Un tio normal (4)

La rubia y un rebautizado Julián continuan estrechando su relación, que avanza de puro mirón y exhibicionista a algo más.

El viernes Julián se levantó igual que se había acostado: feliz, como no lo había sido en mucho tiempo. Había tenido una agradable conversación con la rubia, habían hablado sin tabúes, sin culpabilidades, con franqueza. Después, la escena erótica que aconteció a apenas cincuenta centímetros de él, el regalo de las braguitas impregnadas de fluidos, y por último, la chica se había apuntado su dirección de correo, con la promesa de que aquello no acababa ahí.

Asun, en cambio, no se levantó tan contenta. Pepe la había dejado durmiendo en el sofá en una postura extraña, y se despertó entumecida y resacosa, y con un fuerte dolor cervical. Se dirigió al baño, extrañada y confusa, al mismo tiempo que Julián salía de allí, sonriente. Sin siquiera saludarse, el marido llamó al dormitorio de su hijo, se fue a la cocina y empezó a preparar el desayuno, que estaba listo para cuando Andrés se sentó a la mesa. Padre e hijo comenzaron a comer sin esperar a la madre, que seguía en el baño, lo cual motivó a Julián a conversar con su hijo.

-¿Qué vas a hacer hoy?

-Pues… no sé, jugar a la play, ver la tele… –contestó extrañado Andrés, poco acostumbrado a charlas paternales.

-¿Y por la tarde?

-Pues… tengo fútbol con mis amigos.

-¿Y no tienes alguna afición, aparte del fútbol y la play ? –Julián notó que quizás la pregunta denotase un cierto reproche, y suavizó el tono-. Me refiero a algo que te guste, algo que te atraiga.

-¿Cómo qué?

-Pues no sé, yo a tu edad leía comics del Hombre Araña, de los Cuatro Fantásticos, de Mortadelo y Filemón…

-Yo prefiero las pelis papa –y el chaval se echó a reír, divertido ante su propio comentario. Julián también rió, complacido por la risa de su hijo.

-Bueno, yo si quieres te los dejo, que ya verás cómo te gustan –vio que su hijo iba a replicar y le cortó antes de que hablase-. Tú hazme caso, léete uno, y si no te gustan, no hace falta que te leas más. ¿Te parece?

-Bueno, vale –contestó Andrés sonriendo.

Julián pensó que quizás esa charla no cambiasen gran cosa, y que los tebeos no le gustarían, pero, en su nueva vida, se había decidido a entrar en la educación de su hijo, y por primera vez había sido capaz de hilvanar más de tres palabras seguidas con el chaval, sin que estas fueran para regañarle. Al mismo tiempo, el chico se sintió ligeramente reconfortado ante esa nueva actitud de su padre. En ese momento, la madre entró en la cocina, con peor aspecto que nunca: despeinada, ojerosa, arrastrando los pies y frotándose la nuca con un gesto de aparente dolor.

-Ay, mi cuello, como me duele –se quejó-. ¿Pero cómo no me despiertas para irme a la cama? ¡Ay ay ay, qué daño!

-No se Asun, cuando yo me fui estabas tan dormida, y como no hacía frío, te dejé ahí.

-Pues me duele el cuello mucho, como pinchazos…

La mujer continuó quejándose a lo largo del desayuno, y a Julián le asaltó el remordimiento. Una cosa es pringar de semen la cabeza de tu señora, y otra muy distinta drogarla y ni siquiera pensar que una mala postura pueda provocarle una lesión cervical. Asun era una bruja, y Julián seguiría odiándola, pero aquello tampoco cuadraba con su ética personal, por lo que llamó al trabajo avisando de que no iría porque tenía que llevar a su mujer al médico. Por el camino, Asunción no dejó de quejarse por el dolor, aunque no sin razón, y una vez allí, apenas podía articular palabra. Tras la consulta, la doctora procedió a pinchar la zona contracturada, y recetó unos calmantes para el dolor y crema antiinflamatoria. De vuelta a casa, Julián volvía a tener su conciencia más tranquila, y su mujer, ahora con menos dolores y la mente más despejada, aprovechó para reprocharle de nuevo que la dejase en el sofá. Sin duda, se lo seguiría reprochando mucho después. Tras dejar a Asun  en casa se fue a trabajar. Lo primero que hizo al llegar fue comprobar su correo de la empresa, pero la bandeja estaba vacía. De pronto se le ocurrió que quizás esos correos estuviesen supervisados, por lo que apuntó mentalmente que en cuanto la rubia contactase, debía proponer utilizar otra dirección alternativa.

El fin de semana ocurrió sin altercados. Julián prestó a su hijo sus viejos comics, y sorprendentemente, estos engancharon enseguida al chaval, quizás aquello sirviese para conectar a padre e hijo. Por su parte, Asunción aprovechaba los ratos en los que los calmantes relajaban el dolor muscular para acosar a su marido, que cada vez parecía más invulnerable a los ataques verbales de su esposa.

El lunes por la mañana, al llegar a su puesto volvió a comprobar la bandeja de correo, para encontrar esta vez un nuevo mensaje, de Laura OleMad. El correo decía:

“Hola Julián, lo del jueves estuvo DE PUTA MADRE =) ya te ire avisando por aquí de que dias voy otra vez, para que puedas disfrutar, depravado =P, y de si bajas o te quedas en la ventana, o ‘hablamos’ como el otro día jejeje

Este es mi correo, si quieres decirme algo, ya sabes

Felices pajas jajajajaja”

Julián apuntó la dirección de correo, borró el email, creó una nueva cuenta en un servidor distinto al de su empresa y contestó:

“Hola Laura,

la verdad es que fue COJONUDO, te escribo desde esta nueva cuenta porque la otra es la de la empresa, ya sabes, por si pasa algo. Tú avísame cuando vengas que yo estaré ahí, como tú dices, haciéndome una paja.

Saludos, Julián.

PD: el otro día te dije que mucha gente me llama Pepe, pero desde que hablé contigo, he decidido que es muy vulgar, me gusta más Julián. Muchas gracias por eso.”

A partir de ese momento, la vida de Julián entró poco a poco en una trayectoria de felicidad ascendente. En el plano sexual, intercambiaba correos con la rubia, al principio semanalmente, y después casi diariamente. En esos correos, la chica no solo le avisaba de cuando iría, si no de en qué condiciones: si llevaría acompañante, masculino o femenino, si le vendaría los ojos para que Julián pudiese ver más de cerca. Intercambiaron historias sexuales, la chica le preguntó por sus preferencias, sobre si había algo en especial que él quisiese contemplar, a lo que Julián respondía pidiendo cosas que veía en internet, que le habían contado y que le parecían exóticas. Más adelante, Julián llegó a pedirle a la chica que se trajera al callejón a alguien como él: un maduro, en sus cuarenta, con aspecto de casado aburrido, pero ese día la chica llevó a un tipo cualquiera, un joven de entre veinte y treinta años, al que se folló sin tapar los ojos, por lo que Julián solo pudo verlo desde la ventana. Al día siguiente la chica se disculpó por correo, aduciendo que no había encontrado a nadie de esas características en la zona por la que salió.

En el plano familiar, Julián avanzaba  en un frente al mismo tiempo que retrocedía en otro. Al empezar un nuevo curso, y conectar al mismo tiempo con su hijo, Julián pudo comprobar que la rebeldía de su retoño no era más que adolescencia mezclada con falta de atención, de disciplina y de recompensas merecidas. Los comics fueron el primer paso, gracias al cual pudo compartir tiempo y palabras con el pequeño. Después, con el avance de las clases y los primeros exámenes, padre e hijo se sentaron y conversaron acerca de derechos, obligaciones y responsabilidades, de cómo el trabajo bien hecho recibe su debida recompensa. Hicieron pactos sobre lo que ocurriría sin Andrés se comportaba bien y estudiaba, y también sobre las consecuencias que tendría no hacerlo, las cuales, el chico aceptó y asumió, prometiendo que no llegarían a ese punto. Del mismo modo, Julián prometió que un curso sin partes y con aprobados redundaría en alguna que otra sorpresa, y sobretodo, orgullo y satisfacción, aunque recalcó que más que un medio para conseguir regalos, estudiar y ser educado era un fin en sí mismo, y un deber, con lo cual el chico estuvo de acuerdo.

Estas charlas, muy a pesar de Julián, sucedían siempre que la madre no estuviese en casa. Después del episodio de la contractura, Julián se planteó si podría aplicar una estrategia similar con su mujer, pero pronto descubrió que era una guerra perdida. Durante quince años de matrimonio, ella había sido moral y psicológicamente superior a él, y eso tenía arreglo. Cualquier acercamiento de Julián o intento de establecer una conversación de pareja con ella era repelido con sarcasmo, reproches, evasivas, alusiones a la falta de hombría de Julián, comparaciones insidiosas con su cuñado, gritos e insultos. Al mismo tiempo, la madre notaba que padre e hijo se acercaban, y el pequeño, que hasta entonces había sido su ojito derecho, su niño de mamá, ahora rehuía del contacto infantil, buscaba a su padre cuando lo que quería era hablar con alguien responsable. A finales de octubre, días después de que Julián y Andrés, en ausencia de Asun, sellasen su pacto con un abrazo, tuvo lugar una escena lamentable durante la cena. En ella, la madre culpó a Julián de abusar del niño, de prohibirle divertirse y jugar, le acusó de deprimirle y amargarle, pues veía que Andrés pasaba menos tiempo embobado con la televisión o con la PSP, y más leyendo o estudiando. Julián respondió tranquilamente, alegando que él no había castigado al niño ni le había prohibido nada, solo habían hablado y el propio Andrés había decidido dedicarse a cosas más productivas. El hijo salió en defensa del padre, corroborando su versión de los hechos, y comentó que seguía viendo la tele, pero que prefería leer Asterix y Obelix antes que ver algún programa del corazón. La madre montó una escena de falsa pena, mostrándose tremendamente afligida de que en su casa, su marido y su hijo estuviesen en su contra y le hiciesen la vida más difícil, de que su niño ya no viese la tele con ella, de que su cosa bonita ya no la quisiese, esperando que el pequeño se lanzase a sus brazos, pero en lugar de eso, “su niño” respondió.

-Mamá, a mí eso me aburre, prefiero leer algún comic…

La madre estalló en un llanto falso, y continuo lamentándose toda la cena, despotricando y amenazando con marcharse de casa, con dejar de quererles. “Como si me hubieses querido alguna vez, arpía”, pensó Julián.

Mientras tanto, la rubia seguía con sus visitas al callejón y Julián con su espionaje desde la ventana, con el inconveniente de que el invierno se acercaba y cada vez hacía más frío, por lo que era más complicado bajar a masturbarse a las 2 de la madrugada, y los ocupantes del vehículo pasaban frío si dejaban las ventanillas bajadas. A mediados de noviembre Julián recibió un correo de Laura:

“Holi! Que te parece si mañana paso de llevar acompañante y charlamos un rato? Quizás te deje otro regalo, como la ultima vez jajaja =P besos!!!!!!”

Julián contestó que lo estaba deseando.

Al día siguiente Julián repitió el ritual: introdujo los sedantes en las bebidas de su hijo y su mujer, se sentó en su ventana a esperar y hacia las doce y media de la noche el utilitario rojo apareció por el callejón. Una vez aparcado, la rubia le hizo un gesto para que se acercase, se puso unas zapatillas y una sudadera y bajó.

A pesar del tiempo que se llevaban conociendo, y la complicidad entre mirón y exhibicionista que se había creado entre ellos, Julián aun no tenía muy claro como desenvolverse en el cuerpo a cuerpo, se seguía poniendo nervioso al hablar con la chica a solas. No obstante, ella llevó la iniciativa, como siempre. Una vez Julián se sentó en el asiento del copiloto, la chica echó el cierre, y se acercó a Julián para saludarle con dos besos, pudiendo así  el hombre apreciar el aroma de la chica, dulce y excitante.

-Hola Julián –le saludó la rubia con su media sonrisa-, ¿qué te cuentas?

-Hola Laura, pues nada, a pasar el fresco –contestó torpemente, soltando una risita nerviosa.

-Relájate, hombre, que estamos entre amigos –replicó la chica, inclinando la cabeza y mirándole fijamente a los ojos-. Ni que fueras un mirón pervertido hablando con su víctima –y la chica se echó a reír, acompañada de Julián, relajando así el ambiente.

La extraña pareja continuó charlando durante un buen rato sobre temas banales, sobre trabajo, amistad, aficiones, mientras la temperatura en el interior del vehículo ascendía y los cristales se empañaban. Julián estudió detenidamente la fisionomía y vestimenta de la chica mientras hablaban: su media melena era ahora un poco más larga, aunque el lado derecho seguía rapado. Ese día vestía una chaqueta de cuero abierta, que dejaba ver por debajo una camiseta larga muy escotada sobre un top también muy escotado. De cintura para abajo llevaba unos leotardos gruesos, para acabar en unos botines del mismo acabado que la chaqueta. Al cabo de un rato de conversación, la chica se quitó la chaqueta  (debido al calor pensó Julián), dejando ver mejor sus pechos, y permitiéndole apreciar un bulto algo extraño en donde debería estar el pezón derecho, posiblemente provocado por el pirsin. “No lleva sujetador”, razonó Julián, empezando a salivar y apartando la mirada por un tiempo de la cara de la rubia para posarla sobre su escote.

-Si sigues mirándome así, me vas a desgastar… -rió la chica.

-Perdona, yo, esto, no quería…

-No pasa nada tonto –contestó Laura, tranquilizándole con un gesto de mano-, si he venido sin sujetador a propósito.

Esto último lo dijo mirando fijamente a Julián, esperando ver su reacción. Al hombre, el morbo de la chica le superaba por completo, y empezó a empalmarse, no obstante, trató de que no se le notara y seguir con la charla. A la chica no le pasó desapercibida la erección, y de vez en cuando lanzaba miradas atrevidas a la entrepierna del hombre, miradas que tampoco obviaba Julián. La rubia volvió a dar un paso adelante, cuando quejándose del calor que empezaba a reinar en el habitáculo se quitó la camiseta. El top que llevaba debajo era muy sugerente, algo pequeño para la talla de pecho de la chica, marcando a la perfección la curvatura de sus pechos, así como el bulto del pirsin sobre el pezón derecho, y de paso, levemente el pezón izquierdo. La erección de Julián ya era notoria, y ninguno de los dos trataba de ocultar las miradas hacia el otro.

-Creo que sigo teniendo mucho calor, ¿te importa si me desnudo? –preguntó, atrevida.

-No, no, claro que no –contestó Julián emocionado.

La chica procedió a quitarse las botas, tranquilamente, y mientras se agachaba dejaba ver gran parte del canal entre sus pechos. Una vez descalza, se fue bajando los leotardos, desde la cintura hacia los tobillos, dejando ver un tanga muy fino, que se transparentaba ligeramente en la zona del pubis, y que mostraba sus nalgas al completo. En vez de sacarse el top por la cabeza, bajó los tirantes por los lados, sacó los brazos y se bajó la prenda, dejándola enrollada alrededor de su cintura, enseñando así a Julián esos pechos que tanto admiraba. La chica se acarició el pezón no perforado con una mano y el coño con la otra, por encima del tanga, mirando a su acompañante.

-¿Tú no tienes calor? Llevas mucha ropa…

-Umms, pues, sí, creo que también me voy a poner fresco…

Julián era consciente de que no tenía ni de lejos un cuerpo atlético, como algunos de los jóvenes que la rubia se follaba, pero en ese momento no sentía vergüenza, la chica le transmitía una sensación de tranquilidad y naturalidad que hacía que dejarse llevar fuera sumamente fácil. Con menos arte que la joven, se desvistió por completo y se acarició la polla, completamente dura. Las miradas se cruzaron, y comenzó un juego de gestos y expresiones sensuales mientras ambos se masturbaban, la chica aun con algo de ropa y Julián desnudo. El ritmo iba in crescendo, él se la machaba cada vez más deprisa y ella se estrujaba las tetas con una mano, mientras la otra se escurría por debajo del fino tanga, gimiendo. La chica sacó los dedos húmedos de su coño, y después de lamerlos preguntó:

-¿Me ayudas a quitarme el tanga?

-¡Claro, por supuesto! –exclamó el hombre.

La chica se reclino contra la puerta, extendiendo los pies hacia el lado del copiloto. Levantó la cadera, apoyándose con los brazos y movió la cabeza, indicando a Julián que procediese. Éste se acercó, agarró delicadamente los laterales del tanga y fue tirando hasta topar con las rodillas de la chica, dejando al descubierto el coño de la chica, muy húmedo. La chica apoyó de nuevo el culo contra el asiento y estiró las piernas hasta colocarlas prácticamente encima de las de Julián, que siguió tirando del tanga hasta sacarlo del todo. La chica no retiró inmediatamente sus pies, si no que con estos, acarició brevemente el torso de Julián, y, por unos instantes, su polla. Acto seguido se abrió bien de piernas, y volvió a meterse dos dedos, recuperando el ritmo y los gemidos. Julián tenía aun el tanga en una mano, y había cesado de pajearse, admirando el coño de la rubia. Sin dejar de restregarse, y cesando en sus gemidos  interrogó al mirón:

-¿Quieres tocarme, pervertido?

Julián asintió con la cabeza, la chica sacó los dedos y con ellos se abrió bien los labios para que el hombre tuviese mejor visión y acceso de su coño. Se acercó, dubitativo pero fascinado, y soltando el tanga, acarició primero los muslos de la joven, para poco a poco acercarse y tocar con los dedos alrededor de su coño, los labios, el pubis, el inicio de su raja, el clítoris (provocando un espasmo en la rubia). A continuación, ya envalentonado y decidido a imitar lo que había visto hacer a otros, introdujo con cuidado dos de sus dedos en el interior de la chica: aquello no se parecía a nada que hubiese vivido antes: estaba caliente y húmedo, receptivo. Apoyó la otra mano sobre el monte de Venus de la chica y con el pulgar inició un movimiento circular sobre la parte superior de su raja, al tiempo que movía los dos dedos en su interior. La chica empezó a gemir con fuerza, a exclamar “¡Sí!” y “¡Oh!”, y a pedir a Julián que acelerase el ritmo, acariciándose las tetas y chupando sus propios dedos alternativamente, hasta que se corrió,  arqueando la espalda, quedándose callada con la boca abierta, en un grito mudo, mientras su coño se inundaba de un fluido caliente. Julián redujo el movimiento de sus dedos a uno mucho más parsimonioso, como había aprendido en un video que debía hacerse cuando la chica finalmente se corría. Poco a poco la rubia se fue relajando, soltando el aire y respirando fatigosamente, agarrando las muñecas de Julián para que parase. Se miraron fijamente durante un tiempo, ella agotada y recién corrida, él, entusiasmado por haber provocado un orgasmo en una mujer por primera vez en su vida.

-¿Dónde has aprendido a hacer eso? –preguntó- Tú que decías que te tienen a pan y agua.

-He ido a muchas clases teóricas –contestó con sorna.

-Bueno, bueno, pues la práctica parece que no se te da tampoco mal… -replicó la chica, incorporándose en el asiento, aun con el coño chorreando, algo que parecía no importarle- Como veo que has estudiado, te mereces un premio… echa el asiento hacia atrás y relájate.

Julián obedeció, sabiendo, por sus experiencias de mirón con esa chica, que se avecinaba algo bueno. No sabía si se la chuparía, o si le montaría, o si se sentaría en su cara para que él le comiese el conejo, pero le daba igual, cualquiera de esas experiencias sería excepcional. La rubia le sacó de dudas antes de que pudiese preguntar.

-Como me has hecho una buena paja, el premio obvio es que ahora te la haga yo a ti…

La chica agarró con delicadeza el pene del hombre, y aun así, con firmeza y calidez. En vista de que estaba algo seco, la rubia llevó una mano a su entrepierna aun húmeda, recogió sus propios fluidos y los extendió por el falo de Julián, iniciando una suave paja. Julián se dejaba llevar, de vez en cuando cerraba los ojos para disfrutar al cien por cien, pero prefería mantenerlos abiertos, mirando a la chica, que le pajeaba con ambas manos, meneando su pene, acariciando sus huevos, jugando con el pelo ensortijado alrededor de su polla, recogiendo más líquidos de su vagina para humedecer la paja. Llegado un punto en que la chica sujetaba la base de su pene con una mano, y con la otra masajeaba el glande, no pudo evitar gemir de placer, y la chica lanzó un lametón a la punta de su pene, para luego relamerse. Miró a los ojos a Julián, que por un momento esperaba  que continuase usando su boca, pero ella aclaró:

-Umm, quería probar a qué sabe, y no está mal –dijo provocadora, relamiéndose-, si el próximo día también haces los deberes, ya sabes cuál será el premio.

A Julián no le importó que no se la comiese, la paja le estaba matando de gusto. La chica siguió con su paja, acelerando, centrada en su tarea hasta que al fin, Julián se corrió, en el que fue su mejor orgasmo hasta la fecha.  El semen se derramó sobre el pecho y la barriga de Julián, pringó los dedos de la chica y chorreó por su pene. La rubia no perdió el tiempo, y mientras el hombre se recuperaba, ella se lamía los dedos, recogía el jugo sobre el cuerpo del cuarentón y volvía a lamer, disfrutando en todo momento. Julián contempló la escena, feliz, hasta que la chica le sonrió, después de  chupetearse los dedos y dejarlos limpios, dando por finalizada su particular merienda.

-Qué, ¿ha estado bien? –como siempre, la rubia abrió el hielo.

-Increíble –acertó a decir Julián-. Esto es lo mejor que me ha pasado nunca, te lo digo en serio.

-Anda, anda –replicó ella, riendo-. Ya será para menos… Aunque claro, si nunca te habían hecho una paja, o una mamada… Tío, Julián, tienes que vivir más, ¿eh?

-Pues sí que tengo que vivir más, sí –respondió, desvaneciéndose por un momento su felicidad, recordando lo banal que había sido su vida hasta el momento. La chica, que ya conocía lo suficiente a Julián como para saber a qué venía ese cambio, trató de animarle.

-Bueno, bueno, no te preocupes, que nos lo estamos pasando bien, y aún nos quedan cosas por hacer –dijo con su media sonrisa al hombre-. Porque quieres que sigamos, ¿no?

-Claro, por mí sí.

-Genial entonces –guiñó un ojo-. ¿Te mando un email el próximo día que podamos vernos?

-Si, por favor.

Acabada la charla postcoital, que se había producido con ambos aun desnudos, se vistieron, ésta vez Julián no pudo quedarse con las bragas de su amiga, pero se llevaba la promesa implícita de que aquello no había hecho más que empezar.

Al subir a su casa de nuevo contempló a su mujer tendida sobre su cama. No se sentía con fuerzas para pajearse otra vez y atentar contra su peinado, pero descubrió que las palabras de la chica acerca de vivir más le habían calado hondo. Aquella bruja le había robado las fuerzas durante demasiado tiempo, la odiaba y despreciaba a partes iguales, deseaba con todas sus fuerzas que un día se la tragase la tierra para no volver a verla nunca más. Una palabra le rondaba la mente: divorcio.

CONTINUARÁ