Un servicio de primera

Tres amigas se reúnen para probar una nueva cafetería. Lo que no saben es que las bebidas de este local son más especiales de lo que ellas creen.

En ese momento Mónica, una joven y atractiva pelirroja de cabello tan corto que estaba a unos milímetros de prácticamente estar rapada, se encontraba recargada en un poste de luz frente a un establecimiento de fachada color verde, con una cortina en la que se leía “Jim’s” sobre una ventana que delataba el interior como una cafetería, pues se podían ver mesas, sillas y la barra donde se preparaban las bebidas.

Había visto esa cafetería en una aplicación donde sugerían sitios para ir a comer y había quedado con sus amigas para ir a probar, pero estas estaban retrasadas respecto a la hora que habían acordado…

—¡Mónica! —escuchó al fin a su derecha.

Giró la cabeza en dirección a dónde había escuchado su nombre y una sonrisa se dibujó en su rostro: por la calle venían Maya y Danelí.

Danelí era una chica de cabello negro largo hasta media espalda, de ojos azules, piel blanca y cortesía de ser parte del club de natación desde niña, un cuerpo muy llamativo que no pocos hombres habían deseado. Pese a ya estar entrando a sus primeros años de adultez, todavía conservaba un rostro de niña inocente que encantaba a sus pretendientes, pese a que inocente hacía mucho que no era.

Por su parte Maya era morena y de pelo castaño que por lo general acostumbraba atar en dos trenzas, lo que le daba un aire como de amazona. En cuanto a su cuerpo no era tan distinta a sus dos amigas, excepto en cierta parte: la genética le había jugado a su favor y sus senos eran notablemente los más grandes del trío. No obstante, por alguna razón este detalle le avergonzaba y por lo general trataba de cubrir esa parte de su anatomía, justo como en ese momento que llevaba puesta una chamarra muy gruesa que aunque hacía frío, a Mónica le pareció un tanto exagerado.

—¡Hasta que llegan! —les regañó Mónica.

—Perdón, perdón —se disculpó Danelí por ambas —. Pero nos tardamos esperando a Maya; no encontraba algo para tapar a sus “amigas”.

—¡Cállate! —exclamó Maya con la cara toda roja.

Danelí y Mónica rieron por la reacción de la morena y luego la pelirroja dijo:

—Bueno, vamos ya que quiero probar ese té del que tanto he oído hablar.

Las tres amigas cruzaron la calle y pasaron por la puerta del establecimiento, encontrándolo vacío salvo un hombre detrás de la barra. Por las arrugas en su cara se podía ver que ya era un hombre en sus cuarentas, tenía el pelo negro relamido hacía atrás y unos ojos rasgados que le daban un aire un tanto felino, vestía con un traje de mesero y vio a las chicas con una sonrisa que Mónica sólo pudo describir como encantadora .

—Oh, buenas tardes —sonrió el hombre con una voz un tanto cantarina—. Adelante, tomen asiento y en seguida les tomó su orden.

—Gracias —respondió Mónica por las tres y el pequeño grupo se dirigió a una mesa al fondo, pero mientras lo hacían el hombre salió de la barra y se dirigió a la puerta, donde con una sonrisa pícara en los labios cambió el letrero de ABIERTO a CERRADO.

Una vez las tres chicas se acomodaron en su mesa, el hombre se acercó a ellas y con una pintoresca sonrisa dijo mientras les entregaba las cartas:

—Bienvenidas chicas, me presento: Soy Jim Martins, el propietario de este humilde negocio y seré su mesero por esta tarde. ¿Qué van a ordenar?

Las chicas revisaron la carta y fueron eligiendo sus bebidas junto con algunos bocadillos y cuando la orden fue tomada, Martins se retiró a la barra a preparar el pedido mientras las chicas comenzaban a conversar de varios temas, lo que le dio a Martins la oportunidad de deslizar unas cuantas gotas de un líquido ámbar que guardaba en una botellita en las bebidas de las muchachas.

—Y aquí están sus bebidas señoritas —anunció Martins apareciendo de pronto junto a las muchachas con una charola en las manos e interrumpiendo un chiste que Mónica estaba contando.

Jim procedió a dejar tres tasas frente a las chicas y los bocadillos que habían pedido, tras lo cual regresó a la barra. Las amigas tomaron sus tazas y le dieron una probada a sus bebidas, dándose cuenta de que aunque estaban sabrosas tal y como decían los comentarios, notaron un sabor muy dulce que no lograron identificar.

Creyendo que tal vez sería algún endulzante cuya marca nunca habían probado, continuaron con su tarde de chicas con normalidad. La conversación cada vez era más agradable, pues cada vez reían y reían más. Sentían un golpe de felicidad como el que nunca habían sentido a cada sorbo que daban a sus bebidas.

De repente la cabeza les empezó a dar vueltas, pero a ellas no les importó, hasta les pareció divertido como todo a su alrededor giraba. Acto seguido se les hizo cada vez más y más complicado pensar, pero más que preocuparles, empezó a parecerles gracioso hasta que al fin sus mentes quedaron totalmente en blanco…

Como si ya tuviera el tiempo cronometrado, y de hecho lo tenía pues no era la primera vez que esa escena ocurría frente a él, Martins salió de detrás de la barra justo cuando las risas en la mesa se callaron. Se acercó a sus clientas y contempló el resultado: Las tres tenían una sonrisa tonta en sus rostros y veían al techo con una mirada perdida mientras la baba que escapaba de sus bocas comenzaba a bajar por sus cuellos.

—Esa hierba hipnótica funciona a las mil maravillas —dijo Martins mientras le daba unas pequeñas bofetadas a Mónica para asegurarse de que de verdad estuviera en un profundo trance—. Pone sus mentes en blanco y bastante susceptibles a ordenes exteriores, lo único malo es su duración, así que hay que aprovechar para divertirnos antes de que se acabe el tiempo. ¡A ver putas!  ¡De pie!

Sin siquiera inmutarse por haber sido llamadas putas, las amigas se pusieron de pie con movimientos un tanto torpes.

—Síganme —ordenó Martins y comenzó a caminar hacia la trastienda mientras que era seguido por las tres chicas, caminando ellas como si fueran manipuladas por un marionetista no muy hábil.

Al llegar a la trastienda Martins se detuvo frente a una puerta de metal, sacó una llave de su bolsillo y la abrió, revelando unas escaleras por las cuales bajaron a un cuarto oscuro, hasta que el hombre encendió la luz revelando un sótano y si alguna de las chicas hubiera estado consciente, hubiera notado el cambio de escenario: las paredes estaban en mal estado y no había nada de aquellos elegantes muebles de la cafetería, sólo una cama algo vieja con las colchas manchadas por tanto uso.

—Contra la pared —ordenó Martins mientras se sentaba en la cama y las tres amigas mientras marcharon a la pared y se acomodaron en ella, pareciendo una parodia de esos momentos donde la policía acomodaba a unos tipos frente a una pared y les pedían a los testigos que identificaran al criminal.

Martins se relamió los labios al tiempo que se acariciaba el pene que ya se encontraba erecto por lo que sabía que no tardaría en pasar.

—Desnúdense —ordenó.

Con movimientos algo torpes pero que con algo de imaginación podían pasar como un baile sensual, las muchachas se quitaron sus ropas: las blusas, los sostenes, las pantis… hasta que quedaron totalmente desnudas.

Danelí y Mónica eran hermosas, ambas con cuerpos esculturales aunque se podía ver que los senos de la pelirroja eran ligeramente más chicos que los de la pelinegra y Mónica compensando su cabeza casi rapada con un arbusto naranja en su pubis… pero Martins ignoró olímpicamente a esas dos chicas cuando vio desnuda a Maya, libre de toda la ropa con la que intentaba ocultar sus senos.

—Por dios… —exclamó el hombre sorprendido acercándose a su víctima —Son más grandes de lo que pensaba.

Martins tomó un seno con cada mano y los apretó, constatando que eran pesados pero al mismo tiempo también muy suaves. Miró los pezones los cuales eran tan grandes que parecían fresas y comenzó a chuparlos con glotonería mientras esta sólo gemía de placer mientras continuaba con su sonrisa boba.

—Ok, ya sé a quién me voy a tirar primero —declaró Martins limpiándose algo de baba que le había quedado cerca de la boca.

Se dio la vuelta y comenzó a avanzar hacia la cama.

—A ver estúpidas, mastúrbense.

Ordenó Martins y acto seguido las chicas comenzaron, ya fuera frotando su vulva, metiéndose los dedos en la vagina y pellizcando sus propios pezones, las tres chicas se daban placer a ellas mismas mientras Martins comenzaba a quitarse la ropa y una vez que quedó desnudo, se acostó boca arriba con su pene apuntando al techo y dijo:

—Tú tetona, ven y móntame.

Maya entendió de inmediato que se referían a ella. Detuvo su acto de masturbación y fue hacía la cama con movimientos torpes, se subió en esta quedando su vulva sobre la polla del cafetero. Tomó esa polla ansiosa entre sus manos, la apuntó a su coño y poco a poco fue bajando hasta que esa boca inferior suya engulló toda esa vara de carne caliente.

La muchacha soltó un gemido de placer al sentirse llena allá abajo, pero fue todo lo que se permitió porque se apuró a cumplir con la orden de su amo y empezó a cabalgarle, moviéndose y gimiendo como si fuera ella la que estaba recibiendo un servicio y no al revés.

Martins por su parte miraba casi hipnotizado las tetas de Maya, cautivado al ver como esas dos grandes bolsas de diversión se movían al rítmicamente sobre el pecho de su dueña. El hombre estiró sus manos para acariciar esos senos y pellizcar sus pezones, arrancándole a la muchacha todavía más gemidos de placer.

El hombre estuvo así por varios minutos hasta que no pudo más y con un fuerte orgasmo se vino dentro de la chica. Pudo sentir como le llenaba el útero con su semen mientras la chica se detenía y gemía de placer denotando que también había tenido un orgasmo.

Cuando su corrida terminó, Martins suspiró. Se dio un momento para recuperar el aliento y dijo:

—A la pared y sigue masturbándote tetona de mierda.

Sin decir ni una palabra ni quitar su sonrisa boba, Maya se desmontó del pene de su dueño y comenzó a caminar con pasos torpes hacía la pared junto a sus amigas sin importarle el rastro de semen que iba dejando a cada paso que daba. Llegó a la pared, se recargó en esta y empezó a masturbarse, embarrando sus dedos tanto de semen como de sus propios fluidos.

La visión de ver a las tres chicas desnudas y dándose placer con esas caras de idiotas, bastó para que la erección regresara a Martins. Se sentó en el borde de la cama y mientras se masturbaba un poco, se puso a elegir a su siguiente “compañera”. Sus ojos se posaron en Danelí.

—Ven acá mocosa.

El epíteto “mocosa” bastó para que Danelí comprendiera que se referían a ella, así que dejó de masturbarse y sin que su expresión boba variara, se acercó con paso torpe hacia Martins. El hombre se puso de pie, acarició ese rostro infantil y luego, sin dar ningún aviso, empujó a la chica hacia la cama en donde esta cayó de espaldas con la mirada al techo, para que de inmediato Martins se montara sobre ella y dejar que su instinto guiara a su polla al interior de la vagina de la joven y una vez estuvo dentro, comenzar a follarla de misionero.

Martins movía las caderas dándose placer, no pudiendo evitar comparar a las dos chicas. Claramente ninguna de las dos era virgen, pero dada la estrechez de su vagina se podía notar que la tetona no tenía relaciones muy a menudo, cosa contraria a la mocosa, pues su vagina estaba tan ensanchada que Martins sentía muy lejano el segundo orgasmo. En definitiva, esa pelinegra de inocente sólo tenía la cara.

Martins continuó con su vaivén de cadera por un buen rato hasta que una vez más sintió la sensación de orgasmo en su pene, por lo que dio una fuerte embestida para enterrar en lo más profundo de la chica su polla y dejó que todo su semen inundara a esta mientras que Danelí sólo podía arquear la espalda, enterrar sus uñas en el viejo colchón y gemir como la perra en brama que era en ese momento al sentir su útero llenarse con ese caliente líquido viscoso.

Agotado, Martins se salió de ese coño y se tumbó al lado de su dueña. El hombre jadeó agotado y se limpió el sudor mientras contemplaba un tanto orgulloso su obra: semen escapando de la vagina de la chica y a escurriendo por sus muslos.

—A la pared puta —ordenó Martins—, y que no se te olvide seguirte masturbando.

Aunque se veía cansada, Danelí no tardó ni un momento en obedecer la orden de su amo. Se puso de pie y con paso desorientado regresó a su lugar en la pared mientras el semen chorreaba por sus piernas.

Martins una vez más se sentó en al borde de la cama y miró a las tres bellezas que en ese momento se masturbaban frente a él. Miró de nuevo a Maya y a sus espectaculares senos y súbitamente sintió el deseo de una rusa, pero luego miró el reloj de la habitación: los efectos de su “tónico mágico” pasarían pronto y todavía tenía que limpiar a las chicas, por lo que había que elegir si repetir con Maya o también aprovechar a Mónica. Al final, tomó una decisión.

—¡Roja! —gritó el hombre —Aquí, quiero una rusa.

Como pasara con sus amigas antes, Mónica comprendió que se referían a ella, así que detuvo su acto de masturbación y sin dejar su sonrisa boba, caminó torpemente hacia su amo el cual yacía con las piernas abiertas. Se arrodilló entre estas y tomó sus senos para aprisionar entre ellos el pene de su amo.

Martins miró con escepticismo el acto. No eran tetas de mal tamaño, pero comparados con los de sus amigas sí eran pequeños y no parecían óptimos para la tarea encomendada… pero pronto Martins cambió de opinión al ver el ímpetu que la chica ponía en complacer a su amo, moviéndose de manera rítmica y de vez en cuando dando pequeñas lamidas a la cabeza del pene o directamente engulléndolo por completo en su boca.

Ya fuera porque había tenido dos orgasmos al hilo o porque Mónica era muy buena en su trabajo, luego de unos minutos Martins no pudo soportarlo más y se vino en la cara de Mónica, cubriendo el rostro de la pelirroja de semen.

Martins jadeó agotado, tomó a la chica por la cabeza sintiendo el corto cabello de esta y la jaló hacia atrás para levantarle la cara y ver el rostro de esta sepultado bajo semen. Martins sonrió con perversidad, miró a las chicas que continuaban masturbándose en la pared y ordenó:

—Vengan y limpien con sus lenguas a la puta de su amiga.

Nada más escuchar la orden, las dos chicas se acercaron a Mónica, se hincaron a su lado y empezaron a lamer el rostro de esta, limpiando cada gota de semen que podían ver.

Martins sonrió ante la visión, la cual era lo bastante sugestiva como para provocarle otra erección, pero soportó la tentación: el tiempo se agotaba y era hora de limpiar a las chicas para después dejarlas ir…


—¡Mónica! —se escuchó de pronto. La mencionada se sobre saltó y vio en donde estaba: en la calle, fuera de Jim’s.

—¿Eh? ¿Qué? —exclamó Mónica algo confundida. Danelí, al lado de Maya, sonrió y dijo:

—Te pregunté que a dónde quieres que vayamos ahora.

Mónica se giró a ver el café, ¿tan rápido habían salido de ahí? Le costaba trabajo recordar qué es lo que había pasado. Lo último que recordaba era haber tomado unos sorbos de su te y luego…

—¡Mónica! —exclamó Danelí sacando a la pelirroja de sus pensamientos, esta apurada se giró y dijo:

—¿Y si vamos a ver una película?

—No es mala idea —dijo Maya —, hay una que quiero ver.

—¡Entonces vamos! —dijo Danelí animada y comenzó a caminar calle arriba mientras era seguida por Maya— ¡Y no olvides darle una calificación al café!

—¡Oh, sí! —dijo Mónica y sacó su teléfono y abrió la aplicación.

No recordaba bien lo que había ocurrido ahí dentro, pero sentía un fuerte deseo de ponerle cinco estrellas y dejar una reseña:

Un servicio de primera

Y sin saberlo ellas, desde el interior de Jim’s con una gran sonrisa de satisfacción en el rostro Martins las miraba alejarse, mientras sostenía en su mano tres pantaletas, unos recuerdos que se había permitido de esa maravillosa tarde.

Afterwords:

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