Un Reino Herido

Parte tercera y final de Noche de Confesiones, las cosas se tuercen cuando extrañas criaturas aparecen en Hyrule y atacan a nuestros protagonistas.

Un reino herido

Las flechas volaron como centellas desde el arco hasta la bestia: un gigantesco reptil de mas de tres metros de largo con ojos oscuros e inexpresivos, una piel coriácea y escamosa que hacía rebotar las saetas, una gran boca babeante y unos pulmones capaces de abrasar un árbol en segundos. Un dodongo.

Link se desesperó al ver el escaso efecto que sus proyectiles provocaban en la criatura y retrocedió sin dejar de disparar. Aquella monstruosidad tenía un punto débil, sí, todos los enemigos a los que se había enfrentado lo tenían, pero para poder golpear la cola o la boca del dodongo tendría que pasar las formidables defensas que suponían las escamas o ensartar la campanilla del ser cuando abriese la boca. Pero ni los gigantescos reptiles de fuego eran tan estúpidos, la bestia mantenía la boca cerrada y atacaba sólo con sus zarpas verdosas y afiladas como cimitarras.

El guerrero esquivó con facilidad los azotes y se retiró en el bosque, necesitaría un arma más efectiva que un arco y un menguante suministro de flechas para eliminar a un enemigo de tal calibre.

La lucha se convirtió entonces en una persecución en las sombras de la floresta cuando el joven corría siendo seguido por la criatura, que tiraba los árboles a su paso; los resuellos del reptil se tornaban cada vez más forzados y Link pensó que se escaparía con relativa facilidad cuando el bicho se cansase.

Pero aquello resultó más largo de lo que esperaba, a pesar de sus jadeos la bestia lo seguía aminorando bien poco la velocidad y el guerrero descubrió que su propia estrategia podría volverse contra él si se cansaba antes que la fiera. La mañana del bosque se llenó con los decrecientes rugidos del dodongo mientras las nubes surcaban perezosas el cielo.

La carrera tomó un cariz absurdo cuando salieron del bosque, un joven vestido de verde corriendo como un poseso sobre la campiña seguido por un enorme lagarto escupe-fuegos a los pocos minutos del amanecer.

Lo ridículo de la situación hizo que Link cayera en la cuenta de algo tan vergonzoso que su rostro se tornó rojo. Soltó un largo y penetrante silbido con todo el aire que pudo sacar de sus agotados pulmones y un relincho entusiasta se oyó como respuesta cuando una yegua marrón con las crines blancas ondeando al viento apareció al galope de alguna parte.

Link subió a la grupa del caballo en un solo movimiento fluido y suspiró de puro alivio al ver que el dodongo se retiraba de la caza y volvía resignado al bosque. El joven suspiró, no podía creer que había sido tan estúpido como para no llamar a su montura tan pronto como salió del bosque... en fin, decidió mientras el galope de la yegua aminoraba al acercarse al bosque de nuevo, todo el mundo cometía errores, aún errores absurdos.

Por primera vez desde el inicio de su relación con Sheik, Link observó el campo de Hyrule con más interés que el que le suscitaban los caminos que partían desde allí a otros lugares de la región, se fijó con añoranza en todo lo que le rodeaba, la luces aquí eran radiantes, el contraste que había entre el aspecto del prado y del bosque era enorme, los pocos árboles que había estaban dispersos en grupos pequeños, con la luz de la mañana, las murallas blancas del castillo reflejaban los rayos del Sol y centelleaban como perlas iluminadas por una antorcha y, más a lo lejos, el color esmeralda dejaba paso al azul oscuro de las aguas del lago Hylia.

Los recuerdos se agolparon en su mente como un ejército de gigantes en una casa pequeña, se vio a sí mismo caminando por los senderos de la campiña, acabando con poes, esqueletos y las diosas saben cuantas criaturas más. De nuevo sintió la amargura de haber terminado una vida de aventuras y combates, incluso habiéndole Sheik enseñado otros motivos para vivir, notaba la sensación de congoja adueñándose de su mente, la sangre hirviendo por el poder no puesto a prueba; súbitamente, su mano hizo un gesto instintivo hacia su espalda , intentando desenfundar la hoja que representaba toda su lucha. Sin embargo, la Espada Maestra no estaba allí, se encontraba guardada en el Templo del Tiempo, tras una puerta que sólo se abriría en épocas de oscuridad.

Link saboreó entonces la auténtica agonía de su destino, el delirio implacable que le instaba a atacar cualquier cosa que le molestase, se sintió entonces como un justiciero, alguien que debía atacar a todo aquello que no cumpliese sus principios éticos... miró hacia el castillo, la luz de sus paredes no parecía ahora mas que el débil brillo de una vela frente a una noche cerrada. Sí, se dijo, empezaría purificando ese lugar, aniquilando todo comportamiento inmoral...

Por suerte, se recuperó pronto de su arrebato, comprendió que la extraña sensación de venganza sólo era un efecto de su ansia de lucha y aventura, una excusa bien pobre para lanzar de nuevo sus habilidades al combate. Pero aún así resultaba inquietante, nunca había tenido tal emoción pos muy fuerte que fuese su desesperación; un Link de hacía unas semanas habría sucumbido a la tentación, habría atacado el castillo por sí solo y habría sido abatido por las flechas o quizás por la magia de la propia Zelda. Sin embargo, Sheik le había mostrado un móvil para evitar la catástrofe, una apelación a su conciencia para que reprimiese tales impulsos.

Esta noche hablaría con ella, se dijo, tenían que arreglar muchas cosas.

[...]

Por primera vez Sheik no apareció... Link permaneció varias horas al lado de la muralla esperándola pero ninguna figura esbelta y ágil se deslizó por las paredes. En un principio, pensó que quizás esta noche no le apetecía estar con él, pero se sacudió ese pensamiento de la cabeza, ella siempre le hubiese avisado o , como mínimo, saldría a decirle que no se verían esa noche.

Así pues, el joven, que siempre había sido una persona de acción directa, comenzó a trepar por las paredes del muro, le habría sido muy útil cierto artefacto que había encontrado hacía mucho tiempo, una cadena con una púa en un extremo que se recogía y se alargaba a través de un disparador; pero aquel arma y todo su equipo excepto su arco habían sido enterrados en el claro del reino Kokiri que guardaba el Templo del Bosque, tendría que pasarse por allí algún día para recuperar todas sus cosas.

Aún sin el arpón para trepar, Link consiguió alcanzar el interior del castillo y exploró la zona.

Mucho de lo que recordaba del tiempo de sus aventuras había cambiado, pero el palacio y el Templo del Tiempo, con diferencia los lugares más importantes de la ciudad, permanecían en su sitio. No supo a donde decidirse por ir: si Zelda no se había transformado para encontrarlo esa noche seguramente estaría en el palacio, pero Link no estaba seguro de que simplemente se hubiera quedado en el centro del castillo, algo raro tenía que haber ocurrido; así pues, decidió pasarse por el Templo del Tiempo dado que se encontraba mucho más cerca y no tendría que burlar a los guardias de palacio.

El silencio de las calles apenas si se rompió con el susurro imperceptible de sus pasos cuando atravesó la plaza del mercado, algunas ventanas abiertas en cuyo interior brillaban las luces de velas fueron la única iluminación que el héroe necesitó para alcanzar las escaleras que llevaban al recinto sagrado.

El Templo estaba siempre abierto y nunca vigilado, tampoco había un sacerdocio permanente en el edificio sino algún que otro peregrino que llegaba de tierras lejanas para visitar los legendarios lugares sagrados de Hyrule. Así pues, el joven entró en la catedral sin dificultad, deteniéndose sólo para admirar el exterior de la edificación.

El interior del templo era muy pequeño: un pasillo bastante largo desde la puerta, atravesado por una alfombra roja, que llevaba a una única sala en la que se hallaba el gran altar del tiempo, algunos metros más lejos de la puerta estaba el altar de las piedras espirituales y, en el fondo, se encontraba la gran Puerta del Tiempo, eternamente cerrada. Todo estaba perfectamente en calma y sólo había un detalle que llamase la atención: las piedras espirituales estaban en su posición y la puerta, abierta de par en par. El asombro de Link frente a este hecho le hizo soltar un ligero grito, corrió hacia el altar de las piedras y comprobó que eran las autenticas. Así era, la Esmeralda Kokiri, el Rubí Goron y el Zafiro Zora eran sin duda los verdaderos, las tres gemas irradiaban suaves luces verdes, rojas y azules, Link supo en seguida que aquella comprobación había sido inútil pues ¿De qué forma si no era con las piedras se podía haber abierto la puerta?

Atravesó lentamente la Puerta del Tiempo, tras la momentánea oscuridad que permanecía en el portal pudo ver la sala de la Espada Maestra, aún antes de entrar percibió voces pero no fue hasta que se encontró en el interior que identificó a los hablantes: Sheik estaba allí, tirada en el suelo y con una fea herida en el hombro, había además una extraña criatura, un humanoide enorme con una armadura dorada y que sujetaba dos sables de aspecto amenazador. Ambos se giraron al ver a Link entrando y, mientras que la reacción de Sheik fue una mirada esperanzada; el ser, de cuyas hojas goteaba aún sangre de la mujer, soltó un extraño chirrido.

La voz de la criatura retumbó en la sala, haciendo que los ecos multiplicasen el poder de sus palabras de forma que resultaba realmente imponente:

-La corriente del Tiempo alcanza ahora una culminación en su curso, es apropiado que el Héroe del Tiempo se encuentre aquí ahora, así como estuvo en la culminación precedente.¡Salud, Link! Se suponía que el fodongo te entretenería lo suficiente para que esta noche no aparecieses por aquí pero el fuego de tu interior aún no se había apagado con una lucha tan fácil ...¡Bien! quizás sea ,mejor así, ahora todo se hará con el consentimiento de todas las partes.

-Más te vale dar alguna explicación a las heridas de Sheik o tendrás que morir- respondió Link, en tono reacio

-Espera Link-grito de pronto Sheik-No puedes luchar con él, es un Ejecutor, un guardián del Tiempo-lanzó un extraño gemido al terminar de hablar.

-La mujer me ha reconocido- afirmó la criatura- y sabe lo que te conviene mejor que tú mismo, apártate ahora y deja que termine la misión que me trajo aquí.

-¿Qué quieres de ella?-

-Quiero su muerte-declaró el Ejecutor, Link lo miró con cara de asombro y temor-Sí, no te extrañes, ahora que su función en el mundo ha terminado, debe morir.

El héroe no podía comprender tal razonamiento, no quería comprenderlo, sus ojos lanzaron miradas discretas hacia la Espada Maestra.

-Veo que no lo has entendido-dijo el ser-, ella estaba destinada a ayudarte en tu misión y a desaparecer una vez estuviera completada, tal condición permaneció estable mientras ella no tomó el control del cuerpo de Zelda, pero últimamente ha estado apareciendo con frecuencia en el mundo, lo que pone en peligro todo el plan maestro del destino. Si no elimino su influencia antes del amanecer la trama del destino morirá y el caos gobernará en Hyrule.

-Pero si la matas, Zelda también morirá-dijo Link en busca de obtener tiempo para pensar, observó a la guerrera, varias lágrimas de desesperación descendían por su rostro.

-Eso no es un inconveniente-dijo el Ejecutor con un gesto de aburrimiento- La princesa tampoco tiene un papel fundamental ahora y podrá ser sustituida por su hermano.

Link abrió los ojos desmesuradamente, desde luego, se había perdido gran parte de las noticias desde que se dedicó a la vida de ermitaño.

Súbitamente, Sheik habló con amargura:

-Link, no podemos hacer nada, así ha sido dispuesto y, si interrumpes la misión de un Guardián, probablemente mueras tú también. Somos los peones de un destino prefabricado.

En el interior del joven aparecieron miles de dudas, la razón le decía que debía permitir al Ejecutor cumplir su tarea y así salvaguardar Hyrule del Caos. Pero sus sentimientos clamaban de cólera por la injusticia, no podía ser que uno de los personajes más importantes de la aventura muriese a manos de aquellos que defendía.

-Debes decidir-anunció el Ejecutor- o permites que la mujer muera y preservas el reino, o luchas para evitar su muerte y obtienes bien poco, pues, aunque pudieras vencerme, que no puedes, el amanecer traería la desolación de esta tierra, Sheik debe abandonar este mundo esta noche.

La duda consumió a Link, observó de nuevo la figura desmadejada de su amor, recostada contra una pared, con su túnica manchada por la sangre. Tenía que elegir, ambas opciones eran igual de malas para él, no podía decidirse. Con ironía, pensó que para elegir tendría que lanzar una moneda o algo así...

¡Lanzar una moneda! Pero... ¿y si la moneda cayese de canto?

El movimiento pareció durar un siglo a pesar de que tardó sólo una fracción de segundo, Link tomó la Espada Maestra de su pedestal y, con ambas manos en la hoja que tan bien conocía, atravesó al Ejecutor clavando el arma hasta la empuñadura en su pecho antes de que pudiera lanzar una última amenaza.

Un millón de centellas estallaron alrededor de la espada, formando una vorágine de chispas azuladas mientras el cuerpo del Guardián temblaba como un pelele, Link soltó la espada t Sheik lanzó un grito de sorpresa, la silueta del guardián se fue desintegrando en una lluvia de luces celestes hasta que, en donde anteriormente se encontraba el Ejecutor, quedaba un círculo de radiante luz azul que bañaba la sala con sombras misteriosas.

Ahí estaba el canto de la moneda

Sheik soltó un gemido y rompió a llorar desconsoladamente. Entre la confusión de palabras incomprensibles que lanzó, Link entendió algo acerca de un final del mundo y una era de oscuridad. El héroe no le hizo caso y la tomó en brazos (cuán ligera era ahora, debilitada por la pérdida de sangre; y cuán frágil parecía) y se dirigió al círculo de luz, pensó durante un segundo en llevarse la Espada Maestra pero no creía que fuese recomendable para evitar que el curso de la historia en Hyrule descendiese a un cataclismo de caos.

Rogó con todo su corazón que su idea hubiese funcionado y saltó a través del portal, una fisura en el tejido del tiempo que los enviaría a otro mundo, así Sheik abandonaría Hyrule, con lo que el reino se salvaguardaría: y no tendría que morir.

Cayeron (o eso parecía) por un torbellino de centellas añil a lo largo de lo que le parecieron horas, cuando llegaron al nuevo mundo, lo hicieron de forma ruidosa precipitándose sobre lo que parecía un gran prado en el centro del cual se levantaba una construcción similar a una granja, al este había un bosque pequeño de aspecto joven. Aquí también era de noche, la Luna les saludó con su brillo nacarado mientras el portal se cerraba tras ellos.

Sheik miró su hombro, la herida había desaparecido y nisiquiera quedaba el corte en la ropa; miró a Link con una mirada, mezcla de asombro y temor.

-¿Qué has hecho?-inquirió en tono acusador

-Cuando oí que tenías que abandonar Hyrule-intentó explicar él- pensé que tendría que habría otra forma de sacarte de allí sin hacerte daño, comprendí que, si provocaba alguna disrupción fuerte en el curso de la historia, crearía una paradoja que abriría una puerta entre los otros mundos. Sabía que tu simple supervivencia provocaría algo así, por lo que maté al Guardián, de forma que el destino se viese truncado y se abriese la puerta

Ella lo miró con cara de admiración y duda.

-¿Cómo se te ocurrió algo así?-Dijo incrédula

-Hace mucho, el Sabio de la Luz, Rauru, me explicó que, para poder sumirme en el trance que me mantuvo dormido durante siete años, hizo falta una afectación grave en el transcurso de la historia, y para ello, tuvieron que esperar a que Ganondorf pusiera las manos sobre la Realidad Sagrada.

Antes de que pudiera decir algo más, Sheik se abalanzó sobre él y lo besó con un ansia y una pasión increíbles, al poco, fueron corriendo con nuevas risas hacia el bosque y buscaron un escondite. Al final, se ocultaron entre los árboles y se besaron de nuevo, tocando cada uno el cuerpo del otro con pellizcos suaves y ligeros masajes. Poco a poco, se desnudaron mutuamente, besando y acariciando cada retazo de piel que quedaba libre, luego ella se recostó en un árbol, y lo recibió de forma salvaje, durante unos minutos sus jadeos y gemidos llenaron el bosque, hasta que el climax del acto los dejó a los dos sin respiración, agotados y tirados en el suelo. Se sonrieron de nuevo, una última promesa de amor y sinceridad en aquella extraña noche, y se durmieron en brazos del destino bajo el benevolente cielo del nuevo mundo.

By: Leandro

PS: Lamento el retraso en enviar este último relato, he tenido problemas y tuve que formatear el ordenador (bueno, en realidad lo formateó su propietario por que no tengo mucha idea), quiero, además, felicitar a Pamela Otaku por su parodia de Digimon (si bien el antagonista me pareció demasiado inhumano) que le quedó como una de las tramas más trágicas y mejor desarrolladas que he podido leer en estos relatos.