Un tratado imperfecto sobre el amor, 17

Diferentes sentimientos y la revelación.

XVII

Domingo 1 de octubre

8:00

SORPRESA TRAS SORPRESA

Alberto.-

Finalmente me decidí a encender mi móvil. No lo tenía muy claro, seamos sinceros, pero tampoco podía vivir de espaldas a la realidad. No era mi estilo y, desde luego, no pensaba cambiar mi forma de ser. Al menos no en ese aspecto. Me gusta enfrentar las cosas, uno no puede estar huyendo.

Con ese ánimo vi encenderse la pantalla y, tras, marcar la contraseña accedí al whatsapp.

Francamente, esperaba más mensajes. Alguno de Lara “¿Cómo estás?; ¿Dónde estás?, Llámame”.

Un único mensaje del Joya, “En cuanto salgas dame un toque”

Otro de Ignacio “Ándate al loro, Albert, ella va a por ti”, se refería claramente a Tania y, sí, decididamente iba a por mí. Pero me daba igual, me quedé todo el sábado en la pensión y ella no sabía dónde estaba alojado, que siguiera buscando, no me importaba lo más mínimo.

Y mensajes de Francis ( ya veis, viene y se va, mi torpe empeño de olvidarla, quiero decir) los días 19 al 25, “tenemos que hablar”, “llámame”, “esto no puede seguir así”, “no puedes esconderte eternamente”, “tarde o temprano tendremos que sincerarnos”, “hay muchas explicaciones que dar”, “debemos afrontar nuestras decisiones y nuestros actos”, cosas así.

¿Qué hacer? ¿Debía volver con ella? Estaba claro que deseaba perdonarla y me resultaba meridiano que sin Fran estaba perdido pero ¿tragarme todo ese orgullo’?. Tenía que meditarlo con mucho sosiego.

Me senté en el sillón y me preparé un té, negro, pakistaní, con ese sabor inconfundible, mientras leía el periódico del día anterior, entreteniéndome con noticias que no iban conmigo. No tenía ganas de hacer los crucigramas y me asomé a la ventana, un domingo de octubre, con el suelo mojado, la lluvia cayendo como una fina cortina, el olor del ozono, ese entrañable olor a tierra mojada que no es, porque en Madrid solo hay aceras y hormigón.

Abrí la ventana y me sentí tranquilo, a gusto, relajado. Por un momento el mundo parecía ir por el camino adecuado, a la hora adecuada, hacía mucho que no me sentía conectado a la vida. Decidí que sí, que merecía la pena.

Era demasiado temprano como para llamar a Jose por lo que decidí afeitarme y ducharme para luego ir a alguna cafetería a desayunar. Me apetecía dedicarme algo de tiempo para mí solo, pasear bajo esa lluvia “calabobos”, dirigirme al kiosko y comprar el periódico del domingo.

Ya en la cafetería tomé un desayuno que consistió en un zumo de naranja, café con leche, corto de café, y una tostada con aceite, tomate y sal. Hacía tanto tiempo que nos disfrutaba de un momento para mí, que me resultó extraño sentir esa breve dosis de felicidad.

Ahora sí, eran las 10:30, ahora podría llamar a Jose. Ya estaría despierto y quería darle las gracias por la paciencia que mostró guardándome la ropa, las cosas que me llevé, esa pila de dolor contenida en siete bolsas de basura.

-Coño, Albert, qué sorpresa.

-Sí, tío, perdóname. Tenía que centrarme y cuando me he querido dar cuenta se me han echado los días encima. Cada día estoy peor, Jose.

-No pasa nada, ya sabes que me tienes para lo que precises.

-De eso mismo quería hablarte, colega, me llevo las bolsas. Te dejo libre, amigo.

-Cojonudo, tío. No es que me moleste pero estaban empezando a tocarme la moral las dichosas bolsas.

-No te preocupes, me las llevo esta tarde. ¿Te viene bien?

-Va a tener que ser a las 21:00, tío, tengo que salir y no llego hasta esa hora.

-Magnífico. A las 21:00 entonces. Recojo las bolsas y  nos tomamos algo. Voy a llevarte una sorpresa.

-Pues a las 21:00 nos vemos, Albert.

Bueno, tenía tiempo suficiente para comprar una botella de Dom Pérignon Rosé Vintage del 2006 que me costaría 330,00 €.-. Era caro, sí, pero la ocasión lo merecía y sabe Dios que Jose había aguantado mucho.

Recordé que hace 21 años le prometí que un día le invitaría a un Dom Pérignon para tomárnosla juntos y celebrar que estábamos fuera de toda la mierda que había en nuestra vida. Una promesa de amigos, algo inquebrantable. Pensé que ya era hora de cumplir esa promesa. Joder, si resucitar tanto mi vida como mi matrimonio no valía un Dom Pérignon con mi amigo, no sabía qué momento sería entonces el más apropiado.

Hecha la compra decidí ir a comer a algún restaurante de mi Centro Comercial favorito. Un japonés quizás, algo exótico y original, lejos de los bares de 101 tapas. Me decanté finalmente por un Kebab (en el fondo soy un cutre, es dejarme solo y mi vena hortera sale a flote con una rapidez que sorprende) y un par de tercios Mahou etiqueta verde (os lo dije, sale a relucir con la velocidad del rayo). Para finalizar la comida, me dirigí a la cafetería.

Sí, “esa” cafetería.

-Un caramel machiatto” pedí a la misma camarera que me atendió aquél lunes, hacía casí un mes.

-¿Se lo grito otra vez, caballero?” me preguntó sonriendo la muchacha “Alberto Jurado Vázquez ¿no?

-Sí, señora, respondí , veo que tiene buena memoria.

-Hombre, una cosa así no se olvida. 20,00 €.- de propina no se ganan todos los días, y, por cierto, soy señorita.

-No se ofenda usted, no lo digo por mal. Entre el feminismo se dice que lo correcto es decir siempre señora porque no hay equivalente masculino a señorita que signifique lo mismo y yo no quiero líos con las nuevas generaciones.

-Pues a mí me gusta que me llamen señorita y curro 10 horas diarias como la que más. Eso son chorradas. Mi igualdad empieza en mi nómina. El resto ya me encargo yo solita de defenderme, caballero.

-Podríamos charlar tranquilamente sobre esos asuntos pero me temo que se me hace tarde y tengo muchas cosas que atender.

-Salgo dentro de una hora, Alberto Jurado Vázquez.

-¿Sabes? en otro momento, en otro lugar, me habría considerado el hombre más afortunado del mundo, pero hoy, aquí, de veras que no puedo.

-Pues entonces otro día, a otra hora, si quieres, te espero.

-De verdad que no puedo, señorita.

Me entregó mi café y me marché. Se me estaba haciendo tarde. Quería echarme una siesta antes de acudir a nuestra quedada de amigos.

Me dirigí a la pensión, entré en mi habitación, puse el champagne en la nevera y me tumbé sobre la cama. Caí rendido y dormí sin tener ninguna pesadilla, ningún sueño, solo esa oscuridad confortable y, curiosamente, reparadora.

Desperté a las 19:00 y la habitación se me echaba encima. Recuerdo que pensé “Joder, dos horas” y resolví irme a su casa de todas formas, “entre que llego, guardo el champagne en la nevera, preparo un cubitera y hago unos canapés o unas tapas y guardo las bolsas en el coche, cuando venga éste a las 21:00 lo tengo todo preparado. Pero antes voy a mandarle un mensaje a Fran”

Sobre las 19:15, y tras pensar detenidamente lo que quería transmitir envié dos mensajes a mi esposa.

A las 19:45 estaba en el portal del piso de mi amigo. Saqué las llaves del bolsillo, aquél juego que me prestó para que pudiera entrar y salir cuando quisiera de su casa y “teniendo en cuenta el paragüero” pensé con sorna.

Abrí la puerta y sorteé el obstáculo con gracia felina (nah, lo esquivé y punto), accedí al salón y vi una luz que salía del fondo de la habitación donde una noche dormí. Oí ruidos, jadeos, los sonidos propios de un polvo monumental. Invadido por una sensación de curiosidad apremiante me asomé al creer que reconocía las voces.

Allí estaban las dos personas que más quería haciendo el amor, o follando, para el caso era lo mismo. No había encendido la luz del salón, ni la del pasillo por lo que estaba a oscuras. Supongo que no me oyeron llegar, podía oír perfectamente el “plof, plof” que hacían los huevos de Jose sobre las nalgas de Fran, un sonido continuo, cadencioso, “plof, plof”, “plof, plof” mientras Fran cerraba los ojos, no parecía que disfrutara mucho, estaba sudando y sus pechos se movían al ritmo que marcaba la polla de mi amigo en su culo.

Otra “gloriosa imagen” que no podría eliminar de mis recuerdos. Jose no podía verme, la pared tapaba su visión. En cambio, Fran sí que me vio y me miró directamente a los ojos … y sonrió.

Mientras sonreía, y sin alejar su mirada de mis ojos, empezó a gemir muy sonoramente, “sí, sí, fóllame el culo, Jose, qué bien lo haces amor”, y yo vencí mi cabeza sobre mi hombro derecho y la miré, extrañado, sorprendido, roto… otra vez.

“Plof, plof” volví a oir. “Sigue, sigue, cabrón, ábreme bien el culo” gritaba Fran, “toma polla, puta, toma, te voy a follar ese culito, zorra, no vas a poder sentarte en un mes” exclamaba Jose, “síii, soy tu zorra, dame fuerte” replicaba ella.

Me di la vuelta. Estaba harto de ver la imagen y cansado de intentar entender algo. Yo no  pintaba nada ahí y no iba a montar el numerito del amigo ofendido. Eso no iba a suceder.

Fui a la cocina y cogí una cubitera, le puse unos hielos y metí la botella de champagne. Cogí dos copas y las puse sobre la mesa del salón junto a una carpeta amarilla con el logo, curiosamente, del Centro de Enseñanza donde trabajaba Fran.

Saqué una tarjeta mía de la cartera y escribí en el reverso: “Se bebe frío”. La coloqué junto a esa botella que me había costado un riñón. “La última pelusada”, me dije.

Volví a fijarme en esa carpeta amarilla, “Claro”, pensé con ironía “seguro que han quedado para revisar el examen, je” y me fui a la salida oyendo la música de fondo que formaban los gritos de Fran que aumentaban a medida que yo me alejaba, como si quisiese que yo lo supiera.

“Lléname, amor, lléname el culo con tu leche, Jose, luego te como la polla, te la voy a dejar reluciente” “Diosssssss, síííí´”, escuché a Fran mientras cerraba la puerta de ese piso. Y ya no recuerdo mucho más de esa noche. Solo que fui a mi pensión, apagué mi móvil y escribí en el diario de los cojones.

17:00

Fran.-

Estaba decidida a dar un nuevo giro en mi vida y cerrar con fuerza la puerta tras abandonar definitivamente a Albert. “Esta vez, sí”, me animé, “sin remordimientos, lejos de mi vida. Se acabó, Alberto”

Me puse un vestido negro, escotado, que dejara poco a la imaginación pero que dejara, unas medias negras y unos tacones que llegaran hasta el techo. Me maquillé, pinté mis labios de un rojo intenso, revisé que mi sexo estuviera debidamente depilado, que simulara el de una jovencita y el broche final: ni bragas, ni sujetador. Iba a por todas. Hoy Jose iba a caer.

Demostraría a ese hombre lo agradecida que puedo ser, me entregaría, por fin, a un hombre de verdad. Noble, desinteresado, alguien en quien poder confiar, una persona que reconocía sus defectos y que intentaba minimizar los de su mejor amigo. Alguien digno, por fin. No una mala bestia, no un compañero traidor. Siempre había sido él, Jose, aquel muchacho al que no conseguí ver hace tantos años. Pero ahora le veía, claramente, sentía su luz, su humanidad.

Tenía que darme prisa, ante todo quería ser puntual. No iba a andarme con tonterías de “hacerme esperar” ni nada por el estilo. Él me había rescatado de Juan. Con esa carpeta en mi poder ya no me podría extorsionar. Ahí figuraban todos los movimientos contables, todos los documentos que acreditaban los chanchullos que tenía Juan con la empresa de su cuñado, aquella  que suministraba los desayunos y las comidas en el Centro de Enseñanza. El desvío de dinero que día sí, día también, efectuaba con las empresas de mantenimiento. Y una cosa llevaba a la otra. Si eso salía a la luz tanto su futuro político como profesional iban a la basura.

Salí a la calle en dirección a su casa. Llegué a las 18:50,  antes de tiempo, pero no importaba. Ya no tengo edad para hacerme la difícil, ni tampoco ganas de tontear con un juego absurdo del gato y el ratón. No quería hacerme la interesante, quería follarme a mi héroe. Ni más, ni menos. Y estaba dispuesta a todo.

Me abrió la puerta y, tras entrar en su casa, le besé con toda la pasión de la que fui capaz. “Gracias, gracias, gracias” le dije, “no sabes cuánto he pensado en ti, no te haces una idea de lo profundamente que me has conmovido, me siento como una colegiala, No, no digas nada, solo ámame, hazme el amor, Jose, o fóllame, como prefieras pero, ya, hazlo ya, no quiero esperar más”

Me arrojé sobre él, le desabotoné la camisa de  botón en botón, besaba cada parte de la piel que descubría, un beso, un lametón, un mordisquito, otro botón, y otro, y otro, hasta que llegué a su ombligo y le quité la camisa mientras mi lengua jugueteaba con su ombligo.

Recorría el camino inverso y comencé a morder levemente sus pezones, le besaba, metía su lengua en su boca, acariciaba su entrepierna, notaba la dureza de su hombría sentía como introducía mano entre mis muslos. “No llevas bragas” susurró sorprendido, “Joder, Fran”

-Sí, cielo soy tuya.

-“Espera” me dijo “vamos a la habitación”

-Sí, cariño, llévame donde quieras, pero ahora mismo. Te deseo con urgencia, con desesperación, dios quiero comerme tu sexo, sentirlo en mi boca, sentir cómo te vacías dentro de mí.

-“Sí Fran, ¿verdad que la quieres?” me preguntó mientras se bajaba los pantalones y me enseñaba su miembro, duro, fuerte, venoso, varonil.

-“Sí, la quiero para mí” e introduciendo su glande en mi boca, inicié mi mamada. Una felación, paciente, húmeda, entregada me detenía y succionaba su capullo, acariciaba sus testículos con mi mano izquierda, mientras masturbaba con la derecha. Me esmeraba en conseguirle el máximo placer, quería hacerle feliz. No me preocupaba lo más mínimo mi disfrute, solo deseaba su corrida, demostrarle a ese hombre lo mucho que valía y, en ese empeñó me esforcé hasta conseguir veinte minutos después que se corriera en mi boca. Cuatro prolongados espasmos que llenaron mi boca de semen. Un semen que acabó en mi estómago porque no iba a permitir que se escapara ni una sola gota de aquella leche.

Sonaron dos mensajes de whatsapp en el móvil que se perdieron entre los gemidos que ambos proferimos.

Acabada mi felación, le miré a los ojos y sonreí, orgullosa de mí misma.

Seguía empalmado, “He tomado viagra, cielo. Hoy voy a follarte muchísimo”.

-Claro, amor, le respondí totalmente consagrada a esa tarde de sexo, ¿me vas follar mucho, cielo? ¿pero mucho, mucho?, le interrogué juguetonamente

-Sí,zorrita, mucho y por todos tus agujeros.

-Soy tu zorrita, cariño, ¿me vas a follar también mi culito?, ¿sabes? Está hambriento y quiere algo tuyo dentro, ¿me vas a llenar el culito, amor?

De una manera violenta me quitó el vestido y empezó a besar mis pechos mientras me introducía dos dedos en mi vagina, ya humedecida, se entretuvo masturbándome hasta arrancarme un orgasmo y, no contento con eso, empezó a chuparme el clítoris y a introducirme dos dedos en mi esfínter.

Otro orgasmo más y me puso a cuatro patas, llevábamos media hora de sexo intenso, se había corrido en mi boca y se introdujo dentro de mi sexo solo restaba que probara mi culo. Yo estaba transportada a otro cielo pero también agotada, eso no le importó a Jose quien comenzó a lamer mi esfínter, ya abierto, con el masaje que me había dado.

Escupió sobre mi agujero y me dijo :Ahora te voy a dar por culo, Fran.

No me pareció la cosa más romántica que me habían dicho jamás pero a esas alturas del partido si algo sobraba era el romanticismo. Estaba ya cansada de sexo y deseaba relajarme y acariciar a mi hombre pero no le iba a negar su último agujero, por lo que decidí laxar mi culito y esperar su acometida. Llegó despacio, colocó su capullo en la entrada y empujó suavemente hasta que entró la totalidad de su glande.

Me agarró la cintura con una mano mientras con la otra me acariciaba un pecho, pellizcando el pezón. Introdujo lentamente la mitad de la extensión de su verga y la dejó quieta, para que me fuera acostumbrando, empezó a dolerme un poco. Había hecho anteriormente un anal con Felipe pero no era algo que me atrajera demasiado, además, Felipe siempre usaba unos aceites que facilitaban la penetración, algo bastante más efectivo que la saliva segregada por la boca de mi amante.

Finalmente, y de un empellón, entró totalmente su polla. Dolía, pero estaba dispuesta a aguantar, sabía que mi placer llegaría tarde o temprano, solo había que esperar un poco. Sus huevos golpeaban rítmicamente sobre mis glúteos, “plof, plof”, aún me dolía bastante, tenía la cabeza agachada y sudaba, notaba mis pechos balancearse al vaivén de sus acometidas, levanté la cabeza y le ví.

Ahí estaba Albert, mirándonos, callado, quieto, en el umbral de la puerta de la habitación. Jose no podía verlo pero yo sí, y decidí hacerle saber que él era historia pasada. A pesar de mi dolor, de mi incomodidad le sonreí, “sí, sí, fóllame el culo, Jose, qué bien lo haces amor” dije en voz alta.

Para que me oyera bien, para que no quedara la más mínima duda de que Fran, hoy, en ese mismo instante, rompía con todo. Que rompía con toda la fuerza de su voluntad, que la entrega de Fran a Jose era total y absoluta, que, desde ese mismo instante, Fran sería la puta de Jose, que rompía amarras con la vida de ese animal que, con la cabeza girada hacia su hombro derecho, me miraba.

“Sigue, sigue, cabrón, ábreme bien el culo”, insistí en mi determinación, “síii, soy tu zorra, dame fuerte” perseveré.

No sé muy bien qué reacción esperaba de Albert pero desde luego no que se diera la vuelta en silencio y se marchara.

Oí cómo trasteaba en la cocina mientras Jose seguía reventando mi culo, masturbándome con una de sus manos para que me corriera junto a él. Pero yo no podía permitir que Albert se fuera así, de rondón. No, quería que supiera que iba a permitir que su amigo se corriera dentro de mi culo, y que el juego todavía no había terminado y, con esa intención, grité, para que me oyera, y, con un poco de suerte, para romperle ese inexistente corazón que simulaba tener.

-Lléname, amor, lléname el culo con tu leche, Jose, luego te como la polla, te la voy a dejar reluciente” “Diosssssss, síííí´.

Finalmente  se corrió dentro, y sentí como salía su leche de mi culo, menos abundante, claro, después de todo ya no somos jovencitos, y yo obtuve mi orgasmo también. Caímos desfallecidos, ambos.

Parecía feliz mientras me decía, “Joder qué polvo, estás hecha una campeona, Fran, zorrona”

-Sí vida mía, ¿verdad que soy muy puta?. Soy tu puta, amor mío, tuya.

-Sí, claro, lo eres. ¿Por qué gritabas tanto? Parecías una perra en celo.

-Ah, eso, dije descuidadamente, es que estaba Albert viéndonos y quise añadirle morbo al asunto.

-¿Qué dices, que estaba Albert presente mientras te estaba echando un polvo?

-Sí amor, eso mismo ¿verdad que es apropiado? Albert viendo como, por fin, hacía la elección que debí realizar hace tantos años. Siendo testigo directo de cómo rectifico mis errores. Has estado divino, cariño.

-Pero, pero, joder, Fran ¿cómo no avisas?

-Tranquilo amor, no te preocupes. Él ya ha sido un cornudo, y una vez que salen los cuernos, ya no duelen, o eso dicen por ahí.

-No, no. Eso está mal. Esto no tenía que haber salido así, joder.

-Ha salido como tenía que salir, cielo.

-Que no hostia, que no. Vístete y vete, Fran.

-No te alarmes amor, ahora tenemos toda la noche para nosotros.

-Que te vistas y te vayas, gilipollas. Vete de una puta vez de mi casa, coño.

-Pero, ¿qué pasa, cielo? Tenía pensado quedarme aquí a dormir.

-¿Que qué pasa? ¿Me preguntas qué pasa, puta guarra? Pasa que Albert es mi mejor amigo, pasa que me ha visto follándome al amor de su vida, eso pasa. Vete de aquí, Fran, vete.

No entendí esos remordimientos, la cosa ya no tenía solución. Un sentimiento de amistad mal entendido colegí, Jose era así de noble pero yo ya había tomado una decisión y no iba a cambiarla porque no quisiera acompañarme en mi nuevo periplo. Por supuesto que me iba a ir pero no iba a modificar mi pensamiento. Después de ducharme y vestirme, una nueva Fran salía de ese piso a las 20:30.

-Adiós, me despedí, ya sabes dónde localizarme.

Y me marché hacia mi casa, totalmente satisfecha con lo que había hecho, tan plena que olvidé llevarme la carpeta del Centro de Enseñanza, esa carpeta que era la llave a mi nueva vida.

Jose.-

Viéndolo con perspectiva me doy cuenta de que lo normal es que el plan fallara por todos los lados. No es que me importara mucho pero no era así como yo quería que saliera.

Cuando Albert me indicó que iba a pasarse a retirar sus cosas, calculé mentalmente que en dos horas habría finiquitado el polvo con Fran. Por mucho que tardara ya me las apañaría para tener mi sesión de sexo en hora y media. Una vez acabada la follada, y debidamente vestidos los dos, poco importaba que nos viera. Hasta vendría bien que nos encontrara a los dos reunidos.

Me imaginaba el apuro que pasaría Fran cuando viera al cornudo de su marido entrar por la puerta. Evidentemente, no hablaría de lo que hubiera pasado entre nosotros e, incluso, podría aprovechar para lanzar alguna indirecta que desvelara ante Albert que le había tomado el pelo. El plan era que Fran callara la infidelidad y que, avergonzada, se alejara de mi amigo.

Yo habría equilibrado la balanza, Albert sería el abogado que siempre debió ser y Fran se iría a Estados Unidos durante dos o tres años. Nada como un manto de silencio para que la relación de amistad sobreviviera. Me salió bien con Lara porque de lo que se trataba, en definitiva, era de que, cuando fuera consciente de lo que había hecho por segunda vez a su esposo y de lo fácilmente que había sido  manipulada para hacerlo, ella se alejara.

Pero, como dijo Robert Burns: “Los mejores planes de ratones y hombres se tuercen a menudo,  no dejándonos sino dolor y tristeza  en vez del prometido gozo”.

¿Cómo iba a prever que hubiera decidido traer un Dom Pérignon a casa antes de tiempo?

Cada vez que lo pienso me entran ganas de romper todo. Ahí estaba la dichosa botella de champagne con la tarjeta “Se bebe frío”. Así me quedé yo, helado. Pero ya no había vuelta atrás. Las cosas habían salido así y así debían quedarse. Esperaría la llamada que, forzosamente,  iba a realizarme mañana o pasado mañana y afrontaría las consecuencias. En el peor de los casos perdía un hermano pero si algo me ha demostrado la vida es que el tiempo te da muchas oportunidades para poder redimirte.

Miré el reloj, las 20:50. Joder, estaba todo tan bien calculado, en 10 minutos habría aparecido por la puerta y habríamos compartido la botella que una vez, hace tantos años, prometimos que nos beberíamos para festejar nuestra victoria sobre la miseria que era nuestra vida.

Si cerraba los ojos podía ver la imagen de dos chicos jóvenes y soñadores que se habían confabulado para comerse el mundo, y si mantenía ese retrato, podía advertir que los dos muchachos me  miraban enfadados, reprobándome lo que acababa de hacer.

Me detuve ante la cubitera, acaricié la botella con mi dedo índice, alcé mi cabeza hacia el techo y, lleno de una furia que no podía imaginar un par de horas antes, tomé el Dom Pérignon y lo estrellé contra la pared notando como una lágrima resbalaba desde mi ojo y recorría mi mejilla derecha.

22:30

UN DIARIO PARA “PUERTAS”

Alberto.-

Entrada 5.-

Empiezo a tener una sensación de “Déjà vu” con esto de los cuernos. Parece que el destino se ha empeñado en que sea testigo directo de todo lo que me puede romper el corazón.

Y es curioso que, a pesar del desengaño, no percibo que haya salido tan mal parado. Es esa impresión de que ya he estado aquí antes. De alguna manera he avanzado y aunque hay algo dentro de mí que ya no puede sonreír no quiero perder el tiempo analizando mi situación. Me recuerda a “La chaqueta metálica” de Stanley Kubrick, esa imagen final de los soldados volviendo del infierno, inmunizados ante el amor y el horror cantando la canción del club de Mickey Mouse. “Como una roca” decía el protagonista y empiezo a entender que, al igual que él, “ya no tengo miedo”.

Pienso en los mensajes que envié… ¡Hostia! los mensajes, joder voy a ver si puedo eliminarlos. Nah, mierda para mí, doble check azul para demostrar que soy aún más tonto de lo que imaginaba. Debe estar descojonándose de la risa.

Me veo a estas horas, escribiendo en este diario, y me siento un poco ridículo. Quiero decir, he visto mi segunda corneada, tengo 330,00 €.- menos en mi cuenta y me he dejado todas mis cosas allí. Por lo menos debí haberme traído el jodido champagne, ahora sé que no voy a poder probar esa marca en toda mi puta vida.

Había empezado tan bien el domingo. Como dijo el inefable Rubén Blades: ”Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas”.

CAPÍTULO XVIII

APRETAR LOS DIENTES

10:00

Lunes, 2 de octubre

Alberto.-

Abrí mi correo gmail y me encontré el siguiente mensaje:

  • Google Maps timeline.-

“Alberto, aquí tienes las novedades de tu cronología”

Has recibido este correo electrónico mensual porque has activado el historial de ubicaciones, una opción de tu cuenta de Google que guarda los sitios a los que vas en tu cronología privada

Como cualquiera puede imaginar pulsé sobre el botón de Cronología Privada. Soy enemigo de la tecnología pero me resultaba fascinante que pudiera saber dónde estuvo mi móvil durante mi período de, a falta de mejor término, “vacío existencial”. Por pura curiosidad marqué el día 7 de septiembre y me fijé en una de las direcciones que  venían indicadas en el recorrido que efectuó mi móvil ese día.

Constaba la dirección de mi ex amigo, por supuesto, y la de su lugar de trabajo,  ¿tráfico? “¿para qué había ido a tráfico?”  me pregunté , sindicato  y esa dirección. ¿Por qué me resultaba tan familiar esa dirección?. Abrí la el cajón de mi escritorio y consulté mi agenda. Ojeé el día 4 de septiembre y, ¡Eureka!, allí figuraba esa dirección. Exactamente “esa” dirección, donde estaba situada la casa de Felipe.

Me acomodé en el sillón y me mentalicé para procesar todo lo que implicaba ese dato.

A saber, el día 7 de septiembre mi móvil estuvo en la casa de Felipe. Se supone que Patricia entregó mi móvil a Jose el día 6 de septiembre en el hospital. El día 7 de septiembre este supuesto “hermano” fue a trabajar para dirigirse al sindicato al finalizar su horario laboral y, desde allí, fue a la casa de Felipe.

Podría llamar al sindicato para cotejar mi sospecha pero estaba seguro de que el día 5 o el día 6 Jose y Felipe estuvieron en el sindicato. Lo cordones negros demostraban que los agresores tenían que ser de izquierdas haciéndose pasar por nazis.

Era eso, querían que yo pensara que eran “pelados”, por eso no se cubrieron la cabeza con un pasamontañas sino con bragas que solo tapaban la boca. Una de las funciones del canalla de mi amigo  era autorizar las denominadas “acciones” contra personas que amenazaban a miembros del sindicato, o a trabajadores. Para mí era evidente que Jose autorizó una “acción” contra Francis (ahora sí me salía, por fin) pero Felipe “modificó” la finalidad del binomio y decidió darme un escarmiento por haberle quemado la moto y destrozado  la casa. El objetivo siempre fui yo.

Solo tenía que cotejar dos cosas: la pertenencia de Felipe a mi antiguo sindicato y la matrícula del coche que tomó Patricia.

Media hora más tarde, y tras unas llamadas a un antiguo camarada,  a un amigo mío de la Jefatura Provincial de Tráfico y a un conocido en la Tesorería General de la Seguridad Social tuve la confirmación de mis sospechas: Felipe estaba afiliado desde hacía años al sindicato y la matrícula era del coche que grabó Patricia, un vehículo que era propiedad de una profesora de Educación Física llamada Ana en el Centro de Enseñanza donde impartía clases Francis, y sí, la tal Ana, vivía en la misma dirección que Felipe.

Misterio resuelto, qué bien me habría venido ese Dom Pérignon para celebrarlo.

Ya sabía el cómo se hizo, ahora me faltaba saber el “por qué”.

Volví a inspeccionar los vídeos de mi cuenta gmail y lo que vi me dejó anonadado.

Lara teniendo un trío con Joya y con Jose. Ahora sí que lo había visto todo, empecé a entender todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Aparecía el Joya tirando  de “coca” para excitar a Lara. Usando la droga tanto en su pene como en el sexo de mi amiga.

Alguien había borrado el vídeo del móvil pero olvidó que esos vídeos se guardan en la cuenta gmail. La fecha era 15 de septiembre, por tanto, era posible que el móvil lo tuviera Patricia. Tenía sentido, era muy propio de ella eliminar esos archivos que afectaban a Lara. Sentía cierta especie de cariño o de respeto por ella.

Todos estos descubrimientos demostraban una cosa: no tenía ni idea de cómo eran las personas que me rodeaban. Creía que tenía el control de mi vida y resulta que estaba rodeado de extraños. No conocía a Jose, ni al Joya, ni a Lara y, sobre todo, no conocía a Francis.

De alguna manera, ya no me sentí tan mal. Sufría por no haber tenido la precaución de vigilar a las personas más cercanas a mi alma. Había fallado por gilipollas y eso, aunque no os lo creáis, me alivió.

Patricia.-

Cuando Esther y yo llegamos al despacho, Albert se encontraba dentro. No es que me extrañara pero reconozco que me inquietó bastante que no saliera a saludarnos porque él siempre daba los “buenos días”.

Sospeché que algo había pasado durante el fin de semana, llevaba desde el jueves sin tener noticias suyas y no quise indagar. No iba a molestarle con preguntas impropias pero me tenía muy preocupada.

Estuvo todo el día encerrado en su despacho, únicamente se oía el ruido de su voz cuando llamaba a alguien. Estaba investigando algo y, después de lo que ocurrió en ese despacho la última vez que estuvimos juntos, me daba cierta vergüenza entrar y agobiarle con preguntas. Decidí que lo mejor era esperar a que fuera él quien diera el primer paso.

Pasaron las horas y seguía sin salir del despacho y a las 14:30 llamé a la puerta para comunicarle que Esther y yo nos íbamos a comer y preguntarle si se apuntaba.

-No puedo, Patri, muchas gracias, pero ahora mismo estoy metido en mis temas, ya sabes, mis pequeñas mierdas. Ahora, venga, iros a comer y dejadme seguir con lo mío.

-Pero, ¿va todo bien, Alberto?

-No podía ir mejor, Patricia, gracias de nuevo.

Una manera elegante de decirme que me marchara. De todas formas no me importaba, después de comer, íbamos a volver mi compañera y yo, así que le dejé escribiendo en ese diario que llevaba consigo desde que salió de la unidad de psiquiatría.

14:15

UN DIARIO PARA “PUERTAS”

Alberto.-

Entrada 6.-

Empiezo a verle sentido a la terapia propuesta por la “Doctora Liendre”(“de todo habla, de nada entiende”) y debo confesar que ha acertado de pleno. Qué pena tan grande no saber ver lo que los demás hacen por ti. Desde un primer momento había desechado los argumentos que la doctora me había expuesto para escribir este diario. Qué monumental gesto de arrogancia el mío pensar que yo puedo saber más que una profesional pero, a la vez, qué prudente he demostrado ser accediendo a seguir su terapia.

Después de todo lo que he descubierto hoy, dudo mucho que mi vida vuelva a ser como antes. Me siento bastante perdido y humillado. Por una parte no tengo a quien acudir (Patricia no es una opción) y eso es malo pero por otro lado, bueno, tengo que valerme por mí mismo, y eso es bueno. Es bueno porque, aunque me moleste reconocerlo, me he vuelto débil e inseguro y  esta situación, esta serie de pequeñas catástrofes concatenadas, conseguirá que salga más fortalecido.

Es malo porque me planteo un dilema que no creo que tenga respuesta, ¿qué debe hacer un hombre para que le quieran, para que le respeten?

¿Me merezco todo lo que me ha pasado? La respuesta es un rotundo “no”.

Nadie se lo merece. No me hago falsas ilusiones tipo “si te portas bien, los demás se portarán bien contigo” y, entre nosotros, nunca he creído en el ying y el yang, y el karma me la trae al pairo. Tengo muy claro que estas cosas pasan, que la vida es así y que, aunque pueda parecer cruel, esto no es más que una estupidez, una pequeñez comparado con las tragedias que se viven a diario en el mundo. Dicho eso, joder, qué mala suerte, la mía.

De un plumazo he perdido esposa e hijos (y si no, al tiempo), amigos (¿cómo voy a poder mirar al Joya después de haberse tirado a Larita? y no digamos a Jose), a Lara (el mayor anticonceptivo que puede haber es ver a la mujer de tus sueños follando con tus dos supuestos “mejores amigos”) y casi el despacho (sigo pensando que fue un error el trío que me marqué con mis compañeras).

Presentía que algo no iba bien, quise engañarme con una luz al final del túnel y resulta que era el tren que venía a toda velocidad. En fin, el lado positivo es que me estoy acostumbrando

17:00

Esther.-

Volvimos Patricia y yo de comer en un bar cercano. Ya sabéis, menú a 10,00 €.-, primero, segundo, postre y, gracias a mi compañera, más de una consumición.

Últimamente me daba cuenta de que en una zona perimetral cercana a nuestro despacho invitaban mucho a “la Abogada”. Siempre caía, algún café, algún orujo, algún postre extra. De repente me di cuenta que Patricia había sucedido a Albert. “El Abogado” ha muerto, larga vida a “la abogada”.

Qué buen trabajo había hecho Alberto, y qué gran alumna había encontrado en Patricia. Sentí un orgullo inmenso de tener estos dos compañeros.

Abrimos el despacho al público y la primera persona que entró fue Francis, la “aún esposa” de mi socio.

-Buenas tardes, ¿está Albert?

-Sí,  por supuesto ¿desea algo?

-Espera, espera” interrumpió Patricia “¿qué quieres Francis?

-“Quiero hablar con Albert o sea que tranquilita conmigo” respondió seca

-¿Para qué quieres hablar con él, no has hecho ya bastante? ¿Qué pasó ayer?

La típica “pregunta trampa” de Patri, eso era un globo sonda, un farol en toda regla.

-“Lo que pasó no es de tu incumbencia” respondió.

“Ha caído con todo el equipo” pensé, “ha picado”

-¿Quién es?, preguntó Albert desde el interior del despachito

-Es Francis, respondió Patri

-Que pase, indicó mi compañero

-Una cosa te digo, Francis, como le vuelvas a hacer daño, te juro que me las vas a pagar.

-Pues daño le voy a hacer, pero no te preocupes, niña, que te lo voy a dejar para ti envuelto en un lacito. Por cierto, ¿sigues teniendo la demanda de divorcio?

-Sí, la tengo aquí mismo ¿me la firmas?, dijo sacando la demanda de un cajón.

-Con sumo gusto. No, no saques bolígrafo, ya tengo yo” y añadió después de firmarla “¿Ves qué fácil es todo? Para ti, cielo, te regalo al bicho.

-“Tú no me conoces, Francis, de verdad que no me conoces. Albert está mal, muy mal y no sé qué ha pasado ni cuál ha sido tu participación,  pero me voy a enterar y como hayas tenido algo que ver te vas a arrepentir.

-Cielo, gente más poderosa que tú me ha amenazado y, ya ves, sigo aquí.

-Más poderosa seguro que sí, pero más rencorosa… tú pide a dios que no hayas tenido nada que ver.

-Pues eso, que me voy dentro. Vamos a hacer una cosa, te voy a dejar la puerta abierta para que oigas todo lo que le voy a decir, niñata. Qué ganas tenía de decirte esto. Qué a gusto me he quedado,  dicho lo cual entró dentro.

Francis.-

Aquel domingo llegué a casa a las 21:30. Me dispuse a apagar el móvil cuando me percaté de que tenía dos mensajes de whatsapp que, por curiosidad, leí. Los dos mensajes, los había enviado Albert a las 19:15:

“No sé si será un error, no sé si pierdo dignidad y mi sentido del honor nunca fue muy elevado por otra parte, pero sé que apenas puedo respirar si no estás cerca, sé que noto tu aliento cerca de mí  e, inesperadamente, me he dado cuenta de que muero si no te tengo a mi lado. Si me aceptas, si aún quieres a este remedo de persona, me encantaría volver a intentarlo.”

Cuando una cosa merece la pena , incluso merece la pena hacerla mal - Gilbert Keith Chesterton”

No entendía nada. Esos mensajes me descuadraron totalmente. ¿Quería volver conmigo? No podía creerlo, ¿qué motivo oculto había tras esos dos mensajes? De todas formas, no importaba, ya había tomado una decisión y no iba a modificarla por nada del mundo.

Mañana mismo acabo con esta charada, decidí, voy a dejarle muy claras las cosas a este. Me importa una mierda si Jose quiere algo conmigo o no, en cuanto recoja la carpeta y tenga mi cambio de destino me voy a Estados Unidos con mis hijos. Mañana mismo me planto en el despacho y solucionamos todo”.

A las 17:00 de la tarde en punto acudí al despacho donde trabajaban mi marido y esas dos jovencitas. Hacía muchos años que no me había acercado a ese lugar. Desde antes de la muerte de Isabel y no recordaba lo modesto que era ese despacho de abogados.

Nada que ver con una gran firma, situado a pie de calle, tan a la vista que se podía verlos trabajar fácilmente desde fuera. Tres mesas situadas en forma de L y un pequeño despacho al fondo. “Así es imposible que pudiera ganar dinero”, pensé, “debió dejar este barrio hace muchos años, no sé por qué continúa aquí”

Tras el preceptivo intercambio de pullas con la tal Patricia accedí al despachito a tener mi conversación con Albert.

Inicié la misma antes de sentarme,

-Seré breve, vengo a decirte que me voy a ir a Estados Unidos y que me voy a llevar a los niños, ya he aguantado mucho de ti y no estoy dispuesta a seguir viviendo con alguien como tú. He tenido la suerte de enterarme a tiempo de tu verdadera naturaleza y, me avergüenza haber compartido mi vida contigo.

Quiero que sepas que lo de ayer lo hice con todo mi alma …

-Eso lo dejaste bien claro.

-… no me interrumpas, por favor, déjame terminar. Jose es más hombre de lo que tú nunca podrás ser, honesto, leal y sincero. Incluso ayer, después del imperial polvo que echamos, no pudo dejar de arrepentirse cuando se enteró que nos viste. Tiene más dignidad en un dedo que tú en todo cuerpo. ¿Sabes? veo tu cara y empiezo a considerar que tienes lo que te mereces.

Sé que lo que hice ayer tuvo que hacerte daño pero no me arrepiento, considero que es un precio muy bajo el que has pagado por todo lo que has hecho y me siento feliz y dichosa de alejarme de ti.

No sé lo que pretendías con los dos mensajes que me enviaste pero creo que ya sabes mi respuesta.

-Sí, la sé y te pido perdón por haberlos enviado. ¿Has terminado ya?

-¿Qué?

-Que si has terminado ya de hablar. Supongo que tengo derecho a exponer mi defensa ¿no?

-¿Es que acaso crees que tienes defensa?

-Bajo mi punto de vista, sí, Fran. La cuestión es saber si me vas a dejar hablar o solo has venido aquí a echarme tu discurso de mujer maltratada y ciega. No es que importe demasiado, si es que importó alguna vez, cosa que empiezo a dudar muy mucho, porque yo ya no te conozco, me eres totalmente ajena. Ni  mi corazón, ni  mi alma detectan tu presencia, me siento totalmente desconectado de ti.

Verás, puedo entender tu conducta, que te quieras ir a Estados Unidos, que quieras llevarte a los chicos, joder, hasta lo veo bien. Está claro que las oportunidades que les puedes ofrecer tú en cuanto a educación y consejo son muy superiores y beneficiosas que las mías y hasta veo bien que te quieras alejar de mí, aunque me parece un poco raro que me digas eso, cuando llevas tres años alejada. Y no hablemos de los encantos de mi nuevo aspecto. Todo eso lo entiendo y lo asumo. Nada que reprocharte, nada que echarte en cara, quizás que tardaras tanto en expulsarme de tu vida o que me hayas producido todo este daño gratuito. Solo es que me gustaría saber a qué viene tanta inquina.

Me has llamado fascista y  llegaste a considerar que me había vuelto de derechas. Sé que me consideras aburrido y es posible que pienses que soy prepotente y algo soberbio y todo un gruñón, no me engaño en cuanto a eso, pero nunca me he portado mal contigo. No, desde luego, para que me odies con esa intensidad. O sea que la pregunta procedente es ¿Por qué, Fran?

-Porque he abierto los ojos a lo que eres, ¿de veras creías que no me iba  a enterar de la realidad de las “acciones” que ejecutabas en nombre de tu sindicato?, ¿acaso pensabas que yo podría convivir con un matón de barrio, lleno de ira y ansioso de poder? No, Albert, no podría, no puedo. Jose me ha contado todo.

  • Así que “Jose  te ha contado todo”. Qué interesante. ¿Te importaría iluminarme, Fran? ¿qué es ese todo? Porque te confieso que, ahora mismo, estoy en la más absoluta perplejidad.

-Sabes muy bien a qué me refiero, conmigo no te hagas de nuevas, Albert. La acción que ejecutasteis contra el arquitecto ese que violó  una trabajadora durante un fin de semana pagando dinero al novio de ella, y luego la entregó a unos musulmanes, drogándola y cuando fue a juicio lo perdiste porque el novio testificó a favor del cabrón ese. Porque eso es lo bueno del caso, Albert, ese hombre era un cabrón pero tú no tenías ningún derecho a secuestrarle, a pegarle, a restregarle sus propias heces, ni a echarle gasolina encima. Eso lo hacen los animales, Albert. Eso lo haces tú, y yo no puedo vivir con un animal.

-¿Un fin de semana, un arquitecto, moros, dices?

-Sí, y no obvies la gasolina, ni la paliza, ni el secuestro al polígono industrial.

-Perdona” me interrumpió mientras tecleaba en su ordenador portátil “¿te dijo si el fin de semana era en San Valentín?

-¿ No, pero ves cómo ahora sí recuerdas?

-Dame un minuto, me indicó, Sí, aquí está, ¿te importa apuntar esto?” me preguntó mientras me extendía un folio en blanco, “ busca en google “todorelatos”, luego vete a “categorías”, después a “no consentido” y busca “Casos sin titulares VI: Un San Valentín extremo partes 1, 2 y 3 ¿lo has apuntado? También lo puedes encontrar por “autores” “AcechadorLD” o en el buscador por “Casos sin titulares”, si dispones de una hora y media puede que te sorprendas un poco.” Y acto seguido puso frente a mí la pantalla del portátil.

-¿Qué me quieres decir, Albert, qué pretendes conseguir?

-Iluminarte, Fran, nada más. Verás, esto no va a cambiar nada entre tú y yo. No hay nada que ganar ni nada que perder. Ha resultado todo tan extremo que ya no puede haber una vuelta atrás, solo cabe asumir las consecuencias. Pero me parece injusto que sea yo siempre el que pague los platos que tú rompes o, a lo mejor, me he cansado de comprenderte. Durante mucho tiempo he pasado por alto tus desprecios, tus desplantes, tus insultos, tu constante voluntad enfocada a hacerme daño pero no estoy por la labor de quedar como el malo de la historia y tampoco me apetece que tu papel en esta pequeña tragicomedia sea el de la tonta, por tanto… “hágase la luz”.

Imagino que cuando leas los tres capítulos serás un poco más sabia y que la experiencia, a la larga, te resultará sumamente instructiva. Puedes sentarte ahora y leerlos, si quieres te traigo un cojincito para que no te moleste mucho, ya sabes, el culo.

-No sé adónde quieres llegar, Albert, comenté mientras sentía cómo un sudor frío se instalaba en  mi columna vertebral.

Albert se levantó del sillón, y dándome la espalda empezó a hablar mirando fijamente las estanterías de libros que había detrás. Cogiendo un libro y abriéndolo como si lo inspeccionara dijo:

-Jose te ha engañado, Fran, te ha tomado el pelo. Jamás hubo un pleito de una chica que hubiera sido violada por un arquitecto, ni hubo secuestro, ni paliza, ni gasolina. Aquí lo único que ha habido es ese relato en tres partes.

Yo no pego palizas, Jose sí. Por eso me salí del sindicato, porque no comulgaba con la radicalización que instauró Jose en los binomios de acción ejecutiva.

¿Lo pillas, Fran? Un relato … ¿te das cuenta?, un relato erótico que un día aconsejé leer a Jose, mientras nos tomábamos unas cervezas,

Una página de relatos eróticos a la que llegué para poder masturbarme alguna que otra vez cuando decidiste que yo no era suficiente para ti.

Un relato que me pareció extremo, que no pudo excitarme pero que estaba magníficamente escrito . Hay más relatos, ¿sabes? y algunos de ellos son estupendos.

Pero siendo terrible lo que sentí ayer, lo que más me duele es tener la certeza de que creíste la imagen que te transmitió de mí. ¿Cuándo te contó esa historia?

-El martes, 19, le dije,  totalmente perdida mi compostura, mientras leía la primera parte del relato.

-O sea que todos esos mensajes que tenía en mi móvil y que yo pensaba que eran para tratar de reconducir nuestra relación, en realidad eran para decirme a la cara lo que me has dicho hoy. He debido parecerte un monstruo ¿no es así?

-Yo, yo no sabía …, balbuceé

-No, tú nunca sabes, nunca preguntas, porque ya tienes todas las respuestas, ya tienes tu concepto de este ¿bicho?, ¿de verdad me has llamado bicho? Ha debido parecerte todo muy gracioso, ¿te has sentido satisfecha pensando que me estabas  humillando?

Apenas podía escucharle debido a la asimilación de todo lo que me decía. En efecto, a medida que iba leyendo esa primera parte del relato me daba cuenta de la manipulación a la que había sido sometida, había vuelto a fallar a mi marido por enésima vez. Sentí cómo se me humedecían los ojos, pero el poco orgullo que me quedaba impedía que afloraran esas lágrimas.

Orgullo no por mí, sino por él. No quise llorar para que no sufriera más. Fui consciente de todo. En esa habitación había un monstruo, sí, pero no era Albert. Pude ver su espalda, sus manos cruzadas detrás de ella, continuando con su discurso:

Es mejor que te vayas. Por mi parte, me disculpo por los mensajes que te envié y te prometo que no vas a volver a verme en tu vida. No quiero importunarte más, ni con mi aspecto, ni con mi presencia. Dile a Jose que mañana iré a por mis cosas por la mañana, cuando él no esté.

Gracias por firmar la demanda. Mañana mismo Patricia se encargará de enviarla al Procurador. Dentro de poco estaremos divorciados. Sí te ruego que no influyas en nuestros hijos para que no me llamen. Todavía no sé nada de ellos y me preocupan más de lo que tú te crees. Cuando salgas, si eres tan amable, cierra la puerta del despachito, por favor.

-Albert, yo…” intenté iniciar una disculpa que murió antes siquiera de nacer, porque ¿qué podía decirle? ¿que lo sentía?. Por la actitud de Albert, por su tranquilidad, por sus palabras, pude darme cuenta de que nuestro matrimonio estaba muerto.

-He dicho que te vayas. No lo hagas más difícil. Y cierra la puerta.

Me levanté de la silla y permanecí de pie unos breves instantes esperando que se diera la vuelta y me mirara la cara al menos una última vez. Pero esperé en vano, me giré y salí del despachito cerrando la puerta, viendo su espalda una vez más.

Salí trastabillando como consecuencia de lo que había supuesto para mí saber la cruda verdad.   Junto a la puerta me esperaba Patricia.

-Joder ¿de verdad te pilló ayer con Jose dándote por culo? ¿No te cansas de acertar?, dijo con su habitual tono sarcástico.

-Adelante, búrlate, me lo tengo merecido. Sé que irás a por mí.

-Oh, yo no me preocuparía por eso, “Fran”, no voy a joderte la vida, cariño, para eso te bastas tú solita. Por cierto, Fran, solo por curiosidad  ¿sabías que Albert se intentó suicidar poco después de que Jose, Lara y tú os fuerais de la habitación 207, cuando vio su cara en un espejo del cuarto de baño?

-¿Co- cómo?, tartamudeé totalmente sorprendida por esa noticia

-¿Tampoco?, entonces no sabrás que estuvo seis días aislado en una unidad psiquiátrica y con un tratamiento de drogas. Madre mía, Fran, ¿estás segura de que has estudiado una carrera? Porque te veo muy perdida.

No quise oír más, era suficiente. Caminé siete pasos más en dirección a la salida.

Abrí la puerta y salí a la calle. Un frío glacial imperaba en el exterior pero me pareció acogedor cuando me enfrenté a la perspectiva de tener que afrontar todo lo que había hecho.

20:30

POR FIN, EL ADVERSARIO

Alberto.-

Había sido un día muy duro y el final iba a ser peor. Pero, dentro de lo malo, al menos las cartas iban a ponerse, por fin, boca arriba.

-Albert, hay un señor llamado Juan que quiere entrar a verte” anunció Patricia. “Le he dicho que es muy tarde y que vamos a cerrar, pero insiste y dice que es el jefe de Francis.

-Hazle pasar y cierra la puerta. Por favor, iros a casa y bajad los cierres del despacho. Mañana nos vemos a primera hora” ordené en un tono que pretendía ser serio y dejar claro que no quería que se quedara nadie.

Al momento entró Juan, el hombre que amenazó a mi esposa con colgar los vídeos en los que se acostaba con su amante. Todo un personaje representativo de la escoria que había en ciertos niveles de nuestra sociedad.

Entró al despacho con un aparato que empuñaba en su mano derecha. Una especie de sensor que tenía una luz roja que parecía cumplir una función que yo no entendía.

-“Qué haces, Juan?” Observé mientras oía como mis compañeras echaban los cierres metálicos del despacho.

-Comprobar que no tienes aparatos de grabación” me contestó como si fuera el hombre más astuto del mundo.

-No hay, descuida.

-Ya veo, pero toda precaución es poca.

-¿A qué has venido, Juan, a terminar el trabajo?

-¿Perdona?, no sé a qué te refieres.

-Oh, Juan, vamos a dejarlo ya. Es hora de quitarse las máscaras. ¿No te parece que es hora de sincerarse?

-Repito que no sé a qué te refieres.

-Pues al intento de coacción que planeaste contra Fran.

-Ah, te refieres a eso. Yo no tuve nada que ver.

-Sí, Juan. Sí que tuviste que ver. ¿Te digo lo que yo creo?

-Adelante.

-Fran se interponía en tu proyecto para el Instituto y, por tanto, en tu carrera política. Decidiste chantajearla para que te apoyara en la votación y ella reaccionó poniendo una denuncia. Ella es así, no se arredra ante nadie. Enviaste a Felipe para convencer a Francis de que retirara la denuncia.

Felipe tiró de recursos del Sindicato pero tú no te fiabas y le persuadiste para que llevara a alguien de tu confianza. Todo esto solo son suposiciones. Verás el Sindicato solo ejecuta acciones disuasorias pero siempre en número de dos. Sin embargo, vinieron tres. Eso me descuadró totalmente.

Pero tenía muy claro quién era el que se beneficiaba de toda la trama y, amigo mío, ese eras tú.

Supongo que tensioné demasiado las cosas con el cabezazo en la nariz a uno de ellos pero debes comprender que tenía miedo, Juan. No sabía qué podían hacerle a Fran y, además, eran muy agresivos.

-Me fascina esa capacidad de deducción que siempre has tenido, Alberto. Te considero una de las personas más inteligentes que he tenido el placer de conocer aun a pesar de esa especie de “síndrome de asperger” con el que cargas.

Sí, aciertas en casi todo. Es cierto que envié a alguien de mi confianza para que vigilara el curso de las acciones, pero yo no encargué a Felipe que amenazara a Fran. Fue él quien me aseguró que podía encargarse de convencer a tu mujer.

Siempre he sospechado que tu corneador te la tenía jurada. Verás, Albert, ese hombre te odia, y te odia de verdad. Supongo que el hecho de que le quemaran la moto y le destrozaran la casa tampoco ayudó mucho. Por lo general, las acciones suelen tener consecuencias.

-Entonces, ¿ahora a qué vienes, Juan? ¿Cuál es el propósito de esta entrevista? ¿Vienes a matarme?

-¿Con esa subinspectora de policía que te está vigilando desde ahí fuera y que te sigue a todas horas? ¿Crees que soy tonto?. No, Alberto. En realidad vengo a ofrecerte un trato.

-¿Un trato? ¿Qué me puedes ofrecer tú que me pueda interesar?

-Llámalo venganza, retribución o resolución de conflictos. Aquí hay más de lo que se puede ver a primera vista, abogado.

-Mira este archivo, y me extendió un USB que introduje en mi portátil.

El archivo era un vídeo en el que se podía ver perfectamente a Felipe entrando en el despacho de Juan y tomando una carpeta amarilla. Una carpeta amarilla que yo había visto en la casa de Jose.

-¿Ves esa carpeta, Alberto?  Para mí es muy importante porque contiene toda una documentación que me compromete. Te voy a ser sincero, esa carpeta arruina mi futuro. Te lo digo para que sepas la gravedad del asunto y la importancia que le doy.

-¿Y qué tengo que ver yo con esto, Juan?

-Sé perfectamente que tienes contactos en el sindicato en el que está afiliado Felipe. No digo que sepas dónde está la carpeta pero te sobran medios para averiguarlo. Si conseguiste jodernos todos los archivos de nuestros móviles y de nuestros ordenadores podrás averiguar dónde está la carpeta.

-Lo que me pides es ilegal, Sr. Director. ¿Por qué iba yo a hacer algo ilegal? ¿Qué saco yo de esto?

-Lo que te voy a decir te va a molestar muchísimo y me expongo a tu ira pero estoy desesperado.

Felipe no solo se acostó con tu mujer, también lo hizo con tu hija Pilar. Y tengo la sospecha de que la sedujo para vengarse de ti. Tengo en mi poder, el expediente original que se le abrió a Felipe por haberse acostado con una alumna que había cumplido recientemente 18 años. Es tu hija. Conseguí que el expediente se “extraviara” y que acabara en mi poder.

Felipe volvió a este Instituto con la finalidad de apoyar mis proyectos a cambio de que proyectara un manto de silencio sobre ese feo asunto. No hace falta que te diga que si esto sale a la luz, Felipe no va a ser el único perjudicado. Esto va a salpicar a Fran y, por supuesto, a tu hija. Tengo entendido que tenía planeado ser en un futuro profesora de secundaria ¿no? ¿Qué profesor iba a aprobar a una mujer que se acostó con su profesor de secundaria?. Su carrera estaría acabada antes de empezar y, en cuanto a Fran, no descarto que hubiera también represalias. Ya ves que lo tengo todo muy bien atado.

Sin embargo, si me traes esa carpeta o si me dices dónde se encuentra te haría entrega del expediente original. Y todos esos problemas desaparecerían como por arte de magia, y solo tienes que hacer lo que ya hiciste una vez.

-Necesitaría el número de móvil del tal Felipe.

-Yo te lo facilito, por supuesto.

-¿Y cuándo me darías el expediente?

-En cuanto me entregues la carpeta o en cuanto pueda conseguirla con tu información.

-Está bien, trato hecho. Con esto se acaba toda relación conmigo, Juan.

No quiero volver a saber de ti. Si aparece otro expediente raro de mi hija o de Fran te haré directamente responsable e iré a por ti. Puedes estar seguro de que pagarás lo de hoy, lo de mi paliza, te arruinaré, Juan. Tenlo en cuenta. Desde ahora tenemos un pacto, procura respetarlo, por tu bien, por el mío. Porque te juro que si vuelvo a tener alguna noticia tuya, si vuelvo a ser víctima de alguno de tus juegos, me enfrentaré a ti, y el resultado no nos va a  gustar, ni a ti ni a mí.

Y ahora, adiós. Dame tu número de móvil y el de Felipe, y procura no hacer ninguna tontería. Estoy cubierto.

-Lo sé, lo sé Alberto. Sé que tienes a Tania Velasco guardando tus espaldas. Algún día tienes que decirme cómo lo has conseguido.

-Tú tienes tus métodos, yo tengo los míos y deberías saber  que un mago nunca desvela sus trucos. Por cierto, Juan…

-¿Sí?, dime.

-Aquel día…

-¿Qué día?

-El día que anulaste la cita conmigo para tomar café en el centro comercial, el día que sorprendí en la cafetería a Fran con Felipe. Aquél día, tú sabías que ellos iban a estar allí ¿verdad?

-¿Yo?

-Sí, tú. Sabías que Felipe y Fran irían a esa cafetería a esa hora y por eso quedaste conmigo precisamente allí y concretamente a esa hora ¿verdad? Por eso anulaste la cita.

-Tú lo has dicho, Alberto.

-¿Qué? ¿Qué he dicho?

-Pues eso… que un mago nunca revela sus trucos