Un sencillo placer
Hay placeres para las mujeres en la temporada otoño - invierno.
UN SENCILLO PLACER.
Hace frío, pero luce el sol en Buenos Aires. La gripe A nos tiene atrapados, los colegios cerrados, los niños en casa, nosotras las madres pendientes de ellos. Mi vecina Rocío, una preciosa peruana, con un hijo de la misma edad que el mío, los ha llevado al campo, a la quinta de sus suegros. Y me he podido volver a darme el gusto que, dos veces por semana, he disfrutado este año desde que cambié la ropa de verano por la de otoño: QUE ME LIMPIEN LAS BOTAS.
Parecerá algo sencillo, tonto, PARA MÍ NO. Me excita y me pone a mil, con su ritual , repetido con ligeras variaciones, que me lleva a tener un orgasmo mío, poderoso y solitario. Hoy, día de la toma de la Bastilla lo he podido volver a hacer después de dos semanas de abstinencia.
Estoy sola, es media mañana.
Sobre la remera con la que dormido, me pongo un pulóver fino, de modo que cuando me excito se marcan los pezones.
Saco las bolas chinas del cajón del placard donde reposan los útiles de placer, vibradores, arneses Me las meto muy despacio, y mirando mi imagen en el espejo del dormitorio. Suelo estar lo suficiente mojada para que su entrada sea un glup, glup , absorbidas por la boca de mi sexo que golosa las traga. Me pongo la bombacha que he usado el día anterior.
Luego las medias, ahí es donde me permito variaciones, siempre sobre el negro, lisas , con dibujos. Las dejo bien fijadas al muslo, no quedan bien si no están estiradas.
Después me calzo, de manera alterna, unas botas de media caña que me ciñen la pierna como guantes, o unos botines que acaban cuatro dedos por encima del tobillo.
Me recreo en el espejo, al verme con la carne de los muslos, las medias y las botas, me caliento sola. Elijo la pollera, siempre a la rodilla, una cuadrillé de vuelo ancho, una gris de ejecutiva, o una negra con raja que deja al descubierto casi toda la pierna.
Me lavo la cara, poco, me paso el cepillo por el pelo. Sé y quiero oler a hembra sudada, cogida en la noche, o en el amanecer.
Hoy he llevado medias con unas pequeñas hojas grises, las botas y la pollera negra.
Me pongo un poncho de vicuña, y salgo a la calle.
Ando las dos cuadras, que separan mi departamento de mi destino. Sé que me muevo como una felina de caza. Llego a la confitería y me siento fuera, la zona está cubierta, con calor de las estufas del techo.
Viene el mozo, le pido un cortado en jarrito y una media luna de grasa. Y que me acerque la Nación. Y entonces hago una seña , y raudo se acerca un hombre.
Tiene esa edad indefinida que da la pobreza cuando se pasa de los cuarenta, es moreno, con el pelo crespo, sus ojos oscuros. Es del interior, sus rasgos medio indios no le dejarían mentir, es uno de las cabecitas negras que cuidaba Evita.
" Le limpio, señora"- me pregunta ansioso.
"Si"-respondo como una vieja cheta de Barrio Norte.
Me coloca el pié izquierdo sobre la caja y empieza.
Para entonces ya ha llegado el café y la media luna, hago que leo el periódico y me concentro en sentir sus manos que con un paño quitan el polvo al cuero. Es una suave caricia, sé que puede ver mis piernas hasta donde, tras la media, surge la carne.
Cuando paso de página, son grandes las de la Nación, le espío sin que se de cuenta. Mis ojos buscan su entrepierna. La erección no la puede simular.
Y eso me excita aún más.
Con lo dedos extiende la crema. Me suben cosquillas de deseo hasta las bolas chinas.
Me baja el pie y coloca el otro. Levanta la vista para estudiar si yo me he dado cuenta de que se le ha puesto dura. En ese momento mojo la media luna, y doy un bocado a su cuerno húmedo, como si fuera el glande de su verga. Eso sí, haciendo que no me he enterado de su empalme total.
Repite la operación, casi es imposible hacerlo más lento.
He acabado el cortado y la factura, sigo haciendo que leo.
Vuelve a cambiar mi pie. Toma un trapo y comienza a darme brillo, muy rápido. Las bolas se mueven dentro de mí, vibrando, y yo pienso en ese ritmo si ese miembro que parece querer romper el pantalón, estuviera dentro de mi vágina.
Desearía gemir pero no lo hago, cuando ataca la otra bota. Mueve las manos con furia, como si estuviera acabando de masturbarse, no pierde detalle de mi bombacha que como en descuido he dejado ver.
Acaba, le doy 15 pesos y recoge el instrumental.
Entra en la confitería, le veo marchar para el W.C. Sé que va a acabar de hacerse una paja.
Pago al camarero, me levanto y vuelvo hacia casa sin esperar a verle salir.
Apenas entro, me quito el poncho, la pollera, y coloco dos almohadas en la cama, da el sol a través del cristal. Saco un consolador negro, es grande, con dos cabezas, es regalo de una amiga, Carmen, que pienso leerá esto cuando se publique.
Fuera la bombacha empapada, me deleito en sacarme las bolas, muy despacio, sintiendo como mis labios se abren para la salida de la primera , se cierran . Paro un momento, una dentro , otra fuera. Y doy un tirón PLASH, ya está. Las chupo. Me gusta mi sabor íntimo.
Me coloco de modo que el sol, me de en la concha, como una vestal que se ofrece al astro rey, y me meto el glande de goma, paladeando como me va llenando poco a poco.
Me viene a la cabeza el ritmo de la lustrada, y empiezo a copiarlo con el negro falo, muy rápido, mi imaginación me lleva a una fantasía de violación, donde no puedo resistirme. Tengo las dos manos agarrándolo.
Me oigo jadear, no sé el tiempo que llevo así , jugando con la enorme verga artificial. Sigo con una mano , la izquierda busca mi clítoris, que asoma rosado de deseo. Estoy tan mojada que no necesito lubricar los dedos.
Estallo, creo romperme.
Mi marido me invitó a almorzar para festejar la Revolución Francesa, a las 15.30 estaba en casa. Me puse a escribir lo arriba contado, me salió de un tirón.
Rocío me trajo a mi hijo. Jugué con él, le bañé y le di de cenar.
Cuando se durmió, mi marido , como suele hacer leyó la historia.
"¡ Qué golfa eres!"
Sabía lo que quería, me desnudé y me volví a poner las botas y las medias. Parado ante mí, con el arma en alto, me dió un forro, lo abrí, y lo coloqué como una boina en la cabeza de su sexo. Después con mis labios lo fui extendiendo a lo largo de la carne endurecida. Lo dejé bien ensalivado.
Me puse a cuatro, como una perrita , apoyó el glande enfundado y lo empujó en mi oscuro agujero. Bombeó, me llamó puta, golfa, eso me excitó aún más.
Lo sacó de la gruta estrecha, quitó el condón, y de un golpe lo metió en mi empapada concha. Me estuvo cogiendo un largo rato, me dio algunas nalgadas cuando veía que me iba , para retrasar mi orgasmo, cuando soltó el geiser de su esperma, me vine entre gemidos.
Ahora, en la mañana del 15, el cielo está cubierto, Lalo se ha ido al trabajo, mi hijo duerme, con el mate al lado y el pucho en los labios, corrijo y acabo esta historia.
Ahora la enviaré a TR.