Un trabajo de una noche.
Un par de chicas deciden trabajar una sola noche a cambio de una muy buena paga. El trato, sexo sin condiciones.
Pequeña introducción…
Saludos. No soy una autora nueva en esta página, pero sí una muy descuidada que olvida las contraseñas de sus cuentas… Empezaré a escribir relatos cortos con este nuevo usuario y espero les gusten.
La idea es la siguiente, tomo una imagen hentai al azar y le creo una historia a su alrededor e intento plasmarla en una historia no muy larga. Necesito sus consejos y comentarios al final, también se aceptan imágenes para futuras historias.
Gracias por tu atención y disfruta de tu lectura. =)
Un trabajo de una noche
Un par de chicas con uniforme clásico japonés de la escuela media iban caminando en una estación del tren de Tokio. Ellas, a pesar de encontrarse en la tierra del sol naciente, no eran chicas originarias de aquél legendario país.
La primera de ellas es Iori, de madre japonesa, pero padre inglés. Posee un hermoso cabello castaño de leves tonalidades anaranjadas como la caoba y largo, con las puntas casi tocándole el trasero al caminar. Delgada, de ojos también castaños y facciones semi-orientales, con ojos occidentales, pero nariz pequeña y labios delgados a la usanza japonesa. Su cuerpo aún era joven, aún en desarrollo debido a su edad de escuela media.
La otra chica, su mejor amiga desde que se mudó a Japón, fue nombrada por sus padres al nacer como Mai, de origen autraliano, pero de padre japonés. Tenía un cabello largo y lacio, del más bello negro brillante. Sus ojos eran de un verde oscuro precioso y su piel era blanca como la nieve. Su complexión, delgada como Iori e incluso más alta que su mejor amiga. A pesar de ello, sus pechos eran más grandes, al igual que su trasero.
El par de amigas, rumbo a las clases matutinas, iban teniendo una conversación en voz alta, sin percatarse que un señor de traje elegante, sentado frente a ellas, las miraba detrás de sus gafas oscuras, siguiendo cada detalle de sus piernas delgadas, sus faldas moviéndose al ritmo del tren y sus pechos brincoteando con los movimientos.
-Es terrible ser pobre…- comentó con aire desganado Iori.
-No eres pobre… no seas tan fatalista…- la otra le miró con cara de pocos amigos.
-Deseo tanto ese nuevo celular… ¡Estamos en Japón, aquí la tecnología es baratísima y aún así no tengo ni la quinta parte ahorrada!... que sufrimiento…-
Los pechos de ambas dieron tres brinquitos, aquél señor escuchaba con atención. Ellas hablaban en inglés, pero aquello no le era impedimento.
-Pues tendrás que seguir ahorrando…- sonrió Mai, con ese hermoso cabello lacio detrás.
-Tú no es que tengas muchos ingresos, ¿cómo es que siempre tienes lo último tan rápido?- gimió la castaña, que siendo más baja debía estirarse completamente para sujetar las barras del tren.
-Bueno, ese es mi secreto…-
-¡Anda, sólo suéltalo, prometo ser discreta…!-
-Bueno…- Mai lo pensó un segundo y se mordió el labio. Habló bajo y rápido.
-¡Suéltalo!- sonrió Iori con impaciencia.
-Las chicas extranjeras somos… llamativas para los… ejecutivos de aquí… ¿me entiendes?-
-Oh…- Iori cambió su impaciencia por un rostro serio, analizando.
-Tú me has pedido que te lo dijera…- se disculpó Mai, apenada.
-No puedo creer que tengas sexo con señores mayores…- susurró Iori, molesta.
Una voz femenina en japonés indicó la llegada a la estación de la escuela del par de chicas, pero a diferencia de lo normal, esta vez había frenado muy fuerte, lanzando a la más bajita de cabellos castaños sobre aquél señor de ropajes elegantes.
Iori calló de frente y el señor, hábilmente intentó detener su caída sujetando con suavidad ambos pechos. El rostro de Iori golpeó con el rostro del señor, rompiéndole las gafas.
-¡Discúlpeme, ha sido un accidente!- se apresuró Iori, incluso restándole importancia a aquellas manos que magreaban sus pechos jóvenes.
Iori miró las gafas, aún en los ojos del ejecutivo, una sin lentilla y la otra fracturada.
-Pagaré sus gafas, baje con nosotras por favor…- se disculpó la chica inglesa, pero el ejecutivo tuvo otra idea.
-Ten niña, esta es mi tarjeta, llámame y agendaremos una cita…- se dirigió el señor, quien no se levantó jamás de su lugar.
Mai jaló a Iori con fuerza. Las puertas estaban cerrando y no llegarían a la escuela puntualmente si no salían ya del tren.
-Lo llamaré, lo prometo, discúlpeme de nuevo…- Iori gritó cuando el tren se iba, sintiendo ahora sí una extraña sensación en ambos pechos. Debía ser cualquier cosa, quizá su periodo estaba por venir.
-Un clásico…- sonrió Mai.
-¿Qué, verme caer sobre un señor?- bufó Iori molesta.
-Ese es el clase de ejecutivo con los que yo hago tratos…- volvió a sonreír.
-¿Ah sí? ¿Cómo?… no comprendo-
-¡Bah, no pienses que yo te enseñaré a hacerlo…! Sólo llámalo y págale las gafas… quizá te de una propina suficiente para el celular que tanto quieres…- Mai le dio una nalgada sonora a Iori, dándole a entender que pagaría con sexo su desafortunado accidente.
Ambas chicas se fueron discutiendo rumbo a la escuela, pero más tarde Iori desde un teléfono público se decidió a marcar el teléfono de aquella tarjeta. No tenía logos, sólo ‘Fujimori’ y un número de varios dígitos.
-Fujimori al habla…-
-Eh oh… hola… señor, yo… bueno, tuve un accidente en el tren con usted esta mañana y… quiero saber el precio de sus gafas para pagárselas…-
-Ah, eres la chica inglesa…- se aclaró la garganta. – En realidad no creo que puedas pagarlas…-
-¿Cuál es el precio?- insistió Iori.
-200…-
-¿Oh, 200 yenes? Sí puedo pagarlas…- sonrió Iori al teléfono.
-200,000…- aclaró el ejecutivo y a Iori por poco se le caían las bragas de la sorpresa. Eso era como… 2,200 dólares americanos.
-Oh, que caras…- Iori no supo más que decir.
-Mira niña, sin rodeos. Oí tu charla con tu amiga esta mañana y estoy interesado en los servicios de una chica como tú…-
A Iori le empezaron a temblar las piernas, empezaba a suceder justo como Mai le había predicho y lo peor de todo era que una parte de su ser consideraba realmente que acostarse por una noche era un precio que estaba dispuesta a pagar.
-Pero yo…-
-Descuida, no serías para mí… sucede que tengo un hijo, es joven y bien parecido. Se va a casar en unos días y tendrá una despedida de soltero. No es una tradición de este país, pero sus amigos extranjeros han insistido. Se acostumbran putillas para tener sexo y tú serás la estrella principal. 200,000 es un alto precio, pero si eres virgen…-
-Sí, si soy…- se apresuró Iori.
-Ah, entonces perfecto. Si haces un buen trabajo incluso te daré lo necesario para ese celular del que hablabas, yo los consigo a la mitad de precio. ¿Estás de acuerdo?-
-Sí…-
Iori quería detenerse, colgar el teléfono y jamás volver a saber de ese señor, pero… justo ahora sus bragas ya estaban manchadas de sus líquidos.
-Preséntate en la dirección de la tarjeta, aplícale luz morada y podrás leerla. Invita a tu amiga si le interesa, habrá 100 también para ella porque ya no es virgen, quizá 150 si complace a los invitados…, en fin, es esta noche, usen los uniformes de esta mañana…-
-Sí, de acuerdo…, hasta luego…-
Colgaron. Mai la esperaba fuera y le miraba curiosamente.
-¿Tuve razón?-
-Sí…-
-¿Aceptaste?-
-Sí…-
-¿Cuándo y dónde?-
-Hoy por la noche… pero necesito luz morada para…-
-¿Luz morada eh?- Mai empezó a buscar en su bolso, hasta que encontró una pequeña lámpara. La encendió e ilumino la tarjeta. La dirección era en la zona ejecutiva de Tokio.
-Increíble, ya estabas preparada…- gimió Iori con molestia.
-Son solo negocios amiga… mira a otro lado cuando lo tengas encima, muerde una almohada si es necesario… ah y tendrás que usar de estos…, pero no hoy, te compraremos la pastilla de emergencia solo por esta ocasión…- Mai se destapó el vientre, bajando su falda. Un parche anticonceptivo estaba pegado.
-¿Lo haces muy seguido?- Iori se rindió ante la experiencia de su amiga.
-1 por semana, a veces dos… depende de la semana de pago…-
-Ya veo…- suspiró Iori, intentando tranquilizarse.
-Ve a casa, date una ducha aromática, asegúrate de oler bien, usa la ropa interior más pequeña que tengas. ¡Ah, casi lo olvidaba!, tomate una de estas antes de salir…- Mai le dio una pastilla a Iori, pequeña, rosada.
-¿Qué es?-
-Tranquila, nos ayuda a estar listas, después de 15 minutos desearás tenerlo adentro…- sonrió, se despidieron, quedaron en la estación del tren a las 9 por la noche.
Iori siguió cada consejo al pie de la letra. Uso la única tanga de encaje que poseía, de su hermana, seguro que ella no lo notaba. Antes de salir tomó la pastilla. Iba a casa de Mai, iban a estudiar, regresaba en un par de horas. Mentiras para sus padres.
Ambas se dirigieron al centro ejecutivo en un silencio incómodo. Por suerte el edificio al que se dirigían estaba muy cerca de la estación. Llegaron a la recepción, una chica joven de ropas ejecutivas las dirigió al piso 25 con una sonrisa, con una mirada desaprobatoria. El par de chicas ganarían su sueldo de 1 mes.
Él ya las esperaba. Tenía la camisa abierta y la corbata desarreglada.
-Llegan puntuales… eso me agrada… ¡eh tu, la castaña!, entra a esa oficina. La morena me seguirá a la fiesta…-
Iori y Mai se despidieron. La castaña ya sentía los efectos de la pastilla, sentía un hilo de líquido recorrerle la pierna, ya que la pequeña tanga no le contenía la excitación química.
-Buenas noches…- susurró Iori al entrar. ¿De verdad ese era el hijo del señor japonés?
Era grande, moreno, musculoso.
-Hola… por favor desnúdate, estaré contigo en un momento…- su japonés era extranjero. Quizá se había equivocado de puerta, quizá ya era tarde. ¿Porqué había una cama a la mitad de la oficina?
Siguió su orden, primero la blusa junto a la falda, al final sólo quedó en sostén, calcetas largas y la tanga negra de encaje. Cuando volvió a verlo, él ya estaba desnudo.
-Linda ropa, pero quítatela…- le ordenó con impaciencia y se dirigió a ella con molestia. Le bajó la tanga rápido y notó una mancha blanca y abundante.
-Me dijeron que eres virgen, si mentiste no creas que vamos a pagare lo acordado…- le regañó.
-Sí lo soy… esto es… culpa de una pastilla… me la ha dado mi amiga y…-
Él le quitó el sostén de un movimiento, la arrojó a la cama con fuerza y se apresuró a quitarle las calcetas largas, al fin desnudándola. Ella abrió las piernas inconscientemente y él se acercó a ella, con el pene bien erecto.
Ella miró aquél miembro con sorpresa. Era grande, mucho y bastante grueso. Este tipo no tenía de japonés ni el nombre. Sus pupilas estaban contracturadas. Mai tenía razón, algo en ella ya lo quería adentro.
-No pienses que voy a ser amable sólo porque eres virgen…- apuntó su miembro mientras abría los muslos de Iori que permanecía quieta, silenciosa, esperando la estocada.
Él abrió los labios vírgenes e intentó meter un dedo. Todo era cierto, Iori era virgen, pero estaba tremendamente mojada.
Colocó la cabeza, gruesa, sin condón sobre la virginidad de Iori y entonces empujó. El cuerpo de la castaña se contrajo, echó la cadera para atrás pero ya era tarde para escapar. El pene siguió entrando. Auch, dolía. Iori puso las manos sobre el pecho de su cliente, el otro se las retiró y dejó caer su cuerpo sobre ella. El pene entraba, más profundo, dolía, aún más dentro, Iori sabía que ya no era virgen. Aún dolía. El pene se enfrentó con el fondo de Iori y empujó. El útero de Iori era golpeado por primera vez, eso dolía más.
Atrás, adelante, al fondo, dolía, Atrás, adelante, sus pechos eran masajeados con fuerza animal, al fondo, dolía, al fondo, dolía, al fondo, gemía, al fondo, dolía y gemía. Rítmico, pero no como su corazón. Su corazón latía duro, desbocado. El pene entraba duro, al fondo, ya no dolía tanto. Sentía calor, mucho calor en su vagina, las penetraciones la estaban moviendo como muñeca de trapo. ¿Cuánto tiempo fue? ¿1 larguísimo minuto? No, quizá fueron 10 minutos. El sacó su pene.
-Ponte como hembra, como perra…- le ordenó.
¿Cómo se supone que era eso? Él le explicó con impaciencia, ella siguió la orden.
Entraba, más profundo, llegó al fondo en la segunda penetración. Una nalgada, luego en la otra, sus pechos se movían con brusquedad.
-¿Quieres ganar 300?- Pero claro, Mai no estaba tan loca, esto no era tan malo. Dolía, adentro, al fondo, gemía.
-Sí…-
El pene casi dejó de penetrarla, pero volvió a entrar. Él se había estirado, ¿qué era eso?, ¿Crema? ¿Es su trasero? ¿Por qué justo por donde ella…?
-¿Qué haces?- se quejó. ¿Qué le estaba metiendo por ahí? Ese… ese era su ano.
-Es un dedo, ya cállate…- le ordenó. ¿Porqué un dedo? Ahí era sucio, por ahí ella iba al baño. El seguía penetrándola, las piernas le dolían, al fondo, al fondo, al fondo. ¡Basta por favor, soy virgen!
Gemía.
Sacó su pene. Ella seguía moviendo las caderas. ¿Qué pasa? No te detengas, por favor, se siente bien. Mételo, por favor...
Bajó la cabeza, sangre en sus muslos corría en hilos hasta manchar la cama que estaba en medio de una oficina, en el piso 25, en Tokio.
¡Dolía, dolía, dolía! Por amor de dios, ¡Ya detente!
Sexo anal, ella había escuchado de eso en la escuela. No te embarazabas, dolía, era considerado malo, dolía, se abría, ¡Detente!.
Entraba, la cabeza.
Ardía.
-¡Me duele, detente!-
Entraba, medio tronco.
Abría, ardía, dolía.
-¡Cállate putilla!-
Callaba, dolía. Penetración completa.
Los testículos golpeaban sus muslos.
Llenaba, dolía, ardía.
Llevó una mano a su vagina. A penas sabía dónde estaba su clítoris y empezó a masajearlo casi por instinto. Dolía, ardía, gemía.
Adentro, duro. Afuera, suave. Adentro duro, afuera, suave. Duro, duro, duro, suave. Duro, duro, duro, suave. Él gemía, ella gemía.
Él se contraía. Él se corría. Ella lo sentía, contracciones en su interior, un líquido muy caliente le inundaba por dentro.
Quemaba, pero no ardía.
Salía. Había terminado.
Gracias por venir.
Él se acostó y le apresuró a vestirse.
-Pasa por tu cheque con la recepcionista, son 100, ya te hemos descontado las gafas…-
Ella le miró el miembro, estaba cansado, pero aún duro. ¿Quizá podrían repetir por la vagina?...
Él la apresuró a irse. ¡Estúpido!... ella también quería divertirse.
¿Dónde estaba Mai? Al parecer tendría que regresar sola a casa. La recepcionista la miró con cara de pocos amigos. 100,000 yenes, ¡Que lujo! Le alcanzaba para el celular y otras cosas más.
¿El estudio? ¡De maravilla! Mai envía saludos.
Se fue a duchar y durmió como tronco, como piedra y bajo su almohada un cheque por 100 grandes.
Mai no regresó hasta la mañana siguiente, lo suyo había sido más duro, varios chicos, 500 lo valía.
FIN