Un sueño alcanzado

No hay hombre que no ame apasionantemente a una mujer. Siempre ha habido alguna que se haya cruzado en la vida de todo varón, haciéndole perder la cordura. Aquí comienza esta historia

Nunca ocurrió, ni posiblemente nunca ocurra, así que la única manera de poder rozar su piel y saborear el dulce néctar de su boca es plasmando en papel todas las fantasías albergadas en lo más profundo de mi alma. Como dice Joaquín Sabina “ No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás existió”.

Sobra decir que ésta historia es totalmente inventada.  A través de ésta quisiera expresar mis sentimientos hacia ella, unos sentimientos que ella no debe conocer de su existencia. Puesto que es imposible que los más profundos deseos de mi corazón se puedan realizar, he de olvidar a esta mujer, y para poder desterrar este sentimiento,  he de desahogar todo lo que llevo aquí dentro.

No hay hombre que no ame apasionantemente a una mujer. Siempre ha habido alguna que se haya cruzado en la vida de todo varón, haciéndole  perder la cordura. Aquí comienza esta historia inventada, que nunca sucedió y que nunca sucederá.

UN SUEÑO ALCANZADO.

Como cada mañana, sonó el despertador, rompiendo así el plácido silencio que acompaña al calor de las sábanas en las horas en las que el alba apenas ha comenzado a despuntar.

Como cada día laborable me levanté y tomé una ducha. Mientras que el agua caía por mi cuerpo y recorría mi piel, pensaba en lo cruel que había sido la vida. Cómo el destino me arrebató a la mujer de mi vida: un ángel enfrascado en el cuerpo de una mujer de 25 años, 1.70, ni extremadamente delgada ni gordita;  ojos marrones y cuyo cabello entre castaño y rubio. ¿O tal vez era entre rubio y castaño? Bueno es igual. Su nombre, corto y dulce como el susurro de una suave brisa de verano: Ana. Sin embargo, no podría ni imaginarme lo que me iba a esperar, pues lo que una vez el destino me quitó, pronto me lo volvería a dar.

Salí de la ducha y contemplé mi reflejo en el espejo empañado: un joven de 26 años, 1.75,  moreno, ojos color miel, algo rellenito. Tras vestirme y poner la cafetera al fuego, estuve repasando las facturas. Entre el alquiler del piso, los gastos de la casa (luz, teléfono agua…) el coche, y demás, me costaba llegar a fin de mes. La única opción que me quedaba era buscar un compañero de piso que me ayudara con los gastos de la casa. Vivía en un piso de 75 metros cuadrados con 3 habitaciones, cuarto de baño y cocina. Hablé con la casera y me dijo que no había inconveniente ninguno en buscar compañero de piso, siempre cuando se pagara puntualmente el alquiler, unos 600€ mensualmente.

Aquella tarde salí del trabajo, soy guionista en una pequeña radio, media hora antes de lo previsto. El programa había salido a la perfección y el jefe nos permitió salir de la hora de costumbre. Quién iba a decirme a mí que en esos treinta minutos ocurriría algo que cambiaría mi vida. En efecto, me encontré con ella. Me quedé paralizado, no sabía qué hacer si hablarle o dejar que pasara de largo. No la veía desde hace dos años, en una cena en la que nos juntamos viejos amigos del instituto. No había cambiado nada, seguía igual de hermosa que por aquel entonces. Decidí hablar con ella, así que me planté delante de ella con la mejor de mis sonrisas:

-          ¡Hola!- le dije- ¿Te acuerdas de mí?

-          ¡No es posible!- me contestó incrédula pero a la vez contenta por verme- ¿Cómo no me voy a acordar de ti?

A esta pregunta le sucedieron los dos típicos besos en la mejilla. Ahí pude volver a oler su divina fragancia, una mezcla entre rosas y su olor personal.

-¿Tienes prisa? – Le pregunté - ¿Te apetece que tomemos algo y mientras charlamos?

  • Por mí perfecto.

Fuimos a un bar cercano. Comenzamos a hablar, y cada uno nos pusimos al corriente de la situación del otro. Ella se graduó en magisterio y obtuvo plaza en un colegio privado. En cuanto su vida amorosa por desgracia (o por suerte para mí) no iba por el mismo camino: su novio, con el que iba a casarse tras 7 años de relación tuvo un desliz con una mulata. Ella se enteró por boca de unas amigas y el éste confesó más adelante el adulterio.

-          Pues ahora mismo estoy destrozada

-          Ya, imagino que debes sentirte mal.

-          Ahora mismo quiero centrarme en mi profesión y deshacerme de todo lo que tenía con el imbécil de mi ex. He vendido el piso que compramos y he vuelto a casa de mis padres. Ahora estoy buscando algún piso que se alquile o que se venda para poder rehacer mi vida.

Esa última frase me dio una idea, posiblemente descabellada y a la vez desesperada. Pensé en pedirle que se viniera a vivir conmigo, así la tenía cerca y de paso me ayudaba a pagar el alquiler y los demás gastos del piso)

-          Oye pues sabes que busco compañero de piso- le dejé caer la piedrecita- ¿Vienes a vivir conmigo?

Le expliqué la situación por la que yo me encontraba (asfixiado por gastos que pronto pasarían a ser deudas).

-          No sé, tendría que pensarlo.

-          Mujer, tú piensa lo que quieras, pero te lo propongo por el hecho de que es mejor meter a alguien conocido en el piso.

Se hizo el silencio. Ana estaba pensativa.

-          Escucha, si quieres podemos intentarlo. Si no te sientes cómoda pues vuelves con tus padres y te devuelvo el dinero.

Tras un breve periodo de tiempo, ella digo un “Acepto”. No me lo podía creer, el amor de mi vida, la chica que siempre amé desde el instituto, iba a venir a dormir en el mismo sitio que yo.

Me hallaba como en una partida de Póker, tenía que jugármela a todo o nada. Solo tenía esta oportunidad y no podía desperdiciarla, no podía volver a perderla, y ésta vez sería para siempre.  La cosa debía surgir con naturalidad y sin presiones. Tenía que hacerla sentir bien, ayudarla a olvidar al pedazo de capullo (al que estaré eternamente agradecido por cargarse su relación), sin que se notase mi desesperación por estar con ella.

Su instalación en mi casa fue de forma rápida, tres días posteriores al reencuentro y al café fueron suficientes para que se instalara por completo. Los días pasaban de una manera especial, el piso volvió a tener alegría y risas. Me encantaba verla sonreír. Adoraba verla sonreír. Intentaba hacer que ella se sintiera lo más a gusto posible y que no pensara ni un segundo en su ex. La rutina diaria era la siguiente: íbamos a trabajar a la misma hora, y ella, como salía antes que yo, se pasaba por la emisora a recogerme. Íbamos a casa, comíamos juntos, dábamos un paseo por el parque, al cine, cenábamos y luego veíamos la tele antes de irnos a la cama (Cada uno por su lado, que conste). Las tardes que ella tenía claustro intentaba darle alguna sorpresa: preparaba su plato favorito para cenar, o compraba en una repostería algún postre que a ella le gustase. Sin duda los pequeños detalles son los que pueden decidir el futuro en una relación, así que hasta el más mínimo detalle no podía dejar pasado por alto si quería que ella me llegase a amar como yo la amo a ella.

Una tarde de sábado, paseamos por la cuidad. Nos sentamos en un banco de un parque. Y ella giró la cabeza hacia a mí y me dijo:

-¡Gracias!

-¿Gracias por qué?- le pregunté con intriga

-Gracias por hacerme sentir mejor esta tarde- me contestó

Acercó su boca muy despacio a la mía, y muy suavemente, muy dulcemente sentí el roce con sus finos labios. Una sensación indescriptible en mí se produjo. Mi alma llenó de repente el vacío que había en ella. El pulso en cuestión de segundos se me aceleró cada vez más deprisa. Durante ese pequeño intervalo, inexplicablemente, se paralizó la ciudad. Sólo se escuchaba el latido de nuestras respiraciones y el sonido de la fricción que producían nuestros labios, pegados uno al otro. Nada más se oía. Solo sentí el calor de su boca y el apacible sabor y aroma que desprendía. Quedé inevitablemente enganchado a ellos. Quedé atrapado por el perfume de su piel.

Ella terminó de besarme y despegó sus labios muy lentamente, sin prisa, como si el mundo no fuera a acabar mañana, devolviéndome una sonrisa que brilló más que el mismo sol, haciendo que éste por vergüenza se escondiera dejando que la luna saliera y nos observara mientras intercambiábamos caricias, miradas, risas, besos…

-¡Vámonos a casa! – Me dijo ella- No me encuentro bien.

Fuimos a casa, y al cerrar la puerta se lanzó a mí como una leona a por su presa. Sin parar de besarnos, nuestros cuerpos intentaban buscarse quitándonos  la ropa a  bruscos tirones, mientras nuestras lenguas se enredaban como dos serpientes.

La agarré de un brazo, la llevé al dormitorio, la lancé contra la cama, y  me subí  encima de ella. Continué besándola mientras nuestras manos rodeaban los torsos semidesnudos del otro. Nuestros instintos más primitivos y salvajes se dejaban notar cada vez con más presencia.

Logré sacarle la falda y las braguitas color rosado que tenía, y con la lengua comencé a  recorrer  su cuerpo de arriba abajo y de abajo a arriba, lentamente, suavecito. La besé en las piernas, la cintura, y llegué  a su sexo. Me dispuse a besarlo, saborearlo, lamerlo, chuparlo...  Estábamos poseídos, sobre todo ella, que parecía estar recibiendo un exorcismo por las convulsiones que sufría.  Separé sus labios y empecé a darle pequeños mordisquitos al clítoris, poco a poco, suevamente, lentamente.  Pronto noté como se iba “derritiendo”, su cuerpo, lo que demostraba que estaba excitadísima.

“Hagamos el amor” me dijo ella. Introduje  mi polla en su vagina lentamente. Poco a poco, sentíamos como mi pene se introducía cada vez más por su sexo gracias a la hidratación del suyo. Nuestras caderas al principio bailaron un suave y lento vals y poco después parecían bailar una rápida canción de jazz.  Un extraño, misterioso y placentero fuego se apoderó de los dos, cada vez nuestros cuerpos pedían más fricción y a mayor velocidad. Empezamos a gemir cual dos sordomudos queriendo transmitir el placer sentido en el momento. Un placer indescriptible con palabras. Un placer cada vez más intenso que se apoderaba de nuestros cuerpos y que culminó con un grito que rompió el silencio de la noche.

Nos hallábamos exhaustos por el esfuerzo físico. Litros y litros de sudor nos envolvían. Un fuerte y agradable olor a sexo se hallaba presente en la habitación.

-          ¡Ha sido increíble!- dijo ella con la respiración entrecortada.

-          Increíble creo que se queda corto.

Aquella noche hicimos el amor varias veces más. Y nunca más volvimos a dormir solos.

¡Gracias por leer este relato! Espero que disfruten leyéndolo tanto como yo escribiéndolo. Espero sus comentarios y si desean contactar conmigo, escríbanme al correo electrónico.

¡Saludos!