Un trabajito muy especial (2)

Continúa el "trabajito" tan especial para el que Carolina fue contratada. Ahora conocerá al verdadero "cerebro" de un fin de semana inolvidable ...

UN TRABAJITO MUY ESPECIAL (II).

El hecho de que volvieran a dejarme sola, no significó que mi calentura disminuyese. Todo lo contrario. No podía dejar de pensar en la escena que se había sucedido ante mí tan sólo unos minutos antes. La forma en que aquella muchacha calcada a mí había sido doblemente ensartada por aquel par de sementales; su gesto vicioso cuando sintió las descomunales pollas abriéndose paso en sus entrañas; las tranquilizadoras palabras de mi anfitriona despejando mis peores temores; la glotonería con que ambas compartieron el abundante semen recién exprimido; y los contoneos de aquella dama de clase alta transformada sorprendentemente en toda una furcia. La llama de la lujuria se había encendido en mi interior y sabía que sólo lograría aplacarla practicando toda suerte de actos sexuales cercanos a la depravación. Sólo así podría calmar mi ansiedad y mi ninfomanía.

Cuando advertí que había equivocado mi impresión inicial sobre todo aquello, sentí un gran alivio. Al despertar atada y amordazada tras haber sido drogada contra mi voluntad, debo reconocer que temí por mi vida. Nunca me había visto en una situación parecida. Segura como estaba de que sería torturada hasta la muerte, me sentí feliz al oír las palabras de mi anfitriona. "No temas. Nada malo va a sucederte. Sólo queremos disfrutar a tope de ti ..." , me había susurrado al oído. Ahora parecía claro que no iba a ser torturada. Pero ... ¿acaso no era aquello una forma de tortura? Contemplar frente a mi rostro cómo una preciosa joven calcada a mí disfrutaba chupando un par de pollas enormes, impidiéndome participar en tan deliciosa escena ... ¿no era eso una tortura? Ver su rostro lleno de placer al ser doblemente ensartada sin poder sentir en mi interior aquellas gruesas barras de carne ... ¿no era un tormento? Apreciar el cálido jugo del par de vergas en la boca de mi anfitriona sin poder saborear ni una sola gota de aquel néctar de dioses ... ¿no era esa la peor y más agónica de las torturas?

Estas cavilaciones se vieron bruscamente interrumpidas por la irrupción de un nuevo visitante. Un hombre de unos cincuenta años cruzó la puerta y la cerró tras de sí, mirándome fijamente. Sin mediar palabra, apoyó su espalda en la pared del extremo opuesto al que yo me encontraba, con los brazos cruzados, y sin dejar de observarme. Tenía el pelo canoso, pero cuidado y vigoroso. Ojos oscuros, pequeños y vivaces. Gafas redondas, que le dotaban de un aire de intelectualidad. Perfectamente afeitado y vestido con ropa de sport: pantalón de pinzas de color azul oscuro, camisa holgada de marca arremangada por debajo de los codos y zapatos náuticos.

Aquel tipo me resultaba familiar. Su mirada destilaba inteligencia y su porte anunciaba clase y estilo. De pronto, un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¡Ya sabía quién era! Lo había visto en infinidad de ocasiones ocupando la primera página de los periódicos. Y en la tele, rodeado de micrófonos haciendo declaraciones y contestando a las preguntas de los periodistas. Era el más afamado y prestigioso en su profesión. Sus actos valerosos han sido elogiados por medio mundo, y denostados por el otro medio. Su reputación pública era intachable. De eso no había duda. Pero, en cambio, lo cierto es que allí estaba. Observando detenidamente a una puta como yo, a quien habían drogado, atado y amordazado contra su voluntad. Esta profesión me ha llevado a realizar los más depravados actos sexuales con algunas famosas personalidades, y desde muy joven aprendí que las apariencias engañan. Que el más tímido, educado y respetable caballero podría convertirse en el más pervertido cabronazo en la intimidad. Aún estaba intentando asimilar la entidad del personaje que tenía delante, cuando pude por vez primera escuchar su voz.

¿Así que tú eres la famosa Carolina? – dijo con voz segura – Me ha costado mucho encontrarte, ¿sabes?

Caminó hacia mí, deteniéndose a un par de metros. Metió sus manos en los bolsillos de los pantalones y me miró de arriba abajo, escrutando cada pequeño detalle de mi cuerpo. De pronto, mostró una sonrisa pícara al advertir que la parte interna de mis piernas era recorrida por ligeros hilillos del flujo procedente de mi húmedo conejo, producto de la excitante escena que había contemplado unos minutos antes.

¿Te has corrido, Carolina? – preguntó complacido por la situación - ¿No me digas que la escenita de antes ha hecho que te corras? ¿O sólo te has puesto cachonda?

Emití un sonido gutural, impedida como estaba por el esparadrapo que me tapaba la boca. Quería decirle que no. Que no me había corrido pero que a punto había estado de hacerlo. Que la escena que había contemplado me había puesto a mil y que si lo que pretendía con todo aquello era excitarme, lo había conseguido. Que estaba cachonda perdida y que estaba dispuesta a hacer cuanto me pidiese con la entrega y devoción que siempre me han caracterizado.

He leído tus andanzas en la página esa de relatos eróticos en la que escribes – me confesó – Llevo obsesionado contigo desde hace meses. Y cuando algo se me mete entre ceja y ceja, no paro hasta conseguirlo – me dijo con voz solemne y tono desafiante.

Qué duda cabe que el hecho de que un tipo como aquel me confesase su obsesión por mí me halagó profundamente. Tal fue el orgullo que sentí al escuchar sus palabras que volví a notar cómo mi entrepierna se humedecía.

Quiero ver si todo lo que cuentas en tus historia es cierto. Si eres tan buena como dices –me explicó mientras tomaba una de las dos cámaras situadas frente a mí. La desenganchó del trípode en el que apoyaba y se la puso al hombro, enfocándome nuevamente.

En ese instante, la puerta volvió a abrirse y mi anfitriona de aquella mañana entró en la habitación, vestida exactamente igual que un rato antes. Se situó a mi espalda y accionó un resorte del aparato al que me hallaba ligada. Automáticamente, mis brazos cayeron por el efecto de la gravedad y sentí un gran alivio en la espalda y en los hombros. Apenas si me había relajado durante un momento, cuando advertí que no me había liberado del aparato, sino que tan sólo había hecho que los arneses que sujetaban las cintas a mis muñecas cediesen por medio de unos fuertes cables. Después, hizo lo propio con los arneses que sujetaban mis tobillos, de tal forma que, por vez primera desde que desperté, mi cuerpo dejó de formar una X. Junté mis piernas y relajé mis brazos.

¡Arrodíllate! – me ordenó la señora.

Obedecí y sentí el frío contacto del suelo en mis rodillas. Los cables que sujetaban los arneses cedieron para facilitar mi cambio de postura. Inmediatamente, la señora volvió a asegurar los arneses para evitar que pudiera levantarme. Después, tensó los cables que sujetaban mis muñecas, devolviendo mis brazos a la posición original, es decir, separados por encima de la cabeza. En realidad, casi seguía en la misma postura, sólo que ahora de rodillas, formando una V. La señora se dirigió a la puerta para dar paso a un espectacular macho de piel oscura, cuerpo musculoso, marcadas abdominales y enorme pene, a pesar de encontrarse flácido. Llevaba la cara cubierta, de igual modo que los dos sementales que un rato antes se habían follado a la muchacha tan parecida a mí. Dio un par de pasos y se detuvo en el centro de la habitación, mientras la señora volvía acercarse y el famoso personaje no dejaba de enfocar su cámara hacía mí. La mujer se puso en cuclillas acercando su rostro al mío.

Esto sólo es un aperitivo de lo que te espera este fin de semana – me dijo con gesto lascivo – Queremos que nos demuestres si realmente sabes satisfacer a un hombre sólo con tu boca – me explicó.

Yo la miraba con los ojos abiertos como platos. Ansiaba que me destapase mi boca y que aquel negro me la volviese a tapar con su gorda polla. Quería demostrar de lo que era capaz. Necesitaba hacerlo. Me lo pedía el cuerpo. Deseaba con todas mis fuerzas que me permitiesen chupar aquélla tranca enorme.

¿Te apetece comerte esa polla, Carolina? – me preguntó al ver la reacción de mi rostro ante la idea de sentir su dura carne de macho en mi boca – Quieres devorarla, ¿vedad, putita?

Asentí con la cabeza, mostrando mi ansiedad, mis desenfrenó, mi ninfomanía. La miré fijamente a los ojos pidiendo que no alargase más la agonía, que me permitiese saciar mi hambre de polla. Entonces, de un fuerte tirón arrancó el esparadrapo que cubría mi boca, al tiempo que el negrazo se acercaba a mí. Aquel fuerte tirón debería haberme dolido, pero estaba tan excitada por trincar aquel descomunal falo que mi cerebro era incapaz de transmitir a mis terminaciones nerviosas la sensación de dolor. La señora se apartó, dejándome frente al enorme rabo flácido. Quise utilizar mi boca para decir algo, para dar las gracias por haberme liberado y permitirme disfrutar de aquel trozo de carne en barra. Pero mi excitación y mi ansiedad eran tales que mi mente y mi cuerpo no podían atender a nada que no fuera aquella gigantesca verga negra. Abrí la boca y la engullí.

¡Uhmmmmm! – susurré con la boca bien abierta para facilitar el acceso de la polla en mi cavidad bucal.

Sentí el capullo en mi lengua, avanzando hacia mi garganta, mientras mi labios se aferraban con fuerza a la tranca. No podía ayudarme con mis manos, pues estaban fuertemente atadas, así que balanceé mi cabeza hacia delante para lograr engullirla por completo. Noté cómo la polla crecía en el interior de mi boca. Cómo se ponía más y más dura por momentos. Sentir la creciente potencia de un buen rabo en mi interior era una sensación que siempre me había vuelto loca, pero después de la agonía que había supuesto no poder participar en la escenita de un rato antes, la disfruté especialmente. Una vez que la polla estuvo totalmente empalmada, conseguí que mi campanilla cediese al paso del glande, con cuidado de no atragantarme.

¡Ahhhhrrrrrggg! – fue el sonido gutural que logré emitir. Sentí cómo la polla soltaba abundante líquido preseminal que se mezclaba con mi saliva - ¡Gluuuurppp! – tragué con dificultad, ya que el negrazo no sacaba su pene de mi garganta.

Retrocedí con la cabeza, para facilitar que la tranca saliese de mi boca y poder relajar mi forzada garganta. La polla abandonó mi interior por un instante y varios hilillos de líquido preseminal y saliva colgaron de su reluciente piel de ébano. En ese momento de relax aproveché para mirar a mis anfitriones. Ella observaba con una sonrisa lasciva la forma en que devoraba aquel pollón negro. Él seguía con la cámara todos los movimientos de la felación. Me di cuenta de que aquella escenita no era sólo para el disfrute del negro y de mí misma, sino que mis anfitriones gozaban viéndome devorar con glotonería aquella enorme polla. Esa era la razón por la que lo grababan todo: porque querían tener un recuerdo mío cuando aquel salvaje fin de semana concluyese. Supuse que en algún momento no se contentarían con mirar y querrían probar en sus propias carnes mis habilidades pero, por el momento, aquella escena servía para demostrarles mi pericia como experta comepollas.

Antes de volver a la tarea de chupar el magnífico pene negro que se erguía frente a mí, recordé algunos trucos que aprendí en mi etapa en el cine porno. Pequeñas artimañas para excitar a quienes les gusta mirar. Engullí nuevamente el rabo, forzando mi garganta para llegar con mis labios hasta los huevos del negro. No sin cierto esfuerzo, debido a las dimensiones de la tranca que tenía en la boca, conseguí mi propósito. Con la pelambrera de su pubis rozando mi nariz, giré ligeramente la cabeza hacia mis anfitriones y miré con descaro a la cámara que sostenía él. Puse el gesto más vicioso de que fui capaz, al tiempo que sacaba como podía la lengua para lamer los testículos del negro. No pude ver la reacción de él, ya que la cámara tapaba su rostro. Pero a ella pareció encantarle mi pericia succionadora, porque abrió los ojos como platos, sorprendida por la capacidad de mi cavidad bucal, al tiempo que se acariciaba suavemente sus redondas tetazas marcadas por el tenso latéx azul que las cubría. Era el momento de decir algo para excitarles aún más.

¡Ahhhhrrrrrggggg! – exclamé al retroceder y sacar nuevamente la polla de mi boca. Esta vez, la mezcla de líquido preseminal y babas era más abundante y, al no poder ayudarme con las manos, resbaló por las comisuras de mis labios hasta caer al suelo. Con la boca llena de la pastosa mezcla, exclamé mirando a mis anfitriones: - ¿Os gusta cómo chupo? ¿Os pone cachondos verme mamar esta polla?

¡Sí, zorra! – exclamó ella – Demuéstranos qué más sabes hacer.

¿Qué más sé hacer? – pregunté con desdén. Miré con gesto lascivo al negro y ordené - ¡Fóllame la boca! ¡Que vean estos dos cómo disfruto con tu rabo follándome sin piedad mi boca de zorra viciosa! ¡Y no pares hasta llenármela con tu leche!

Apenas si había terminado de decir esto, cuando el negro embistió con energía en mi boca, agarrándome con fuerza por la nuca. Relajé la garganta, dispuesta a que me la follara durante un buen rato ... y el mete-saca dio comienzo. Ya os he contado en otros relatos que soy una de las pocas putas de la ciudad que controla perfectamente este acto, además de que disfruto enormemente con ello. Se supone que los agujeros follables son el coño y el culo, y que la boca sólo se destina al noble arte de chupar. Por eso, que me follen la boca me hace sentir especialmente guarra, y he llegado a perfeccionar tanto mi técnica que mis folladas orales fueron en su momento la envidia del mundillo del cine porno.

¡Gluuurrrrppp! ¡Gluuuurrrrppp! ¡Gluuuurrrrppp! – era el sonido que podía escucharse con cada acometida de la tranca.

Cuando te follan la boca es como si te estuvieran follando toda la cabeza. Pierdes nitidez en la vista e incluso se te taponan momentáneamente los oídos. Por esa razón, no advertí que alguien más había penetrado en la habitación hasta que sentí cómo algo golpeaba ligeramente mis dos mejillas. El negro me soltó la cabeza y sacó su tranca de mi boca. Fue entonces cuando logré percatarme de qué era lo que me había rozado la cara. Para mi sorpresa ... ¡era otro par de enormes pollas negras!

¡Guauuu! – exclamé gratamente sorprendida por la aparición de los dos nuevos sementales - ¡Cuánta carne para mí sola!

Sin perder un segundo me lancé a por ellas, chupándolas alternativamente con la glotonería que me caracteriza. Aquel par de rabos negros que se habían aparecido ante mí como por arte de magia eran tan deliciosos como el que me había follado brutalmente la boca unos instantes antes. Sin embargo, al no disponer de mis manos para manejar el trío de pollas a mi antojo, me sentía incapaz de disfrutar plenamente de ellas, ya que cuando me dedicaba a mamar una, debía desatender a las dos restantes. Aquel pequeño obstáculo me contrarió, a pesar de que me sentía en la gloria mostrando mis habilidades orales a mis anfitriones y degustando el embriagador sabor de aquellos magníficos y descomunales pollones más propios de dioses del Olimpo que de hombres de carne y hueso.

Durante los siguientes minutos me dediqué a atender como buenamente pude a los tres falos de ébano. Mi excitación era tal que apenas si mantenía cada verga unos segundos en mi interior, buscando inmediatamente con desenfreno la siguiente barra de carne que colmase mis ansias succionadoras. El liquido preseminal que los tres rabos soltaban, junto con mi propia saliva, formaba una deliciosa mezcla que resbalaba por las comisuras de mis labios, deslizándose hacia mis tetas, cuando buscaba desesperadamente la siguiente polla que mamar.

Antes de que pudiese plantearme la posibilidad de que los dos sementales recién llegados repitiesen la follada en mi boca protagonizada por el primero, mi anfitriona dijo algo:

Lo siento, cariño – dijo la señora mirando a mi anfitrión – Pero ya no puedo aguantar más – añadió con el rostro descompuesto por la lujuria y el vicio ante la escena que estaba contemplando a escasos metros de su propia cara.

Lo cierto es que no me extrañó aquel comentario, pues era justamente lo que pretendía desde hacía un buen rato, exhibiendo mi habilidad succionadora, y provocando con mis gestos lascivos. Había puesto todo mi empeño en que mis anfitriones deseasen tanto intervenir en aquella escena, que no les quedase más remedio que lanzarse a la vorágine. Sin embargo, mi anfitrión no hizo gesto alguno y continuó cámara en mano sin perder detalle de la triple mamada. Si bien no dijo nada, tampoco mostró oposición a que ella se sumase a la acción. Por un momento, supuse que se clavaría de rodillas y se entregaría al noble arte de chupar pollas, compartiendo conmigo el trío de rabos negros. Pero no fue así. Con un rápido movimiento se colocó a mi espalda y, aunque no pude ver la postura que adoptaba, impedida por mis ataduras, advertí que se había tumbado boca arriba cuando sus manos presionaron mis nalgas a fin de que me incorporase sobre mis rodillas. Separé ligeramente los muslos liberando así el camino hacia mi mojada entrepierna, mientras ella se deslizaba debajo de mí, acomodando su rostro entre mis ingles y palpando con fuerza mis carnoso pandero. Sentí su excitación a través de su cálido aliento y de su respiración entrecortada por el vicio y la lujuria. Mi cuerpo se contrajo un segundo después, cuando sus labios besaron mi chumino. ¡Por fin! ¡Ya era hora de que mi hambriento conejo recibiese su merecido premio!

¡Ahhhhhhh! – exclamé al sentir su lengua lamiendo los abundantes jugos que soltaba mi coño. Un tremendo escalofrío recorrió mi cuerpo. Por un momento me olvidé por completo de las tres trancas negras para disfrutar de los labios y la lengua de mi anfitriona jugando con mi clítoris - ¡Siiiiiiií! ¡Cómeme el coño, so puta! – exclamé loca de placer.

Cerré los ojos, presa del sinfín de sensaciones que estaba disfrutando. Ella lamía con energía, pasando su lengua a lo largo de mis labios vaginales y centrándose de vez en cuando en mi clítoris, jugando con él entre sus labios. Mis caderas comenzaron a moverse, a pesar del escaso margen de maniobra que me permitían mis ataduras. Si no me controlaba, aquella dama de clase alta convertida en furcia iba a conseguir que me corriese.

¡Joderrrrrrr! – grité exteriorizando mi más que evidente excitación - ¡No pares, zorra! ¡Fóllame con tu lengua!

¡Sluuuurp! Sluuuurp! ¡Guuuulp! – exclamaba mi anfitriona mientras lamía y tragaba el abundante flujo que soltaba mi mojadísimo chocho.

Fue entonces cuando uno de los recién llegados tomó mi cabeza con fuerza entres sus manos y de un golpe seco atravesó mi resbaladiza garganta con su enorme rabo. Su glande chocó violentamente con mi campanilla, que cedió ante el empuje del semental negro. A continuación, comenzó a follarme la boca con mayor energía que la que su compañero había demostrado en la follada anterior. Aquello terminó definitivamente por desbocar mi libido. Mi cerebro entró en barrena y sentí cómo todas mis terminaciones nerviosas explotaban. Y no pude evitarlo. Mejor dicho: no quise evitarlo. Me corrí. Todo mi ser se contrajo al liberar tanta tensión sexual y excitación acumulada. Hacía tiempo que no experimentaba un orgasmo tan placentero, tan bestial, ... tan feliz. Me sentí dichosa por experimentar nuevas formas de disfrutar del sexo, a pesar de que creía haberlo probado todo en mis casi trece años como profesional de la prostitución. No sabía qué me depararía el resto de aquel trabajito tan especial para el que había sido contratada, pero aquel orgasmo compensaba por sí solo todo el pánico que había sentido al despertar atada y amordazada. Una hora antes me habría mostrado furiosa con mis anfitriones. Ahora, en cambio, si la polla que me follaba bestialmente la boca me hubiese permitido pronunciar alguna palabra, desde lo más profundo de mi ser hubiese gritado "gracias".

Ni que decir tiene que el hecho de que yo alcanzase el orgasmo no impidió al semental negro seguir taladrando mi garganta con su magnífica verga. Es más, dudo mucho que nadie excepto mi anfitriona advirtiese que me había corrido. Y si lo hizo, no dejó de lamer mi coño con la misma pasión que desde un principio, lo que provocó que poco a poco me fuese reponiendo del orgasmo experimentado. No hay duda de que a dicha recuperación contribuyó notablemente el hecho de que mi anfitriona separó mis nalgas con sus manos y, abandonando momentáneamente la magnífica labor que estaba desempeñando en mi coño, comenzó a lamer mi agujero trasero. Lo hizo circularmente, jugando suavemente con la entrada de mi culo, al tiempo que su nariz rozaba mi húmedo conejo. Aquel acto realizado con la pericia de una auténtica zorra experimentada me hizo dejar atrás el pequeño bajón de libido que siguió indefectiblemente al brutal orgasmo. Mis caderas volvieron a acompasar rítmicamente las acometidas del negro en mi boca, mientras mi anfitriona hurgaba con su lengua en el interior de mi ano. En ese instante, el semental negro me soltó la cabeza y liberó mi interior de su enorme tranca.

¡Arggggghhhh! – exclamé al sentir mi garganta vacía de polla, pero repleta de líquido preseminal - ¡El siguiente! – exclamé buscando desesperadamente con mi boca otro rabo.

Sin solución de continuidad, el único de los tres que aún no me había follado la boca, tomó el testigo dejado por su compañero y embistió con potencia en mi cavidad bucal, taponando por completo el comienzo de mi aparato digestivo. Al igual que los otros dos, me sujetó la cabeza para facilitar el ritmo del mete-saca que, cada vez, se hacia más intenso. Esta vez observé una pequeña diferencia con respecto a las anteriores folladas, y era que sus compañeros comenzaron a masturbarse a escasos centímetros de mi cara. Sentí no disponer de mis manos para pajear yo misma aquel par de falos deseosos por soltar su cálido néctar sobre mí. Sabía que aquello anunciaba que no tardaría en correrse y me sentí feliz al pensar que sería mi boca la destinataria de sus respetivos códigos genéticos.

Por su parte, mi anfitriona continuaba con su cara entre mis muslos y su lengua aferrada a mi entrada trasera. Ya había dejado de lamerme suavemente el ano, para pasar directamente a follármelo con su cálida lengua, mientras no paraba de magrear mis carnosas nalgas.

De pronto, el tipo que me follaba la boca detuvo el mete-saca, pero dejando su tranca dentro. Noté cómo los conductos de su polla se contraían. No había duda: era el momento de saborear un buen trago de leche caliente. Fue una suerte que me diese cuenta de que el orgasmo le sobrevenía, porque así pude retroceder unos centímetros mi cabeza, facilitando que el capullo abandonase mi garganta. De lo contrario, el semen hubiera ido a parar directamente a mi esófago sin pasar por mis papilas gustativas y habría desperdiciado la oportunidad de saborear la jugosa corrida de aquel semental. Mis labios se aferraron con fuerza a la tranca y un segundo después la polla explotó en el interior de mi boca. Varios chorros intermitentes, pero abundantes, se estrellaron con fuerza contra mi paladar. Cuando el tipo terminó de eyacular, mantuve su corrida en el interior de mi boca. No acostumbraba a hacer algo así, pues me encantaba tragarme el semen sin dilación. Pero mi anfitrión, que continuaba grabando todo sin perder detalle, merecía que le mostrase algo al mas puro estilo del cine porno. El negro retiró su polla de mi boca, y aunque los otros dos quisieron ocupar su lugar, antes de que pudieran hacerlo, miré hacia la cámara y mostré, con la boca abierta de par en par, el contenido de su interior. Llevaba años sin hacer aquellos actos de puro exhibicionismo, una vez que había dejado atrás mi etapa en el cine X. Pero era el momento de rememorar alguna de las artimañas aprendidas en los rodajes. Sacando morritos, como si fuera a dar un beso, llevé los grumos de semen con mi lengua hacia fuera, mostrando a mi anfitrión la corrida recibida. Después, guiñé un ojo a la cámara, poniendo gesto pícaro, y de un solo trago la leche resbaló por mi garganta en dirección a mi estómago.

¡Uhmmmm! ¡Qué rica! – exclamé mirando fijamente al objetivo - ¡Ya iba siendo hora de que me dejaseis beber un poco de lefa calentita! Pero ... ¡quiero más! – añadí con gesto de niña caprichosa - ¡Tengo mucha sed! ¡Me encanta la leche de polla! ¡Soy una tragaleches!

Dicho esto, me lancé a mamar alternativamente las dos pollas restantes. El negro cuyo semen se hallaba en mi estómago había abandonado la habitación sin pronunciar palabra, y mi anfitriona deshizo su postura saliendo de debajo de mi entrepierna. En apenas unos segundos, ella volvió a aparecer ante mí, sin dejar de contemplar cómo el par de rabos entraban y salían de mi boca. Los tipos estaban a punto de correrse, pues el ritmo con que se la meneaban era ágil, además de que mi habilidad succionadora contribuía a acelerar sus respectivos orgasmos.

¡Vamos, cabrones! – acerté a decir en uno de los momentos en que mi boca se hallaba libre de sus penes a punto de estallar - ¡Dadme vuestra leche! ¡Correos en mi cara! – exclamé ansiosa por saborear nuevamente un buen trago de semen.

¡Sí! ¡Correos ya! – ordenó mi anfitriona - ¡Quiero que reguéis la cara de esta furcia con vuestras mangueras!

No hubo tiempo para añadir nada más, ya que los dos sementales comenzaron a derramar potentes chorros de leche en dirección a mi rostro. Parecía que estuvieran sincronizados, porque el primer disparo de cada uno de ellos me cruzó literalmente la cara. De izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Abrí la boca cuanto pude, a fin de captar algo de los chorros inmediatos. Nuevamente, los disparos me cruzaron la cara, chocando contra mis mejillas, mi nariz, mis labios y mi barbilla. El resto del par de corridas se esparció por toda mi cara, y aunque algo de semen logré capturar con mi boca, ello no fue sino una minúscula porción de toda la lecha que me resbalaba por la cara. En condiciones normales, y si hubiese podido ayudarme de mis manos, habría recogido cada gota de aquel sabroso néctar para llevarla a mi sedienta boca. Sin embrago, me encontraba en una situación nunca antes vivida. Tenía la cara cubierta del cálido y apetecible semen de aquel par de adonis de ébano y, en cambio, debía desperdiciar tan preciado néctar. Busqué desesperadamente con mi lengua, intentando capturar algo de lo que se esparcía por mi rostro, pero no podía llegar hasta mis mejillas o mi barbilla.

Mira cómo sufre la muy cerda por no poderse relamer a gusto – dijo mi anfitriona con mueca complacida, mientras el par de sementales abandonaba la estancia. Ahora sólo nos encontrábamos allí mis dos anfitriones y yo - ¿Te ayudo? ¿Quieres que te ayude a llevar toda esa lefa a tu boca de puta viciosa?

¡Sí! – exclamé – Lámeme la cara y recoge toda la leche, por favor – dije en tono de súplica. Estaba realmente contrariada por tener mi cara embadurnada de lefa, sentir los grumos en mi piel, notar cómo resbalaban por mis mejillas ... y no poder saborearla como es debido.

Haré algo mucho mejor que eso, zorrita – dijo ella.

Ante mi sorpresa, la mujer levantó la ajustadísima faldita de su traje de látex azul, colocándosela por encima de su pronunciadas caderas. Su entrepierna apareció ante mí, cubierta por un minúsculo tanga de cuero negro. Se quitó el tanga con un par de movimientos rápidos y acercó su depilado pubis a mi cara. Pude captar el aroma de su coño, literalmente encharcado de jugos vaginales. En ese momento, restregó su pubis por una de mis mejillas. Rápidamente, busqué ansiosa con mi boca su entrepierna y lamí su pubis capturando así los restos de semen, que tragué con glotonería.

¡Eso es, Carolina! – exclamó ella al sentir el contacto de mi lengua en su pelado pubis.

¡Sluuurp! ¡Sluuurp! ¡Gluuup! – exclamé al lamer y tragar la lefa aún caliente de las corridas anteriores.

En ese momento, mi anfitriona me cogió con fuerza por el cuello y, levantando una pierna por encima de mi cabeza y apoyando su pantorrilla sobre ella, me mostró su húmedo chumino a escasos centímetros de mi cara. La postura que había adoptado era más propia de una auténtica y flexible acróbata de circo que de una ricachona dama de mediana edad.

Y ahora ... ¡cómeme el coño! – me ordenó.

Aún había restos en mi cara de la doble corrida de los sementales negros, así que antes de lanzarme a devorar el magnífico chochazo de mi anfitriona, restregué mi cara por toda su entrepierna para así poder lamer de aquella fuente de placer no sólo los abundantes jugos que soltaba, sino también los restos de la leche de los negros. La mezcla de ambos líquidos era digna del más refinado de los paladares. Tragué con voracidad al tiempo que lamía su conejo.

¡Así, zorra! – exclamó - ¡Come, come, come!

¡Que coño más rico! – exclamé sin dejar de lamer con vigor su húmeda entrepierna.

Mientras degustaba su mojado chumino, noté cómo sus caderas se balanceaban, aprisionando mi rostro entre sus muslos y mi lengua entre sus labios vaginales. Su orgasmo estaba cerca. Podía sentirlo. Podía olerlo. Sin embargo, llegado este punto, la señora se apartó de mí deshaciendo su acrobática postura. Recompuso su ceñido traje de látex y salió del ángulo de visión de la cámara que sostenía mi afamado anfitrión.

Bueno ... Carolina ... ¿has disfrutado? – me preguntó ella, mientras él volvía a colocar la cámara sobre el trípode.

¡Mucho! – exclamé – Pero ... ¿por qué no me soltáis de una vez? Así no puedo disfrutar a tope ni demostrar todo lo que soy capaz de hacer – expliqué en tono de súplica.

Es pronto aún – dijo él – El fin de semana va a ser muy largo y quiero que estés al cien por cien para mis invitados – me explicó – Esto sólo ha sido ... el ... el ... - dijo dudando, como si tratara de encontrar la palabra exacta - ... el calentamiento.

Pero ... pero ... no necesito calentamientos – dije.

No te preocupes por nada, Carolina. Mañana por la noche estarás en tu casa con cinco mil Euros en el bolsillo – me explicó, intentando tranquilizarme – No olvides lo que eres, pequeña – me dijo – Eres una puta. Tu deber es satisfacer a quien te paga. Así que ... si eres tan buena puta como dices en los relatos esos que escribes, deberás aceptar que las cosas aquí se harán como yo quiera ... que para eso soy el que pago – añadió muy serio.

Lo miré muy sorprendida por la pequeña reprimenda. Tenía razón. Una puta debe satisfacer a quien le paga. Esa fue una de las primeras lecciones que mi propia madre me había enseñado cuando la confesé que quería ser puta, al igual que ella. De eso hacía mucho tiempo ... y desde los 16 años me había acostumbrado a llevar la iniciativa con mi clientes, a quienes siempre les había encantado mi actitud dominante y descarada. Aquel hombre me había puesto en mi sitio. Yo "sólo" era un puta. Por mucho que me gustase el sexo, una buena puta debe anteponer los deseos de sus clientes a los suyos propios. Por un momento, me avergoncé de haber olvidado la verdadera esencia de la prostitución. Quise decir algo ... pero mi orgullo me lo impedía. Por primera vez en mi vida, después de casi trece años disfrutando del camino que había escogido cuando sólo era una adolescente, una duda surgió en mi interior. ¿Puede una puta de verdad tener orgullo? ¿Era yo una auténtica puta como siempre había creído?

No tardaremos en volver – me dijo él, antes de cerrar la puerta y dejarme sumida en mi primera y única crisis que he tenido en mi larga y fructífera carrera profesional.

Continuará ...