soy mucho de garantizar nada pero esto te va a doler.”
¿Qué puedo decir? Me oriné encima mientras lloraba resignado. Supe que esa noche iba a ser muy larga y pedí a dios que me diera fuerzas para no gritar.
Jose.-
El Lunes, 9 de octubre fui citado a Comisaría para dar mi versión de lo que había ocurrido. La Subinspectora Velasco me interrogó a fondo pero no me iba a sacar nada. Al parecer había descubierto que el agente que disparó tres veces sobre Albert había causado baja el día 7 de septiembre debido a que le habían partido la nariz la noche anterior.
Investigando sus cuentas bancarias observó el ingreso de unas cantidades bastante altas efectuadas desde unas cuentas que, finalmente, apuntaban a Juan. No fue muy difícil deducir que ese agente de policía fue el tercer miembro del grupo que molió a palos en su día a Albert.
Por otra parte, también se tuvo noticia que a Felipe le amputaron los pulgares mientras que su pareja, Ana, estaba en tal estado de shock que la tuvieron que sedar. No es que le hubieran hecho mucho daño, pero fue testigo directo de la crueldad que practicó un desconocido sobre su novio. Parece ser que no se conformó solo con la amputación de los pulgares, sino que la tortura se extendió también sobre las uñas o algo así, tampoco presté mucha atención…
…Han pasado tres meses desde la muerte de Albert. Le echo mucho de menos. Francis se ha ido con Álex y Pili a Estados Unidos. Finalmente ha conseguido lo que quería, aunque yo no la veo que haya superado nada. Ahora mismo estoy preparando mis maletas, yo también he pedido el traslado a otra ciudad, lejos de aquí.
Hubo un día que me encontré con el Joya y, sinceramente, la reunión no fue precisamente amistosa.
-“Creo que debes irte, Jose, te lo digo en serio. Alberto me hizo jurarle que no te haría daño pero cada vez que te veo me cuesta más y más contenerme. Vete, hazme caso, vuelve dentro de 10 o15 años o, mejor, no vuelvas. Hazlo por mí, hazlo por ti pero hazlo, porque tengo miedo de que la próxima vez que te vea te abra en canal.”
Tenía razón, lo mejor era marcharme, desaparecer de allí. No por miedo sino porque todo me recordaba a mi traición, mi barrio se había vuelto tóxico. Nadie me quería allí.
UNA PUERTA SE CIERRA, DOS PUERTAS SE ABREN
UN DIARIO PARA “PUERTAS”
Un año después
Patricia.-
Entrada 8.-
Ha pasado un año desde la muerte de Alberto. Me parece increíble lo cerca que le siento aún. Hay veces que me parece verle sentado en su despacho, oír su risa y sentir su aliento, supongo que el hecho de haber tenido un hijo suyo me ha ayudado a tenerle muy presente.
No sé qué hago escribiendo en su diario. Me llegó por correos pocos días después de su muerte pero, ahora, cuando se cumple un año de su muerte he querido escribir alguna que otra novedad por si las moscas, por si su alma está unida a este cuaderno.
Su hijo se llama Alberto, como su padre, y tiene un hermanito que se llama Héctor. Lara y yo procuramos que se vean todos los días porque son hermanos y porque las dos sabemos que le habría gustado así. Van a la misma guardería y nos turnamos entre ella y yo. Mi niño es moreno y Héctor es castaño, apenas tienen unos meses de edad y ambos comparten dos cosas: unos preciosos ojos azules heredados de su padre y el día de su cumpleaños.
Sí, nacieron el mismo día. ¿No es increíble?, aunque mi hijo se adelantó tres semanas. Qué cosas. Después de todo, Alberto tenía una puntería infalible y una efectividad del 100%, pero eso es pura estadística.
La vida puede ser maravillosa a veces porque pasan cosas inimaginables. Por ejemplo, Joya apareció un buen día en “El Juli” pidiendo trabajo a Lara. Al parecer, había dejado las drogas y le pidió perdón a Lara. Al principio ella sospechó pero ya llevan muchos meses trabajando juntos y parece que Joya cumple.
¿Quién sabe? Lo mismo estos dos acaban juntos, aunque Lara se ríe cada vez que le digo eso. “¿Estás loca?” me dice siempre, “¿con ese tarado?”, “no, no podría, siempre me recordaría a…” y siempre, siempre, acaba llorando.
Ella verá. Yo hago lo que puedo. Sigo en el despacho, con Esther y con Álvaro (al final regresó después de la muerte de Albert). Ahí estamos los tres, aguantando en la trinchera y tirando del carro y esperando que se nos una Pilar, la hija de Alberto. Al final parece que le ha tirado el Derecho y va a ser Abogada.
Francis, Pilar y Álex se fueron a hacer las Américas, ya volverán. Aunque tengo cierto miedo a que vuelvan porque no sé si sabré decirles lo de los hijos de Alberto.
Bueno, no me entretengo más, esta entrada ha sido larga pero me ha encantado hacerla porque hay mucha esperanza en ella. Por mi parte, sigo bien, feliz, centrada en mi hijo pero sabiendo que la vida sigue y que, aunque nunca olvidaré a Alberto, algún día encontraré a un hombre para seguir con mi vida. Aunque, claro, será un hombre inferior (ja, ja,. ja).
LA CARTA
Querida Fran.:
Supongo que cuando recibas esta misiva, ya no estaré aquí y como entiendo que no lo vas a comprender me he atrevido a remitirte estas breves líneas escritas de mi puño y letra, como cuando te mandaba cartas desde mi servicio militar.
Hay decisiones que uno toma aun sabiendo que nadie las va a entender. Este es el caso. Lo que voy a hacer no es un acto de locura, ni de ira, es un acto de resignación y, hasta cierto punto, de generosidad.
Siempre he tenido miedo de perderte, de no poder vivir a tu lado, de no sentirte, porque siempre le dabas sentido a mi vida. Ese miedo me ha condicionado tanto que ya no me reconozco, ni te reconozco tampoco.
Toda mi vida he tenido esa sensación de que la gente a mi alrededor va a una velocidad distinta, más lenta y me agota la paciencia saber de antemano lo que se va a responder, lo que va a ocurrir. Añádele que tengo el hándicap de la memoria. ¿Puedes imaginarte lo duro que es ver una imagen, día sí, día también?
Para sobrellevar eso, necesitaba tu presencia, tu alegría. Me doy cuenta de que ya no lo tengo, el miedo, me refiero. Te he perdido y, al cumplirse mi temor, también me ha abandonado ese pavor.
Así pues, se trata casi más de un problema de logística. ¿Cómo sobrellevar tu pérdida?
No puedo, esto es así. No puedo, y no estoy dispuesto a salir a la calle, otra vez a negociar con todas esas noches frías que están ahí, esperándome, recordándome a ti, como antes de conocerte, cuando todo era oscuridad. No me apetece en absoluto batallar otra vez con todos esos demonios, soportar esas insulsas charlas, ¿otra vez a beber? ¿a emborracharme? ¿a vomitar? ¿a llorar? No podría, de veras que no. Ya estuve allí y no me gustó.
Ay, Fran, a veces imagino que vivo otras vidas. En una soy profesor, en otra barrendero o mozo de almacén, contable o arquitecto pero en todas ellas estoy contigo.
La vida son las elecciones que tomamos. Puedo optar entre amargarme en un sentimiento de odio o, por el contrario, en recordar lo bueno que la vida me ha dado, y ante esa disyuntiva, te elijo a ti, Fran. Dejarme arrastrar por ese sentimiento que me lleva a ti, ese amor perjuro que me rompe en mil pedazos.
Elijo el amor, coger todos esos recuerdos que atesoro y fundirme con ellos y, juntos, ya convertidos en cenizas, reposar en un pequeño cofre, a la espera de tiempos mejores.
No me juzgues con demasiada dureza.
Sinceramente tuyo,
Alberto
Recibida el día 9 de octubre por Fran.
FRAN
El día que Fran muera, habrán transcurrido treinta y dos años desde el fallecimiento de su amado esposo. Tras residir en Estados Unidos durante cinco años volverá al domicilio conyugal con sus hijos.
Rehará su vida profesional y escribirá un libro por el que será recordada. Sus hijos serán felices aunque pasarán las consiguientes dificultades. Pilar será abogada y colaborará con Esther, Patricia y Álvaro. Álex, en cambio, será médico.
Fran descubrirá que Alberto tuvo dos hijos más, hermosos, clavados a él y los amará como si fueran sus nietos. Patricia y Lara aprenderán a cuidarla y descubrirán el fondo que siempre ha tenido.
Podrá ver cómo Patricia tendrá dos esposos de los cuales se divorciará para luego olvidar la idea del matrimonio como forma de relación perfecta e iniciar una serie de relaciones esporádicas que, unidas a sus éxitos profesionales, la harán sentirse plena y dichosa.
Lara no se casará pero tendrá su aventuras, algunas más duraderas que otras y, especialmente, con uno estará a punto de plantearse algo más serio, pero ese día encontrará la cinta que Alberto le regaló y se dará cuenta que siempre estuvo allí, que siempre estará allí y que no es justo cargar con ese vacío a otra persona.
Algún día que otro, Fran estará más triste de lo normal y se preguntará por qué no buscó a Albert cuando todo le indicaba que su marido podía haber planeado todo lo que sucedió y que seguía escondido, alejados de todos, para protegerlos. Será una idea que desechará porque sabe, a ciencia cierta, que su difunto esposo jamás habría dejado pasar la oportunidad de ver a sus hijos.
Ese día, todavía lejano, Fran se sentará en un sillón y apoyará su cabeza en el cristal de la ventana próxima a ella. Estará en paz y tranquila viendo una fotografía que se hizo con Albert cuando eran novios. Y sentirá cómo un velo desciende por sus ojos. No llorará porque ya no le quedan lágrimas y, a medida que la luz se vaya apagando, notará cómo emerge de esa oscuridad la imagen de un rejuvenecido Albert que se acercará a ella,
-“Dame la mano, amor mío” dirá Albert
-“Te estaba esperando, cielo, por fin vienes”
-“¡Qué va!, Fran, eres tú quién ha tardado tanto, puñetera.”
-“Anda este, ven y dame un beso, tontaina. Llévame contigo, al cielo, al infierno, pero llévame contigo”
Y, su boca esbozará una sonrisa, mientras su alma se unirá a la de su amado para ir quién sabe dónde.