Un relato inquietante
Relato de Trazada30. Varios autores de TR hacen una incursión en el género literario del relato fantástico. El ejercicio tiene como argumento obligado una biblioteca.
LOS RELATOS FANTÁSTICOS DE LOS AUTORES DE TR.
LA BIBLIOTECA
Un relato inquietante - por Trazada30
El diario "Las Provincias" de 4 de Enero de 2011 publicó en portada una bonita fotografía de almendros en flor, glosando al pie, con lirismo encomiable, el anuncio de primavera en época tan temprana. En la página 22 -y en la sección de "local"- una escueta gacetilla, inadvertida para la mayoría de los lectores, daba cuenta de un curioso fenómeno ocurrido en la biblioteca pública de la Calle del Hospital y relatado por el funcionario encargado de la misma. A media mañana del día anterior, la biblioteca fue inundada por una especia de bruma de color azul intenso que no dejaba ver a un paso, y menos leer. La bruma no ocasionó inquietud. No había lectores en la biblioteca. Se desvaneció a poco.
A las cuarenta y ocho horas de la aparición y subsiguiente desaparición de la bruma azul, Luis Terol, auxiliar de biblioteca de la Calle Hospital, buscó en la estantería C de la armariada H un libro que no encontraba y que sospechaba perdido: El paraíso ídem de Milton. No dio con él, pero halló, en el "Tratado del poder civil en causas eclesiásticas" obra del mismo autor, dos manchas fluorescentes de color púrpura que, dotadas de rara movilidad, subían y bajaban por el lomo del libro en trayectoria caprichosa, errática y reñida con las leyes de la física. Luis Terol, aterrorizado por el fenómeno, salió aullando del edificio. Los médicos que lo sedaron en Urgencias no le creyeron cuando contó lo que había visto con sus propios ojos. Se le dio de baja por depresión, con el consiguiente alborozo de la persona que estaba en puertas en la Bolsa de Trabajo y que pasó a ocupar interinamente su puesto. El nuevo auxiliar tenía un notable respeto a los libros: nunca había leído ninguno.
El 16 de Enero de 2011, un estudiante entró en la biblioteca de la Calle Hospital. Pese a lo noticiable de dicha entrada, ningún medio de comunicación se hizo eco del acontecimiento. El referido estudiante, de nombre Sergio y apellido desconocido por ilegible, rellenó la correspondiente ficha y solicitó "Los mitos de la historia de España" de Fernando García de Cortazar. Al devolver el ejemplar, manifestó su extrañeza por la rara circunstancia de que a lo largo del texto y en el propio título no existieran eñes, letras sustituidas por enes en cada ocasión. El recién nombrado auxiliar de biblioteca no dio importancia al comentario. También se encogió de hombros cuando Raúl, el chico de la limpieza, le informó que el suelo de la biblioteca estaba lleno de palitos negros y cortos que tiznaban los dedos.
Al día siguiente, el estudiante pidió el mismo libro con el que había trabajado veinticuatro horas antes. Palideció nada más verlo. Lo hojeó nerviosamente y preguntó si el ejemplar era el mismo que había tenido el día anterior en sus manos. El auxiliar consultó el ordenador y le informó que sí, e porque solo existía un ejemplar en la biblioteca. El estudiante Sergio, cuyo apellido no se supo nunca ya que jamás volvió a hablar, tuvo un ataque de terror pánico y hubo de ser conducido en ambulancia a la clínica mental más cercana, en la que ingresó en estado catatónico. Kevin García, el auxiliar de biblioteca interino, de nada se asombraba y tampoco era curioso. Volvió a colocar el libro en la armariada y continuó con el crucigrama del periódico.
Raúl, el chico de la limpieza, encontró, a la noche, el suelo lleno de enes. Suspiró y las escondió debajo de la alfombra. Se le habían acabado las bolsas de basura y no se le ocurrió mejor solución.
Dos días después, el auxiliar observó que el libro que había manejado el estudiante estaba mal colocado en la estantería. Kevin García era persona ordenada. Leyó al descuido, al ponerlo bien, el título: "Los mitos de la historia de Espa a". Si en lugar de enarcar las cejas y volver a su crucigrama, hubiera abierto el libro, habría comprobado que los espacios que las enes y las eñes debían ocupar en el texto, estaban en blanco.
La misma tarde, la obra "El Paraíso en la otra esquina" de Mario Vargas Llosa, que se había comportado con exquisita corrección desde su ingreso en la biblioteca, olvidó los buenos modales y eructó. Kevin García no se percató de ello. Hablaba con su novia por el teléfono móvil.
Horas después, Raúl, el chico de la limpieza, encontró muchas haches intercaladas colgando de las lámparas. Rezongó y las alcanzó utilizando la escalera de mano.
Kevin García compraba cada día el periódico solo por el crucigrama. Noticias de extraños fenómenos sucedidos en bibliotecas de distintos países le pasaron desapercibidas. Cuando dos periodistas intentaron entrevistarle, movió de un lado a otro la cabeza y les aseguró que en su biblioteca la llamaba su biblioteca- nunca había ocurrido nada fuera de lo normal. Los periodistas quedaron bastante desilusionados.
El 21 de febrero de 2011, festividad de San Pedro Damián, el segundo tomo de "Las obras de Fígaro" de Mariano José de Larra, editado en París, imprenta de Charles Blot, calle Bleue nº 7, enfermó de escarlatina, y "Los tres mosqueteros" de Alejandro Dumas y "Goldfinger" de Ian Fleming intercambiaron sus héroes. Ahora el agente 007, Bond, James Bond, galopaba en busca de los herretes de la Reina de Francia y el caballero D´Artagnan pedía los martinis removidos pero no agitados. Enfermedad e intercambios se produjeron sin problemas. La biblioteca estaba vacía. Kevin García se encontraba ausente, aunque no del todo. Estaba en el servicio de caballeros, sentado en el váter y aliviaba sus intestinos.
El 1 de marzo, festividad de San Rosendo, el suelo de la biblioteca atardeció lleno de uves, tes y letras mayúsculas miniadas procedentes de facsímiles de incunables. Raúl se quedó con una R mayúscula preciosa, dorada toda ella, que decidió colocar en la puerta de la taquilla del vestuario del gimnasio. Echó el resto de las letras en la bolsa de la basura.
El 4 de marzo por la mañana "El Sabor de la tierruca" de Pereda, murió de viejo. No se celebró funeral. La tarde del mismo día, "Marihuana en exterior. Cultivo de guerrilla" de Jorge Cervantes, decidió emprender el Camino de Santiago y pedir perdón por sus pecados al Apóstol. Comunicó su decisión a "Guía dietética para perder peso durante el sexo" de Richard Smith, editada por Lasser Press Mexicana S.A. La Guía no le hizo caso. Acababa de descubrir que las palabras jugaban al escondite en sus primeras cincuenta y seis páginas y que las efes estiraban a las aes mayúsculas de las trenzas.
El 10 de marzo de 2011, Jacinto Roda, estudiante de tercero de Derecho, estuvo a punto de entrar en la biblioteca de la calle del Hospital. Fue lástima que a última hora se arrepintiera de su propósito. Hubiera sido el primer cliente del mes y el segundo del año.
El 26 de marzo, el libro "Las alegres comadres de Windsor", obra de juventud de William Shakespeare, se cansó de compartir estantería con "Seis personajes en busca de un autor" de Luigi Pirandello, y se suicidó. Antes de morir confesó que Shakesperare fue analfabeto toda su vida. Los libros a él atribuídos se quedaron sin letras de inmediato. "Romeo y Julieta", obra muy pagada de sí misma, sollozó con desconsuelo, incapaz de arrostrar su vulgar destino.
La fuga de letras, una verdadera estampida, se realizó en total desorden. El suelo de la biblioteca quedó hecho una pena. Aquí y allá había motones y montones de letras y palabras, la mayoría ya muertas. Algunas se agitaban espasmódicamente en la última agonía. Raúl, el chico de la limpieza, tuvo que hacer horas extraordinarias que no consiguió cobrar nunca jamás, pese a sus insistentes reclamaciones y a la intervención del sindicato.
Kevin García, el auxiliar de biblioteca interino, comprobó el 31 de agosto de 2011, festividad de San Ramón Nonato, -y lo comprobó por verdadera casualidad- que la biblioteca ya no lo era, porque no había ningún libro en sus armariadas. Había, eso sí, miles y miles de páginas en blanco, cosidas y encuadernadas, algunas en piel y las demás en rústica. Los lomos y cubiertas no conservaban vestigios de títulos o autores. Kevin García, temeroso de perder su puesto de trabajo, no dio cuenta de la anomalía a la superioridad. Se llevó cuatro ¿libros? tomados al azar para proveer a su hijo pequeño de papel en que dibujar monotes. Veintidós años después proveía a sus nietas de ¿libros? con las hojas en blanco. Ellas dibujaban princesas.
En el mundo había muchas bibliotecas, pero aún había más Kevins García. La muerte de los libros, su desaparición del planeta, pasó absolutamente desapercibida en los cinco continentes. Nadie les rezó un responso. No hubo quien pronunciara sentidos discursos en su entierro. Nadie pensó que aquella era una muerte anunciada, porque los libros solo son libros mientras haya alguien que los lea.
Todos y cada uno de los habitantes de la Tierra siguieron jugando con sus play stations .
© trazada30 - 2005