Un tratado imperfecto sobre el amor, 14

Mi particular homenaje a Lola Barnon. Sin duda me has inspirado

CAPÍTULO XI

UN DÍA DE COMPRAS

Martes, 26 de septiembre

Patricia.-

Todos los días llego a las 9:00 de la mañana a un bar cercano al despacho. Pido un café con leche y me leo algún expediente. Es una rutina que me gusta. No me gusta desayunar en casa, prefiero cierto contacto con la gente. Recuerdo que Albert me advirtió contra esa costumbre, aunque él hacía lo mismo. “Te van a llegar todos los moscones y los pesados” me decía, “verás cuando empiecen con el “tú eres abogada, ¿verdad?” o “¿puedo hacerte una preguntita? Es fácil”.

Qué razón tenía Albert. Raro era el día que no se me acercaba alguno a preguntarme sobre su pensión o sobre los requisitos para conseguir un subsidio, o algún asesoramiento para conseguir alguna discapacidad o el certificado de familia numerosa. Es como si te olieran.

Los veía venir de lejos. “Ventajas de la visión periférica” seguía sonando la voz de Albert en mi cabeza, “ten paciencia con ellos, Patricia, son pesados y no van a dejarte tomar un café en paz pero todo tiene su recompensa”.

Y tenía razón. Toda la razón. Rara era la vez que pagaba el café, casi siempre me decía la camarera “El café está pagado”. Y yo intentaba localizar a la persona en cuestión y siempre la localizaba. A veces era un viejecillo que no conseguía llegar a fin de mes y se gastaba 1,30 €.- de su pensión para pagarme la consulta, otra vez era una mujer maltratada a quien había enviado a trabajos sociales y que estaba en un programa de protección la que me pagaba el café, otras veces era algún listillo que quería ligar.

¿Sabéis? Conseguí entender a mi compañero, cómo se te puede meter ese trato humano dentro de tu corazón. Ese calor que te da la cercanía de la gente. Esa hermosa emoción que te invade cuando vas por la calle camino del despacho y la gente te da los buenos días, “Buenos días señorita Patricia”, “Pase usted un buen día señorita Patricia”, podía imaginarme a Albert mirándome y asintiendo.

A las 9:30 abro siempre el despacho y me encuentro con Esther, desde que falta Albert, ella y yo nos miramos a los ojos, sonreímos y empezamos la jornada. Pero os confieso que siento cierta tristeza. Llevábamos seis días sin noticias de nuestro compañero.

Desde su intento de suicidio, Albert había sido ingresado en una unidad de psiquiatría y le habían incomunicado totalmente. Al parecer, la psiquiatra, Susana, creo, había pensado que lo mejor era una desconexión de todo lo que le pudiera recordar la experiencia, una especie de zona de aislamiento emocional, obtenida de una manera artificial y apoyada en un tratamiento de drogas. “Vaya terapia”, pensé, “espero que le dé resultado porque, de lo contrario, va a acabar en la picota”

Ya digo, pura rutina. Intentando acostumbrarme no, mejor, acostumbrarnos a la ausencia de nuestro mentor cuando, de improviso, le vi llegar.

Sí, era él, no cabía la menor duda, Albert, mi maestro, mi pasión, mi obsesión. Sin ninguna duda, el hombre que había elegido para desvivirme por él. Uf, estaba totalmente enamorada de él, ahí estaba. Venía de un coma, de un intento de suicidio, de un aislamiento total y con esa sonrisa en la cara. ¡Qué hombre!. Con ese paso rápido que tenía, un caminar seguro que demostraba que había dejado atrás todo lo que le había ocurrido. Pero le habían quedado secuelas. Y no me refiero a las marcas que tenía en la cara sino  a su delgadez, a las ojeras, a la piel pegada a los huesos, a los ojos, esos preciosos ojos azules, hundidos en las cuencas. Y a ese traje que llevaba puesto, ese traje que lucía el día que le agredieron. Le vi acercarse, y mi corazón se encendía, iniciando una canción que pretendía llegar a él, una declaración de amor que nacía dentro de mí y que no sabía si le alcanzaría, pero no importaba porque él ya estaba aquí.

Se me acercó y me dijo,

-Buenos días, Patricia, feliz día

Le sonreí, estaba a punto de llorar de felicidad mientras me dirigí hacia él cuando noté un empujón en mi espalda y observé cómo Esther literalmente se abalanzaba sobre Albert, plantándole un beso en los labios y abrazándole tan efusivamente que sentí  ciertos celos que rápidamente se apagaron porque, joder, era Esther, mi compañera, la persona que había sufrido tanto o más que yo todo lo sucedido.

“Mira la tonta”, pensé, “qué jodía, y eso que tiene novio”.

-“No vuelvas a irte Albert, no lo vuelvas a hacer, ¿vale?. No es justo que nos hagas eso” y empezó a llorar. Aquella mujer fuerte, segura, se derrumbó en cuanto le vio, como si todo lo que le sustentara fuera tener que aguardar su llegada, como si hubiera cumplido una misión y ya no tuviera más fuerzas para continuar con su tarea.

“Prométemelo, Albert, prométemelo” continuó Esther.

-Te lo prometo, compañera, siempre y cuando sobreviva a tu abrazo, hostia, que me vas a sacar los ojos como sigas apretando tan fuerte.

-“Venga Esther, apártate ya de una vez, hija, que yo también tengo derecho” dije con cierta urgencia

.

Le planté un beso en los labios, y luego otro, y otro, y otro. Lo comí a besos, en los labios, en su cara, en sus ojos y no me habría detenido en tooooodo el día, pero la felicidad nunca es duradera y Albert nos instó a entrar en el despacho.

-Ya habrá tiempo para celebraciones, compañeras, ahora tenemos que mantener un negocio. Venga, al tajo

Media hora después, ya estábamos metidos en faena. Albert en su despacho, haciendo llamadas, repasando expedientes, concertando citas y respondiendo a los numerosos clientes que habían llamado preguntando por él. Treinta minutos tan solo y el despacho parecía otro. Un hervidero de llamadas, un alboroto de órdenes, un trasiego de papeles a un ritmo frenético, al ritmo de Alberto Jurado Vázquez, el “Abogado”, “Puertas”, el hombre de los motes, una de las personas más inteligentes y buenas que había conocido.

-Albert, llamó Luis, quería concertar una cita contigo

-¿Luis? ¿Qué Luis?

-El del divorcio, Luis e Isabel. Acuérdate el que grabó a su mujer follando con otro.

-Ah, sí. Luis, “el Santo Job”. Perfecto, si no te importa, llámale y quedamos mañana.

-¿Qué hora le doy?

-Creo que tenía disponibilidad de horario. Dile que a las 12:00 y le invito a almorzar. A ver si se decide a divorciarse.

Diez minutos más tarde, Albert me pidió que acudiera a su despacho.

-Patricia, perdona, quería saber…

-Sí, mañana tienes  cita a las 12:00 con Luis

-No me refería a eso, joder, que siempre te adelantas. Quería saber si le habías dicho algo a Francis, si tenías noticias de ella.

-No te voy a mentir, Albert, pero no, no le dije nada de lo de tu intento de suicidio. No me hablo con ella. Te soy sincera, me cae mal. No es como con Lara, a ella sí se lo dije pero a Francis, no. Si te sirve de consuelo se lo dije a Jose y él me respondió que se encargaba de todo, que no me preocupara, o sea que supongo que estaría informada.

-Deduzco entonces que no tienes noticias de ella, vamos que no ha llamado para enterarse de nada.

-Ella no, pero Jose sí que ha llamado varias veces preguntando por ti.

-Es mi amigo, claro que ha llamado. Luego le llamaré.

-Luego, ¿cuándo?, porque tú te vienes conmigo ahora a comprarte ropa. No puedes venir al despacho de esta guisa. Parece que te has escapado de una película de zombis.

-¿Perdona?

-Pues eso, que tienes el traje destrozado y que nos vamos ahora mismo a comprarte ropa o sea que olvídate de llamadas, te vienes conmigo ahora mismo a ese centro comercial que tanto te gusta. Hasta me puedes invitar a un caramel machiatto en esa cafetería tan molona.

-¿Sabes una cosa, Patricia? Si no te conociera bien, pensaría que me estás vacilando.

“Pues claro que te vacilo, tontísimo. Te voy a quitar todas esas neuras a base de quitarte malos recuerdos y sustituirlos con recuerdos conmigo, chúpate esa terapia doctora Susana” pensé mientras cogía mi abrigo y mi bolso.

-“Espabila, “Puertas” que nos vamos de compras” y le sonreí pícaramente. Esther ¿te importa quedarte a vigilar el fuerte?

-“Claro que no, Patricia” dijo Esther “siempre y cuando te quede bien claro que mañana me toca llevarlo de compras a él”

-“Trato hecho, compañera” le dije mientras pensaba “vas tú dada, amiga mía, hoy por mí y mañana tararí, ese es mi lema”

-Vamos Albert, tengo unas ganas enorme de actualizar tu indumentaria” y cogiéndole de la mano lo saqué del despacho y  nos metimos en mi coche, rumbo al centro sintiendo cómo miles de mariposas revoloteaban en mi estómago.

Alberto.-

Irte con una chica mucho más joven que tú a comprar un par de trajes es, simplemente, agotador. La energía que puede llegar a desprender Patricia es tremenda, directamente me  erosiona, todo es celeridad, rapidez y confusión. Sí, confusión, porque Patricia me confunde, me lía, me cansa, “pruébate esto”, “pruébate este otro”, “el pantalón debe ser más estrecho, que llevas esos pantalones tan antiguos que parecen de campana”, “¿es que solo sabes elegir trajes negros?”, “esta corbata te queda fenomenal”, “Alberto, estás para comerte con ese traje, ¿verdad que sí, señorita?” y la dependienta mirando totalmente asombrada, imaginando cosas tales como “Míralos, la bella y la bestia”, “tiene que tener mucho dinero, está claro”, “viejo verde, asqueroso”.

Patricia baila a mi alrededor, se agarra a mi brazo, es puro contacto físico, visual, todo el rato pendiente de mí y yo, rojo como la grana, intentando no ver mi cara en los espejos, ocultándome tras mis cicatrices ¿verdad? Sólo que no es una máscara, es mi cara de verdad. Cuando acabe el baile seguiré con este rostro, cuando llegue el día no volveré a mi forma original, seguiré así.

Agradezco la deferencia, me alegra el día esta chica y consigue arrancarme una sonrisa, dos sonrisas y muchas lágrimas que reprimo.

-“Te ves estupendo, Albert”, y me da dos besos en la cara, me seca esas  lágrimas que quieren salir y que yo niego. Por momentos es como si fuera protagonista del vídeo de la canción Lost in Love de Air Supply aunque, claro, yo no soy Matthew McConaughey, me  parezco más Lon Chaney.

Al cabo, me doy cuenta de que no puedo evitarlo, no consigo seguir adelante, me cuesta un infierno terminar la compra, solo quiero irme a una habitación oscura y llorar. Estoy sumido en un ataque de nervios pero me contengo. Respiro una vez más, por Patricia, por mis hijos, por Francis, por Lara, por el Jose y el Joya, por mi gente. Otro día más de arrastrar mis miserias.

Mis hijos.

-¿Has tenido noticias de mis hijos?

-No. Los habría llamado pero tenía miedo de meter la pata. Creía que eso lo tendría que haber hecho Francis”

-Sí, tienes toda la razón, perdona Patricia. Solo era curiosidad. Vámonos anda, se nos hace tarde y tengo que localizar una pensión

-¿Una pensión, estás de coña?. Tú te vienes a mi casa a dormir.

-De ninguna manera, Patri

-Te lo voy a dejar meridiano, Albert, te vienes a dormir a mi casa. Vivo sola o sea que me sobra espacio suficiente, tengo una habitación libre, con cama y tengo comida. Esta noche duermes en mi casa. ¿Estamos?

-Patri, de verdad que no. No quiero ser una molestia. Además podría ir a dormir a casa de Jose, tiene toda mi ropa.

-¿A ti qué te pasa? ¿Me estás tomando el pelo? ¿Te caigo mal o qué?. Me estoy esforzando muchísimo contigo Albert. Te he cuidado, te he llevado de compras para renovar la mierda de vestuario que tenías y te digo que tú te vienes a dormir a mi casa y no me vas a negar eso porque sino te juro que mando el despacho a la mierda ¿estamos?. ¿Me has oído, Albert? ¿Que si estamos?

-Está bien, está bien, Patricia.

-Pues eso, y llámame Patri, joder, que no soy tu secretaria. Hay que joderse  con los tímidos estos, mira que se hacen de rogar.

Así, sin anestesia, ni se lo pensó un minuto, tenía que irme a dormir a su casa sí o sí. Madre mía, si esta flor era así para todo, íbamos a tener a una abogada de lujo en el despacho. Todo carácter y resolución, unido a un conocimiento exhaustivo del derecho, no me había equivocado. Para nada. Un leve orgullo asomó por mi cara y me sorprendí sonriendo.

El día mejoraba y eso era algo que agradecí porque mi vida se había convertido en una oscuridad total y, en esas condiciones, siempre viene bien un rayo de luz. Hasta se me ocurrió llamarla “Campanilla” por  iluminar mi vida de esa manera, ocurrencia que rechacé n cuanto sopesé las posibilidades de que Patri me arrancara los huevos de cuajo si la llamaba así algún día.

Sí. Esta chica valía un imperio. El tío o la tía que la conquistara iba a tener muchísima suerte.

-“Albert, vamos a comernos unas hamburguesas ¿vale? Tengo un hambre de lobo. Por cierto, pagas tú, ja, ja, ja” me dijo sacándome la lengua y guiñándome un ojo.

Lo dicho,  me agota … gracias a dios.

Jose.-

Albert había intentado suicidarse. No me lo podía creer. El castillo había caído, ese muro fuerte, robusto, que había aguantado mil embates, había sido derrumbado. Ingresado en una unidad psiquiátrica y sin saber cuándo iba a salir de ahí. No, no le diría nada a Fran. Eso podría entorpecer mis planes. No me interesaba en absoluto que supiera nada de eso.

Mi relación con Fran iba viento en popa. En pocos días había conseguido acercarme a ella. Al principio para almorzar, después un par de citas para desayunar y alguna otra para comer. La excusa era el plan para conseguir esa documentación que necesitaba que robara.

Porque el plan seguía adelante solo que ya no íbamos a sustraer los documentos para proteger a Albert sino para salvarla a ella. Para garantizar el viaje a Estados Unidos y que no hubiera más presión ni amenazas contra Fran.

En realidad, el plan ya estaba trazado y estudiado. Puede que yo no fuera Albert pero soy muy meticuloso y procuro tener siempre mi espalda guardada. No iba a haber ningún problema. Juan dejaría de amenazar a Fran y yo me apuntaría unos cuantos tantos y luego ella solita se entregaría a mí.  Con los documentos en su poder, Fran sería más receptiva a mis atenciones. Es un regalo que se paga con un buen polvo y, si me lo curraba, con más de uno. ¿Quién sabe? Lo mismo hasta me dejaba darle por el culo. Me bastaba con follar con ella, tampoco quería mucho más y, desde luego, lo último era una relación formal. Por dios, yo quiero mucho a Albert, esto no se trataba de humillar a mi “hermano” sino de equilibrar la balanza, de recuperar lo que una vez me quitó.

Por supuesto, la culpa era de Fran, no supo elegir y se fue con el perdedor. Ahora era yo el que estaba arriba. Mi estrella ascendía gracias a los contactos de Albert que me vinieron de perlas para poder aumentar mi ámbito de influencia. Decididamente, Jose estaba a un nivel superior a Albert.

Pero eso era de esperar porque Albert nunca se dedicó a lo que sabía hacer. Siempre estuvo totalmente controlado por Fran, atendiendo sus demandas, desechando casos, no relacionándose todo lo que podía con la gente que podía. Tenía todo un arsenal de contacto claves en puestos claves. Policías, militares, médicos, arquitectos, informáticos, transportistas, constructores, todo un listado de números de teléfono, políticos, jueces, de todo. Por supuesto son contactos que no se pueden utilizar así, por las buenas. Uno no llama por teléfono y se presenta diciendo: “Buenos días, quiero presentarme y decirle que me pongo a su disposición para lo que precise”, pero algo se puede aprovechar. A veces solo basta con poder tener la posibilidad.

Conocía a bastantes de esos contactos pero nunca tuve la posibilidad de obtener sus números de contacto. Ahora los tenía y había hecho bien mi trabajo. Ya no era un desconocido y algún día podría serme de utilidad tener esos contactos.

Francis.-

He decidido no mandarle más mensajes de whatsapp. Deseaba tener una conversación con Albert, hacerle saber que sabía la verdad sobre su pertenencia al sindicato y a esa especie de grupo de matones,  quería decirle que ese descubrimiento impedía que alguna vez quisiera volver con él. Y me apenaba,  porque siempre he amado a Albert, pero la confesión de Jose me había mostrado la naturaleza de mi esposo. Un interior que yo empezaba a sospechar desde hacía algún tiempo.

Me había estado martirizando gratuitamente, culpándome por  haberle sido infiel a mi marido cuando la verdad es que mi corazón me advertía contra él. Esos ataques de ira lo explicaban todo, el poder le había trastornado y había convertido a un  idealista en poco menos que un ser radicalizado que se había erigido en juez, jurado y verdugo de su particular sentido de la justicia.

Toda la ayuda que me había proporcionado  no era más que una venganza contra una persona entregada a la educación que se había atrevido a acostarse con su esposa. Estaba claro, Albert no soportaba la humillación y por eso fue a por Felipe.

Me sentí horrorizada cuando pensé en el tiempo que estuve casada con él, ciega a todo el teatro que desplegó ante mí, ocultando a la bestia que se escondía en su interior, un monstruo violento, cruel y eficaz que, a duras penas, podía ser controlado por su mejor amigo.

Jose…  sentí gratitud por ese hombre, me había iluminado a pesar de que, al hacerlo, traicionaba a su mejor amigo, a su hermano. Había sacrificado su amistad para poder abrirme los ojos. Nunca habría creído nada parecido de no haber sido él quien me lo hubiera dicho, nunca.

Había honor y amor en el alma de ese hombre. Me pregunté qué habría pasado si Albert no se hubiera cruzado en nuestro camino. Quizás, quizás habría acabado con él y tendría ahora otra vida.

Habían pasado seis días desde que Albert despertó y, ni siquiera había leído mis mensajes. No es que importara mucho, ya no, pero esperaba un toque de elegancia por su parte. Seguramente Jose le habría comentado nuestra conversación  y había decidido dar la callada por respuesta. Podía imaginar su rabia y su frustración contra su amigo, contra mí.

Pero todo eso era ya historia pasada. Ante mí se aparecía un nuevo camino, un nuevo comienzo o ¿tal vez un antiguo camino no transitado? La vida da muchas vueltas y ya no estaba ciega, podía ver todo y todo era posible, hasta podría ocurrir que una vieja amistad pudiera florecer si me daba otra oportunidad. Por lo menos, ya no me sentía hundida. Todo lo contrario me sentía fuerte, capaz para proseguir con mi vida, lejos de la violencia de mi esposo, lejos de Albert.

CAPÍTULO XII

TODO SE MUEVE

Miércoles, 27 de septiembre

10:30

LUIS

Alberto.-

No me gusta que la gente con la que quedo llegue tarde a la cita pero, menos aún, que llegue pronto. Siempre llevo mi agenda perfectamente organizada, cada cosa a su momento, a su hora, todo al milímetro con una disciplina espartana. Por eso me molestó tanto que Luis se adelantara a la cita. Casi hora y media temprano, de verdad que había personas que no sabían lo mucho que me tocaban la paciencia.

Pero era Luis, una de las mejores personas que he tenido el honor de conocer, todo corazón, ingenuo hasta decir “basta” y entregado a su familia de una manera enfermiza. “El Santo Job” le bauticé.

Aún recuerdo el día que entró por la puerta de mi despacho. Venía recomendado por un viejo amigo suyo para el que yo había trabajado. “E     s muy buena gente, Albert” me dijo, “un poco introvertido y callado, ha estado tan ensimismado en sus hijos y en su mujer que ha perdido a todos sus amigos, trátale bien abogado, te lo pido como favor personal. Además, Luis es muy bueno en su trabajo y tiene su prestigio, seguro que te puede conseguir clientes”

-Dudo mucho que las personas que conozca tu colega vayan a venir aquí, a este barrio. Amigo mío, esto no es la Gran Vía, ni el Barrio Salamanca, esto es la periferia, pero le atenderé, te lo prometo. ¿Qué problema tiene?

-Creo que se quiere divorciar, no me preguntes la razón, conozco a su mujer, Isabel, y siempre han estado muy unidos por lo que no puedo saber de qué va la historia. Luis se quiere divorciar y, al parecer, es su esposa quien tiene todo.

-“Ya veo” le contesté y ese fue el origen de una relación que ha llevado meses. Hasta el día de hoy. Pero me pierdo en mis recuerdos, lo cierto es que, como iba diciendo, Luis se adelantó a su hora.

-Buenos días, Alberto ¿puedo pasar?

  • Pasa, pasa Luis, estás en tu casa ¿te importa si está delante mi compañera Patricia? Quiero que esté presente y pueda tener la oportunidad de conocerte.

-“Un placer, D. Luis” dijo Patricia, “D. Alberto ha hablado siempre muy bien de usted”

-El placer es mío, esto, ¿Dña. Patricia?

-No, por Dios, llámeme usted Patricia con el Dña, parezco una institutriz.

-Pues entonces será mejor que nos tuteemos, ¿no le parece, Patricia?

-Me parece perfecto, Luis

-“A mí lo que me parece es que estamos perdiendo mucho el tiempo, o sea que vamos al grano” intervine para atajar una conversación totalmente absurda, “a ver Luis, ¿qué deseas?”

-Pues, esto, verás… es sobre lo del divorcio… es que…

-Has abandonado la idea del divorcio ¿es eso?

  • Sí, la verdad, es eso. No quiero seguir adelante con la demanda.

-Perfecto. No se hable más, asunto concluido

-“¿Y ya está?” preguntó entre extrañado y sorprendido Luis

-Sí, ya está, Luis. No hay mucho que se pueda hacer, además yo ya imaginaba que no se iba a presentar la demanda.

-¿Y no preguntas por qué?

-Luis, eso queda entre tú y tu mujer. Yo, ahí, no entro. Imagino que habréis hecho las paces y que todo se ha solucionado, espero que para bien de ambos. ¿Sabes? si te soy sincero, nunca tuve muy claro que fueras a divorciarte, amabas demasiado a tu esposa. Francamente, nunca llegué a verte decidido del todo  y ¿sabes qué?, que me alegro, hombre, recibe mi enhorabuena.

-Sí, quiero intentarlo por ella pero, mucho más, por mí. Acabé destruyendo el vídeo, por poco me arruina la vida el dichoso vídeo, Albert.

-Has hecho bien, Luis. Ese vídeo era la expresión de alguien que no eres tú. Te confesaré que jamás habría permitido que se hubiera exhibido en un juicio.

-Pero, pero, tú me dijiste…

-Luis, te dije que si querías ganar esta guerra tendrías que convertirte en alguien muy cabrón, pero siempre supe que tú no vales para eso. Me habrías defraudado muchísimo si hubieras usado el vídeo contra ella. No tengo muy claro que lo hubiera permitido.

-Enloquecí, Albert, perdí totalmente la cabeza, estaba roto y por culpa de eso casi la pierdo, Albert, y no sé, no sé qué habría hecho si la pierdo.

-Tranquilo, tranquilo Luis. Ya ha pasado todo. Volvéis a vivir juntos ¿no?

-Sí, vivimos juntos y estamos viviendo las mejores semanas de nuestras vidas. Dentro de poco volverán los niños y podremos dejar  atrás todos esos demonios que nos han acosado.

-Un nuevo principio, Luis, eso es lo que os merecéis. Aprovechadlo y no lo perdáis en discusiones absurdas. La vida es demasiado corta, Luis.

-Dime qué te debo, Albert.

-Volver.

-No, en serio. Dime qué se debe

-Procuro hablar siempre en serio, Luis. Me basta con la provisión de fondos que nos diste.

-Joder, no esperaba eso. Muchas gracias, hombre. Ya sé a quién acudir si tengo problemas.

-“Eso espero” respondí

-Por cierto …

-“Un cliente insatisfecho” dije

-¿Qué?

-La cara ¿no?

-¿Qué?

-Ibas a preguntarme por mi cara, ¿no?

-Ah, sí, sí.

-Pues eso, Luis, un cliente insatisfecho, ja, ja, ja, ja.

-Bueno, pues nada, hasta otra. De verdad que ha sido un placer

-Nada, Luis, no ha sido nada. La próxima vez que vuelvas que sea para gestionarte una lotería que te toque.

-Ya me ha tocado, Albert, puedes creerme cuando te digo que ya me ha tocado la lotería. Venga, adiós.

“Adiós, Luis, espero volver a verte” le dijo, coqueta, Patricia

Y Luis se marchó camino de su casa sin mirar ni una vez para atrás.

-“Vaya con el tal Luis, está buenorro” señaló Patricia, “está como para hacerle un favor, ¿por qué quería divorciarse?”

-“Su mujer le puso los cuernos con preaviso” contesté

-¿Cómo, te importa explicarme mejor eso?

-Pues muy fácil. Su esposa le dijo que se iba a acostar con otros hombres y lo hizo. Toda una declaración de intenciones. Quiso follar como una loca, dios sabe por qué, y no paró hasta que, en una fiesta la violaron entre tres.

-Joder, qué fuerte ¿no?, Dios da pan a quien no tiene hambre, pues anda que  no está bueno el tal Luis.

“Sí, pero lo cojonudo del caso es que la susodicha se llevó a un menda a follar en su casa un día antes y Luis la grabó en vídeo. Toda una historia.

-¿Y pudiste averiguar dónde la violaron?

-No llegué a tanto. Estuve a punto de meterme de lleno en ese tema. Ya sabes que me gusta ir sobre seguro y pensaba en enviar al Joya a ver si averiguaba algo. Tuve mis sospechas de que fuera una orgía. Ya sabes, la cosa empieza de mutuo acuerdo pero luego se descontrola y la acaban violando y siendo en un chalet habría apostado por el de un conocido actor porno ya madurito, un tal Rafa o el de otro hijo de la gran puta llamado Ricardo. Pero la verdad es que nunca nos llegamos a meter en ese caso. Aunque al tal Ricardo acabé ajustándole las cuentas.

-¿Y eso por qué?

-Nos llegó en forma de divorcio el año pasado por navidades. Un amigo de Marcos y Núria, Mario. Se quería separar de su esposa Aína. Creo que llevaban dos años casados. Lo típico, se cruzó el amigo cabrón que todos tenemos. Un menda cuya diversión era follarse a todas las novias de sus amigos. El tío no hacía prisioneras y, claro, acabó follándose a la tal Aína pero, por lo visto, hasta emputecerla del todo. Pero este mamón tenía una pequeña perversión. El hijo puta este se follaba a las tías en una sala de masaje que tenía un espejo unidireccional, de tal manera que sus amigotes podían ver cómo se follaba a sus conquistas sin que las pardillas estas lo supieran. Como el muy cabrón este también se beneficiaba a algunas de sus compañeras de trabajo bajo amenaza de despedirlas, el novio de una de ellas solicitó una autorización para ejecutar una acción contra el chalet del sinvergüenza este. Una noche fuimos Jose y yo a su casa, le jodimos un poco su chalet de mierda y la guinda del pastel fue que le jodí el espejo de sus amores poniendo a la vista la sala que había detrás.

-¿Y cómo te enteraste del sitio en que estaba el espejo?

-Me lo dijo Mario. Me contó toda la historia, pero nunca le dije nada sobre ese asunto. Ni se lo pienso decir. Algunas cosas, Patricia, se tienen que hacer. Sobre todo con malnacidos mimados como este Ricardo. Ahora es un puto yonki de mierda y está arruinado pero, créeme, fue un auténtico bicho. Una de sus amigas acabó en la cárcel, otra en un psiquiátrico, otra haciendo la calle para una banda y la tal Aína lo perdió todo, su trabajo, su marido y su propia dignidad, y todo por un par de semanas de sexo a tope. Joder, si es que hay cosas que uno no puede creer.

TANIA

12:15

Patricia.-

Marcaba el reloj las 12:15 cuando Esther entró en el despacho y nos dijo a Albert y a mí que una mujer que se había identificado como Subinspectora Velasco deseaba hablar con Albert.

Hacía más de media hora desde que Luis se había marchado y estábamos repasando mi compañero y yo la vista de juicio oral que iba a celebrar Albert al día siguiente. Un tema bastante complejo porque se trataba  de dilucidar la correcta interpretación de un contrato. Una demanda interpuesta contra dos personas, nosotros representábamos a uno de los codemandados.

No había autorizado aún Albert a que entrara la precitada Subinspectora cuando intentó colarse por detrás de Esther para introducirse en el despacho.

-“Oiga, oiga, que no le he dado permiso para entrar” le dijo, bastante enfadada Esther

-No necesito su permiso, quiero hablar con Alberto Jurado Vázquez.

-“Déjala Esther, que pase, de todas formas ya está dentro” señaló Albert

-“En privado” soltó aquella policía

-“¿Perdón?” inquirió Albert mientras la expresión de su cara se ensombrecía

-Que quiero hablar contigo en privado, Letrado

-Me parece que no entiendo del todo lo que me quieres decir”, conocía esa mirada y esa forma de hablar de mi compañero. Estaba preparando una respuesta seria para bajarle los humos a esa mujer y así fue “Vamos  a ver, que yo sepa estoy en mi despacho, en mi casa, con mis compañeras, por lo que yo espero, como poco, cierta educación. No sé si voy a atenderte, desde luego no con esas maneras pero si te atiendo, si por un breve momento decido prestarte atención, puedes estar muy segura de que mi compañera va a estar presente.

-Lo que yo necesito decirte, abogado, debe ser en privado porque afecta a otras personas.

-“Y dale con la varita” respondió Albert “que no se va a ir o sea que di lo que tengas que decir y vete de esta casa”

-No tengo muy claro que me guste lo que me estás contando Alberto, soy Subinspectora del Cuerpo Nacional de Policía y puedo darte muchos problemas, te pido perdón por mi entrada, a veces me pierden las formas, es cierto pero el asunto que quiero tratar afecta a unos amigos míos íntimos.

-¿Qué tú puedes darme problemas? ¿y cómo es eso? Hasta donde yo sé esta no es tu, digamos, zona de influencia, no estás adscrita a la Comisaría de aquí. Salvo que yo cometa un delito tú aquí no tienes nada que hacer, mira, ni siquiera te voy a pedir la placa Subinspectora Velasco, ¿qué es lo que quieres saber?

-Hace algo más de media hora ha estado aquí Luis y quería saber de qué habíais hablado

-Ja, ja, ja, ja, esto es el acabóse, ja, ja, ja, que yo te diga lo que he hablado en privado con mi cliente, a ti, a la Subinspectora Velasco del Cuerpo Nacional de Policia, antigua antidisturbios, a la agente que se llevó a mi cliente a un chalet para amenazar, no, para leerle la cartilla a dos hijos de puta violadores, a un civil, nada menos. Te llevas a Luis de compinche en una de esas operaciones chuscas que, de vez en cuando, os marcáis los agentes del orden.

-¿Te estás riendo de mí, letrado? Porque tengo muy mala hostia

-¿Tengo pinta de reirme de algo, madero?

-Ya entiendo, quieres sacarme de mis casillas, pues lo estás consiguiendo.

-No, no entiendes, ese es el problema, que no entendéis, joder. Hacéis lo primero que se os pasa por la cabeza en lugar de hacer lo correcto. Te llevas a mi cliente no se muy bien a qué, en lugar de poner la correspondiente denuncia y ahora hay dos, no, tres violadores en la calle, cojonudo.

-No era mi decisión, yo los habría denunciado, pero mi amiga  no quiso.

-Tu amiga no quiso, vaya una excusa. Sabes que la violación es un delito público cualquiera podría haberlo denunciado pero eso sería hacer las cosas bien ¿verdad?. Es mejor hacer las cosas mal, que esos tres malnacidos estén en la calle y luego echarle la culpa al abogado que los defienda el día de mañana, porque esos tres no van a dejar de ser los animales que son, lo sabes ¿verdad?

-Ya te he dicho que no era mi decisión.

-Y yo te digo que eres Agente de Policía y que tu deber es proteger sobre todas las cosas y lo único que has hecho es proteger supuestamente a tu amiga Isabel ¿y a mi cliente quién le protege?.

-Tú, para eso te pagan.

-Exacto, le protejo yo, y como me pagan para eso, te anticipo que no te voy a decir nada.

-Escúchame un momento, picapleitos, Luis e Isabel pueden tener la oportunidad de rehacer su matrimonio, pueden volver a ser felices. Isabel está yendo a terapia y Luis vuelve a estar enamorado de ella, si es que alguna vez no lo estuvo. Poner la demanda de divorcio ahora es lo peor que puede hacerse. Solo quiero saber si Luis te ha encargado poner la demanda o si le has convencido para ello.

-¿Qué si le he convencido para ello? ¿Quién te crees que soy, el mentalista, el jodido Profesor Xavier? Yo no tengo que convencer a nadie, yo no tengo que insistir en nada que no sea defender los intereses de mi cliente.

-Seguro que sí, apuesto a que fue idea tuya que se pusiera una cámara para grabar a mi amiga.

-¿Y si lo fue, qué me vas a hacer?

-Mira, letrado ¿sabes qué? Voy a ir a por ti, ya me has tocado la moral. No aguanto a los chuloputas que se esconden detrás de un traje, porque tú de abogado tienes lo que yo…

-…¿de Subinspectora?, mira cielo, aclaremos las cosas, no me das miedo. No tienes ningún poder sobre mí. Vuelve a tu despachito, revisa tus expedientes, mira mi historial, si es que no lo has mirado ya y luego, si te sale del coño, habla con tu amigo Luis y que sea él quien te diga lo que piensa hacer. Sigue con tu vida, esto de intentar sonsacar a un abogado te queda grande. Resuelve tus casos, gánate tu sueldo y ahorra para tu próxima operación

-¿Operación, qué operación?

-Sí, mujer, tu vaginoplastia, después de todo, nadie quiere follarse un vaso de agua.

La cara de la Subinspectora se llenó de una furia apenas contenida. Pensé que se lanzaría por él. Apenas pude contener la risa, bajé los ojos y miré el suelo. Joder, me había ofendido incluso a mí. Era un golpe bajo en toda regla.

-No eres más que un portero de bar de copas que sueña con ser abogado. No eres nada, voy a rebuscar todo tu pasado y algo encontraré y cuando lo encuentre, porque te juro que lo voy a hallar veremos quién necesita una operación.

  • Veo que has hecho los deberes antes de venir a verme pero te diré una cosa: Yo cobro honorarios, Velasco, ¿sabes cuál es la etimología de la palabra honorarios?. Significa “que sirve para honrar”. Se forma son la palabra: honor (rectitud, decencia, dignidad, gracia, fama, respeto), y  el sufijo –ario (pertenencia).  Eso es lo que represento, eso es lo que soy y tú, por mucha placa que exhibas, no pasas de ser una asalariada. Vete de aquí y vuelve cuando hayas aprendido algo.

-Volveré, ya lo creo que volveré, con una orden de arresto. Te voy a arruinar la vida, vas a acordarte de este día. Como mis amigos se separen por tu culpa, vas a saber quién soy.

-¿Todavía estás aquí? Vete, anda, y dale recuerdos a tu marido el profesor, al asaltacunas de tu esposo.

La Subinspectora Velasco le miró y yo temí por él. Definitivamente Albert se había echado una enemiga. Una enemiga de cuidado añadiría yo. Lo mejor que podía hacer mi compañero, de ahora en adelante, era vigilar sus espaldas. Pero no dijo nada más, simplemente le miró fríamente, de arriba abajo, sonrió y se fue.

-“Vaya mirada te ha echado Albert”, le dije

-Sí, voy a tener que andarme con mucho ojo ¿verdad?

-“¿Cómo sabías lo de su marido” inquirí

-Verás Patricia, yo también he hecho mis deberes.

-¿Entonces sabes quién es?

-Por supuesto, es la Subinspectora Tania Velasco, una de las mejores policías que hay y toda una psicóloga. Sí, me he creado una gran enemiga.

-Pues vas a tener que tener mucho cuidado, Albert.

-¿De veras, Patricia, y qué va a hacerme? ¿Despeinarme?

“LA TIENES DURA”

20:30

Patricia.-

El día había sido interesante como mínimo pero la verdad es que, nada más marcharse Tania, Albert y yo volvimos a enfrascarnos en la vista que tendríamos al día siguiente.

Ya era tarde y Esther anunciaba que se marchaba y que echaba los cierres.

-“No  eches del todo el cierre de la puerta, Esther, solo a la mitad, que luego hacemos mucho ruido subiendo y bajando  y si acabaos tarde molestamos a los vecinos. Cierra con llave la puerta del resto ya nos encargamos nosotros” pidió Albert.

-“Joer, ¿hasta tan tarde vais a estar?”, respondió Esther

-“Hasta cuando sea” indiqué yo

-“Hay tajo compañera” dijo Albert “ya veremos cuándo acabamos”

-“¿Queréis que me quede con vosotros? Preguntó mi compañera

-No, no, Esther, muchas gracias, vete y descansa. Nada puedes hacer. Esto es entre Patricia y yo, no tiene sentido que te quedes.

-“Está bien, está bien, me voy. Hasta mañana entonces” se despidió Esther

Y se marchó a su casa.

Nos quedamos solos Albert y yo. No era la primera vez que me quedaba a solas con él, pero sí era mi debut preparando una vista con mi compañero.

Por otra parte, me apetecía muchísimo quedarme a solas con Albert. Le había visto desnudo, le había masturbado y le había practicado alguna que otra felación mientras estaba en coma y, por alguna extraña razón, me estaba poniendo cachondísima.

No sabría explicarlo, pero aquella situación en la que veía a ese hombre vestido con su camisa y su corbata, con aquél pantalón tan elegante que yo misma había elegido. Saber cómo era su fisonomía oculta en esas prendas mientras divagaba sobre el caso, caminando despacio alrededor de la mesa mientras yo le daba duro al teclado para pasar sus reflexiones, observando cómo se detenía junto a mí y acercaba su cara para ver lo que yo escribía en la pantalla, notando su pecho por encima de su cabeza, me estaba excitando un montón.

Miraba de reojo hacia el sitio donde se suponía que debía estar su verga, disimulando, respirando cada vez más deprisa, poniéndome roja como la grana, sintiendo su corbata rozando mi nuca y exponiéndome su caso. Sí, estaba empezando a mojar mi tanga. Y no iba a detenerlo. No, de ninguna manera. Una idea loca se estaba instalando en mi cabeza, otra más, y no quería pararme a pensar.

-A ver Patricia, cuando preparo una vista, lo primero que hago es analizar qué es lo que tengo y qué es lo que me pueden discutir.

Tengo un cliente que, armado con un espíritu aventurero digno de un tontorrón, quiso meterse en el negocio de la construcción sin tener la más mínima idea de cómo funciona el negocio.

Tengo otro codemandado que está en las mismas circunstancias que él, lo cual es un punto a nuestro favor porque lo que se me escape a mí lo podrá ver su abogado. Ya sabes lo que se dice: cuatro ojos ven más que dos.

-Perdona Albert, ¿conoces al otro abogado?

-Sí, se llama Alex. Le conozco solo de vista. Un buen abogado y además buena gente. Un hombre educado, listo y muy simpático. Se despidió del bufete en el que estaba y se montó un despachito con su novia, una tal Marta. Aunque, ahora que lo pienso, no sé si seguirán siendo novios. Se suponía que iban a casarse, hasta tenían concertada la fecha de la boda, pero, repentinamente, la boda se suspendió y no se supo más de ello.

Es una pena porque hacían una pareja estupenda. Ella era modelo o algo así, no me preguntes, ya sabes que yo no controlo de esas cosas, pero lo cierto es que Alex desapareció durante uno o dos meses mientras Marta estuvo montando el despacho y obteniendo la cartera de clientes. Toda una profesional la tal Marta, sabe de derecho y de tratar a las personas.

-Vaya, pues sí que te tiene impresionado la abogada.

-Tranquila Patricia, no te llega a ti ni a la suela de los zapatos. Aquí, la campeona eres tú. Ya sabes que te tengo más cariño y respeto que  a nadie en este mundillo.

-“Gracias, Albert”, dije mientras me sonrojaba cada vez más

-Sigamos… tengo dos personas que no tienen ni idea mientras que la tercera en discordia es alguien habitual de la construcción. Tengo el hecho de que las cosas se tuercen y el proceso de edificación se complica y se encarece.

Tengo que este constructor se ofrece para pagar la parte que les falta a sus otros dos socios prometiéndoles que se cobrará de la venta de los pisos de éstos.

Tengo que firman un contrato de préstamo en favor de mi cliente y del otro codemandado.

Tengo que finalizan la construcción y los pisos se venden, pero la caída del precio de los inmuebles impide que puedan venderlos por lo que costaron, pero ni mi cliente ni el otro codemandado intervinieron en la venta porque cedieron sus derechos como pago al constructor.

Tengo una ausencia total de plazo para devolver el préstamo, ni tipo de interés. Luego entiendo que no estamos ante un contrato de préstamo sino de reconocimiento de deuda y pago de la misma por medio de una venta futura. ¿Quién debe correr el riesgo de la venta? ¿Un contrato es lo que se dice que es “un préstamo o lo que verdaderamente es”.

Joder, vaya caso, coño. A ver… ¿qué más tengo?

-“La tienes dura” dije, sin pensarlo ni un momento

-“¿Perdona?”, preguntó asombrado Albert

-“Que la tienes dura, cariño, y que te voy a comer la polla ahora mismo” indiqué totalmente desatada y fuera de mí. Y acto seguido, bajé la cremallera del pantalón, introduje mi mano por debajo de su bóxer y saqué su pene. Efectivamente, estaba duro, y yo solo podía pensar en la cantidad de leche que debía tener guardada en sus testículos, en la tersura de su miembro, la suavidad, en ese capullo, gordo, atractivo que me introduje en la boca, sin mirarle a los ojos, solo metiéndome poco a poco su verga en la boca, iniciando un movimiento de mete y saca, despacito, saboreando su hombría.

Albert se dejaba hacer, le quité el botón del pantalón y lo bajé junto a su bóxer, y seguí lamiendo, chupando, besando, dejando un reguero de saliva por toda la longitud de su polla. Lamiendo sus huevos,  ricos, gordos, mamaba ese tronco disfrutando, jugando con él, acariciaba esos testículos con mi otra mano, solo quería que se corriera en mi boca, que me llenara de leche, con esa cantidad que yo sabía que él era capaz de expulsar. Esta vez él sabría cómo soy en el sexo. Por fin estaba despierto y quería disfrutarle, quería exprimirle hasta la última gota de él, demostrarle que no solo soy abogada, amiga sino también mujer y que esta mujer estaba loca por él y lo iba a dar para conquistarle.

Empezó a acariciarme la cabeza, acompañando con su mano los movimientos que hacía con mi boca, e intentó tocarme los pechos, pero estando él de pie y yo sentada en el sillón era difícil aunque llegar, llegaba. Vaya si llegaba, acarició mis pechos y procedí a desabotonarme la camisa, dejando mi sujetador a la vista, cosa que duró poco porque Albert se encargó de sacar mis pechos y pellizcar mis pezones, poniéndolos duros.

Seguía con mi operación succionadora mientras se metía los dedos en la boca y volvía a jugar con mis pechos, sentía la humedad de sus dedos recorrer mis aureolas y continué con mi mamada.

-“Diosssss, Patricia, esto no está bien” decía pero, eso sí, sin apartar ni un milímetro su miembro de mi boca, “Diosssss, diosssss, síiiii” dijo y noté como se quedaba quieto, paralizado para, seguidamente, empezara llenarme la boca de su semen de su semen. Cuatro, cinco descargas que me llenaron totalmente, emergiendo un ligero rastro de lefa por la comisura de mis labios pero pequeño, porque tragué golosamente cada pequeña gota que salió de él.

Estaba totalmente empapada y Albert me miró a los ojos, me besó la boca, introduciendo su lengua, buscando la mía, chupando ese mínimo rastro de semen como si estuviera compartiendo algo, me alzó y me sentó en la mesa, me quitó la falda, me apartó el tanga e inició una comida de coño que me transportó a un cielo común. Un paraíso en el que únicamente estábamos él y yo. Tras quince minutos me arrancó el primer orgasmo, aunque tuvo que ayudarse de sus dedos, y eso que estuve intentando evitar correrme. Quería divertirme con él y lo iba a conseguir. Pero después del primero el segundo fue mucho más rápido. No dejaba que escapara nada al escrutinio de sus labios ni al roce de su lengua, me limpió con la boca, me limpió los labios, las ingles, el clítoris, me puso a cuatro patas sobre la mesa y, sentado, siguió devorándome la rajita, no dejaba de temblar, de gemir, de correrme una tercera vez, mi coñito estaba palpitando cuando conseguí mi cuarto orgasmo.

Me bajé de la mesa y me quité toda la ropa salvo la camisa, indiqué a Albert que se tumbara sobre la mesa y le desnudé completamente, volvía a acariciar su miembro, no iba a irme esa noche a casa sin follármelo debidamente en el despacho. Me puse a horcajadas sobre su pene y, muy lentamente, me lo introduje en mi chochito. A pelo, así quería hacer el amor con mi hombre, a pelo, sin ningún miedo, sin ninguna traba, su piel y mi piel, su polla y mi coño, fundidos, subía y bajaba acompasadamente sobre su sexo, y empecé a cabalgarlo cuando oí.

-Vaya, vaya, espero que no os importe que me una a la fiesta.

21:00

Esther.-

“Mierda” me dije cuando me di cuenta de que me había dejado el expediente en el despacho. Tenía cita para el día siguiente en la Delegación de Hacienda para las 9:00 de la mañana y tenía que llevar la carpeta que contenía los informes, el escrito de alegaciones y los documentos a presentar. “Joder, es que estoy en Babia” me recriminé.

Di media vuelta y regresé al despacho. No hubo problemas para aparcar “al menos en eso he tenido suerte” me dije. Afortunadamente el cierre estaba a medio echar y solo tuve que abrir la puerta con mi llave y entrar al despacho, retirar la cartera y volver a casa, esta de vez de verdad.

Entré y oí unos gemidos nada sospechosos porque se trataban claramente de gemidos de placer. Cuando sabes de qué se trata no hay sospecha sino certeza. Pero no acababa de creérmelo, Albert y Patricia se lo estaban montando en el despacho.

No es que me extrañara de Patricia, había estado maniobrando para tirarse a Albert desde hacía mucho tiempo, estaba claro que deseaba acostarse con nuestro socio y mentor, pero, por alguna extraña razón, nunca pensé que Albert cedería. Siempre le vi tan enamorado de su esposa Francis que me pilló totalmente desprevenida.

Me acerqué un poco más y oí: -“Diosssss, Patricia, esto no está bien, Diosssss, diosssss, síiiii”. Estaba claro, eran Albert y Patricia echando un polvo. Me acerqué más, quería asomarme y verlos por lo que me puse al lado de la puerta y me asomé.

La imagen me impactó, Albert se estaba corriendo en la boca de Patricia y mi querida compañera se estaba tragando todo lo que este maduro abogado le estaba dando, absolutamente todo, sin dejar caer ni una gota. El morbo aumentó cuando Albert empezó a besarla en la boca, pude sentir cómo metía su lengua y, a la par, empecé a sentirme excitada.

Pude ver cómo sentaba a Patricia en la mesa del despacho e iniciaba un cunnilingus espectacular, mientras Patricia gemía y se derretía de placer. Mis dedos iniciaron su camino hacia mi vagina y llegaron al clítoris, por encima del tanga. Me subí la falda para facilitar la masturbación y empecé a mojar mis dedos.

Contabilicé al menos cuatro orgasmos cuando alcancé el mío, brutal, secreto, caliente, tuve que morderme el labio inferior para no gritar. Todo era puro morbo la cara deformada de ese hombre, su desnudez y su ansia por chupar y lamer, seguí acariciándome, despacito, de espalda a la pared. El ruido que hizo Albert al ponerse boca arriba sobre la mesa hizo que volviera a asomarme y pudiera observar a Patricia cabalgando a nuestro jefe. La postura de ambos, Patricia vestida solo con la camisa mientras follaba a Albert supuso un plus en mi excitación, alcanzaría en breve mi segundo orgasmo y quería disfrutarlo debidamente.

-“Vaya, vaya” dije “espero que no os importe que me una a la fiesta” y, bajándome la falda y quitándome el tanga me acerqué a Albert, puse un pie sobre la silla y el otro pie sobre la mesa, inclinando mi coñito hacia la boca de Albert, permitiendo que me comiera igual que había visto hacérselo a Patricia.

Ella me miró, totalmente desnortada, los ojos brillantes de placer mientras seguía follando a su compañero. Me desabotonó la camisa a mí también y me quitó el sujetador, salieron mis pechos al descubierto, y comenzó a chupármelos.

-Te gusta ¿verdad, cabrona?, susurró Patricia

-“Sí, me encanta” dije mientras sentía la lengua de Albert trasladándose desde mi sexo hasta mi culo. Señor, estaba en la gloria. Mis pechos devorados por Patricia quien estaba siendo follada a su vez por Albert y mi sexo y mi culo lamidos totalmente por mi compañero de trabajo. Me iba a correr inevitablemente de un momento a otro.

-Te gustaría comerte la polla de Albert ¿a que si?

-“ Sí, me gustaría muchísimo”, afirmé

-¿Y tu novio, golfilla, donde está tu novio? Me preguntó lascivamente Patricia “anda que como se entere tu novio de lo que estás haciendo ahora.

-“No tengo novio, lo dejamos” respondí

-Pues luego me ayudas a comernos la polla de Albert ¿vale? ¿vale? ¿vale?, diossssss, síiiiii, yaaaaaa, joderrrrrrr gritó Patri corriéndose por quinta vez.

-“Uff, me corro” dije y, acto seguido me corrí en la boca de Albert. Copiosamente, con una crema espesa, totalmente mojada, me derramé completamente sobre la boca de una cara masacrada, el morbo de poder hacer eso, vaciarme en la cara destrozada de Albert consiguió un efecto estimulante en la vagina que permitió que alcanzara uno de los mejores orgasmos que jamás había tenido.

Patricia se descabalgó de Albert y pude observar cómo dos regueros de semen resbalaban por sus muslos.

-“Toma, Esther, ayúdame a limpiarle la polla a Albert, se lo ha merecido” y juntas empezamos a turnarnos para dejar como una patena aquél miembro y aquellos testículos, con una entrega total como dos sacerdotisas del sexo, hasta dejar completamente brillante aquél pene.

Pasada esa calentura, ese momento de extrema pasión pudimos darnos cuenta de que algo había cambiado en nuestra relación. Albert nos miró, se vistió y se marchó.

-Buenas noches chicas, nos vemos mañana después del juicio, deseadme suerte.

Nos dejó con la palabra en la boca y se adentró en la noche.

23:45

UN DIARIO PARA “PUERTAS”

Alberto.-

Entrada 2.-

No soy el hombre que debería ser, no soy el padre que debería ser, no soy el abogado que debería ser. Algo no está bien dentro de mí. Algo no funciona. Estuve muerto y se suponía que ya había cumplido con todo lo que tenia que hacer. Me fui en paz, no tuve queja, entonces … ¿por qué volví? ¿a este dolor? ¿a sufrir más humillaciones?

¿En qué momento he perdido el rumbo de mi vida? ¿Cuándo he empezado a defraudar a todos los que me rodean? ¿Qué más me espera que aguantar?

Creo que se me quiere enviar un mensaje. Es como si al morir, no todo estuviera en orden. Quizás tenga que morir de otra manera. Quizás, tengo que morir así, como un  monstruo, ¿es posible que el significado oculto de esta resurrección sea que yo desaparezca con esta imagen de un monstruo y que, a la vez, yo tenga que saber lo que soy?

Debe ser eso, estoy siendo castigado y, al morir feliz, el castigo se difumina. Tendré que sufrir, me parece a mí, más humillación para que, cuando llegue mi hora, todos mis pecados estén limpios.

El apartado humillación se está cumpliendo con una enojosa precisión quirúrgica. Esther ha venido directamente a correrse en mi puta boca. Joder, no puedo creerlo. Me ha usado como su papel higiénico particular, restregándome su sexo y su culo.

No lo entiendo, eso no va conmigo. Es cierto que estaba disfrutando con Patricia de  un ejercicio de auténtico sexo, pasional, frenético, loco, todavía me estremezco al recordarlo. La brutalidad de mi orgasmo, el inmenso placer que he sentido, pero lo de Esther…

Me ha descolocado totalmente.

¿Y ahora qué?

He tenido que irme a toda prisa porque no soportaba ver a estas dos muchachas mirarme. Dándome toda la prisa de la que era capaz para evitar ver que mis compañeras se rieran de mí, se burlaran del “pureta” que se han tirado. Y mañana tendré que volver a verlas. No sé si podré hacerlo.

No soy así, no lo soy.

Me he ido tan aprisa que se me ha olvidado que no tengo dónde ir. Me he instalado en esta pensión cercana al despacho. Ni he cenado. Me he desvestido y me he puesto  a escribir en el jodido diario de los cojones.

Continúo sin ver la utilidad de escribir cada día, al menos, una entrada en el diario. Esto me suena más a un memento. Pero estoy empezando a vislumbrar que he perdido el control de mi vida. Que hay algo que no va bien, que lo de mi cara, lo de mi humillación por Esther me está indicando algo. Algo que  solo es el principio de lo que me espera.

Lo que me espera. No puedo quitarme la sensación de que no me va a gustar. Esto no me va a gustar, no va a ser bueno para mí. Voy en caída libre, lo noto. Igual que noto a mis demonios despertándose dentro de mí, como si fuera un acto reflejo, una especie de sistema defensivo que se activa para que yo pueda sobrevivir a este tsunami emocional que me va a engullir.

Jodida psiquiatra de los cojones. Me voy a volver loco y mañana tengo juicio.

Tengo que descansar, necesitaré estar fresco, tener mis instintos despiertos. Esperemos que el resultado sea bueno.

Sigo sin encender mi móvil. Todavía no. Quizás la semana que viene… o la otra, quizás nunca.