Un sandwich y un vaso de leche
"Fui un niño bueno hasta que me di cuenta que uno se lo pasa mucho mejor no siéndolo..." La historia de una merienda aderezada con hierbas y regada con los mejores caldos.
Fui un niño bueno… hasta que me di cuenta que uno se lo pasa mucho mejor no siéndolo. A los primeros cigarros, litronas o escarceos con las chicas siguieron los porros, las borracheras semanales y las pagas gastadas en putas. Y en esas correrías era parte indispensable mi amigo Kike. Mis padres saldrían con aquello de las malas compañías, pero yo sé que no, que Dios nos crió y nosotros solitos nos juntamos. Además Kike no podría ser nunca una mala compañía. Todo lo contrario. El amigo más leal y cercano que tuve y tendré. De todas formas no creo que a mis padres les preocupase demasiado Kike; mientras en casa me comportase, mi padre pagaba mis caprichos y mis locuras de fin de semana; mi madre por su parte pensaba más en los zapatos que se compraría para tal o cual vestido que en mí. Así que yo andaba libre, a mi aire.
Con este panorama es más que comprensible que los estudios no fueran una de nuestras prioridades. Con dieciocho años repetíamos segundo de BUP por segunda vez rodeados de niños pánfilos y niñas rebotadas de un colegio de monjas. Kike y yo, figúrate. Juntos éramos el terror de las adolescentes: desvirgábamos un par cada semana, solo por joder, nunca mejor dicho. A las que de verdad queríamos follarnos les salíamos con el rollo de respetar su virginidad, su elección, tal y cual, sólo para poder destrozarles el culo o llenarles la garganta de lefa. Y funcionaba. Follábamos todo lo que podíamos, pero siempre menos de lo que nos hubiese gustado.
Un día, mis padres estaban de viaje. Una boda de algún familiar, o un entierro, qué sé yo. El caso es que entre estar dando el coñazo al profesor de turno o aprovechar que estábamos menos vigilados que nunca, elegimos lo segundo. Nos saltamos las clases de la tarde y nos fuimos a mi casa.
Hola Daisy- dije al entrar y cruzarnos con la chica que atendía la casa. Comenzábamos a subir las escaleras del chalé camino de la habitación cuando se me ocurrió algo. – Un sándwich y un vaso de leche, ¿puede ser?- le pregunté desde lo alto. Ella afirmó.
¿Qué dices, no nos íbamos a beber el whiskey de tu viejo?- Kike no entendía nada.
Después- le tranquilicé. Ese era el plan, fumar canutos y beber, hasta ponernos pedo o estar colocados, lo que llegara antes. Y tocarnos los cojones, muy posiblemente de manera literal. Cada uno los suyos, eso si.
Daisy era dominicana. Lo suficientemente joven para que mi padre la contratase y lo suficientemente fea para que mi madre no sintiese celos. Así era Daisy, joven, fea, y terriblemente vaga. Trabajaba porque no le quedaba más remedio, sino su madre la echaba del piso, y trabajaba en nuestra casa porque había poco que hacer; mi padre nunca paraba en casa, mi madre apenas comía, y ella no tenía ni que limpiar ni cocinar, podía pasarse la tarde viendo culebrones en el salón. Conmigo la relación era distinta. Tiempo atrás quería tirarme una negra, nunca me había follado una y tenía ese capricho, así que le ofrecí pasta. Aceptó, sin más. Y debió gustarle porque las siguientes veces lo hacía a cambio de un porrito o una raya de coca. Si le conseguía una joyita se volvía de complaciente…
Tan pronto entramos en mi cuarto tiramos las mochilas al suelo y nosotros nos tiramos también. Yo sobre la cama, Kike sobre la silla giratoria del escritorio. Y empezamos a liarnos unos petarditos. En esas estábamos cuando entró Daisy. Una bandeja en las manos y en la bandeja dos vasos de leche y un par de bocadillos. Avanzó hasta dejarla junto a la ventana. Kike le sonrió, yo le ofrecí una calada. Ya no salió de la habitación. Se tumbó junto a mí, justo al borde de la cama. Su culazo gordo me empujó hacia la pared. Sería por aparentar, pero mi madre se había empeñado siempre en que las chachas fueran vestidas de tal, con su cofia y todo. Y la verdad es que a Daisy el traje le sentaba como el culo. Precisamente por eso, porque tenía un culo y unas tetas espectacularmente grandes y el traje apenas le abrochaba. Aunque esto también tuviera su parte buena. Como en ese momento, que al echarse de lado en la cama, la falda se le había recogido hasta medio muslo. Así que cuando ella me arrebataba el porro de la mano para darle unas cuantas caladas, yo me tomaba la revancha posando mis manazas en su pierna. No voy a hacer apología de la drogadicción, pero la verdad es que la hierba ayudaba a relajar el ambiente. Kike apuraba el primero y nosotros encendíamos ya el segundo. Entre uno y otro yo me había sacado la camiseta y me había aproximado tanto a la espalda de Daisy que rozándose con sus nalgas mi polla comenzaba a despertar. Mi brazo colgaba sobre su cintura y ella se derretía cuando la besaba entre la nuca y el cuello. Cuando metí una mano en su traje y forzando el, sin duda cansado, sujetador dejé al descubierto una de las tetazas de Daisy, Kike debió darse cuenta que la nuestra era la clásica relación chacha-señorito salido. ¿O quería decir lo contrario? En fin, que con su teta fuera y mi muslo tratando de hacerse hueco entre sus nalgas, seguimos a lo nuestro, hablando poco y fumando mucho.
Susurré algo al oído de Daisy. Ella rió, y cuando se incorporó palmeé con ganas su culazo. A esas alturas de la película, a Kike no le sorprendió mucho verla avanzar decidida a por él. Lo habíamos hecho antes con otras, solo que a ésta no le habíamos tenido que mentir ni emborrachar primero. Ésta era de las nuestras. Kike, pues, se desparramó en su silla, abriendo al máximo las piernas para dejarle hueco, y echando hacia atrás el respaldo hasta que éste crujió. Daisy posó su mano en el paquete de mi amigo y él rió como sólo los fumaos que están a punto de recibir una mamada saben reír. Los negros y regordetes dedos de ella bajaron la cremallera y se perdieron bajo el calzoncillo. No le costó demasiado encontrar su premio. La tiene jodidamente grande el cabrón, como se la envidio. Eso y la hermana que tiene. Si yo tuviera ambas cosas sería un incestuoso convencido y practicante. Pero volviendo a aquella tarde, Daisy ya había liberado la polla de Kike, y la asía entre sus manos. Lo miraba a los ojos mientras comenzaba a tirar de la piel de su rabo. Él le echó a la cara el humo de la última calada y luego bajó su mirada. Aunque no es muy lista, Daisy lo entendió. Escupió sobre el capullo de mi amigo, meneó con fuerza el cipote, y acto seguido comenzó a tragárselo.
¡Ese culo arriba!- es tan vaga que tuve que gritárselo. Me daban la espalda y no veía nada. Yo, que había escrito el guión de aquella tarde. ¡Qué poco me lo agradecen! Subió el culo, sí, pero durante poco tiempo. Dos minutos después ya estaba en cuclillas cuando no arrodillada mamando sin descanso del rico palo de Kike. Me incorporé, la separé mínimamente de mi colega, le incliné el tronco hacia delante, y ya puestos le levanté la falda. Antes de irme empujé su nuca contra el vientre del placiente. Volví a mi sitio, y… eso era otra cosa. Las bragas blancas e inmensas de Daisy eran como una pantalla donde se proyectaban mis sueños. Un lienzo en blanco dispuesto a recibir chorretones. El profesor de arte hubiese estado contento si a mi mente hubiera arribado en ese momento la técnica del dripping, pero eso no lo aprendería hasta años después. En ese momento, lo único que me divertía era ver nacer diminutos puntos oscuros por la humedad que brotaba de su coño. Al cabo de un rato los diminutos puntos se habían convertido en algo así como el mapa del Caribe: una serie de islas transparentes en la blancura de aquellas bragas de algodón. Me coloqué detrás de ese culazo, me bajé el pantalón, escupí en mi mano y empecé a pajearme mientras ella seguía mamando. Al rato comencé a aburrirme de ver la pantalla en blanco.
Bájale las bragas- pedí a Kike, y él lo hizo. Daisy estaba demasiado ocupada comiendo polla como para ayudar, así que a tientas y a tirones mi amigo fue descorriendo el telón. Su chocho hinchado y apretado fue lo primero que llamó mi atención. Luego me fijé en sus labios, grandes y surcados por pliegues, y en el hilillo de flujo que escapaba entre ellos; después en cómo se le erizaba la piel cuando mi amigo hacía chasquear sus dedos en la negrura de sus nalgas. Obediente, ella no dejaba de mamar. Sujetaba por la base, aplastándole los cojones, mientras sus labios carnosos subían y bajaban sin descanso por el duro rabo de Kike.
Me aproximé polla en ristre. El roce con sus nalgas me sirvió para comprobar que ya estaba todo lo dura que debía. Mi mano guiaba la polla a frotarse con su crecido clítoris, a abrir ligeramente unos labios que parecían ansiosos por acoger un buen rabo.
- Ay, perdón, que desconsiderado, los invitados primero- dije. Incorporé a Daisy, la llevé de la mano hasta la ventana. Aparté la bandeja con la merienda que nos había servido, y me senté de espaldas a la calle. Guié su cabeza hasta mi vientre, y dejé expuesta su retaguardia ante el más que previsible ataque de Kike. No se hizo esperar. Ahogamos el primer gemido hundiendo bien su cara contra mi rabo. Él se agarraba con fuerza a sus poderosas caderas, y después de unas cuantas idas y venidas suaves, como para calibrar el terreno, comenzaba a darle ritmo a la follada. El cuerpo doblado de Daisy se sacudía bajo sus embestidas hasta hacer chocar sus tetas colgantes con mis rodillas. Por mi parte, yo bastante tenía con retener su cara enterrada en mi entrepierna. Sólo hacía que me la dejase de chupar de vez en cuando, para que me la lamiera entera, de arriba abajo, hasta que su lengua terminara jugando en mis cojones. El roce de sus dientes en el capullo me hacía delirar. Creía que me iba a correr cada vez que su boca tragaba mi polla. Necesitaba una pausa y algo más. Me levanté, hice que Daisy se apoyara en el escritorio, y mientras salía de la habitación guiñé un ojo a Kike animándole a seguir con la faena. Me consta que así fue. El ruido de sus cuerpos al chocar se oía mientras buscaba en el mueble-bar una botella de viejo escocés. Cogí la que aparentaba ser más cara. Entré riendo con el whiskey en la mano y pedí a mi amigo que hiciera una pausa.
¿Alguna vez habéis bebido a morro directamente del cuerpo de una negra sudorosa? Sólo se me ocurre una expresión para definirlo: asquerosamente embriagador. Nos repartimos su culo: Kike el cachete izquierdo, yo el derecho. Echábamos un chorro de licor justo en ese hueco que se forma entre la cintura y el nacimiento de las nalgas, y tratábamos de atraparlo con la lengua cuando caía como una catarata por su piel. Mira que nos esforzábamos en recorrer con la lengua su trasero, pero casi todo el whiskey acababa formando un charco en el suelo. Cuando me di cuenta que el cuello de la botella era lo suficientemente largo, el siguiente paso llegó de forma natural. Abrí su coño, y le fui metiendo, con cuidado de no romperla, la botella. Medio colocados como estábamos, sólo nos dimos cuenta que habíamos olvidado cerrarla cuando el whiskey comenzó a desbordarse en el chocho de Daisy. Cambié la botella por mi boca, y tragué la bebida con los restos de flujos desglasados de su coñazo. El mejor reconstituyente posible. Vio Kike que aquello estaba rico, y también quiso probar. Así que otra vez empinamos la botella en su interior, y cuando comenzaba a rebosar, mi amigo hundió la nariz en el ojete de la chacha para que la lava del volcán de su chocho inundara su garganta.
Ella también parecía tener sed. Girada estiraba su brazo pidiéndonos la botella. Antes de darle de beber a morro, hice que chupara bien chupado el cuello recién salido de su coño. Luego hicimos un cambio; le di a Kike la botella, y yo cogí de la mano a Daisy. Me tumbé en la cama, y ella se sentó a horcajadas. Su propia mano guió mi polla. Meterla en un coño recién follado es como sentarse donde alguien acaba de levantarse: te lo encuentras caliente, con la forma de otro molde, y lleva un tiempo sentirse cómodo. Con lo acogedor que me había resultado siempre el coño de Daisy. Rosa, como la bachata que le gusta bailar, a mí me gusta tornarlo rojizo por el roce y finalmente blanco lleno de nuestras corridas. Por fin comenzaba a moverse. Sus tetas orbitaban libremente sobre mi cara. Mis manos se posaban en sus caderas, y ella se impulsaba queriéndose clavárseme más y más. Kike nos miraba desde su silla. La botella, en cada viaje más vacía, de la mano a la boca. Nosotros follábamos. Me incorporaba a morder sus pezones gruesos, su sudor llovía en mi piel; yo, ceñido entre sus piernas, ella, cabalgando sobre mí. Mis impulsos se encontraban con los suyos, para llegarnos más adentro, para clavarnos más profundo, para transmitir a todo nuestro cuerpo el placer que nacía allí adentro.
Sentí que la cama crujía bajo un nuevo peso. Kike se sumaba a la fiesta y ya había elegido dónde instalarse. Empujó la espalda de Daisy hasta que su pecho se aplastó con el mío. Yo la abracé y cesé la follada. Mi amigo aproximó el pollón que gasta al agujero trasero de la chica, y voilà, sándwich de negra. Ella apretaba los dientes mientras Kike avanzaba poco a poco. Cuando se dio por satisfecho, empezamos a movernos, por turnos. Cuando yo salía, él empujaba, cuando él retrocedía, yo tenía permiso para adentrarme en su coño. Siempre resulta extraño sentir una presencia ahí, al otro lado de una débil pared. Presa entre nuestros cuerpos Daisy sudaba como la cerda que era. La doble penetración no le dolía; únicamente se quejaba si a Kike se le iba la mano al tirar de su pelo. El resto le gustaba, tanto como para correrse un par de veces y dejarme a mí al borde por las convulsiones de su vagina.
Habíamos follado tantas veces juntos, que conocemos el aguante de cada uno. Cuando Kike me vio con los ojos en blanco, entendió que no iba a aguantar mucho más. Desmontó a Daisy, y manejando su cuerpo, la hizo sentarse sobre sus piernas en el suelo. Me incorporé, posé mi rabo sobre la boca de ella, y simplemente dejé que el mínimo roce de sus labios en mi prepucio hiciera estallar mi polla. Sin tocármela, sólo plantada sobre su carita de mirada suplicante, bañada en la blancura de su néctar, con el hálito de su boca entreabierta meciéndome el rabo y dejé que reventase, que la leche saliese disparada hacia sus ojos, su frente, su pelo… Kike por su parte se la pelaba con fuerza, como queriendo sacar fuego. Cuando me retiré, se acercó. Agarró con una mano la cabeza de Daisy mientras con la otra se pajeaba con todas sus ganas. Incontrolable, sobre su cara, sus tetazas jadeantes, el suelo, las cortinas… Kike estalló en mil chorros incoloros, mientras ella volvía a abrir los ojos muy despacio con los restos de nuestras corridas pegando sus pestañas.