Un relato sádico

Traducción de un fragmento ofrecido libremente por PF. La adorable y muy dominante Ms. Monique disfruta de una escena de tortura con su juguete hermafrodita. Fragmento de Danny Boy's Unusual Condition

Un relato sádico (fragmento)


Título original: A Sadist's Story (fragmento de Danny Boy's Unusual Condition)

Autora: Chris Bellows (c) 2004

Traducido por GGG, abril de 2005

"¿Vas a varear a Miss Julie?" pregunta mi juguete hermafrodita desnudo.

"Desde luego, Danny Boy, eso es lo que voy a hacer."

Sentada en mi banco de trabajo, extiendo la mano y palpo el escroto vacío del chaval, apretando hacia arriba en su perineo con mi dedo medio para presionar el conducto uretral interno. También le amaso suavemente el pene atrofiado con el pulgar. Sonríe y se ríe tontamente, los placeres sencillos del macho castrado pueden ser dirigidos tan fácilmente y resultar tan divertidos para una mujer como yo. Es un contraste maravillosamente irónico, la carne rosada y vulnerable manipulada por mis poderosos dedos negros. Para mí el poder y el recuerdo de la noche en que hice su último uso sobre Danny Boy me trae una sonrisa a mí misma, una de malicia satisfecha.

"¿Qué ocurrió aquí, Danny Boy? Falta algo."

Aunque los labios siguen vueltos hacia arriba, la sonrisa se vuelve un tanto desolada. Hubiera preferido no recordar la pérdida de sus preciosas y pequeñas gónadas, pero es algo que constantemente fuerzo a afrontar a su cerebro; se trata de un ejercicio mental para el macho sumiso.

Siento moverse al pequeño pene, intentando levantarse en una inútil resurrección de su orgullo de macho. Sé que ocurrirá muy poco, Danny Boy ya ha tenido su última actuación como macho intacto. Pero observar al minúsculo tubo luchando por engordar y reforzar su emasculación es psicológicamente importante. Sirve mucho mejor para hacerle consciente constantemente de su estado modificado y de la implacabilidad de la mujer que lo provoca.

Camina hacia delante. Retiro la mano y aprieta su pequeño órgano contra mi muslo izquierdo, sudoroso y sobrecalentado por el vigoroso ejercicio. Ahora me río. Para mí es una risa jubilosa, pero para Danny Boy estoy segura de que suena diabólica, y tal vez lo sea. La frustración, su frustración, es tan deliciosa.

Mientras menea sutilmente las caderas, extiende pequeñas manos blancas como perlas para ofrecerme la cálida, esponjosa toalla obligada tras cada ejercicio. Danny Boy limpia suavemente el sudor de mi frente. Aunque esté sentada le miro directamente a los ojos azules claros. Mido seis pies y dos pulgadas (1,85 m). El crecimiento de Danny se truncó cuando confundí su equilibrio hormonal. Mide un poco más de cinco pies (1,50 cm).

Coloco las manos en mis costados en el banco de trabajo y dejo que Danny Boy atienda su trabajo. Después de hacer pesas con cientos de libras tras muchas repeticiones, necesito mimos. Tengo por delante una noche completa de trabajo; por ello es el momento para un masaje y una siestecilla.

Danny Boy, mi criada "de facto", empieza a aplicarme la toalla mientras recupero el aliento. Ocuparme de un macho castrado, uno al que le niego la ropa durante mucho tiempo, me mantiene en el adecuado estado mental. Soy sádica... una sádica muy severa... y hago cuestión vital producir dolor, dolor físico. Por ello necesito estar en buenas condiciones, a lo que contribuye el trabajo diario, y mi libido enloquecida necesita mantenerse en forma, lo que facilita la interacción con Danny Boy. Sí, observar las lindas nalgas de Danny Boy bambolearse alrededor de mis habitaciones, sabiendo que entre esos cachetes redondeados de niña hay una abertura que se mantiene bien lubrificada a mis órdenes, espolea mis propia aficiones.

Soy aficionada a la penetración anal, deleitándome tanto en las sinceras súplicas de Danny Boy como en la sensación de su suave cuerpo, modificado por mis manos, mientras se retuerce y estremece a cada embestida de mi consolador con arnés.

Después de todo, soy una sádica... eso es lo que soy.

Danny Boy baja la toalla para secarme los hombros, luego me la pasa por debajo del brazo izquierdo. Es aparente que se maravilla del tamaño y potencia tanto del antebrazo como del bíceps. En la falta de esa fuerza envidia la mía. Y a menudo me imagino sus pensamientos... que la proximidad de mis músculos esculpidos le trae constantemente la evidencia de que cualquier posibilidad de adquirir una fortaleza equivalente le fue arrancada de su pequeña bolsa rosa por mis dedos crueles.

No, Danny Boy, te sentencié a una vida de servidumbre pusilánime. Serás para siempre débil y servil, una mente y un cuerpo moldeado para satisfacer mis necesidades.

Desalentado, debe retroceder, privando a su pene del tenue placer de mi carne caliente, para cumplir su tarea en mi brazo derecho. Intenta presionar contra mi muslo derecho y yo se lo niego jugando, pasando a cambio la mano para estrujarle el saco vacío que una vez llenaron sus huevos. Vuelvo a sonreírle al sentir y tirar de la pequeña masa esponjosa y caliente que tan insensiblemente vacié hace años. Utilizando mi agarre para estabilizar mi mano, Danny Boy aplica la toalla a mi brazo mientras la carne suelta se distiende y recuerda mis dedos rapaces. A continuación me vuelvo para montar a horcajadas el banco y muevo las manos para apoyarlas hacia atrás. La toalla pasa sobre el sostén deportivo, que sujeta mis firmes y grandes pechos a mi torso. Se desliza sobre las ondas de mis músculos abdominales, secando la zona y luego los muslos, descritos por algunos como troncos de árbol.

Aquí la masculinidad innata de Danny Boy se hace evidente, los tijeretazos a sus testículos no le quitan por completo el disfrute instintivo de la envoltura femenina. Sí, hago ejercicio casi desnuda. Solo resulta útil el sostén deportivo. Olvido cualquier otra cobertura. No se necesita pudor. Danny Boy ha sido neutralizado y aparecer ante él totalmente desnuda es como quitarme la ropa delante de un perro... un perro castrado.

Se le ha negado cualquier verdadera reacción física de macho. Le he hecho inofensivo. Dejemos a sus ojos darse un festín.

Acaricia con reverencia muslos y pantorrillas. Luego se monta también a horcajadas en el banco para sentarse de cara a mí. Sus manos se mueven a mi bien arreglado pubis y me abro, adelantando el suplicio. Sé que mi aroma oloroso llena la sala. Mis muslos abiertos exponen por completo el marrón oscuro y rosa de mis labios externos y la caperuza de mi clítoris. Las manos de Danny Boy trabajan la zona con suavidad, con reverencia. Hay algo de humedad y no toda es de sudor.

"Me cuidas tan bien, Danny Boy. Estás tan atento a mis necesidades. ¿Crees que si te hubiera dejado intacto estarías tan pendiente de mis demandas?"

Chasqueo provocadoramente el pezón derecho de Danny Boy mientras agita la cabeza asintiendo. La sensibilidad del tierno bulto rosado produce la reacción de una muchachita, se le escapa una risita infantil mientras la aureola se arruga y se eleva solicitando más atención.

Mientras Danny Boy sabe separar suavemente mis labios y presionar la toalla en la abertura de mi vagina. Yo se lo enseñé... no por otra razón que la de disfrutar de la visión del macho castrado rindiendo homenaje a mi superior genitalidad... órganos que no solo funcionan plenamente sino que se mofan de su incapacidad de darles satisfacción. Él también disfruta apretando hacia mi montículo, desplazando la caperuza de mi clítoris para dejar al descubierto mi clítoris sobredimensionado. Para su mente débil, con el equilibrio hormonal afectando gravemente sus procesos mentales, debe pensar que es mayor que su apéndice masculino, porque exhibe una expresión de intimidación.

Es cuestionable si mi bulto excitado es de hecho capaz de adquirir mayor circunferencia que su minúsculo pene. Pero en la mente de Danny Boy es enorme y poderoso; eso es más importante que lo que cualquier medida real pudiera revelar. Da lugar a una envidia de pene a la inversa.

Sus tiernas manos siguen dándome placer. Y en compensación por ello me incorporo y rodeo con mis brazos su forma desnuda de alabastro... apretándole con más fuerza y arrojándolo contra mí. Es importante que todo contacto físico con Danny Boy parezca abrumador. Es parte del proceso de subyugación, y aprieto hasta que oigo el aire escapar de sus pulmones. Luego mis manos bajan para palmear sus bonitas nalgas, suaves como las de un bebé.

"Quiero un lavado en caliente, unos frotamientos y luego un aclarado," decreto.

Y para enfatizar la firmeza de mi demanda, deslizo los dedos índice y medio en la raja de sus glúteos y encuentro la bien lubrificada abertura. Mi dedos se deslizan con facilidad, al haber sido Danny Boy sodomizado con tanta frecuencia, y encuentro su pequeña próstata. La glándula del tamaño de una nuez es el último vestigio del macho; el pene atrofiado tan cómicamente pequeño que es problemático describirlo como evidencia de su género.

Sonríe. Otro breve momento de placer que lleva hasta él la mujer que ha cambiado su vida para siempre. Mientras tanto mi mano libre se mueve a su parte delantera. Empiezo un movimiento masturbatorio, sabiendo que la remota sensación hará poco más que humillarle mientras el minúsculo pene intenta obedientemente ponerse firme. Sigo trabajando con las dos manos, bombeando la glándula prostática para provocar frustración y hacer que rezume fluido. Luego, habiéndole llevado tan lejos en el camino hacia el clímax como puede llegar, me retiro y me pongo en pie bruscamente.

"A la mesa."

Mientras un Danny Boy desalentado pasa la pierna sobre el banco, le palmeo con firmeza sus redondeados globos, sabiendo que su peculiar placer de acariciar el pene atrofiado y la dolorosa punzada en su trasero es todo lo que puede recibir como realización sexual; eso y mi arnés manipulando su próstata, pero eso es para otro momento.

Se contonea como le he enseñado a hacer. Danny Boy nunca camina, y sigo observando su linda parte posterior a cada rápido y exquisito paso. Conectado a mi pequeña pero adecuada sala de trabajo hay un baño considerable con una mesa especial de masaje forrada en caucho. Suave, cómoda, a prueba de agua, seré bañada con agua caliente relajante y las entrenadas manos de Danny Boy amasarán cada músculo.

Mientras empieza a ajustar la temperatura y el caudal del agua me quito el sostén deportivo. Ahora estamos los dos igual de desnudos, pero mi poderío es abrumador... justo por debajo de las doscientas libras (unos 90 kg) de músculo y nervio, siendo el único rastro de grasa femenina los enormes pero firmes pechos resaltados visualmente por una cintura escasa.

Aunque es un ritual diario, Danny Boy mira con expresión estúpida. La envidia del macho castrado... tan adorable; tan tranquilizante para mi psique dominante... se dice a sí mismo que es un privilegio estar a mi servicio... y lo es.

Yazco prostrada, con los brazos en los costados, los pies ligeramente separados, el forro relleno parece tragarse mi peso. Siento que la suave rociada comienza y cierro los ojos mientras Danny Boy ofrece su atención servil. La humedad rosada de mis genitales asoma deliberadamente por debajo de las nalgas musculosas, un gesto de invitación para un macho intacto; un mensaje del poder femenino para el que ha sido cruelmente modificado.

Le dejo mirar. Le dejo fantasear. Le dejo intentar masturbarse sobre aquello que tiene que servir fervientemente.

Con la tranquilidad pienso en la noche que castré a Danny Boy. Le prometí que la haría memorable para él, y lo hice... el recuerdo de sus gritos de súplica tiene un efecto calmante mientras una gamuza muy suave empieza a restregarme la espalda con fragante agua jabonosa.

Sí, el macho es fácil de modificar. La dificultad estriba en realizar la hazaña de una forma tal que no solo afecté al físico sino también a la mente. El macho no solo debe saber que ha sido forzado a la transformación más significativa de la naturaleza sino también que ha sido una mujer la catalizadora.

Y así con Danny Boy pasé finos hilos de acero alrededor de cada una de las pequeñas gónadas y aseguré los extremos lo más tensos posibles a la parte trasera del armazón de mi cama. Y luego lo tomé al estilo perro con el arnés más grande que pudiera soportar. Mi extremo del doble consolador era de lo más cómodo. A Danny Boy parecía dolerle su prieto agujerito, a juzgar por sus súplicas. ¿O eran el resultado de mis acometidas, cada una de las cuales servía para tensar los lazos de alambre alrededor de sus testículos cada vez un poco más?

Sí, privé lentamente a los pequeños órganos de circulación, los alambres machacaron finalmente los nervios y desafortunadamente le liberaron de la agonía final. Pero tras una larga noche de penetración anal, saqueando su trasero una vez tras otra, sus testículos se convirtieron en inútiles mediante mi sodomización de su ano. Alcancé el clímax numerosas veces y dejé que Danny Boy jugara con su cuerpo para conseguir una última eyaculación. Fue patéticamente débil.

Más tarde abrí su saco y lo corté con unas tijeras para evitar la gangrena. Pero ese procedimiento resultó mucho menos importante. No, fueron las embestidas forzadas de mis muslos y caderas los que pusieron fin a la vida de Danny Boy como macho. Y sonrío meditando agradablemente mientras las manos del mismo macho que castré rinden ahora homenaje bañando, amasando y dando masaje a esos mismos muslos.

La vida tiene esas maravillosas ironías.