Un sueño
Sueño en el que tú y yo nos dejamos llevar por la lujuria para acabar en orgía con el servicio de un hotel.
La verdadera dimensión de un sueño se determina por la irrealidad que representa. Algunos han estudiado las vinculaciones entre sueños y realidad o realidad y sueños. Las conclusiones son del todo variopintas y llegan a asombrar hasta al más crédulo en tanto en cuanto pueden llegar a interpretarse como incuestionables profecías.
Abreviemos. Según mi clasificación de los sueños disponemos de tres tipos, a saber: los que ni fu ni fa, los que denominamos pesadillas y los que nos elevan hasta lo más alto de los placeres. Todas las demás variantes las acomodaremos en el tipo "ni fu ni fa".
Una vez aclarado esto, simplemente deseo reafirmar la falta de efectos secundarios de los sueños inscritos en el tercer tipo. Uno se puede dar un respiro con un sueño y luego estar de putísima madre aunque el objeto del sueño haya sido que nos ha tocado la Primitiva y hemos derrochado a espuertas. Sentimiento de culpabilidad: ninguno. Disfrute: de la hostia.
Llegado a este punto, paso a narrarte un sueño que tuve anoche y en el que tú eras protagonista. Si te interesa, sigue leyendo. Si no a otra cosa mariposa.
Nos encontrábamos tú y yo en una playa paradisiaca tumbados en sendas hamacas y bebiendo de alguna bebida tropical. El sol pegaba fuerte pero la brisa del mar y el movimiento de las hojas de las palmeras nos mantenían inmersos en un estado semi-catatónico. Era un placer el que experimentábamos.
No había nadie por los alrededores. Detrás de nosotros, a unos 300 metros se apreciaba la figura de un hotel de lujo. Nadie en la playa excepto tú y yo.
Pasaban los minutos, quizás las horas, sonaba música caribeña de fondo y un calor interior nos subía a ambos desde la entrepierna hasta el pecho, ascendía hasta la garganta y se fundía con los neurotransmisores de nuestros cerebros. Éstos daban la orden a todas las neuronas de que lo que realmente queríamos era follar.
Tumbado yo sobre la hamaca, noté como tú te incorporabas, dejabas el vaso en el suelo y te dirigías hasta mí. Te tumbabas encima con el cuerpo sudoroso y me dabas un beso en los labios con sabor a champán y carmín. Tus tetas, olé tus tetas, se fundían con mi pecho y mis manos agarraban tu culo con fuerza y decisión.
Tus jadeos en mi oído y la turgencia de tus pechos sobre el mío me producían tal excitación que la polla, dura como nunca antes había estado, se te clavaba en el pubis. En mi sueño cogí tu cabeza con las dos manos y te la fui bajando hasta ponértela a la altura de la polla. Con los dientes rasgaste el tanga que llevaba puesto y permitiste que emergiera una polla que no tardaste nada en meterte en la boca. El calor te había excitado tanto que comenzaste a comérmela frenéticamente, relamiéndola y engulléndola una y otra vez. Mientras tanto, de una cesta de frutas que tenía junto a mí, cogí una banana hondureña de desproporcionadas dimensiones, te cogí fuertemente, te tumbé en mi hamaca y te la introduje por detrás. Primero poco a poco, pero como el coño estaba tan chorreoso, un simple golpe bastó para que entrara casi en su totalidad y tocara fondo. Comencé a menearla dentro de ti y agarrándote por los muslos te puse a cuatro patas y yo me situé entre tus piernas de tal forma que mientras te follaba con la banana, te comía el coño. Primero pasaba la lengua por tus labios mayores y los mordía con la fuerza suficiente para que te proporcionara un inmenso placer. Luego recorría cada uno de los pliegues de tu coño con la lengua y me detenía en tu clítoris. Lo mimaba, lo impregnaba de saliva, lo mareaba con mi lengua, lo notaba duro, muy duro. Inmediatamente, comenzaste a restregar tu coño contra mi cara y noté coño una laaaaaarga corrida se desprendía de tu boca para entrar en la mía. Quedaste exhausta y rodando caíste sobre la arena. Te di de beber de mi vaso y te dejé descansar. A los pocos minutos, nos metimos en el mar azul turquesa y jugamos. Yo te miré fijamente y tus ojos penetraron en mis pupilas: ya estaba todo dicho. Apresuradamente salimos del agua y tú te pusiste un pareo. Yo mis pantalones. Nos dirigimos al hotel y subimos a la habitación. La cama era ancha, de agua, creo. El cabezal era de barrotes de hierro forjado y un inmenso balcón con vistas al mar iluminaba la habitación.
Allí, sobre la cama y después de habernos dado una ducha, nos liamos un canuto. Tumbados comenzamos a fumárnoslo. Subía poco a poco pero pegaba, vaya si pegaba. Por momentos sentía que querías escapar de mi sueño pero te atrapé, cogí un par de toallas y te até al cabezal de la cama. No te tapé los ojos porque quería que vieras todo lo que te iba a hacer.
¿Tenías sed? ¿Tenías cosquilleo en la barriga? ¿Tenías ganas locas de follar? Todo eso lo íbamos a solucionar rápidamente.
Llamé al servicio del hotel y pedí una botella de Moet. Al minuto estaban llamando a la puerta: era la camarera. Joven morena de pechos generosos y curvas pronunciadas. Labios siliconados y un piercing en la lengua. Me miró unos instantes esperando propina. La obtuvo mucho más generosa de lo normal en estos casos y le susurré al oído unas propuestas que aceptó encantada. Delante de ti comenzó a desnudarse. Tenía, desnuda, un cuerpo de impresión. Cogió la botella de champán de la cubitera y la fue pasando por todo tu cuerpo, desde los tobillos hasta las mejillas. Yo mientras había introducido cuatro cubitos de hielo en un condón y comencé a metértelo en el coño. La camarera dejó la botella en el suelo, acercó su boca a la tuya y te metió la lengua hasta lo más profundo de tu garganta de tal manera que notabas cómo su piercing jugaba con tu lengua, acariciaba tu paladar y recorría todos los pliegues de tu boca. Mientras tanto, yo saqué los hielos de tu coño y pasé a meterte la polla caliente e hinchada que con los movimientos que le imprimía fueron calentando ese coño que había notado tan frío. Tú me apretabas la polla para impedir que se escapase de tu agujero y la camarera se puso de cuclillas sobre tu boca para que le comieras el coño. Era una experiencia nueva, diferente, excitante. Creías ponerte en mi lugar cuando yo te lo como a ti y creías sentir lo mismo que yo siento cuando lo hago. Lo hacías tan bien que notabas cómo los fluidos de la chica resbalaban por las comisuras de tus labios y, fumada como estabas, no sólo no te importaba sino que te estaba encantando. por un lado, la camarera sobre ti, por otro, yo follándote con fuerza. Nada podía impedir que te dejaras llevar por el placer y correrte otra vez de un modo salvaje y sonoro.
Aún no te habías repuesto cuando yo ya estaba sobre ti de nuevo. Ahora quería que me la chuparas, que jugaras con mi polla Te desaté y te dejé libertad de movimientos. Aproveché para retomar la botella de champán aún fría y te la fui metiendo poco a poco en el coño. La saqué, abrí el tapón, y vertí parte del frío líquido dentro de ti. Apretabas el coño con tal fuerza que ni una sola gota se escapaba de tu agujero. Sólo cuando así lo deseaste, permitiste que se vertiera parte del Moet en mi boca y me lo bebí mezclado con tus fluidos.
Estabas demasiado fumada y excitada como para dejar la cosa así. Llamé de nuevo al servicio y pedí una fuente de frutas tropicales: mangos, bananas, piñas, aguacates
Llamaron a la puerta y cuando abrí me encontré con un joven moreno, bien formado y atractivo, bronceado y con una sonrisa seductora. Le di otra propina y comenzó a desnudarse delante de los tres. Al principio tímido, se acercó a la camarera, pero yo lo aparté porque ella era ahora para mí. La cogí del pelo y le metí la polla en la boca. ¡Qué sensación! Su lengua con el piercing me lamía la polla de un modo nunca antes experimentado. Me la acariciaba, me la humedecía y me la mordisqueaba, pero la sensación de la bola metálica recorriéndome la polla de punta a punta era indescriptible.
Tú no querías quedarte al margen, así que mirándome a los ojos agarraste al camarero por las caderas y engulliste toda su polla delante de mí para que lo viera bien. Te la tragabas hasta el fondo y, cuando la sacabas del todo, me sonreías "a ver si esa te lo hace tan bien como yo, guapito de cara" parecías pensar. Los cuatro parecíamos posesos con ganas de meter la polla donde fuera y de que os metieran algo duro rápidamente. En cuanto me descuidé, estabas montada encima del camarero follándotelo. Yo inmediatamente me puse detrás de ti y te agarré las tetas mientras te mordía la nuca. Comencé a sobarte los pechos sin compasión mientras que te susurraba al oído "guarra, eso es lo que querías ¿verdad? pues esto no es más que el comienzo de todo por lo que vas a pasar y te va a dar un gusto de la hostia. ¿Te apetece que te meta la polla en el culo? ¿Un sándwich?". Cogí una banana madura y comencé a metértela por el culo mientras te follabas al camata. Casi al instante ya se había casi derretido y tu culo estaba completamente lubricado. Había llegado el momento de que vivieras algo único: te introduje la polla por el culo mientras notaba cómo, dentro de ti, friccionaban dos nabos, dos enormes pollas en una mujer, en ti
La camera, mientras, se sentó sobre la cara del camata y te ofrecía su coño para que se lo lamieras. y así lo hiciste. Tus neuronas estaban fuera de sí porque los estímulos eran desbordantemente placenteros y cualquier célula de tu cuerpo sólo experimentaba placer, placer, placer Lo más intenso, lo nunca antes imaginado por tu mente, fue cuando los cuatro nos corrimos a la vez. Dos pollas bombeando leche dentro de ti, la camata convulsionándose en tu boca y tú adentrándote en un túnel de placer lleno de puertas que se abrían a tu paso y permitiendo que multitud de sensaciones salieran de ellas. Casi llegabas al final del corredor, pero el placer continuaba y se hacía más intenso porque nunca antes te habías sentido tan bien aprovechada. Y yo también.
FIN