Un trabajito muy especial (1)
Nunca podré olvidar aquel fin de semana en que fui contratada para una fiesta muy especial.
UN TRABAJITO MUY ESPECIAL (I).
Estaba siendo una noche "agitada", con varios clientes a los que satisfacer. Primero, en un hotel del madrileño paseo de la Castellana, un par de veinteañeros "niños de papá" a los que dejé secos en poco más de media hora; después, uno de mis clientes habituales, a quien reservo un par de horas todos los Miércoles por la noche; y para finalizar, ya de madrugada, un quinteto de ejecutivos japoneses de viaje de negocios en España ansiosos de hembra ibérica, y que Nati me había enviado a casa.
Como ya os he contado en otros relatos, Nati es una especie de "madame" con quien venimos trabajando desde hace años. Ella se mueve en unos círculos sociales a los que nosotras no tenemos acceso y nos proporciona clientela de cierto nivel económico a cambio de un porcentaje de nuestra remuneración. Todos los clientes que siempre nos envía se comportan correctamente y son buenos pagadores, de ahí que nuestra pequeña asociación con Nati dure ya casi un lustro.
Aquella madrugada del pasado mes de Mayo, el teléfono sonó cuando aún estaba dando buena cuenta de los japoneses. Con una polla en la boca, otra en el culo, una tercera en el coño, y otras dos esperando su turno para ensartarme cual pincho moruno, era evidente que no podía descolgar el auricular. En medio de aquella orgía hispano-nipona, tan sólo se escuchaban nuestros gemidos, algunas palabras en un ininteligible y estridente japonés y el ring-ring incesante y machacón del teléfono.
- ¡Joderrrr! exclamé - ¡Qué pesado! dije con desdén en referencia a quien llamase con tal insistencia Ya ... ni follar tranquila me dejan.
El teléfono siguió sonando durante un rato más, mientras todos los japonesitos se iban turnando para follarme. Mi intención era que todos y cada uno de ellos probasen mis agujeros, pero como son tan parecidos, era incapaz de distinguir a quién de ellos se la había chupado o quién me había dado por culo. Por fin el teléfono dejó de sonar y pude dedicarme sin distracciones a que los "japos" llegasen al orgasmo, cosa para la que no tuve esforzarme mucho, pues venían bastante salidos y en seguida comenzaron a derramar su leche sobre mí entre exclamaciones y palabras que yo no lograba entender, pero que a ellos parecía hacerles mucha gracia.
Se vistieron rápidamente, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras hablaban entre ellos. Sacaron un fajo de billetes y me lo entregaron. Había más dinero del pactado, pero por sus risas y sus gestos estaba claro que era un extra que pagaban gustosamente por haber quedado plenamente satisfechos. Una vez en la puerta, me hicieron varias reverencias y, tras un "sayonara" que sí logré entender, abandonaron mi casa.
Apenas si me había incorporado para dirigirme a la ducha, cuando el teléfono volvió a sonar.
¿Carol? ¿Ya has terminado con los japoneses? preguntó Nati.
Ahora mismo acaban de marcharse expliqué - ¿Has estado llamando antes?
Sí. Era yo. Siento haberte molestado en plena faena se disculpó Pero es que tengo algo muy especial para tí y necesitaba tu confirmación cuanto antes.
¿De qué se trata?
Verás ... alguien se ha tomado muchas molestias para contratarte. Según me ha dicho, lleva meses intentando localizarte me explicó. Aquello me llenó de orgullo. ¿A quién no le gusta que la reconozcan por hacer bien su trabajo? Ha preparado una fiesta para este fin de semana.
¿Una fiesta? pregunté.
Sí. No me ha dado muchos detalles ... pero será una fiesta por todo lo alto. Durará todo el fin de semana explicó.
¿Cuánto paga? pregunté como la puta fría y calculadora que soy.
Cinco mil Euros por todo el fin de semana. Ya está descontada de ahí mi comisión.
¡Joder! exclamé sorprendida por el dinero que cobraría por un par de días Ya me estás dando la dirección añadí aceptando de inmediato el trabajito.
No, Carol ... me dijo dubitativa, como si no supiera cómo explicarme algo Verás ... quien te ha contratado exige discreción absoluta. No quiere que sepas su dirección, ni que le comentes a nadie este trabajo me dijo con voz solemne Es una condición indispensable que ha puesto: nadie debe saber dónde estarás este fin de semana.
Ehhh ... no entiendo por qué dije pensativa ... pero ... ¡vale! ¡Acepto! exclamé pensando en lo misterioso del asunto y, cómo no, en los cinco mil Euros.
De acuerdo, Carol. Un coche irá a buscarte el Sábado a las once de la mañana a tu casa y te llevará de vuelta el Domingo por la noche me explicó.
¿Tengo que llevar algo? pregunté Ya sabes ... ropa, algún artilugio ...
No te hará falta nada. Simplemente, ve dispuesta a todo ... y pórtate como tú sabes. ¿Vale, cariño? añadió - Recuerda: el Sábado a las once. Y sobre todo, no se lo cuentes a nadie. Ni siquiera a tu madre, ¿de acuerdo?
No hay problema confirmé antes de colgar.
No era la primera vez que asistía a una fiesta de ese tipo. ¿Quién no ha oído hablar de las famosas fiestas de cumpleaños de un conocido jugador de fútbol de un equipo de la capital madrileña? No es por presumir ... pero yo estuve en varias. Muy bien pagada, por cierto. Así pues, no le di demasiada importancia a este encargo ya que aparentaba ser una más de estas fiestas de gente de clase alta con ganas de marcha, en las que hay que alternar con los invitados y abrirte de piernas a la primera oportunidad que se tercie. Aunque ... eso sí ... me sorprendió aquello de que se hubiese puesto tanto empeño en contratarme. Supuse que al organizador del "evento" le habrían llegado buenas referencias de mi trabajo. O quizás hubiese leído alguno de mis anteriores relatos en los que narro como descubrí esta maravillosa y satisfactoria profesión a la que me dedico.
Tuve que posponer algunos compromisos previamente adquiridos para ese fin de semana, pero aquella cantidad de dinero bien valía la pena alguna que otra cancelación. Por lo demás, cumplí con lo que Nati me había pedido ... y no comenté ni una palabra de todo aquello a nadie. Aunque, en realidad, tampoco había mucho que contar, ya que ni tan siquiera sabía donde tendría lugar la fiesta.
El Sábado, y con extrema puntualidad, el timbre de mi casa sonó y me apresuré a abrir la puerta. No quería que mi madre, mi hermana Alicia o Susi descubriesen nada del asunto. Me quedé perpleja al contemplar cómo se apareció ante mí un tipo perfectamente uniformado de pies a cabeza, con gorra de plato y guantes blancos. Era el chofer de una impresionante limusina que, aparcada frente a la puerta de mi casa, paralizaba el tráfico de la calle. El chofer retrocedió sin decir palabra y abrió la puerta del impresionante cochazo invitándome a entrar. Cerré la puerta de casa tras de mí y me deslicé en el misterioso interior de aquel soberbio y lujoso automóvil.
Apenas si había puesto mis posaderas sobre el cuero negro de los asientos cuando noté que nos poníamos en movimiento. Aunque no era la primera vez que estaba en una limusina, nunca había podido percatarme del lujo y el confort que este tipo de autos proporcionan, ya que las veces anteriores mi estancia en este tipo de vehículos había sido breve, limitándose a un par de mamadas y alguna que otra pequeña orgía. Intenté relajarme respirando hondo, mientras contemplaba todos y cada uno de los detalles de aquel vehículo. La cabina del conductor estaba perfectamente aislada y ni tan siquiera podía ver al chofer, ya que un cristal opaco lo impedía. Lo más sorprendente es que las ventanas no sólo no permitían ver nada del exterior, sino que de alguna manera los elevalunas estaban bloqueados y no conseguí bajar los cristales, de tal forma que así resultaba imposible conocer hacia dónde nos dirigíamos. Era evidente que quien me hubiese contratado quería tener todos los cabos atados e impedir que averiguase mi destino.
El trayecto no fue muy largo, apenas media hora, por lo que supuse que nos hallábamos en alguna zona residencial de las afueras de Madrid. Pude advertir cómo la velocidad disminuía hasta que, de pronto, el coche se detuvo. Un instante después, el chofer abrió la puerta y mis tacones de diez centímetros apoyaron sobre una estrecha calzada de adoquines blancos que serpenteaba entre una frondosa arboleda. El chofer me indicó con la mano hacia dónde debía dirigirme. Su dedo apuntó directamente a una espléndida mansión de estilo colonial que había unos cien metros más adelante. Sin mediar palabra, me dirigí con paso ágil hacia las escalinata que daba acceso al porche de entrada. Miré a un lado y a otro de la calzada por la que caminaba y, para mi sorpresa, no alcancé a ver la linde de aquel inmenso jardín. No se advertía ninguna valla o tapia que pusiese fin a aquel verde paisaje. Quien quiera que fuera el dueño de aquello, no era uno más de los ricachones con quienes había follado en tantas y tantas ocasiones. El propietario de todo aquello debía ser un auténtico multimillonario.
Por fin alcancé el pórtico que daba acceso a la mansión y, antes de que pudiera llamar a la puerta, ésta se abrió ante mí. Una mujer de unos cuarenta años apareció sonriente y me invitó a entrar.
¡Bienvenida, Carolina! me dijo mostrándome su perfecta y blanquísima dentadura - ¡Adelante! Te estaba esperando ...
¡Hola! exclamé mostrando la mejor de mis sonrisas.
Durante unos instantes, nos estudiamos la una a la otra. Ella me miró de arriba abajo, observando el contraste entre su vestimenta y la mía. Si ella iba vestida como una auténtica dama, mi atuendo clamaba a los cuatro vientos que era una furcia. Tacones altos sobre unas pequeñas plataformas, falda minúscula, camiseta de lycra muy ceñida y pequeño bolso de mano. Por el contrario, ella llevaba una impecable blusa blanca de manga francesa y unos pantalones holgados de gasa azul. Un collar de perlas colgaba de su cuello descansando sobre su escote, no muy pronunciado. Pelo castaño, ondulado, en media melena. Ojos verdes, cutis perfectamente cuidado y modales de señora de clase alta.
Eres más guapa de lo que me había imaginado me dijo sonriendo.
Gracias, señora contesté lo más educadamente que pude, y ciertamente halagada, mientras observaba el desbordante lujo de aquel vestíbulo. Una escalera de mármol cubierta por una alfombra roja se abría paso en medio de la estancia; y una espectacular lámpara de "araña" colgaba del altísimo techo plagado de vistosas molduras. El vestíbulo era casi más grande que toda mi casa.
Ven ... acompáñame me dijo dirigiéndose hacía un lateral donde había una puerta corredera doble.
Caminé tras ella y penetramos en aquella otra habitación, tan grande como el vestíbulo y lujosamente decorada. Era una especie de sala de estar, con las paredes forradas de estanterías repletas de libros impecablemente encuadernados, suelos de madera cubiertos por alfombras de incuestionable estilo y calidad, butacones de piel oscura, espectaculares lámparas, ... y un sinfín de detalles que rezumaban un lujo que nunca antes había contemplado.
Siéntate, Carolina me indicó - Yo voy a tomar un vino ... ¿te apetece algo?
¡Vale! Para mí otro ... dije. Lo cierto es que no me apetecía mucho ponerme a beber cuando aún no era ni medio día, pero no quería ser maleducada, de ahí que aceptara tomarme una copa de vino para acompañar a mi "anfitriona". Ella desplegó una puerta de uno de los muebles del extremo opuesto de la habitación, mientras yo tomaba asiento en uno de los sillones y me recreaba despreocupadamente en contemplar los detalles que adornaban aquella magnífica estancia.
¡Aquí tienes! me dijo entregándome la copa y sentándose frente a mí. Antes de que pudiera llevarla a mi labios, exclamó - ¡Brindemos! Brindemos por un fin de semana inolvidable ...
Brindo por eso añadí sonriente levantando mi copa.
Durante los siguientes dos o tres minutos permanecimos en silencio, bebiendo de nuestras copas. Ella tenía clavados sus ojazos verdes en mi rostro y analizaba detenidamente cada una de mis facciones. A pesar del examen al que estaba siendo sometida, me sentía tranquila y confiada. Una sensación de relax me fue invadiendo poco a poco, mientras mi anfitriona continuaba observándome sin perder detalle. Alargué el brazo para posar la copa sobre una mesita lateral y me recosté sobre el butacón. Empezaba a sentirme muy cansada. Tuve que hacer un esfuerzo para mantener los ojos abiertos, pero a pesar de ello la imagen de aquella señora había perdido nitidez. El cuerpo me pesaba y era incapaz de pensar con claridad, mientras advertía que la habitación comenzaba a dar vueltas sobre mi cabeza. ¿Qué me estaba pasando? Justo un momento antes de perder contacto con la realidad, alcancé a ver cómo ella sonreía diciéndome algo. Unas palabras que ya no pude escuchar, pues caí en un profundo y reconfortante sueño.
No recuerdo nada de las siguientes horas. Ni tan siquiera sé el tiempo que permanecí dormida. No desperté de golpe. La sensación de cansancio y pesadez era tan grande que tardé un buen rato en asimilar lo que estaba pasando y dónde me encontraba. Lo primero que noté fue un intenso dolor en las muñecas. Algo estaba ejerciendo presión sobre ellas.
¿Me han atado? ¿Por qué? me pregunté, muy confusa y desorientada - ¿Por qué me están haciendo esto?
Al cabo de un rato, cuando la sensación de pesadez y cansancio se fue desvaneciendo, noté que mi cuerpo estaba en una posición extraña e incómoda. Mis brazos estaban separados por encima de la cabeza y sujetos por las muñecas, que aguantaban todo mi peso. Parecía estar colgada de algún extraño artilugio. Mis pies se encontraban sujetos por los tobillos, de igual modo que mis muñecas. Podía tocar el suelo con mis talones, pero no lograba ponerme en pié. Balanceé mi cuerpo hacia delante hasta que conseguí recuperar la verticalidad. Me había puesto en pié y mis muñecas lo agradecieron. La postura en que mi cuerpo se hallaba formaba una X, abierta de pies y brazos y fuertemente sujeta por las muñecas y los tobillos.
Una oscura estancia se fue apareciendo ante mí, según iba abriendo los ojos. Antes de que pudiese plantearme con claridad dónde estaba y porqué me habían drogado, un "click" rompió el silencio de aquella habitación y varios fluorescentes de intensa luz blanca se encendieron iluminando por completo el habitáculo. Fue entonces cuando advertí que estaba totalmente desnuda y pude ver el aparato al que me encontraba atada. Se trataba de una especie de estructura cuadrada formada por gruesas barras de metal brillante al que se hallaban ligados unos arneses que, a su vez, me sujetaban con unas cintas de tela por las muñecas y los tobillos. La habitación no era muy grande, de unos 14 o 15 metros cuadrados y estaba desprovista de todo mobiliario. Pero lo que me heló la sangre fueron las dos cámaras de vídeo apoyadas en sendos trípodes que se hallaban a un par de metros de mí. No eran cámaras de aficionado, sino aquellas que años atrás me habían filmado en mi etapa en el cine porno. Ambas me enfocaban directamente ... y el pánico se apoderó de mí. ¿Qué se proponían con todo aquello? ¿Por qué me habían drogado? ¿Por qué querían grabarme? En mis años como actriz porno había escuchado historias sobre chicas a las que secuestran y torturan hasta la muerte, grabándolo todo. Siempre pensé que tan sólo eran leyendas urbanas, que nadie en su sano juicio haría algo así. Pero ... ahora aquello empezaba a tener sentido. ¿Por qué Nati había insistido tanto en que nadie supiese adónde iba? ¿Por qué tantas molestias en ocultarme la dirección de aquella mansión? El pulso se me aceleró y creí que el corazón me iba a estallar. Ahora todo encajaba: aquello era un "snuff-movie".
Quise gritar, presa del pánico, pero no pude. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que una gruesa cinta de esparadrapo me tapaba la boca. Tiré con fuerza de la cintas de mis tobillos y muñecas ... pero no conseguí nada. Empecé a temblar de miedo. ¿Cómo había sido tan confiada? ¿Por qué Nati me había traicionado de aquella manera?
De pronto, la única puerta de la estancia, situada en el lado opuesto al que yo me encontraba, se abrió. Aterrorizada ante la idea de lo que me esperaba, observé cómo la persona que entraba nada tenía que ver con mi "anfitriona", con la dama de la alta sociedad que me había recibido tan educadamente, pero que me había drogado de forma alevosa. Una joven totalmente desnuda cruzó el umbral y se dirigió muy lentamente hacia mí. Tenía el cabello lacio y rubio, recogido en una larga coleta. Cara redonda, ojos azules y nariz chata. Piernas torneadas y bonitas, cintura estrecha, pechos naturales no excesivamente grandes, y perfecta y pulcramente depilada.
- ¡Joderrrr! ¡Cómo se parece a mí! pensé al advertir la increíble semejanza entre ambas.
Se acercó hasta una marca que había en el suelo, justo detrás del par de cámaras que me grababan. Me miró fijamente a los ojos y, al ver el pánico que reflejaban los míos, sonrió mostrándome su perfecta dentadura. Entonces, hizo un gesto levantando el brazo y se giró, dejándome ver su redondo, carnoso y respingón trasero. Por fortuna, aquel gesto no significó que la tortura iba a dar comienzo, segura como estaba de que aquello tenía muy mala pinta y de que sólo saldría de allí con los pies por delante. En la puerta aparecieron dos tipos desnudos. Tenían cuerpos perfectos, musculosos, sin un gramo grasa ... y muy bien dotados. Llevaban la cara tapada por una especie de funda o pasamontañas. Ante mi atenta mirada, se situaron en el centro de la habitación. La chica se arrodilló entre ellos y cogió una polla con cada mano. A continuación, abrió la boca y se introdujo una de ellas hasta que desapareció por completo en su interior. Mientras, meneaba ligeramente el otro rabo, aún ligeramente flácido. Unos segundos más tarde, fue el otro tipo el que metió su tranca en su boca, que mamó con absoluta devoción y glotonería.
Mientras la doble mamada tenía lugar ante mí, me fijé en los cuerpos de los tipos. Eran torsos de gimnasio. Más que hombres normales y corrientes parecían modelos de ropa interior o ... quizás ... actores porno. Sus empalmadas pollas eran enormes. Tanto que aquella chica debía hacer un esfuerzo para abarcarlas por completo con sus labios. Mientras observaba atónita aquella escena a escasos metros de mí, la joven rompió el silencio:
¿Te gusta cómo chupo este par de pollas, Carolina? dijo mirándome con descaro. Evidentemente no pude contestar, ya que mi boca estaba sellada por el esparadrapo.
¡Dime! me gritó - ¿Te gusta verme comer pollas?
En la posición en la que me encontraba no me convenía cabrearla. Estaba claro que era ella quien mandaba allí y si pedía una respuesta, había que dársela. Asentí con la cabeza. Al ver mi gesto, sonrió y volvió a dedicarse a la doble felación. Mamó alternativamente una y otra polla, mientras me dedicaba gestos viciosos y miradas provocativas. Chupaba con maestría, a pesar del gran tamaño de las pollas y del poco margen de maniobra que aquellas enormes barras de carne le permitían. Cada vez entendía menos todo aquello. ¿Qué significaba? ¿Qué pretendían? ¿Debía temer por mi vida o sólo era un jueguecito más de la fiesta? Lo cierto es que, fuese como fuese, la sensación de pánico que me había aterrorizado unos minutos antes se estaba diluyendo, y en mi interior estaba surgiendo otra muy distinta. Por increíble que parezca, lo que me pedía el cuerpo era unirme a la fiesta y compartir aquellas dos magníficas pollas con aquella fotocopia mía. Mi rostro debió revelar lo que estaba pasando por mi cabeza porque, poniéndose en pié, la chica se acercó a mí, con cuidado de no aparecer en el ángulo de visión del par de cámaras que me grababan permanentemente y, mirándome fijamente con gesto lujurioso, dijo:
Te mueres por comerte estas pollas, ¿verdad, zorrita? me preguntó. De inmediato asentí con la cabeza. Sus gestos desafiantes me estaban poniendo a mil.
Poco a poco, y ara mi tranquilidad, mi mente fue desterrando la idea de que aquello se tratase de un "snuff-movie". A pesar de haberme drogado alevosamente y atado de pies y manos contra mi voluntad, nadie había dado muestras de violencia. Y la escena que se "representaba" frente a mí no anunciaba precisamente que fueran a torturarme, sino que en algún momento me soltarían y podría entregarme a la vorágine de aquellos tres cuerpos perfectos. Entonces, sucedió algo que confirmó mis buenas vibraciones. La joven se dio media vuelta y dobló su cuerpo hacia delante, mostrándome su carnoso culo. Abrió las piernas y separó sus nalgas dejándome ver su depilado chumino y la entrada de su culo.
¿Te apetece comerte esto, Carolina? me preguntó al tiempo que meneaba ligeramente su abierto pandero - ¿Quieres comerme el coño? Seguro que quieres follarme el culo con tu lengua de zorra, ¿verdad que sí? me dijo. La visión que se aparecía ante mí era sugerente y apetecible. Además, sus gestos viciosos y sus palabras llenas de provocación me estaban poniendo muy cachonda. Emití un sonido gutural, que salió de lo más profundo de mi garganta, con el fin de hacerla saber que sí, que me moría de ganas por meter mi cara entre sus piernas.
Sin volverse hacia mí, susurró algo a los dos hombres, que permanecían contemplando todo con sus pollas totalmente empalmadas. Uno de ellos se tumbó boca arriba. Cuando lo hizo, su rabo apuntaba directamente al techo. Ella se giró y me miró fijamente.
Ahora me van a follar dijo sugerentemente - ¿Quieres ver como me follan, Carolina? Asentí con un gesto mientras notaba como mi coño se humedecía por momentos. Ya había olvidado por completo el terror que me había supuesto verme atada y amordazada, y mi única obsesión en ese instante era poder participar en aquella escena y saciar mi creciente hambre de sexo.
A continuación, ella puso un pié a cada lado del hombre tumbado y, lentamente, sus caderas fueron descendiendo en dirección a la polla. Todo ello sin dejar de mirarme sensualmente, provocándome con sus gestos. Finalmente, la verga del tipo fue penetrando en su coño, deslizándose en su interior hasta desaparecer por completo. Ella cerró los ojos y se mordió el labio inferior, al tiempo que dejaba escapar un leve gemido de placer. Se acomodó sobre la polla y botó suavemente unas cuantas veces para acostumbrar su conejo al tamaño de aquella enorme tranca. Después, volvió a mirarme sonriente, insinuándome con su ojos cuánto le gustaba tener aquella polla en sus entrañas. Al momento, el otro tipo apuntó hacia su trasero mientras ella separaba sus redondas nalgas con las manos. Dejó caer su cuerpo hacia delante, de tal forma que sus tetas golpearon el rostro del que estaba tumbado. En lugar de proceder a la penetración anal de forma suave y pausada, el tipo dio un fuerte golpe con su caderas y le enchufó la polla hasta los huevos en su abierto ojete. La penetración fue tan violenta que casi pude sentirla yo en mi trasero. Ella se contrajo al sentir la barra de carne en sus intestinos y su rostro reflejó el placer que sentía al ser doblemente follada. Permanecieron unos instantes en aquella posición, sin moverse. Los tipos no emitían sonido alguno, lo que me indicó que eran auténticos profesionales. Ahora ya no había duda, pues cualquier hombre que se estuviese follando a aquella preciosidad no hubiese podido evitar soltar algún que otro gemido. Lentamente, los tipos se pusieron en movimiento y sus rabos comenzaron el mete-saca. Ella sonreía con los ojos entreabiertos de puro vicio y placer. Y el silencio se rompió:
¿Te gusta cómo me follan, Carolina? me preguntó. Nuevamente asentí con la cabeza, notando como la excitación se apoderaba de mí Te gustaría estar en mi lugar, ¿verdad? Quisieras tener este par de pollas follándote sin piedad. ¿Eh, putita?
Cuanto de cierto había en sus palabras. Eso era exactamente lo que quería en aquel momento. Deseaba que me soltase de mis ataduras, que liberase mi boca de la mordaza ... y ocupar su lugar, con aquellas pollas taladrándome exactamente igual que a ella.
¡Folladme fuerte! exclamó mientras los tipos continuaban el mete-saca Que vea esta zorra como me folláis todos mis agujeros añadió mirándome con lujuria.
Tan absorta estaba en la escena que se sucedía ante mis ojos, que me había olvidado por completo de las cámaras que grababan todas y cada una de mis reacciones, de mis gestos, de los leves movimientos que me permitían mis ataduras. Por primera vez desde los 16 años, no podía participar en una escena como aquélla. Me había acostumbrado a tener sexo sin límites todos y cada uno de los días de mi vida desde mi más tierna adolescencia. El sexo era mi pasión, mi profesión ... mi droga. Vivía para y por el sexo desde que descubrí que mi madre y mi hermana eran putas y quise seguir sus pasos. Había estado en mil y una situaciones morbosas, excitantes y placenteras a más no poder. Pero nunca antes me había visto en una situación como aquella, cachonda perdida y sin poder saciar mi ninfomanía.
De pronto sucedió algo inesperado. La puerta se abrió y la señora que me había recibido en la mansión entró en la habitación. Ya no parecía una dama de clase alta, con sus prendas holgadas y sus gestos educados. Su vestimenta se había transformado en un escotado, cortísimo y ceñido traje de látex de un intenso color azul brillante, que dejaba patentes sus rotundas formas. Cuando la vi por primera vez aquella misma mañana, jamás me hubiese imaginado que aquella señora de mediana edad pudiera poseer unas voluptuosas tetas como las que ahora mostraba con aquel vestido; ni que sus piernas, cubiertas ahora con unas botas de caña alta y apoyadas en unos interminables y finísimos tacones de aguja, pudieran ser tan sumamente atractivas. Rodeó lentamente los tres cuerpos engarzados en el suelo, que seguían follando ajenos a la aparición de la señora, y se acercó a mí, observándome detenidamente, hasta colocarse a mi espalda, desde donde me susurró:
No temas, Carolina me dijo con voz tranquilizadora Sabemos que has imaginado lo peor cuando te has despertado, pero nada malo va a sucederte. Hay pocas putas como tú. Tu entrega y devoción son únicas ... y queremos disfrutar a tope de tí. Sólo déjate llevar ... ¿vale?
Asentí con la cabeza, mientras intentaba girarme para verla. Cuando lo logré, nuestros ojos se encontraron a escasos centímetros los unos de los otros. Advertí sus largas pestañas postizas y el intenso rojo del carmín de sus labios. La situación me había puesto tan cachonda que cualquier caricia, beso, lametón o suave roce de aquella mujer habría desencadenado mi primer orgasmo del día. Pero no sucedió. Puso mucho cuidado en no tocarme. La miré desesperadamente, suplicando con mis ojos que me soltase, que me dejase participar en aquella escena. Ella pareció entenderlo y sonrió.
Sé lo que quieres, Carolina dijo Pero aún no es el momento. Ahora, mira cómo disfruta ella me dijo indicándome con la cabeza el trío que no paraba de follar. Obedecí y contemplé nuevamente la doble penetración que estaba recibiendo aquella chica casi idéntica a mí. Gemía, con los ojos cerrados, recibiendo sin piedad las dos trancas en sus agujeros - ¡Mira cómo la follan! me susurró la señora Está disfrutando mucho. ¡Mira qué cara de gusto tiene la muy cerda!
Al escuchar estas palabras, la chica abrió los ojos y me miró fijamente. La señora se dirigió hacía el trío y se puso en cuclillas frente a la joven, preguntándola a escasos centímetros de su cara:
¿Te gusta cómo te follan, nena?
¡Sí! ¡Me encanta! respondió la chica sin dudarlo mientras seguía recibiendo las dos pollas en el coño y en el culo.
¡Dile a Carolina lo que eres! ordenó la mujer.
¡Soy una puta! exclamó la joven mirándome fijamente. Si su intención era excitarme más aún de lo que ya estaba, lo cierto es que dio resultado. Noté cómo mi coño se encharcaba y, si aquella situación se prolongaba mucho más, no podría evitar que mis abundantes flujos resbalasen por mis muslos
¡Buena chica! exclamó la señora sonriente. Al momento, acercó sus labios a los de la joven y durante unos segundos se besaron suavemente. Poco después, el beso se convirtió en un intenso morreo. Podía ver sus lenguas jugando en sus bocas entreabiertas. La señora me miró de reojo sin apartar su lengua de la de la joven - ¿Estáis listos? les preguntó a los chicos.
El que había estando dando por culo a la chica, sacó la polla de su trasero, al tiempo que asentía con un gesto. La joven se puso pié y el rabo del que la había follado por el coño, apareció encharcado de jugos y líquido preseminal.
¡Quiero que os corráis en su boca! ordenó la señora, apartándose del trío y volviendo a ponerse en pié Es una zorrita sedienta y la encanta la leche añadió, mirándome de reojo.
La situación no podía ser más excitante. Aunque deseaba con todas mis ganas que ese para de corridas fuesen para mí, sabía que aún no recibiría un buen trago de leche caliente, ya que la señora me había anunciado que aún no era el momento. No obstante, me sentía incapaz de aplacar mi excitación. Inmediatamente, los dos tipos se colocaron a ambos lados de la joven, quien volvió a ponerse de rodillas. Apenas si había acercado su rostro a las pollas, cuando un potente chorro de semen se estrelló contra sus labios. Inmediatamente, abrió la boca para recibir toda la leche en su interior, procurando no dejar escapar ni una gota de aquel néctar de dioses. Sin solución de continuidad, fue el otro tipo quien derramó su cálido ADN en la boca de la joven, en varias e intermitentes entregas.
¡Eso es, nena! exclamó la señora acercándose hacia la afortunada receptora del semen de aquellos dos sementales Pero no te la tragues todavía añadió.
La muchacha obedeció y mantuvo el semen en su boca, al tiempo que se ponía en pié y los dos tipos se marchaban de la sala sin decir ni una sola palabra. Parecía como si todo estuviera previamente ensayado, como si aquello fuera una representación planificada de antemano. La mujer se acercó a la joven y la ordenó:
¡Abre la boca! ¡Enséñale a Carolina lo que se está perdiendo!
La joven se acercó a mí, con la boca entreabierta, con mucho cuidado de no aparecer en el ángulo de visión de las cámaras, y me mostró el interior de su boca, abriéndola cuanto pudo. Pude ver el pastoso líquido blanco de los dos sementales, mezclado con la saliva de aquella muchacha calcada a mí. Observé su lengua jugueteando con la lefa y las pequeñas burbujitas que se formaban. Aquella visión acabó por descontrolarme y noté cómo un par de hilillos de jugos vaginales resbalaron por mis muslos. ¡Cuánto deseaba que aquella zorrita compartiese ese par de corridas conmigo! Imaginé su sabor, su textura en mi lengua, en mi paladar, en mi garganta. En cambio, no sería yo la afortunada de compartir aquel jugoso néctar. Para mi sorpresa, la señora aproximó su boca a la de la joven y, haciendo un escorzo con su cuerpo, colocó su boca unos centímetros por debajo.
¡Damela toda, nena! ordenó - ¡Derrámala con cuidado! No quiero desperdiciar ni una gota añadió separando sus carnosos labios.
La joven obedeció sin dudarlo y un hilillo de semen comenzó a caer de su boca en dirección a la de la sedienta señora. Todo a un par de metros de mis ojos, en una visión tan excitante como turbadora. Tras el hilillo inicial que fue atrapado sin problemas por mi "anfitriona", se sucedieron varios grumos pastosos que golpearon sus labios y sus dientes. Ayudándose con las manos y con la lengua, logró llevarse todo al interior de su boca. La joven se apartó y la señora me mostró, del mismo modo que antes había hecho la muchacha, el interior de su boca. Con los ojos como platos y la excitación a flor de piel, pude ver cómo se tragaba todo con la glotonería propia de un puta experimentada. Después se relamió y tragó varias veces con gesto vicioso.
¡Uhmmmm! ¡Qué leche más rica! exclamó mirándome fijamente y sonriendo Te hubiera gustado probarla, ¿verdad? me preguntó. Asentí con la cabeza Lo sé. Pero aún no es el momento concluyó.
La joven calcada a mí permanecía unos metros detrás, en silencio. La señora se giró, dándome la espalda.
¡Vámonos, nena! ordenó acercándose a la puerta. Desde allí, se volvió hacia mí - Ahora te vas a quedar un rato sola. Pero ... tranquila. Volveremos. Esto no ha hecho más que comenzar ... añadió sonriente antes dejarme sola y cachonda perdida en aquel habitáculo.
Continuará ...