Un sueño para mi II

Como nuestras chicas se olvidaron de nosotr@s hemos buscado a alguien que nos cuente que han estado haciendo.

Estiró los hombros hacia atrás mientras inclinaba la cabeza hacia delante, todo el cansancio acumulado le cayó de repente encima. Había sido el peor viaje de toda su vida. En el aeropuerto de Bombay, ahora Mumbay, le perdieron la maleta. Quien diría que esa mega ciudad fuera en otro tiempo una isla, la Manhattan de la India. Los extremistas habían puesto una bomba en un edificio oficial muy cerca del Taj Mahal Palace, el hotel que le recomendaron en la agencia de viajes donde adquirió su billete hacia lo desconocido. El caos y el miedo se apoderaron de todo impidiéndole pensar en nada que no fuera sentirse a salvo.Pasó muchas horas encerrada en su habitación por miedo a que sucediera algo más. Al final, empleados del hotel pasaron por todas las habitaciones cerciorándose del estado de los huéspedes y dándoles la información de la que disponían en esos momentos. Al día siguiente por la mañana un empleado de la embajada también pasó por el hotel para comprobar su estado. Por suerte, en casi una semana las cosas se normalizaron y pudo continuar con sus descubrimientos.

Se dejó caer en le sofá derrotada por dieciocho horas de vuelos y escalas. Un vuelo local hasta Delhi, de ahí a Madrid, y para culminar otro vuelo doméstico hasta la ciudad donde suspiraba tranquilamente en el sofá.

Cerró los ojos y dejó caer la cabeza pesadamente en el respaldo, sin dejar de pensar en el viaje. Las desigualdades, los olores, los colores, la gente, entre la pobreza extrema y la felicidad inverosímil. Se le escapó una sonrisa melancólica al recordar la lágrima de tristeza empática que derramó mientras contemplaba el Taj Mahal rememorando la historia de su construcción. La naturaleza salvaje. La contaminación de las grandes ciudades. Los trenes destartalados. Volvió a experimentar el sentimiento de pérdida que le produjo la visita a la casa de Mahatma Gandhi en Mumbay. La serenidad de los ashram aislados del mundo. Y volvió a sonreír al recordar a los policías tomados por el meñique y haciendo patrulla o la forma tan extraña, para ella, que tienen de mover la cabeza para decirte que si. Que siempre hay alguien que intenta venderte algo o que te pide una limosna. Probablemente había sido el viaje de su vida, un viaje que le había cambiado por fuera y por dentro. Por fuera imprimiendo un hermoso color dorado a su piel y dejándole un agotamiento considerable además de un odio de por vida hacia los mosquitos. Por dentro sentía haber madurado cinco años o más, valorando la vida y el lugar donde vivía, la suerte, más allá de los problemas puntuales de haber nacido en la familia en que lo hizo. Como la vida es mucho más simple de como normalmente nos la pintan, como la felicidad es un estado que no depende de lo material o lo hermoso de la sonrisa de un niño. Y por supuesto, y definitivamente, que no le gusta el picante, aunque flipara con los helados de mango. Más la certeza, de que a pesar de cuánto le gusta conducir, no se pondría al volante de un coche en la india ni loca de remate, aquello era lo más parecido a los autos de choque en versión “live”.

Se arengaba mentalmente para mandarse a la ducha cuando de repente se percató que durante su odisea particular apenas había pensado en la gente que dejó atrás, la familia, los amigos, y por supuesto Ella. Fueron tal cantidad de cosas nuevas que apabullaron sus sentidos, eliminando todo lo que no estaba presente, fue una desconexión total de su vida rutinaria.

Hacía más de cuarenta y cinco días que no la veía y no hablaba con Ella, pero al recordarla su estómago dio un vuelco. Recordó su único beso, borroso ya en la memoria, y todos los ratos que pasaron juntas, los sentimientos que crecían sin parar y la desazón de que nunca las cosas iban más allá, que todo parecía quedarse en una amistad.

Cincuenta días antes decidió que no podía seguir acumulando nervios mientras esperaba a que Ella la llamara o a que diese algún paso más. Muchas veces pensó abalanzarse sobre Ella y robarle uno y mil besos, pero le gustaba la amistad que tenían y era una persona tan hermética para algunas cosas que no se atrevía a predecir como reaccionaría si daba el paso. Lo que, sin duda, no quería era dar un paso en falso y enturbiar la amistad que compartían. Siempre prefirió conservar su amistad que darle alas a los sentimientos que anidaban en su corazón.

En este estado salió a dar un paseo, para oxigenar el cerebro y distender los nervios. Caminaba por la noche fría al tiempo que jugueteaba con el móvil en las manos. Un coche hizo sonar la bocina saludando a un conocido, ella se sobresaltó y se le escapó el aparato de las manos, dividiéndose por arte de la gravedad, en tres. Recogió del suelo las partes y aprovechó la luz de un escaparate para montar la batería y la tapa trasera. Al finalizar y levantar la vista se encontró con una foto enorme del Taj Mahal y un anuncio de un gran viaje por la exótica India. Cuarenta y cinco días para conocer un país con mil caras.

Sintió como una especie de flechazo, una certeza absoluta de que el paseo iba a durar mucho más de una hora y de que ya tenía destino. Al otro día se levantó tarde, ya no tenía prisas para nada, se aseó y bajó a desayunar en una soleada terraza. Parecía que todo el universo estaba de tan buen humor como ella, hasta el tiempo. Acto seguido se plantó en la agencia y adquirió su viaje a lo desconocido.

Si bien durante cuarenta y cinco largos días se olvidó de su vida diaria y así de Ella, ahora, de nuevo en la soledad de su casa volvía a pensar en Ella. Sentía como se alteraba su respiración y unas mariposas indómitas revoloteaban por su estómago.

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En otro barrio de la ciudad, Ella se revolvía intranquila en la cama. Se levantaba a la cocina a por agua y vuelta a la cama, de nuevo al baño y vuelta a la cama. En principio no reparó en el origen de su intranquilidad, pero en cuanto focalizó su razón en el tema no pudo negarse que era su llegada lo que la tenía profundamente intranquila. Cuanto más pasaba la noche más faltaba para el amanecer.

Fueron los cuarenta y cinco peores días de su vida, pensaba. Al principio no pensó que ella fuera capaz, pero lo fue. ¡Desapareció cuarenta y cinco días sin pestañear! Sin mirar atrás. Llevaba mes y medio sin comer ni dormir bien, hasta respirar le costaba a veces. Y luego el atentado, que la tuvo una semana pegada a la televisión, hasta que todos los medios aseguraron que no había ninguna víctima española. Con las autoridades no hubo nada que hacer, como no eran familia se negaron a darle información. Y a su familia tampoco la conocía, con lo cual no le quedó más remedio que aguantar estoicamente su vuelta o las noticias de la televisión.

Ahora sabía que la amaba, más de lo que creyó y más de lo que nunca amó a nadie. Lástima de su timidez enfermiza y de tener una ex novia pariente del perro del hortelano, que no quería nada con Ella pero que reclamaba su cuota periódica de adoración. Esto la mantenía en la confusión y le impedía tomar decisiones que tampoco era capaz de tomar.

Pero ahora ya lo sabía, sabía por quien latía realmente su corazón, lo que no sabía era como conquistar ese amor, ella se fue sin volver la vista atrás. No le parecía un buen síntoma.

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El día llegó con su luz cegadora y sus cálidos rayos, dándole la bienvenida a casa. Se desperezó tranquilamente en la cama, la suerte quiso que no hubiera de preocuparse por el trabajo, y luego de dos o tres movimientos felinos alargó la mano hacia la mesilla de noche. Desconectó el móvil y se dispuso a encenderlo. No había querido llevárselo para evitar la posibilidad de perderlo o que se lo pudiesen robar. En breves minutos comenzó a caer una avalancha de mensajes acumulados durante cincuenta días. Los miró con una culpable sonrisa de satisfacción, la mayoría eran de sus amigas preocupadas por su marcha o su estado. También mensajes de su madre amenazando con echarla de la familia si le volvía a hacer algo así, si volvía a desaparecer al otro lado del mundo sin ningún tipo de compañía. Al final resultaba que la querían, rió internamente. No había mensajes de Ella, Ella si sabía que se iba de viaje, aunque no supiera por qué.

Después de comprobar el móvil y el correo holgazaneó un rato por la casa y cuando el hambre comenzó a poner música a sus tripas se preparó para bajar a comer, en la misma terraza donde desayunara cincuenta días antes. Ducha, ropa cómoda, llaves, móvil y salió saltando alegremente los escalones hacia la calle.

Cuando ya tenía el tirador en la mano derecha, en la izquierda sonó un timbre que por un momento se le hizo extraño, miró alrededor buscando el origen del sonido, tardó unos segundos en asociarlo con su teléfono móvil. Rió divertida por el despiste mientras miraba la pantalla y paró en seco al comprobar la identidad del usuario, usuaria en este caso. Era Ella. Su voz sonaba alegre al otro lado del teléfono. Tras el hola inicial descargó toda la batería de preguntas que llevaba cuarenta y cinco días coleccionando, la conversación se alargaba y al final coincidieron en que quedar a comer era una opción mucho más práctica y agradable. Así pues quedaron para almorzar juntas. Prosiguió su camino hasta el restaurante, pero esta vez no eligió terraza si no que entró en el local y eligió la mesa más apartada y tranquila del comedor, imaginaba que sería una charla larga donde tendría que dar cuenta de todas sus peripecias. Se sentó intranquila. Inmediatamente apareció en su mesa la camarera. Llegó con una sonrisa que más que de oreja a oreja se podría decir que le llegaba hasta la nuca. Como clienta habitual conocía al personal pero nunca le prestó mayor atención. Ordenó un blanco afrutado para degustar en la espera mientras contestaba por el aire a las preguntas de la chica por su ausencia. Ciertamente nunca le había prestado atención pero la sonrisa con la que la recibió más las interesadas preguntas hizo que mientras preparaba su pedido la detallara pacientemente. La verdad no estaba nada mal, alta y bien proporcionada con una larga melena castaño claro y unos honestos ojos color miel. Vamos, una mujer con todo en su sitio. Quizás si su corazón no tuviese inquilina se lo plantearía como una posibilidad. Pero ni siquiera la separación absoluta había hecho menguar su amor por Ella. Así que el interés de la hermosa camarera, si existía, tendría que esperar a que las cosas cambiaran profundamente.