Un regreso a los orígenes: mi madre

Meses después de que mi madre me echara de casa, me llama para darme una noticia que, lejos de dejarme triste, me da esperanzas para conseguir uno de mis objetivos y cumplir con una de mis mayores fantasías desde hacía años

[SE RECOMIENDA LEER EL RELATO "LA NUEVA VIDA QUE ME ESPERABA" ANTES DE CONTINUAR, PERO NO ES NECESARIO.]

Habían pasado meses desde la primera vez que me follé a mi tía, Lucía.

Era una vida perfecta. Iba a la universidad, donde también tenía algún ligue, y volvía a casa sabiendo que me esperaba una tía, mi tía, madura y buenísima que era todo mía.

Ella era totalmente sumisa, no solo en el sexo. Yo mandaba en la casa, y ella hacía lo que pedía. Cuando quería follar, se follaba; cuando quería comer, se comía. Era perfecto, al vida que siempre había querido.

Seguía follándome a otras personas. Esther, la mejor amiga de mi madre, pedía mi polla más o menos una vez cada dos semanas, y tenía los ligues de la universidad y alguna que otra madre sedienta de sexo.

Hablando de madres, los acontecimientos de este relato son, ciertamente, inesperados. Ese día me llamó un número privado varias veces. La primera vez no lo cogí, desconfiaba de lo que podría ser. La segunda dudé, pero no lo hice. No fue hasta la cuarta que decidí descolgar la llamada.

-¿Quién es?

-Hola, Juan... -su voz me resultaba familiar, pero no pude reconocerla hasta que me dijo quién era-. Soy yo, tu madre.

Mi corazón se paró por un momento. ¿Qué hacía mi madre llamándome después de seis meses?

-Quería informarte de que tu padre y yo lo hemos dejado. Ha sido algo difícil, y creo que, aunque hice lo que hice, deberías saberlo.

Su voz sonó, ciertamente, triste.

-Vaya... Lo siento mucho, mamá.

-Me gustaría hablar contigo, a todo esto. Creo que te debo una explicación, y... bueno, no estoy segura de cómo decirlo... ¿Podrías venir?

No quería. Después de todo este tiempo, seguía algo molesto por sus acciones. Me echó de casa por follarse a Esther, y ahora quería hablar conmigo. Estaba decidido a decirle que no, pero algo dentro de mí me hizo cambiar de opinión... Acababa de divorciarse de mi padre... quizá...

-Descuida. Esta tardé estaré allí.

Piqué a la puerta. La persona que me abrió, mi madre, era muy diferente a como la recordaba. Su pelo, castaño y rizado, le había crecido casi hasta el culo, que estaba algo más respingón y grande que antes. Sus ojos seguían siendo castaño claro, sus labios rosados y sus tetas igual de grandes como las recordaba, además de tener una cintura de infarto. De cara no se parecía mucho a mi tía, pero estaban igual de buenas.

-Juan, hijo... -su voz sonaba algo apagada-. Pasa.

La casa no estaba muy ordenada. Se sentaron en el sofá de la sala principal. Mi polla ya estaba algo dura. Había ido a la casa de mi madre por una sola razón, debía conseguir mi objetivo.

Me contó que se divorció de su padre porque ambos estaban cansados y, aparentemente, este había sido infiel. Eso a mi madre no le enfadó, pues ella quería serle infiel, pero sí que fue un detonante. Después, le pregunté lo importante.

-Mamá, ¿para qué querías que viniera, exactamente?

-Hace seis meses... cuando te eché de casa...

-No olvides el motivo.

-Sí, lo sé. Era un motivo de mierda, lo admito. Simplemente...

-¿Es que te daba envidia?

Mis palabras le hicieron cambiar de expresión. Se ruborizó, muchísimo, su rostro pareció iluminarse.

-N-No, no es eso, Juan... Al menos no de ese modo -suspiró-. Mira, admito que me hubiera gustado ser Esther. No porque seas exactamente tú -no parecía convencida de lo que decía-, más bien porque llevaba mucho sin sexo, y ver que ella estaba follando con mi hijo...

Se calló de repente. Hubo un silencio durante aproximadamente un minuto, hasta que al fin hablé.

-Mamá, sabes que puedes conseguir sexo fácilmente.

-¿A qué te refieres?

-¿Te has mirado al espejo?

Mi madre esbozó una sonrisa. "Bien", pensé, "esto será pan comido".

-Nadie se fijaría en alguien como yo, cielo.

-¿Segura?

Me acerqué a ella, nuestros rostros casi tocándose. La estaba mirando a los ojos, como si estuviera a punto de besarla (cosa que era cierta). Ella empezó a suspirar.

-Soy tu madre...

-Sabes que quieres. Llevas queriendo mucho tiempo. Estás celosa de Esther.

-Juan...

La besé. Ella no opuso resistencia: al contrario, correspondió.

Estuvimos morreándonos un buen tiempo. Sus labios eran muy suaves y su lengua era irresistible. Al cabo de unos minutos, se separó.

-Estoy celosa de todas las mujeres a las que te has follado, Juan. Incluida Lucía.

-Tranquila, mamá. Te haré mía a ti también.

No, no la haría mía. En ese mismo momento, ya era mía, quisiera o no. Me sabía un poco mal aprovecharme de esta situación de soledad y tristeza para convertirla en mi sumisa, pero es lo que siempre había deseado.

Ese día se quedó en un beso largo. Me dio las gracias por haber ido y perdón por haberme echado. No le di importancia.

Esa misma noche tenía ciertos asuntos pendientes.

Estaba en casa de mi tío, pero no para verlo a él. Llevaba un par de meses follando con su hija, mi prima. Narraré en otra ocasión cómo surgió. Esa noche habíamos quedado con su mejor amiga para follar.

-Joder... tu primo la tiene enorme -dijo su mejor amiga, mirándome la polla fíjamente.

-Es la mejor polla que he visto en la vida, tía, y no veas cómo folla.

-¿Podemos chupar, papi? -mi prima me llamaba así, y su mejor amiga lo cogió muy rápido.

-Chupad, chicas... haced feliz a papi...

Ellas empezaron a chupar. Era dos años mayor que ellas, pero se notaba que tenían cierta práctica chupando pollas. Iban de arriba a abajo con sus lenguas y sus labios, depositando saliva y humedeciendo la polla. Mi prima, en un momento dado, apartó a su mejor amiga para meterse mi pollón hasta el fondo. Le follé la boca un rato, mientras su amiga, llamada, por cierto, Dania, flipaba con lo que veía.

-Papi, yo también quiero...

Entonces le quité la polla de la boca a mi prima, aprovechando que la tenía cogida de la cabeza, y se la di a su mejor amiga, quien se la engulló. Era de cuerpo algo más pequeña que mi prima, con menos tetas, pero su culo era mucho más morboso. Sus ojos eran azules y su pelo rubio, la combinación perfecta, aunque no mi favorita. De cara, mi prima se parecía mucho a mi tía, aunque tenía el pelo bastante más largo.

-¿Te gusta, zorra? -le dije mientras le follaba la boca.

Ella asintió como pudo, no es fácil asentir con una polla metida hasta la garganta.

Al cabo de un rato, me corrí sin avisarla, llenándole la boca y la garganta de semen, pero la cosa no iba a acabar ahí, no tan fácilmente.

-Ahora vas a saber lo que es bueno.

Cogí a Dania y la puse en la cama, a cuatro, y me coloqué detrás.

-Papi, espera...

No hice caso y se la metí hasta el fondo sin avisar. Ella gritó, notaba el placer en su voz. Mi prima miraba mientras se metía un dildo: así es como ella quería que fueran las cosas, yo destrozando a su amiga mientras ella miraba y se masturbaba.

La follé lo más duro que pude, y aparentemente era mucho, porque sus gritos debían escucharse hasta en la calle. Gritaba tan fuerte mientras gemía y pedía más que no podía evitar acelerar y acelerar.

La giré y la coloqué en misionero para poder verla y besarla mientras la follaba bien fuerte. Ella gozaba como una perra, su cuerpo era mío y ella lo sabía, no había nada que pudiera hacer.

Solté todo mi semen dentro, sin pensar en si ella se había corrido o no. Me daba igual, era mi nuevo juguete, como todas.

Esta mentalidad empezó a surgirme después de varias folladas con mi tía, que era una sumisa a más no poder. Así usaba a todas. No soy ejemplo de cómo deberían hacerse las cosas ni soy la mejor persona del mundo, pero no podía evitar ser así: dominante, controlador, manipulador.

Saque mi polla de su coño. Ella se quedó quieta en el lugar, estaba demasiado cansada y en shock como para moverse. Mi prima me dio una mamada antes de irme y me fui. Tres corridas en una noche. No era mi récord, pero desde luego era algo.

Al día siguiente volví a casa de mi madre. Le prometí que iría, y allí estaba. Además, tenía ciertas cosas que hacer, como convertirla en otra de mis sirvientas sexuales, otro de mis juguetes.

Ay, la cantidad de bragas suyas que había tirado a la basura porque estaban llenas de semen. Alguna vez se dio cuenta de que faltaban bragas, pero nunca sospechó que su hijo estuviera masturbándose con ellas y llenándolas de fluidos.

La besé nada más llegar. Sus labios seguían sintiéndose muy bien.

-Buenos días, hijo -dijo después, sonriendo como quien acababa de besar al chico que le gustba. Ya era mía, solo mía, pensé.

-Hola mamá. -le toqué el culo al decirlo y pasé a la casa. Pretendía ir directo al grano, pero debía esperar.

Comí en su casa ese día. Nos mirábamos mucho y la notaba ruborizada, con cara de estar deseando pasar a la acción. Debía aprender, sin embargo, que ella no mandaba en eso. La comida estaba riquísima, mi madre cocinaba muy bien siempre. Cuando acabé de comer, me levanté y me dirigí a ella.

-Muy bien, entonces... ¿crees que te mereces el postre?

-No lo sé, Juan... ¿me lo merezco?

-Abre la boca.

Ella me obedeció, y yo saqué mi polla y se la metí. Exploró mi pene con su lengua, saboreándolo y descubriéndolo.

-Ahora sabremos si lo mereces.

Empecé a follarle la boca, primero despacio, luego acelerando. Sus ojos estaban muy iluminados, hacía meses que no se comía una polla como la mía, y estaba seguro de que amaba que su propio hijo estuviera metiéndole la polla en la boca.

-Eso es, perra... ¿te gusta la polla de tu hijo?

Ella asintió, mirándome con cara de cachorrito. Se arrodilló ante mí para poder metérsela mejor, y yo empecé con las embestidas a su boca más fuertes. La saliva empezaba a salir de su boca, mojando mi polla. Joder, amaba hacerle esto a mi propia madre.

Se la saqué de la boca, para jugar con ella. Era como una perra queriendo ir hacia su comida: se acercaba com la boca abierta, intentando recuperarla. Se ls devolví, pero con corrida de regalo.

-Ahí tienes tu postre, zorra...

Ella lo tragó todo, sin dejar ni una sola gota.

-Juan...

Fue en ese momento cuando ella se dio cuenta de que era mía. Era su dueño, y no podía hacer nada para evitarlo. La llevé a su habitación, donde la puse contra la pared y le bajé los pantalones.

-¿No llevas bragas, guarra?

Ella sonrió lascivamente, mirando hacia atrás. Quería la polla dentro, y la quería ya. Y eso hice: metérsela. Al ser mi madre, al principio fui más suave que con la mejor amiga de mi prima. Se la metí suavemente, esperando a escuchar sus gemidos de placer. Iba embistiendo poco a poco, sin prisas, hasta que sentí que ya iba siendo hora de ir más duro. La tiré a la cama, poniéndola en la misma posición que a Dania. Se notaba que mi madre tenía más experiencia, así que esta vez no tuve piedad. La cogí del pelo, tirándole la cabeza hacia atrás, y le di con todas mis fuerzas. No gritaba tanto como Dania, pero sus gemidos eran los mejores que había escuchado nunca. Meter mi polla por donde había salido muchos años atrás, era como volver a mis orígenes.

-Mamá, eres la mejor perra que he tenido nunca -le dije. Ella se limitó a seguir gimiendo, mientras mi polla le destrozaba el coño. Pasé de agarrarla del pelo a aplastarle la cabeza contra el colchón, pues iba a aumentar más la fuerza y sabía que iba a gritar al menos una vez (y gritó, esta vez sí, varias veces).

La tumbé en la cama y me puse encima para darle más de mamar.

-Ahora eres tu quien va a mamar, mamá... Ahora eres tú la que succionará mi leche.

La dejé mamar tranquilamente, a su ritmo. En este poco tiempo se había obsesionado ya con mi polla, la quería, la deseaba, pero sabía que era yo quien decidía cuando la tenía y cuando no, así que chupaba a su ritmo. Era su droga. Pasaba su lengua por mi glande, luego por el tronco para mojarla bien y después metérsela poco a poco en la boca. Era como una niña pequeña disfrutando de una piruleta. Era mi zorra.

-Muy bien, es hora de terminar... -dije, sintiéndome generoso-. ¿Dónde quieres la última corrida?

-Embarázame, Juan... Quiero un hijo tuyo...

-Muy bien...

En esa misma posición, me coloqué frente a su coño y se la metí entera. Esta vez empecé fuerte, sin frenar, haciéndola gritar sin parar. No tuve ningún tipo de piedad, incluso le salió una gota de sangre, pero no paré hasta correrme. Dejé todo mi semen en su interior. Era una marca de pertenencia.

Mi madre era mi esclava sexual.

[ATENCIÓN: ESTE RELATO ESTÁ BASADO EN ALGUNOS HECHOS REALES, PERO OTROS SON INVENCIONES. SE RECOMIENDA NO CONFIARSE DEMASIADO]