Un regalo para Sara (PARTE 3)
Sara ha cometido la insolencia de saltarse las normas de Q. Ahora lo debe pagar.
Hola a tod@s una vez más! Este relato es la tercera parte de " Un regalo para Sara " https://www.todorelatos.com/relato/139607/. Recomiendo leer la primera y la segunda parte https://www.todorelatos.com/relato/139712/ antes de proceder con esta tercera.
De nuevo quiero dar las gracias a todas las lectoras que se han puesto en contacto conmigo, y animo a que lo haga todo el que quiera. Me gustaría saber si continuar con las aventuras de Sara, o si, de seguir escribiendo, comienzo por otro tema. Espero que esta tercera parte también sea de su agrado.
Contacto: unenoirceur@gmail.com
UN REGALO PARA SARA (PARTE 3)
- En ningún momento te he dado permiso para que hablaras, perra, y mucho menos para pedir nada. Creo que aún no has entendido del todo las normas.
Las palabras de Q retumbaban en los oídos de Sara. Había cometido la insolencia de suplicar que por fin la follara. Necesitaba sentirse llena de una vez, se moría de ganas. Quería notar cómo cada milímetro de carne de la dura polla que antes había sido obligada a engullir se abría paso en el interior de su empapado coño. Sólo podía pensar en su entrepierna ardiendo en ese momento. Ni sus pechos aplastados contra la mesa de cristal le molestaban ya. Ni se preocupaba por sus brazos abiertos en cruz e inmovilizados a los lados de dicha mesa. Quería tener a Q por fin en su interior, pero él tenía otros planes.
Ensimismada en sus pensamientos de deseo, Sara no pudo apreciar como Q había rodeado la mesa y se acercaba a su cabeza. Ella la tenía apoyada de lado y lo único que podía ver era la pared que tenía a unos metros de su rostro. Fue entonces cuando Q, desde el lado opuesto al que miraba Sara, acercó su mano y violentamente metió en su boca el tanga encharcado que le había cortado antes con las tijeras. Introdujo sus dedos entre los labios de ella empujando la tela, llenando por completo su cavidad bucal. En el acto, Sara pudo percibir el intenso gusto de su flujo mientras saboreaba la prenda que ahora se encontraba sobre su lengua llenando su boca. Esto a ella en ese momento, y debido a su total e incontrolable excitación, no le molestó, al contrario, le daba aún más morbo. Ni se resistió, ni intentó empujar fuera de su boca el tanga con su lengua, simplemente lo acepto y siguió saboreándose a sí misma.
Q volvió a situarse a espaldas de Sara, admirando su obra como el artista que observa un cuadro que acaba de pintar, pero él aún no estaba contento del todo. Sara pudo escuchar como el que desde ese día se había convertido en su “maestro” arrastraba una silla cerca de ella, justo delante de sus piernas estiradas. Q se sentó a escasos centímetros de Sara. Sus grandes manos comenzaron a acariciar su muslo derecho. Una trazaba caricias pos su parte interna, desde la ingle, descendiendo lentamente por el encaje de las medias húmedas. La otra mano acompañaba a su hermana gemela por la cara exterior de la pierna, bajaba rozando hasta su tobillo. Fue entonces cuando, con una pequeña presión de sus manos, Q hizo que Sara levanta su zapato de tacón del suelo y acompañó con sus dedos la pierna hasta que la situó más hacia su derecha, consiguiendo así que la distancia entre ellas fuera mayor. Manipuló la abrazadera del tobillo de su presa enganchándola a una delgada y corta cadena anclada en el suelo, y que hasta entonces había pasado inadvertida. Fue la propia Sara la que de inmediato levanto su pie izquierdo del suelo dando un paso con él a su izquierda, abriendo las piernas la distancia justa para que Q inmovilizara su otro tobillo al suelo con la otra pequeña cadena que ahí se encontraba. Q sonrío complacido.
Q se levantó de la silla y volvió a contemplar su obra. Sara ahora podía separar aún más sus piernas, pero en ningún caso juntarlas ni un centímetro de la posición en la que ya se encontraban. La lasciva mirada de Q comenzó a recorrer todo el cuerpo de Sara desde las medias, ascendiendo por la parte interna de los muslos en los que se apreciaban unos surcos de humedad que descendían hasta el encaje. Los ojos de Q se posaron en los apetitosos labios del coño abierto de Sara recorriendo con su mirada lentamente ese culo que, aún sonrojado y brillante, estaba dispuesto para él.
Sara escuchaba con atención intentando tragar la saliva mezclada con sus jugos que el tanga de su boca le dispensaba. El silencio de la estancia volvió a quebrarse por el sonido del maldito cajón abriéndose y cerrándose, la música suave que en su momento había puesto Q ya había dejado de escucharse hacía tiempo. Sara estaba desesperada, sentía su coño ardiendo, necesitaba que aplacaran de una vez esa excitación que nunca antes había sentido así. Ya todo era parte del morbo penetrante que invadía su cuerpo. Estar en esa posición atada, el tacto de la mesa, incluso el tanga en su boca, todo le creaba más excitación. Hasta el brillo de su sudor en sus tatuajes eran como una invitación para ser mancillada.
De manera repentina, Sara comenzó a notar algún tipo de fluido caer sobre su trasero. Descendía desde su coxis entre sus nalgas empapando su ano, fluyendo por su raja hasta chocar contra el suelo. Q sujetaba su copa de vino en su mano y daba un sorbo para después dejar caer sobre le piel de Sara las babas que se habían originado tras beber de ella. Sara respiraba con fuerza intentando resoplar, pero no podía, mientras que gemidos mudos salían a través del tejido del tanga que llenaba su boca. Se quería morir, se retorcía entre los obscenos espasmos que su cautiverio le permitían. Un último torrente de líquido volvía a seguir el libertino camino abierto entre sus nalgas.
- No, aún no. ¿Sabes qué? Creo que antes me he quedado con hambre, y por tu insolencia aún no te mereces lo que deseas.
Cuando Sara comprendió estas palabras, entonces, lo sintió de golpe. La lengua de Q recogiendo el manantial que chorreaba entre sus labios vaginales. La boca apretándose con fuerza en su coño abierto de par en par, la lengua recorriéndolo de camino a su empapado ano. De abajo a arriba, y de arriba abajo. Q se había sentado en la silla que había acercado al trasero de Sara y estaba disfrutando de ese maravilloso manjar. Sorbiendo sus jugos como el carnívoro que acaba de capturar a su presa sorbe su sangre. La violencia de los movimientos de Q, hacían que Sara inconscientemente moviera su culo al ritmo de las embestidas de la lengua que la ultrajaba. Q apretó su cara contra Sara. Esa lengua se abría camino en su interior como si le estuviese follando, mientras la nariz de Q se apretaba contra el esfínter de su perra. Ambas manos de Q se posaban sobre las nalgas que amasaba con fuerza y las separaba. Sara seguía su inconsciente baile mientras la lengua de Q entraba y salía de ella una y otra vez. En ocasiones él la mantenía dentro de ella y la endurecía o la relajaba cambiando así su forma, rozando los laterales de su coño. Q seguía sorbiendo y recogiendo todo ese néctar en forma de flujo con el que ella le alimentaba. A su antojo separaba la cara de su posición inicial para rozar con la punta de la lengua el ano de su perra. Luego volvía a aplastar la cara para centrarse en follar con su lengua ese coño tan sabroso, que de nuevo se le había antojado.
La mano izquierda de Q se separó del trasero que tenía preso, y su dedo pulgar comenzó a rozar el orificio empapado de ese culo que ya era de su propiedad. Lentamente, masajeándolo, haciendo leves círculos, intentando introducirlo casi con cierta ternura. Q, por las conversaciones que había mantenido con ella, sabía que Sara jamás había tenido ningún tipo de sexo anal, nunca se había atrevido ni si quiera a jugar con sus dedos en su culo. En su primer banquete ella se había salvado, pero ahora no iba a ser así. Aprovechó el premio en forma de líquido que aún mantenía en su boca y junto a sus babas se incorporó y escupió sobre el ano y su dedo pulgar, lubricándolo aún más en su viaje a las entrañas de su víctima, para inmediatamente introducir de nuevo su lengua en esa raja tan apetitosa que estaba degustando. Sara podía sentir cómo poco a poco ese dedo se iba escondiendo en su interior y cómo su culo se dilataba a su paso. Tenía una sensación extraña, nueva para ella, pero debido a la excitación acumulada en toda tórrida sesión que estaba viviendo, sumado a cómo su Señor la estaba follando con su lengua, estaba disfrutando de esa novedosa presión. Cada vez más y más.
La mano de Q hizo tope con la piel de Sara, y su dedo pulgar por fin había conseguido introducirse del todo. Q, sin dejar de degustar ese sabroso coño, comenzó a sacar y meter el pulgar del interior del ya dilatado ano de su presa. Iba aumentando el ritmo en el que su dedo se movía, igualando poco a poco la velocidad a la que había llevado a su boca y su lengua. Los movimientos cada vez eran más rápidos, el dedo entraba a más velocidad, la lengua follaba el cuerpo de Sara y su vagina peleaba con la boca que Q aplastaba con intensidad. Mientras, ella mantenía sus ojos cerrados y se dejaba llevar por ese cúmulo de sensaciones, sus gemidos no los podían apagar ya ni la tela del tanga de su boca.
Fue entonces cuando Q decidió liberar de la prisión de su mano derecha la otra nalga de Sara, y dirigir esos dedos al clítoris encharcado que en esta ocasión aún le quedaba por estimular. Comenzó a frotarlo rápidamente, frotándolo con firmeza. De inmediato la mano de Q se empapó con el mismo líquido que ya vestía su boca. Eso fue demasiado para Sara. Tras unos segundos un escalofrío recorrió cada terminación nerviosa de su ser mientras explotaba en un inmenso orgasmo que inundaba la boca de Q. Él, sin dejar de mover ambas manos, apretó aún con más fuerza su boca contra ella recogiendo lo que tanto deseaba. Ella no paraba de gritar y mover sus caderas de manera totalmente caótica y desenfrenada. El orgasmo de Sara se alargaba, jadeaba y gritaba como el animal en celo en el que Q le había convertido con sus juegos. El placer se extendía en el tiempo, como si nunca fuera a finalizar. Él se regodeaba en las convulsiones que ella estaba experimentando y sonreía sin parar sus movimientos, mientras separaba su rostro del cuerpo de ella fijando su mirada en la cara desencaja de gozo que podía vislumbrar al otro lado de la mesa de cristal.
Y la calma volvió a llegar. Tras unos últimos espasmos del cuerpo de Sara esta pareció calmarse. Sus ojos permanecían cerrados, todo su cuerpo brillaba de sudor, sus medias chorreaban. Q se levantó de su silla y comenzó a sacar lentamente su dedo pulgar del culo de Sara. Ella pensaba que iba a sentir cierto alivio cuando esto pasara, pero la verdad es que había disfrutado por primera vez con esa sensación. Entonces, él se aproximó a su cabeza por el lado por el que ella miraba. Acercó su mano a su boca y sacó el tanga que la invadía. Luego presiono su mano contra los labios de ella que dócilmente abrió.
- Límpialos bien, perra. – dijo Q.
Sara obedeció de inmediato lamiendo aplicada uno a uno los dedos de ambas manos, que su Señor introducía pausadamente sobre su lengua. Mientras Q disfrutaba del espectáculo con una malvada cara de satisfacción, ella a su vez volvía saborear su flujo y mantenía la mirada fija en la entre pierna de su amante que se había situado delante de ella con la tela de su bóxer totalmente abultada, con su erecta polla dispuesta a romper las costuras de su ropa interior. A pesar del reciente orgasmo, ella seguía desesperada por sentirse llena, seguía necesitando que su captor decidiera llegar hasta el final, que por fin la atravesara. No podía pensar en otra cosa, y aunque si no estuviera inmovilizada ella se hubiera lanzado en picado a atrapar su soñado premio de nuevo con su boca, en esta ocasión decidió no pronunciar palabra. Había aprendido que debido a su desobediencia su Señor estaba torturándola alargando aún más su excitación y su situación. La impaciencia se pagaba. Q mantuvo su dedo pulgar de la mano izquierda más tiempo que los demás en la golosa boca de Sara y ella le complacía succionándolo con fuerza.
- Escupe en mi mano. – le requirió él.
Q situó su mano derecha delante de la boca de Sara que solícita escupió sobre ella.
- Vas a necesitar más saliva, dame más. – insistió Q.
Él puso su mano en forma de cuenco y empezó a acumular las babas que Sara dejaba caer de su boca.
Cuando Q consideró que ya eran suficientes, retiró su mano y desapareció de delante de su cara. Volvió a situarse a sus espaldas. Sara de inmediato pudo sentir como Q derramaba toda la saliva acumulada en la mano sobre su culo que permanecía levemente dilatado. Dos dedos de Q comenzaron a extender todas las babas sobre el ano de Sara. Su lubricada piel provocaba que ambos dedos se deslizaran sin apenas resistencia por su brillante epidermis. Q los introdujo lentamente en el culo de su víctima que tras el episodio del pulgar simplemente intento mantenerse relajada y dejarse hacer. Los dedos de Q dilataron un poco más la estrecha cavidad de su perra. Ella sorprendentemente volvía a disfrutar de esa sensación. Entraban y salían con mesura, una y otra vez.
Entonces Sara pudo reparar en la presencia suave de otro objeto que Q comenzaba a desplazar por entre sus encharcados labios vaginales. Sin dejar de dilatar su culo con sus dedos, Q acariciaba el coño abierto de Sara con un plug anal negro de pequeño tamaño que con anterioridad había sacado del famoso cajón, de ahí el ruido que Sara pudo apreciar una vez ya inmovilizada sobre la mesa. Cuando el utensilio estuvo lo suficientemente mojado con el flujo de Sara, Q se dispuso a sustituir sus dedos por el nuevo juguete. Sin desaprovechar el estado de la dilatada entrada, sacó sus dedos e introdujo la punta del plug. Comenzó a hacer fuerza con él mientras dejaba caer de su boca saliva para mejorar aún más la lubricación. Poco a poco, y sin mucha resistencia, el objeto iba entrando milímetro a milímetro en su interior, mientras que de la boca de la aún excitadísima esclava escapaban una serie de jadeos entremezclados con algún grito de queja. Q disfrutaba escuchando esos sonidos y siguió empujando con constancia el elemento hasta que el tope de su otro extremo hizo contacto con las nalgas de ella.
- Tendré que educar este culito tuyo para que en otra ocasión me des placer con él – le dijo Q a Sara mientras observaba su ano lleno de suave látex negro.
Q volvió a acercarse a la cara de Sara por el lado por el que ella miraba. Sara respiraba con fuerza mientras el sudor y alguna que otra lágrima desenfocaban del todo el maquillaje que antes embellecía su rostro. Él depositó justo delante de sus ojos un pequeño mando a distancia, estiro su dedo índice, y lentamente pulsó un botón. En ese preciso instante el plug comenzó a vibrar dentro de ella. Las vibraciones eran muy fuertes, e iban cambiando el ritmo en numerosos y diferentes compases. En ocasiones eran como latidos de un procaz corazón, para en un instante convertirse en pulsos rápidos y constantes. Sara no podía creer lo que estaba experimentando. Su descontrolada respiración se mezclaba con sus gemidos mientras bufaba. La novedosa y placentera sensación de su culo lleno y dilatado había pasado a un segundo plano debido a las fuertes vibraciones del plug que retumbaban por todo su ser. En el momento en el que Q pulsó el maldito botón fue como si él además del artefacto, hubiese activado en su interior un torrente que de nuevo hizo que su flujo volviera a emanar. Era como si no hubiera disfrutado de sus anteriores orgasmos, su excitación llegó su zenit de golpe. Sentía vibrar cada milímetro de su piel, sus entrañas, su raja, su abultado clítoris.
Mientras que Q disfrutaba del desencajado rostro de Sara, escuchando ese sonido celestial que escapaba de su boca en forma de aullidos, comenzó a desprenderse de la ropa que aún vestía. Primero su camisa y en unos segundos Sara pudo entrever como desaparecía el bóxer delante de sus ojos para liberar otra vez la dura polla de Q. A ella le pareció que tanto la suave piel del miembro de Q, como las venas que lo adornaban, se encontraba aún más tirantes que cuando había usado su boca con él. Su glande parecía que iba a explotar ahí mismo. Él desapareció una vez más de su vista, y un instante después pudo escuchar a sus espaldas:
- Ahora ya si te has ganado lo que deseas. Estoy bastante complacido con tu obediencia. Agradécelo. – exigió Q
- Gracias, Señor – dijo Sara a duras penas mientras intentaba controlar temblorosa sus gemidos.
Y de inmediato ella lo sintió. En ese preciso instante la punta del erecto rabo de Q se acoplaba entre sus anegados por el flujo labios vaginales. Rodeaban su polla mientras esta se abría paso entre la marejada ardiente del coño de Sara. Él, directamente y con fuerza, se aplastaba contra ella, llenándola del todo. Un enorme grito de satisfacción retumbó en las paredes de esa habitación que habían sido testigo mudo de todo lo acontecido durante varias horas. El pubis de Q se hizo uno con el trasero de ella. Mientras, sus fuertes manos rodeaban las caderas de su presa, él permanecía inmóvil y pudo disfrutar desde el interior de su perra de las vibraciones que se expandían por todo su cuerpo. El rostro descompuesto de Sara reflejaba una sonrisa nerviosa que expresaba la satisfacción por lo que al fin había llegado y que tanto había deseado. Las vibraciones no le permitían disfrutar de las palpitaciones de esa polla en su interior, pero por fin se sentía completa, totalmente llena. Sara fue consciente que todas estas sensaciones nuevas para ella, el maltrato, su culo levemente empalado y la vibración, la estaban llevando fuera de sí, y las disfrutaba como nunca había disfrutado con el sexo.
Q comenzó a moverse de nuevo. El cuerpo de Sara se desplazaba sutilmente sobre la mesa mientras él la follaba con fuerza sujetando sus caderas. Cada embestida de él era acompañada de un grito de placer de ella que silenciaba a cada momento el zumbido procedente de su culo dilatado. El interior de sus muslos chorreaba de nuevo. El sexual baile fue poco a poco y sin pausa aumentando de ritmo. Una y otra vez el interior del coño de Sara se llenaba y se vaciaba. Los huevos de Q golpeaban contra ella chapoteando en su clítoris. Cada vez más fuerte, más y más fuerte, más y más veloz. Los pezones aplastados de ella se deslizaban sobre el cristal sumidos en el sudor que los poros de su pecho habían derramado sobre esa superficie. Los gemidos y los gritos de placer y el zumbido vibratorio se sumaban al chapoteo de cada empujón, mientras eran adornados por el ruido metálico de las hebillas del corsé contra el cristal, creando una sinfonía libidinosa. Las cadenas que anclaban sus tobillos bailaban. El ritmo de sus resoplidos fue aumentando. Q en ocasiones apartaba una de sus manos de la cadera prisionera para azotar con su palma abierta el trasero expuesto de su perra. A sus pies un pequeño charco de líquido que ya se había formado cuando Q había empezado a lubricar su culo con sus babas mezcladas con vino fue aumentando de tamaño. Mientras, pequeñas y brillantes gotas salpicaban todo. El tiempo entre jadeos era cada vez más efímero, mientras la polla de Q maltrataba ya a toda velocidad ese férvido coño.
Instantes después, un enorme grito retumbó por toda la sala cuando Sara alcanzó el éxtasis. Q pudo notar como su miembro se mojaba aún más ante el potente orgasmo que había provocado en Sara. Entonces se dejó llevar y sin parar de penetrarla a toda velocidad comenzó a llenar con su espeso esperma el interior de su esclava. Ella pudo sentir como una cantidad ingente de semen caliente inundaba hasta el último rincón del interior de su cuerpo y se mezclaba con su ya incontrolable humedad. Q atrapó su melena con su mano derecha y tiró hacia él obligando a Sara a incorporarse un poco y a echar su cabeza hacia atrás. Con la otra mano atrajo su cadera con todas sus fuerzas clavando lo más profundo posible su dura polla. Se dejó caer sobre ella y acercó su boca a su suave cuello mordiéndolo. Mientras los tres últimos chorros de ardiente leche impactaban contra las entrañas de Sara que no podía parar de gemir y gritar, él apretaba levemente sus dientes mordisqueando el cuello de su víctima babeándolo. Todo el cuerpo de ella se contraía en fuerte espasmos mientras aullaba. No recordaba haber vivido ningún orgasmo tan intenso en su joven vida.
Tras unos instantes, Q comenzó a sacar su pene del interior de ella. Colocó su mano en forma de cuenco, como ya lo había hecho antes para recoger las babas de Sara, y la acercó al coño abierto que había violado consiguiendo que una gran cantidad de su semen se depositara sobre su palma. Sin más, se acercó de nuevo desnudo hasta la cabeza de su víctima.
- Ya sabes lo que tienes que hacer, límpiame. – dijo Q sin miramiento.
Sara a duras penas y sin abrir sus ojos abrió su boca y saco la lengua. Q dejo chorrear el blanquecino líquido sobre sus labios y en esta ocasión no tuvo que dar más detalles, ella simplemente comenzó a saborear tragando las gotas de tan sabroso manjar. Él pegaba su mano a esa lengua que parecía que buscaba su comida deseosa. Mientras, intentaba salir de su estado de shock, hasta esta última humillación provocó un intenso morbo en la nueva sumisa. No lo podía entender, pero le daba igual.
Cuando hasta la última gota que pringaba su mano pasó a estar en la boca de Sara, el dedo de Q se dirigió al mando a distancia que aún estaba delante de la cara de ella. La vibración cesó y Sara se sintió aliviada. Q se vistió con una bata negra que tenía a su disposición en un armario de la habitación. Después se acercó a ella y lentamente fue sacando el plug de ese hermoso culo que tanto había hecho disfrutar. Fue entonces cuando liberó a la ya calmada Sara de sus abrazaderas tirando de los diversos velcros, primero ambos tobillos y luego ambas muñecas. Tras esto, volvió a sentarse en su sillón, se sirvió otra copa de vino y encendió otro cigarro. Mientras los disfrutaba observaba cómo Sara se incorporaba a duras penas de la mesa de cristal.
- Ya sabes dónde está el baño. Úsalo a tu antojo, te lo has ganado. Allí continúan las prendas de ropa que no elegiste ponerte, siguen siendo tuyas. – le dijo Q sonriendo para después dar otro sorbo al vino.
Sara no dijo nada, no podía. Aún estaba intentando recomponerse. Sus piernas temblaban, se dio media vuelta y se dirigió al baño caminado como pudo. Al encender la luz sus ojos sufrieron una vez más con el resplandor de los focos. Se descalzó desprendiéndose de los bonitos zapatos de tacón que aún conservaban su brillo inicial. Directamente fue a la bañera que había utilizado antes y abrió el agua. Luego, se situó delante del espejo, y comenzó a repasar su imagen.
Su cara reflejaba claramente lo que había experimentado. El maquillaje de sus ojos manchaba su rostro y su lápiz de labios ya era solo un recuerdo. En las comisuras de sus labios quedaba el rastro blanquecino del semen seco del que Q le había obligado a alimentarse. Desabrochó el precioso collar y lo dejó sobre el lavabo. Leves marcas rojas de los dientes de Q adornaban un lateral de su cuello. Sara comenzó a abrir las hebillas del corsé mientras repasaba mentalmente todo lo sucedido. Aún no podía creérselo. Había pasado tantos meses sin sexo que no podía concebir que esa noche hubiera vivido por sorpresa los que posiblemente fueran los orgasmos más intensos de su vida. Su primera experiencia siendo dominada no podía haber sido más satisfactoria, se sentía completa, calmada y feliz. Mientras bajaba una de las mojadas medias se percató de que tanto por su pubis como en su vagina afloraban aún restos de esperma. Algo se había activado dentro de ella durante esas horas de experimentación que hizo que acercara sus dedos a su coño, recogiera los restos blanquecinos, y los llevara directamente a su boca sin pensarlo. Ese sabor le volvía loca desde esa noche. Antes nunca lo había valorado como tal, pero ahora significaba algo más para ella, significaba su entrega a su Señor. Mientras lo saboreaba terminó de desnudarse del todo. Sara estaba sorprendida de que a pesar de que tenía una extraña sensación en su culo recién “estrenado” no podía decir que fuera molesto, ni si quiera el leve dolor. Dedujo que Q no había querido ser duro con ella en su primera experiencia anal.
Se introdujo en la bañera que ya estaba llena, y se dio un plácido baño de espuma utilizando uno de los botes de sales que tenía a su alcance. El agua caliente rodeaba el cuerpo de Sara y la espuma acariciaba su piel. Ella logró un total estado de relajación que hizo que cerrara los ojos y se quedara dormida. Su primera sesión había sido muy intensa para ella.
Apenas 20 minutos después Sara despertó de su sueño. Salió de la bañera y secó suavemente su pelo y todos los rincones de su cuerpo. Abrió el armario que guardaba su ropa y las prendas que había preparado Q en sustitución a las que había roto con anterioridad. Sara se vistió extrañando ahora el tacto del cuero de sus prendas anteriores, se calzó sus botas y cogió su abrigo. Salió del baño y se dirigió a la habitación esperando encontrar a Q. La habitación estaba en silencio y Q ya no estaba en ella. Sobre la mesa de cristal que había servido de superficie para sus juegos encontró una preciosa rosa negra sobre un folio manuscrito:
- Deseo que hayas disfrutado al completo de tu regalo. Has sido una perra muy obediente y estoy muy orgulloso de ti. Has sabido complacer a tu Señor.
- Si estás dispuesta sin ningún reparo a volver a ser de nuevo mi perra, sin oponerte a absolutamente nada de lo que tenga preparado para ti, dejándote llevar, y dando un paso más allá de lo que has vivido esta noche, ya sabes cómo contactarme, como siempre.
- Como ya te dije con anterioridad, bajando las escaleras te espera un taxi que te llevará hasta tu casa.
- Desde lo más profundo, Q.
Sara leyó con detenimiento lo que Q le había dejado escrito, dobló el folio por la mitad y se lo guardó en un bolsillo del abrigo. Sujetó la rosa negra ente sus dedos y dio un último vistazo a la habitación en la que tantas emociones nuevas había vivido. Se dirigió a la puerta la y abrió. Las escaleras interiores la llevaron a la puerta de salida. Las luces del alba se mostraban ante ella, no sabía qué hora era, pero ya estaba amaneciendo. La atmósfera se notaba limpia tras la lluvia de la noche anterior. El conductor del taxi estaba esperándola. Sara llenó sus pulmones con el fresco aire que movía sus cabellos, abrió la puerta del taxi y se introdujo en él. Tenía mucho que pensar a partir de entonces, tenía que tomar una decisión, pero eso ya es otra historia.
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