Un tarde tranquila

Un sofá, unas caricias....

La tarde era plomiza. La lluvia no cejaba de caer. Yo estaba mirando la televisión a punto de empezar a soñar contigo.

El sueño me venció por fin, y en eso noté como tu mano me acariciaba el rostro, sintiendo la calidez de tu pequeña mano.

Moví la cabeza para sentirla un poco más. Tu otra mano bajó y me tocó el pecho, continuando su camino hasta llegar a mi cintura.

Dejé caer mi cabeza hacia atrás disfrutando al máximo de tus caricias.

Tu mano empezó a recorrer mi pantalón, y se paró cuando notaste como creía al sentir tu tacto, apretando un poco más fuerte, empezando a recorrerlo de arriba a abajo.

Te acercaste más a mi, besándome poquito a poco por el cuello, por la cara, hasta llegar a mis labios, que esperaban a los tuyos, suaves, voluptuosos, húmedos y deseados, fundiéndonos en un largo beso en el que nuestras lenguas pugnaban por ganarle la batalla a la otra.

Tu mano seguía acariandome sobre el pantalón, haciendo que se inflamara todavía más, hasta que en un momento esa traviesa mano tuya se deslizó por debajo de la tela, encontrando el triunfo que buscaba.

Con tu otra mano te fuiste deshaciendo de mis pantalones, hasta encontrar el camino expedito. Tu cara empezó a deslizarse por mi cuerpo, besando por donde iba pasando.

Tu labios encontraron su premio. Lo besaron. Lo recorrieron.

Tu lengua empezó a saborearlo, a probarlo, a hacer que se tensara más si cabe.

Por fin entro en tu preciosa boca, alojándolo cálidamente, calibrándolo.

Tu boca comenzó a recorrerlo. Tu lengua lo lamía por todo lados hasta llegar a los escuderos. Intentaste introducirte uno en la boca, y luego el otro, para volver a subir y apoderarte de el, e introducirlo de nuevo, llevándolo hasta el final de tu boca.

Mis gemidos iban en aumento

Me deleitaba con la visión de tu melena moverse sobre mi. Te la acaricié, y me miraste con ojos de lujuria. Con ojos de deseo.

El movimiento no cesaba. Entraba y salía. Tu boca siempre iba seguida por tu mano que  acrecentaba mi placer.

Sentía que llegaba el momento, pero no deseaba hacerlo así. Te despoje de tu ligera ropa y te tumbé en el sofá.

Ante mi se abrió una visión apoteósica de tu sexo completamente abierto, mojado y deseoso de ser poseído, de ser penetrado y sobre todo de ser gozado.

Dispuse mi punta en tu entrada. Te miré y me miraste, asintiendo levemente con tu cabeza.

De un fuerte golpe te penetré, oyendo tu primer y quizás más sensual gemido, que hizo que creciera un poco más dentro de ti.

Me acerqué y te besé fuerte, muy fuerte. Profundamente, a medida que te iba penetrando cada vez más fuerte y más rápido.

Te movía acompasadamente con mis acometidas, disfrutando de cada embestida, gritando más y más, que te la metiera mucho mas a dentro.

Tus piernas me rodearon, apretándome hacia ti, y en ese momento volví a sentir el placer único que sólo tú me das. Trataba de aguantarme, pero no podía más. Era un espectáculo demasiado bonito y excitante como para evitarlo.

Y por fin acabé. Llegó mi clímax. Te inundé. Y justó ahí comenzaste a gritar que tu también estabas llegando y que la metiera todavía más fuerte.

Disfrutamos, gozamos, y después descansamos, los dos tumbados en el sofá arropados por la manta, acariciándonos suavemente.