Un sufrido placer: Camila

Segunda parte. La hermosa joven, Camila, ha aprendido, voluntariamente inconsciente, a estimar al viejo Narciso; el por supuesto ha pretendido desde siempre eso, pero, obviamente y ante lo asequible, desea hacer trascender esa relación.

Todo el anterior espectáculo había venido a su mente de manera insana, intrépida e imparable, a propósito de lo que Camila venía ya diciéndole.

-El pañuelo, bueno paliacate jeje como usted dice, estaba tieso y tuve que lavarlo incluso huele bien ahora. Use un suavizante que huele muy rico...

Había despertado excitado, muy desconcertado esa noche, tal vez un día antes del asalto que había sufrido Camila. Su miembro se dibujaba bajo su cobija y apuntaba potente hacia el techo. Se sentía decepcionado, todo parecía tan real en aquella noche, aquel sueño lo había sabido burlar y de pronto se acababa así sin más. Cerró los ojos con fuerza, tratando de adormilarse, volver a esa mágica sesión de caricias, besos, jadeos interminables, más no le quedó otra opción que masturbarse con enojo y mucho placer. Se había limpiado la verga, que recién había chorreado, con ese viejo pañuelo. Y ese mismo había rozado esa fina piel del rostro de su inspiración. Ahora lo recordaba, la había instado para que se limpiara las lágrimas con él.

Ella ignoraba completamente eso, seguía parada, sin perder la calma y con su sonrisa de siempre, explicándole porque había estado ausente esos días. El solo asentía solo así, sin indagar demás, estaba perdido en las sensaciones de esa noche, de ese sueño, de esa morbosa idea de saber que sus líquidos viriles pudieron tocarla.

-Bueno. Me voy. Otro día platicamos ¿De acuerdo? Tengo una cita esta noche.

-Si -respondió, dando un ligero respingo, inmediatamente pero dándose cuenta que era otra despedida se arrepintió de no haberla hecho pasar, aunque a decir verdad, si lo hubiese hecho, tal vez la hubiera tomado a la fuerza, violarla y saciarse de una vez por todas. -Si hija. Ah luego. Anda con cuidado y cualquier cosa aquí estoy. Cualquier cosa hija.

No pudo evitar apurar a masturbarse al entrar a su casa, y con ese mismo pañuelo que recién le habían entregado, aspiraba con profundidad, reconocía ese aroma, el mismo de su clienta favorita. Ese fetiche no lo podía controlar, pensando incluso en  que otro tipo de morbosidades mas podría hacerle pasar a esa deliciosa mujer.


Y los días pasaron consecuentes como debían serlo. La frecuencia con la que podía observarla era constante, así viéndola ya muy poco con su novio, a veces venia y la traía un taxi que la dejaba. Se proveían saludos cortos, el esperaba fueran más extensos, pero de alguna manera ella parecía no querer conversación. Sabe que por su edad y su físico no tiene oportunidad con ella ni con ninguna, aun con menor gracia, pero vacila con la idea. Que podría hacer para hacerla más cercana, pensaba, él quería tomar algo, un café, una cerveza tal vez, llevarla a pasear incluso. Pero como, de alguna manera, había dejado de ser asequible: las distancias lógicas se marcaban ahora si sobre su frente.

Entonces la chica en cuestión caminaba un tanto cabizbaja, claro, sin demasiados ángulos bruscos en su postura, tan solo haciendo pucheros, que aunque sexis, eran de sincera preocupación.

Una vez más los ojos del verdulero se perdieron, con anonadado redescubrimiento, en su andar y en ese apreciativo porte. Parecía venir de su empleo, usaba una minifalda holgada, una blusa azul celeste, muy formal pero estupenda para hacerla notar como un cliché sexual. Traía casi todo el pelo recogido y en su brazo colgaba un saco y su bolso.

-Buenas tardes señorita.

-Hola. Buenas tardes -contesto escueta, al parecer no tenía ánimos de continuar alguna platica.

-Ora. ¿Por qué tan achicopalada?

-¿Como?

-Si ¿Por qué esa carita?

Ella no tenía ánimos, pero de platicar, además el sol encumbraba con su calor y hacia fastidioso el ambiente.

-¿Andas triste hija?

-No. No es nada.

-Como que nada. Cuénteme, así usted una vez me dijo, que hay que desahogarse.

Tenía razón, además ella sentía tal necesidad y Narciso se había mostrado, a su turbado entender, como un hombre desinteresado, un honorable señor que no la pretendía por su físico, como los demás, y su relación  le empezaba a mostrar esa necesidad de escucharse mutuamente. Mas a veces es difícil romper el silencio cuando las emociones son fuertes.

-Pásele. Le invito un agua, un chesco pa la calor. Hace mucho orita.

-Hm... No gracias -replico aun renuente la joven mujer. -Debo...

-Ándale. O me desprecias namas porque esta pobre la casa

-No, no. No es eso -de inmediato replico.

Lo noto desangelado en ese instante, creyó verlo aún más flaco y bajo de lo que ya era. Nunca se había fijado con detenimiento en los rasgos físicos. Era más corto de estatura que ella, debía medir tal vez, los uno sesenta. Tenía los brazos largos y anchos. Una postura que se mostraba cansada, desgalichada, una curvatura insuperable. La tostada y arrugada piel, además de ese escaso pelo plomizo no ayudaban en mucho para su tez casi cadavérica. Ojos tristes, labios pálidos. Sus facciones formaban un espectro de hombre que alguna vez fue rudo, malvado, y que ahora vivía en profundo arrepentimiento. Según su perspectiva, era un digno hombre que ha trabajado por años y los estragos de estos le habían demacrado así. Había que apreciarlo de ese modo, según ella. Aun así, distaba de parecerle atractivo pero no se había fijado en el por eso, mas había algo, que no explicaba, que la hacía vinculársele.

-Y entons.

-Hm. Está bien. Acepto su invitación.

-Pos pásele. Pásele a lo barrido jeje.

Por primera vez conocía la casa de manera más consciente. La última vez no se había fijado en eso por obvias razones.

El lugar era de reducidas dimensiones, compacto y aun así, se dividía en otras habitaciones, para la cocina, el baño y un dormitorio, divisados por unas desgalichadas y delgadas cortinas. Los fuertes rayos de sol penetraban con fuerza por la puerta y la ventana. Adentrándose más, los rayos más débiles, atravesaban agujeros y resquicios permisibles, suficiente luz para distinguir un amasijo de objetos que se hacinaban unos sobre otros de forma irremediable; papeles, cajas, muebles destartalados, salvo el improvisado comedor o la aún mas improvisada sala con un buen televisor y otros aparatos electrónicos. Las paredes de color claro dibujaban débiles grietas zigzagueantes, diferentes relieves y otras mostraban los colores rojizos, opacos, huecos de los ladrillos. El olor era místico, marchito, rancio, característico de años acumulados en un solo sitio, donde pesares habían caído poco a poco como ahora lo hacia el techo, arrumbándose por todos los rincones. Un aire incomodo, melancólico se hacía profuso en esa anticuada habitación.

-Entons ¿Quiere un agua o un refresco?

-Agua por favor -hablo Camila aun acostumbrándose al inusual ambiente. Se sentó, como en aquella ocasión, sobre el mismo sofá, sintiendo los pliegues duros de este.

-Aquí tiene. Esta fría eh. Es de papaya.

-Gracias.

El viejo se sentó a su lado, como la había hecho aquella vez, la primera en la que había entrado, aunque eran otras circunstancias y no podía tomar ciertas libertades, es por eso que tomaba su distancia. El propiamente se halló cortado, la veía con traslucida espectacularidad, la situación era inmejorable; la mini ayudaba bastante para mostrar cual  blancas y límpidas eran esas piernas.

El sentía el poder de su creciente erección que se escondía sin flaquezas.

-Ora si dígame. Que le pasa.

-Bueno. -Sorbió un trago y continuo -Sucede que no se, me siento... algo triste. Tal vez, me vaya de aquí. De esta ciudad.

-¿Irse? -expreso alarmado el viejo. ¿A dónde? ¿Por qué?

-Es que mi novio dice que es lo mejor. Y no sé, osea, lo estoy pensando.

-¿Lo mejor? Pero ¿porque pues?

-¿Puedo contarle algo?

-Si. Siempre ya sabe que siempre he estado pa ayudarte hija. -Hablo acercándose con ansiosa necesidad y tomándola de las manos, para demostrarle fraterna confianza, buscando respuestas -Cuenta pues hija.

-Hm. Está bien -decía la mujer no estando tan segura pero apostando a la sabiduría y experiencias del tendero tal vez podría darle algún consejo. También era un modo de desahogarse. -¿Se acuerda de aquel día, en el que... me asaltaron?

-Si Camilita. Pero ya paso...

-No. Bueno, si, ya paso. Pero... Es que, esa situación hizo que en mi se detonara un trauma que creí superado. Por eso no estuve algunos días, si se dio cuenta.

-Como no. Te extrañábamos jeje

-Jeje -expreso una tímida sonrisa -¿Me extrañaban? ¿Quienes?

-Pos -titubeo al decir el tendero, con tácito rubor.  -Pos todo, los que... vivimos por acá. Yo, también, como no.

-Gracias. Qué lindo es -decía la chica limpiándose alguna lagrima.

-La linda eres tu niña. ¿Yo? ¡Como! Jeje.

-No diga eso...

-No te fijes Camilita. Dime entons que paso.

-Ok. Después de eso, tuve que ir a terapia. Pero, no sé, osea, me siento insegura. Mire -dijo observándole con sus ojos cafés, grandes y húmedos, que contenían el llanto -hace años, me sucedió algo aún más terrible.

-No puede ser hija. ¿Qué te paso?

-Me... me secuestraron.

-¡Onde hija!

-Hm. En el callejón. Por donde siempre me voy para mi casa.

El viejo empezaba a relacionar algunos detalles pero no estaba seguro.

-Y sabes quienes fueron

-¿Cómo?

-Si hija. Los atraparon, los metieron al bote o que pasó.

-No lo sé. Bueno, creo que sí. Mi papá se encargó de eso.

-Hija. ¿Cómo se llama tu papa?

-¿Que?

-¡Si como se llama el!

Ella no entendía el sentido de las preguntas pero obedeciendo un orden de jerarquía moral además de su confusión mental accedió a nombrar el nombre de su padre.

Ese nombre, retumbo en la cabeza del verdulero, lo recordaba por cada letra, era imposible no tenerlo presente pues tantas veces se lo nombraron en actas, amenazas y maldiciones, en esa expedita y absurda resolución. Soriano: uno de los malditos nombres que habían arruinado su existencia.

-Don Narciso. ¿Se encuentra bien? -cuestionó la chica al verlo en evidente cambio de humor, su rostro enflaqueció y se tornó duro, causándole un leve estado de estupor pero sin abandonar el abstracto sentimiento compasivo por él.

El viejo no respondió, habría querido hacerlo y decirle cualquier cantidad de majaderías a tan inocente mujer, pero a fin de cuentas, hija de uno de sus verdugos.

El hallo la calma que necesitaba para pensar en algún plan, pero no concebía uno contundente. Pronto pensó una idea.

-Niña. Olvídate de eso. Tu novio busca una salida fácil. Los problemas no se resuelven así nomas.

Ella escuchaba procurando cierta atención tal vez porque aprecio de manera más drástica el cambio de semblante y del tono de voz mucho más rozagante.

-Tú tienes que enfrentar las cosas así de frente y no eso de andar escondiéndote por ahí. Eso lo hacen los zacatones. -Se puso de frente a la mujer, con actitud vehemente, tenía serias ganas de maltratarla y hacerle saber sus ganas de venganza. Sintió compasión, pues aquellos cristalinos y húmedos ojitos, anhelaban atención y cariño fraternal. -Ira hija. Tu pos tienes que quedarte. Ponerte fuerte, demostrar que puedes pa que esos no piensen que la gente de aquí es débil. Hagamos de cuenta que te vas, pos ellos que van a pensar... Pos que aquí hay puro cobarde. Por eso la gente aquí se une y hace frente. Tú tienes que mostrar eso niña.

Aquel discurso le empezaba a persuadir, de alguna manera ya había empezado una, nueva vida y porque habría de deshacerla por un incidente al cual podría superar.

-Como vez ¿Eh? ¿Vera' que tengo razón?

Ella no asintió, pero deseaba hacerlo. Se sentía como regañada y solo se limitó a mirar los ojos encendidos del hombre, algo sorprendente para ella, dada las actitudes que había mantenido anteriormente para con ella.

-Es más mujer. Te invito a una feria que va a ver el sábado. Va ser acá cerquita. Pa que dejes las muinas, pa que olvides las tristezas.

Camila se mostró renuente, no esperaba invitaciones y menos en estas circunstancias, además de que ganas le faltaban.

-Ándale hija. Hazlo por este viejito que te quiere y que te salvo ¿Te acuerdas?

Narciso había incluido, sin mucha sutileza, ese argumento. Trataba de hacerla sentir responsable, que sus emociones la llevaran a la compasión forzada.

Ella sentía incomodidad, aquello le pareció fuera de lugar pero tenía razón en algún sentido y no podía replicarlo de primera.

-Así nos ayudamos a los dos. Nos divertimos un ratito y nos olvidamos de los problemas. Como vez.

-Oiga. Hm... Creo que...

-Yo hace tiempo que no me paro en un una fiesta, ya vez que estoy solo y ni con quien.

Ni las moscas.

-Hm... Bueno. Está bien. Creo que tiene razón. -contesto para felicidad del viejo. Verlo con lastima, cada vez más creciente, la había forzado su convencimiento.

-¡Eso! Ya vas a ver lo rebien que la vamos a pasar hija. ¡Eres una chulada! -exclamo sin temeridad, arrepintiéndose de alguna mala, reacción pero resulto todo en calma.

-Gracias. Si. Espero la pasemos bien.

-Ya vas a ver que sí. Vamos a cotorrear bien a gusto -sentencio maliciosamente Narciso.


Alguien había tocado a la metálica puerta. Narciso abrió casi de inmediato pues sabia de quien se trataba. Cada día se sorprendía de la facilidad con la que ella podía verse diferente pero aún más bella. Era la mujer más hermosa que podría haber contemplado y a tan solo centímetros de él. Portaba una blusa verde oscuro, discreta para la ocasión, de manga corta aunque de nulo escote, innecesario pues sus voluptuosidades se portaban firmes, notorias, bien desarrolladas.

Su falda era tableada de tono obscuro, algo holgada y corta pero con un gran estilo juvenil. Unas zapatillas de tacón, complementaban su deseoso atuendo. Se maquillo en un tono rojo muy suave y sensual, digna de una cita excepcional.

Se saludaron y la invito a pasar, mientras el terminaría de organizarse. Se sentía empoderado, de tan solo pensar que esa noche aquella mujer era solo para él. Quería cojersela, amarla y vengarse sobre todo, si no, de nada serviría la inversión que pudiese hacer esa noche. La haría pagar por lo que su padre había hecho con su inocente hijo. Esto solo sería el principio.

-Siéntese, siéntese -le indico acompañándola hacia su mullido sofá. -Ya casi termino. Es que me llego mercancía y tuve que descargar.

-Si. Am. Tómese su tiempo. No se preocupe.

-Viene muy guapa jeje.

-Gracias.

-Orita regreso jeje.

Mientras, ella repasaba ese desarticulado cuarto. Era la tercera vez que estaba y empezaba a reconocer ciertos detalles.

Estaba inquieta por la cita en sí y por la demora de su tendero favorito, que oía se estaba bañando. Miro hacia un lado y encontró, además de notas, una pila de revistas eróticas con mujeres desnudas, sin pudor al mostrarse así, acariciando grandes y venosos miembros. Percibió el indecoro pero trato de no inquietarse, porque cada cual tenía sus gustos, esta era la casa de Narciso, tal vez se sentía tan solo y por eso recurría a estas revistas. Lo considero patético pero a pesar de eso algún morbo le hizo preguntarse lo que podría contener esa clase de revistas.

Sacudió la cabeza, no podía creer en lo que estaba pensando. Jugueteaba con los dedos y noto bajo de ella, el control remoto de la televisión. Pensó que podría pasar el momento mirando algo, pues no traía el celular. No sería mala idea así que presiono el botón de encendido y la pantalla negra ahora se volvía colorida, con imágenes en movimiento.

Aquello le resultaba increíblemente grotesco. Era una película reproduciéndose, con el volumen silenciado. Una jadeante y joven mujer estaba totalmente desnuda, colocada sobre una mesa de metal, era penetrada con fuerza por un hombre joven, mientras otro de mucha mayor edad, esperaba su turno y acercaba de pronto su miembro a la boca de la mujer para que esta se la chupara. Ella lo hacía con dedicación y sus expresiones eran de gozo total.

Ella contemplo la escena los segundos suficientes para sentirse aún más inquieta. Busco rápidamente algún botón que apagar el televisor, antes de que se asomara el verdulero, pero los nervios la hicieron errar y tardo segundos más para apagarlo.

Resoplo y alejo el control remoto, como queriendo alejar, también con eso, aquellas imágenes de su cabeza. La llegada de Narciso la puso nerviosa, incluso saltar del asiento, pero se recompuso, para mostrar normalidad. El viejo ignoro cualquier situación, ya le urgía llevársela a la feria. Con el cabello aun mojado, con aptitud imitativa de un joven galán, vestía de forma sencilla pero adecuada a sus posibilidades.

Salieron de la casa, ella dejaba por ahora cualquier turbación porque ahora se sentía un tanto nerviosa. Muy cerca se escuchaban los juegos pirotécnicos que demostraban los perceptibles indicios de fiesta popular. Llegaron pronto y el nerviosismo de Camila iba en aumento al pensar que alguno pudiera reconocerla, cierto que no conocía a nadie de aquella colonia, pero tal vez estaría por ahí alguna amiga o amigo, algún conocido de su novio, o alguien parecido. Resultaría algo remotas esas posibilidades, dadas las distancias, pero todo era posible... Era tarde para arrepentirse y más que nada desilusionar al pobre de Narciso.

La atmosfera, folclórica y dispersa, era propia de un lugar festivo. El lugar se hallaba repleto de personas de cualquier edad. Fueron recibidos por las luces multicolores  y destellantes. Los sonidos eran diversos  y  algunos apabullantes. Olores apetitosos, dulces y grasosos. Algunos vendían, otros consumían. En fin, aquello era una sensación de libre fervor y placer, a veces, incongruente.

Ambos pasaban inadvertidos al principio para muchos, al haber tanta gente andando de aquí para allá. Pero obviamente, muy pronto, resaltaba la presencia de la despampanante mujer y los ojos perplejos no podían evitar mirarla.

Caminaron por un buen rato, recorriendo los múltiples puestos, compraron alguna que otra golosina u souvenirs. Usaron algunos de los juegos y es ahí cuando ella empezó a despreocuparse y a sentirse más a gusto; ya sonreía con más calma y apreciación.

Luego fueron a comer algo por sugerencia de Narciso, en donde curiosamente había insistido en que se atreviera a beber. Ella accedió, complaciente, distendiendo el nivel de sus nervios, pues cierto era que a ella le gustaba la cerveza.

Al terminar se dirigieron hacia la zona donde estaba un conjunto de música y tocaban música que animaba  a  bailar. Estando ahí, las miradas de escrutinio no se hicieron esperar; algunos pensaron en un cierto nivel de parentesco, en cambio otros impresionados por la disparidad física, se dieron tiempo a insólitas fantasías. Otros más reconocieron a Narciso, murmurando lo atrevido que era que él se paseara ahí como si nada y que aquella chica se dejase acompañar por ese "violador".

Narciso sabia de tales acusaciones pero se sabía poderoso al mostrarse con una mujer como ella y aquellos pocos que pudieran criticarlos le importaba un bledo.

Pronto tomaron pista y comenzaron a bailar, el viejo con pasos frenéticos, un poco desmesurados para su edad pero así el interpretaba el baile. Camila se desenvolvía más coordinada a pesar de nunca haber bailado ese tipo de género, sin hacer desfiguros o algo parecido. Se sentía más ligera, libre y acostumbrada, ignorante a los rostros acusadores y de asombro. La estaba pasando bien y aquellos pasos a veces descoordinados de su compañero le causaban una sana gracia.

Con insidiosa astucia, Narciso había aprovechado los momentos para apretujarla hacia él, acariciarle poco a poco, avance tras avance y más adelante, manosearla cuando le era posible.

Al parecer ella no se daba cuenta, no había paso a recriminaciones o quejas, o simplemente, después de varias bebidas, ya le gustaba eso.

Estaban sentados, descansando, contentos, después de varias canciones seguidas bailando, cuando al comenzar una pista más, un impertinente joven un tanto ebrio, se acercó a ellos con decisión.

-Oye nena, ¿Bailamos?

-Muy amable pero no gracias -contesto Camila con acostumbrada pasividad.

-Ándale. Una nadamas -insto el joven incluso ya intentando sujetarle la mano.

-¡Hey! ¡Ya te dijo que no! -intervino defensivamente con severidad Narciso, sabiendo que aquello habría que ponerle un alto.

-¡Que te pasa pinche viejito! -protesto el bravucón muchacho -Deja que tu nieta baile un rato más. A ti que. A lo mejor tú ya estás cansado pero acá la preciosura todavía no ¿Verdad?

-¡Que no entiendes! ¡Lárgate! -Sujeto al escuálido chico del cuello y lo empujó hacia alguna parte. Se armó un pequeño caos y muchos miraron con recelo a Narciso, por obvias razones.

El ebrio se recompuso y estuvo a punto de propinar algún golpe a Narciso pero alguien más lo detuvo.

-Epa. Déjalo. No vale la pena que pelees con ese. ¿Lo quieres fregar más?

-Vámonos -musito la chica con real preocupación.

El acepto al creer verse observado de manera acusadora y no iba a permitir que nadie lo pudiese delatar ante la chica.

Caminaron a prisa, con angustia constante de que alguien pudiera seguirlos. Pronto y por cierta astucia de Narciso llegaron a una calle más segura y eso les dio más confianza. Narciso pensaba en lo arruinados que estaban sus planes, la chica no estaba lo demasiado ebria y, evidentemente, no iba a querer alargar más esa velada. Se sintió más tranquilo contemplando a la mujer que iba con él a la par. Ambos estaban en silencio. Ella se veía serena, sonreía con cierta timidez y de vez en cuando volteaba asegurándose que todo estuviera bien. Él siempre le repetía que todo estaba bien y ella termino concordando, con una mezcla de emociones, pues por una parte hallo demasiado incomoda la situacion, pero por otra parte el sentirse defendida, y una vez, más por el viejo verdulero, le generaban un orgullo de su defensor, incluso fetiche.

La acompaño hasta su casa, en realidad cerca de ella, pues Camila aun aguardaba con cierta temeridad, causada por inseguridades, esa información.

Ambos se despidieron exhaustos pero contentos, el aún más, ella admitiendo que la había pasado de maravilla y que sus, problemas habían logrado a pasar a segundo término. Se desearon las buenas noches, prometiéndose verse pronto.

Subió a su habitación, no se desvistió solo se volcó sobre la cama para acostarse en la cama ya dispuesta a dormir. Cuando cerró los ojos, el cansancio  la  domino  y  tuvo un ligero sueño en el contemplaba a él, a su novio, claro, dueña de sus propios deseos aunque era a donde el sueño la quería llevar. Él estaba con ella y estaban en el baile, estaba en el lugar de Narciso. Él le hablaba de forma insinuante, algo natural al ser novios, sonreían juntos y se paseaban como hace rato lo hizo con el tendero. Resulto extraño apreciar los detalles, recordar sus ojos, su sonrisa, sus manos. Si, sus manos, siempre le habían parecido atractivas, y ahora se hallaban juguetonas, vacilantes cuando bailaban juntos. Ella lo permitía cómplice y gustosa. De pronto, así sin más, se alejaron de la fiesta y aparecieron, inesperadamente, justo en la casa de Narciso. Empezaron a acariciarse con intensidad. Después sus labios se juntaban, húmedos, ardientes, y de pronto llego a su cabeza en forma proyectada la imagen de la película erótica que había visto.

Despertó súbitamente, encontrándose agitada, jadeante, con punzadas serias y dominantes en su intimidad. Pensó en eso, entonces el cansancio paso muy a segundo término.  Metió la mano por debajo de su blusa y su sostén y empezó a acariciar sus sendos pechos, apretando los pezones, haciendo círculos con las palmas.

Fantaseo imaginándose como protagonista de la película. Ella y su novio. Mientras pensaba en ello, su vagina se lubricaba al grado de dejar mojadas sus pantaletas. Era una sensación caliente, algo inédita,  deliciosa, que aumentaba drásticamente cuando apretaba las piernas. Fue cuando sintió la creciente necesidad de tocarse. Sabía lo que era masturbarse pero no era algo que acostumbrara hacer. Se quitó inmediatamente las pantis y abrió con totalidad sus largas piernas.

Coloco su mano en la hendidura vaginal y empezó a acariciar su clítoris. Todo estaba, húmedo, mojado, y frotaba el área cada vez más rápido, cada vez, más fuerte, sintiéndose aun cada vez mejor.

No había apagado la luz y noto que su figura se reflejaba en el espejo de su tocador. Se acomodó apropiadamente, quería ver sus genitales, ella ardía con morbo dominante. Se excito mucho ver que todo estaba de un color rojizo y su clítoris algo hinchado.

Trataba en seguir pensado en él, en su novio, y en el espejo vio que, de su vagina, salía un líquido, que manchaba sus sabanas y que sin lugar a dudas le era muy placentero.

Entonces chupo su dedo medio y lo puso en la entrada de su vagina, que estaba muy caliente. Con el pulgar, tocaba su clítoris en círculos repetibles y entonces metió muy dentro de sí misma el dedo. Le resulto una sensación extasiante, que la llevaba a otras dimensiones, pero un solo dedo resultaba muy delgado, así que metió los otros dos. Los sacaba y los hundía rítmicamente, y empezó a gemir de forma más estentórea, tan fuerte que tal vez hasta los vecinos la habrían escuchado, pensó en algún momento. Los saco, estaban húmedos y le resulto fácil dar vueltas con ellos en su clítoris y sus labios vaginales. Logro sentir que de su vagina salió líquido como la vez anterior, pero esta vez era tanto que pareció que se estaba orinando, asustándose un poco, pero pronto lo asimilaba con placer nato. También noto una especie de moco blanco, el cual toco y esparció por toda su zona vaginal.

De pronto observa hacia la mesa cerca de su cama. Sobre ella, estaba una ponderante vela aromática, de color rojo. Sentía palpitaciones constantes en su húmeda cavidad, como si aquello quisiera comer y se hallara insaciable. Se acomodó sobre su destendida cama, de tal manera que pudiera continuar. Se quita la falda y la blusa, que ya le resultan estorbosas. Repitió la operación anterior con sus dedos metiéndolos en su vagina, le resulto fácil encontrar los verdaderos puntos de inflexión. Se frota con entusiasmo y a la vez de forma suave. Aprieta sus portentosos pechos y halla a sus pezones erguidos y duros. Ella cierra los ojos e imagina lo obvio. Deseaba ser penetrada, la película volvía a su cabeza, los mismos protagonistas, ella y su novio. Acaricia cada carnosidad de su hendidura femenina, aprieta y le duele pero le gusta. La escena la traslada a la casa del tendero pero no le importa, aun es su novio quien la motiva. Su interior pulsa y ruega, ella lo castiga, aun no quiere darle lo que quiere. Abre su vagina con un par de dedos y le encanta, exclama un grito y aprieta los labios, busca acallarlo. Su sexo necesita ese algo y ella ya no se lo puede seguir negando. Asia el curioso y simulado objeto con el que pretende darse placer; frota la vela, tímida, arquea la espalda de inmediato ante el primer espasmo. Su coño parece tener vida propia. Poco a poco empieza a metérsela, a escrudiñar en su interior, siente la dureza de la vela que está luchando con sus paredes vaginales, húmedas y calientes.

Pronto la adopta.

Empieza despacio pero inevitablemente va aumentando la velocidad. No puede evitar gemir. Inconscientemente introduce más y más. Arquea la espalda, de manera continua, y su mano derecha hace el trabajo, el otro solo la respalda. Su mente divaga, la figura de su novio empieza a desvanecerse, pero aun así sigue aumentando el ritmo. Ahora con una sola mano, la vela se introduce con severa facilidad, su interior aprieta aquello como queriendo evitar que escape. Cada repetición le hace llover cargas eléctricas de placer por los poros infinitos de su cuerpo. La figura de su novio se desvaneció, aparecen otros hombres y de pronto aparece la de Narciso. Ella está sorprendida pero no se arrepiente. A estas alturas. Se da cuenta que se ha metido la vela entera. Gime y grita el nombre de Narciso. Calla de inmediato pero no puede evitarlo. Arquea la espalda, sus nalgas se contraen, sus pechos se elevan, su interior aprieta...

Sus gemidos aumentaron imparables, menciona, inconsciente ya, varias veces el nombre de Narciso, lo desea, desea estar con él en ese instante, esto es un delirio, le entran todo tipo de calores, ha sudado como una loca, le gotea el sudor que desciende por su rostro, y a esa velocidad, ha llegado totalmente a un orgasmo sobrecogedor.

3._

La mañana era muy fresca, el límpido roció de una lluvia de madrugada aun cubría a las flores y plantas que le daban virtuosa vida a todos los lugares. Alguien tocaba el timbre ya reiteradas ocasiones y eso precisamente la había despertado de su intenso letargo. Eran veinte antes de las diez, algo tarde para lo que ella acostumbraba a despertar, estando en casa, claro, y en un día sábado habría ido a correr, se habría duchado y hasta desayunado algo rico. Lo cierto era que tenía una ligera jaqueca, la que representaba lo bien que la había pasado a lo largo de la noche. Había salido a divertirse con algunas amigas, compañeras de la agencia, y el festejo se postergo hasta muy tarde, esperando no arrepentirse de nada, pues se lo había prometido a Narciso, de hecho hasta de alguna manera ella le había rogado para obtener su permiso, no es que el viejecito controlara la vida de la joven mujer, pero de alguna, manera sentía ese derecho y ella lo entendía y le generaba un sutil gusto de que alguien se preocupara de tal manera por ella.

Las preocupaciones del desvaído señor estaban fundamentadas en la obvia belleza de Camila, de su magnética presencia y accesible corazón, consideraba. No quería que otro, más joven, más guapo, mas ostentoso, más interesante, se la arrebatara de su vida, que otro la pudiese seducir con tantas y tantas mañas posibles, con palabras de miel venenoso y embriagante, de que alguien, mejor que el evidentemente en muchos aspectos, la hiciera suya, la poseyera  como se debe coger a una mujer digna de recibir placer como ella; le aterraba la total idea de que alguien la cogiera mucho mejor de lo que él ya lo hacía.

Camila  y  aquel  señor, ante  cualquier  justa o  injusta  probabilidad,  eran  apasionados amantes  después  de  una  serie  de acomedidas  vicisitudes. En  realidad, por  aclarar  de  algún  modo, ya  no  lo  eran, pues ella, hacía poco, ya había terminado la infructuosa relación  que  llevaba  con  su novio.

Así pues, ella se lo había prometido insistentemente, en que se portaría bien. Aseguraba que nada de esas locas imaginaciones podrían suceder, que confiara en ella, que solo quería tener una noche de fiesta, una que hace mucho no tenia, quería un poco de ruido, de alcohol, de ambiente fresco, de locura juvenil.

A cambio al siguiente día tendrían,  una  vez más, una de sus noches especiales, es más le había prometido ir poco más temprano, para salir a comer algo. El insistía ir de día, la llevaría a un mercado a comprar alguna cháchara, a comer algo rico, delicioso, según él, pero razones tenía la joven chica para aun ocultar su curiosa y para muchos aborrecible relación. Qué pensarían sus amigos si la vieran en arrumacos con tan vulgar e infausto señor, uno que podría ser hasta su abuelo. O como reaccionaria su padre si alguien le fuera a informarle, seguro todo podría acabar en una terrible tragedia y no podía  permitirlo. A veces pensaba en ignorar todo eso, en hacer caso omiso a las habladurías y enfrentarse al criticante mundo, pero no era tan valiente ni decidida, a pesar de llevar poco más de un mes en esa relación.

Veía entonces la tristeza que se proyectaban en las otoñales facciones cansadas del viejo, ese suplicante mirar de sus desalineados ojos negros.

Hacía tiempo que no lo dejaba solo. Lo había ido a ver cuándo había salido del trabajo, le conto lo que se había organizado y el mostro su molestia, de modo casi infantil. El cambio un poco su semblante con las expectativas que le generaban los detalles de su amada y se convenció más cuando la vio, sin dilatación alguna, arrodillarse, con mirada seductora, escrutar en su short con sus suaves y blancas manos y sacar poco a poco su ennegrecida verga. El viejo estaba en la gloria absoluta, los labios de esa mujer le recorrían de inicio a fin cada centímetro, cada milímetro de su generoso falo. Entreabrió la dulce boca informándole que aquello era solo un adelanto, luego continuo con su labor de mamadora. Se notaba experta, pero lo cierto era, que era la unica verga que hasta la fecha había probado con la boca y con esta, precisamente, había aprendido. Se dio el merecido tiempo para hacerle aguantar el mayor tiempo posible, había aprendido con él, a base de suplicas  exigentes, a mamar con dedicación, a chuparle esas peludas bolas y tragárselas. Aunque inminentemente el miembro claudico y le hizo beber a la mujer parte de esa espesa esperma, que no era de su total agrado, pero por fidelidad se lograba tragar, ignorando sus naturales arcadas. Con esto había obtenido el permiso que quería, dejando a su hombre cumplidamente recompensado.

No entendía a veces, o no quería entender, en sus momentos de cordura, como había sido posible enredarse con tan desagradable hombre, eso era evidente. Después de aquel baile comprendía todo le resulto diferente. La relación de ambos se volvió frecuente, porque así lo había planeado Narciso, aunque claro ella no lo sabía. Ella accedía a peticiones de favores o ruegos inocentes, como la ida a ese baile.

Él le hizo confiar en él,  le escuchaba, le daba consejos, aburridos sermones, le hizo saber que estaba mal en esa relación con su novio, le hizo saber también lo malos que eran los hombres, excepto el claro. Le recordaba como la había defendido en aquella ocasión, esto le sugirió a ella apego y agradecimiento. Cuando podía él le hacía favores o regalos baratos. Sabia como hacerla sentir compasiva con él, incluso le invento una enfermedad terminal, que sus días estaban contados, que pronto se apartarían para siempre; y así se detono un profundo sentimiento en ella, de candoroso y lánguido respeto, de un cariño que forzado le era fulguroso y que iba creciendo de formas insospechadas.

A partir, entonces, de esas tendenciosas convergencias, para ella no existía placer intelectual ni psicológico sin contemplarlo a él. No tenía demasiada familia y sus amplias consideraciones urdían en su viejo y desahuciado amigo. Narciso además de aprisionarla sentimentalmente, imagino que para que aquello detonara, según su inmoral juicio, debía actuar con más astucia. Así que empezó a usar un par de menjurjes que consiguió, con algún brujo en el mercado, algo con que despertar el lívido de las mujeres, objetivamente de Camila, y que, con tal desfachatez, el afortunado de las reacciones fuera él.

Todo esto aún resultaba coherente, el sentir afecto, el que tendría cualquiera con alguien mayor, a alguien que admira, respeta  o  le procura los necesarios cuidados, todo lo que ella efectivamente sentía desde que empezó a conocerlo más de cerca. Y con gran malicia por parte de Narciso, algún día se rompió esa brecha.

Pero lo suyo iba más intrínsecamente, no comprendía la necesidad de acariciar los arrugados y escuálidos pellejos, el escaso cabello, frotar su pecho con los crespos vellos del ese fofo cuerpo, se acostumbró a esos rancios aromas corporales y sobre todo a sentir esa, de manera increíble, potente verga. Su apego resultaba  ya  tan natural y a lo largo de esas semanas, se encumbraban en uniones corporales, besos apasionados, deliciosas mamadas y penetraciones largas. Cada día descubrían, fascinados, entre si nuevas posiciones sexuales y nuevos lugares por besar, por  explorar   apasionados.

El timbre sonó otra vez, repitiendo  monótona melodía. Eso la hizo levantarse y apurar su paso, tal vez era Narciso, aunque no necesariamente, tendría ganas de verlo, requería descansar y relajarse un poco más  y estar con la energía al cien por ciento para esta noche. Llego a su memoria un vago recuerdo de un apuesto chico queriendo llevársela del antro para, según el, pasarla mejor. Al final no había accedido, recordando su fidelidad a su viejito, como ella solía recordarlo.

Abrió la puerta de madera, con natural calma, evitando la luz que atravesaba sin piedad, y que ella con dificultad toleraba.

-Buenos días, señorita Soriano.

Era el comandante Venegas, inesperadamente estaba a pie de la casa de Camila. La vio semicubierta en una bata color rosa, de fina y lisa tela al parecer. La corta bata no cubría por completo sus largas piernas y era un espectáculo verla desde sus pies descalzos y lo largo de su blanca piel. Notó ligeramente la pantaleta de la hermosa chica, algo en color negro, con detalles en encaje, el predilecto para sus gustos viriles, y noto también que no llevaba sujetador pues notaba las rimbombantes y esféricas formas de la chica y en ellas se marcaban unos deliciosos pezones.

-Buenos días -respondió ella con asombro y fastidio de tan inoportuna visita, aunque notando que una placa colgaba de su cuello y era oficial, atino a ser poco más atenta. -Buenos días. Hm ¿sucede algo?

-La noche estuvo larga eh... -repuso cordial al notar el comportamiento de cansancio de la joven beldad.

Ella asintió con la cabeza, cortésmente,  con breve y calma sonrisa,  mientras acomodaba su largo y sedoso cabello por detrás de sus orejas.

-Jeje. Espero se haya divertido por lo menos eh. Tómese un suero, eso la va ayudar pa que se recupere, lo venden en la farmacia. Lo que pasa es que perdió líquidos y el cuerpo lo resiente. -Sugería con una sonrisa de sumo gusto que pretendía ser amigable para la chica, dejando entrever la necesidad de querer hacer plática con ella.

-Gracias señor oficial...

-Comandante Venegas -interrumpió el hombre, corrigiéndola con grato orgullo, ofreciéndole la mano. -¿No me recuerda damita?

-Hm... Si creo recordarlo -Repuso con inseguro conocimiento pero habría de quedar bien con el oficial. Extendió la mano derecha mientras con su otro brazo buscaba cerrar la parte de sus pechos de su inestable bata.

-Nos conocimos en la comisaria. Cuando fue a hacer la denuncia. Le llame varias veces pero no me contesto.

-Oh lo siento. ¿Sucede algo... comandante?

-Ps no pero... Pero me había preocupado por usted señorita.

Ella, extrañada por la actitud del oficial, se limitaba solamente a pensar en la buena actitud del veterano. Se limitó a sonreírse con un forzado agradecimiento.

-Gracias. Todo hm está bien.

-Pos eso está bien damita. Estaba checando unos papeles y de repente di con usted y se me ocurrió visitarla, ahora que andaba por acá cerca. ¿Vive usted sola?

Estaba a punto de contestar afirmativamente pero una sensación defensiva, tal vez causada por esa mirada de severo escrutinio por parte del hombre, le hizo eludir y mintió dubitativa:

-N...no. No. Ah. Vivo con mis tíos... Ah y mis primos -sonrió nerviosa, actitud detectada por el oficial, que como buen viejo lobo de mar, sabia de esos comportamientos. -Solo que ahora, ah, no están. Vendrán mas tarde. Jeje.

-Correcto damita. Me alegro que todo ande bien por acá. Ta bonito, está chulo todo por eh -hizo una evidente referencia hacia ella, a la cual, Camila, solo se limitó a sonreír. -Ta tranquilo.

-Si así es.

-Si. Pero ps saliendo ya por acá bajo, se pone carbón. Hay muchas ratas huevonas jeje.

-Si. Creo.

-En todas partes. La cosa es andar con cuidado señorita. Mire. No sé si sepa. A lo mejor ya pero de todos modos. Hace unos años acá, por acá adelantito, secuestraron una morrita. Iba pa la escuela y de repente, que se la pescan.

De pronto la serie de recuerdos fatídicos la consumían, tal vez podría ser coincidencia, pero no, se trataba de ella, así lo presentía.

-Nombre, debió ver el desmadre que...

-¿Hace cuánto tiempo que sucedió eso?

-interrumpió con preocupante interés.

-No, ya tiene rato. Unos seis siete años. Si. Todavía me acuerdo. Yo no estuve desde el principio porque cuando me llamaron ya, había comenzado el desmadre pero llegue cuando fuimos por el hijo de la chingada. ¿Conoce la tienda esa que esta acá por la avenida, casi al ladito de la ferretería?

Su corazón latía con severidad, con inquietud ¿Sería posible tal coincidencia?

¿Sería posible que hablara del mismo que ella conocía? Tendría que averiguarlo.

-¿Cual?

-Si. La que esta acá, saliendo por el callejón, yendo uno a mano derecha, damita. ¿Si la ubica?

No podía creerlo, todo coincidía de manera dolorosa. No asintió ni tampoco negó. Miraba pávida hacia los ojos del comandante, buscando algún resquicio lógico, alguna explicación satisfactoria, pero aun necesitaba indagar más:

-¿Y cómo se llama él? -inquirió preocupante.

-¿Quien?

-El... El de la tienda que me cuenta.

-Caray, no tengo el dato... Quien sabe, yo solo lo ubico porque lo vi varias veces cuando detuvimos a su hijo y cuando andaba echando pleito con los licenciados. Vende verduras o vendía. Orita que pase no había nadie, estaba cerrado. Es una puerta y ventana blanca ¿Ya la ubica?

Tiene unas rejas que....

Ella escuchaba atenta y asentía casi segura; los detalles eran determinantes.

-Pues ahí fue que sacamos a ese hijo de la chingada. El que vendía era su padre, ahí lo tenía escondido. Esa vez estaba llorando por su pinche hijo pero yo digo, si lo hubiera educado mejor... ¿No cree damita?

-No recibió respuesta alguna pero continuó dictaminando -Por eso le digo, cuídese, no ande sola por esa calle, bueno, cerca de esa casa, no vaya a ser la de malas digo, de tal palo... ¿No?

Era pausa tan tensa, Camila no sabía que decir, ni siquiera le importaban las absurdas recomendaciones del regordete oficial, que pretendía hacerse el interesado en ella.

-Oiga ¿Esta bien damita?

-¿Como?

-Si. Le pregunto si está bien. Parece como si hubiera visto algún muerto jaja.

-Si. Eh... Bueno, es solo que me... Me impacto lo que me ha contado.

-Mire señorita Soriano. Usted nadamas hágame caso y evítese de andar por ese lado y así nomas. Digo, siempre asaltan y ps no ha pasado nada como esa vez pero uno nunca sabe. Por si acaso aquí le dé dejo mis datos. Si necesita algo o ve algo sospechoso usted llámeme a cualquier hora y de volada vengo.

Ella, contrariada, requería explicaciones, otras palabras que mitigaran sus desolados entendimientos.  Había despedido al comandante Villegas aceptando las recomendaciones, de manera casi autómata, e incluso alguna cita a salir para platicar más acerca de lo importante de la seguridad o algo parecido, según el astuto oficial, que había venido precisamente por algo poco menos a sus expectativas, más la pobre mujer estaba desvaída mentalmente y no razonaba del todo.

A estas alturas le invadía una funesta furia o tal vez una triste decepción, pues todo concordaba una vez más y cualquier otra remota coincidencia parecería convenientemente ridícula.

Como podía ser posible. El conocía su pasado, le había otorgado el privilegio de hacerle participes sus vergonzosos secretos como lo haría una hija a su padre, como lo había considerado al principio, o como una amiga a un amigo, como un amante a otro. Porque él había callado, él lo sabía todo, se había desahogado con el... Entonces...< ¡¿Se aprovechó de mí?!>, -razonó con furibunda tristeza.

No tenía sentido, venia pensando mientras caminaba decidida hacia la casa de Narciso, necesitaba encontrar explicaciones aunque este no fuera el momento preciso debido a la volubilidad de las emociones.

No le tomo mucho tiempo llegar. La tienda aún estaba cerrada pero la puerta de la casa estaba entreabierta, obviamente por la actividad matutina del tendero. Camino decidida pero titubeo al entrar. Escuchaba la ininteligible voz de un locutor en una radiograbadora en algún lugar del cuarto y el viejo haciendo ruidos en su cocina.

Ella no tuvo que llamarlo pues apareció en segundos, vestido con unos pantalones y una camiseta.

Los ojos del hombre brillaban de la emoción ante la sorpresiva y gustosa visita mañanera, ataviada en pants deportivos y una blusa del mismo estilo. A pesar de notarla hermosa, como siempre, se desconcertó por esa cara de enojo inusual.

-Buenos días corazoncito -saludo Narciso, como ya le era costumbre aludirle,  ante una necesaria muestra de educación y afecto.

-Pásale, pásale, ando recogiendo un poc...

-¡No puedo créelo! -replico con voz cortada la mujer. -Es usted un...

-¿Que? -expreso aún más desconcertado y tratando de encontrar calma se acercaba a ella. -Que pasa amorcito ¿Todo está bien? Estás bien...

-¡Aléjese! -dijo con tímido llanto y repudio tratando de apartarse de él, tropezando con algunas viejas cosas -¡Es un mentiroso!

-¿Que?  ¿Como? Cálmate corazón...

-¡No me llame así! ¡Nunca más! -grito con fuerza, buscando calma para continuar -¡Usted lo sabía!

-¿Yo? ¿Sabía qué?

-Usted... Su hijo... -suspiro hondamente buscando valor a sus increpaciones. -¡Su hijo fue quien me secuestro cuando era niña!

Aquel individuo atisbó de inmediato las causas probables e inalienables, y su adusta cara se tornó culpable, sensible y de un inquietante temor, sobre todo por perderla. Sus planes, aquellos de una glacial venganza, se habían desvanecido ya hacia bastante tiempo, desde aquel día que empezó a profanar ese virginal cuerpo, había aprendido a ser dependiente de ese indulgente e incondicional cariño.

-No puedo creerlo. Usted SIEMPRE lo supo. Se lo conté antes de... -Una vergüenza interior la hizo descontinuar con las imperiosas hostilidades.

-Apacíguate mujer, mira yo...

-¡Cállese! No tiene nada que decir. ¡Lo odio! ¡Lo odio con toda mi alma! Es un hombre aborrecible. Mírese, no vale nada, no sirve para nada. ¿Sabe qué? Me alegro, me alegro que su hijo este en la cárcel, ojala se pudra...

El viejo esta turbado, sigue sin balbucir, había soportado cada palabra pero eso último no pudo soportarlo. Sabía el gran grado de su culpa. En algún momento creyó que tal vez todo podría ser una turbulenta reacción de mujer despechada  y que con mentiritas envueltas en severa lastima, solucionarían con el tiempo. Pero había soportado tantas humillaciones que esta última le hizo estallar.

-¡Cállate escuincla pendeja! ¡Quién te crees para venir a gritar así! ¡Eh!

Camila aguardo sintiéndose intimidada    y trago saliva armándose de nuevo.

-Es usted un imbécil. Púdrase maldito. ¡Poco hombre! -Cuando creyó seguir con su serie de insultos, el viejo volvió a arremeter, rabiando sonoramente:

-Jaja. Pinche chamaquita. Estas pendeja… ¿Qué soy poco hombre? ¿Que ya no te acuerdas?

El viejo se acercó a ella sigiloso, decidido, con los ojos bravos, mientras se agarraba el miembro con severa lascivia.

-¿Que ya no te acuerdas como gozaste de esta, mamasita?

Camila no pudo evitar mirarle aquel miembro que se dibujaba imponente en esos viejos pantalones de delgada tela. Pero no la emocionaban como pudo haberlo hecho antes. Ahora estaba furiosa y detestaba todo de él. El más fogoso recuerdo había desaparecido. Quiso revirarle pero aquel estaba enardecido.

-¡¿Eh?! ¿Ya no te acuerdas como me rogabas para que te la metiera? Gritabas como puta cuando te la metía.

-¡No! ¡Eso no es cierto!

-¿No? -Se acercó maliciosamente a ella pretendiendo besarla a la fuerza. Ella, más hábil, lo aparto.

-Jaja. Ahora vienes a decirme esas pendejadas. Si bien que gozaste conmigo. ¡Bien que te gusta chuparme la verga, bien que te gusta que te la meta!

Ella no pudo más. Salió corriendo rápidamente, entre sollozos, humillada, sin el menor sentido de orientación, solo quería alejarse ¿De una verdad dolorosa? Se sentía arrepentida, no por haber encarado a la mentira de esa relación, de las mentiras que la forjaron, si no dé, precisamente, haberla formado con tanta pasión.

A lo lejos escuchaba una voz cada vez más pequeña pero que no desaparecía.

4._

Camila contemplaba nostálgica el inicio de la pasiva tarde. Ayer había sido el día de su cumpleaños número treinta, y su regalo, además de otras cosas, había sido una cena nocturna en un bonito restaurant en la ciudad y después, llegando a casa, una dosis  de  caritativo e insulso sexo, para sus expectativas. El regalo tenía gran intención, pero le pareció poco ordinario. Su marido era un tipo que dé a menos se había vuelto atento, después del nacimiento de su hija, ahora una nena de poco más de cuatro años.

Quizás también había influido seriamente, el sincero hecho de que precisamente en un día de su cumpleaños, hace varios años, había entregado su cuerpo al fuego pasional, consiguió permitir que aquel repugnante sujeto de nombre Narciso, de forma impensada, jamás racionada, la hubiese gozado humillantemente, como en esa última vez de forma salvaje le había establecido, se había introducido en su tesoro preciado, su sexo, la había consumido y tal vez, solo tal vez, hasta la había amado.

Un morbo impuro, al ser casada, se apoderó de ella por aquellos días, sentimientos culposos pero sensaciones gloriosas habían fluctuado en su interior y aquellos contrastantes cuerpos, distantes en su belleza, se fundieron para ser solo uno y hacer, eventualmente, un nuevo ser. Con el pasar de los meses había engendrado un hijo, recuerdo constante de aquellas noches que aunque intentaba borrar, le eran inolvidables, pues veía, particularmente, los mismos ojos, en el.

Los niños jugaban inquietos por alguna parte del jardín, mientras ella arreglaba la planta de una bonita maceta, al mismo tiempo que se perdía en sus pensamientos. Luego de aquella fatal y dolorosa despedida de ese inusual amante, cayó en una ligera depresión, pero su cuerpo, inconscientemente, deseaba volver al reencuentro, a pesar de aquellas mentiras. Deseaba perdonar esas terribles y grotescas palabras donde  él  se había jactado burlonamente de sus realidades, del hecho evidente de una satisfacción mutua. Deseaba hacerle pasar placenteros los últimos días de vida a ese viejecito suyo, un hombre con el que había aprendido un tanto, se había sentido escuchada, le admirada en muchos sentidos y ella a su vez le reconfortaba haber hecho casi lo mismo por un tipo con una vida tan sufrida como la de él.

Había querido entender, irse lejos, apartarse de ese presente y pasado casi conjuntos. El morbo la recorrió como el viento cálido de cada tarde. De a poco solía verlo desde lejos con lastima, ignorando su sensatez, sus rencores, lo veía caer en su decadencia del abandono y un día más temprano, a su inminente deceso, desasirse de ella para siempre.

Sufrió lo necesario pero debía continuar. Pensó en abortar tan pronto supo de su embarazo, pues era obvio quien era el padre, y lo que conllevaba este ser, la mantenía inquieta. Pero no lo hizo, tal vez, por mera ideología y entendimiento humanitario. Muy pronto, por apego maternal, aprendió a amarlo, como alguna vez lo hizo con su padre biológico.

Después de una nueva y breve terapia, reformo su vida, una vez más, y después se casaría con un buen hombre, considerando a los que había conocido. Le parecía un tipo timorato, pasivo pero era bueno, no tenía vicios y disponía de  un buen trabajo como profesor en alguna preparatoria. Así, siete años después, tenía una vida más consolidada, estable y eso importaba mucho para sus posibilidades, pero esas nostálgicas sensaciones vivirían para siempre con ella.

El marido llegaba al poco rato y saludaba con trémulo cariño a sus hijos y estos correspondían a los abrazos y besos paternales. Ella haría lo mismo en su particular forma de marido y mujer. Él le hablo de una reunión en la tarde, con algunos colegas, tal vez solo avisaba o pedía permiso, pero ella terminaría accediendo, sin detallarse demasiado.

Subió y acomodo a los niños en el auto y emprendió la marcha. Aprovecho la salida vespertina, la de su marido y volvería temprano, incluso antes que él... Tenía que hacer algo en lo que había pensado profundamente los últimos días y desengañarse, en últimas instancias, abandonar los remordimientos, enterrar, si era posible, los tortuosos recuerdos.

No aparecía en ese lugar desde la última vez que lo vio envuelto en una sábana, sobre una camilla y lo enviaban a la morgue, un tormentoso día; por una parte decía que lo merecía pero una fuerza más grande, lloraba por esa eterna perdida.

Este último año particularmente le había resultado un tanto nostálgico, posiblemente surgido de sus propias insatisfacciones. Casi sucumbía la rojiza tarde de ese día viernes. Estaciono, con nerviosismo, el auto frente a ese domicilio, frente a una ya indetectable tienda, pero que ella sabía que había estado ahí, donde lo conoció a él, por vez primera.

Diríase que todo aquello le resultaba tan diferente, era obvio, el mundo es siempre cambiante, ya sea para bien o para mal. Las tiendas nuevas, casas nuevas, algunos edificios más grandes e imponentes, colores brillantes otros, la, mayoría, casi opacos, aunque ahí, en ese instante, todo parecía en tensa calma, las imperfecciones, los vehículos, alguno que otro transeúnte o los sonidos pasaban de largo, indiferentes a los requerimientos particulares.

-¿Dónde estamos mamá? -pregunto un inquieto y apuesto muchachito.

A veces, de manera nostálgica y fraterna, encontraba en el pequeño, o creía encontrar, la voz que la había conmovido, la que la sedujo y a priori varias veces le culmino a entregarse al placer, a mojar esas sabanas con el sudor de cuerpos enervantes y sexos en explosión.

Hubiese querido decirle la tétrica verdad al niño, hablarle de su origen y que así ambos se sintieran, incluso, orgullosos, pero, evidentemente, no había motivos considerables, ni justos, ni mucho menos prudentes.

-Estamos... -titubeo, no había pensado en alguna justificación, los chicos nunca preguntaron, solo se unieron a la salida pues les gustaba estar, de vez en cuando, fuera de casa. -Estamos en la casa de... de un... enfermo -atino ridículamente a decir, subestimando el juicio de sus hijos.  .  .

-¿Un enfermo? -cuestiono incomodo el muchachito.

-Si Rob. Recuerda que hay que visitar a los enfermos.

-¿Si? Ah si -respondió con inocente bondad -eso dice mi maestra. Que hay que visitar a los enfermos y ayudar a los necesitados.

-Así es Rob.

Vislumbro un poco más. Pero eso no le bastaba, por algo traía esa llave. Apeo del vehículo, de manera calma, insegura, mientras instaba a sus hijos a quedarse quietos y esperarla. Una actitud irresponsable, pero asumía que todo sucedería de forma breve. Los niños protestaron un poco, como era de esperarse, más que nada, querían acompañarla, pero no era así como debía hacerlo. Al final los convenció para que obedecieran. Ya luego les enseñaría a mentir para que el padre no supiera.

Sus zapatillas de tacón resonaban con el asfalto obscuro y luego, cruzando la línea amarilla, en el polvoroso y empedrado camino a la casucha. Algunos cabellos de su pelo un poco más corto, se desacomodaban de ese sencillo peinado. Su vestido ondeaba ligeramente mostrando la silueta femenil, sus curvas, sus pechos aun erguidos a pesar de haber amamantado a sus dos hijos y en primera instancia al pobre Narciso. Un cuerpo que envidiaría cualquier mujer y desearía encamar cualquier hombre con ansias carnales.

La casa estaba ruinosa, descuidada, como lo esperaba. El pasto crecía por todos lados posibles, le pareció recordar cuando alguna vez el viejo, con dificultades, intentaba recomponer ese irreparable nidito de amor o cuando habían planeado algo para realizarse, mejorar sus vidas, en alusión clara a Narciso. Las lágrimas no brotaron pero lo pretendían. Saco una llave, aquella que alguna vez, luego de terminar una faena sexual y estando juntos y desnudos, su amante le había entregado, haciéndole saber que esta también era su casa. Lo era legalmente pero ella siempre evito que todos lo supieran. Abrió con seria dificultad, los fierros estaban gastados y luego rechino severamente, lastimosos a los oídos y que ella supo tolerar. Volteo para mirar hacia alguna parte, si había alguien más, y una última, a sus hijos que solo la contemplaban inquietos dentro del auto y, pronto, se adentraba, con incertidumbre, a ese obscuro lugar.

La poca luz de la tarde, penetraba por las cavidades posibles. Ella busco el apagador pero no funciono. Encendió su celular y vio ese viejo candil y unos cerillos, algo conveniente pero que le pareció extraño. Se guio con él, mientras reconocía la casa, la recorría de manera exacta, aunque el tiempo también había pasado por ahí; cada rincón, cada pedazo de pared que se disgregaba. El espacio era ocupado por sillas desvencijadas, acomodadas sin sentido, madera apolillada,  muebles viejos, podridos, incompletos, expirante. Un olor a moho, a rancio, inunda la fría, la húmeda habitación. Los insectos hacen ruido desarrollando con normalidad su existencia; ella no se atemoriza tan pronto.

Camina poco más, hacia el fondo del cuarto y encuentra una vieja cama vacía, la misma cama que había hecho rechinar ella y su vetusto amante. La misma tiene la apariencia de que alguien la ha ocupado recientemente, algún vagabundo, pensó. Hay varias cajas de cartón acomodadas cerca de la cama, algunas roídas; algún conocido, tal vez, había organizado todo de manera indolente después del acaecimiento. Abre una de ellas con rápida curiosidad, solo son viejos trastos. Otra es abierta y reconoce de inmediato la ropa del difunto Narciso y toma una camisa, la reconoce. El recuerdo es imposible de mitigar y se disipan en las lágrimas incipientes que resbalan en el rubor de sus mejillas, mientras abraza con fuerza aquella prenda. Se sienta sobre la cama, su corto vestido se desacomoda recogiéndose, expone la piel de sus piernas e incluso la de sus nalgas y siente las frías sabanas, la dureza de la base.

Se encuentra apabullada, llorando en silencio, no contempla el tiempo que ha pasado, aún puede ser pronto para hacerlo, solo se limita a apreciarse en ese silencio con sus recuerdos. Enjuga sus lágrimas con sus desnudos brazos, acerca esa camisa a su rostro y aspira intentando encontrar un aroma; esta ahí muy pero muy ligeramente, todo lo demás  es  el olor de la edad orgánica de las cosas, pero no le importa, cierra los ojos y lo imagina. Inconscientemente abre las piernas, siente humedecerse, se recuesta un poco, aunque su cuerpo no asimila esas formas de la cama pero le da igual. Toma la camisa, la pasea sobre su piel desnuda, se ha levantado su vestido hasta sus caderas y ella misma se sobaja con intensidad creciente. Sus piernas están recogidas ya sobre la cama, sus tacones hunden las sabanas, posicionándose como si deseara intensamente ser penetrada.

La pasión aumenta, la camisa pasea por todas partes de su cuerpo, además de sus piernas, rodea su sexo, sobajean violentamente sus pechos y busca enredarse en su largo cuello. Sus piernas se abren y cierran, buscando atrapar algo que llene ese hueco, gimió apenas de forma audible, prometiendo más.

De pronto un sonido fuerte: alguien ha azotado la puerta, y ahora se acerca, de forma sigilosa. Ella se alerta de inmediato, pero el sujeto, incrédulo, la ve recogerse su vestido y  con esa camisa en una mano.

-¡Quien eres! -increpa con seriedad el individuo. Pensó en correr pero al ver a esa indefensa mujer, según su parecer, decide quedarse y averiguarlo.

Ella se siente alarmada, confusa y muy temerosa. Contempla las duras facciones del tipo, cansado, arruinado por una mala vida y de inmediato las relaciona con alguien de forma vaga porque no logra a algo concreto. Se descubre intrusa, que podría responder ¿Que se encuentra en la casa del que fue su amante? ¿Qué esculcaba en los recuerdos? Sabe que ha hecho mal, pero si lo piensa, la casa es suya y ese es el intruso en realidad.

-¡¿Eh?! -reitera con brusquedad inocua. -Quien eres mamasita.

El tipo parece violento, viste mal y huele seriamente horripilante. No hay nada favorable en él. No sabe que responder. Se acuerda de sus hijos, la aguardan afuera y seguramente ya están preocupados por ella. <-¿Y si les hizo hecho algo este tipejo antes de entrar?> se preguntaba inquieta, su amor de madre le hacían reaccionar de lo mal que estaba todo este asunto.

-Msh -rechisto el sujeto -Yo te he visto en algún lao -de pronto inesperadamente expreso el de apariencia de vagabundo. -Te he visto en alguna parte... Si... Pero no, no me acuerdo, puta madre...

Ese acento, esa manera de hablar, tenía relación con algo, con algún suceso, con alguien en su vida... Apuro a levantarse y quiso salir corriendo, de forma torpe pues no había logrado dar más de dos pasos cuando ya era sujetada del brazo y aferrada con sus cabellos.

-¡Auxilio! -grito desesperada, era lo único que se le había ocurrido y ahora esperaba  un oportuno héroe, sabía quién era el, y temía lo peor. -Auxil...

-¡Cállate pendeja! -ordeno con brusquedad, tapándole la boca antes de que pudiera decir más y meterlo a él en problemas.

De pronto volvió a rechistar con profundo asombro:

-No chingues... Tú eres... Si, si, sabía que te conocía putita. -La tiro a la cama, sin soltarla, ni dejarla hablar mientras ella, respiraba con resuello, pataleaba e intentaba liberarse de su prisión. Esa manera de gritar esos suplicantes ojos le habían hecho recordar. -No chingues, jeje, mira nomas, donde nos volvemos a encontrar, jaja, pos que suerte jaja... Estas hecha una hermosura mi vida.

El tipo era fofo, a pesar de su barriga prominente, pero resultaba pesado y tosco. Apreciaba la erección, para su apreciación obvia, era la misma que el padre poseía, que apuntalaba contra su vientre, pero luego ignoraba preocupándose más por querer estar fuera de ahí. La luz se empezaba a desvanecer, sus hijos le preocupaban.

-Sss... ¡Ya! ¡Estate quieta pendeja! -grito apretándola con más fuerza, aferrando su mano a los labios de la mujer. -Sss... Estas riquiiiisima. Ora si te voy a gozar, ya no te me vas a escapar jaja. Ah bueno -suspiro -esa vez nos apendejamos jaja, pero como dicen, más vale tarde que nunca.

El sujeto empezó a manosearla complicándose un poco, pues no se hallaba quieta, y se movía de forma muy brusca.

-¡Ya pendeja! ¿Quieres que te lastime? –exclamo con ahínco y luciéndole una vieja navaja. -¡Eh! Te voy a meter la verga quieras o no pinche vieja.  Todos estos años escondiéndome como rata por tu culpa hija de la chingada.

La mujer aprovecho un breve instante, en el que vio una oportunidad y le propino un rodillazo en los testículos del desgarbado hombre, pero este aguanto estoico. Le propino un escupitajo que cayó por su frente y circundaba su ojo izquierdo. Apretando los dientes, escupió otra vez y con ojos encendidos le sentencio.

-Ora si vas a ver pendeja. ¡Te voy a enseñar que conmigo nadie se mete!

La habitación oscurecía, la obscuridad de una profunda tarde alejaba sus escasas luces, una bruma de temor, angustia, desasosiego, dejando un sabor de catarral atmosfera, augurando la sensación terminal de una catástrofe para algunos buena, para muchos otros mala. La luz del antiguo candil, se proyectaba con fuerza, dibujando gigantes sombras, abstractas, representativas de amantes. Ella figuraba el rostro enfermo de su captor, el aroma penetrante de licor barato, de cigarros y mala comida. El arremetía con fuerza sus besos forzados, caricias frentas y desesperadas, y con locura, locura desatada al contemplar, al sentir el calor corporal de aquella mujer.

Sopesando, que influiría más, que se rendiría pronto, que oportunidad habría; tal vez la fuerza con la que el sujeto llevaría al límite sus evidentes deseos, sobrevendría el auxilio ya necesario, o la combatividad constante pero inútil ante la inminente rendición de una chica, que tal vez se sumiría por sus propios insanos deseos, a los que había recurrido, nebulosamente, los últimos días y la habían traído hasta ahí, al placer que necesitaba encontrar en esa casa, su casa, y que tal vez ese intruso, ese oportuno intruso, un muy conveniente intruso, le podría otorgar.

[.]