Un tesoro de hombre
Algo inesperado sucedió y esto me indujo a llevar a termino algo que en principio me pareció no tener sentido o ser una locura.
Importantes hechos acaecidos en mi vida me llevaron a ser una mujer angustiada y llevar una vida casi nula, sobre todo, en lo referente a las relaciones con el género masculino. Pero algo inesperado sucedió y esto me indujo a llevar a termino algo que en principio me pareció no tener sentido o ser una locura. Lo cierto es que supuso dar un giro completo a mi vida.
En primer lugar voy a presentarme: mi nombre es Sandra, tengo veintinueve años, de profesión enfermera y mi estado civil, de momento, es soltera. Si entramos un poco en ese ámbito poco desarrollado en mí sobre mis relaciones con el genero masculino, puedo decir que solo en mi juventud tuve un pequeño idilio con un compañero del centro dónde estudiaba, pero sin más. No llegamos más allá de alguna caricia y algún beso. Sí que ha habido después de esa mini relación alguien más interesándose por mí, pero mi ánimo no estaba para recibir afectos amorosos. ¿Y cuales eran las causas o que había sucedido para estar en esa situación una mujer relativamente joven?
Todo este malestar comenzó cuando tenía veinte años. Un fatal accidente trastocó por completo esa vida jovial, afable y llena de ilusión que hasta esos momentos disfrutaba.
Hacía poco tempo que me había sacado el carnet de conducir cuando un buen día mis padres me invitaron a ir con ellos a pasar el día fuera de nuestra ciudad. Me hacía ilusión conducir yo el coche de mi padre y así se lo pedí. No puso ninguna objeción y allá estábamos en plena carretera con mi padre de copiloto, mi madre en el asiento de atrás y yo agarrada al volante. Los tres tan felices. De pronto, en una curva, un camión arremetió contra nosotros destrozando nuestro coche y nuestras vidas. Mi padre falleció en el acto y en cuanto a mi madre y a mí, una ambulancia nos llevó de urgencias al hospital más cercano Respecto al conductor de ese maldito camión, prácticamente salió ileso. Solo mencionar ese terrible accidente ya me produce una terrible angustia. Tengo que añadir que mi madre y yo tuvimos que recibir varias intervenciones quirúrgicas en las que yo salí más beneficiada, por decir algo. Fue mi madre la peor parada al quedarse inválida y quedar condenada a vivir en una silla de ruedas.
A pesar de confirmar la policía que el causante del siniestro fue el conductor del camión, a mí no se me quitaba de la cabeza el no haber sabido o intentado esquivar semejante colisión. ¿Qué hubiera pasado sin en lugar de llevar yo el coche lo hubiese llevado mi padre? Su mayor experiencia en la conducción quizás hubiera sido otro el desenlace. O por lo menos, si hubiese ocupado yo el asiento de copiloto, quizás el viviría y hubiese sido yo quien perdiera la vida. En su momento, lo hubiera deseado.
Si que recibí toda clase de ánimos y apoyo, además de querer quitar de mi pensamiento toda la culpabilidad que me atribuía, sobre todo por parte de mi hermana. Es bastante mayor que yo, pero siempre la he tenido muy cerca de mí, era como una segunda madre. Hacía seis años que se había separado del marido y su vida estaba centrada en su trabajo y en la dedicación a sus tres hijos, por lo que aunque lo deseaba, poco me podía ayudar a mí en ese cuidado especial que merecía nuestra madre. Desde luego no me faltaba su ánimo en mis momentos de decaimiento.
Lo cierto era que poco hacía para salir de mi rutina, del hospital donde trabajaba a casa y de casa al hospital, MI madre merecía toda mi atención, hasta hace tres meses. Un fatídico paro cardiaco se la llevó de este mundo.
Su muerte me hundió todavía más en mi angustia. Me sentía muy sola y desprotegida y a pesar de ser invitada por mi hermana a vivir junto a ella, me negaba. Sí que tenía ganas de salir de ese piso cargado de recuerdos que me llenaban de tristeza y me decidí en buscar un apartamento cercano al hospital donde yo trabajaba. Lo conseguí, y con ayuda de mi sobrino el mayor, un joven de veinticinco años muy desenvuelto, en pocos días pude irme a vivir a ese apartamento. Debo añadir que más bien fue mi sobrino quien lo amueblo y decoró a su gusto. El disponer de un juego de llaves, tanto del portal del edificio como del apartamento, le daba opción para entrar y salir sin mi presencia. Yo, por el mero hecho de estar cerca del trabajo y poder abandonar el piso familiar ya tenía bastante.
Bien, supongo que os habéis hecho una pequeña idea de como ha ido trascurriendo mi vida en estos últimos nueve años y ahora pasemos a ver que me sucedió para dar ese giro tan espectacular que he mencionado.
Todo comenzó un sábado por la tarde después de salir del hospital dónde trabajaba de enfermera. Me metí en un súper y allí comencé a abastecerme de todo lo que creía necesario. Comprando y comprando, cargué más de la cuenta y llevaba dos bolsas hasta los topes. No llevaba carro y aunque el edificio donde vivía estaba cerca, no sabía si podría aguantar el peso que llevaba. Mira por dónde, nada más salir del súper, apareció un vecino que al verme tan cargada se brindo a llevarme las bolsas; yo me negué, pero su insistencia hizo que cediera a su galantería. Conocía a este vecino de haberme saludado muy gentilmente las pocas veces que habíamos coincidido en el vestíbulo. Solo hacía un mes y medio que me había mudado a ese edificio.
Pues bien, el citado vecino quiso llevarme las bolsas y no separarse de ellas hasta llegar a la puerta de entrada al apartamento. Me parecía correcto agradecer ese gesto tan amable y le invité a pasar para ofrecerle algún refresco o algo de lo que dispusiera. Su requerimiento fue una cerveza y aunque yo no las solía tomar, siempre tenía en el frigorífico alguna para cuando viniera a verme mi sobrino el mayor.
Bueno, pues mientras mi vecino degustaba la cerveza, yo aproveche para ir poniendo en el frigo aquellos alimentos que había comprado congelados. Mi asombro vino, estando yo algo agachada poniendo los productos en el congelador, cuando sentí sus manos en mis hombros.
-¿Qué haces? – fueron mis palabras al mismo tiempo que me puse de pie y me giré.
-Te observo y eres una mujer muy hermosa. Me gustaría poder abrazarte y llegar a besarte.
-¡Tú estas loco! –le dije completamente enojada al oír esas pretensiones.
-Más que loco estoy deseoso de besar esos labios tan atrayentes.
-Haz el favor de marcharte de mi casa ahora mismo –dije gritando.
Más que marcharse, me agarro fuertemente con sus brazos y me aprisionó a su cuerpo al mismo tiempo que su boca se acercaba a mi cara con ánimo de besarme.
-¡Déjame! ¡Déjame, por favor!... – eran mis palabras de voz de grito.
Mi cabeza no hacía más que girar de un lado a otro evitando el acercamiento de su boca, hasta que una de sus manos atenazó mi barbilla dejando inmóvil mi rostro para tener a su merced mis labios. Estaba dispuesta a morder su boca si llegaba a besarme, cuando una voz potente resonó en la puerta de la cocina.
-¿Qué demonios pasa aquí? -era mi sobrino.
Sin mediar otras palabras se acercó a nosotros y de un manotazo separó a ese individuo de mí a la vez que preguntaba:
-¿Quién es este hombre?
-Que se vaya Miguel, que se vaya este hombre ahora mismo –fueron las palabras que pronuncie en un estado de temblor y agitación que recorría todo mi cuerpo.
El hombre se había quedado mudo. La presencia y ese carácter dominador de mi sobrino, o más bien su corpulencia, hicieron que no repitiese mis palabras. Ese mamarracho enseguida puso rumbo hacia la puerta de salida del apartamento. Mi sobrino le seguía.
-Si vuelvo a enterarme que importunas a esta mujer, te las veras conmigo o con la policía.
Fueron las palabras que más o menos oí pronunciar a mi sobrino desde la puerta de salida. Yo me encontraba en un estado de desasosiego y me senté en una silla de la cocina. Lloré como una descosida. Enseguida volvió mi sobrino e hizo todo lo posible para consolarme.
Bendita la hora en que entregue a mi sobrino las llaves del piso y también que se dignara a visitarme con asiduidad. Era un tesoro de hombre y su compañía siempre era para mí muy relajante.
Le pedí por favor que su visita se prolongase lo máximo posible para no quedarme sola, e incluso le dije si podía alargarla hasta el día siguiente. Aceptó sin más y eso me tranquilizó un poco. Mi mente estaba revuelta y pocas palabras salían de mi boca. Era mi sobrino el que intentaba animarme quitándole importancia a este hecho, Él se encargó de preparar algo de cena, aunque yo no probé bocado. Su insistencia a que tomara algo me llevó a tomar un vaso de leche y un par de galletas. La verdad es que en su compañía me encontraba mejor, pero lo que más deseaba era acostarme y olvidar ese horrendo percance.
Estaba dispuesta a irme a la cama cuando mi sobrino me dijo que necesitaría una manta o algo para echarse por encima. Vaya despiste, en ese apartamento solo tenía una habitación y por consiguiente una sola cama con lo que relegaba a mi sobrino a dormir en el sofá. ¿Pero cómo iba a dejar que durmiese en ese sofá tan incómodo para él? Fue entonces cuando le dije que durmiera en mi cama. Era lo suficiente espaciosa para albergarnos a los dos. No había nada de particular en esa proposición, era mi sobrino y bien podíamos compartir la misma cama.
Le asombró mi ofrecimiento y tuve que repetírselo para que accediera. Una vez yo acostada, no tardé en tener la compañía de mi sobrino. Y ahí estábamos los dos, juntos en la misma cama. Lo cierto era que tenerlo junto a mí me hacía sentirme segura y protegida. Un beso de buenas noches le di en la mejilla y me di la vuelta dándole la espalda.
Le había dado la espalda a mi sobrino, pero no por eso dejé de notar su cuerpo cercano. Me encontraba a gusto a su lado e iba desapareciendo en mí esa angustia vivida. Lo cierto es que era un sol y porqué no decirlo, también era un hombre atractivo. No conocía o no me había dicho que tuviera novia, pero a saber cuantas jóvenes desearían ocupar mi lugar. Ahora, que viese en él un ser encantador, adorable y atractivo, no era que sintiera algo distinto de la estima que se tiene a un pariente, yo era su tía.. Si no, ¿qué otra cosa podía llegar a sentir?
En esas estaba mi pensamiento y la verdad era que en esos momentos, me sentía a gusto tenerlo a mi lado, pero algo más sentí que me hicieron abrir los ojos como platos. No salía de mi asombro al notar entre mis nalgas el pene erecto de mi sobrino. No podía ser otra cosa. A pesar de que mi cuerpo no había tenido contacto con ninguno, mi condición de enfermera me había hecho ver más de uno de esos miembros viriles.
En ese instante me encontraba atónita y perpleja, era algo que no esperaba. ¿Qué debía hacer?, me pregunté. Fue en ese momento cuando me di cuenta que había sido una completa ingenua por haber querido que mi sobrino, compartiera esa noche mi cama. ¿Qué esperaba?, él era un hombre como la copa de un pino y yo una candida mujer.
Sí que hasta ese momento su compañía me reconfortaba y me fortalecía, pero el tenerle detrás de mí con su miembro erecto me producía una sensación extraña. No podía decir que me gustase, pero tampoco era desagradable. Decidí dar media vuelta y resolver esa situación.
-Tenemos que hablar, Miguel –le dije, una vez que estaba frente a él.
-Me imagino de qué quieres hablar y siento que te haya molestado mi erección –manifestó.
-Más que molesta, me gustaría saber el porqué de esa erección -era una frase tonta; de sobra sabía las causas que producen ponerse el pene en ese estado, pero quería oírlo de su boca.
-¿En verdad quieres saberlo?
-Claro –fue mi respuesta inmediata.
-Mira, Sandra –siempre se dirigía a mí por mi nombre -, ya no puedo aguantar más y te lo voy a decir: desde hace tiempo estoy prendado de ti, pero nuestro parentesco me ha condicionado y frenado para manifestártelo, pero al estar tan cerca de ti no he podido impedir que mi cuerpo reaccionara y respondiera de esta manera.
-Qué estas diciendo, Miguel –dije después haberme quedado estupefacta ante semejantes palabras.
-Lo que oyes Sandra y, en verdad, cada día estoy más convencido de lo enamorado que estoy de ti.
-Tú sabes que te quiero, Miguel, pero este querer es por esta unión entre nosotros al ser parientes. Seguro que esto que dices sentir hacia mi es algo pasajero y pronto se te pasará.
-No te equivoques, Sandra, te puedo garantizar que no es nada pasajero, más bien te llevo muy adentro. ¿Crees que no he intentado sacarte de mi pensamiento yendo con otras mujeres?, pero te puedo asegurar que estando con ellas todavía se reafirmaba más lo que siento hacia ti. Y lo que respecta al parentesco, ante todo, tú y yo somos un hombre y una mujer y lo único que me interesa es saber si ese querer que dices tener hacia mí pudiera ser distinto a ese querer parental.
¿Qué tenía que responderle? Mi cabeza iba a estallar. Me estaba dando cuenta que ese sentir hacia mi sobrino, mejor decir Miguel, era algo distinto a ese querer por ser parientes. Junto a él me sentía segura y protegida, pero si además retiraba esa venda que tenía ante mis ojos, llegaba a la conclusión que era la clase de hombre que una desea tener. Pero claro, en otra parte de mi cabeza bullía el que ese hombre era hijo de mi hermana. ¿Qué debería decirle?
-No se Miguel, no sé…
No pude acabar lo que quería decirle, una de sus manos tapó mi boca, aunque no tardo en retirarla para plasmar un beso en ella. Me quedé atónita y perpleja y no sabía como reaccionar. El hecho es que mis labios no se separaron de los suyos y aguanté ese beso hasta que su boca se separó de la mía para decirme:
-Este beso ha supuesto mucho para mí y con él reafirmo lo profundamente enamorado que estoy de ti. Y ahora dime, ¿me puedo sentir correspondido?
Estaba claro, dejando aparte lo parental, que Miguel me atraía y mucho. Por si faltaba algo, el contacto de sus labios con los míos había sido la gota que faltaba para ratificar lo que verdaderamente sentía hacia él.
-Miguel, esto es una locura, pero mentiría sí dijese que no me atraes –fue lo que le respondí.
Lo que siguió fue instantáneo, me abrazó y nuestros cuerpos quedaron fundidos como si fuéramos un mismo ser. Su boca de nuevo buscó mis labios, pero esta vez su beso fue más profundo. La punta de su lengua comenzó a introducirse en mi boca rozándome el labio superior hasta que poco a poco su lengua se enlazó en la mía quedando ambas enroscadas. Ese beso me hacía sentir un placer y una excitación nunca vivida y que decir cuando sus labios abandonaron mi boca y se pasearon por mi cara, era el no va más. Unos escalofríos recorrieron todo mi cuerpo. Que más podía pedir, me encontraba en la gloria.
-Eres preciosa, mi amada Sandra – me dijo acariciando mi cara con sus manos. Siguió mirándome fijamente a los ojos para seguir diciéndome:
-Me gustaría seguir acariciando todo tu cuerpo, pero solo si tu lo deseas.
Vaya, me pedía le diese mi aprobación para poner a su merced todo mi cuerpo. Eso implicaba el que pudiese llegar a acariciar mis partes más íntimas. ¿Incluía también que llegásemos a tener relaciones sexuales? No sabía si estaba preparada para llegar a tanto, pero me sentía tan dichosa que quería fueran eternos esos momentos que estaba viviendo. Y estas palabras salieron de mi boca:
-Me siento muy dichosa a tu lado, pero quiero que sepas, si sigues, que serás el primer hombre que explore mi cuerpo. Soy por entero virgen.
Sus ojos determinaban el asombro que le causaban mis palabras y permaneció unos segundos sin abrir su boca hasta que se digno a decir:
-Cariño, no tengo porqué seguir si no quieres, ya me siento feliz de tenerte a mi lado y lo único que quiero es que también tu lo seas.
-Sigue, mi amor – fue mi escueta contestación.
Y siguió, pero antes me despojó del pijama que llevaba puesto para después contemplar todo mi cuerpo desnudo: «eres tremendamente hermosa», fueron sus palabras. Me sorprendía yo misma de no sentir vergüenza al mostrar mi total desnudez, pero el ver que él también hacía lo propio, más bien me quedé impresionada. No por ver un hombre desnudo, ya que por mi profesión formaba parte el ver algunos en ese estado, si no por lo bello y atrayente que era ese cuerpo para mí. Era maravilloso tenerlo tan cerca.
Que decir de lo que siguió; abundancia de besos y caricias por todo mi cuerpo. No dejó ningún poro de ser besado y acariciado; mi rostro; mi cuello; mis pechos; mi vientre… Me encontraba por completo en un estado excitante. En un momento paró para mirarme fijamente a los ojos y buscar en ellos mi aprobación para seguir y hacerme por completo suya. ¿Quién era yo en ese momento?, era una mujer distinta, una mujer liberada de cualquier desconsuelo y con deseos de amar y ser amada. Un beso en su boca fue mi respuesta.
No tardó mi vulva en recibir el contacto y el roce de ese pene completamente erecto, para después con suavidad y delicadeza colocarse en la entrada de mi vagina e introducirse en ella poco a poco. Esperaba que me produjera algún dolor cuando su dilatado miembro me rasgase esa fina membrana, llamada himen, pero simplemente fue como si hubiera recibido un pequeño pinchazo. Por lo demás, seguía deseosa de poseer dentro de mí todo ese miembro y no tardé en llegar a tenerlo. Como tampoco tardé mucho en sentir su movimiento avanzando y retrocediendo por todo mi conducto vaginal. Era algo descomunal lo que sentía todo mi ser; parecía que iba a explotar de gozo y placer. De pronto, los movimientos de ese miembro tan divino se pararon y ese ser que me estaba llevando a la misma gloria, susurro a mis oídos:
-Mi cielo, me detengo porque estoy a punto de eyacular.
Me encontraba con tal excitación que le respondí, casi implorando.
-Sigue mi amor, no pares.
Y no paró, siguió con su movimiento pélvico hasta que unos pequeños gritos salían de mi garganta unidos a unos gemidos intermitentes. Casi al mismo tiempo sentí el cuerpo de mi amado derrumbarse hacia el mío a la vez que jadeaba sobre mi cuello. Había descargado todo su semen en mi vagina y su pene continuaba dentro de mí.
Era tal mi dicha que en mi ánimo no estaba el plantearme el posible efecto que podía causar ese semen dentro de mi cuerpo. Lo único que primaba era que ese hombre que descansaba junto a mí, había conseguido llevarme a lo más alto de la gloria y hacerme sentir una mujer liberada de esa angustia con la que vivía día a día. Me había convertido, simplemente era una mujer feliz y enamorada.
Esa noche no nos privamos de volver a unir nuestros cuerpos por segunda vez y en esta ocasión me encontraba completamente desinhibida para corresponderle con mis besos y mis caricias. Se puede decir que hasta goce más que la primera vez. Mi virginidad se había esfumado y mi vagina, encontrándose por completo lubricada, recibió con mayor facilidad a ese miembro endurecido. Ni que decir que de nuevo recibí toda su descarga dentro de mí. Solo deseaba en ese instante que el tiempo se detuviera por completo. El placer y la felicidad que sentía en esos momentos eran indescriptibles.
Algo me entristecí al día siguiente cuando Miguel me comunicó que debía marcharse durante un mes a Alemania por cuestión de trabajo. Como he dicho en anterioridad, solía visitarme con frecuencia, pero ese sábado había venido a despedirse de mí. Debía salir ese domingo rumbo a Alemania para personarse el lunes en la central de la empresa donde trabajaba y recibir un curso de formación. Lo de la tristeza era puro egoísmo. En una noche me había acostumbrado a tenerle por completo y me parecía injusto perderlo durante un mes.
Y es que esa noche no solamente tuvimos sexo, también hablamos y nuestras bocas lo que más repetían era el no separarnos nunca; queríamos que nuestra unión fuera eterna.
Mientras desayunábamos mi rostro estaba algo compungido, cosa que mi amado Miguel se percató y no dudó en acercarse a mí para aliviar mi pena. Me abrazó, me besó y por si fuera poco para aliviar esa pena, nuestros cuerpos se unieron por mediación de nuestros órganos sexuales hasta llegar a producirse en nosotros unos sublimes orgasmos. La cocina fue el escenario de semejante ración de besos, caricias y sexo al que nos entregamos. Era curioso el que en esa cocina no hacía muchas horas mi cuerpo se estremecía de tristeza y en esos momento se estremecía de placer.
Bueno, Miguel se marchó y ahí quedé yo llena de satisfacción, pero pasaron las horas y claro, el pensamiento es muy libre y en algún momento me decía si era consciente de esa relación. La figura de mi hermana aparecía en mi mente y me causaba pavor el que se enterase de esa unión tan intima que había tenido con su hijo. Siempre había sido la niña de sus ojos y suponía que no sería de su gusto el saber que había mantenido relaciones sexuales con su propio hijo. Yo era su tía.
Las llamadas telefónicas que recibía de Miguel paliaban mi desazón y volvía a sentirme contenta de haber accedido a tener esa experiencia tan maravillosa, pero fueron pasando los días y algo notaba que estaba ocurriendo en mi cuerpo. Mis conocimientos como enfermera no podían engañarme a que eran debidos esos síntomas, Todo apuntaba a estar embarazada y el test que me hice en el hospital lo confirmó. No lo esperaba.
Sabía que no había puesto ninguna objeción para que mantuviera su pene en mi vagina,, o mejor dicho, más bien animé a mí amado a que derramara su semen dentro de mí. No es que fuera muy consciente en esos momentos en que fase estaba mi ciclo menstrual y de mis posibilidades de embarazo, pero algo en mi interior intuía el no poder quedar encinta. Fui demasiado ingenua. Según mis cálculos ese día podía considerarse que no entraba en los días fértiles, pero a veces esos cálculos fallan y mira por dónde me había tocado a mí.
La primera imagen que me vino a la cabeza fue mi hermana. ¿Cómo iba a presentarme ante ella y decirle que estaba embarazada y el padre era su hijo? Me daba pánico enfrentarme a esa situación. El caso era que pasado esos momentos de desasosiego y preocupación, yo quería tener ese hijo. Pasase lo que pasase.
En mis charlas telefónicas con Miguel no quise mencionar mi estado. Esperaba su vuelta de Alemania para comentárselo en vivo y en directo y ver su reacción. Y así lo hice cuando nada más llegar a nuestra ciudad se personó en mi apartamento.
Atónita y perpleja me quedé. Un enorme abrazo y unos inagotables besos por toda mi cara fue su reacción. Más calmado, me manifestó que no podía darle mayor alegría. El estar yo en estado de buena esperanza facilitaba que nos uniéramos para siempre, pero además contrayendo matrimonio. Según se había informado, tía y sobrino podían solicitar a un juez una dispensa o autorización para casarse civilmente, siempre que hubiera una cusa justa. El tener un hijo entre ambos era más que justificado.
Faltaba solventar otra barrera y esta me resultaba difícil de salvar para que mi felicidad fuera completa. Se lo manifesté a Miguel y su respuesta fue dedicarme una notable sonrisa o risita. No me hizo ninguna gracia el que se tomara a broma mi preocupación, pero ese día iba de sorpresa en sorpresa. Cual fue mi asombro al oír sus palabras.
-Mi madre sabe que estoy profundamente enamorado de ti. Le pareció una locura cuando se lo dije y en primer lugar aludió que eras mi tía, pero después de la charla que mantuvimos al final me dijo: si ella te quiere, mejor mujer no has de encontrar.
Faltaron segundos para abalanzarme sobre mi amado, abrazarle, besarle y… Sobran palabras.