Un ser invisible (1er experimento)

A veces le decía: Me gustaría ser invisible para poder entrar en un vestuario lleno de cachas en pelotas. Y mi amigo Paquito, como si fuera el puto genio de la lámpara, una tarde me concedió el deseo.

Según el reloj del laboratorio llevaba 37 minutos allí de pie, en pelotas, viendo como mi buen amigo Paquito me seguía enganchando esas dichosas pegatinas blancas por todo el cuerpo. Cara, cuello, torso, espalda, culo, incluso una enrollada en la polla, los muslos, las rodillas, las pantorrillas, los pies...

No había un solo rincón de mi cuerpo donde no se vieran esos pequeños circulitos blancos parecidos a los parches de nicotina para dejar de fumar. Estaba empezando a cansarme, porque además Paquito apenas me hablaba. Se concentraba tanto en su trabajo, que olvidaba que estaba tratando con su mejor amigo, y no con una cobaya de laboratorio.

Entonces ocurrió de pronto. Yo seguía en la misma posición que los últimos cuarenta minutos, cansado y con cara de fastidio, mi amigo llevaba unos segundos concentrado en los botones de una pantalla de computadora, y cuando se volvió hacia mí, me miró, después miró a mi alrededor, y preguntó:

-¿Sigues ahí, Fabián?

-Tú qué crees, capullo... -respondí con desgana-. Al final sí que voy a desaparecer, pero por puro aburrimiento, tío.

-¡Ya está! -los ojos de Paquito se iluminaron como si los acabaran de apuntar con una linterna-. ¡Lo hemos conseguido, colega!

Su grito de satisfacción contrastó mucho con mi cara apática, mientras me miraba las manos, los brazos, las piernas, el rabo y todo lo visible, y me aseguraba de que, efectivamente, seguía siendo visible. Lo único extraño era que incomprensiblemente y sin que nadie las tocara, habían desaparecido de mi cuerpo las pegatinas blancas.

-¿Qué coño es lo que hemos conseguido, si se puede saber? ¿Y dónde están las putas peg...?

-¡Lo que estábamos buscando, Fabi! Lo que llevamos años soñando...

Lo curioso es que Paquito había empezado a hablar mirándome el pelo, y en cuanto yo me había movido, él siguió hablando en dirección a donde estaba antes, como si no hubiese percibido mi movimiento. Me dirigí hasta el espejo más cercano, en uno de los baños del laboratorio, mientras seguía escuchando la voz emocionada de mi amigo.

Empujé la puerta, pero apenas tuve contacto con ella un segundo, ya que después mi mano la atravesó como si fuera de humo. Me quedé de piedra, empezando a intuir lo que vería cuando me mirase en el espejo. Entonces se abrió la luz, sin duda Paquito, que habría visto el leve movimiento de la puerta, y el espejo no me reflejó.

Volví a mirarme el cuerpo, me lo toqué incluso, pero en el espejo sólo vi reflejado el armarito de detrás; luego la cara y el cuerpo de mi amigo, que se había colocado junto a mí, y después de un leve contacto mi hombro se había unido al suyo sin que ninguno de los dos lo notase.

-Estás a mi lado, ¿verdad? -preguntó Paquito, con una sonrisa.

-Lo estoy, tío... pero ¡soy invisible!

-Te dije que lo conseguiríamos, macho. Ahora tenemos que averiguar cómo funciona el experimento, cuánto tiempo dura, etc.

-Yo ya sé algo -le dije-. Sé que puedo entrar en contacto con las cosas durante apenas un segundo; después las atravieso. Ahora mismo mi hombro está metido en el tuyo.

-¿En serio? -Paquito se apartó de mí como si fuera un apestado-. ¡No me jodas, tío!

-¡Oye, cabrón! -le recriminé-. Que no soy un enfermo, y además, tú me has hecho así.

-¡Hijo puta, seguro que se te ha puesto dura y todo! -se rió el muy imbécil-. ¿Tú te puedes tocar? ¿Te sientes?

Lo probé, aunque sabía que sí. Me acaricié el pecho y el abdomen, masajeé un instante mis huevos y mi rabo, me di pequeños tortazos en las nalgas, pellizcos... Luego le informé a mi amigo que sí podía tocarme y acariciarme.

-Joder, tronco, eso quiere decir que vas a poder ir todo el día empalmado por ahí, sin que nadie se escandalice.

-Y en pelotas, que es lo que más me mola... -había una idea que se me estaba cruzando por la mente, por eso no había dejado de sacudirme la morcilla desde que había contactado con ella-. Oye, Paquito, ¿podemos probar una cosa más? Es una duda que tengo.

-¿Qué es?

-Pues mira, quiero que pongas la mano derecha abierta con la palma hacia arriba, y que la bajes más abajo de tu cintura.

-¿Como si me agarrara la polla?

-Eso mismo...

Le vi hacerlo, con la satisfacción de saber que él no me veía a mí. Había aprendido muy rápido a disfrutar del placer de la invisibilidad, y me ayudaba a excitarme saber que aquello era sólo el principio.

Tras varias sacudidas, y ayudándome con pellizcos silenciosos en los pezones, logré que mi verga se pusiera todo lo gorda y dura que me fue posible en aquellas circunstancias. Avancé despacio hacia Paquito, pidiéndole que no se moviera ni un poco, y después le dije que a la de tres cerrara la mano.

En ese punto exacto de la cuenta, dejé caer mi cimbrel sobre su palma, y ésta lo apresó durante un segundo fantástico y prometedor. Al instante su puño se cerró, y el contacto quedó diluido.

-¿Eso era tu polla, cacho cerdo? -me preguntó con cara de divertido.

Yo había dado un paso atrás, por si se le ocurría empujarme o algo parecido, pero cuando le dije que sí era mi rabo lo que había tenido un segundo sobre su mano, Paquito pareció alborotado. Me dijo que se iba a poner en igualdad de condiciones, aunque eso era complicado, ya que yo era invisible, y él no. Pero simplemente se refería a la ropa.

Se quitó la bata, la camisa, los pantalones y los calzoncillos; incluso se deshizo de las zapatillas y los calcetines, quedando como su madre le trajo al mundo, pero más crecidito y desarrollado. No era la primera vez que veía a Paquito en bolas, pero sí me hizo gracia que tuviera el chisme algo durillo.

-¿Te he puesto cachondo, cabroncete? -le pregunté.

-Ahora quiero probar yo un experimento más -ignoró mi pulla, sobándose sin complejos-. A ver si tienes los invisibles cojones de metértela en la boca, como si me fueras a hacer una mamada.

-¿Pero qué dices, tío?

-Venga, Fabi, no seas moñas... Sólo va a ser un segundo -trató de convencerme, aunque yo me estaba haciendo el remolón más por no parecer demasiado encantado que por no tener ganas de probarlo.

Al final acepté como si le estuviera haciendo un favor muy grande. Le dije que se estuviese quieto, y me arrodillé frente a él y a su imponente y bien duro vergajo. Saqué la lengua lo más que pude, y tuve apenas tiempo de lamerle algunos centímetros del tronco. Después me difuminé como el humo de una calada profunda.

-¡Ostia, macho, he notado el lengüetazo! -se emocionó Paquito, mientras yo me alejaba lo suficiente como para perder el contacto.

-Está bien, flipado, pero no te muevas, que vuelvo a intentarlo.

Lo hice unas cuantas veces más. Le daba un chupón rápido a sus pelotas, a su tronco o a su glande, me metía el capullo entre los labios... Después de unos minutos de aquel 'fellatio interruptus', tanto Paquito como yo nos percatamos de que el segundo único de contacto se había ampliado inexplicablemente, hasta convertirse en un par. Dos segundos era tiempo suficiente para ampliar nuestro juego.

Ahora podía darme una ligera embestida cuando me metía su glande entre los labios, o podía yo prolongar mis lametones sobre el saco de sus peludos huevos, iniciar ambos un morreo (cosa que pidió él después de dedicarme un rato a besar su espalda y su cuello), o el juego preferido de Paquito: tenerme de rodillas, agarrarse el cipote, y asestarme mandobles contra ambas mejillas. Al cabo de un rato, si yo me estaba inmóvil, mi amigo jugaba a acertar en la diana. Yo abría mucho la boca, y él tenía que acertar a ciegas y endilgarme su mamotreto hasta el fondo.

No tardamos apenas en darnos cuenta de que de nuevo se había ampliado el margen de segundos que podíamos mantener el contacto, antes de que yo me diluyera y me fundiese con él.

Con ese segundo extra que teníamos ahora, y ya completamente desinhibidos y cachondos, sin pensar ni por un momento en que yo volvería a recuperar mi apariencia y tendríamos que seguir mirándonos a la cara como los amigos que éramos, le propuse a Paquito que se pusiera a cuatro patas. Nos habíamos desplazado ya al centro del laboratorio, para estar más anchos.

Aproveché los tres segundos de cada contacto para comerle el culo como buenamente pude. Enseguida le pedí que él mismo se lo abriese, pues se perdía mucho tiempo si era yo quien le tenía que separar las nalgas. Cada nueva chupada la celebraba Paquito con un jadeo de disfrute absoluto, lo que me animaba a seguir. Lo más gracioso era percibir que mi cara se hundía literalmente en su trasero cuando pasaban los tres segundos de contacto. No percibíamos absolutamente nada cuando eso pasaba, pero me resultaba gracioso pensar en ello.

Pronto sustituí la lengua por los dedos, y empecé a trabajarle el ojete con más énfasis. Le escupí un par de veces para lograr una buena lubricación, y me sorprendió ver que la saliva se mantenía allí, que no se diluía. Jugaba con mi mano atravesando su culo. No me provocaba ninguna sensación, pero era divertido.

-Oye, Fabi, ¿por qué no intentas follarme? -me pidió al poco de hurgarle con mis dedos.

Yo sabía que Paquito era pasivo, y en otras circunstancias ni se nos hubiera ocurrido que en ese sentido nos complementábamos a la perfección. Lo que más me gustaba a mí era dar, y a mi amigo le encantaba recibir, así que...

-Genial, pero será mejor que te tumbes sobre la mesa -le propuse, consciente de que tres o cuatro segundos no era tiempo suficiente para penetrarle en aquella postura en la que estaba.

Paquito se incorporó costosamente, con una sonrisa de satisfacción y absoluta cachondez en la cara. No dudé en estamparle un buen morreo, que se prolongó más de lo esperado.

-He llegado a una conclusión -le dije, mientras le veía desparramarse sobre una mesa de la que había apartado lo que molestaba-. Creo que cuanto más contactos hago, mayor es el tiempo de contacto. O sea que se va ampliando cada vez que toco algo.

-Pues yo he llegado a otra conclusión -soltó mi amigo, que se estaba separando las nalgas más allá de lo imaginable-. En cuanto vuelvas a ser visible, quiero que echemos un polvazo en igualdad y sin interrupciones. ¿Qué me dices a eso?

Como toda respuesta, me agarré el trabuco por la base y le endilgué un sablazo que hizo golpear mi capullo rosado contra el enrojecido ojete lubricado. En este primer intento, no pude llegar a penetrarle, ni tampoco en el segundo, pero a la tercera sí hice diana, aunque el hecho de diluirme a los cuatro segundos impidió disfrutar del todo.

Me lo follé como pude contra aquella mesa. Paquito estaba en la gloria, y yo a punto de correrme después de diez o doce embestidas. Por supuesto que quería repetir con él en igualdad de condiciones. No dudé ni por un instante en que nuestra relación se iba a volver mucho más íntima y excitante a partir de aquella tarde.

-¿Quieres ver cómo se corre un hombre invisible? -le pregunté cuando ya me hice con el control de mi nardo, incapaz de aguantar más sin soltar una lechada.

Llevaba tres días sin mojar ni pajearme, por lo que tenía unas ganas flipantes. Paquito descabalgó la mesa con el culo dolorido, y se arrodilló en el suelo, como dispuesto a dejarse embadurnar por los efluvios del hombre invisible. Ni siquiera tuvo que pedirme que lo hiciera, ni yo le pregunté si podía hacerlo. Tras un minuto o así de darle a la zambomba, un chorrazo de lefa se dio contra su frente, y debió verla, porque su cara se iluminó con una amplia sonrisa.

El resto del semen salió con menos potencia, pero de un modo abundante. Lo más alucinante era que mi leche fuese visible. Imaginé lo que Paquito debía ver: un chorretón blanquecino surgiendo de la nada y desparramándose hasta llegar al suelo, o en este caso también a su propia lengua, pues no dudó en ponerla bajo el surtidor en cuanto se percató de dónde estaba exactamente.

Le pasé el capullo por la lengua y los mofletes en cuanto acabé de correrme, pero sin llegar al límite del tiempo. Luego fue mi amigo el que empezó a darse caña. Le pedí que se pusiera en pie y le propuse que se corriera contra mi pecho, para poder ver de esa forma cómo su semen flotaba en la nada. Le pareció divertido. Me coloqué de tal forma que no entráramos en contacto, pero que la punta de su glande quedara cerca de mi cuello.

Cuando finalmente se corrió, yo pude notar el contacto caliente sobre mi cuello y mis pectorales, deslizándose incluso, aunque apenas duró unos cinco segundos: después me atravesó y acabó cayendo al suelo.

-¡Alucinante! -gritó entre jadeos.

Claro, él había visto su propia leche suspendida en el aire, como si no le afectara la gravedad. Eso tenía que ser algo extraño, sin duda. Me gustó ver su cara de disfrute mientras eyaculaba, observarle sin temor a que eso le cortase el rollo.

El resto de la tarde la pasé tocando sin parar por todas partes, aunque me puse mis gayumbos para que Paquito pudiera saber dónde estaba. Llegué a alcanzar hasta nueve segundos de contacto prolongado con las cosas, aunque empezaba a notar cierta extenuación.

Exactamente tres horas después de haberme hecho invisible, y del mismo modo repentino, aparecí de nuevo frente a un espejo, justo después de echar una meada que Paquito pudo ver saliendo de la nada: sólo un chorro de pis bien dirigido que iba del vacío hasta la taza.

Mi cuerpo volvía a estar cubierto por aquellas pegatinas blancas que eran la base del experimento, las mismas que se habían evaporado al hacerme invisible. Pasamos toda la noche analizando las cosas que habían sucedido: lo del contacto que se prolongaba, lo de que se vieran los fluidos que salían de mi cuerpo... Tomamos mogollón de notas, y acabamos en casa de Paquito, durmiendo desnudos después de haber echado un nuevo polvazo, esta vez sin cortapisas.

Decidimos que volveríamos a probar con la invisibilidad unos días más tarde, cuando yo me hubiese recuperado del tremendo agotamiento que sentía en ese instante. Y es que al fin y al cabo, yo aún no había cumplido mi deseo: "Me gustaría ser invisible para poder entrar en un vestuario lleno de cachas en pelotas".

Ahora ya sabía que eso era posible, y las experimentaciones de aquella tarde me daban además un montón de ideas sobre cómo podía pasármelo genial en el gimnasio de mi barrio, donde iban todo tipo de macarras.

Sin duda, me iba a divertir de lo lindo con todos aquellos machitos hasta arriba de adrenalina y anabolizantes...

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

-Sé que no lo puedes evitar, tío, pero intenta dejar de comerme la polla -le dije a Paquito en el laboratorio, seis días después de descubrir que podía hacerme invisible.

Mi amigo estaba de rodillas frente a mí, tratando de colocar una vez más aquella multitud de pegatinas blancas llenas de chips que lograban invisibilizar la materia de mi cuerpo al activarse. Exactamente tres horas duraba el efecto.

Paquito miró hacia arriba y sonrió por la broma. Después enganchó aquel circulito blanco en el tronco de mi rabo a media asta, y siguió cubriendo el resto de mis piernas y mis pies. Cuando se incorporó me dio un beso en los labios y me preguntó si estaba preparado para repetir la experiencia.

-Lo estoy deseando, colega -le vi caminar hacia las computadoras, y no pude estarme de seguir bromeando-. Joder, niño, ese chándal te marca un culito delicioso. No me había dado cuenta de lo buenorro que estás.

-Pues con todas las veces que me has follado esta semana, has tenido tiempo suficiente para darte cuenta. ¡Y ahora calla y concéntrate!

-Eres tú el que tiene que teclear los numeritos, no yo.

-Fabi, por favor...

Decidí hacerle caso y guardar silencio. Miré las pegatinas de mi cuerpo, sabiendo que si el experimento funcionaba desaparecerían de un momento a otro. Después de casi veinte minutos de concentración, de repente me percaté de que ya no estaban.

-¡Mírame! -le dije con emoción-. ¿Me puedes ver?

Paquito giró la cabeza en mi dirección, con una gran sonrisa, y después se felicitó a sí mismo por haber vuelto a conseguirlo. Teníamos una estrategia diseñada. Mi amigo se había apuntado el lunes anterior a mi gimnasio, y ahora teníamos intención de acudir los dos, aunque sólo se le vería a él.

El primer problema que surgió, y en el que no habíamos pensado, fue el desplazamiento. Yo no podía subirme a ningún medio de transporte, pues al segundo de entrar en contacto con cualquier cosa me fundía con ella. Podía atravesar las puertas y las paredes, pero no me podía montar ni en un patinete. De modo que nos iba a tocar patear durante casi una hora hasta mi barrio.

Fue una sensación extraña. Nada más salir del laboratorio, que Paquito cerró a cal y canto para evitar la curiosidad de sus compañeros, me vi a mí mismo caminando por un pasillo por detrás de mi amigo, que al cruzarse con la gente les saludaba con naturalidad. Puesto que yo me veía a mí mismo sin problemas, con toda mi desnudez patente, resultaba complicado asumir que los demás no veían lo mismo. Por eso me ocultaba tras Paquito, temiendo que en cualquier momento el resto del mundo empezaría a reírse de mí.

-Hasta mañana, Francisco -le dijo una chica morena y bajita, mientras le sonreía; me di la vuelta cuando pasó de largo, y vi que ella se giraba.

-Me ha visto, tío -le susurré a Paquito, acojonado-. Esa tía se ha girado para mirarme...

-No seas paranoico, Fabián -dijo mi amigo tras llevarse su teléfono móvil a la oreja, para simular que mantenía una conversación por él-. Me ha mirado a mí. Tú eres invisible, ¿recuerdas?

-¿Ah, sí? ¿Se ha girado para ver este culillo tan rico? -le di una palmada que él recibió con un sobresalto.

-No me jodas, Fabi -me recriminó en un tono más confidencial-. No miraba mi culo, si no mi ropa. ¿O es que acaso ves a alguien más por aquí que parezca tener intención de ir al gimnasio después del trabajo?

Sonreí, dándole la razón, y después miré hacia adelante, hacia la salida. Estaba custodiada por un vigilante jovencito, tal vez 25 ó 26 años, bien uniformado y con barba de tres o cuatro días. No era extremadamente corpulento, pero sí llamaba la atención su físico.

-¿Qué te parece ese? -le susurré-. Es un poco canijo, pero se le ve fibradillo, y no creo que sea de comer Petit Suisse. Seguro que se machaca en el gym de vez en cuando.

Le había visto unas cuantas veces en el último mes y medio, desde que Paquito y yo habíamos empezado a trabajar en el laboratorio. Se llamaba Samuel, bajito, moreno de pelo y piel, armado con porra y pistola, y bastante simpático. Miró en nuestra dirección mientras nos acercábamos, aunque supuse que a mí no me veía.

-Espera un momento -le dijo Paquito a su teléfono, fingiendo disculparse con su interlocutor mientras yo rodeaba al pequeño vigilante para ver mejor su culo uniformado-. Perdona, Samuel, ¿hace mucho que se ha ido mi amigo?

-Creo que no le he visto salir, señor -dijo el chico.

¿Señor? Miré a Paquito y no pude evitar una sonrisa. Aquel culo se veía macizo y apetecible, rellenaba bastante el pantalón. Me acerqué un poco al chaval, mientras me tocaba la polla. Samuel tenía las manos agarradas por detrás de su espalda, en posición de vigilancia.

-Bueno, tal vez esté en la cafetería, o se haya marchado ya -sonrió Paquito-. De todas formas, si le ves dile que me he tenido que ir, por favor.

-Si le veo, se lo digo -todo amabilidad, aquel jovencito no era consciente de lo cerca que mi polla estaba de sus manos.

-¡Salgo ahora del laboratorio! -le dijo mi amigo a su teléfono, aunque en realidad el mensaje era para mí.

Como no me veía ni me oía, era imposible saber mi ubicación exacta, pero quería asegurarse de que no hiciera alguna travesura que nos pusiera en un aprieto. Lo sentí por él, pero me veía incapaz de no sucumbir a la tentación de provocar a aquel chaval con aire juvenil pero autoritario.

Me agarré la polla por el tronco, teniéndola ya algo tiesa, y le asesté un vergazo en toda la mano abierta. Él la cerró por la inercia durante un instante, el tiempo justo que duró aquel contacto, pues después me fundí entre sus dedos y me alejé a tiempo de no ser descubierto.

Samuel se giró sobresaltado, y se miró la mano vacía, tal vez algo humedecida con una o dos gotas de mi precum. Desde las puertas giratorias, Paquito miró hacia nosotros con el rostro contrariado. Le sonrió al vigilante y desapareció. El chaval miró a su alrededor, después hacia el techo, como si algo le hubiera goteado desde allí, e incluso olfateó un par de segundos la humedad de su mano.

Aquello me resultó muy morboso, pero no había tiempo para más, y sabía que mi amigo se iba a mosquear conmigo por haber hecho aquella estupidez. Caminé hasta las puertas giratorias, mantuve contacto con ellas durante un segundo sin empujarlas, y cuando mi mano la atravesó dejé que le siguiera el resto del cuerpo. Tuve que hacer lo mismo con la siguiente.

FIN del Primer Experimento.