Un romance impensado, lujurioso y avasallador

Fui a una boda en otra ciudad. Ahí me encontré con un chico, ex compañero de escuela de mi hijo, que me sedujo de manera impensada y me llevó hasta un hotel, donde tuvimos unas relaciones sexuales tremendamente lujuriosas y de esa manera logró avasallarme, de manera impensada, pero sin vuelta atrás.

Un romance impensado, lujurioso y avasallador

Resumen:

Fui a una boda en otra ciudad. Ahí me encontré con un chico, ex compañero de escuela de mi hijo, que me sedujo de manera impensada y me llevó hasta un hotel, donde tuvimos unas relaciones sexuales tremendamente lujuriosas y de esa manera logró avasallarme, de manera impensada, pero sin vuelta atrás.

Hola, soy una mujer madura, de 37 años, madre de un solo hijo, que actualmente vive en los estados unidos.

Quiero contarles un gran primer “romance”. Sucedió luego de que mi marido, 12 años mayor que yo, tuvo una prostatitis; se vio mal, lo operaron y..., pasaron dos meses y casi al medio año de eso, yo me encontraba realmente mal, enojada siempre, de mal humor, fastidiada, etc..., ¡me hacía falta el sexo!, hasta que mi marido, finalmente habló conmigo, me dijo que me consiguiera un trabajo, para distraerme, y que me consiguiera un “novio”, para que “me diera satisfacción”. ¡No creía lo que oía!, pero esa cierto, me lo decía en serio, y de corazón… No  lo entendí sino algún tiempo después, cuando el cambio al buen humor se me presentó, luego de tener nuevamente relaciones sexuales.

De jovencita, no lo niego, antes de casarme tuve relaciones con diferentes hombres y siempre quedé complacida, pero nunca me penetraron, llegué a mi matrimonio siendo aún “señorita”. Afortunadamente mi marido me resultó ser también un buen amante y nunca tuve que buscar a nadie por otro lado, hasta que pasó lo que acabo de relatar.

Mi hijo nada más estudió hasta la secundaria: ya no pudo o no quiso seguir y se fue a los USA con un hermano de mi marido, que tiene un taller mecánico de diésel allá.

Mi hijo era muy amiguero y como vivíamos cerca de la escuela, casi siempre sus amigos venían a la casa, a estudiar, a bromear, a jugar; nos llevábamos bien.

Al terminarse la escuela, los compañeros de mi hijo, poco a poco se fueron desperdigando: unos se casaron, otros se mudaron, mi hijo se fue a los estados unidos y así; pocos quedaban de la secundaria, a los cuales, a todos, había yo estimado bastante.

Un día, luego del “problema” de mi marido, se presentó en casa uno de ellos, Jesús, que se iba a casar en Jalapa. Fue a invitarnos, a llevarnos la invitación. Llevó también unos boletos del autobús, y una reservación en un hotel de Jalapa:

  • pero..., si allá no conozco a nadie..., me voy a sentir muy incómoda...

= ¡Pero voy a estar yo!. ¡Yo no puedo faltar jajaja...!. ¡Y les voy a presentar a mis padres…, para que los conozcan…!.

Me dejé convencer; le dije a mi esposo, pero a él no le gustan las fiestas ni es muy sociable, sin embargo, me dio permiso de ir y me fui para Jalapa.

Ese día, en el hotel, me arreglé lo mejor que pude: me puse un trajecito sastre, falda – blazer gris Oxford, con una blusita debajo, gris perla. Me puse unas pantimedias transparentes, un brasier blanco, sencillo y unas pantaletas negras, tradicionales, clásicas, de nylon, nada erótico o sexi.

Me fui a la iglesia, que no era lejos; me fui caminando, siguiendo las instrucciones de los del hotel. Vi a Jesús, a su novia y..., no conocía yo a nadie, ni a la familia de Jesús.

Entré a la misa, salieron y Jesús me buscaba:

& señito..., el salón está aquí a media cuadra..., puede irse caminando, su mesa es la número 6...

Me fui para el salón. Iba siguiendo a la gente, pues éramos varios los que seguramente íbamos a aquella fiesta.

Al llegar a la fiesta, en la entrada, di mi nombre y alguien me acompañó hasta mi mesa. Había varias personas ahí, casi todas en pareja, yo era la única sin pareja.

Estuve tratando de platicar; esas personas me hacían plática, pues eran muy educadas pero…, poco caso me hacían. El mesero me preguntó si quería beber algo; le pedí una cuba – coca con ron – y me llevó dos.

Estuve tomando unas cubas y pasó todo lo clásico de las bodas: el vals, las palabras, la partida de pastel, la cena, el baile, la aventada de ramo, la paseada del novio y de la novia, etc. Luego de eso, comenzó la música; las parejas de la mesa se levantaron para bailar. Yo me “escondí” de nuevo en mis bebidas, moviendo mis piernas, pues me gusta mucho la música y el bailar.

Estando yo en eso, un chico me vino a invitar a bailar. Voltee a verlo: era un muchacho alto, moreno, con un bigote, agradable. Llevaba una camisa negra, desabrochada, mostrando su pecho, imberbe, un saco obscuro y un pantalón gris claro. Me dedicaba una sonrisa muy linda, que nada más de mirarla, me convenció.

Le di la mano, me paré y nos fuimos a bailar a la pista. Él me trataba de decir algo, siempre sonriente, pero no alcanzaba a escucharlo bien, por lo que platicamos muy poco, pues la música sonaba acallando nuestras palabras.

Entre otras cosas, me dijo su nombre, Santiago. También me dijo que vivía en la frontera con los USA, en Tamaulipas. Me dijo que se había hospedado en el hotel Jalapa, ¡lo mismo que yo!. Me preguntó si había venido yo sola a Jalapa; le dije que sí. Ninguno de los dos conocíamos a nadie de aquella fiesta. ¡Nos había unido el destino, a los dos “fuereños”!. Me dijo que me encontraba muy guapa; le di las gracias y seguimos bailando esa música, alegre.

Se terminó la pieza y aplaudimos. Hice un intento de irme para mi mesa, pero él, tomándome de la mano me preguntó:

= ¿seguimos bailando?.

Le dije que sí, y esperamos la siguiente melodía, que poco tardó.

Seguimos bailando hasta que se despidieron los novios, pero la música continuó. Lo miraba de vez en cuando, de manera discreta, de reojo: ¡encontraba muy guapo a ese chico!, que hacía contorsiones bailando y me invitaba a que lo siguiera.

Seguimos bailando dos piezas más, hasta que le cambiaron de ritmo, a una música más suave y romántica y..., ¡sentí cómo me abrazaba y  me jalaba hacia él!;  hacía mucho que no bailaba y..., aunque..., era tan solo un baile..., al sentir pegado su cuerpo a mi cuerpo, comencé a sentirme muy..., excitada, por la presencia y cercanía del muchacho, por sus brazos tan varoniles, su aliento tan fresco, su sonrisa maravillosa.

Nuestros cuerpos bailaban unidos. Santiago bailaba muy bien y..., yo lo seguía en todos sus movimientos..., me dejaba conducir. El chico aquel no decía nada, solamente tenía su mejilla sobre mi mejilla y me embarraba su cuerpo a mi cuerpo; ¡podía sentir su calor, y su excitación...!, ¡estaba igual de excitado que yo!.

En cada vuelta, me introducía su muslo hasta el contacto con mi entrepierna. ¿Habría sido el alcohol?, ¿todas esas copas que me estuve tomando en la mesa?. ¡Nunca me opuse a esa manera de bailar...!, tan... ¿obscena?, ¿erótica?, ¿sensual?, ¿atrevida?. El contacto de nuestros sexos, aunque fuera por encima de nuestras ropas, ¡nos había excitado tremendamente!.

Estábamos a la mitad de la pista, rodeados de gente, con la luz tamizada y…, sentí las dos manos del chico tomarme de la cintura y jalarme más a su cuerpo. Yo le eché mis manos en su cuello y…, en ese momento sentí sus labios besándome por mi nuca; retuve la respiración y...

= ¡huele delicioso el perfume que traes…!,

me dijo, tratando de llamar mi atención...

= ¡eres muy hermosa...!,

me dijo, tratándome de halagar...

Se retiró unos centímetros de mi cara y mirándome con aire de conquistador me dijo:

= Tienes una cara muy linda, me gusta tu mirada, tus ojos, ¡tu boca...!.

No le respondí; bajé la mirada, desviándola de la de él. ¡No quería verlo!, pues sabía que estaba ahí, muy cerca de mí, acechándome...

Santiago me siguió besando en el cuello, en mi oreja, en mi mejilla, hasta que no pude resistirlo: ¡tenía que detener al muchacho!, pero...,  ¡hacía tanto que no me daban de besos...!, que..., ¡sentí que tenía mojadas mis pantaletas!. ¡Lo estaba deseando!, y en ese momento también..., Santiago me besaba en la comisura de mis labios y luego ¡trató de besarme en la boca!. Mi boca se abrió para decirle que NO, y el chico aprovechó para plantarme un besote, hundiéndome su lengua hasta el fondo, cosa que me hizo venirme con abundancia.

Nos besamos muy largamente y, cuando finalmente terminamos el beso:

= ¡Me sigue gustando mucho tu boca!,

volvió a repetirme ese chico.

= ¡Me supo muy rico tu boca..., me supo a fruta prohibida...!,

me dijo, sonriendo de nuevo, con aquella sonrisa que me “desarmaba”.

Y luego de aquella frase, volvimos a besarnos a media pista, a frotar nuestros cuerpos, sin importar donde estábamos. Yo le acariciaba su pecho, introduciendo su mano por su camisa desabrochada y estiraba mi cuello para alcanzarle su boca, pues era mucho más alto que yo. Él se flexionaba hacia a mí para besarme en la boca, con besos apasionados. Sus manos acariciaban mi espalda por encima de mi blusita; jalándome el elástico del brasier, dándome golpecitos con el resorte, como mandando mensajes en “clave Morse”. Yo estaba colgada de su cuello ofreciéndole mi boca y apretando mis senos contra su pecho.

En una de las pausas entre un beso y otro, me dijo que le gustaba yo mucho:

= ¡eres un “cromo” de mujer!, ¡una diosa!,

frase que me hizo sentirme volar y, sin poder contenerme le respondí:

  • ¡también tú…, te me haces muy apuesto y muy varonil!,

le dije, acariciándole de nuevo su pecho, desnudo.

Él bajó su mano izquierda y comenzó a tocarme mi seno derecho, primero discretamente y luego con una mayor decisión, sin que yo protestara.

Luego de eso, animado por mi condescendencia, sus manos bajaron hasta mi cintura y luego a mis nalgas, para luego regresar hasta mi cintura, en donde buscó, encontró y comenzó a jalarme el elástico de mis pantaletas y a enviarme nuevamente golpecitos “en clave Morse”, al tiempo que me empujaba descaradamente su pubis contra mi pubis, por lo que le pude sentir su pene, con una erección respetable.

Luego, con su mano izquierda, me tomó mi mano derecha y la bajó hasta mi seno derecho y me pegó su cuerpo a mi cuerpo, pero nuestras manos quedaron entre nuestros pechos, exactamente sobre de mi seno derecho, que con sus dedos comenzó a acariciar, haciendo que mi pezón se erectara, muy fuerte, muy rígido, muy excitado, ¡y él lo sintió!:

= ¡Se te siente muy lindo!,

me dijo, y no supe qué contestarle, tan sólo agaché mi cabeza, tratando de esconderle mi cara, roja de la excitación y de la vergüenza, pero ese chico me la levantó, tomándola de la barbilla:

= ¡Eres una hermosura de mujer...!,

y nos volvimos a besar, con pasión.

Estando en el besuqueo y en el faje, sintiendo sus dedos sobre mi seno, sobre mi pezón, que son dos de mis partes erógenas que más me provocan, lo sentí también que bajaba su mano, sujetando la mía, y que la llevaba hasta por encima de mi muslo derecho, que me lo comenzó a acariciar y luego, la fue deslizando hacia adentro, hacia mi entrepierna, hasta localizar el elástico de mis pantaletas, con las que me volvió a mandar “clave Morse”, para de inmediato comenzar a deslizarse por encima de mi pubis, en un ir y venir ¡delicioso!, que me hizo darle un apretón de mano muy fuerte y el chico me respondió con un apretón en mi nalga, ¡que sentí portentoso!.

Eso me hizo, sin querer, como respuesta automática de mi cuerpo, empujarle con fuerza mi pubis hacia adelante, volviéndome a topar con “su bulto”, muy duro, y con un giro de mi cadera, se lo rocé un par de veces: ¡eso ya no era baile!, ¡lo habíamos sobrepasado!, y estábamos “fajando” en plena pista y sin poder reprimirme le dije:

  • ¡Estás excitado…!, ¿verdad?.

Creo que al chico le dio gusto que le dijera lo que le dije y:

= ¿Ya sentiste mi excitación?

  • ¡Sí…!,

respondí, y al mismo tiempo añadí otra pregunta:

  • ¿soy yo la culpable de eso…?.

= ¡Sí…, me tienes muy excitado, quiero estar contigo, en intimidad, ¡poder hacerte el amor…!.

Y sin poderme aguantar, tan sólo alcancé a musitarle:

  • ¿Nos vamos...!,

le pregunté, y nos salimos de aquella fiesta, que ya casi acababa.

Regresé a la mesa por mi blazer y Santiago me ayudó a ponérmelo, pero ya no me retiró su mano ni su brazo de mis hombros, al contrario, me abrazó con firmeza y me atrajo hacia él, como tomando posesión de mi ser y plantarme de nuevo un gran beso en la boca, al cual contesté decidida.

Salimos a la calle y nos fuimos caminando, abrazados, ¡como dos novios!, pues el hotel se encontraba muy cerca.

Llegamos. Pedimos las llaves de nuestros cuartos y nos subimos. Estábamos en el primer piso; nos fuimos por la escalera, abrazados y casi en cada escalón, nos dábamos un nuevo beso. En el descanso de la escalera nos dimos uno muy largo, en donde, ahora sí, sin ninguna objeción, Santiago me acarició sobradamente mis nalgas, introduciendo su dedo en mi rajadita trasera, diciéndome:

= ¡No sabes las ganas que tengo de meterte mi verga!,

cambiando su mano al mismo tiempo hacia delante de mí, hacia mi entrepierna, tocándome descaradamente mi sexo por encima de mi vestimenta.

¡Wow!. ¡Esta expresión y estos tocamientos, tanto vulgares como soeces, hicieron que me volviera a venir muy profusamente sobre de mis pantaletas!, pero también me animaron a decirle algo que jamás pensé que pudiera salir de mi boca:

  • ¡Sí Santiago..., quiero que me la metas...!, ¡que me cojas muy rico..., que me hagas gozar...!, ¡que me saques muchos orgasmos...!,

exclamé, abrazándome a él, pegándole mi cuerpo a su cuerpo, ofreciéndole mi boca a sus besos y..., ¡acariciando su pene con una mano!, por encima de su pantalón:

  • ¡Quiero que me metas esta vergota que tienes!,

le dije, dándole un fuerte apretón a su pene, sorprendiéndome a mí misma con mi atrevimiento impensado.

Nos volvimos a besar con pasión en la boca y nos fuimos caminando, muy lentamente, abrazados, sin dejar de besarnos, hasta que llegamos a mi habitación.

Nos desprendimos por unos segundos, para abrir la puerta del cuarto. Abrí, entramos, cerramos la puerta detrás de nosotros y de inmediato volvimos a besarnos de nuevo en la boca, con la misma pasión de hacía apenas un rato, volviendo a posesionarse de mi trasero, ahora con ambas manos, y luego de ello, me las metió por debajo de mi falda, levantándomela muy arriba, hasta arriba de mi cintura, y a continuación, me introdujo una de ellas hasta llegarme a mi sexo, por encima de mis pantimedias y mis pantaletas:

  • ¡Síii…, sí…, así…!,

lo animaba con voces alentadoras, diciéndole que iba por un buen camino, hasta que comenzó a tratar de quitarme las pantimedias.

Se hincó frente de mí y me introdujo sus manos debajo de mi falda, que yo le detuve a la altura de mi cintura para que pudiera quitarme las pantimedias y luego quitándome las zapatillas, para que pudieran pasar, al mismo tiempo que me quitaba mi blazer y me desabrochaba la blusa y me la quitaba, lo mismo que mi brasier.

Me llevó hasta la cama; con mi falda por encima de mi cintura, mis piernas separadas y flexionadas por la rodilla, hacia abajo, en la orilla de aquella cama. Mis pantaletas aún preservaban la intimidad de mi sexo, sin embargo, en ese momento, Santiago se volvió a hincar enfrente de mí, enfrente de aquella cama, entre mis piernas y comenzó a hundirme su cara  en mi sexo, en mi pubis, en mi entrepierna, besando mi monte de venus por encima de las pantaletas: ¡tenía muchos meses que no me daban de besos “ahí”. ¡Me estaba gustando con creces que me besara mi sexo!, y mi respiración se comenzó a volver cada vez más profunda:

  • ¡Sí…, sí…, no te detengas…, sigue, sigue, síguele, síiii…!.

¡Estaba demasiado excitada!, mojada completamente de "ahí". ¡Creo que ni de jovencita me había mojado yo tanto, como me mojaba en ese momento!.

= ¡Hueles…, delicioso…, a mujer enamorada…, a perfume de mujer…!.

Y colocando sus manos a cada lado de mis caderas, tomó el elástico de mis pantaletas en sus dos manos y ¡comenzó a deslizármelas hacia abajo!: ¡me puse muy tensa, de la emoción!. ¡Era el preámbulo de aquel coito, que ya lo estaba añorando!.

En ese instante:¡me relajé por completo!, ¡acababa de alcanzar nuevamente otro orgasmo!; ¡dejé que comenzara a bajarme las pantaletas!. Alcancé a ver cómo, al despegarlas de mi entrepierna, se formaban unos hilillos blancos ¡de mis venidas!. ¡Me dio mucho gusto!, pero también me dio algo de pena, con ese muchacho.

Sentí cómo me las bajaba: de manera lenta pero continua, sin detenerse, hasta pasarlas por debajo de mis rodillas, debajo de mis tobillos, para terminar de quitármelas y dejarlas sobre del piso.

Al terminar de bajarlas, se me quedó mirando, como embobado: me miraba mi sexo y mi pelambrera así expuestos y...,

= ¡Eres de verdad una diosa..., Afrodita!. ¡Me encanta todo lo que tienes aquí!,

comentó, colocando toda la palma de su mano encima de mi panocha..., ¡completamente venida!, al mismo tiempo se llevaba mis pantaletas a su cara y a su nariz, a su boca y se puso a olfatearlas, a besarlas, a lengüetearlas:

= ¡Estás…, completamente batida…!. ¡Me encanta que te hayas venido!

  • ¡Es por ti..., tan sólo por ti…,

= ¿Te tengo caliente, mamita...?

  • ¡Sí..., me tienes muy caliente…!. ¡Porque me vas a coger…!, ¡porque me vas a dar tu vergota...!, ¿verdad...?,

le dije, expresando lo que sentía: ¡mis deseos, mis ansias, mi placer exacerbado!.

Santiago se lanzó entre mis piernas, aplastándome contra del colchón y se puso a frotarme sensualmente mi rajadita con su cara y su boca; me  separaba completamente mis labios mayores, totalmente mojados; los separó con mucha amplitud y comenzó a juguetear con mi clítoris, muy erecto; me lo apretó con dos dedos y... ¡sentí como si un rayo de placer me hubiese caído sobre mi sexo!. Arqueé mi cuerpo totalmente hacia el frente y solté un gemido tremendo,

  • ¡Aaaaggghhh..., Santiago...!, ¿qué me haces...?,

al mismo tiempo que le aventaba mi vientre hacia el frente, buscando su cara y su lengua, que tan enorme placer me proporcionaban.

= ¡Mamita...!, ¡estás ardiendo de los deseos!; ¡estás toda batida de tu panocha...!.

Y en ese instante Santiago me metió dos dedos en mi rajada;

= ¡ya ves..., estás completamente batida…!, ¡entran como con vaselina...!.

Mi vagina mojada se abrió con un ruido de chapoteo. Solté un enorme gemido,  por demás placentero:

  • ¡gggmmmhhh!,

y Santiago me volvió a clavar de inmediato su cara en mis piernas.

  • ¡síiii..., qué rico…, síguele, asíiii…, sí…!.

Le gritaba, aplastando su cabeza con mis manos contra de mi sexo, excitado; la lengua de Santiago me estaba mamando los pliegues de toda mi pucha. ¡Estaba muy roja de aquel placer!. ¡Lo sentía delicioso!.

  • ¡Santiago..., Santiago..., Santiagooo...!.

Mientras me lo mamaba, el muchacho me estaba jugando mi clítoris, sintiendo cómo se endurecía y me crecía entre sus dedos, mientras que yo me mordía los labios...

  • ¡Sigue Santiago, sigue..., me voy a venir nuevamente, Santiagooo!

le gritaba, sin poder contener la ola de placer que me sumergía. La boca de Santiago me volvía loca, su lengua me exploraba a todo lo largo de mi rajadita, hundiéndose algunas veces en mi vagina, caliente y muy húmeda.

Unos deliciosos espasmos recorrían por mi vientre y yo gemía y me venía:

  • ¡Ggggmmmhhh..., aj, aj, aj...!.

Santiago me hizo venirme por varias veces, con su boca, en su boca, succionándome el clítoris, tan fuertemente, que me dejaba sin fuerzas y..., cuando me volvió a besar otra vez..., descubrí mi propio sabor, sabor a mis propias venidas.

= ¡Estoy seguro que tu marido nunca te había dado un “bajón de mamey” tan sabroso como el que te acabo de dar...!.

Me quedé callada, escuchándolo, muy a lo lejos...

Desvié la mirada, algo avergonzada por esa comparación, por estar traicionado a mi marido, por haberme abandonado a ese muchacho..., tan joven..., tan pervertido..., pero..., recordando lo que me había dicho mi esposo, que me buscara yo un “novio para que me diera satisfacción”, con ello me escudé para justificarme a mi misma y..., en ese momento el muchacho ese me preguntó:

= ¿vas a querer que te coja...?

  • ¡Síii…, sí…, por favor…, méteme tu vergota, Santiago!,

le respondí, recuperando mi excitación.

Luego de eso, se levantó de mi lado y comenzó a desnudarse, cosa que aproveché para retirarme mi falda, que estaba hasta mi cintura, quedando de esa manera, completamente desnuda y ansiosa de que me penetrara.

Santiago, por su parte, se quitó su saco, camisa, zapatos, pantalón. Apareció ante mis ojos tan solo con una tanguita, roja, muy chiquita y muy sexy; su pene, muy erecto, le sobresalía a la tanguita; se le miraba su cabeza y la mitad de su tallo por encima de su tanguita; ¡estaba tremendamente excitada!, ¡lo deseaba muchísimo, a más no poder!, y sin darme yo cuenta, comencé a presionarlo:

  • ¿ya vienes...?, ¿qué haces...?,

le pregunté...

= ¡Me estoy desnudando para meterte la verga...!.

Yo ya estaba en la cama, completamente desnuda, mostrando mis senos, con sus pezones erectos a más no poder:

= ¿No ves que lo mucho que te ando deseando...?. ¡Mira mi pito..., cómo lo tengo parado de las ganas que tiene de ti...!,

me respondió, terminado de quitarse su tanga, dejando completamente de fuera su pene, muy erecto, muy rígido y desafiante.

Caminó hasta la cama, puso una rodilla en ella, a la mitad de mis piernas, abiertas completamente, esperando por ese muchacho y su verga: ¡deseaba tanto que me la metiera!.

Me colocó su pene encima de mi rajada; comenzó a deslizarlo de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba; ¡se resbalaba muy fácilmente!, de lo mojada que estaba.

Hizo esto dos veces, pero yo ya no aguantaba de la impaciencia y…, volví a presionarlo:

  • ¡Ya mételo Santiago…, ya mételo por favor…!,

Y en ese momento se detuvo, lo colocó en posición y…, ¡me lo dejó caer hasta los más profundo de mi panocha!:

  • ¡Aaaaggghhh…, síiii…, asíiii…, ricooo…!.

¡Lo sentí completamente hasta adentro, en lo más profundo de mi intimidad y...,

  • ¡Aaaaggghhh…, síiii…, asíiii…, agh…, agh…, agh…!,

en ese instante, con unos fuertes movimientos de mi cadera, me vine de nuevo, con muchísimas contracciones, ahora sobre el pene del chico aquel, que se había estado quieto, encima de mí, aplastándome deliciosamente con su cuerpo ardiente a mi cuerpo rendido.

Cuando entreabrí nuevamente mis ojos, lo alcancé a ver, encima de mí, adentro de mí, aplastándome sensualmente y:

= ¡discúlpame mamacita…, te tenía muchas ganas!; ¡ya no pude aguantarme…!, ¡me tenía que venir…!,

me dijo, con mucha ternura, acariciando mi mejilla y mi cara, sonriéndome en éxtasis, lo mismo que yo, y acto seguido, se dejó caer sobre de mí, aplastándome por completo de nuevo, con su pene aun adentro de mí.

Nuestros pubis, pechos y cuerpos estaban unidos y nuestras bocas se buscaron de nuevo, para fundirse en un nuevo beso, muy largo, lascivo, cachondo.

Cuando terminamos el beso, él quiso comenzarse a mover, pero yo lo detuve de su cintura y le dije:

  • ¡así…, quédate un rato quieto…, adentro de mí…, quiero disfrutar tu venida…, me gusta mucho sentirte dentro de mí, disfrutar de tu verga…,

la siento muy rica, hasta el fondo de mí…!. ¡Quiero que me disfrutes sin prisas, dándonos mucho placer, que disfrutes mi cuerpo, que disfrute del tuyo…!.

= ¡Ay mamita…!, ¡No me pude aguantar!,

me dijo, tratándose de justificar:

= ¡Tengo más de seis años de estarte deseando...!, ¡seis años de estar soñando y fantaseando contigo...!,

recordando cuando te espiábamos, Jesús, Israel y yo..., mientras te bañabas, mientras te cambiabas..., oliendo tus pantaletas usadas,

masturbándome con ellas... ¡No sabes las ganas que tenía de meterte mi verga..., mamita!.

  • ¡Santiago...!,

fue lo único que pude decirle; ¡me había dejado muda con esa confesión!.

Me lo quedé mirando, como en cámara lenta. Hice el intento de quitármelo de encima de mí, de sacarme su verga, pero..., la tenía hundida profundamente en mi sexo, hasta el fondo de mi vagina, anclada de esas paredes, y no me la pude sacar, pareciera que su semen hubiera sido de pegamento y se hubiera adherido su pene dentro de mi vagina.

El chico me miraba sonriente, ganoso, con su mirada llena de ilusión, de satisfacción y de orgullo, mientras me preguntaba:

= ¿ya te acordaste de mí...?.

Yo lo miraba con cara de sorpresa e interrogación, por lo que él añadió, emocionado, gustoso:

= ¡Sí, soy Santiago, “Chago”, de México, de la secundaria…,  amigo de Jesús y de tu hijo…! ¡Íbamos a tu casa…!, a jugar…, a mirarte, a contemplarte,

¡a masturbarnos pensando en ti…!.

Sentí que el mundo se me hundía a mis pies, que se me desmoronaba al instante.

Me acordé que en alguna ocasión, que yo lo tomé como broma, me había dicho ese chico:

“¡Cuando yo sea grande…, voy a hacerte mi novia…!”,

y en este preciso momento, con su pene muy al fondo de mi vagina, casi tocando a mi alma y mi corazón, lo escuchaba decirme:

= ¡Me encantas mamita...!. ¡Eres una mujer muy encantadora!. ¡No sabes cuánto te amo y deseo!.

¡Siempre me gustaron tus nalgas…!, ¡tus piernas…!,

me confesaba, al momento que me acariciaba mi cara con su mano derecha, y luego me clavaba su boca sobre de mis senos y mis pezones, para succionarlos, para chuparlos de manera alternada.

= ¡Me voy a terminar de criar con tus senos…!.

¡Y mis pezones se me pusieron más parados aun...!, ¡me estaban hasta doliendo, de lo caliente que estaba!. ¡Sentía yo su lengua, sus labios y hasta sus dientes, en unas mordidas muy deliciosas!:

= ¡No sabes qué de puñetas me he hecho!, pensando en tu cuerpo, en tus senos, tus nalgas…, imaginando siempre cómo tendrías tu panocha...

¡Me sentía totalmente confusa!, aprisionada entre la vergüenza y el deseo carnal de la concupiscencia, ¡casi del incesto!, con ese chico tan jovencito, ¡compañero de escuela de mi hijo!; ¡vibraba placenteramente, al compás de sus chupetones y sus caricias...!, ¡al compás de su verga!, que latía y me brincaba en el interior de mi vientre: ¡era más fuerte que yo!. Mis piernas estaban abiertas: ¡ya había aceptado a ese chico!, ¡que me había confesado todo a destiempo!; ¡me le estaba ofreciendo completamente!, pero, aún bastante confusa, le pregunté:

  • ¡Santiago...!, ¿y ahora…?, ¿qué vamos a hacer...?.

= ¡Vamos a seguir haciendo el amor nuevamente, mamita...!,

y  luego de  decir  lo  anterior,  comenzó  a  besarme, con mucha lujuria, acariciando mis senos desnudos y dándome un fuerte empujón con su verga, que golpeteó contra el fondo de mi vagina, multi-lubricada con nuestras venidas:

= ¡Voy a disfrutar de tu cuerpo, mamita...!.

susurró lentamente en mi oído izquierdo, dándome una ligera mordida en mi oreja:

= ¡Voy a llenarme de ti!,

profirió, mientras me acariciaba de un seno y lo estimulaba de manera muy placentera.

= ¡voy a recuperar todo este tiempo perdido...!,

sentenció, comenzando a remover sus caderas y al mismo tiempo su pene, muy adentro de mí:

= ¡voy a llenarte de leche..., a inseminarte completamente tu vientre...!, ¡voy a llenarte de besos...!,

y se puso a besarme de nuevo, en la boca, de manera procaz y libidinosa, trasmitiéndome de inmediato ese sentimiento, a todo mi ser:

= ¿quieres que te llene de leche, mamita...?

me preguntó en ese momento Santiago:

  • ¡síiii.......!,

le dije en voz baja, como para que no me escuchara, sucumbiendo ante mi placer y deseo; sentía que la sangre se me agolpaba en mi cabeza y mi sexo... Tenía ganas de desmayarme..., de quedarme inconsciente, indefensa, y que luego..., Santiago pudiera tratarme como a una muñeca de plástico y hacerme todo cuanto él quisiera..., y le diera su gana:

= ¡Te voy a meter mi verga..., hasta adentro!, mamita..., ¡de nuevo!.

¡No sabes las ganas que tenía de meterte mi verga..., mamita!.

¡Te estuve esperando por todo este tiempo, mamita...!,

¡me tienes que compensar...!.

Santiago me dominaba sexualmente,  me excitaba de tal manera que yo misma le pedía que me diera "más verga", que ya se moviera, y eso fue lo que hizo. Me  tenía toda ensartada, “¡hasta el alma!” y comenzó sus movimientos con mucho cuidado, como tanteando el terreno, para de repente embestirme muy fuertemente,  sacándome un gemido de gozo:

  • ¡Aaaaggghhh…!.

= ¿Te duele?

  • Un poquito, pero me gusta que me lo hagas…, se siente bonito…,

le comenté, y medio inconsciente, medio perdida enmedio de mis emociones, me sentí a mí misma llevándome mis manos hasta la espalda de ese muchacho y comencé a jalarlo hacia a mí, a atraerlo, a restregarlo contra mi cuerpo, a frotármele contra de él; ¡no podía yo evitarlo...!. ¡Andaba tremendamente excitada!. ¡Esto vencía ampliamente mis pudores y reticencias, mis atavismos y mis tabúes, mi decencia, mi religión, mis creencias:

  • ¡Dámelos Santiago..., dame tu verga, Santiago...!,

¡dame más leche...!,¡gózame mucho, chiquito...!.

Respondí  activamente a  la  cópula,  moviendo  mi  traserito con muchas  ganas;  gritaba,  sollozaba,  imploraba, pedía y Santiago intensificó   su   movimiento,   bombeándome   fuertemente, hasta arrancarme de gritos:

  • ¡Chíngame..., dame fuerte, dame con ganas, no te detengas, así…!, ¡así mi chiquito...!.

Santiago sonreía satisfecho,  viendo  la  buena  labor  que había realizado  conmigo;  me  tenía entre  sus  manos,  cautiva  de la pasión,  unida a su "verga", de manera tal que..., el único camino que me quedaba era irme aficionando más y más a ese sensual tratamiento,  a sus cogidas, al deseo carnal que experimentábamos.

Gemía y me contorsionaba  con la nueva sucesión de orgasmos que estaba sintiendo:

  • ¡Santiago..., ya dámelos, échamelos otra vez, inúndame con tus mecos…!.

¡Ya no puedo más, ya vente, termina, papito, ya vente...!,

pero Santiago me siguió bombeando hasta  sacarme  dos nuevos orgasmos y observarme agonizante, de puro placer.

  • ¡Aaaaggghhh…, agh…, agh…, agh…, papacitooo…!.

= ¡Mamita…, tan rica…, valió la pena esperarme…, mamita…!,

me dijo, acariciándome mi carita y dándome otro delicioso beso en la boca.

Luego de este último "acto", nos quedamos profundamente dormidos.