Un tranvía llamado deseo
Unos ojos verdes, un cabello dorado, y un desenfrenado deseo.
Como todos los días salgo de clase, me dirijo hacia el tranvía para volver a casa.
Como todos los días también me siento, y levanto la cabeza, oteo el horizonte de cabezas que se extiende delante de mi. Igual que muchas otras veces miro y veo a una chica especial.
Su belleza no es quizás sublime, pero su pelo rubio y sus bellísimos ojos verdes con un leve toque rojizo me seducen. Dejo el libro que había empezado a leer, y la miro, la observo de cerca, absorbo cada detalle que me deja ver su ropa más bien banal.
Veo que ella me mira, le sonrió, y ella esboza con sus labios una ligera sonrisa. Sus labios, que bonita cosa, esa sonrisa. Que bello sería besar ese rosado pliegue que se esboza en cada cara, acariciale el pelo, su mejilla, mirarla a los ojos, y ver deseo en ellos.
Una vez en la cama, quitarle poco a poco su jersey gris sin dejar de escrutar minuciosamente cada parte de su cuerpo. Quitarle poco a poco las medias negras que lleva, dejando a la vista esos muslos abundantes en los que me perderé pronto mientras ella me quita el pantalón. Acariciar esos muslos subiendo suavemente, quitarle la falda para liberar su bonito y generoso trasero con formas perfectas tan solo cubiertas por una preciosa tela que me separa de sus tesoros. Ella me quita la camiseta, y acaricia mi pecho, mientras mis dedos acarician su monte de Venus suavemente hasta hacerse paso por esos otros labios igual de rosados. La humedad es grande y el lubricante natural me permite meter en su cavidad poco a poco las falanges del placer. Un placer compartido cuando ella retira la jaula textil que retenía mi mástil, objeto que ella acaricia con dulzura mientras nos fundimos en un beso . El momento de quitarle las copas que retienen sus dos deseados milagros de perfección, con una santa aureola rosada digna de la más grande de entre todas las mujeres. Acariciar esos pechos es una delicia de la que hago disfrutar a mi lengua. Sus gemidos parecen ser un agradecimiento, sobre todo cuando mi experta lengua recorre el acantilado que divide de su monte de Venus, hundiéndose en el néctar de los néctares. Agradecerme también parece ser lo que desea cuando siento la humedad de su boca rodear mi rosada y endurecida virilidad. La blanca leche que consigue exprimir cae sobre ella que la espera como si fuese una fértil lluvia en un desierto.
Nuestra líbido no puede aguantarlo más y me susurra a la oreja que su cueva está lista para ser ocupada por el más interesante de mis miembros, el sinmúsculo hercúleo, mi dureza real. El trabajo de amante taladreo de sus mojados labios inferiores produce en ambos un placer indescriptible. Juntos gemimos pues encajamos de una manera natural que parece casi evidente. La evidencia continúa y sin parar cambiamos de posiciones, haciendo que el delante y el detrás nos procuren placeres orgásmicos. La infinita belleza de su sólido cuerpo y la crecida habilidad de mis movimientos se unen para crear un big bang de sensualidad compartida.
¡Tengo que bajar! Ha pasado ya todo el trayecto, y la bella fantasía que me ha entretenido baja en mi misma estación ajena a nuestra carnal y sensual relación. Desde allí la veo alejarse como ya se aleja poco a poco de mi mente pues no fue más que una chica más que alimentó el insaciable sentimiento que habita en mi y en ese tranvía llamado deseo.