Un romance extraño.- capítulo iº

A Celestino, mocetón campesino, un amigo, emigrado a Londres, le encarga representarle en su boda, por poderes; esto es, con el amigo en Londres, y la novia en Madrid

UN ROMANCE EXTRAÑO.

CAPÍTULO Iº

Allá por los años de Mari Castaña, más menos entre mediados-finales de los pasados años sesenta, vivía Celestino, un mocetón manchego, pero de lo más manchego además, ni más n menos que natural del mismísimo Tomelloso, por entonces el pueblo de los buenos melones, y las mucho mejores, aún, mulas, pues, doy fe de ello, los tíos cuidaban bastante más a sus mulas que a sus hijos, por la sencilla razón de que “hacerlos era, amén de “gratis”, sumamente placentero, y luego, a partir de sus seis, siete añitos, como mucho, resultaban la mar de rentables, pues los mandaban a trabajar donde fuera y de lo que fuera, siendo el  hijo, la hija, un jornal diario que entraba en casa, en tanto que, perder una mula, era una verdadera tragedia para la familia, pues reponerla costaba un ojo de la cara…de lo que, muchas veces, la casa no disponía, y sin mula que tirara del arado, ¿qué puñetas hacían?... Vamos,  era caer en el hambre viva la familia entera.

Pero dejémonos de estas gollerías y volvamos a lo que decíamos antes, al bueno de Celestino. Éste era, sin duda alguna, uno de tantos labriegos que poblaban aquél terruño, no demasiado sobrado de caletre, aunque sin ser tampoco un bruto total, que sabía leer y escribir casi correctamente más lo suficiente de cuentas para no ser engañado por tanto  “listo” como pulula por este puñetero mundo que habitamos, con el “agravante”, además, de que el mozo muy “descalcico” tampoco estaba, que sus buenos duros tenía en la cartilla postal de ahorros del lugar, amén de sus trocicos de tierra, como por aquellos lares suele decirse, que los “ico”, ”ica”, al final de cualquier palabra abundan más, en el cotidiano hablar manchego, que las margaritas  en verano. Vamos, que aunque de millonario, ni por los forros, tampoco le faltaban sus buenas fanegas de trigo y arrobas de uva y aceitunas, olivicas que suelen decir por tales predios, que anualmente le daban sus tierrecicas

Pero es que, por esos idus de los años de Mari Castaña que nos ocupan, el Celestino andaba más “mosca” que pavo  en Navidad (1), pues acababa de recibir carta de su buen amigo Paco, otro natural del mismo Tomelloso que él, diciéndole no sé qué de una novia que se había echado en Madrid, aunque él estaba en un lugar de nombre rarísimo de ese país de “herexes” que era la “Engalaterra”, “u, sédase”, Inglaterra, en manchegazo del bueno, pero es que la cosa no se quedaba ahí, que de particular, bien poco tiene, sino que rizaba el rizo, al hablar de un “casorio” que, para él, que le aspen si lo entiende, pues era del amigo Paco, desde la “Engalaterra” esa, y la novia que se había echado, sólo que ella en Madrid, y a él, al buenazo del Celestino,  su amigo le decía que le representara en la boda esa, que ni Dios Bendito entendería. Así, que acudió a quién mejor podría entender tal galimatías (RAE: “Galimatías”: Confusión, desorden, lío ), el señor maestro del pueblo.

Mas, hete aquí, que lo que él entendía por “galimatías” que ni Dios llegaría a comprender, era una cosa de lo más normal, si por normal entendemos alguna que otra extravagancia, pues según el ilustrado varón, eso, lo que su amigo pretendía, no es que se diera todos los días, que, francamente, no, pero sí que está previsto en las Leyes, lo mismo las de Dios que las de los hombres, llamándose “Matrimonio por poderes”. En fin, que aunque fuera él quien dijera el “Sí” ante el cura y  el que firmara an el registro parroquial y en el Registro civil, quién verdaderamente se casaba con es “prójima” era el Paco, y no él, que simplemente actuaba en representación de su amigo.

En fin, que ya un tanto tranquilo, medio aclaradas ya sus dudas, preguntó a su instructor en cosas para él, más bien, incomprensibles, que qué era lo que debería  él hacer ante tal circunstancia, a lo que su enseñador dijo

–        Pues mira, Celestino, lo más lógico es que te pongas en contacto, primero con la chica y después del gestor que lleve el asunto del matrimonio por poderes. ( Y le sacó, primero la foto de una mujer, la novia, con un teléfono al dorso, luego un papelito con una dirección ) Esta es la chica y aquí tienes su teléfono, y esta la dirección del gestor.

Y dicho y hecho por el bueno del Celestino, que para el mismísimo día siguiente,  o, mejor, tarde siguiente, concertó cita con la muchacha, pues por la mañana iría a ver al gestor administrativo. Este gestor, don Obdulio Contreras, resultó ser un individuo la mar de curioso, pues, al momento, y por su incansable verborrea, le pareció charlatán de feria, especializado en embaucar incautos, lo que enseguida le puso en guardia ante tal gestor, agravada esa impresión por un ambiente de tremenda inseguridad que en tal despacho se apreciaba a simple vista, al no funcionarle ni la luz ni el teléfono, cortados ambos servicios por las correspondientes compañías, pero todo debido a los fallos bancarios, tan corrientes, a decir del bueno de don Obdulio; pero es que, a ello se unía una falta de mobiliario en ese despacho de tente y no te menees, pues todo él se reducía a la mesa en que estaban y las correspondientes sillas en que se sentaban, que no sillones o simples butacas. En fin, que por finales, el “maromo” de don Obdulio le sacó diez mil pesetazas que del alma le salieron al Celestino, y, ya en la tarde, se entrevistó con Raquel, la “novia”, en una céntrica cafetería madrileña.

La verdad, es que la muchacha  le pareció la mar de linda; vamos, una mujer que quitaba el hipo al tío más pintado, por lo que rezongó para sus adentros al sentarse frente a ella, en la mesa que ya la chica ocupara al entrar él en el establecimiento: “Pero qué suertudo el gilipollas del Paco, “ligarse” semejante tía”. Y es que, la Raquel, era guapa de verdad y  con un cuerpazo… Vamos, que lo estaba viendo y n acababa de creerse que un tipo como el Paco, que amén de ser más tonto,  más “gilipuertas” que el que asó la manteca, a ver qué tal sabía asada, era, para remediarlo, más bruto que un “arao”; o, mejor,  que el  mulo que tiraba del “arao”. Pero, en fin, “que doctores tiene la Iglesia que sabrán contestarles mejor que yo al acertijo.

La entrevista transcurrió por los buenos derroteros de la amabilidad mutua, sin faltar en la conversación el galante cumplido del Celestino a la futura esposa de su amigo, con un “Pues es usted mucho más guapa que se la ve en la foto; y, que conste que, en la foto, está usted guapísima”, a lo que la Raquel, con un gesto más o menos cierto, más o menos fingido, poniéndose hasta un tanto coloradita como en recatado ademán. Por finales, acabaron citándose para cenar juntos aquella misma noche, por una parte como acto de cortesía del falso novio hacia la verdadera novia, por otro para detallar más, mejor, los “flecos” del evento.

Se despidieron a la puerta de la cafetería hasta la entre fin de la tarde, inicios de la noche, y se separaron, andando él hacia un lado y ella hacia otro, pero sin prisas y sin tampoco perderle un segundo de vista; así que, cuando Celestino desapareció a lo lejos perdido en el tráfico de personas, cuando más menos se sintió segura de que el mocetón manchego ya ni se preocupaba de ella, Raquel volvió sobre sus pasos para ir a meterse en un coche, un más que humilde Seat 600, el vehículo que motorizó a media España en aquella década de los 60 del pasado siglo  XX. Se metió, decidida, con autoridad, en el vehículo, asentándose en el asiento del, digamos, copiloto, mientras la persona que la esperaba al volante, una oronda señora, antes casi cincuentona que cuarentona, de generosas carnes que, casi en absoluto, se privaba de mostrar al mortal pecador del masculino género humano a través del más que pronunciado escote y esa faldita que si se agachaba hasta el “carnet de mujer” podría vérsele, si se descuidaba y tal día se hubiera olvidado de las braguitas, cosas de la vida. Al momento, la “buenorra” espetó a la “inocente” Raquelita.

–        ¿Qué?... Un palurdo, ¿verdad?

–        ¡Pssch!… No tanto… Normal…

–        Anda que si el  Paco resulta ser como ese, vas lista, ¿no?

–        ¡No seas gilí, Lola! Ese “palurdo”,  como tú le llamas, es una persona decente, honrada, cosa a la que ni  tú ni yo podemos aspirar; sólo a “macarras” indecentes que nos exploten, exprimiéndonos como a limones…

–        ¡Anda nena, y no me la armes, que yo no tengo la culpa de que te hayas dado el madrugón que esta mañana te has pegado. Y que, por cierto, y por si te olvidas de ello, que también me he pegado yo, y sólo para no dejarte “sola ante el peligro”…

–        Anda Lola, dejémonos de tonterías y  volvamos a casa, que tengo un sueño que me caigo…

La llamada Lola arrancó el coche y salió de donde se había metido al aparcar, más menos, ante la cafetería, comentándole la Raquel mientras circulaban rumbo a casa lo de la cena concertada con el “garrulo” para aquella noche, acabando por decirle

–        Lo que ya no sé es a qué hora podré aparecer por el club. Antes de las doce, ni hablar, pero es que, aún después de tal hora, ni idea de cuándo podré estar allí. Me cubrirás ante la Rosa, ¿Verdad?

–        No te preocupes, mujer; pues claro que sí. Que estás malísima, que has pasado una noche, mañana y tarde que  para ti se quedan, pero que harás lo posible por aparecer por allá sea como sea… ¿Te paree bien el “rollo”?

–        Hombre, socorrido es, pero también pasable.

Y es que, sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas, resulta  que  la “inocente” Raquel, como su amiga, la Lola, ejercían el oficio “más viejo del mundo”, aunque en plan un tanto descafeinado, enmascarado como camarera en uno de esos sitios más bien conocidos por “puti-clubs”. Pero también habría que decir que, en realidad, la Raquel estaba ya más  asqueada que harta del rol desarrollado desde ni se sabe el tiempo. Qué importa saber el porqué entrara en tal “profesión”, simplemente digamos que “a la fuerza ahorcan”, y para esos entonces la muchacha haría lo que fuera con tal de salir de ese mundo que, en verdad, le asqueaba hasta ya no poderlo soportar… Hasta casarse con un “garrulo”, un “palurdo”, como la lola definiera al Celestino.

Tampoco  es cosa de dejar en el tintero que ella, en absoluto, pretendía engañar a su futuro marido, ante Dios y ante los hombres, que ella sería lo que fuera, pero, a su manera, honrada a carta cabal, lo que significaba que, en su momento, ella confesaría a ese marido todo lo concerniente a lo que ella era,  había sido desde que naciera, y que fuera lo que Dios, y su marido, quisiera desde tal confesión, pero, desde luego, cuando ese marido estuviera lo suficientemente enamorado de ella para entenderla, comprenderla, y lo que tal vez fuera más peliagudo, la disculpara, aceptándola así, como había sido hasta entonces, como desde entonces era.

Y siguiendo ya con la relación de los hechos, decir que el momento de los grandes nervios, los casi homéricos sofocos, vino a eso de las seis y pico-siete de la tarde, cuando llegó la hora de elegir la ropa para esa noche, esa cena con el representante del que sería su marido, su novio de entonces, vamos, pues nada de lo que formaba su “fondo de armario” le parecía, ni de lejos, propio de la mujer decente que empañada estaba en parecer; vamos, que segura estaba de que el Celestino, por “palurdo” que tal vez fuera, como la Lola se barruntaba, la iba a “guipar”, notar su auténtica “profesión”, a lo que su amiga le decía que ni Cristo que lo fundó, que pero más que bien podía pasar por la moza más recatada y virginal que en su “pastelera” vida viera el garrulo del Celestino. Así, que la Raquel no hacía más que decir que tal, y la Lola responderle que cual

–        Nada; que tampoco esta me sirve

–        Pues hija; yo no la veo tan mal

–        Ya; con un escote que ya, ya… Que no puede ser Lola; que no habrá manera de que el tío ese no se dé cuenta de lo que en verdad soy… Y  se lo “cascará” a Paco…a mi Paco, a mi novio. ¡Dios mío, que si él se entera, adiós mis esperanzas de salir de esta vida… Paco, desde luego, se enterará de todo, se lo contaré todo yo misma… Pero cuando casi no pueda creerse que yo, alguna vez, fuera una…una… Bueno, una furcia… Cuando lleve con él tanto tiempo, dedicada a él en cuerpo y alma, como la mujer más “decente” del mundo, que eso, esta verdad de hoy día, no se la pueda creer

–        Vamos a ver, Raquel; ¿es que no tienes una faldita mínimamente decente que ponerte?

Y mientras decía esto, la buena de la Lola, se allegaba al armario de Raquel, abriéndolo y curioseando en él

–        Bueno, faldas sí que tengo, pero lo de arriba, o es demasiado ceñido, o con el escote que me descuido y por él se me ve hasta el “trigémino”

–        ¡Bueno!; esto creo que no te iría mal para esta noche con el garrulo

–        ¡Pero te has vuelto loca, Lola!... ¡Que por ese escote se me ve hasta el…

–        ¡Nada, nada, mi niña! Esta blusa te la pones al revés, con la espalda al frente, y no se ve nada; luego, te plantificas este abrigo, que tan bien te sienta, y ni te lo quitas en toda la noche pase lo que pase… Y asunto, solventado

Y la buena de la Raquel estuvo de acuerdo con su amiga en que, así, como ella decía, podía salir del apuro. Claro, que haciéndose intención por renovar su vestuario con arreglo a la nueva situación en que pretendía entrar. En fin, que por fin, el Celestino llegó a la casa a buscarla justo por la hora en que quedara en hacerlo, las nueve de la noche, conociendo entonces a la celebrada Lola, presentada por Raquel como “una buena amiga, compañera de trabajo”, lo que tampoco desdecía un pelo la verdad. Por cierto, que él se portó cual todo un caballero, galante, además, regalando a la futura novia un ramillete de flores, exactamente, orquídeas blancas.

–        Esto, debiera haberlo regalado el padrino de la boda, pero como no lo hay, se lo regalo yo, para que en ese día lo luzca

Y aquí, terció la Lola

–        ¡Ay, sí; el ramo de novia! Pero qué considerado que es usted, Celestino, haberse acordado de esto. Por cierto, que yo seré la madrina. Haber, Raquel  es mi sobrina, la he criado yo, como quién dice, pues quedó huérfana de padre y madre muy pequeñita, a los siete u ocho años… Ya ve usted…

–        Ya, ya… Lo entiendo… Y, ¿en el padrino no han pensado?

–        Pues…pues… Pues no, francamente… Como… Como conocemos a tan pocos hombres… Como vivimos tan apartadas de todo eso, de todos ellos…

Bueno, habrá que reconocer que en cierto modo, y si rebuscamos no poco en tal afirmación, hasta le podemos encontrar algún viso de veracidad, aunque sea cogida por los pelos. En tal “oficio”, las mujeres, desde luego, conocen a cientos, miles de tíos, pero, ¿en verdad llegan a conocer a alguno? Pues, realmente, no, ya que la inmensa mayoría no son más que “aves de paso” y a los que llegan a conocer, mejor no conocerlos pues lo normal es que sean proxenetas o chulos, “siete machos”, habituales de prostíbulos y barras de alterne. Luego sí, las “cenicientas de saldo y esquina”, como las llama Sabina en su “19 días y 500 noches”, en cierto modo viven apartadas de los hombres, los honrados, los decentes.

Por fin, Celestino llevó a cenar a “su novia” a un restaurante que unos de su pueblo, muy, muy amigos, montaran en Madrid pocos años antes, lo que, fácil será adivinar que amén de cenar de “cajón” de mico, o de pato viudo, que menudos “cajones” son, lo hicieron por delicadeza de la casa, que para eso eran paisanos y, además, amigos. La cena, además de deliciosa, con sus buenos, excelentes platos, sus postres exquisitos, regado todo con el buen vino del marco “La Mancha”, con incluso Denominación de Origen hoy día, de muy añejas añadas de una bodega del terruño, el mismísimo Tomelloso, también fue de lo más entrañable para ellos dos.

Para ella, Raquel, porque fue la primera vez en su perra vida que un hombre le hablaba, la miraba, sin desvestirla con la mirada, sin verla con esos ojos cargados del más lujurioso de los deseos, sino que se sintió mirada y tratada como nunca antes lo fuera, como una “chica decente” y, como tal, tratada y respetada. Y hasta se sintió así entonces, en tales momentos, UNA CHICA NORMAL Y DECNTE. Lo que hacía ya… Bueno, ni recordaba el tiempo que hacía que ya así no se sentía, se veía a sí misma.

La charla, realmente, más insulsa apenas si pudo ser, corriendo él, Celestino, con todo o casi todo, el “gasto”, pues ella apenas si abrió los labios salvo para responder con algún, “Sí”, “Es verdad”, “Claro”, etc. etc. etc., protocolario que otra cosa. El “palurdo” comenzó por poner al Paco, el  “novio” oficial, por las nubes, de lo buen chaval que era, sin olvidar los ahorrillos que, era público en el terruño, había logrado hacer en la “Engalaterra” esa de los demonios, donde se fuera a trabajar, para luego, empezar a hablar de sí mismo, “su vida y milagros”, como antes solía decirse por estos hispánicos lares de la “Piel de Toro”, que dijera Estrabón en su Geografía, palabras, “parole, parole, parole”, que ella no escuchaba absorta, como estaba, en esos ojos que la miraban sin malicia alguna, con esa sonrisa tan clara, tan abierta, tan franca… Disfrutaba; sí, Raquel disfrutaba con sólo eso, verle, mirarle, sentirle allí, con ella, ante ella, sin malicia, sin doblez, mirándola como él la miraba, tan distinto a como siempre sintió que los tíos la miraban… Era todo tan nuevo, tan distinto para ella, que podríamos decir se sentía como una auténtica Cenicienta, sólo que, bien sabía que, como a la del cuento de Perrault, a las doce de la noche esa magia que la envolvía se desharía para volver a ser la Raquel de siempre, la Raquel que, lo mirara como lo mirase, laa Raquel que era, había sido y, quién sabe si, por finales, no acabaría siendo para siempre jamás.

Así que llegó la hora, las doce de la noche del cuento, o casi, casi, cuando, por fin, abandonaron el restaurante para regresar a la casa de ella. Llegaron a la puerta, y se detuvieron al amparo del portal

–        Bueno; pues aquí es; hemos llegado… ( Dijo ella )

–        Sí; hemos llegado

Se dieron la mano, sin hablarse, mirándose, sólo eso, mirándose, sin hablarse, pero sin tampoco ninguno de ambos querer recuperar su mano de las del otro. Al fin, sin soltar aún la mano de ella, dijo

–         ¿Sabe Raquel?... Lo he pasado muy, muy bien esta noche…con usted… Como creo…no, estoy seguro, que nunca lo he pasado tan bien… Y, ¿sabe otra cosa?; pues que el Paco es un tía de verdad suertudo… Porque tenerla a usted por novia ya es ser tío con suerte; con auténtica, verdadera suerte… Y espero que lo sepa apreciar, la sepa apreciar a usted en todo lo que vale…en lo muchísimo que vale…

–        Gracias, Celestino, por sus palabras, que, desde luego, no merezco. Y sí, también yo lo he pasado la mar de bien… De verdad, que ha sido una de las mejores noches de mi vida, esta que he compartido con usted. Nunca la olvidaré, ¿sabe?

Lo que dijeran, lo que se dijeran mutuamente, con la boca, las palabras, era muy, pero que muy poco respecto a lo que con sus ojos, sus miradas, prendidas ambas en la del otro, él en la de ella, ella en la de él, pues era auténtica poesía amatoria lo que sus ojos, sus miradas, expresaban, lírica amatoria que el bueno del Celestino dedicada a esa flor, ese capullito primaveral que ante él se abría entonces en angelical, virginal, flor primaveral ante sus atónitos ojos de mortal que en absoluto se veía merecedor de tal don de la Providencia Bendita para con él, el último gusano sobre la tierra. En fin, que se despidieron definitivamente casi, pues los do estaban seguros de que, hasta el día de la formal boda ante el cura, y por ende, ante dios, y, luego, en la sacristía de la Iglesia o templo, firmando en el Registro Civil, es decir, ante los hombres, el Santo Matrimonio que Raquel Y Paco, que no Celestino y Raquel, estaría celebrado y a falta sólo de su consumación, como hombre y mujer, en la noche de bodas… En el viaje de bodas…

Y, realmente así es como se despidieron, hasta encontrarse en la iglesia el feliz día, tanto para el suertudo del Paco, como para feliz novia, Raquel. Claro, que para concertar esa última entrevista, debía poner antes en antecedentes de la fecha el Celestino a las dos mujeres, Raquel y Lola, pues eso era todavía un arcano que sólo el buen del gestor, señor D. Obdulio Contreras sería capaz de descifrar, ya que él se encargaba de todo el papeleo y demás, desde todo tipo de certificados, documentos y demás a presentar, tanto en el juzgado como en la parroquia, que también él se encargaría de elegir

La entrevista ya más en serio con el gestor, el Celestino la libró en la mismísima mañana siguiente a la memorable cena con Raquel, más tempranito, además, que ya de mañana, resultando, además, que el hombre era de lo más diligente, pues ya lo tenía todo bajo control: Certificados necesarios, diligencias en juzgado e iglesia… Hasta la fecha concertada para la boda por poderes, para el siguiente viernes, dos días más tarde nada más, y más bien pronto, a las nueve de la mañana, para poder comer el banquete de bodas a la una, las dos de la tarde como ídem, y a las seis de la tarde partir, en avión, la dulce novia hacia el “Londón” de la “Engalaterra” y poder allí, esa misma noche, celebrar la Cena Nupcial con el ansiado, “Al Fin Solos” y  las albricias de la Noche Nupcial. Lo único malo fue que el cara dura de D. Obdulio Contreras, eso sí, rápido y eficaz cual cemento rápido y eficaz, le presentara una “Dolorosa”, como  él mismo definiera a su nota de gastos, por 22.000 pesetazas, que descontadas las 10.000 del ala ya adelantadas en un más que principio, según le dijo el D. Obdulio al Celestino

–        Con doce mil que me dé, pues queda usted como un señor

Y como un señor quedó el bueno del Celestino al soltar las 12.000 del ala casi sin rechistar. Pero es que, en aquél segundo día de la estancia del “Celes” en Madrid, también sucedieron otras cosas menos agradables, qué se le va ha hacer, si entre las rosas siempre tiene que haber alguna espina que otra, ¡y qué manía de espinas, leñe! La cosa fue que, para aquella noche, el bueno de D. Obdulio le había ofrecido al “Celes” enseñarle “Madrid La Nuit”, pero que quede claro, pagando el “Celes”, claro, que el hacerle el D. Obdulio de “Cicerone”, también valía un dinero… ¿O no?, que decía el cara de cemento “armao” de D. Obdulio. En fin, que la cosa se limitó a que el “gestor” metiera al buenazo del “Celes” en un indeterminado número de locales, barra americana, o  “puticlubs”, más, menos cutres, más menos, casi decentes, hasta que, por una de esas cosas que a veces suceden en la vida, el “Celes” “guipó” ( se fijó, vio ) el letrero de uno de esos “antros de perdición”, que diría una ursulina, y el nombre , “El Cornetín”, le recordó algo; sacó el bolsillo una cerillas, una de esas carteritas con unas veinte cerillas que, en la tapa, llevan el nombre del sitio, propaganda, a fin de cuentas y dijo a D. Obdulio, puesto muy formalito a su lado

–        Mire usted, D. Obdulio, y qué casualidad. Estas cerillas, anuncian ese mismo bar, “El Cornetín”. Mírelo usted; mírelo, y verá que es verdad… Hasta la trompeta que aparece, es igual a la del letrero del bar… ¿Cómo decía que se llamaban estos sitios?... Ah, ya; ya recuerdo… “Puticlub”, porque todas las tías que hay en estos sitios son unas “pilinguis”… ¿Y dónde encontraría yo esto?... Deje,  deje, que ya me acordaré… Ah; ya recuerdo… Pues, mire usted qué curioso, ¡en casa de Raquel y de su tía, doña Lola!... Por cierto, una señora la mar de señora; fin, educada… Una señora, ya le digo; toda una señora… Sí señor; toda un señora…

Como Dios les dio a entender, que ya llevaban una mezcla, una especie de popurrí de alcohol de diverso “octanaje”, con absoluta prioridad del de más alto grado, lo que hacía que ambos hombres anduvieren a “dos luces”; vamos, más que menos “alumbrados”. Entrar en el “antro de perdición”, y empezar a no ver ni chota, fue todo uno, que si el Celes no rodó por  el suelo nada más entrar, pues a causa de la oscuridad reinante, y el andar a “dos luces” de caletre no advirtió los dos escalones de bajada al acceder a tal interior, fue de puro milagro, porque, en el último más segundo que minuto, se agarró a un cliente que salía en ese momento del “antro”, yendo a dar entre sus brazos, no tan amorosos, por cierto, que de escuchar fueron las “flores” que dedicó al Celes, por su torpeza.

Un tanto más habituados a la más negrura que penumbra que en aquél interior reinaba, pudiendo ya, cuando menos, distinguir bultos, y lo de distinguir en según qué casos no es más que un decir, la pareja de semi “alumbrados” se fue haciendo al trajín allí reinante, logrando, incluso, abrirse camino hasta la barra. Al instante, se les acercó una “nena” la mar de aparente, enfundada en un vestido rojo, algo más que ceñido, con una pechera que era un auténtico primor, pues enseñaba, en un sí es, no es, todo el centro de su cuerpecito más que serrano, pues se adivinaban unas femeninas gracias, estas, más bien, interiores, vamos, que habitualmente no están a la vista, de lo más deliciosas; la cosa estaba en que el vestidito de marras, que por la espalda debía presentar un escote de tente y no te menees de escandaloso, se le venía al frente en un ramo de tela ascendente hasta, más menos, el centro de ambos senos, para, desde allí, caer en vertical, como quien dice, hasta bien podría decirse que a la altura del ombligo, cubriendo ese centro, un palmo cuando menos y. más bien, desnudito, un como enrejado de cintas rojas, del mismo material sedoso o símil-seda, que constituía el vestidito, dispuestas al modo de cordones de zapatos o zapatillas, de arriba abajo, desde lo alto de los senos hasta la cintura, a la altura, como se dice, del ombligo,  diciéndoles.

–        ¿Qué tomáis, simpáticos muchachotes?

–        Yo, un whisky, y usted, lo de siempre, ¿no?; tónica ¿verdad?

Y el “Celes”, medio volviéndose hacia la barra, pues había quedado, al llegar a ella, de espaldas a la misma, oteando aquél interior, asintió en lo venturado por su compañero de francachela, devolviendo su atención a la concurrencia que, más, menos, llenaba el local, en tanto la nena, como si una fuerza insuperable la hubiera empujado, se hizo para atrás, saliendo del reducido espacio iluminado al que segundos antes se asomara.

–        Muy interesante esto, con este aire tan especial… ¿Cómo dijo que se decía?... Ah sicodélico

Comentaba el “Celes” a su amigo, en tanto la nena se echaba aún más para atrás, hasta unirse a una compañera que, tras de ella, hacia su izquierda, se encontraba junto a la caja registradora

–        Mira a quién se le ha ocurrido meterse aquí; precisamente, aquí… ¡Malhaya sea mi suerte!

–        ¡Anda! ¡El paleto!

–        No le llames así, joder, Lola. Yo me largo de aquí ahora mismo; dile a la Charo que venga a atender aquí… Y tú, lárgate también cuanto antes… ¡Que no nos vea, Dios mío; que no nos vea aquí!

Sí, eran la Raquel y su “tía”, la Lola, que “trabajaban” en tal “putiferio”, y la mala suerte quiso que el “Celes” tomara una de esas carteritas de cerillas, de propaganda del local y que, casualmente, arribaran por allí. La Raquel, efectivamente, iba a marcharse, cuando un patoso, uno de esos “siete machos” que siempre suelen parar por tales sitios, se le emperejiló bailar con la chica, así que la agarró de una muñeca, tratando de obligarla a que saliera con él a la pista de baile allí dispuesta para tales menesteres; ella se resistió, hablándole por lo bajinis, intentando mantener el rostro en la penumbra, diciéndole que ya se iba, pues se encontraba mal; que acudiera a cualquiera de las demás chicas que habían en el local, pero que, por favor, la dejara a ella; que mañana, si quería, bailaría con él lo que quisiera, pero que esa noche la dejara tranquila

Pero el “maromo”, seguía erre que erre, con que quería bailar, y con ella, precisamente, esa noche, elevando cada vez más la voz, queriendo que también ella hablara más fuerte pues no la oía; la cosa se iba poniendo cada vez más agria, con el tío patoso, un chulo “perdonavidas”, en plan cada vez más violento, comenzando, incluso, a amenazar con liarse a guantazo impío con la chica, y hasta ahí podían llegar las cosas para el bueno del Celestino, que al punto se levantó diciendo

–        ¡Que yo tenga que venir a Madrid para partirle la cara a un baboso hijo de!…

Pero al momento, para evitar males mayores, intervino la Lola, a pecho y cara descubierta, mostrándose pues, a las claras, al “paleto”, como ella definiera al Celestino, y con esa “mano izquierda” que este tipo de mujeres, “bregadas en mil batallas” ante gilipollas como el andoba del “Siete Machos”, solucionó el problema de la Raquel en un periquete, saliendo la chica de estampida de barra y local, en tanto la veterana de la Lola aquietaba al chulo “matahembras”, invitándole a un trago de cualquiera sabe qué combinación alcohólica que acabó por dejar al “Pichi”(2) como un guante. Pero con esto no estaban aún solucionados todos los problemas de la nochecita, sino que quedaba casi lo peor, lidiar al “morlaco” del “paleto”, que la careta había caído y estaba todo al descubierto, al menos ella, la “tía” de la “virginal” Raquelita pillada a “to pillar” con el  carrito del “helao” en la mano, vamos, casi, casi, que ejerciendo de “pilingui”, para “decillo” por  lo “finolis”, que bien que el “paleto” le había visto la cara y reconocido al instante, que bien que lo demostraba la cara de “panoli” ( lelo, tonto, en “cheli” madrileño de toda la vida ) que se le había puesto y con la que la miraba sin quitarle ojo.

Y vamos, que qué se le va ha hacer, lo de “Suerte,  vista, y al toro, que es una mona”,  o lo que es lo mismo, a hacer frente a la cosa echándole valor y cara de cemento armado; así que, sin más dilaciones y más que sin encomendarse, encomendándose a Dios y al Diablo, que a veces hay que ponerle una vela a cada Uno, se encaminó, resuelta,  al “paleto”.

–        ¿Pero qué hace usted aquí,  D. Celestino

¡Toma cha, y “chupa del frasco, Carrasco”, hasta de Don tratando al “paleto”!... ¡Vivir para ver, chavé!

–        Pues, pues… ¡Este dichoso estuche de cerillas que me encontré en su casa, precisamente!... Y, ¿usted, qué puñetas hace aquí?... ¿Y Raquel?

–        Durmiendo la pobre; ya sabe usted…madruga mucho cada día para sacarse las perras… Y yo…y yo…  Bueno, pues ya ve; trabajando aquí. Ella no lo sabe y, por Dios se lo ruego, D. Celestino, no se lo diga; no le diga que me ha visto aquí. Ella no lo sabe, ¿sabe usted?; no sabe que trabajo aquí; cree que estoy de noche en los servicios de un restaurante de lujo… Y lo de las cerillas, es culpa mía; ya sabe, fumo, y un día le llevé uno de esos estuches, pues me quedé sin cerillas… Y allí se quedó, donde no debía y, menos mal, que las encontró usted, que si llega a ser ella… Compréndame usted, D. Celestino; me quedé viuda, sin pensión…pues no nos habíamos casado mi marido y yo… Y tenía que comer…y sacar adelante a mi sobrina, que era muy chica aún…ya sabe, huérfana, la pobre, y claro, yo era hermana de su madre, luego me hice cargo de ella

–        ¡Vale, vale… No se preocupe usted… Pero, ¡leñe!, pudo haber buscado algo mejor…más…más…

–        Sí, sí; ya sé; más decente…  Pero no lo encontré, D, Celestino; no lo encontré. La cosa estaba muy mal entonces y esto es lo único que me salió, luego… Pero no crea, que no soy tan…tan… Bueno, eso; tan sucia.  Me ocupo sólo de servir bebidas…y nada más, se lo juro, D.  Celestino; se lo juro, y nada más… Bueno, también, de vez en cuando, dejar que alguno me toque las tetas… ¡Pero por encima de la ropa y sólo eso, dejarme manosear un poco! ¿Les pongo  las copas que pidieron?... ¡Por cuenta de la casa, desde luego, faltaba más!

–        No, no; déjelo… Ya no me apetece nada… Mejor, me voy a dormir

–        De acuerdo, D. celestino, como usted guste… No le dirá nada a mi sobrina, ¿verdad?... ¡Por favor; por Dios se lo ruego, no lo haga!

–        No; no se preocupe usted, Lola, que no se lo diré. Y no por usted sino por ella misma… ¡Menudo sofocón se llevaría la pobre!

–        ¡Gracias, D. celestino; muchas, muchísimas gracias; qué bueno es usted. Un señor; un verdadero señor… Hasta la boda pues, ¿verdad?

–        Sí; hasta el jueves. Adiós, señora Lola

–        Adiós, D. Celestino

Y ahí quedaron las cosas por esa noche, con D. Obdulio sin entender nada de nada, excepto que se le iban un montón de “cubatas” y lo que se terciara, y todo por la cara, que bien claro que lo dijo la “prójima” aquella: “Y POR CUENTA DE LA CASA”… Más a saber lo que hubiera podido “caer” del cielo, que bien hubieran podido llegar las cosas a “meterla en caliente” y… ¡Por la cara, qué narices!... ¡Dita sea con el paleto este y las cosas que se le ocurren”… Y la Lola, más contenta que chupillas… Totar na… ¡Ahí quedaba eso: Faena de dos orejas y rabo al “morlaco”!… Lo dicho; totar, na; naaa de na; naíta, vamos…

FIN DEL CAPÍTULO Iº

NOTAS AL TEXT

1.

Juego de palabras usado en España, aunque puede que hoy esté ya “demodé”, pero en tiempos, en aquellos años y después, hasta hoy en día entre los de mi “quinta”, más o menos, estaba muy en boga. “Mosca”, en este caso, es preocupado, y lo del “pavo”, porque en tales tiempos, asado, era el plato habitual de la cena de Navidad. Es, desde luego, una tontería, como si el pavo supiera que en tales fechas su vida corría peligro, pero qué queréis, son recuerdos de una época que para mí fue feliz, ahí es nada, mi juventud, mis veinte y no tantos años, y me guasta recordarla, traerla aquí, a mis relatos. Con eso, creo  que a nadie ofendo, a nadie le falto, y a mí, personalmente, me gusta… Me encanta recordar esos años, sus cosas y costumbres, tan distintas a las de hogaño… Puede que sea la “verbi gratia” de lo que el poeta español del siglo XV, Jorge Manrique, dice en uno de sus poemas: “Cuán presto se va el placer;/cómo después, de acordado,/da dolor;/cómo, a nuestro “parescer”,/ cualquier tiempo pasado/fue mejor”

2.

En referencia al famoso “chotis” “Pichi”, creo recordar que de la revista musical “Las Leandras”, que interpretara la gran Celia Gámez, artista, cantante de voz un tanto “sui generis”, más bien ronca, un tanto aguardentosa, incluso, pero que fue la insustituible, la emperatriz del Vodevil español por los años 20-60, reina indiscutible de la noche madrileña, de quien se dice mantuvo relaciones la mar de íntimas con distintas personalidades, desde unos amoríos juveniles con el rey D. Alfonso XIII, hasta el general D. José Millán-Astray, fundador de La Legión y uno de los “duros, durísimos” del Régimen. La referencia viene a cuenta de lo de “Pichi,/ Es el chulo que castiga/ Del Portillo a la Arganzuela/ Porque no hay una mozuela/ Que no quiera ser amiga/ De un seguro servidor./ Pichi,/No reparo en sacrificios/ Las modelo y estructuro/ Y después las saco un duro/ “Pa” gastármelo en mis vicios/ Y quedar como un señor”…