Un secreto entre cuñados

Un hecho real da paso a una fantasía insuperable donde un joven se convierte en el objeto de placer de su cuñado.

Supongo que fantasear con un cuñado no es nada extraño, incluso si eres gay. Pero a veces, esas fantasías son tan cercanas, tan próximas, que casi esperas que se hagan realidad en cualquier momento. Y eso es exactamente lo que me pasó a mí.

Soy un chico joven de unos 25 años, con novio (alto, delgado, de hombros y pecho anchos, y muy bien dotado) desde hace años, una relación estable y duradera que no cambiaría por nada porque amo a mi novio más que a nada en el mundo. Mi cuñado es un poco más alto que mi pareja, de manos grandes, moreno, muy educado, soltero en ese momento… y nunca me había fijado en él sexualmente. Pero un día, tuvimos una de esas comidas familiares, en su casa, de las que se alargan sobremanera, y justo en plena época de exámenes… Yo tenía que estudiar, así que le pedí por favor si podía ir a su despacho para estar más tranquilo.

Una vez allí me puse a preparar la tarea, pero era bastante aburrido, y además oía a la familia pasarlo bien en el comedor, así que decidí encender el ordenador y navegar por internet un rato.

Cuando llevaba apenas unos minutos en esa tarea, por pura curiosidad abrí el historial de navegación y… ¡menudo tesoro encontré!

En días anteriores mi cuñado, que vive solo, había buscado desde ese ordenador absolutamente todas las perversiones posibles: fetichismo, orgías, sexo interracial y…  también sexo gay.

A medida que mi mirada recorría los enlaces visitados y leía los títulos, una erección crecía en mi entrepierna. No sólo había visto porno gay, había navegado  entre varias páginas de porno gay, y durante varios días, no podía haber sido una equivocación.

Abrí alguno de los enlaces y, bajando el volumen, vi alguno de los videos donde dos chavales tenía sexo salvaje mientras se chupaban las pollas y los pies, y claro, mi mente empezó a volar.

Me quedé mirando la puerta e imaginé como mi cuñado entraba por ella, me pillaba mirando su historial, y con esa cara de sabelotodo esbozaba una media sonrisa y me decía:

-          Vaya… me has descubierto. Ahora no puedes decírselo a nadie. Debe ser… debe ser nuestro… secreto.

Justo en ese momento ponía su mano sobre su bragueta y empezaba a frotársela suavemente, yo no sabría que decir y solo podría entreabrir mi boca mientras con la mano libre me empujaba suavemente hacia su polla, que se notaba erecta a través del pantalón.

Yo  seguiría sin decir palabra, sólo me dejaría llevar. Me arrodillaría con miedo pensando que toda la familia seguía en el comedor, pero aunque tembloroso, le bajaría la bragueta para liberar el monstruo que se escondía en sus pantalones.

Me la metería en la boca casi a la fuerza y comenzaría a chuparla mientras él me sujeta la cabeza con las manos y empieza a gemir. La notaría crecer entre los lametazos de mi lengua hasta llegar a su máximo tamaño y aguantándome las arcadas le acariciaría los huevos de puro placer.

Sé que pararía de chupar sólo para lamerle los cojones, y también se que él me diría:

-          No te he pedido que me chupes los huevos, puta. Cuando quiera que lo hagas lo sabrás.

Y tirándome del pelo con firmeza volvería a llevar mi boca hasta su polla palpitante. Poco a poco las embestidas aumentarían en velocidad y profundidad y mientras yo me derretiría de puro placer. Sé que no me avisaría cuando fuese a correrse y que lo notaría por la dureza de sus huevos y los chorros de leche que llenarían mi boca. Quizá me lo pediría, pero no haría falta, yo seguramente le chuparía todas y cada una de las gotas que quedasen en su polla, me la tragaría toda, justo como hago con su hermano cuando follamos.

El sonreiría y para acabar me diría:

-          Ha estado bien, pero este es nuestro secreto, no hagamos daño a nadie con esto. Ahora estudia… mi puta.

Y se marcharía por la puerta tal y como entró, dejándome de rodillas, con dolor en la garganta pero con la sonrisa de felicidad más morbosa que podréis ver en vuestras vidas.