Un tratado imperfecto sobre el amor, 10
Presente, pasado, ¿futuro?
PERMITÁMONOS OLVIDAR
I
MIÉRCOLES 13 de septiembre de 2019
Jose.-
No quería más complicaciones en mi vida. Lo último que necesitaba era que Albert estuviera en coma y todo el trabajo que conllevaba. Su despacho estaba resguardado, sus dos compañeras habían dado muestras de una madurez y de una profesionalidad encomiables y eso que yo no tengo manera de valorar el funcionamiento de un despacho de abogados.
Era delegado sindical en una empresa de mensajería y había llegado a tal puesto tras muchos años de administrativo y de encargado del correcto desarrollo de las rutas a nivel provincial al principio y a nivel nacional después. Lo único que sabía era que el despacho de Albert no había cerrado y que tanto Patricia como Esther parecían estar sobrellevando bien la carga de trabajo por lo que me decían.
Me sorprendió lo sencillo que resultó fijar turnos para acompañar a mi amigo en el hospital. Por las mañanas solía permanecer en la habitación Lara, por las tardes solía pasarme yo durante dos o tres horas y por las noches se turnaban Patricia y Esther, también dos o tres horas, el resto de la noche Albert permanecía solo. No podíamos quedarnos ninguno con él al no ser familiar cercano pero, sobre todo, porque no teníamos nada de tiempo, aunque sospecho que Patricia se quedaba alguna que otra noche.
La “muerte” de Albert cayó como una bomba entre sus amistades. El Napias se comprometió a poner a disposición de lo que precisara para encontrar a los responsables, “tiraré de la policía, Jose”, me dijo.
“El Joya” se “cagó en dios bendito” y prometió romper las piernas a “esos tres hijos de puta, cabrones, malnacidos, hijos de perra, no saben dónde se han metido, los muy cabronazos, van a comer el resto de su vida con pajitas” y demás barbaridades que no reproduzco porque no viene al caso.
Se presentó al día siguiente en el hospital, El Joya, digo. Hacía tiempo que no le veía, por lo menos ocho años a bote pronto, calculaba yo, pero seguía teniendo esa cara de “mal rollo”. No es que fuera muy alto, una altura normal 1,70 cm. y tampoco es que fuera muy fuerte, pero como él decía “no necesitas ser muy fuerte si tienes un buen bate de beisbol”.
Se acercó a la cama de Albert supongo que para presentarle sus respetos pero cuando le vio tumbado, con la cara vendada totalmente, con solo dos tubos por la nariz y un tercero para la boca noté que algo se derrumbó en él, juro que le oí mascullar, muy, muy bajo “hijos de puta”
Localicé su teléfono en el móvil de Albert, vaya listado tenía el colega, desde abogados, procuradores, policías, guardias civiles, militares, drogadictos, camellos, informáticos, la lista era interminable e imagino que muy útil para su trabajo pero sí me di cuenta de que, en realidad, no conocía a mi amigo.
No podía prever que Albert, aquel chico introvertido y tímido, aquella especie de caballero blanco que siempre estaba dispuesto para echar una mano a quien fuera tuviera esa clase de contactos y, de repente, empecé a comprender la dimensión real de mi amigo, las mierdas en las que debía andar metido tenían que ser tan fuertes que no me extrañaba que casi siempre estuviera concentrado y triste.
Tardé dos días en poder hablar con Lara, quise respetar el fin de semana. Un bar de copas rinde de verdad durante el transcurso del viernes al domingo. La llamé el lunes, sabía que cerraría el local para visitar a “El Puertas”. Cuando me vio me lanzó una mirada de malas pulgas que me asustó, y yo no me asusto fácilmente.
-“¿Cómo no me avisas? me dijo, ¿qué clase de amigo eres, tío?”
-Joder, Lara, no podía avisarte. Si te hubiera avisado habrías levantado la liebre. Sabes que es lo que hubiera deseado Albert.
-¿Qué coño sabes tú lo que hubiera querido Albert? ¿Y qué hay de lo que yo hubiera querido.? ¿Quién coño te crees que eres, Jose? ¿Qué puto problemas tenéis los hombres siempre pensando por nosotras?
-No te pongas así, Lara. A mí también me ha superado el tema, hostia. He hecho lo que creía que era mejor, joder, ya está. No puedo acertar en todo, ¿vale? Esto me supera, y me supera por mucho, ¿vale?
-Mira, vamos a dejarlo. Joder con los tíos, todo os supera…
Tras la invectiva, Lara entró a la habitación y volvió a ocurrir. Lo mismo que con “Joya”, fue verle tumbado, inerte, totalmente vendado, “la momia” -pensé- y esos tubos, y se lanzó a por él. También lloró, y empezó a besarle, a acariciarle ese remedo de cara que tenía que tener debajo de las vendas, no podía creer lo que veía, Lara, esa chica, tan buenorra, tan hermosa, tan dura, tan borde, llorando mientras le acariciaba y diciéndole “no te me mueras, Albert, no te me vayas”.
Tuve que salir.
Me parecía deshonesto permanecer allí, como un miranda, un puto cotilla del amor que le correspondía a otro. “¿Quién me amará así?”, pensé. “Nadie, Jose. Nadie te amará así. Eres el Sancho Panza de Albert”
Supongo que ese fue el comienzo…
Hace dos días de esto y aún no consigo quitármelo de la mente. ¿Por qué hay gente afortunada como Albert? ¿Por qué hay gente desafortunada como yo? ¿Por qué? ¿Es, como decía Albert, una consecuencia de lo que hacíamos durante nuestro día a día o era algo a lo que estábamos predestinados?
Yo fui el primero en fijarme en Fran, el primero. De acuerdo que aún estaba con mi problema de drogas y no negaré que me faltaba mucho para salir de ese pozo inmundo en el que me había metido pero eso no quitaba que el primero que se había fijado en Fran fui yo… y él me la robó.
Con su puto vocabulario, con su puta memoria, con sus putas citas de cine, tebeos y películas, me la robó. Y tuve que quedarme para verlo. Él sabía lo que yo sentía, lo tenía que sentir por fuerza, joder. La conoció porque colaboraba con la clínica de desintoxicación que elegí para bajarme del caballo, para desintoxicarme de la vida de mierda que llevaba y llegó él, con su puta amistad, con su empatía de tres al cuarto para llevarse a mi chica.
Bah, paso. Tengo que centrarme. Eso es. Centrarme y seguir un paso adelante. Otro día más. Lo importante era mi amigo, mi hermano, estaba en coma. Eso era lo importante. Lo demás, lo que yo sienta, lo que yo quiera … es superfluo.
Lara.-
No entiendo a los hombres. De verdad. Todos esos dichos sobre que no saben hacer dos cosas a la vez, sobre que solo tienen una neurona, o que solo piensan con la polla… Son verdad.
El jueves ingresan al Puertas en el hospital con un coma por una paliza que le han dado y el gilipollas de su amigo me lo dice el lunes. Qué fuerte.
Pienso que es normal, que él no sabía lo que ha pasado entre nosotros pero, hostia, sí que sabe que somos muy amigos, que hemos sido compañeros de trabajo. Y no me dijo nada hasta el lunes.
No he sabido nada de él, no sé nada de la movida que haya podido haber. Joder, en la puerta de su casa, al Puertas. Me han dicho que hasta la propia policía se ha quedado flipada. Lleva seis días en coma. No responde. Y no sabéis cómo le han dejado.
Está todo vendado, la cara, el cuerpo, sus manos. Le he visto y solo he podido llorar. Y yo no soy de llorar, que conste, que sé perfectamente que Albert estaba metido en movidas raras, siempre venía con sus contactos extraños, sus historias, sus juicios, pero siempre pensé que se había apartado de todo eso.
Sé muy bien que le habían ofrecido ser abogado de gente extraña, chunga, violenta. De vez en cuando me contaba historias de sus temas y siempre me asustaba. “No te preocupes, Larita, jamás me meteré en esos líos. El objetivo no es hacerse de oro sino vivir tranquilamente”
“Larita”, me encantaba cuando me llamaba así. Poner un nombre adecuado es bastante importante para mí porque implica una conexión. Algo que solo sucede entre dos personas y que excluye al resto del mundo. Solo él, solo yo. Albert, Lara, Puertas-Larita.
Me encanta pensar en la noche del Martes, él y yo. Las veces que me corrí, su lengua entre los pliegues de mi rajita, mis espasmos, su boca, recogiendo mi caldo, para él, solo para él. Me habría tirado horas follando con él. Lo habría retirado de la calle y me lo habría llevado a mi casa, para mimarle, para mamarle, para quedarme acurrucadita juntó a él, con mi coñito pegado a su muslo, restregándome. Marcándole con mi flujo, diciéndole al mundo entero que ese hombre, era mío, que el olor que le acompañaba era el olor de mi coño. Pero desvarío.
Entré en la habitación 207. Allí estaba él. Entubado, boca arriba, vendado. ¿Qué le había pasado a mi amor’ ¿Qué le habían hecho?
Y el cabrón de Jose no me decía nada, solo que Joya había estado el viernes allí.
Me alegré. “El Joya”, pensé, por alguna triste razón me reconfortó saber que estaría pendiente. Joya idolatraba a Puertas, lo quería con devoción, no sé qué coño se traía con Albert, no sé qué pasaría entre ellos pero Joya era peligroso y solo respetaba a Albert. Me puse los auriculares de mi móvil y escuché “The way you look tonight” de Billie Holiday con la Orquesta de Teddy Wilson, para dejarme acariciar por la suave y felina voz de aquella gran mujer que sufrió una vida tan trágica.
Cuando Jose me dijo que la paliza se la habían dado tres skin-head sabía que no tenía idea de nada. Nunca me fié de Jose, nunca. Quería a Albert, de acuerdo, pero le tenía un rencor, algo que no le perdonaba. Estoy segura de que daría la vida por él, claro, pero hay algo que no me cuadra en Jose. Es como si, de repente, estuviera a gusto con todo lo que estaba pasando. Voy a estar pendiente, muy pendiente de él, pero ahora lo importante es Alberto.
Ya no es el “Puertas”, ahora es Alberto. Es mi hombre, siempre lo fue, siempre lo será. Mío, solo mío. Le cogeré, le cuidaré, no me importa su edad, no me importa su condición, no me importa si se queda vegetal, pero es mío. Por derecho carnal, por la ley de la calle, por el derecho que otorga el lazo que une para siempre a un hombre con una mujer. No cederé terreno, no cederé trinchera, Alberto es mío…. mío, joder, es mío… no lloro… de verdad que no lloro… pero mirad… mirad cómo han dejado a mi hombre.
II
Joya.-
¿Tres skin-heads? ¿De verdad? ¿Jose me quiere vender la teoría de que tres skin-heads de mierda le han pegado una paliza de muerte al “abogado”?
Ni de coña, hostia. No compro ese producto. Solo digo una cosa: me voy a enterar, vaya si me voy a enterar y luego voy a esperar porque eso es lo que me enseñó Alberto, esperar, no precipitarse. Voy a esperar porque tengo fe en mi compañero, porque es lo que hay que hacer, voy a esperar a que salga del coma, Pero, eso sí, como no salga del coma, como Albert no salga del coma, me cagaré en dios y en los 365 putos santos del año, y me enteraré de quién ha sido, quién coño le ha hecho eso a mi amigo y entonces se va a arrepentir.
Nadie sabe la amistad que me une a Alberto pero nos alistamos juntos en la Compañía de Operaciones Especiales 31 en Alcoy, Boinas Verdes para poder ganar algo de dinero. Recuerdo cuando me puso el apodo, “Josafat Yagüe”, me dijo, “Hostia qué nombre más chungo, ¿por qué no te cambiamos el nombre, tronko? ¿Qué te parece Joya?”
-¿Por qué no te pones una piercing en el rabo, colega?
-“Ja, ja, ja, qué cabrón, qué bueno. No te mosquees, socio los madriles somos así, un poco toca pelotas pero fieles hasta la muerte”
-Pues conmigo no te pases, “madriles” que yo me follo todos los días a las madres y a las hermanas de los madrileños.
-Tranki, colega, que te van a llamar el “Phantom de la Opera
-“¿A qué te doy dos hostias tonto la polla?”, grité, claro.
Normalmente no habría pasado nada pero acabábamos de terminar la semana de supervivencia. Una semana en el bosque con solo el machete y una brújula. Esa semana era esencial pasarla para conseguir la Boina Verde y la condición de guerrillero.
Un puto niñato, eso era yo, 18 años de mierda, cero empatía, cero discreción, cero discernimiento pagó los platos Albert, claro.
-”¿Qué coño pasa ahí?”, bramó el sargento
-“Nada, mi sargento” respondió Albert
-¿Te he preguntado a ti, idiota
-Sí, mi sargento.
-¿Eres el idiota?
-Sí, mi sargento
-“Muy bien, idiota, a ver como te ganas la Boina, cien flexiones, vamos hijoputa, cien flexiones, ar” “Tú, listillo”, se dirigió a mí “ Otras cien, vamos”
Y empezó a contar pero con una sutil diferencia, mientras a mí me contaba de uno en uno a Albert le pasaba el número cada diez.
-”¿Qué ha pasado, idiota, dime qué coño ha pasado idiota?”
-“Nada, mi sargento”
Yo terminé mis cien flexiones.
“Aquí tienes tu Boina, guerrillero” me dijo el sargento mientras Albert llevaba 22 flexiones. “Continúa, idiota”
-“ 23, 24, 25…..” y cayó.
-“Te quedan 75, idiota, sigue me cago en dios”
-“No puedo, mi sargento” dijo Albert
El sargento desenfundó la pistola reglamentaria y pegó un tiro al suelo, justo al lado de la oreja de Albert.
-“26, 27, 28 “ y cayó
Dos disparos sonaron a ambos lados de la cara de Albert.
- 281, 282, 283, 284…” no hubo más
Tres disparos uno a cada lado de la cara, otro cerca de la coronilla
-“Sigue idiota” volvió a gritar el sargento
-No puedo, mi sargento, de verdad que no puedo
-¿Qué ha pasado, idiota?
-Nada, mi sargento
-¿Nada?
-Nada
-Dime la verdad, idiota o te juro por dios que te descerrajo un tiro en la frente
-“Nada, mi sargento, dispare si quiere pero no ha pasado nada”
Y empezó a susurrar una canción,
NO PIENSES QUE ESTOY MUY TRISTE
SI NO ME VES SONREIR
ES SIMPLEMENTE DESPISTE
MANERAS DE VIVIR
-¿Qué estás cantando, idiota?
-Una canción para morir, cabrón de mierda
El sargento tiró la Boina Verde al suelo, al lado de Albert, y sonreía mientras se ahogaba en una mezcla de tierra, babas, lágrimas y mocos. Acto seguido me miró y me dijo “¿Ves, tío mierda? Así gana la Boina Verde un hombre”.
Jamás volví a separarme de Alberto. De mi compañero de armas de mi hermano, de aquél que se jugó la vida para cubrirme.
Cuando terminamos el servicio militar él empezó siendo guardia de seguridad en un museo hasta que ahorró lo suficiente para trabajar como abogado. Sus primeros casos eran duros, ya sabéis las tres “P” (putas, parientes y pobres), mucho trabajo, trabajo nocturno, yonkis, drogas, putas, chorizos, navajeros y skin heads. Tuve que ayudarle en algunos casos, recuerdo cinco noches enteras recorriendo Capitán Haya de 00:00 a 6:00 para localizar a una puta que era testigo y poder salvar, así a un drogadicto acusado falsamente de un robo. Falsamente esa vez porque tres días después le trincaron en pleno atraco, y es que así de perra es esta vida.
En otras ocasiones tuve que hacer algún que otro seguimiento al típico marido infiel solo para que su mujer pudiera echarle en cara su infidelidad. Me especialicé en cámaras de seguridad y en asaltar casas, claro está.
Por lo general, mi curro consiste en que la cosa fluya, que todo lleve su correcto camino. Si alguien la caga, ahí estoy yo. Llevando un ramo de flores o un bate de béisbol. Si estoy cerca la cosa se endereza. La gente paga sus deudas, la droga que se pasa está cortada como dios manda, los chulos no pegan a sus putas y muchos hijos de puta se quedan con las ganas de ser malos. Aunque siempre hay algún mamón claro.
En esta ocasión habían sido tres y le habían esperado en la puerta de su casa. Muy raro todo. Siempre y cuando no sepas leer entre líneas, claro. Le estaban esperando para darle un mensaje, a él o a alguien cercano a él. Quizás ni siquiera esperaban que estuviera él. A lo mejor por eso reaccionó tan violentamente.
A Albert le sobraban huevos para meterse en una pelea y probablemente podría haberle dado una tunda a dos de ellos pero no sé por qué me da que se dejó hacer. Creo que sabiendo que la “tupi” de su compañera (porque esa chica está muy tocada del ala) estaba cerca y que podía llamar a la policía prefirió dejarse pegar esperando que la policía llegara antes y los pillara con las manos en la masa (masa amorfa de carne es lo que dejaron de mi amigo) pero se le cayó el teléfono a la muy torpe y estos tres cabrones se desataron.
Unos Skin-heads, ja. Y una polla como una olla. Sé quién ha sido, Lo sé. Solo necesito cerciorarme, solo necesito que Albert me dé la orden, o que muera, pero entonces será peor porque como Albert muera… como Albert muera…, como hay dios …, voy a regar de sangre este puto barrio.
III
Patricia.- No dejo de llorar. No puedo. Mis mañanas son duras, difíciles. No me importa trabajar, llevar los pleitos, hacer las gestiones, sacar el despacho adelante. Ni me importa que venga Jose aquí por las tardes y se meta en el despacho de Albert (sí que me importa, pero no digo nada, al fin y al cabo es su mejor amigo).
Por la mañana hago mi típico recorrido, voy primero al despacho, repaso los temas y me organizo. Juzgados, notarías, registros, comisarías… lo que toque, para eso estamos. Tenemos que mantener el despacho en movimiento, hemos dicho que Albert está de vacaciones. La gente no se ha extrañado, Albert siempre coge las vacaciones en días extraños, intempestivos, no nos han hecho preguntas, y lo agradezco.
Aunque es verdad que, de vez en cuando, he visto a algún viejecillo y a algún y a algún cliente que nos pregunta.
-Oye, ¿es verdad eso que cuentan del Puertas?
-¿Y qué cuentan?
-Joder abogada, eso de que ha muerto y luego resucitó
-¿Pero quién coño te crees que es “Puertas”, Jesucristo?
-¿Es verdad o no es verdad?
-No, joder, estuvo en muerte cerebral cinco minutos pero nada más.
-Entonces murió ¿no?
-Que no, leche
-Y resucitó
-Mira, ¿Por qué no te vas a la mierda un ratito?
-Si resucita, dile que he preguntado por él ¿vale?, dile que mi vieja ha rezado por él todas las noches, ¿me harás ese favor?
-“Que no ha muerto, joder. Que está vivo, que no va a morir” Y me pongo a llorar, y miro atrás y veo que Esther también llora, y todo se nos echa encima, todo ese dolor, toda esa pérdida, y empiezo a entender porque Álvaro se fue cuando murió Isabel y admiro más a Albert por habernos seleccionado.
-Tú dile que he preguntado por él, abogada, solo dile eso
Y ese es el mejor de mis días, porque cuando no tengo trabajo no puedo ni bajar al bar para tomarme un café porque todos me miran y sé lo que quieren saber, y no les puedo decir nada, no puedo indicarles nada, no puedo informarles, y todo es una gran mierda, una mierda que nos comemos todos los días Esther y yo.
Probablemente llevaría mejor el despacho su tuviera los contactos que tenía Albert en su móvil pero Jose no me facilita nada. Al menos nos podemos organizar Esther y yo. Nos turnamos para estar con Albert, yo voy a unas horas y ella a otras pero luego me suelo pasar algunas noches para estar con él.
Me da grima verle tan desvalido, tan oculto tras esas capas y capas de vendaje, oír ese respirar fatigado, terrorífico diría, “respiración entubada” como diría Esther “Coño, parece Darth Vader” como dijo Joya y luego el muy capullo se puso a llorar. No entiendo a ese hombre. Pero, claro, tampoco entiendo a Jose. Siempre callado, siempre sutil, elegante, diría, pero con una elegancia impostada.
De vez en cuando me encuentro con una tal “Lara”, la propietaria de un bar de copas “El Juli”. Tengo que recordar investigar ese bar y toda la problemática que tenga. Vino el lunes pasado y cumple con su horario. La verdad es que no tiene horario. Viene cuando quiere, cuando puede o, como dice ella, cuando se lo pide el cuerpo.
“¡Qué guapa es!”, pienso, mientras la veo sentarse cerca de Albert, mirándole, pasándole la mano por su cara, por su pecho, siempre a su lado. Me cae bien esta Lara. No va de nada. No es una diva a pesar del cuerpo que tiene, no va de intelectual aunque escucha a Aretha Franklin, Ella Fitzgerald, Billie Holiday y Peggy Lee (el otro día me puso “On the sunny side of the Street, “Es la versión con Benny Goodman”, me indicó).
No va de enamorada aunque está pegada a él. La veo fuerte, incluso dura pero juraría que la he visto llorar al lado del cuerpo que reposa en esa cama, que está en esa habitación fría, solitaria, tan blanca, tan cercana a la nada.
Siempre que me ve me sonríe, me pregunta por mi día, “¿cómo te ha ido Patricia? ¿todo bien?, ¿tú crees que saldrá de esta? ¿no le ves mal? ¿verdad que es fuerte?, A ver cuando te pasas al local y te tomas unas copas, te invito”
Está claro que está enamorada de ese hombre, y no me cae mal, de veras que no, pero es inevitable que “ese hombre”, Albert, sea mío. Tengo mi plan. No lo cuento, lo tengo claro, porque dirían que estoy como una regadera pero Albert será mío, y no me importa qué medios utilizar, no me importa, para mí es algo intranscendente el medio que voy a usar.
Hay noches en las que se queda solo y yo permanezco a su lado. A veces veo como un rayo de luna pasa a través de la ventana e ilumina sus vendas y, si miras atentamente, puedes notar un levísimo movimiento en las manos o en alguno de sus pies. Solo un fugaz movimiento, un leve momento pero está ahí, casi imperceptible a ojos que no están atentos pero yo lo veo, solo tengo que incentivar ese movimiento y, a partir de ahí, extenderlo por todo su cuerpo.
Sí, tengo un plan… un plan loco… pero un plan, al fin y al cabo. Si todo sale bien, Albert podrá despertar y me lo deberá a mí, a su compañera. Esta noche me acercaré a visitarle y, si tengo suerte, me quedaré con él hasta el amanecer. Si no la hay, al menos habré estado un momento con él. Para muchos puede que no sea nada pero para mí esos breves momentos que comparto con él lo son todo