Un terrible dia en la playa con dos hermanas II
Después de enviar a su hermano Juan al hospital, las jóvenes hermanas se las ingenian para volver a pasar un día en la playa junto a su tía y su hermano, esta vez en una playa nudista. BALLBUSTING
Después de que sus sobrinas Rosa y Ana de 12 y 8 años le provocaran severos daños a su hermano de 14 años, Marisol, su atractiva tía de 28 años llevó a Juan al hospital.
–Ha tenido una pelea con su hermana y le ha dado un rodillazo en los testículos. - explicó la mujer en el hospital, aunque en realidad, durante toda la tarde el pobre Juan había recibido rodillazos, apretones y patadas por parte de sus hermanas, pero reconocer que pasó todo eso bajo su responsabilidad podría traerle serios problemas a Marisol.
–Menudo rodillazo.- dijo con gesto de dolor la doctora al ver el aspecto de los testículos, hinchados y amoratados.
–Es que los huevos son muy muy sensibles.-dijo Ana con cara de no haber roto un plato en su vida.
–Mucho, espero que hayáis aprendido la lección, chicas.- respondió la doctora.
– Así es.- y es lo mejor que he aprendido en mi vida- pensó la chica aguantando la risa.
Aún era viernes y por suerte Juan no tenía daños serios en sus partes, pero era evidente que no estaría recuperado para la vuelta de su madre, el lunes. Marisol, preocupada por el enfado de su hermana mayor, pidió a sus sobrinos que no le contaran nada a su madre. Para convencer a las chicas bastó un par de billetes y la promesa de llevarlas pronto a una playa nudista, pero con Juan no fue tan fácil. La mujer le ofreció mucho dinero, videoconsolas, viajes, pero el chico lo rechazó todo.
–Dime qué quieres. -le pidió Marisol desesperada.
–Para disimular este dolor de huevos durante días, quiero que te desnudes y me hagas una paja cubana - confesó el adolescente, que desde que vio a su tía en topless no podía pensar en otra cosa.
–No digas tonterías niño salido. - respondió la tía sorprendida.
–Bueno, pues tendré que contarle a mi madre que has dejado que mis hermanas me hagan esto.
–Si tú eres el primero que no quiere que esto se sepa. Te avergüenza que se sepa que tus hermanitas te han pegado y te han hecho mucho daño en tus pobres huevecitos. – dijo Marisol en tono burlón.
Las palabras de su tía hicieron enrojecer al adolescente, aunque también aumentaron su convencimiento de que merecía una gran compensación por tal humillación.
–Tienes razón, pero también quiero que mis hermanas sean castigadas, y tú les has dado dinero.
Al final a Marisol no le quedó otra opción que aceptar, aunque lógicamente no iba a hacerlo en el hospital. El domingo Juan fingió estar mucho mejor y le dieron el alta, para poder pagar su parte del trato en casa.
–Si tu madre se entera de lo que pasó en la playa o de esto, lo que te hicieron tus hermanas no será nada en comparación con lo que yo te haré. - amenazó la mujer antes de desnudarse en el cuarto del chico, que no prestó demasiada atención a sus palabras.
Él ya estaba desnudo, ya que sus malheridos testículos no soportaban ningún contacto físico, incluida la ropa. Marisol se quitó la camiseta y el sujetador sin ninguna seducción para acabar cuanto antes, aunque nada más volver a ver sus perfectas tetas, el virgen pene del chico se puso duro como una piedra.
– La verdad es que está bien dotado el niño, con los huevos hinchados y esa polla no tiene nada que envidiarle a un adulto.- pensó ella.
Luego se acercó al entusiasmado joven y lo tumbó en la cama de un empujón. A continuación se inclinó sobre él, que se retorcía del gusto al ver las firmes tetas de Marisol acercándose a su pene. Por fin, la mujer cogió el pene y lo colocó entre sus senos. Con sus manos, Marisol presionó sus pechos para hacer mayor fricción, haciendo que la respiración de Juan se acelerase al sentir su tacto en el miembro.
Cuando Marisol bajó sus tetas lentamente, el prepucio del chico bajó con ellas y su glande quedó al descubierto, sintiendo en él el maravilloso tacto de los senos, lo que le producía espasmos de placer y hacía que se le escaparan gemidos. Al llegar hasta abajo, con las tetas apoyadas en sus huevos, Marisol sintió un potente chorro caliente entre sus pechos. Su inexperto sobrino no aguantó más y se estaba corriendo, así que decidió acabar rápido, por lo que comenzó a subir y bajar con mayor velocidad, hasta que dejó de chorrear semen.
Juan quedó tumbado en la cama, jadeando después de su primera experiencia sexual. Si hace dos días fue el peor día de su vida, este era el mejor con diferencia.
– Ahora te toca a ti cumplir tu parte del trato.- le dijo Marisol antes de irse para ducharse.
Y así fue, Juan hizo un esfuerzo por disimular el dolor durante unos días y sus hermanas aguantaron las ganas de burlarse de su hermano delante de su madre. Aunque a las dos semanas le pidieron a su tía que las llevara a la playa nudista como les prometió. Marisol, que es una mujer con palabra, no las defraudó.
–Juan, ¿Vas a venir?- preguntó Ana.
–Tengo cosas mejores que hacer que estar con ustedes.- dijo él sin querer reconocer el miedo que le da tener los genitales expuestos ante sus maliciosas hermanas.
–¿Tienes miedo? prometemos no hacerte daño en esos huevos tan delicaditos. - bromeó Rosa haciendo sonrojar a su hermano.
- ¿Miedo de ustedes? JA, lo que pasó la otra vez fue solo porque yo no golpeo a chicas y me pillasteis con la guardia baja. – dijo él incapaz de reconocer su derrota.
- Entonces ven y demuéstranos que es verdad que no tienes miedo. Además, es una playa nudista, podrás ver a la tía Marisol totalmente desnuda. – susurró Ana intentando convencer a su hermano.
Esa idea le gustó al chico, que finalmente accedió a ir.
Así pues, los tres hermanos y su joven tía fueron a la playa nudista. Nada más llegar, Marisol comenzó a desnudarse.
- ¿A qué esperáis? – preguntó la mujer al ver que sus sobrinos no hacían lo propio.
Ana y Rosa se lo pensaron, pero finalmente siguieron a su tía y se desnudaron rápidamente.
- ¿Y tú a qué esperas? – le dijo a Juan.
- Si ya hemos visto, y tocado, tus cositas, no tienes nada que esconder.
Dijeron las chicas al ver que Juan seguía vestido. Pero el problema del chico no era ese, sino la erección que tuvo al volver a ver las perfectas tetas de Marisol, con las que hace poco le había hecho una paja. Además, esta vez también podía ver su trasero y su depilada vagina.
- Yo… creo que voy a darme un baño antes. – dijo Juan intentando escapar.
- Ni se te ocurra, aquí todo el mundo va desnudo, así que desnúdate inmediatamente o lo haremos nosotras. – dijo Marisol sin admitir réplica.
El avergonzado chico tuvo que obedecer. Se tomó su tiempo con la esperanza de que la erección desapareciera, pero fue imposible. Dejó sus manos a los lados, pues con ellas no podría esconder nada. Ninguna de sus hermanas había visto antes un pene erecto, por lo que miraban sorprendidas y por primera vez dejaron de verlo como algo ridículo. Pero Juan se moría de vergüenza y tenía la sensación de que todo el mundo en la playa le miraba.
- Creo que sí necesitas ese baño. – dijo Marisol con una sonrisa. – vosotras daros una vuelta por ahí si queréis, dadle unos minutos de intimidad. – ordenó.
A paso ligero, pero sin correr para no llamar la atención, Juan se dirigió al agua para que el frío de esta calmara su libido.
Sus dos hermanas pasearon un poco por la playa, comentando lo divertido que es ver a su hermano avergonzado por culpa de sus partes. No muy lejos, vieron a una pareja de veinteañeros en plena discusión, que acabó cuando él le cruzó la cara a su chica de un bofetón. Rosa y Ana se indignaron con la escena y observaron en la lejanía, esperando que esa chica contraatacara con un buen golpe en los huevos de ese tipo. Pero ella, muy avergonzada y asustada, asumió la derrota y permaneció en silencio. Las hermanas querían hacer algo para hacer pagar a ese maltratador. Tras estar un rato pensando, al fin Ana, la mayor, tuvo una idea. Volvieron con Marisol y se llevaron un kit de petanca que llevaron para jugar en la playa.
De nuevo cerca de la pareja, esperaron hasta que ambos se pusieron a tomar el sol plácidamente mirando al cielo. Ana agarró una de las bolas metálicas, se acercó hasta una distancia óptima y, tras apuntar con concentración, la lanzó con todas sus fuerzas hacia su objetivo, que no era otro que los testículos del joven. La dura bola impacto contra las no tan duras bolas del chico. El impacto fue directo, pues su pene se encontraba apuntando hacia su vientre.
Su chica oyó un golpe sordo e inmediatamente un alarido de su novio. Se incorporó y lo vio agarrando su desnuda entrepierna con una expresión de absoluto dolor. Entre sus piernas vio la bola de petanca y comprendió lo que había ocurrido, pero no cómo había pasado. Pero pronto vio a una niña de 8 años acercándose a ellos, con su hermana mayor detrás.
- Lo siento, señor. He calculado mal… ¿Está bien? - se excusó la pequeña Rosa.
Las hermanas, para hacer la situación más ridícula, hicieron creer que el golpe se lo había dado la más pequeña. El chico no respondió a la pregunta, pues la única respuesta posible era que no estaba para nada bien, lo cual le avergonzaba decir viendo que había sido una niña inofensiva. Tragó saliva, sin querer expresar un dolor que era de un golpe brutal, no de haber dejado caer la bola como si estuvieran jugando. Solo pudo achacarlo al hecho de estar desnudo y relajado.
- ¿Qué le ocurre? – preguntó Rosa como si no supiera lo que ha pasado.
- Creo que le has dado en los huevos, hermana. – explicó Ana aguantando la risa.
- ¿Estás bien? – preguntó esta vez su novia, preocupada pero también un poco sorprendida por los gestos de sufrimiento de su chico. Pero él seguía sin responder, solo pudo colocarse en posición fetal esperando que el dolor pasara antes de superar su umbral de resistencia al dolor.
- Ohh lo siento mucho, señor. Me han dicho que ahí duele mucho, lo siento de verdad, ha sido sin querer. – se disculpaba Rosa con exagerada preocupación.
- Si que duele mucho, pero no te preocupes, pequeña, ha sido un accidente. – quiso tranquilizarla su novia.
- Vale, es que me da mucha lástima. – dijo Rosa con cara de niña buena.
- Míralo por el lado bueno, en vez de darle a una pelotita le has dado a dos. – bromeó Ana haciendo reír a su hermana, que no pudo disimular.
La novia también esbozó una sonrisa por el comentario, pues no dejaba de pensar que ese golpe “fortuito” era obra del Karma y se alegraba de que por fin el maltratador de su novio reciba una lección. Solo lamentaba no habérsela dado ella misma, y es que la tenía tan manipulada que nunca había pensado que tuviera la más mínima posibilidad si intentaba defenderse. Pero esas niñas le habían abierto los ojos.
- ¿De qué coño te ríes? – preguntó él al ver la expresión en el rostro de su novia. De haber podido le hubiera borrado la sonrisa de un puñetazo.
- De nada, solo me hace gracia que una niña de primaria te deje así. – respondió ella devolviéndole un poco de todas las humillaciones que él le había dado.
El dolorido novio no podía creer la insolencia de su chica, encima delante de dos niñas, que los miraban con una sonrisa de oreja a oreja. No podía permitirlo, así que ignoró el dolor de huevos y barriga y se puso de rodillas tal y como estaba su novia. Con una mano sujetando sus testículos, llevó la otra al cuello de su novia, que se la apartó de inmediato y le devolvió la bofetada que él le había dado antes.
- La has cagado, mujer. – dijo él muy enfadado, agarrando de nuevo el débil cuello de la chica, esta vez con ambas manos.
Rosa y Ana se asustaron al ver como apretaba el cuello de la chica y se acercaron para intentar ayudar. Rosa se colocó detrás de él, dispuesta a pillarlo por sorpresa, pero antes de intervenir, la novia se adelantó y agarró los expuestos testículos de su novio, que no podía creer su atrevimiento.
Entre el miedo por la asfixia y el enfado, desde el momento que la chica consiguió el agarre apretó con todas sus fuerzas. No le dio opción a su novio, que angustiado soltó le soltó el cuello e intentó apartarle las manos.
- ¡Bien! Dale una lección.
- ¡Aplástale los huevos! – gritaban las hermanas al ver la valiente reacción de la joven.
- Estoy harta de que me trates como una mierda. Hemos terminado. Y te prometo que nunca más me dejaré golpear por un capullo como tú. – decía la chica sin dejar de apretar.
Lo soltó a los diez segundos, cuando el ya ex novio empezaba a convulsionar a punto de desmayarse. El malparido se desplomó de inmediato, aún consciente, pero totalmente inmóvil.
- Gracias chicas, gracias a ustedes me he dado cuenta de lo realmente patético que es este desgraciado. – agradeció la veinteañera a las niñas.
Él vio el cuerpo desnudo de su novia por última vez, mientras se vestía antes de irse, abandonándolo a su suerte. Cuando se vio solo, pidió ayuda a las chicas con una débil voz, pero estas se burlaron de él unos minutos y, por último, se llevaron su ropa y sus pertenencias para esconderlo todo donde el tipejo no pudiera encontrarlo. Finalmente se marcharon, dejándolo allí desnudo e incomunicado, con posibles daños en los testículos, los cuales le estaban brindando un dolor que jamás hubiera imaginado. Las niñas se fueron directamente al agua a contarle lo que habían hecho a Juan, que sufrió por ese hombre como si de él se tratara.
Darse cuenta de que sus hermanas no habían aprendido la lección, lo preocupó y pronto salió del agua para volver bajo la protección de su tía. Sus hermanas lo siguieron, aunque nada más llegar a la orilla una chica los interceptó. Juan la miró descaradamente de arriba abajo, era de su misma edad aunque un poco más alta que él, delgada, pelirroja y con una mirada intensa de ojos azules. Luego miró su propia entrepierna y casi le da un ataque de pánico al ver que el agua había dejado sus partes totalmente encogidas. Sus testículos apenas se veían y su pene parecía de un niño de cinco años. Para colmo la chica no dudó en mirar y tampoco en esbozar un gesto de tremenda decepción por lo que veía.
- Perdona, ¿Tienes hora? – le preguntó ella al ver que portaba un reloj en su muñeca.
Juan tardó unos segundos en reaccionar, tanto por la vergüenza como por la belleza de la chica.
- Me-me llamo Juan. – dijo él cuando reaccionó.
- Vale… yo soy Max, pero te he preguntado por la hora… - dijo la chica consciente del nerviosismo del joven. Aunque en realidad la hora solo fue una excusa para acercarse, ya que había visto cómo Juan bajaba totalmente empalmado y había esperado que saliera para divertirse un rato a su costa. No obstante, se sintió ofendida por no provocar el mismo efecto que Marisol.
- Disculpa a mi hermano, aún no se ha recuperado de la última vez que vinimos a la playa. – intervino Ana.
- ¿Ah sí? Pobrecillo, ¿qué le pasó? – preguntó Max intrigada.
- Pues…
- ¡No! A mi no me pasa nada! Son las 4 y cuarto. No le hagas caso a estas niñas estúpidas. – se defendió Juan un poco más centrado, aunque se le iba la vista hacia las tetas de la pelirroja, no muy grandes, pero si muy bien formadas.
Rosa y Ana se echaron a reír, por lo que Max insistió con curiosidad.
- Digamos que Rosa descubrió su punto débil. – dijo Ana.
- Bueno no es para tanto, si yo os dijera la de patadas en los huevos que he dado…. – dijo Max.
- Pero es mentira, como iban estas dos niñas a…
- Oye – lo interrumpió Max- tengo hermanos mayores y mi madre es médico, sé lo delicados que son los huevos.
- No fue como crees, primero Ana le dio con la rodilla, luego yo se los estruje, y….
- Calla – interrumpió Juan a su hermana Rosa – y deja de decir mentiras si no quieres que…. – le dijo a su hermana de 8 años intentando mostrar autoridad delante de la bella pelirroja.
Pero antes de que concluyera su amenaza, Rosa levantó su rodilla lo más rápido y fuerte que pudo, golpeándolo justo en sus desnudos testículos. Él no había querido adoptar una postura defensiva, ya que eso hubiera sido darles la razón, pero sin duda debió haberlo hecho.
Volver a sentir el tacto escrotal fue un regalo del cielo para Rosa. Todo lo contrario para Juan, que sintió como la rótula de su hermana alcanzaba por completo su escroto, dejándolo inmediatamente sin aire.
Momentáneamente miró a Max, que lo miraba con gesto de sorpresa y dolor. Se dijo a sí mismo que no podía permitir semejante humillación delante de esa chica, pero lo cierto es que sus rodillas ya estaban en la arena y sus manos sujetaban su colgante punto débil, sintiendo aún la rodilla de su pequeña hermana. Aceptó que ya no había vuelta atrás.
Su tronco se fue inclinando a medida que el dolor subía por su estómago hasta quedar con el rostro en la arena antes de caer hacia la izquierda en posición fetal.
- ¿Algo más que añadir? – preguntó Rosa con los brazos en las caderas en posición de victoria junto a Juan. – Así me gusta. – concluyó al ver que la respuesta de su hermano fueron gemidos de dolor mientras se retorcía a sus pies.
- Joder, y yo que pensaba que tú eras la hermana buena. – dijo Max impresionada por la reacción de Rosa, aunque no por el resultado.
Los siguientes minutos Juan tuvo que escuchar cómo sus hermanas contaban con pelos y señales lo que le hicieron la otra vez, algo que esta vez sí consiguió sorprender a Max, que reía sin miramientos. Sin embargo, en ese momento al chico solo le preocupaba el dolor que sentía, que lejos de disminuir, iba en aumento.
Juan no quería ni pensarlo, pero en el fondo se sentía harto de que su condición de hombre sea un lastre, “si no tuviera huevos nada de esto hubiera pasado”, no podía evitar pensar.
- ¿Todavía estás así? Si solo ha sido un golpe de una niña de 8 años. – dijo Max con toda la mala intención cuando las chicas terminaron de contarle la historia.
Él ni siquiera quiso mirarla, ya que si ser humillado de esa forma por su hermana pequeña era vergonzoso, que una preciosa chica de su edad lo viera, hacía la situación aún más insoportable para él.
- Llamad a la tita, me duele muchísimo. Por favor…. – suplicó Juan al darse cuenta de que el dolor no disminuía.
- Si lo hacemos nos caerá otra bronca, Ana. – dijo Rosa mirando hacía dónde estaba su tía tomando el sol, probablemente dormida.
- No seas aguafiestas, Juan. En un rato estarás bien. – intervino Ana.
Juan permaneció en silencio rezando porque la mayor de sus hermanas tuviera razón, pero tenía la sensación de que sus testículos no se habían recuperado bien de la malgama de golpes y apretones que recibió hará un par de semanas.
- Si quieres yo puedo ayudarte, sé una técnica para que el dolor de huevos pase rápido. – se ofreció Max al ver la desesperación del pobre Juan.
Pero él se negó, no quería que esa chica volviera a ver sus lastimados testículos, prefería mantenerlos a buen recaudo entre sus manos. Aunque la idea (y el deseo) de que el dolor se fuera lo hacían dudar.
- Confía en mí, te dije que tengo hermanos mayores y que mi madre es médico. Te enseñaré la técnica para otras veces que tus hermanas te peguen. – le dijo poniéndose de rodillas junto a él y mirándolo profundamente a los ojos con su cara angelical.
- Vale…. – dijo por fin Juan, deseoso de conocer esa forma de acabar con el dolor testicular.
- Siéntate y aparta las manos de tus partes. – pidió Max con profesionalidad. Él obedeció con lentos y torpes movimientos.
- Si es lo de hacerlo dar botes, no sirve estando desnudo. – dijo Rosa.
- Sí, los huevos le cuelgan demasiado y se golpean con el suelo. Fue lo que hizo nuestra tía la otra vez y no veas como lloraba el pobre. – concluyó Ana echándose a reír junto a su hermana.
- Eso no por favor. – dijo Juan recordando cómo Marisol lo cogió de las axilas y lo levantó y dejó caer varias veces sin saber que estaba aterrizando sobre sus maltrechos testículos.
- No es eso. – dijo Max separando las piernas del chico y colocándose entre ellas.
Rosa y Ana se acercaron expectantes y Juan levantó su pene para darle acceso a los testículos.
– Sé que te duele mucho, pero tienes que intentar relajarte. Cierra los ojos, respira despacio y céntrate en el sonido de las olas. – le pidió Max tirando levemente de los testículos para que queden lo más “estirados” posible sobre la arena.
A Juan se le puso un poco dura cuando la chica lo tocó, pero por suerte su pene estaba oculto bajo su mano. Siguió los consejos de Max, aunque con el enorme dolor era complicado. Al menos el leve tacto de la mano de la chica fue reconfortante y parecía que estaba teniendo efecto, estaba relajado y el dolor comenzaba a disminuir. Se centró en el sonido de las olas rompiendo en la orilla y respiraba lentamente. Todo parecía ir a mejor, pero entonces Max alzó el puño y golpeó brutalmente los desprotegidos y relajados testículos de Juan, aplastándolos contra la dura arena mojada de la orilla, que apenas cedió ante el golpe. La expresión de sus hermanas fue de absoluta sorpresa, habían caído en el engaño tanto como su hermano. La boca y ojos de Juan se abrieron de par en par, pero su cuerpo quedó inmóvil, ya que Max seguía con el puño “ahí” y parecía que le estaban dando una descarga eléctrica al chico. Las miradas de los adolescentes se cruzaron, aunque las expresiones eran totalmente contrarias. Las primeras lágrimas brotaban de los ojos del paralizado chico.
- Pobre iluso, no hay ninguna técnica que cure esta debilidad. – dijo Max entre risas presionando con su puño hacia abajo y girándolo varias veces. – Bueno, en realidad sí la hay, pero si te castro tus hermanas no me lo perdonarán.
Juan sentía los nudillos de Max deslizarse lentamente sobre sus gónadas. El escroto se movía con el puño de la chica, pero los testículos estaban clavados en la arena, soportando una enorme presión.
Max se inclinó hacia delante, apoyando todo su peso sobre el puño para besar la abierta boca del chico, que ni con la lengua de la chica recorriendo su cavidad bucal era capaz de reaccionar.
Reaccionó cuando por fin Max levantó el puño; se agarró y rompió a llorar dando vueltas por la arena sin parar. No podía pensar, había perdido la noción del tiempo y el espacio, solo podía gemir y llorar.
- Creo que ahora sí deberíais llamar a vuestra tía, pero esperad unos minutos a que me vaya. Ha sido un placer Juan, espero no haberte cascado los huevos. – se despidió Max con una sonrisa antes de marcharse. Solo había ido a burlarse de un chico empalmado, pero al final la experiencia fue mucho mejor gracias a Ana y Rosa.
Rosa y Ana la miraron mientras se marchaba con aire victorioso, sintiendo verdadera admiración por Max. Cuando esta desapareció, miraron hacia abajo y sintieron todo lo contrario por su hermano mayor, pues Juan pataleaba, gritaba, golpeaba la arena con el puño y no dejaba de retorcerse amargamente.
- Será mejor que busquemos a la tía Marisol, parece que Max le ha cascado los huevos. – sugirió Ana mirando a su hermano totalmente destruido.
Rosa, que no hace demasiados días sentía un respeto absoluto por su hermano, a quien consideraba invulnerable, ahora solo veía a un patético hombrecillo víctima de su condición sexual.
Andaban a paso ligero para despertar a Marisol, pero esta ya estaba despierta, y parecía estar muy bien acompañada. Un hombre de treinta y pocos años se había acercado a ligar con la sensual mujer.
Marisol estaba sentada sobre su toalla y que lanzaba constantes miradas entre las piernas del tipo, donde colgaban ostentosamente un pene semierecto y unos huevos cargaditos de cálida leche. Los leves movimientos que el hombre hacía intencionadamente provocaban un leve balanceo en su virilidad, lo que llamaba aún más la atención de la mujer.
- A Juan le han pegado en los huevos. – interrumpió Rosa repentinamente.
Marisol se levantó sobresaltada, confusa por la interrupción.
- Espera, ¿Dónde vas? ¿Quién es Juan y quienes son estas niñas? No puedes irte y dejarme así. – decía el hombre sujetando a Marisol por el brazo para que no se fuera.
La mujer quiso informarle, pero su sobrina Ana se adelantó con una precisa patada en los huevos. La niña vio que el tipo había dado un paso para agarrar a su tía y tenía el cuerpo girado hacia ella y su hermana, así que no pudo resistirse a patear los testículos perfectamente depilados que colgaban con una separación considerable del cuerpo del hombre. Él no vio venir el golpe, sino que directamente sintió un latigazo en su expuesta virilidad.
- No hay tiempo para explicaciones. – dijo la chica ante la atónita mirada de Marisol, que vio como el hombre caía lentamente a la arena.
La diferencia genital entre su hermano adolescente y un hombre adulto no pasó desapercibida para la chica, sobre todo en tamaño, pues el empeine de su pie fue totalmente cubierto por la blanda masa colgante que acababa de patear. Donde no hubo diferencias fue en el resultado del golpe.
- Lo siento. – fue lo único que dijo Marisol antes de marcharse con esas niñas, dejándolo allí tirado y totalmente incapacitado.
Él apenas pudo preguntar por qué, pero lo más parecido a una respuesta fue una sonrisa de Rosa mientras se encogía de hombros.
- ¿Otra vez, otra vez? Es la última vez que os dejo solos. Creía que habíais aprendido lo peligroso que es hacer esto, pero veo que no…. – decía Marisol mientras bajaba a la orilla.
- No hemos sido nosotras, ha sido una chica de su edad. – se excusó Ana
- ¡Cómo estás, vida mía? – le preguntó a su sobrino intentando parecer cariñosa. – Déjame ver lo que te han hecho…. – le pidió al ver que el chico no reaccionaba.
Cuando Marisol vio el tamaño y aspecto de los testículos de Juan, intentó transmitirle tranquilidad, pero sabía que iba a necesitar atención médica, otra vez. Volvieron a recoger las cosas para irse, pero al acercarse vieron al hombre que Ana había pateado hurgando en el bolso de Marisol. Lo que estaba haciendo era buscar un teléfono móvil con el que pedir auxilio, pues sus cosas estaban lejos y en ese momento apenas podía moverse.
Sin embargo, Marisol lo interpretó como un robo en venganza por dejarlo allí después del ataque. Así que, con la fina arena silenciando sus pasos, corrió hacia él y aprovechó que el hombre estaba a gatas para patear con fuerza justo donde minutos antes había pateado su sobrina. El tipo hizo un extraño sonido y quedó tumbado bocabajo, y es que sus ya ardientes testículos no soportaron otra patada por sorpresa, esta vez de una mujer adulta, y se desmayó. Mientras su tia y sus hermanas se vestían, Juan observó atónito cómo sus hermanas volteaban y tocaban su intimidad a ese desconocido, el cual se despertó momentáneamente pero que Rosa se encargó de volver a hacerlo dormir con apretón de unos pocos segundos. Todo ello entre risas y la complicidad de su tía.
Cuando llegaron al hospital, Marisol explicó que a Juan lo había atacado una chica adolescente, omitiendo la parte en la que su hermana pequeña le daba un rodillazo.
- ¡Vaya! Entonces la sospechosa no es más que una adolescente… - dijo la chica de recepción.
- ¿Qué quiere decir? – preguntó Marisol intrigada.
- Es que hace un rato llegó una ambulancia con un chico de 22 años al que habían atacado en los testículos en esa misma playa. Y hace unos minutos acaba de salir otra ambulancia hacia la misma playa por un hombre al que una niña ha pateado justo ahí. Con su sobrino ya van tres… así que hemos informado a la policía para que avise a los bañistas y busque a la chica en cuestión. – explicó la mujer mientras se llevaban a Juan para atenderlo.
Rosa y Ana se sonrieron mutuamente, pues ambas habían estado involucradas en los tres ataques. Más tarde, mientras operaban a su hermano para salvarle los testículos, las niñas comentaban entre risas que ya sea un adolescente, un veinteañero o un hombre de treinta años, con un golpe en las pelotas todos acaban sucumbiendo incluso ante una niña. Y, aunque solo fuera por esta vez, Marisol se permitió el lujo de darles la razón y reír con ellas.