Un solsticio de verano peculiar
Unos amigos se reúnen como cada año para celebrar que siguen solteros y conocen a dos mujeres muy especiales... La fiesta no terminará como ellos pensaban.
Un solsticio de verano peculiar
Odiaba aquella maldita cueva. No comprendía cómo era posible que tanta gente viniera a visitarla. ¿Qué tripa se les habría roto para perder el tiempo en ese agujero apestoso? Sin duda, el mundo estaba lleno de tarados. Iban dando tumbos de aquí para allá como pollos sin cabeza. Por un momento se imaginó a su jefa sin cabeza y la muy puta seguía andando como si tuviera un palo metido en el culo... «Ambrosio, antes de marcharte pasa por la cueva a cambiar esos leds», le había dicho, recostándose tras el escritorio de su elegante despacho y cruzando sinuosamente las piernas. La falda se le había subido y una buena porción de muslo había quedado a la vista. No había duda de que sabía calentar a los hombres, aunque se comentaba que prefería a las mujeres...
El puto chico de los recados, eso era lo que era. Como si no fuera bastante ocuparse del mantenimiento en el hotel, también lo enviaban a la cueva. ¡Diablos!, cada vez que ponía un pie allí sentía cómo el vello del cuerpo se le erizaba. Pero ya quedaba poco —sonrió al pensarlo—. En unos meses se jubilaba y lo mandaría todo al carajo. Entonces tendría tiempo de visitar más a menudo a la hermana de su parienta. Siempe se había preguntado cómo podían ser hermanas: ¡Una tan esquiva y la otra tan fogosa!
Localizó los leds que no funcionaban y avanzó con la linterna en la mano sobre la pasarela de madera que conducía a la otra orilla del riachuelo subterráneo. La corriente era muy débil, el agua apenas se movía y reinaba el silencio, pero de repente escuchó el silbido del viento creando ecos entre las paredes de roca. Cuando eso ocurría, decían que se trataba de los lamentos de las almas de los muertos, que deseaban escapar de allí. Además, los supersticiosos creían que en algún lugar de aquella cueva había una entrada al inframundo.
Se encontraba examinando la pared, donde las luces estaban situadas estratégicamente tras un conjunto de estalactitas, cuando oyó un chapoteo en el agua. Dio un respingo y dirigió el haz de luz hacia las aguas negras.
—¿Quién anda ahí? —preguntó moviendo la linterna para iluminar un mayor ángulo a su alrededor. Durante un segundo, a su derecha, distinguió las piernas desnudas de una mujer junto al riachuelo. Se sobresaltó tanto que le cayó la linterna al suelo. Se agachó a recogerla, pero cuando ya la rozaba sintió que unas garras se hundían en su pecho y espalda. Gritó y se debatió, presa del pánico. Sin embargo, la criatura era fuerte y lo empujó, derribándolo boca abajo. Escuchó un gemido de placer mientras unos afilados dientes penetraban en su nuca y se hizo la nada.
—¿¡Cómo que no hay nada que celebrar!? ¡No seas aguafiestas, Miguel! —exclamó Kimi levantando su jarra de cerveza—. ¡Por la soltería!
Miguel sonrió y los dos amigos brindaron. En un primer momento se había desanimado al saber que el tercer miembro del grupo, Carlos, no vendría. Al parecer, después de tanto tiempo huyendo de los compromisos, lo habían pillado. Una vez al año se reunían durante un fin de semana para celebrar su soltería, pero en esta ocasión solo iban a ser dos.
—¡Él se lo pierde, Miguel! Oye, voy a darme una ducha porque ya he reservado hora para un masaje. Precisamente me recomendaron este hotelito por la buena fama de las masajistas.
—¿Aún te molesta la lesión en la rodilla?
—En realidad, está mucho mejor. Pero hay que aprovechar que estamos aquí, ¿no? ¡Anímate tú también! —Se incorporó y dio una palmada a Miguel en la espalda.
—Yo prefiero ir a visitar el Refugio de la Sibila —contestó mostrando unos folletos sobre la historia de la cueva que había estado hojeando.
—Bah, ¡ya salió el intelectual! No sé cómo te pueden gustar esas cosas...
Un rato después, Kimi entraba con solo una toalla anudada a la cintura en la habitación que le habían indicado. «Ya salgo», dijo una voz femenina. Comprendió que ella se encontraba en un pequeño cuarto anexo, aunque la puerta era acristalada y podía entrever su silueta. La chica se sacó el suéter por la cabeza y él contempló con deleite el vaivén de sus generosos pechos. Luego, mientras se bajaba los pantalones, admiró las curvas de sus caderas y comenzó a preguntarse cómo sería acercarse a ese cuerpo, rodeándolo con sus brazos desde atrás mientras posaba los labios sobre la delicada piel de la garganta... Su propio cuerpo empezó a reaccionar y se recolocó la toalla. Esperaba que no se notara. Mientras, ella se cubrió con una sencilla bata y abrió la puerta.
—Hola, soy Estrella —dijo tendiendo una mano. Al hacerlo, Kimi no pudo evitar fijarse en cómo se marcaban los pezones de la chica en el suave tejido de algodón. Su piel morena contrastaba maravillosamente con la blancura de la ropa, de igual modo que los cabellos negros y rizados, que escapaban indómitos de la coleta. Kimi recuperó la compostura y le contó lo de la lesión en la rodilla.
Tras unos minutos, Kimi estaba boca abajo y Estrella le masajeaba la pierna. Iba haciendo movimientos ascendentes y descendentes, pero cada vez ascendiendo más, hasta el punto de que los dedos de la chica llegaron a meterse por debajo de la toalla que cubría el trasero del hombre. Era una delicia sentir el movimiento de sus manos expertas, aunque al mismo tiempo se estaba convirtiendo en un tormento. Entonces, ella apartó un poco más la toalla y masajeó la parte posterior del muslo rozando la nalga.
Sin lograr contenerse, Kimi rozó con la mano la pantorrilla más cercana de Estrella. Su piel era tan suave como había imaginado. Viendo que ella no se inmutaba, siguió acariciando su pierna con el dorso de la mano hasta alcanzar el muslo. Allí se detuvo y posó sus cinco dedos sobre la cálida piel, presionándola con suavidad pero también con avidez. En su imaginación ya la estaba haciendo suya. Los dedos subieron un poco más... hasta que acariciaron el encaje de la ropa interior. Estrella le apartó la mano.
—No tan rápido, caballero. Aquí mando yo.
En ese mismo instante, Miguel se acomodaba en un bote junto a otros visitantes. Aquella mañana había pocos turistas, por lo que con un bote era suficiente. Se encontraban en la parte más amplia de la cueva, donde había un lago subterráneo rodeado de espectaculares formaciones de estalactitas y estalagmitas. La iluminación, situada en los puntos estratégicos, incrementaba la sensación de estar en un lugar irreal, como salido de un sueño.
—Desembarcaremos al otro lado del lago —explicaba la guía, que seguía de pie mientras todos los visitantes se habían sentado—. Allí podrán ver unas peculiares estalagmitas rojizas. Dice la leyenda que fue en ese lugar donde mataron a la sibila. Le cortaron la cabeza y las extremidades, arrojándolas en diferentes direcciones. En el punto donde cayeron surgieron esas extrañas formaciones.
Un turista adolescente que había metido el brazo en el agua comenzó a gritar en ese momento. Intentaba sacarlo, pero no podía. Se produjo un tumulto en el interior del bote y la guía perdió el equilibrio, quedando prácticamente sentada encima de Miguel. El chico que había conseguido asustar a todos los presentes soltó una carcajada y sus compañeros lo felicitaron por la ocurrencia.
—Lo siento —Se disculpó la chica, incorporándose un poco avergonzada. El cabello rojizo le había caído sobre los ojos y sujetó un mechón tras la oreja.
—No hay de qué... Ilargi —respondió él, leyendo el nombre que la joven llevaba escrito en una tarjeta indentificativa. Ella sonrió y Miguel tuvo la impresión de que sus ojos verdes brillaban. Entonces reparó en las pecas que salpicaban su piel—. Curioso nombre. ¿Tiene algún significado?
—Significa Luna en euskera.
Siguió el recorrido por la cueva y Miguel y Ilargi continuaron intercambiando impresiones. Ella le comentó que aquella noche se celebraba el solsticio de verano, una fiesta popular curiosa en la que la gente del pueblo recorría un sendero por la montaña sujetando antorchas hasta alcanzar la entrada de la cueva. La mayoría lo hacía para que se cumpliera un deseo o, simplemente, para tener buena suerte.
—Es digno de ver, te lo recomiendo. Desde la terraza del hotel, en el restaurante, hay una vista espectacular —indicó ella.
—En ese caso... ¿Qué te parecería que esta noche te invitara a cenar?
Kimi contó a su amigo que había invitado a cenar a Estrella, la masajista, y ambos se rieron mucho al descubrir que habían hecho lo mismo. Dejándose llevar por el morbo, decidieron que podrían cenar los cuatro juntos y que ya verían sobre la marcha... Sin embargo, los sorprendidos fueron ellos cuando las chicas se presentaron juntas y les dijeron que eran hermanas.
—¡Menuda casualidad! —soltó Kimi.
—Las casualidades no existen —comentó Estrella, que se había sentado a su lado—. Si nos hemos encontrado es por algo.
Tras decir esto y y dedicar un guiño a su acompañante, la chica colocó su mano izquierda sobre el muslo de Kimi. Este, que no se lo esperaba, a punto estuvo de tirar el tenedor. Estrella, que llevaba un vestido rojo escotado y era evidente que no se había puesto sujetador, soltó una risita. Ilargi, por su parte, vestía de negro, medias incluidas. Cuando tomó asiento junto a Miguel, este pudo ver cómo la falda subió unos centímetros, hasta casi medio muslo, quedando expuesto el encaje del final de la media y el principio del liguero. La lencería era su debilidad y de inmediato se sintió acalorado.
Mientras comían la ensalada, las chicas contaron anécdotas ocurridas en el hotel con algunos clientes y en la cueva con los visitantes. Cuando trajeron el segundo plato, más allá del ventanal panorámico se podía apreciar cómo la gente subía por el sendero con las antorchas. Sin embargo, ninguno de los cuatro prestó demasiada atención. Estrella había realizado avances con su mano hasta alcanzar la abultada entrepierna de Kimi. Ilargi, viendo que Miguel no se decidía, tomó su mano izquierda y la puso sobre su pierna. Él se olvidó de la comida y se concentró en seguir explorando bajo la falda. Acarició el encaje de la ropa interior, presionando con suavidad en la parte central de la prenda, que empezaba a humedecerse. Ilargi ahogó un gemido casi al mismo tiempo que Kimi.
Ninguno quiso postre. Marcharon directamente a la habitación, deseosos de liberarse de las ropas y sentir el calor de otra piel. Tras cruzar el umbral, Estrella empezó a besar a su hermana mientras le desabrochaba la blusa. Kimi se acercó por detrás y bajó la cremallera del vestido de Estrella, que ella dejó caer al suelo. La besó en el cuello y encerró entre sus dedos aquellos pechos que tanto deseaba. Por su parte, Ilargi acariciaba el culo prieto de Miguel mientras ellas seguían besándose.
Después, Kimi y Estrella se acomodaron en el sofá. Ella misma liberó el henchido miembro de la prisión de la ropa y lo rodeó con sus labios. En la cama, Miguel se colocó entre las piernas de Iliria, que seguían con las medias y el liguero, y se esforzó en estimular el centro de su femineidad. A juzgar por sus grititos, lo estaba consiguiendo.
Durante varios minutos solo se escucharon gemidos de placer. Estrella cabalgaba sobre Kimi como una experta amazona y Miguel hacía lo propio con Ilargi. Ambas parejas estaban concentradas en alcanzar sus orgasmos, lo que ocurrió casi al unísono. Y en ese instante, mientras cada uno podía sentir el orgasmo del otro, tuvo lugar la transformación: ambas chicas sintieron como sus dientes crecían y sus manos se convertían en garras, al mismo tiempo que la sed de sangre lo dominaba todo. Mordieron el cuello de los hombres y sintieron multiplicar su orgasmo mientras se llenaban de nueva vida.
Ellos intentaron liberarse, pero no lo consiguieron. Y a medida que sentían que se quedaban sin fuerzas, conectaron con los pensamientos de ellas y conocieron su historia. Sí, en la cueva había una entrada al inframundo. Sintieron el terror de la sibila cuando fue desmembrada, aunque ella sabía que era necesario morir para volver a vivir. De cada una de las partes de su cuerpo nació una nueva criatura. Eran seis hermanas, y las otras cuatro sabían lo que estaba ocurriendo en ese instante porque todas eran una. Ahora vendrían para unirse a la fiesta y celebrar su propio solsticio de verano.