Un severo castigo

Tras perder su relación, un improvisado voyeurs debe soportar un severo castigo ¿te atreves a leer su historia? No apto para reprimidos/as.

UN SEVERO CASTIGO

Se me antoja complicado empezar esta historia por el lugar idóneo. Pongámos de antemano las siguientes premisas. Para ustedes, estimados lectores, me llamo Oscar, tengo 26 años y trabajo como personal de mantenimiento de un pabellón deportivo. Ya saben, aseo las instalaciones, procuro que todo esté en orden, coloco los marcadores y redes... Respecto al ámbito personal, no tengo pareja estable, por lo menos en estos momentos, y la verdad es que de eso hace ya más de diez meses. Que me dejara Estrella supuso un tremendo golpe para mí.

Un día regresé a casa con las compras y la encontré sobre la mesa del comedor cepillándose al que era su ex. Ni yo pude soportar aquella infidelidad, ni ella olvidar la gran verga de ese tipo sobre la que se contoneaba muy gustosa momentos antes de descubrirla in fraganti. Desde esa fecha vivo solo. Lo pasé bastante mal los primeros días, pero luego pensé que pronto me iría mejor en mi nuevo estado de "cazador de mujeres". Pero nada más lejos de la realidad. Mi intenso trabajo y mi escaso éxito en las barras de los pubs y pistas de baile, me hicieron pensar que estaba acabado y que mi futuro sexual se vería claramente abocado a locales de prostitución o a machacármela tristemente ante las revistas de playboy.

Estaba obsesionado. Lo admito. Llegó un momento en que salía a la calle y me encantaba imaginarme desnuda a cuanta fémina se cruzara por delante. Disfrutaba intentando divisar los secretos de los escotes más atrevidos y, en el autobús, me acercaba lo más posible a la chica más atráctiva simplemente para oler su aroma y ponerme rabiosamente cachondo. Pero al final, siempre acababa en lo mismo. Tumbado, desnudo sobre la cama, y pelándomela con la playmate del mes.

Una tarde me ocurrió algo extraño en el trabajo. Limpiaba el almacén de material deportivo que, casualmente, linda con el vestuario femenino. A través de la menuda pared se escuchaban los gritos de las chicas del equipo local de balonmano seniors que comenzaban a ducharse en esos momentos tras uno de los entrenamientos semanales. Me deleitaba oírlas desde aquella sala mientras soñaba despierto con poder entrar y contemplarlas a gusto porque, realmente, cuando las miraba desde la grada, pensaba que casi todas ellas eran dignas de un buen polvo. No había terminado de cumplimentar mi tarea cuando de pronto, al apartar unas cajas, me percaté de que, por efecto de la humedad, se desprendió un pequeño trozo de pared. Le pasé la mano y limpié los fragmentos caídos al suelo y, al agacharme, observé que se había formado una pequeña abertura de unos dos centímetros de diámetro que permitía perfectamente divisar el interior de las duchas. Cerré con cuidado la puerta del almacén a fin de no tener sorpresas y procedí, sin creérlo aún, a excarvar con cuidado un poco más en la fisura hasta obtener un mejor ángulo de visión. Allí estaban. Tenía ante mí cinco duchas ocupadas por otras tantas de las mejores chicas del equipo. Me las conocía todas. Sonia, morena de enormes y contundentes pechos, se enjabonaba las axilas mientras la espuma le resbalaba juguetona por entre sus piernas frenándose en su frondosa y rizada selva púbica. Ana, a su lado, apenas lucía unos pequeños y sonrojados pezones que se compensaban con un conejito perfectamente rasurado que, a buen seguro, resultaba de lo más apetitoso.

Elena era sin duda la mejor. Preciosa hembra de cabello largo y moreno, ojos oscuros, labios carnosos diseñados para aplicar la más placentera de las mamadas, pechos mórbidos que invitaban a todo, piernas largas y torneadas, y un chochito linealmente afeitado que me ponía a mil. Tanto, que comencé a sentir un calor insoportable mientras conducía mi mano a mi desesperado miembro a punto de reventar. Tuve compasión, así que lo dejé en libertad y, mientras admiraba como tales bellezas se frotaban el jabón, se agachaban por las toallas, o se tocaban entre sí bromeando, comencé a agitar rítmicamente mi mano aplicándome un placer desproporcionado. Las otras dos chicas no las veía bien aunque si alcanzaba a oír sus voces. Teresa, aún continuaba allí vistiéndose. Era la peor del equipo, fisicamente hablando. Demasiado gorda para mi gusto, aunque, en ese momento, que la veía en ropa interior, también me resultó interesante. Su culo era espectacular y sus más que exagerados pechos, embuchados bajo su tremendo sujetador, me despertaban un morbo inconmensurable. Ya no aguantaba más, Elena se dio la vuelta y, agachándose para capturar el bote de gel de baño, me enseñó durante unos segundos la tersa y carnosa entrada a su vagina junto a su pequeño y redondo ano que parecía suplicar mi ayuda. No podía contenerme por más tiempo y, ante tal panorama y excitación, terminé por correrme impregnando parte del muro y reprimiendo un muy audible gemido final.

En ese momento presencié horrorizado como Sonia miró en mi dirección durante un instante, aunque pareció no darse cuenta. Menos mal.

Semanas más tarde, ya me tomé sus entrenamientos como una rutina para verlas desnudas aprovechando mis escapadas al almacén de material hasta que, un día, ocurrió algo que no me esperaba. Como siempre, aguardé a que comenzaran a ducharse para ejercer mi tributo a los mundos secretos del exquisito voyeur y el onanismo. Aquella noche, el entrenamiento concluyó bastante más tarde de lo habitual, lo que me obligó a cerrar el recinto deportivo, así que en toda la instalación solo quedaban las chicas en los vestuarios y yo, como responsable de todo. Retiré las cajas que siempre colocaba ante la grieta, me agaché para admirar sus evoluciones bajo las duchas y extraje, como venía siendo habitual, mi carnoso pepino sediento de sexo. Aquella vez no eché el pestillo de la puerta, ya que, al hallarme solo, no había peligro. Bajo la cálida y transparente agua se mojaba Nuria, la más joven del equipo con sus 19 años, cara pecosa, y un cuerpo de vértigo que encendió mi nabo al instante. Estaba sola y se acariciaba lentamente su cuerpo introduciéndose poco a poco uno de sus dedos en su aterciopelado chochito. Era extraño que nadie la acompañara. Miraba y remiraba buscando a sus compañeras con objeto de pajearme más a gusto, pero la grieta de la pared no me aportaba más información visual. De pronto, cuando estaba a punto de correrme con la erótica visión de aquella musa del deporte, la puerta del almacén se abrió de súbito y aparecieron las restantes miembros del equipo con cara de pocos amigos. Casi me dio un infarto. Como pude, me incorporé subiéndome agilmente la cremallera del pantalón. Eva, una rubia más alta que yo, bastante musculosa para mi gusto y capitana del conjunto de balonmano se adelantó del grupo y me insultó.

  • ¡Cerdo! Sabíamos que nos estabas espiando. Vas a pagar por esto. Iremos a la policía. - Me amenazó.

Me arrodillé a sus pies y supliqué que me perdonaran.

  • ¿Perdonarte? - continuó - Vamos a darte tu merecido.

Acto seguido, las chicas que la acompañaban me agarraron y golpearon mientras me llevaron forcejeando en dirección al vestuario. La verdad es que sentía bastante miedo, pero, por otro lado, notaba una terrible excitación que me embargaba por momentos al estar sometido bajo la voluntad de aquellas mujeres. Algunas chicas abandonaron la sala mientras que yo entraba junto a la capitana, Sonia, Ana, Nuria, Elena y la gorda de Teresa. Me quedé sin palabras. Teresa echó el pestillo de la ducha con una ligera mueca y se sentó en uno de los bancos del vestuario. Las otras la siguieron. Yo permanecí ante ellas, quieto, sin decir nada, como un culpable soldado en un consejo de guerra.

  • ¡Desnudaté! - gritó Eva.

  • Juro por Dios que no lo haré más - imploré - Pero por favor, no quiero que me despidan. Necesito el trabajo. Dejad que me vaya.

Las chicas rieron un buen rato. La mandamás del equipo se levantó y se acercó con descarados aires de superioridad. Llevaba la camiseta del equipo bastante ceñida y, por debajo, se transparentaban sus marcados pezones a punto de quebrar la tela. Me miró con semblante serio, así que comencé a desnudarme mientras mi polla comenzaba a crecer.

  • ¡Los calzoncillos también! - ordenó.

Tremendamente avergonzado, me los bajé despacio y quedé desnudo ante ella. Me miró de arriba a abajo, estudiándome, mientras yo proseguía inmovil con el mástil en alto. Dio una vuelta en torno a mí y, sin esperarlo, comenzó a besarme en la nuca y a pasar lentamente sus grandes manos por mi pecho.

  • Como digas una sola palabra de esto vas a la puta calle ¿entendido? - me susurró al oido.

Solo asentí mientras vi como la rolliza de Teresa se levantaba y caminaba en mi dirección. Se desnudó a pocos centímetros y me obligó a lamerle sus grandes tetas mientras la capitana, desde atrás, comenzó a masajear mis huevos con sus manos mientras me pasaba la lengua por el culo llevándome al más supremo de los placeres. Teresa me apartó sus pechos y nos comímos la boca entrelazando nuestras lenguas. Jamás habia imaginado que una mujer, que no me gustaba en absoluto, me pusiera tan y tan caliente. Arrodillada ante mí, se colocó luego mi polla entre sus enormes y cálidos senos y los masajeó de arriba a abajo mientras con su ardiente boca alcanzaba a chupar la punta en cada estirada, resbalándole por sus gruesos labios finos hilillos de saliva.

Al rato, nos agachamos sobre unas esterillas bajo la atenta mirada de las demás jugadoras que comenzaban a desnudarse. No me lo podía creer. Recostado, Teresa se sentó sobre mi cara y me colocó su peludo y enorme coño sobre mi insasiable lengua mientras, riéndose como nunca antes la había oído, comenzó a refregármelo mientras la capitana me pajeaba al tiempo que lamía mis pelotas y se introducía dos dedos en su conejo. Cada vez más sentía que iba a estallar e inundar todo aquello, máxime cuando la oronda Teresa intercambió su plaza con su compañera y se sentó sobre mi polla quedando penetrada a más no poder. Pesaba demasiado y cada vez que caía sobre mí, parecía que mi pene iba a reventar. La embestí con varios golpes de cadera castigando su rolliza carne que temblaba como un flan. Eva optó por acercarme su chochito y donarme su ardiente y rojizo clítoris rebosante de erotismo. Lo lamí, lo sorbí, lo apreté entre mis labios y sentí como se volvía loca al tiempo que me suplicaba más y más. Se corrió sobre mi boca con una insesante vibración regalándome la oportunidad de degustar perfectamente el licor de su cuerpo que bajaba por su cálida vagina inundándolo todo a su paso. Teresa, por su parte, continuaba a lo suyo agitando sus nutridas carnes y bamboleando sus monumentales tetazas. Tras de mí, la joven Nuria se levantó y se incorporó al grupo sorbiéndo y chupando mis peludas bolas con sus tersos labios mientras introducia la cabeza bajo el portentoso trasero de su compañera. No soportaba más, y justo cuando mi leche estaba en puertas, Teresa se retiró para que la más tardía en incorporarse, apresara afanosa mi rabiosa polla entre sus labios y empezara a mamarla a velocidad desmesurada. Intenté gritar de placer pero la capitana me lo impidió taponando mi voz con su chorreante, palpitante y exquisito coño. No podía resistirlo más. Nuria me estaba volviendo loco. Se introducía mi pene hasta el fondo de su garganta y, con su lengua, acariciaba y masajeaba su base y contorno. Era toda una experta. Sentía como con sus dientes me arañaba un tanto la piel, pero era comprensible. Arriba y abajo una y otra y otra vez con un ansia irrefrenable. Era como si aquella mujer no hubiera visto una buena polla como la mía en su vida. La bañó en su saliva y la frotó a conciencia con su lengua recorriendo mi palpitante e hinchado glande. La sangre circulaba por mis venas a enorme velocidad y el placer que me proporcionaba con su más que profesional mamada rozaba lo místico. Arriba y abajo, arriba y abajo, más y más y más rápido, hasta que, de pronto, mi verga impulsó un numeroso grupo de borbotones de leche que le hizo retirarse y comenzar a capturarlos y tragarlos en el aire. Alguno le saltó en las mejillas y se apresuró a recogerlos con la mano y ofrecerlos a su capitana para que lo chupara a gusto. La gorda también se agachó y lamió los restos de semen de mi abdomen mientras Eva se volvía loca de placer y se corrió en mi boca por tercera o cuarta vez.

No podía asimilar lo que me estaba ocurriendo. Aquella había sido la experiencia más increible de mi vida, aunque aún no sabía lo que me aguardaba. Cuando me corrí, pensé que todo habría terminado y que me dejarían marchar, pero nada más lejos de la realidad. Aquellas amazonas se habían empeñado en escarmentarme y eso es lo que pretendían. Acto seguido, Me levantaron del suelo y, ante sus preciosos cuerpos desnudos me obligaron a colocarme bajo la ducha. Allí conectaron el agua caliente mientras la bellisima de Elena comenzó a embadurnarme de gel. Sentía sus suaves manos que correteaban presurosas por mi piel al tiempo que, con su sensual boca, mordía mis pezones causándome un dolor terriblemente placentero que volvía a poner a punto mi cada vez más erecto miembro. Situándose tras de mí, con un gesto, invitó a acercarse a Sonia, que se había unido con Ana de la mano, para que continuara con su labor. Una vez enjabonado, los cuatro frotábamos nuestras calientes e insasiables anatomías mientras el agua nos agasajaba por todas partes. Yo hundía mis dedos en el chorreante y húmedo coñito de Ana y ésta, a su vez, hacía lo mismo en el de Sonia que se besaba descaradamente con Elena. De pronto, Elena, sin duda la más hermosa de las tres, se agachó ante mí y me pidió insistente que la enculara. No tardé en hacerlo. Me coloqué a su espalda, separé con mis dedos el pliegue de su duro y lindo culito y divisé su pequeño, oscuro y soñado ano deseoso de ser castigado por mi robusto falo. Una de sus compañeras me chupó, lamió y posteriormente me embadurnó la verga de jabón procediendo a allanarme el camino. Comencé a introducirlo con precaución hasta que, sin reprimirme más, me incrusté en ella hasta el fondo moviéndome en un vaivén desgarrador. La embestí, primero con suavidad y luego con más y más violencia. Delante y atrás, delante y atrás. Así con fuerza, dame más, reviéntame por dentro, me suplicó entre sollozos. Lanzó un pequeño gritito entre el profundo dolor y la indescriptible satisfacción. Sus enormes pechos se balanceaban sin control con sus pezones erectos mientras agitaba locamente su cabeza pidiéndome más y más potencia al tiempo que Ana, durante uno de mis descuidos, me lubricó con su lengua y un poco de jabón, e introdujo un par de sus resbaladizos dedos por mi culo llegando a causarme una sensación que nunca antes había experimentado, sobre todo cuando comenzó a agitarlos con un ritmo endiablado. A punto de correrme de nuevo, Sonia lo impidió agarrándome de las pelotas y tirando de ellas desde abajo mientras las iba sorbiendo con su cálida boca.

Los cuatro nos movíamos a un nivel cada vez mayor acariciándonos cuanto podíamos hasta que, de pronto, extraje la polla del sufrido y castigado culo de Elena y apunté directamente a la receptiva cara de Sonia que se introdujo toda mi leche en su boca. Al unisono, Ana alcanzaba mi próstata y me llevaba con el ímpetu de sus mágicos dedos al más rincón más privado del éxtasis. Era la segunda corrida.

No contentas con aquello, y sin darme descanso, la capitana les indicó a todas que se sentaran para que yo pasara una por una a lamerles sus variopintos chochitos. Fue entonces cuando comprendí su castigo. Querían agotarme sexualmente, que las aborreciera para siempre. Inicié mi recorrido por Ana, con su joya rasurada y su carnosa y rojiza carne invitándome a hacerla gozar. Lamí, chupé y besé a placer lo mejor de su cuerpo mientras ella apresaba desesperada mi coronilla y me impulsaba a que la penetrara con mi lengua y nariz. Me ayudé de los dedos y, poco a poco, dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera, fui sintiendo su extremo calor y sus múltiples sacudidas de placer que culminaron en una especie de aullido bestial. Proseguí con Elena, a la que hice correrse como ninguna. Me lancé impaciente hacia su clítoris y, con un deseo desgarrador, olfateé y disfruté de su coñito jadeante de ser follado una y otra vez. Coloqué mis labios en aquel pequeño botón y lo sorbí y circunvalé lentamente con mi juguetona lengua llevándola al más intenso clímax mientras, la gorda del grupo, se subió a mis espaldas y comenzó a orinarse sobre mí provocándome el delirio de mi primera cálida lluvia dorada. En otro momento me habría molestado pero bajo aquellas circunstancias solo logró ponerme de nuevo a punto.

Trabajé con mi boca sobre las restantes mujeres tragándome todos los flujos posibles y sintiéndo sus espasmos a cada instante hasta que, de nuevo, la mandamás de la reunión me obligó a penetrarlas una a una bajo amenaza de contarlo todo. Poco a poco las fui penetrando por el coño, aunque a las que se dejaban y querían, también las enfilaba por el culo durante un corto periodo. Me entretuve más con la capitana que tenía un chochito que lo tragaba todo. No pudiendo darle más placer con mi verga, me agache y me froté las manos con aceite corporal y comencé a introducir, uno, dos y luego tres dedos para calmar su ardor. Miraba su cara de gusto. Eva imploraba aún más y pronto. Con urgencia. Le introduje un cuarto dedo y tuve miedo de hacerla daño. Sin embargo continuó agitándose arqueando la espalda y solicitando un empuje final. Elena, que estaba al tanto de la escena, vertió más liquido sobre su coño y me dio la orden de proseguir. Le hice caso e introduje el quinto dedo y, al poco más, llegué a tener el puño completo dentro de su absorbente vagina. Presenciar aquello era indescriptible. Aquella mujer se retorcía de satisfacción mientras mi mano rotaba tocándole todos los puntos de su interior. Las demás contemplaban la escena sorprendidas por aquella rotunda exhibición sexual. En solo unos segundos, Eva estaba llena al máximo y se corrió múltiples veces bajo unos espasmos y gritos enloquecedores que hacían vibrar todo su cuerpo.

Terriblemente excitado, liberé el puño y la dejé descansar para centrarme en Elena. La empujé hacia atrás y cayó al suelo con las piernas abiertas invitándome a que la penetrara. Me lancé con mi polla que, sorprendentemente aún rendía al máximo nivel, a pesar de tanta movida. Se la clavé hasta el fondo en su rasurado y precioso chochito mientras con mi dedo pulgar iba acariciándole su rojo y resbaloso clitoris. Elena gritaba, se agitaba y me clavaba las uñas en la espalda, lo que provocaba que yo la embistiera con mayor fuerza. Sudábamos como nunca y la machacaba por dentro una y otra vez mientras le mordía ritmicamente sus preciosos y palpitantes pezones. En un instante, entre los violentos golpes de ida y vuelta, me miró a los ojos y me escupió en la cara. Me llamó cabrón. Sonreí. El gesto me envalentonó aún más y la sacudí con más fuerza. Inconscientemente, le devolví su acción y lamió mi saliva en un acto de sumisión total. De pronto gritó y gritó. Ambos llegábamos al climax al mismo tiempo. Mi desgastada polla entraba y salía una y otra y otra y otra vez más de su chorreante coño hasta que, por fín, me corrí llenándola entera por dentro mientras caímos abatidos y jadeantes impregnados en sudor.

Continuando mi castigo, Ana se montó un sesenta y nueve, como dios manda, con su amiga Sonia mientras la gorda hacía lo propio con Nuria. Todo aquello no era más que una estratagema para que yo continuara excitándome y mi polla se despertara sin descanso. La situación pasó del más extremo placer al más férreo dolor cuando Teresa me tumbó por enésima ocasión y, con mi verga casi destrozada y ya flácida por completo, comenzó a masturbarme con una contundencia demoledora a fin de provocarme unos espasmos que acabaron por desvanecerme. Lo último que recuerdo fue caer rendido bajo los influjos aromáticos del, siempre para mí, soñado chochito de Elena...

A la mañana siguiente desperté desnudo y abatido en el vestuario. Tuve tremenda suerte de que no me descubrieran y no perdí mi puesto de trabajo. No obstante sobre lo sucedido, he de confesar que, en más de una ocasión, pero ya mucho más relajados y con menos integrantes, hemos repetimos aquella escena bajo la amenaza de las chicas de contarlo todo. Digamos que, gracias al beneplácito del equipo, me he convertido en su juguete sexual favorito con el que prefieren relajarse, a espalda de sus respectivos novios, tras algunos de los duros entrenamientos. Desde aquel día, puedo asegurarles, que adoro aún más el balonmano. Por cierto, a pesar de todo, aunque aún no es nada serio, hace dos semanas que salgo con Elena.

K.D.